Capítulo 4
Aclaraciones: la historia que a continuación leerás, está basada en un mito griego, el cual ha sido modificado para fines de esta historia.
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Cuando los dioses caminaban sobre la tierra, hubo muchos que, cautivados por la simpleza humana, o por las fuertes emociones que los humanos eran capaces de transmitir, se emparejaron con ellos. Sin embargo, hubo uno que, tras mucho tiempo sumergido en su reino, alejado de todo lo que en la tierra se vivía, decidió salir; tal vez por aburrimiento o porque simplemente se sentía solo. —Saori se encoge de hombros—. Quedó cautivado, pero no por los humanos como los demás dioses, ni tampoco por como la tierra había cambiado desde que Cronos fuera derrotado y encarcelado, más bien por una joven diosa que era la responsable de hacer que las flores retoñaran. Se acercó a ella y poco a poco comenzó a ganarse su confianza hasta que pasó lo inevitable: ambos dioses se enamoraron.
Su amor era tal que las flores comenzaron a emerger en diferentes tonalidades y colores. Sin embargo, aquel amor no podía ser, y eso fue más que evidente cuando Athena expuso a aquel dios. Perséfone no sabía de quién se trataba, no sabía que aquel dios del que se había enamorado tan profundamente era Hades, el dios del inframundo.
Como estarás intuyendo, Perséfone se alejó de él, dolida y traicionada por verse envuelta en una cruel mentira que el dios había creado por diversión. Pero Hades no lo había hecho de esa forma, él realmente la amaba e hizo todo lo posible para ganarse su perdón. Cada día iba a buscarla y le dejaba una flor, misma flor que él cortaba de los campos elíseos para honrarla como la mujer de su vida y como la diosa que era. Cada día estaba ahí, junto a ella, sin siquiera importarle lo que pasara en el inframundo.
Perséfone conmovida por tanto decidió escucharlo. Hades le profesó su amor y le hizo ver que realmente la amaba, y que si no le había dicho quién era en realidad, era por temor a que lo rechazara.
Perséfone le creyó, pero Deméter su madre y Athena su hermana no. Ellas creían que todo lo que el dios del inframundo quería hacer era divertirse, y después, ¿por qué no?, usar a Perséfone para quitarle a Zeus el poder sobre los dioses.
Deméter comenzó a prohibirle a su hija el salir a la tierra, comenzó a ser tan aprensiva con ella que las mismas flores comenzaron a marchitarse. Entonces Hades tomó el asunto en sus manos.
Salió del inframundo como lo había hecho durante todo ese tiempo, pero a diferencia de las anteriores, esta vez era únicamente para llevarse a Perséfone con él. Y así lo hizo; en un descuido de Deméter, Hades la llevó al inframundo. La volvió su reina y le devolvió la sonrisa que Deméter por su obsesión por protegerla le quitó.
Pero Deméter no se quedó con los brazos cruzados y fue ante Zeus, le exigió el regreso de su hija; sin embargo, Zeus al ver el cambio de su hermano dudó en intervenir. No fue hasta que la misma Athena le habló de sus sospechas, y que Deméter comenzó a dejar de lado sus obligaciones como diosa que él se vio obligado a actuar. Los humanos comenzaron a morir y entonces Zeus tomó como verdad las sospechas de Athena; Hades había planeado todo eso únicamente para que los humanos murieran y así él tuviera una moneda de cambio con Zeus para que la tierra regresara a lo que era. Fue entonces que Zeus le encargó a Athena el recuperar a su hermana, y por primera vez la guerra se desató.
La primera guerra santa dio inicio, pero como en toda guerra hay bajas, una de ellas fue la misma Perséfone que murió al proteger a Hades… Y Hades desató su furia contra la tierra.
A Zero le toma varios minutos reflexionar aquella historia, mientras que Saori lo mira atentamente. Cuando Zero suspira y vuelve a verla, es evidente las cientos de preguntas que en ese momento tiene en la cabeza.
—Conozco el mito, aunque es muy diferente a esto que me acabas de contar —dice al fin—. Sin embargo, no entiendo…
—¿Por qué te he contado esto?
Zero asiente sin quitar la mirada de Saori, esta suspira para después caminar hacia uno de los árboles que están cerca y recargarse en él.
—Los dioses existen, y tú eres la reencarnación de la diosa Perséfone, mi hermana.
Zero abre los ojos con sorpresa. "¿Qué clase de broma es esa?", piensa.
Las intensas ganas de reír queman su garganta, pero al ver el semblante serio de Saori descubre que aquello no es broma. "¿Realmente cree que soy la reencarnación de Perséfone?"
—Si eres "mi hermana" …
Zero no sabe cómo continuar, aquello tiene que ser una broma, él lo sabe, pero, ¿y si no lo es?
—Déjame presentarme correctamente —dice Saori separándose del árbol detrás de ella—. Soy Athena, diosa de la guerra y sabiduría, y ese que está allá adentro es Milo, santo dorado de Escorpio, uno de mis fieles guardianes.
Zero voltea a ver al hombre a través de la ventana que los separa y nota como Milo los observa, como si en esos momentos estuviera calculando lo rápido que sería capaz de correr para matarlo si se atrevía a hacerle algo a su diosa.
—¿Y se supone que estás aquí…? —pregunta sin dejar de ver al hombre que ahora entorna los ojos.
Athena suspira y vuelve a recargarse en el árbol para después cruzarse de brazos.
—Falta poco para que el sello que mantiene a Hades cautivo se rompa. Durante milenios, Hades y yo hemos peleado, sin embargo, cada guerra que se desata miles de vidas se sacrifican, no solo entre nuestros guerreros, sino también entre humanos que nada tienen que ver. Cómo habrás intuido, estás guerras son únicamente como una clase de venganza por lo que pasó hace siglos. Perséfone fue injustamente separada de él, y él no lo ha perdonado. La creé muerta y es por eso que piensa que la única forma de vengar su muerte es destruyendo aquello por lo que Zeus y yo, creímos, él la llevó al inframundo.
Saori levanta la mirada para ver a Zero que sacude la cabeza.
—Yo no soy Perséfone.
—No, por supuesto que no eres Perséfone, pero si eres su reencarnación, y eres el único que puede impedir que Hades vuelva a desatar su furia contra la humanidad.
Zero vuelve a sacudir la cabeza.
—No es que no crea en tus palabras, —él que convive día a día con criaturas sedientas de sangre no puede ni siquiera pensar en no creer aquello— es solo que… ¿Y si estás equivocada? Tú mejor que nadie lo debes de comprender, Perséfone es mujer, y yo…
Saori nuevamente se separa del árbol y camina hacia Zero, lo toma del hombro y emana un poco de su cosmos para reconfortarlo. Zero sorprendido por aquella extraña calidez que lo cubre, abre y cierra la boca sin saber qué decir.
—No puedo estar equivocada —dice Saori con una sonrisa—. Créeme, te reconocí en cuanto te vi. Tal vez no seas consciente, pero emanas un cosmos divino que solo un dios puede reconocer. Eres la reencarnación de Perséfone, de eso estoy segura.
Zero baja la mirada y Saori nota como se muerde los labios. Ella está consciente que todo lo que acaba de decirle es algo que a Zero le tomará tiempo procesar, sin embargo, tiempo es algo que no tiene, en especial cuando ni siquiera sabe cuándo el dios del inframundo aparecerá. Su despertar está cerca, de eso está segura.
Saori suspira profundamente.
—Piénsalo. Por favor, piénsalo.
Zero no sabe qué decir. Le están dando una oportunidad para aceptar aquello, para liberarse por completo de una absurda fantasía que cada día le hace más y más daño, pero también le están dando la oportunidad para librarse de una guerra que probablemente termine con él si resulta no ser aquel que Saori piensa que es.
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Al entrar a la casa, se puede notar el ambiente tenso. Cross que no se ha movido de su lugar permanece ahora doblado a la mitad con sus codos recargados sobre sus muslos y su mentón recargado sobre sus manos entrelazadas. La alegría, amabilidad y euforia se han esfumado por completo.
—Milo, es hora de irnos.
Milo se pone de pie, pero en ningún momento deja de ver a Zero. No confía en él, es más que evidente, pero a pesar de esa mirada de, "te voy a matar si intentas algo", Zero no se intimida y le sostiene la mirada en todo momento.
—Ha sido un placer conocerlo, director Cross.
Cross, como si hubiera salido de algún trance, se deshace de su postura para levantarse y ver a Saori Kido. Una sonrisa se dibuja en sus labios, una sonrisa que no alcanza sus ojos como las anteriores.
—El gusto ha sido mío, señorita.
Saori asiente para después voltear a ver a Zero que todavía sigue con aquella guerra de miradas con el santo dorado de Escorpio.
—Espero que pienses en mi propuesta, Zero. —Este voltea a verla—. Si te das cuenta, la beca que se te está ofreciendo asegura tu futuro. Tendrás importantes puestos en cualquier empresa en la que desees trabajar, incluso en una de las mías si así lo deseas.
Zero no es tonto, y entre líneas ve la advertencia que Saori le da: nadie debe saber de lo que han hablado; nadie debe saber quiénes son ellos en realidad.
—Créeme, lo pensaré.
Pero a pesar de aquella respuesta, Saori no evita caminar hacia Zero y lo toma de las manos.
—Si necesitas hablar o aclarar dudas, estaremos en la gran casa que se encuentra en las afueras del pueblo. Ahí te estaré esperando, decidas lo que decidas. Pero recuerda, solo estaremos dos días.
Sin decir más Saori sale de aquella casa, Milo detrás de ella.
—¿Cree que acepte? —pregunta Milo después de un rato de silencio.
—Eso espero, Milo —responde Saori después de meditarlo detenidamente.
"Eso espero", piensa para si, al mismo tiempo que se detiene y voltea a ver el inmenso edificio que es la academia Cross. "Eso espero".
Con un suspiro vuelve a retomar su camino, ella ya ha puesto los puntos sobre las íes, es solo cuestión de que Zero decida, después de todo, el volver a reencontrarse con Hades es únicamente decisión de él, y ella lo sabe.
—Entonces, ¿es ella? —pregunta Mu que voltea a ver a Athena y a su compañero, Aioria a su lado se inclina para poder ver mejor a aquellos que acaban de subir al auto.
—Es ella —responde Saori.
Mu desvía la mirada de la diosa y mira a Milo.
—¿Pero?
—No lo sé —responde Milo, adivinando que la pregunta es para él—. El que el director estuviera poniendo tantas trabas…
—¿Te diste cuenta? —pregunta Saori—. A mí también me parece raro. Los demás directores a los que hemos visto se han puesto contentos y han felicitado con demasiado entusiasmo a sus alumnos, pero este… es como si no quisiera dejarlo ir.
—Y eso es lo que me preocupa —comenta Milo pensativo.
