Capítulo 13
Zero sorprendido, tarda en corresponder aquel beso, sus labios ligeramente entreabiertos se cierran, embonando casi a la perfección con los contrarios, mientras que uno de sus brazos rodea la cintura de Andrómeda. Aquel beso es vacilante y dulce, un primer encuentro de dos amantes que llevan siglos sin verse y que pronto se vuelve más profundo. Segundos, minutos, el tiempo no parece correr entre ellos. Sin embargo, lo que empieza tiene que terminar y es Hades el que rompe con aquel beso, separándose lo suficiente para que sus miradas se encuentren. Andrómeda todavía colgando del cuello de Zero, escanea aquel rostro, como queriendo grabar cada rasgo en su mente.
—Perséfone...
—Zero.
—¿Qué? —pregunta Hades confundido.
—Mi nombre es Zero, Zero Kiryuu.
Hades asiente.
—Regresa al inframundo conmigo —pide Hades al mismo tiempo que vuelve a tomar las mejillas de Zero entre sus manos.
Zero sorprendido ante aquella propuesta, no puede hacer otra cosa que negar con la cabeza.
—Hades, soy. —Zero titubea—. Soy un humano, un humano común y corriente, y si no mal recuerdo, nadie que esté vivo puede atravesar el río Aqueronte.
—Pero tú eres diferente. —De repente, una dolorosa punzada atraviesa el pecho de Zero—. Tú eres la reina del inframundo. Las leyes para ti son diferentes, lo sabes. Aunque estés reencarnada en un cuerpo humano, el inframundo te reconocerá como reina, como su reina.
—¿Y qué pasará con Zeus? ¿Realmente crees que nos permita estar juntos?
—¡No me importa lo que Zeus piense! ¡Tú perteneces al inframundo!
—¿Entonces de nada servirá que haya detenido esto?
Hades suspira, se separa de Zero dando un paso hacia atrás para después cruzarse de brazos.
—Bien, hablaré con él. Le explicaré la situación. Tiene que entender, y aceptar esto.
—¿Y lo aceptará después de que estuviste en guerra contra Athena, su hija, por milenios? —pregunta Zero que también se ha cruzado de brazos.
Una de las cejas de Hades se arquea hacia arriba.
—Es mi imaginación, o definitivamente no quieres regresar a tu hogar.
Zero sacude la cabeza, luego suspira.
—Tengo una familia aquí, una vida. No puedo irme, así como así, y no me arriesgaré a desatar la furia de Zeus como en el pasado. Debes de entenderlo, ya no quiero guerras.
—Y ya no habrá guerras —se escucha decir a Athena. Al voltear, Hades y Zero la ven caminando hacia ellos, sus santos dorados detrás de ella—. Hablaré con Zeus, lo convenceré para que les permita estar juntos.
El rostro de Andrómeda se ensombrece.
—¿Vas a ayudarnos, tú? Si no mal recuerdo, fuiste precisamente tú la que hizo que Zeus se encolerizara para separarnos —refuta Hades con furia.
—Fue un error, lo sé, pero Zero es prueba viviente de mi arrepentimiento.
Confundido, Hades voltea a ver a Zero quien se encoge de hombros, aun sin separar su mirada de Saori.
—Resulta que fue hasta Japón, el lugar donde yo vivía, con la patética excusa de reclutarme como estudiante genio para venir a Grecia. Ella me trajo, y debes de admitir que, si no fuera por ella, tú y yo no estaríamos aquí, frente a frente, como lo estamos. —Zero voltea a ver a Hades—. Me ha tratado bien, ella y sus santos. Me ha hecho recordar lo que es una familia.
Saori, y los santos con los que ha convivido Zero durante esos días, se sorprenden ante las últimas palabras, para después sonreír con ternura.
—Eres mi hermano después de todo —responde Saori con una ligera sonrisa en los labios.
Cuando Hades ve la sonrisa en los labios de Zero, no puede más que suspirar.
—Bien, haz lo que tengas que hacer para convencer a Zeus, y tú —dice volteando a ver a Zero—, despídete de los que tengas que despedirte.
Zero cierra los ojos, una pequeña vena comienza a punzar sobre sus sienes.
—Hades, ¿acaso no lo has entendido? Tengo una familia aquí en la tierra, ¡no la voy a dejar! Y si me pides escoger entre tú y ella, entonces nos despediremos aquí.
—Pero, Zero, tu lugar es...
—¡No, Hades! Yo tomo mis decisiones, y mi decisión ahora es quedarme. Además, ¿no te has dado cuenta? Ya no soy la Perséfone que conociste en la era del mito. He cambiado, demonios, incluso mi cuerpo no es el mismo. ¿Quieres que vaya contigo? Bien, convénceme para hacerlo, pero mientras, me quedaré aquí; con mi familia.
Hades, sorprendido ante aquellas palabras, no puede hacer más que abrir y cerrar la boca. No puede refutar aquello, ¿cómo refutar aquellas palabras? ¿No fue acaso él el que llevó a Perséfone al inframundo para que fuera libre? Pero la Perséfone de este tiempo, no está encadenada como la Perséfone del pasado, ¿cómo demonios pretende encadenarla él?
Hades vuelve a suspirar.
—Está bien, haré lo que me pides. Si quieres quedarte, quédate, yo no tengo porque oponerme. Pero eso no significa que te librarás tan fácilmente de mí. Me conoces, soy muy paciente. —Con lentitud voltea a ver a Athena, su ceño se frunce—. Regresaré mañana, y espero que Zeus ya se haya contactado contigo. Mientras, me llevaré de regreso al inframundo a MIS espectros.
Athena aprieta los labios, al mismo tiempo que voltea y observa los rostros de aquellos que alguna vez fueron sus santos. Ella sabe que el que Hades haya enfatizado la palabra mis, solo significa que ellos ahora le pertenecen, después de todo, ellos aceptaron unirse a él a cambio de una nueva vida.
Zero nota aquel semblante en el rostro de Athena, después observa como aquellos santos con armaduras negras pasan junto a ellos con la cabeza gacha. Aprieta los labios y nuevamente voltea a ver a Hades quien se está despidiendo de él con palabras que no escucha. Luego, Hades da la vuelta para comenzar a alejarse, es entonces que Zero reacciona.
—Hades, ¿no se te olvida algo?
Hades se detiene y voltea a ver a Zero por encima de su hombro.
—No sé de qué hablas, Zero.
—Les prometiste regresarlos a la vida a cambio de la cabeza de Athena —dice señalando a los santos—, no te llevaron la cabeza de Athena, pero te trajeron a mí.
Una risa escapa por los labios de Hades, y lentamente voltea a ver a los santos que aceptaron asesinar a su diosa a cambio de una nueva vida. Levanta la mano, y una ráfaga de aire los envuelve. Cuando el aire cesa, las Sapuris sobre su cuerpo se separan de sus cuerpos.
—Agradézcanselo a Zero. No tienen vida eterna, pero si tienen su vida de vuelta. —Después se encoge de hombros—. Ahora, no es mi problema si Athena los echa como los viles traidores que son.
Pero terminando de decir aquellas palabras, el ceño de Hades se frunce, cuando nota que la energía del inframundo todavía se siente en el aire.
—¿Qué hacen mis espectros aquí?
Hades no espera respuesta, se abre paso entre Athena y sus santos hasta ingresar a Aries, lo atraviesa y entonces llega a Tauro. La sorpresa lo invade. Sus espectros están ahí, encarcelados dentro de una prisión de verdes enredaderas. Entonces comienza a reír.
—Realmente no cambias, Perséfone —dice Hades a la nada. Después de que la risa cesa, se cruza de brazos—. Díganme, ¿quién los autorizó para venir aquí?
El espectro con apariencia más intimidante da un paso hacia él.
—Eso no tenemos que responderlo, y mucho menos a un asqueroso santo de Athena.
Andrómeda frunce el ceño, al mismo tiempo que su cosmos comienza a aumentar, y los espectros, en especial ese que ha tenido la osadía de levantarle la voz al dios del inframundo, palidece cuando se da cuenta de quien es el que está de pie frente a ellos. Enseguida se hincan, pero de nada sirve, saben que llegando al inframundo recibirán su castigo.
—Las órdenes que di, fueron que los santos devueltos a la vida, vinieran al santuario de Athena y obtuvieran su cabeza. En ningún momento autoricé que más espectros salieran del inframundo, así que respondan, ¿fue Pandora la que les dio la orden?
El espectro traga grueso.
—No mi señor, fue el señor Radamanthys quien nos dio la orden de seguir a los traidores y cerciorarnos de que cumplieran con sus órdenes. Eso es lo que estábamos haciendo hasta que ese inútil humano nos encerró aquí.
El ceño de Hades se frunce aún más.
—Ese inútil humano, es la reencarnación de la diosa Perséfone, tu reina.
El espectro vuelve a tragar grueso.
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—Sentimos la ofensa, Zero-sama.
Zero sin entender, levanta la mirada, de esos espectros arrodillados frente a él, hacia Hades, quien simplemente se encoge de hombros.
—Recibirán su castigo, uno por la ofensa contra su reina y dos por invadir el santuario de Athena sin autorización.
Zero traga con dificultad, pues el que ya haya recordado parte de su vida como la diosa de la primavera, le hace estar consciente de aquellos castigos infundados por el dios del inframundo, que, aunque son pocos, los ejerce sin compasión. Asiente, aunque en el fondo quisiera pedirle que no los castigara.
—Ahora si me retiro, y como quedamos, vendré mañana para saber de Zeus.
Es entonces que Athena aclara su garganta, y tímidamente se acerca al dios de los muertos.
—Hades, si no es mucha molestia, me gustaría que dejaras a Shun aquí, en la tierra. Después de todo, él es uno de mis santos.
—Tu caballero, Athena, nació para ser mi recipiente en esta era. No puedo dejarlo solo porque tú me lo pides.
—Eso es ridículo —dice Zero, ganándose la mirada de Athena y Hades—. Tú tienes tu cuerpo, ¿por qué utilizar otro?
—Mi cuerpo está en los campos Elíseos...
—Pues entonces, levanta el maldito trasero y deja a Andrómeda libre.
Athena palidece, no solo ella, los, ahora trece santos dorados que están viendo aquella interacción, también lo hacen, no obstante, para sorpresa de estos, Hades suelta una estruendosa carcajada.
—Bien, si eso es lo que deseas, dejaré este cuerpo —responde para después caminar hacia Zero, y se detiene a escasos pasos de él—. Te veré mañana. —Y con esas últimas palabras, Hades reanuda su marcha, sus espectros junto a él, y cuando llegan a las sombras más oscuras que rodean el Santuario, el cuerpo de Andrómeda cae inconsciente.
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Siete hombres yacen arrodillados frente a la diosa Athena que permanece sentada en aquel lugar donde Shion y Saga, alguna vez también lo hicieron. Siete pares de ojos se niegan a mirar a la diosa a la que le juraron lealtad y a la que traicionaron en una sola noche. No, no pueden ni verla a ella y mucho menos a sus compañeros detrás de ella.
—¿Qué se supone que haremos con ellos? —pregunta Milo, que a pesar de la dureza con la que ha preguntado, Zero nota el dolor. Sin embargo, Athena no puede responder, pues en ese momento la puerta es atravesada por un chico con una armadura destruida.
—¿Saori, estás bien? —pregunta el chico de cabellos castaños y portador de la armadura de Pegaso. Detrás de él, Dragón y Cisne sujetan a un Andrómeda todavía inconsciente para que no caiga al suelo.
—Sí, Seiya, estoy bien gracias a Zero.
Seiya frunce el ceño, y entonces, escaneando su alrededor, se da cuenta no solo de la presencia de aquel extraño sujeto, sino también de aquellos dorados que perdieron la vida hace dos años.
—¿Qué...? ¿Qué hacen ellos aquí? —pregunta, incrédulo. Debe de ser una ilusión, pues no hay manera de que aquellos santos estén ahí, hincados ante Athena.
—Es una larga historia —responde Athena—, pero para acortarla, solo basta decir que no habrá ninguna guerra santa.
Seiya aún más sorprendido, no puede evitar dar un paso hacia ella.
—¿Cómo?
—Bueno, eso se lo debemos a Zero —vuelve a responder Athena mientras señala a Zero que ha optado por recargarse sobre la pared a la izquierda de Saori, lo más alejado posible—. Y aprovechando que están todos aquí, Zero, hazme el favor de acercarte para presentarte.
Zero suspira, se separa de aquella fría pared y toma lugar junto a Athena. Todas las miradas recaen en él.
Las presentaciones comienzan, cada santo es presentado con su debido signo, y cada santo baja aún más la cabeza como señal de respeto hacia aquel que les ha devuelto la vida, siendo Seiya el único confundido por tanto formalismo con aquel sujeto que ni santo es.
—Y, por último, te presento al antiguo patriarca del santuario, Shion, antiguo santo de Aries, y él —Athena señala a Zero—, él es Zero Kiryuu, la reencarnación de mi hermana Perséfone, la reina del inframundo.
Seiya abre los ojos con sorpresa.
—Eso... es una broma ¿verdad?
—No Seiya, no lo es, Zero es la reencarnación de mi hermana Perséfone, y gracias a él, las guerras contra Hades han llegado a su fin.
—Sin embargo, eso no responde a la verdadera pregunta —dice ahora Aioria—. ¿Qué se supone que haremos con ellos?
—Tal vez encerrarlos en Cabo Sounion —responde Kanon con un deje de burla en su respuesta. Saga a su lado, voltea a verlo con furia.
—No será necesario, Kanon —responde Athena—. Regresen a sus templos.
—Athena, no creo —comienza diciendo Shaka, pero es abruptamente callado cuando Saori levanta la mano.
—Sé que tienen una buena razón para hacer lo que hicieron, ¿me equivoco, Saga? ¿Aioros?
Saga y Aioros aprietan los labios, pero antes de volver a bajar la mirada, Saga le da un rápido vistazo a Zero.
Él lo entiende a la perfección, Shaka, Aioria, Aldebarán, Milo y Mu ahora confían en él, ellos sí, pero aquellos que hasta hace poco estaban muertos no. ¿Y quién los culparía?
Finge bostezar, estira sus brazos hacia el cielo antes de dirigirse a Saori.
—Saori, si no te molesta, me retiro, iré a descansar. —Después se dirige a Shion—. Espero no te moleste que esté ocupando tu habitación.
Shion algo sorprendido, no puede hacer otra cosa que negar, después de eso Zero sale de aquel salón para que Saori pueda hablar con total libertad con sus santos.
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—No pensé que fuera así de fácil —dice Yagari mientras se lleva un cigarrillo a la boca y levanta la vista para observar el gran Santuario. Apenas comienza a amanecer, y Yagari sabe que, aunque no es el momento adecuado para poder entrar, si le servirá para vigilarlo y armar un plan para poder sacar a Zero de ahí.
—Solo espero que cualquier excusa que tengas, sea lo suficientemente buena como para evitar que te ganes una buena tarde de entrenamiento.
No hay dudas, en especial cuando la energía de Zero, aunque ligera, está ahí. Yagari sonríe y comienza a caminar hacia aquel lugar que se levanta imponente.
Pero, mientras que Yagari camina hacia el Santuario de Athena, uno de los aviones privados de Kuran Kaname comienza con el aterrizaje. Cross todavía sentado logra ver el aeropuerto desde su ventana.
—¿Qué se supone que haremos? —pregunta Serien junto a él.
—Necesitamos encontrar la escuela donde ahora asiste Zero. Intentaré hablar con él, convencerlo para que regrese a la academia.
—No entiendo que interés tiene Kaname-sama con un sucio nivel E como Kiryuu —menciona Aidou, que, con porte relajado, no despega la mirada del libro que está leyendo.
—Eso no nos concierne Aidou, la pregunta aquí seria, ¿qué vamos a hacer si Kiryuu se niega a venir con nosotros? —pregunta Serien,
Kaien sonríe.
—Entonces regresará por las malas, es por eso que ustedes están aquí.
La vampiresa entorna los ojos, no muy convencida de aquello, aun así, asiente, mientras que Aidou, mira a Cross y a la fiel guarda espaldas de Kaname Kuran con aburrimiento.
