Compañera
"Hyozan ha vuelto" dijo en un susurro la joven deidad. "Es él quien ha estado detrás de la gema todo el tiempo, no tengo dudas. Ryu no pudo saber tantas cosas sobre la gema o sobre mi sin que él no se lo hubiera dicho."
Una parte de Ria aún se negaba a creer en la oscuridad del hombre que alguna vez amó, jamás, ninguna faceta que él le mostrara en el pasado, lo hizo ver como alguien codicioso de poder, pero la evidencia era casi infalible.
"Tal vez tu conclusión es muy precipitada"
"No, Mikage, no es así. Créeme, he reflexionado mucho sobre esto. Me resistí a aceptarlo, y aún ahora desearía estar equivocada, pero la verdad es innegable. Incluso si Ryu hubiera logrado arrebatarme la marca de diosa invernal, ningún otro dios caído podría haber utilizado esa marca para acceder a la gema. Solo uno de los dioses originales que participaron en el sello podría hacerlo. Y aunque yo no fui quien selló la gema, la marca de deidad invernal me hace apta porque perteneció a Hyozan, el dios que originalmente selló la gema. Esa marca es su legado, y él es el único que podría usarla para liberar el poder de la gema."
Mikage cerró los ojos, procesando las palabras de Korihana. "Hyozan no solo quiere la gema, quiere reclamar lo que considera suyo: su antigua posición, su poder, y probablemente… a ti."
Korihana habló con firmeza, pero sus ojos traicionaban un rastro de dolor. "No es a mí a quien busca realmente, Mikage. Es lo que represento, lo que aún conservo de él: su marca. Soy un medio para un fin, nada más."
Mikage abrió los ojos y la miró fijamente, sus cejas fruncidas con preocupación. "No seas tan rápida en descartar tu importancia para él. Hyozan fue un dios caído, pero no dejó de ser un ser con emociones, aunque estas hayan sido corrompidas con el tiempo. Si estás equivocada y él te quiere a ti tanto como quiere la gema, subestimar eso podría ser fatal."
Korihana negó con la cabeza, un brillo de determinación iluminando su mirada. "Dejé de importarle hace mucho tiempo, ambos lo sabemos."
"¿Es esa la razón por la que no quieres volver? ¿Temes reencontrarte con Hyozan? ¿Aún tienes sentimientos por él?" preguntó el rubio a su amiga.
"No se trata de sentimientos, Mikage," respondió finalmente, con la voz teñida de un matiz amargo.
Mikage cruzó los brazos, evaluando cuidadosamente sus palabras. "Sin embargo, hablar de él todavía te afecta."
"Es la duda…" Ria soltó un largo suspiro " desde el momento en que lo vi por última vez, siempre quise saber por qué se fue, por qué decidió desaparecer. Traté de responder aquello pensando en mil y un motivos. ¿Fue por mi? ¿Le era tan insoportable que prefirió desaparecer y dejar su lugar como deidad? ¿fue por la gema? ¿había planeado esto desde hace tanto?
Todo este tiempo creí que yo realmente había cambiado al hacerme inmortal, y sé que fue así pero ¿al punto de que Hyozan me viera como alguien totalmente distinta? Yo realmente llegué a creer que era otra persona, incluso cuando tú dijiste que no. Pero me cegó la incertidumbre, y con el tiempo estaba más segura de aquello, veía como los humanos y los inmortales eran tan diferentes, que dudé de tus palabras… creí que solo querías reconfortarme.
Mikage observó con una mezcla de preocupación y comprensión mientras Ria desahogaba sus pensamientos, su voz quebrándose ligeramente con cada palabra.
"Ria," comenzó, suavizando su tono, "la incertidumbre es el peor enemigo de la paz. Te carcome porque siempre busca respuestas, incluso cuando no las hay."
"Lo sé, pero en ese momento todo era confuso. No tenía sentido. Él desapareció, y yo… yo me quedé sola, intentando juntar las piezas."
"Sin embargo, parece que ahora pareces aceptar aquello que ya sabíamos. Me pregunto si aquel yokai que odia tanto a los humanos tuvo algo que ver."
Mikage estaba seguro que Sesshmaru había sido clave para devolver la esencia humana que su querida amiga había perdido hace tiempo.
"Es gracioso, pero sí, fue Sesshomaru quien me hizo ver,de forma literal, que era la misma. Cuando aún estabamos en nuestra búsqueda de Ryu, y la regresión me hizo cambiar de diosa a ninfa, creí que él me percibiría de forma diferente, tú lo sabes, en el mundo de las deidades, la esencia es lo que define lo que somos, para mí, mi esencia de diosa y de ninfa eran dos cosas totalmente distintas, porque son naturalezas distintas. Pero al parecer los yokais distinguen a los seres de forma distinta. Para él yo seguía siendo la misma, me reconoció como ninfa e incluso como humana."
"¡Qué curioso! Es un inuyokai, por lo que seguramente la forma principal de reconocerte sea… tu aroma"
El comentario puso una pequeña sonrisa y un ligero rubor en las mejillas de Korihana. Ella solo asintió debilmente.
"Sí," admitió Ria, su voz suave. "Fue desconcertante al principio. Yo me sentía completamente diferente, pero él no parecía verlo así. Para él, yo era la misma, sin importar cuántas veces mi esencia cambiara."
"Algo que permanece constante, incluso cuando cambias…"
Ria lo miró, sus pensamientos viajando hacia los momentos compartidos con Sesshomaru.
"Eso me hizo cuestionar, ¿cómo un extraño que apenas conocía podía verme tal cual y alguien quien se suponía veía todo en mí no?"
"Yo amé a Hyozan, pero confieso que nunca había sentido tanta tranquilidad y sociego, como en el tiempo que estuve con Sesshomaru. Ahora que lo pienso es muy curioso, ¿recuerdas las pesadillas que solía tener de vez en cuando?"
El dios asintió. "Sí, las recuerdo."
"En todo el tiempo que estuve en el pasado, nunca volví a soñarlas." Korihana hizo una pausa, su mirada perdida en el vacío mientras recordaba. "Cuando estuve con Hyozan, a veces no podía dormir bien. En mis sueños veía una sombra que se alejaba, y ese dolor siempre estaba ahí. Él siempre estuvo para calmarme, para consolarme, y nunca dejaré de estar agradecida por eso."
Mikage la miró con una expresión pensativa.
"Pero ahora me doy cuenta de algo... mientras estuve con Sesshomaru, no volví a tener esos sueños. No lo había notado hasta ahora."
— Mientras Hyozan había sido un refugio en momentos de tormenta, Sesshomaru había sido la calma misma.— pensó Mikage.
"Siempre creeré que aquellos sueños eran mi conciencia acusándome de lo que hice… dejé a mi padre, por algo que al final no valió la pena."
"La culpa es una sombra difícil de desprenderse, especialmente cuando lo que más queremos es redimirnos. Pero no todo lo que decidimos es en vano, Ria. Tienes que creerlo."
Korihana cerró los ojos, tomando un respiro profundo. "Lo sé. Pero siempre me atormentó la idea de que podría haber tomado otro camino, uno que no implicara perderlo todo..." Su voz se quebró ligeramente. "Lo dejé atrás, y no hay manera de revertir eso. No importa lo que haya hecho después, el daño ya está hecho. Es por eso que dudo en regresar. Volver a verlo no despertará en mí ningún sentimiento de añoranza, lo sé, pero sí la duda y el miedo de preguntar todo aquello que enterré hace mucho y que me confirmará que cometí un error irreparable."
Mikage la observó con una profunda comprensión, sin prisa por interrumpir sus pensamientos.
"Entiendo lo que sientes, ese temor de enfrentar lo que crees que podría destruir todo lo que ya has reconstruido. Pero esconderlo no lo hace desaparecer."
"¿Y si al final lo que encuentro es más dolor?" Su voz estaba marcada por una vulnerabilidad que pocas veces dejaba ver.
"Entonces, al menos habrás enfrentado ese dolor," respondió Mikage, " El no enfrentarlo es lo que te mantiene atada a la sombra de lo que no se ha resuelto."
"¿Cómo puedes estar tan seguro de que puedo hacerle frente?"
"Porque sé lo fuerte que eres. Conozco a la mujer que tengo delante de mi, y sé que hará lo correcto." dijo mientras apretaba suavemente su muñeca.
Aquellas palabras y gesto, le recordó a Ria la calidez de su padre. Desearía tenerlo a su lado, aunque sabría que seguramente le diría lo mismo que su amigo.
— ¿A caso, he criado a una cobarde? ¡Mi hija nunca ha faltado a su palabra! Ahora mismo irás a buscar esa gema y la traerás, lo sé. ¿Cuando algo te ha detenido de hacer lo que has querido? Eres una impetuosa. — Se lo diría burlonanmente y añadiría —Pero se cuidadosa y vuelve antes de la cena.—
Ese pensamiento le causó gracia, pero le dio el valor que necesitaba.
"Supongo que debo volver antes de que Tenkou envíe a alguien más" le dijo a Mikage "Necesitaré el incienso de Misuki una vez más"
"Me alegra oír eso… pero me temo que tu condición de ahora sea un problema"
Ria se miró a si misma comprendiendo que el dios de la tierra tenía total razón, como humana no lograría nada.
"Ese es un problema" susurró ella "¿Pero qué puedo hacer? Aunque aún soy la diosa del invierno, no tengo ningún poder divino. Y no creo que sea prudente pedir ayuda a Tenkou."
" Yo no puedo volverte inmortal o una deidad, pero puedo concederte algo de mi poder. No soy precisamente un espíritu de la nieve, pero creo que puede funcionar."
"Mikage…"
"No aceptaré una negativa" le dijo sonriendo "Solo tómalo y haz lo que debas hacer"
El rubio dios tomó la mano de la diosa humana y con delicadeza besó el dorso de su mano, al instante el símbolo divino de la tierra se dibujó en ella para luego desaparecer.
El dios cerró los ojos, a Ria le pareció que se había mareado un poco.
"Mikage, ¿estás bien?" se preocupó ella.
"Todo bien… Ufff, me siento más ligero." dijo riendo "no pensé que el poder podía sentirse tan pesado."
"Tonto, no bromees con eso" le regañó
"Bien, espera aquí iré por Mizuki y su incienso" dijo el dios antes de sair de la habitación.
— ¿Estaré haciendo lo correcto?— se preguntó. Sus oscuros ojos se desviaron a la imagen que había retratado hace unos momentos. Los fríos ojos ambar parecían juzgarla. — No importa si no quieres verme, te debo una disculpa y una razón— Ria recordó lo que la mantuvo días en inconciencia. Era su lucha interna por reconocer lo que su lado humano ya sabía desde hace tiempo. Se había enamorado de Sesshomaru.
— ¿Por qué él? ¿Por qué alguien que parece tan ajeno al amor? — se preguntó, aunque sabía que la respuesta no era simple. Sesshomaru era muchas cosas: arrogante, reservado, incluso despiadado, pero también era alguien que, contra todo pronóstico, había mostrado una lealtad inquebrantable y un sentido del honor que pocos podían igualar.
"Pequeña, parece que tenemos prisa" el tono agitado de Miakge la sacó de sus pensamientos.
"Mi señora" la voz frenética de Shimo y Fubuki sorprendió a Korihana, seguido de ellos entraron los espíritus guardianes del templo y Mizuki.
"Señorita Korihana, es terrible. Lo hemos visto y oído todo." dijo Kotetsu.
"Esa mujer trastornada, viene hacia acá, quiere interrogarla" continuo Onikiri
"¿De quién hablas?"
"La diosa del rayo. Estábamos comprando en el mercado celestial y vimos que sus sirvientes corrían apresurados de un lado al otro. Lo que supimos es que estaban preparando su carroza para buscarla a usted. La corte ya sabe que usted ha vuelto sin la gema y esa mujer quiere interrogarla."
"Aunque conociendo lo loca que es seguro quiere aprovecharse y desquitarse"
"Jamás le has agradado" agregó Mikage conociendo el fastidio que tenía Narukami por Ria, al ocupar el lugar de Hyozan cuando este desapareció y, tal vez, ella pudo haber estado interesada en el antiguo dios del invierno. Parecía molesta por haberlo perdido ante una "simple ninfa", menos mal ella no sabía que era humana.
"No hace falta que me lo digas" bufó la joven.
"Mi señora, debemos darnos prisa o…"
Un ruidoso trueno se escuchó no muy lejos del templo interrumpiendo las palabras del guardian serpiente.
"¡Oh no, está muy cerca!" gritaron tantos los espíritus kamaitachis como los sirvientes del templo.
"Mizuki, haz que Ria vuelva a la era Sengoku, iré a recibir a nuestra invitada"
El peliblanco asintió.
Shimo y Fubuki, ya no podían viajar en la palma de su ama como antes, pero se metieron en la bolsa encantada que la diosa solía tener. No iban a dejarla sola ni un momento, segurían a su señora a donde fuera necesario.
"Recuéstese, mi señora"
Ria lo hizo, pronto cerró los ojos y dejó que el aroma del incienso la envolviera, y tal como pasó antes, su cuerpo comenzó a desvanecerse hasta desaparecer.
Mientras tanto afuera una diosa hacía una rabieta por no poder pasar.
"Mikage, eres un tonto, primero poniendo a una tonta humana como diosa en tu lugar y luego cubriendo a esa inútil ninfa en una misión tan importante"
"Nanami hizo un gran trabajo como diosa de la tierra." le dijo sonriéndole sin inmutarse " Narukami, puedes pasar a tomar el té conmigo si gustas, pero no encontrarás a Korihana, ella está en su búsqueda de la gema y te aseguro que la traerá"
"¡Eres detestable!" gritó la engreída diosa antes de subir a su carroza de rayos y ordenar a su sirviente volver.
"Supongo que eso es un no al té" susurró el dios antes de girar sobre sí para volver a la casa.
Ria sintió cómo el aroma del incienso se desvanecía y su cuerpo que había estado recostado en cómodos cojines ahora sentía la dureza del suelo tierroso. Cuando abrió los ojos, no estaba en el bosque donde había llegado la primera vez.
Ante ella se alzaba un paisaje desolado: montañas escarpadas rodeaban un valle donde enormes huesos, amarillentos por el paso del tiempo, se erguían como monumentos de un pasado imponente. Aquel lugar era inconfundible: la tumba de Inu no Taisho, el gran señor perro y padre de Sesshomaru.
— Supongo que a diferencia de la vez pasada, ahora sí sabía a qué lugar llegar—
"Parece que hemos vuelto, mi señora"
Shimo y Fubuki salieron de la bolsita que llevaba la diosa humana.
"¿Puedes oler algún aroma conocido?"
Algo dentro de Ria tenía la esperanza de que podría volver a encontrar a Sesshomaru en aquel lugar, pues había sido el último donde lo había visto.
Los niños olfatearon el aire, pero al ser solo espíritus yokais, no tenían las mismas destrezas que otros demonios y menos de los sentidos de los inuyokais.
"Lo siento, mi señora, pero creo que no"
Ria suspiró, tratando de calmar la inquietud que se formaba en su pecho. Aunque no lo dijera en voz alta, la decepción se reflejaba en su mirada. Había esperado, tal vez de manera ingenua, que Sesshomaru estuviera allí. Pero este lugar estaba envuelto en un silencio sepulcral, como si incluso el tiempo temiera perturbar el descanso de Inu no Taisho.
—No importa, encontraremos la gema primero. Si Sesshomaru está aquí, lo sabremos en su momento. —
Shimo y Fubuki asintieron, caminando cerca de su ama mientras comenzaban a explorar el vasto valle. Los enormes huesos proyectaban sombras alargadas bajo la luz pálida, y el aire estaba cargado con una energía antigua que hacía que la piel de Ria se erizara, de pronto cerca de una gran cueva, una poderosa energía la llamaba.
"La gema… está allí, la puedo sentir"
Finalmente, llegaron a un espacio abierto donde un altar de piedra se alzaba entre los huesos gigantes. Sobre el altar, una luz etérea iluminaba una gema suspendida en el aire: el fragmento que Ria había venido a buscar.
"Ahí está… " susurró, sus ojos fijos en el objeto que parecía vibrar con un poder latente.
"No deberías acercarte… tal vez la gema no rechace tu toque, pero tu condición humana no te permitirá sostenerla por mucho antes de acabar contigo."
Esa voz. Ria sintió que sus manos temblaban al escucharla, un tono grave y autoritario que conocía demasiado bien. Giró lentamente, temerosa de lo que encontraría.
Allí, a unos pasos de distancia, estaba Hyozan. Su figura imponente era casi etérea bajo la luz tenue, y sus ojos de un azul gélido la observaban con una mezcla de emociones que no podía descifrar.
"Hyozan… "murmuró, sorprendida de encontrarlo allí y consciente del peso de su presencia.
El antiguo dios del invierno permaneció inmóvil, su capa blanca ondeando ligeramente bajo una brisa que parecía haberse levantado solo para él.
"Korihana, te estaba esperando" su tono suave y gentil la confundió.
"Esperándome…" repitió Ria, con la voz cargada de incredulidad. Dio un paso hacia atrás, tratando de mantener la distancia entre ellos. Aunque el tono de Hyozan era gentil, sabía que la fachada de calma podía ocultar intenciones mucho más complejas. "Es gracioso que lo diga quien desapareció para nunca más verme"
Hyozan inclinó ligeramente la cabeza ante el comentario de Ria, como si estuviera sopesando sus palabras. Una sombra de algo parecido al arrepentimiento cruzó sus ojos antes de desvanecerse, reemplazada por la habitual frialdad que lo caracterizaba.
"Tienes razón, Korihana," admitió, con una voz baja y contenida. "Me fui sin dar explicaciones. Pero eso no significa que no haya estado observándote."
Ria sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, pero no era miedo lo que sentía. Era una mezcla de enojo y confusión que no podía controlar.
"¿Observándome?" repitió, su tono teñido de incredulidad y frustración. "¿Por qué? ¿Para asegurarte de que cumpliera con las responsabilidades que tú abandonaste? ¿O simplemente para disfrutar del espectáculo mientras trataba de llenar un vacío imposible de ocupar?"
Hyozan no apartó la mirada de Ria, aunque sus ojos parecían volverse aún más fríos, como si una barrera invisible se levantara entre ellos. Sus labios se tensaron, y por un instante, pareció debatirse entre responder con sinceridad o preservar su orgullo. Finalmente, dejó escapar un suspiro que pareció cristalizar en el aire.
"Ni lo uno ni lo otro," respondió con calma, aunque su tono contenía un dejo de amargura. "No esperaba que llenaras un vacío, Korihana. Porque ese vacío nunca fue tu responsabilidad. Observé porque...me era imposible estar completamente desinteresado en ti, Ria"
"No te atrevas a llamarme de esa forma otra vez" escupió ella con rabia.
"Lo siento," dijo con una calma tensa, su voz más baja ahora. "No fue mi intención provocarte."
"No sé por qué ahora me dices esto, Hyozan," dijo finalmente, sus ojos ardientes. "Me dejaste sola, sin mayor explicación que porque era diferente mi yo humana de mi yo inmortal,sin una otra palabra. ¿Qué es lo que quieres de mí?"
Hyozan permaneció en silencio durante un momento, su mirada fija en Ria como si estuviera sopesando cada palabra que había dicho. Su postura permanecía erguida, casi inquebrantable, pero en sus ojos azules brillaba una chispa de algo que Ria no había visto en mucho tiempo.
El dios comenzó a caminar hacia ella y ella trató de retroceder, pero su fría mano en su mejilla la detuvo. Hyozan miraba maravillado el rostro de la mujer, parecía estudiar cada rasgo.
"Tus ojos son tan vívidos y brillantes como la primera vez que los vi"
Ria sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al sentir el contacto de su mano sobre su mejilla. La frialdad de la piel de Hyozan contrastaba con el calor que aún latía en su interior. Sus ojos, fijos en ella, estaban llenos de una intensidad que la desconcertaba.
"La primera vez que me viste…" repitió con burla " Yo era humana en ese entonces, ¿A caso vuelvo a llamar tu atención porque perdí mi inmortalidad y soy humana otra vez?"
"Auque no lo creas, nunca dejé de pensar en ti, incluso cuando perdiste esa humanidad tuya que me sigue fascinando." le susurró pasando un pulgar por su mejilla.
Ria intentó apartarse, pero la mano de Hyozan no la soltó. El roce de su pulgar sobre su piel parecía marcar una línea invisible entre lo que deseaba y lo que temía. La frialdad de su toque la calaba hasta los huesos, pero la intensidad en su mirada la hacía sentir una mezcla de contradicciones que la confundían más que nunca.
"¿Nunca dejaste de pensar en mí?" repitió ella, con una risa amarga, "Entonces, ¿por qué te fuiste?"
Hyozan inclinó la cabeza levemente, como si estuviera tomando en cuenta cada palabra, pero no parecía arrepentido. "Lo que sucedió no fue por elección mía. Fuiste tú quien cambió, tú quien... decidiste perder tu humanidad."
"¿Cómo te atreves a decir eso?" la ira le dio la fuerza suficiente para tomar la muñeca de la mano que sostenía su cara y apartarlo con brusquedad.
"Deja de fingir, sé que tu único interés es la gema. Pero no dejaré que la obtengas. El sello no se abrirá y nadie podrá hacer uso de ella."
"¿Y piensas tomarla y regresarla a que se llene de polvo en la habitación de tesoros de la corte? Eso es un desperdicio, querida. Yo lo he visto por milenios y es algo totalmente absurdo y soso de observar, el desperdicio de poder. "Esa gema..." susurró, con un deje de desesperación que rara vez había mostrado. "No es solo un objeto, Ria. Es lo que me permitirá ser el dios que siempre he debido ser y darle un cambio a este mundo tan monótono."
"¿De verdad crees que el mundo cambiaría solo por tener esa gema?" le espetó, soltando finalmente su muñeca y retrocediendo, respirando con rapidez mientras las palabras salían con una frialdad calculada. "El poder no cambia nada, Hyozan. Lo que tú buscas no es un cambio, es control. Quieres moldear el mundo a tu imagen, como si pudieras imponer tu voluntad sobre todo."
"No entiendes lo que realmente significa poseer la gema. No es simplemente poder, ni siquiera control. Es trascender. Es poder reescribir el destino, el futuro, y lo que hay más allá de lo que percibimos. Pero tú... tú no lo entiendes, ¿verdad? Aún si te converstiste en diosa… no lo comprendes. Yo he existido por siglos, observando cómo todo se repite una y otra vez, sin cambios, sin crecimiento. Y ahora... ahora tengo la oportunidad de hacer que todo se transforme."
"No importa el deseo que tengas, conoces como funciona la gema, ella solo otorgará su poder a quien considere digno de poseerla. Aunque seas una deidad, incluso si tomas mi marca de diosa y rompes el sello que la resguarda, alguien con tus oscuras intensiones no es digno, no podrás tomar el poder que tanto anhelas."
El ceño del dios invernal se frunció ante la ferocidad de la pequeña mujer frente a él, aunque una parte de él se fascinó por el fuego de su mirada.
"Lo sé, por eso envié a Ryu tomar tu esencia divina y no tu marca de deidad" sonrió socarronamente. " Tú quitarás el sello de la gema por mi"
Ria dio un paso hacia él, su mirada llena de desafío. "¿Has enloquecido? No voy a abrir ese sello para ti. Ni ahora ni nunca."
El dios dio otro paso más cerca de la mujer y sostuvo un mechón de su cabello con delicadeza. "Realmente he echado de menos tu gesto de enfado" dijo sonriendo.
Ria apartó el rostro de un tirón, liberándose del contacto. "No intentes disfrazar tus amenazas con palabras vacías, Hyozan. Si crees que puedes manipularme con tu fachada de nostalgia, estás más desesperado de lo que pensé."
Hyozan soltó una leve carcajada, baja y profunda, como el crujir del hielo bajo presión. "¿Manipularte? Oh, querida, no necesito hacerlo y te prometo que ni una sola vez lo intenté. No me atrevería a hacer algo que cambiara tu brío. Tu capacidad para desafiar incluso cuando todo está en tu contra. Es casi... encantador. Incluso cuando en tu juventud eras más dulce y dócil, siempre fuiste desafiante."
"Déjate de palabrerías"
"No tengo que engañarte sobre esto. Deseo la gema pero también te quiero de vuelta."
"¡Cállate! Solo te deslumbraba de mi, mi humanidad."
"Humana o inmortal, te quiero conmigo"
"No soy una de tus posesiones, Hyozan. No soy algo que puedas reclamar cuando te plazca."
"No eres una posesión, Ria," replicó él, su tono más bajo, más suave, pero no menos intenso. "Eres... la única constante que añoré cuando me alejé. Por eso, no puedo simplemente dejarte ir… No creo que tu amor por mi se haya desvanecido"
"Estás equivocado"
Ria apretó los puños, su respiración se volvió irregular mientras trataba de contener la tormenta que sus palabras habían desatado en su interior. "¿Amor? ¿Crees que todavía queda algo de eso?" Su voz era un susurro cargado de incredulidad y amargura. "Todo lo que hiciste... ¿Cómo puedes pensar que queda algo de amor en mi corazón para alguien como tú?"
Hyozan no apartó la mirada, sus ojos helados brillando con una intensidad que la hacía sentir atrapada, como si pudiera ver a través de todas las capas de su resistencia. "¿Y por quién si? ¿Ese yokai?"
El entrecejo de la mujer se frunció.
"Según sé, odia profundamente a los humanos y tú eres una."
"No sabes nada sobre él"
"¿Y tú crees conocer muy bien a Sesshomaru?"
"Sé que él no juega con las vidas ajenas ni se esconde detrás de promesas vacías"
"Oh, Ria... Siempre tan idealista", murmuró, su voz baja y peligrosa. "Los yokais toman lo que desean y lo desechan cuando se cansan."
"No creo que tengas la moralidad para hablar de aprovecharse de otros"
Su mirada se oscureció, un destello de celos aflorando en su pecho mientras se acercaba aún más a ella. "Ese yokai, Sesshomaru, nunca será capaz de darte lo que yo te ofrezco. Él solo ve a los demás como herramientas, piezas de un tablero que puede mover a su conveniencia. Pero yo... yo te veo, Ria. No como algo que pueda usar y descartar. Tú eres más que eso para mí. Y sé que en el fondo, tú también lo sabes."
Ria apretó los dientes, sintiendo cómo las palabras de Hyozan la retorcían por dentro, pero su resistencia permaneció intacta. "No soy un trofeo que puedas ganar, Hyozan. No soy tuya."
"Claro que lo eres", replicó él, su voz cargada de una posesividad tan evidente que la envolvía. "Tal vez no lo aceptes ahora, pero lo eres. Y cuanto más lo rechaces, más fuerte será mi necesidad de que lo entiendas. Porque no voy a permitir que ningún otro, especialmente ese yokai que parece serlo todo para ti, se lleve lo que me pertenece. Todo lo que quiero es verte ceder. Y cuando lo hagas… sabrás que nada, ni él ni nada más, podrá alejarme de ti."
Nunca había escuchado tal determinación en el dios, y eso asustó a Ria.
Ignorando a la deidad, Korihana se acercó a la gema tratando de obtenerla. La joya comenzó a resplandecer, como reconociendo la esencia de quien la libraría de su sello. Al notar esto Hyozan se apresuró a interponer su mano, listo para absorber la gema en cuanto esta se expusiera más a la joven humana.
De pronto una energía poderosa, comenzó a emanar de la gema, la joya comenzó a absorber la energía de su alrededor.
- Está conectándose con la energía de Hyozan -
Pero por el ceño fruncido del dios, Korihana comprendió que él no estaba dominando o absorbiendo el poder de la joya, sino lo contrario. Si esto seguí así la gema divina lo devoraría y lo destruiría.
- Tal como dicen las viejas escrituras, no importa quien lo intente, si la gema no lo considera suficientemente poderoso o digno, acabará absorbiendo a ese ser. La gema solo responderá al más poderoso. -
Hyozan trataba de imponerse, y en momentos parecía lograrlo, pero era en vano. Korihana no pudo permitir que algo así ocurriera, a pesar de lo ocurrido con el dios, algo en su interior se afligió con la idea de la destrucción de Hyozan, así que irrumpió la conexión haciendo que la gema emanara una fuerte descarga de poder que los expulsó a ambos de la frontera del inframundo.
Había algo extraño en el aire, el inuyokai podía sentirlo, aunque no sabía que era.
Un energía que nunca había sentido… Era fuerte, era densa y de alguna forma parecía llamarlo. Sus ojos dorados miraron intrigados al horizonte.
- Tal vez esto sea…-
Su pensamiento quedó interrumpido cuando una ligera brisa le trajo un familiar olor a ciruelo fresco. Su respiración se entrecortó en cuanto lo reconoció.
"Ria" sus ojos centellaron en dirección hacia donde provenía el aroma y salió disparado.
Sesshomaru no podía creer lo que veía. Aquella mujer que se había desvanecido ante sus ojos hace algunos días. Aquella que le provocó la intranquilidad más agónica que nunca había sentido, y a la cual había decidido dejar en el olvido. Reaparecía ante el tan frágil, tan humana. Con esa debilidad que tanto odiaba, pero de la que no podía rehuir.
La acunó en sus brazos, inspeccionando los raspones en su rostro.
"¿Por qué siempre logras hacerte daño?" preguntó en voz baja, conciente de la inconciencia de la mujer.
"Ria" la llamó con firmeza.
Korihana gimió débilmente ante el sonido de su voz, su respiración irregular mientras su cuerpo se estremecía levemente en sus brazos. Sesshomaru la sostuvo con más firmeza, sintiendo la fragilidad en la calidez de su piel, en la manera en que su cuerpo apenas respondía.
No le gustaba esto.
No le gustaba verla así.
Su ceño se frunció.
Había jurado que no volvería a buscarla. Había decidido que su destino ya no era asunto suyo, que si había desaparecido, era mejor así. Que una humana, sin importar lo que hubiese significado, no debía afectar su juicio.
Y sin embargo… ahí estaba.
Y él había corrido hacia ella sin dudarlo.
Un chasquido de molestia escapó de sus labios.
—Despierta —ordenó, su tono firme, pero sin la frialdad de siempre.
Korihana gimió de nuevo, su ceño frunciéndose ligeramente antes de que sus ojos se entreabrieran, vidriosos y confusos.
Por un momento, su respiración se detuvo.
—S-Sesshomaru…
Su voz era apenas un susurro, pero el sonido de su nombre en sus labios lo ancló al suelo de una manera que no podía explicar.
Ella parpadeó, como si tratara de asegurarse de que no era una ilusión, y sus ojos se llenaron de algo que él no pudo definir del todo.
—¿Estoy soñando…?
Sesshomaru desvió la mirada, incapaz de responder a eso.
—Estás aquí. —Su voz sonó más baja de lo que pretendía.
La mujer cerró los ojos un instante, como si procesara la realidad de su situación. Luego, su mano temblorosa se aferró débilmente a su kimono.
—No me sueltes… —susurró, apenas audible.
Sesshomaru no respondió.
Pero tampoco la soltó.
Sesshomaru sostuvo su mirada por un instante, leyendo en sus ojos algo que no estaba seguro de querer comprender. Ella estaba débil, vulnerable, y sus palabras, ese "No me sueltes", se anclaron en su mente con una intensidad que no le gustó.
Él no tenía por qué responder a ese pedido. No tenía por qué sostenerla entre sus brazos como si eso significara algo. Y, sin embargo, no la apartó.
Korihana cerró los ojos un instante, su respiración aún irregular, pero el agarre de sus dedos en su kimono se mantuvo firme.
El inuyokai suspiró con imperceptible molestia.
—¿Qué sucedió? —preguntó, su tono imperturbable, aunque sus garras se aferraban ligeramente a la tela de su ropa, sintiendo su calor traspasarla.
Korihana no respondió enseguida. Su mente aún estaba nublada, el cuerpo le pesaba y la sensación de ser sostenida con tanta facilidad la hacía sentir irreal.
—La gema… el sello… Hyozan…
Sesshomaru entrecerró los ojos sin comprender el sin sentido de la mujer.
—Quería… —Su voz se quebró, y su respiración se aceleró levemente. Algo en su mente revivió la sensación de la energía de la gema absorbiendo todo a su alrededor, la fuerza brutal que casi la consume junto con él.
Sesshomaru lo notó.
Apretó los labios con leve desaprobación.
—No tienes la fortaleza para hablar de ello ahora.
Ella quiso replicar, pero su cuerpo protestó antes de que pudiera hacerlo.
El yokai la observó un momento más antes de ponerse de pie con ella aún en sus brazos.
—Descansarás.
Korihana se tensó ligeramente.
—No necesito…
Sesshomaru la silenció con una mirada.
—No estás en condiciones de discutirlo.
— ¿Dónde están Shimo y Fubuki?
— Aquí solo estabas tú.
— Seguramente la gema los expulsó en otra dirección. — Dijo para sí mismo la ex deidad.
— Descansa por ahora, ya aparecerán.
Ria no halló sentido en discutirlo, sabía que poco o nada podía hacer ahora, así que obedeció. Apoyada en el arbol dónde la había puesto el yokai, la castaña durmió con la serenidad que sabía solo le proporcionaba el feroz yokai.
Al caer el crepúsculo, la mujer ya había despertado, pero no halló señales del peliplateado, más que una tela amarilla que estaba atada alrededor de su brazo. Con suavidad acarició con su mano libre el improvisado vendaje que el yokai había hecho. Su corazón, a pesar de todo lo vivido aquel día estaba extasiadamente feliz.
Verlo fue todo lo que necesitó para saber que, la lucha que tuvo con su parte humana sobre sus sentimientos por el inuyokai era en vano, en el fondo lo sabía, sabía que su corazón se había rendido ante el yokai de la luna creciente.
La añoranza y vacío que sintió el tiempo que pasó en su era, desaparecieron en el instante que sus orbes oscuros chocaron con el dorado de sus pupilas.
Suspiró, cerrando los ojos un instante, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaban con desbordarse. No debía ilusionarse. No debía malinterpretar los actos de Sesshomaru. No ahora.
Aún así, sus dedos se aferraron con fuerza a la tela amarilla. Un simple vendaje… y, sin embargo, algo tan significativo.
"Pero se ha ido, así que supongo que la felicidad de nuestro encuentro es unilateral…"
Intentó convencerse de que no importaba. Que el simple hecho de haberlo visto y saberlo a salvo debía ser suficiente. Pero entonces, ¿por qué su pecho dolía de esa manera?
El viento sopló con suavidad, enredando mechones de su cabello y trayendo consigo el lejano murmullo del bosque. Miró a su alrededor, la sombra de los árboles alargándose con el paso del tiempo. Debía moverse, buscar a Shimo y Fubuki, asegurarse de que estaban bien.
Pero sus pies no respondían.
Porque en el fondo, aún esperaba.
Esperaba que él volviera.
Esperaba que, por primera vez, Sesshomaru la eligiera sin que hubiera una razón lógica, sin que la necesidad de protegerla fuera su única motivación.
—Tonta… —susurró para sí misma, soltando una leve risa amarga.
Y entonces, un sonido rompió la quietud del crepúsculo.
El crujido de hojas pisoteadas.
Su cuerpo se tensó al instante, sus sentidos alertas. De pronto con una velocidad poco perceptible para su actual forma humana su rostro estaba hundido en una suave estola blanca.
"Terca obstinada… ¿a dónde crees que vas?"
La gelida voz del yokai la reprendió.
Ria se quedó inmóvil por un instante, su respiración atrapada en su garganta. El aroma inconfundible de Sesshomaru la envolvió, mezclado con el leve rastro de la brisa nocturna.
—¿Por qué…? —murmuró, su voz apenas un susurro.
—Te dije que descansaras —replicó él con severidad.
Sintió cómo la estola se enredaba con más firmeza alrededor de su cintura, impidiéndole cualquier intento de apartarse. Su corazón latía con fuerza contra su pecho, y por un momento, se preguntó si él podía oírlo.
—Pensé que te habías ido.
—Hn.
Una respuesta vaga, como siempre. Sin embargo, su sola presencia disipaba todas las dudas, todo el temor, toda la melancolía que la había inundado momentos antes.
Ria cerró los ojos un instante, sintiendo el calor inesperado que provenía de la estola. Era Sesshomaru. Siempre tan frío, tan lejano… y aun así, protegiéndola de nuevo.
—¿Siempre harás esto? —preguntó en voz baja—. ¿Aparecerás cada vez que esté a punto de convencerme de que debo olvidarte?
Silencio.
Pero entonces, la presión en su cintura se intensificó, y sin previo aviso, la elevó en el aire con su estola, situándola frente a él.
Sus ojos dorados la observaron con intensidad, sin apartarse ni un instante de los suyos.
—Sesshomaru…
—Calla.
Y antes de que pudiera procesar lo que ocurría, él se inclinó levemente, acercándose, su calidez tan inesperada como abrumadora.
Ria sintió cómo su respiración se entrecortaba cuando el rostro del yokai quedó peligrosamente cerca del suyo. Su mente le gritaba que se alejara, que no se permitiera caer aún más en la trampa de su propio corazón, pero su cuerpo se negó a obedecer.
Sesshomaru no apartó la mirada ni un instante. Sus ojos, fríos e indescifrables como siempre, tenían un brillo contenido, uno que ella no supo interpretar.
—Eres una insensata —murmuró, su voz baja, apenas un soplo contra sus labios—. Siempre creyendo que puedes alejarte.
—Tonta… —su voz fue un gruñido bajo, casi como un rugido, mientras sus manos, con una fuerza que no había mostrado antes, la apresaban por los hombros, forzándola a mirarlo—. ¿Creíste que te dejaría ir tan fácilmente? He sentido la ausencia de tu estúpida fragilidad en mi vida. He vivido con este vacío desde que desapareciste.
— Yo…—
Ria intentó hablar, pero sus palabras se ahogaron en su garganta, atrapadas por el peso de la mirada de Sesshomaru, la intensidad de su presencia. Su pecho se tensó con la fuerza de sus palabras, y un ardor inexplicable recorrió su cuerpo, como si la furia del yokai la estuviera marcando.
—Yo... no... —Ria no pudo terminar la frase, su mente confusa, sus pensamientos desbordados. El contacto de él era tan firme, tan invasivo, y al mismo tiempo, algo en su interior lo anhelaba con desesperación.
La mirada de Sesshomaru se suavizó apenas, pero no fue suficiente para ocultar la tormenta interna que lo consumía. Lo que había dicho antes ya no era solo palabras, sino la confesión de un sentimiento que lo arrastraba. La forma en que la miraba, tan intensamente, tan feroz, como si estuviera luchando consigo mismo, hizo que Ria se sintiera pequeña bajo su mirada.
— No voy a dejar que te alejes. No esta vez.—
Ria sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, y antes de que pudiera articular una sola palabra más, las manos de Sesshomaru se deslizaron hacia su cuello, atrayéndola hacia él con una fuerza brutal. En un parpadeo, sus labios chocaron con los de ella en un beso tan ardiente y demandante que la hizo perder el sentido de todo lo que la rodeaba.
El calor de su boca sobre la suya la hizo temblar, pero no había espacio para dudar. La furia de su deseo era palpable, y Ria se sintió completamente consumida por él. Sus labios se presionaban con tal desesperación que el contacto parecía querer marcarla, reclamarla.
El calor del yokai la envolvía por completo, y no importaba cuán frío y distante fuera en su naturaleza, en ese momento, era solo fuego. El fuego que quemaba todo a su paso, que borraba cualquier duda, cualquier temor.
En ese momento, todo lo que había sido distante y lejano entre ellos desapareció. No había más barreras, no había más dudas. El tiempo, la lógica, el futuro… todo se desvaneció. Solo existían ellos dos, atrapados en el instante, consumidos por lo que no podían evitar.
Sesshomaru, en su impulso, mordió su labio inferior con fuerza, haciendo que Ria emitiera un suave gemido de sorpresa y deseo. Era como si quisiera marcarla, dejar una huella en ella que no pudiera ser borrada. Y Ria, perdida en el torbellino de sensaciones, no lo detuvo, sino que se entregó por completo.
La necesidad de control de él, la desesperación de ella… todo se fusionó en ese beso, imparable, como una tormenta desatada.
El inuyokai, por su parte, parecía luchar contra la tormenta interna que lo consumía. Había algo primal en él, una necesidad tan profunda que, por un momento, dejó a un lado su frialdad habitual. El toque de Ria, su cercanía, la suavidad de su cuerpo bajo sus manos… todo parecía hacerlo perder la compostura. Era como si todo lo que había creído saber sobre sí mismo estuviera desmoronándose, pero no le importaba. Ya no.
—No vas a irte. —La voz de Sesshomaru era baja, casi un susurro, pero tan firme que Ria no pudo evitar estremecerse ante la determinación que se reflejaba en su mirada dorada.
Ria no respondió de inmediato. Su mente estaba en un torbellino, pero una parte de ella sabía, sin lugar a dudas, que no quería irse, que no quería separarse de él. Nunca más.
Él la miró con una intensidad feroz, como si pudiera leer cada uno de sus pensamientos y cada una de sus inseguridades, pero también, como si estuviera reclamando algo más profundo de ella, algo que ella misma no sabía que necesitaba hasta ese momento. El deseo, la furia, la desesperación, todo se mezclaba en su ser mientras, a su alrededor, el mundo parecía desaparecer, eclipsado por su presencia.
"¿Qué has hecho de mí?" pensó, la pregunta sin respuesta. Él no quería saberlo, no ahora. "He visto tu rostro en todas partes desde que te fuiste, y me ha hecho sentir miserable"
Él deslizó una mano hacia su rostro, tocando su mejilla con una suavidad que no coincidía con la urgencia de su cuerpo. La caricia fue breve, un contraste con el caos que lo envolvía, pero suficiente para que Ria sintiera que su corazón latía de manera diferente, más fuerte, más consciente. Ella se acercó involuntariamente a él, como si algo dentro de ella lo deseara más que cualquier otra cosa.
—No te vayas… — una súplica apenas audible había salido del yokai.
El toque de su mano sobre su rostro, cálido y suave, se extendió como un fuego que quemaba lentamente su piel, pero la cercanía de él la hacía sentir que el aire se volvía pesado, su pecho oprimido por una necesidad de más. La suplicante suavidad en su voz, que nunca antes había escuchado, la desarmó por completo. ¿Era realmente él?
La intensidad con la que la miraba dejó claro que no podía permitir que ella se alejara, no después de haberla encontrado nuevamente, no después de haber pasado tanto tiempo en la oscuridad, solo con su recuerdo.
Ria sintió cómo su corazón latía como un tambor, martillando en su pecho, mientras sus manos, que antes parecían temblorosas, se aferraban a él como si la vida dependiera de eso. Sin pensar, se levantó ligeramente sobre las puntas de sus pies, un pequeño pero desesperado gesto para acortar aún más la distancia entre sus labios.
Su mirada ardía con una intensidad casi salvaje, como si ella fuera su última esperanza, su única razón para existir.
"¿Entiendes a quien perteneces?"
Era una demanda de posesión, pero también una pregunta que iba más allá de lo físico, un interrogante que tocaba la esencia misma de su ser. ¿Qué significaba pertenecer? Y si lo entendía, ¿realmente quería entenderlo?
—Lo sé... —su voz salió quebrada, como si le costara reconocer lo que en su interior ya sabía. No podía huir. Estaba demasiado cerca de él, y, en ese instante, no quería hacerlo.
Con los ojos cerrados, Ria se acercó aún más, el roce de su cuerpo contra el de él una llamada silenciosa, una rendición que no requería consentimiento verbal. El latido de su corazón, ahora sincronizado con el de él, se convirtió en su única respuesta. El suspiro que escapó de sus labios fue todo lo que pudo ofrecer, y a pesar de que no había respuesta explícita, todo en ella gritaba "sí".
El daiyokai inclinó su cabeza, acercándose a ella una vez más, como si, al hacerlo, sellara lo que acababa de escucharse. Su beso, ahora más suave, más profundo, fue la culminación de todo lo que había estado acumulándose entre ellos, un acto que no solo unía sus cuerpos, sino también sus almas.
El crujido de la manzana entre sus dientes resonó en la tranquilidad de la mañana. Ria la sostuvo entre sus dedos, observando el rojo vibrante de la fruta mientras meditaba sobre las horas previas. Había algo desconcertante en la calma que la había inundado al encontrarlo aún allí, observándola en silencio, como si él también intentara comprender lo que ahora los unía.
Suspiró, mordiendo nuevamente la manzana, permitiendo que el dulzor se mezclara con el sabor agridulce de sus pensamientos. No podía evitar recordar la mirada de Sesshomaru cuando le había comenzado a contar lo sucedido a su regreso. No la interrumpió ni una sola vez, pero su semblante imperturbable ocultaba lo que realmente pensaba. Sabía que, aunque no lo demostrara, ya había atado los cabos por sí mismo.
—Hyozan robó la gema desde el principio —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
Sesshomaru no reaccionó de inmediato, pero sus ojos dorados la observaron con fijeza, esperando que continuara.
—Lo descubrí cuando peleabas con Ryu. El poder de purificación que tenía, no es propio de un yokai, era de una deidad, de Hyozan, tenía su marca invernal. —Se detuvo un momento, presionando la manzana entre sus dedos—. Siempre estuvo allí, en las sombras… esperándome.
Sesshomaru desvió la mirada, pero su expresión no cambió. Él ya había sospechado que su relación con Hyozan había sido más profunda que la de un simple maestro y discípula. Y ella lo sabía. No tenía sentido ocultarlo.
—Nos conocimos cuando yo aún era humana —admitió, con una media sonrisa melancólica—. En ese entonces, yo era débil, frágil… mortal. Pero él me enseñó a ver más allá de eso, a comprender que la inmortalidad no era solo un privilegio, sino una carga… Y sin embargo, lo elegí. Lo elegí porque lo amaba.
Ria giró la manzana entre sus dedos, observando la piel roja antes de darle un nuevo bocado. Saboreó el dulzor antes de continuar:
—Nací en el futuro… unos doscientos años después de este momento, en lo que será la era Edo.
Se detuvo, dejando que sus propias palabras se asentaran en el aire. Era la primera vez que lo decía en voz alta en mucho tiempo.
—Allí, mi vida era sencilla.
La sonrisa que curvó sus labios fue leve, teñida de nostalgia.
—Crecí sola con mi padre. Mi madre murió poco después de darme a luz, pero él nunca permitió que su ausencia se convirtiera en una sombra en mi vida. Decía que yo era una plegaria contestada por los dioses.
La palabra quedó suspendida en el aire, pero Sesshomaru no reaccionó. No de inmediato.
Sesshomaru permaneció en silencio, pero ella sabía que la escuchaba con atención.
—Mis padres no podían tener hijos. Cada intento terminaba en pérdida. Pero durante un invierno particularmente cruel, hicieron su última súplica. Mi padre contaba que la primera nevada apenas había comenzado a caer cuando rogaron por un milagro.
Su mirada se perdió en el horizonte, recordando las palabras de su padre.
—Poco después, un ciruelo floreció en medio del frío. Y cuando nací, mis ojos tenían motas del mismo color que las hojas de aquel árbol. Mi padre siempre creyó que los dioses me enviaron como respuesta a su deseo.
"Korihana, flor de hielo" Pensó. El yokai comprendió entonces el origen de su nombre.
El viento agitó su cabello, pero ella no se inmutó.
—Él no era japonés por linaje —continuó—. Su familia descendía de un reino en la península del continente. Allí, la primera nevada del año es sagrada, el momento en el que los deseos pueden ser escuchados… y el suyo fui yo.
Un atisbo de ternura cruzó su rostro.
—Era un hombre de muchas vidas. Comenzó como comerciante, fue guerrero, y luego encontró su verdadera pasión: la música. Trabajaba en un teatro cuando conoció a mi madre. Ella era cantante, con una voz tan hermosa que él decía que incluso los dioses habrían guardado silencio para escucharla.
Su expresión se suavizó un instante, pero luego su agarre sobre la manzana se tensó.
—Pero cuando ella murió… él cambió. Se sumió en el dolor, aunque nunca permitió que su tristeza me afectara. Me crió con todo el amor que le quedaba, asegurándose de que nunca me sintiera sola.
Suspiró, hundiendo los dedos en la piel de la fruta.
—Dejó la música y se convirtió en herbolario. Yo lo ayudaba con su oficio, pero mi verdadera pasión siempre fue otra.
Finalmente, levantó la vista y encontró la mirada de Sesshomaru.
—Yo solo quería pintar. Ese era mi destino… o al menos, eso creía.
El silencio entre ellos se extendió, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que se asentaba con el peso de la verdad.
—Y, sin embargo, terminé eligiendo un camino completamente distinto.
—Por él renuncié a mi humanidad y… a mi padre. —
—No lo volví a ver. Ni siquiera sé cuánto tiempo vivió después de que me fui. Porque no me era permitido tener contacto con mis lazos humanos. Pero la verdad es que… nunca dejé de extrañarlo —confesó, con una sonrisa amarga—. Durante años quise saber si estaba bien, si era feliz, si alguna vez me perdonó. Pero la inmortalidad tenía reglas…—
—A veces me pregunto si esperó por mí. Si cada invierno se paraba frente al ciruelo florecido, esperando que volviera. Deseaba que conociera la tierra de sus ancestros, habíamos prometido que viajaríamos a ella.
La idea la consumía, pero no se permitió derramar una lágrima.
— ¿Alguna vez fuiste?
—No —susurró al final—. Nunca fui, tenía miedo.
Ria desvió la vista, como si al hacerlo pudiera escapar del peso de sus propias palabras. No sabía si esperaba comprensión, enojo o simple indiferencia de parte de Sesshomaru. Lo que sí sabía era que, al decirlo, sintió una extraña sensación de liberación.
— No creo que esa haya sido la voluntad de tu padre.
El yokai, reflexionó en su propia historia con su padre, tan compleja como era, aún así sabía lo que Inu no Taisho deseaba para él, a pesar de que nunca lo aceptó. Sin embargo, ahí estaba él, frente aquello que quería proteger y guardar a toda costa, ella.
"¿Tienes algo qué proteger?" sus palabras resonaron en su cabeza. Ahora lo entendía mejor, su padre había querido decirle. "Encuentra lo que debes proteger."
Ria alzó la mirada, sorprendida por sus palabras.
—¿Qué…?
—Si él deseaba que viajaras a la tierra de sus ancestros, ¿por qué te negarías a cumplirlo? —Sesshomaru la observó con su expresión inmutable, pero su tono tenía un peso que ella no pudo ignorar—. No es miedo lo que te detiene. Es culpa.
Ria apretó los labios. No podía negar la verdad en sus palabras. Había pasado tanto tiempo diciéndose que era el temor lo que la mantenía alejada… pero, en el fondo, sabía que era más que eso.
Ella soltó una risa breve y amarga. No es que no supiera desde antes, lo que yokai decía, es solo que no quería enfrentarlo.
—Hablas como si fuera tan sencillo.
—No lo es —Sesshomaru sostuvo su mirada con la misma firmeza con la que blandía Bakusaiga—. Pero tú no eres débil.
La afirmación la tomó por sorpresa. No porque no lo supiera, sino porque no esperaba oírlo de él.
El viento sopló con más fuerza, revolviendo los mechones de su cabello suelto. Ria cerró los ojos un instante, sintiendo el frío contra su piel.
—¿Qué harías tú? —preguntó, sin mirarlo—. Si fueras yo…
Sesshomaru no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se alargó, solo interrumpido por el susurro del viento en los árboles.
—No soy tú.
Ria sonrió sin humor.
—Lo sé.
— Pero si es tu deseo ir, te acompañaré.
Ria abrió los ojos de golpe, girando el rostro para buscar la expresión de Sesshomaru, pero como siempre, su rostro era inescrutable. Sin embargo, sus palabras cargaban un peso que no podía ignorar.
—¿Por qué? —preguntó con cautela.
Sesshomaru no apartó la mirada de ella.
—Porque así lo he decidido.
Era una respuesta tan suya, tan absoluta, que Ria sintió un nudo formarse en su pecho.
—Sesshomaru…
— En cuanto a la gema, parece que no podrá obtenerla sin ti.
— Él espera que se la entregue voluntariamente.
—Patético.
—Él cree que sigues siendo suya —continuó Sesshomaru, su expresión imperturbable, pero su tono cargado con un filo apenas contenido—. Que aún puede hacer que vuelvas a su lado.
Ria sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Está equivocado —susurró, más para sí misma que para él.
Sesshomaru inclinó el rostro apenas un poco, observándola con esa mirada dorada que parecía atravesarla.
—Entonces asegúrate de que lo entienda.
El peliplateado la observó en silencio, pero su mirada se endureció con una promesa implícita: no lo permitiría.
El viaje de regreso hacia la tumba de Inu no Taisho avanzaba sin contratiempos, pero Ria sentía cómo el agotamiento comenzaba a pesar en sus huesos. A pesar de su tenacidad, su cuerpo no había sanado del todo. Sesshomaru lo notó.
—Nos detendremos aquí.
Su tono no admitía discusión.
Ria lo miró con cierta sorpresa cuando señaló una fuente termal oculta entre las rocas, el vapor elevándose en espirales en el aire frío.
—Estoy bien —replicó, aunque en el fondo sabía que mentía.
Sesshomaru no se dignó a responderle. Simplemente la observó con esa mirada que no dejaba lugar a dudas.
—No tiene sentido seguir si estás en ese estado. Repón tus fuerzas antes de que nos retrasemos aún más.
Su voz era severa, pero ella captó la preocupación implícita en sus palabras.
Suspiró con resignación.
—Está bien… solo un momento.
Sesshomaru se apartó, dándole privacidad. Ria se despojó de sus ropas y se sumergió en el agua caliente con un suspiro de alivio. El calor envolvió su cuerpo adolorido, relajando la tensión en sus músculos. Cerró los ojos por un instante, disfrutando de la sensación.
Al poco tiempo, su mirada se desvió hacia él. Sesshomaru permanecía a unos pasos de la orilla, de espaldas a ella, con su porte imponente y su expresión inescrutable.
—Si sigues de pie en la oscuridad como un espíritu errante, voy a empezar a creer que me espías —comentó con diversión, sin abrir los ojos.
— Actúas como una niña
—¿No crees que a ti también te vendría bien relajarte un poco?
Sesshomaru no respondió de inmediato.
—No lo necesito.
Por un momento, solo se escuchaba el sonido del agua y el viento entre las hojas cercanas. Finalmente, ella se sumergió más en el agua, solo para salir de su propia cabeza por un rato.
—¿Debería ser yo quien te traiga? — La bata mojada de apegaba a su cuerpo, mientras hacía ademán de salir del ojo de agua.
Sesshomaru no se movió ni un centímetro. Su mirada fija al horizonte no cambió, pero sus ojos brillaron con una intensidad que denotaba su falta de disposición a ceder.
—No hace falta —respondió con calma, su voz grave como siempre.
—¿No lo necesitas? —Ria inclinó la cabeza con una media sonrisa—. No me digas que te asusta el agua caliente.
Sesshomaru la fulminó con la mirada, pero ella no se inmutó.
—Vamos, Sesshomaru. Un baño no te hará daño.
Ella insistió lo suficiente como para que él, a regañadientes, finalmente accediera. Con movimientos pausados, se quitó la armadura y se deshizo de las capas pesadas de su vestimenta, revelando su piel impecable y marcada solo por el eco de antiguas batallas.
Cuando él se deslizó en el agua, Ria lo observó con cierta fascinación. Había algo hipnótico en la forma en que la luz de la luna perfilaba su figura, en la manera en que el agua se deslizaba sobre su piel. Era imposible ignorar la perfección de sus rasgos, la fuerza y elegancia que emanaba incluso en un momento tan simple como ese.
Sesshomaru, por su parte, se encontró haciendo lo mismo. Quiso atribuirlo al hábito de estar siempre alerta, pero era más que eso. Aunque jamás lo admitiría, había algo en la forma en que el vapor rozaba la piel de Ria, en la delicadeza de sus rasgos humanos, que le resultaba extrañamente encantador.
Ria lo observó en silencio, su mirada curiosa, aunque su rostro se mantenía serio, intentando no dejarse llevar por las emociones que aquella simple escena le provocaba. Sin embargo, no podía evitar sentir una pequeña chispa de satisfacción al ver a Sesshomaru, normalmente tan reservado, aceptar su invitación, aunque fuera de manera renuente.
El silencio entre ellos era profundo, solo interrumpido por el suave sonido del agua. Sesshomaru, por su parte, seguía inmóvil, observando el paisaje a lo lejos, como si intentara despejar su mente de cualquier distracción. Pero a pesar de su postura distante, había una calma en su rostro, como si el agua caliente estuviera haciendo su efecto, aliviando su dureza habitual.
Ria se acercó un poco más, sus ojos brillando con una chispa traviesa.
—Déjame lavar tu cabello.
Él la miró, frunciendo ligeramente el ceño.
—No hay necesidad.
—Por supuesto que la hay. ¿Cuándo fue la última vez que alguien lo hizo por ti?
Sesshomaru desvió la mirada. No era algo en lo que solía pensar.
Pero, aunque la duda se instaló en su mente, no la rechazó de inmediato. Algo en la propuesta de Ria, en su tono casual y desinteresado, lo hizo sentir una extraña sensación de... comodidad. La misma comodidad que nunca había experimentado en su vida de guerrero solitario. La voz de Ria, suave pero firme, lo obligó a mirarla nuevamente, y por un instante, algo en su interior vaciló.
—No veo la importancia.
—Yo sí.
Sin darle oportunidad de negarse, Ria tomó un poco de agua entre sus manos y la dejó caer sobre su cabello plateado. Sesshomaru permaneció inmóvil, pero no la detuvo.
Finalmente, Sesshomaru, como si se rindiera ante la inevitable gentileza de la situación, asintió apenas.
Ria sonrió y, con movimientos suaves, comenzó a acariciar sus cabellos plateados, los cuales brillaban bajo la luz de la luna como hilos de plata. Sus dedos se deslizaban a través de su melena, acariciando y desenredando cada hebra con la misma delicadeza con la que lo había hecho con su propia melena en otras ocasiones. La sensación de tocarlo, de tenerlo tan cerca en ese momento tan sencillo, le dio una extraña paz, como si sus mundos, tan diferentes, pudieran conectarse brevemente a través de un acto tan humano.
Mientras lo hacía, Sesshomaru no pudo evitar notar cómo el vapor que se elevaba de las aguas se enroscaba alrededor de ella, tocando su piel de manera efímera, casi como si el aire mismo quisiera acariciarla. La luz tenue resaltaba la suavidad de sus rasgos, la delicadeza de sus movimientos y la calidez con la que parecía invadir cada rincón de la oscuridad de esa noche.
La imagen de Ria, allí en la fuente termal, con el agua y el vapor rodeándola, se le grabó en la mente de una manera que no pudo comprender por completo. Había algo en ella que lo hacía sentir... protector, incluso vulnerable.
Finalmente, después de un rato en silencio, Ria habló de nuevo, su tono suavizado por el acto compartido.
—Nunca pensaste que podrías permitir que alguien más se ocupara de ti, ¿verdad?
Sesshomaru no respondió de inmediato. Sus ojos se fijaron en la luna que comenzaba a elevarse más alto en el cielo. Los recuerdos de su vida solitaria, de su lucha constante por alcanzar algo más grande, se colaban entre sus pensamientos, pero por un breve momento, esa lucha parecía lejana. Se permitió disfrutar de la suavidad de las manos de Ria, aunque su expresión permaneciera imperturbable.
—No lo necesitaba —respondió finalmente, pero la suavidad de su tono desmentía sus palabras.
En esos instantes, mientras Ria se inclinaba ligeramente para aclarar sus movimientos, Sesshomaru se encontró observándola con una intensidad casi desconcertante. Su mirada no era la fría de siempre; había en ella destellos de admiración y una pizca de reconocimiento hacia la fragilidad que ella mostraba sin reservas.
El guerrero, acostumbrado a mantener la calma y la distancia, se sorprendió al notar cómo su mente vagaba en pensamientos prohibidos: veía en ella no solo a una compañera, sino a alguien capaz de encender en él una chispa de humanidad olvidada.
La brisa nocturna susurró entre los árboles, rompiendo el instante con su murmullo.
Ria sonrió suavemente.
—¿Ves? No ha sido tan terrible.
Sesshomaru cerró los ojos un instante, como si no quisiera darle la satisfacción de una respuesta.
Pero cuando volvió a abrirlos, algo en su mirada había cambiado.
El silencio se volvió casi palpable, cargado de una tensión sutil y embriagadora. Su mano, fuerte y segura, se posó suavemente en la mejilla de Ria, como temiendo perturbar la delicadeza de la atmósfera.
Sin que Ria tuviera tiempo de reaccionar, sus labios se encontraron en un beso furtivo, robado en la penumbra de la noche. Fue un instante suspendido en el tiempo: breve, pero repleto de un significado profundo. En ese gesto, se entrelazaban la protección y el anhelo, la firmeza de un guerrero y la ternura de una complicidad recién descubierta.
El beso se desvaneció entre el vapor que aún flotaba en el aire. Sesshomaru, que había permitido ese breve pero significativo contacto, no dio muestras de querer separarse de inmediato, aunque su postura seguía firme, como si cada movimiento estuviera controlado por una parte de él que nunca cedía. Su mirada, sin embargo, no era la misma de siempre. Había algo en sus ojos, un destello sutil que delataba una mezcla de sensaciones que él no estaba acostumbrado a experimentar, y mucho menos a reconocer.
Él no necesitaba admitir que no estaba acostumbrado a que alguien lo tocara de esa manera, a que alguien se acercara a él con la intención de aliviar su carga. No lo necesitaba, pero lo aceptaba de una manera que ni él mismo entendía completamente. De alguna manera, su presencia era un refugio para él, algo que jamás imaginó necesitar. Aunque siempre había caminado solo, había algo en su interior que ahora vacilaba al enfrentar la idea de perderla.
—No tienes por qué hacerlo... —dijo, pero su tono, aunque firme, se suavizó más de lo que pretendía. Un suspiro involuntario escapó de sus labios mientras su mirada se encontraba con la de ella. —No es necesario que te ocupes de mí, Ria.
No estaba acostumbrado a que alguien, especialmente ella, le ofreciera algo tan simple como una muestra de cariño sin esperar nada a cambio.
Ria sonrió de manera silenciosa, reconociendo la contradicción en sus palabras y en sus ojos. Sabía que algo había cambiado en él. Había una parte de Sesshomaru que aún no entendía lo que estaba sucediendo, pero no podía negar que, por primera vez en su vida, se sentía de alguna forma más humano. El guerrero imperturbable, que siempre había actuado con frialdad, se encontraba ahora ante una fragilidad que no podía ignorar.
—Lo sé... —respondió Ria, casi en un susurro—. Pero quiero hacerlo.
Un impulso que no podía ignorar lo llevó a acercarse un poco más, de forma instintiva. Su mano, aún en su mejilla, se deslizó hacia su cuello con la misma ternura que nunca se permitió mostrar, pero que, por alguna razón, le resultaba natural en ese momento. El toque no era invasivo, pero sí posesivo, como si de alguna manera quisiera reclamarla para sí, aunque no pudiera verbalizarlo.
Ria sintió que el aire entre ellos se volvía denso, cargado de palabras no dichas, de deseos que no se atrevían a salir. Acarició la palma de su mano contra el pecho de Sesshomaru, sintiendo el latido de su corazón, que parecía ir a la par con el suyo propio.
— No me iré a ningún lado. No mientras tú me necesites. — algo dentro de la antigua diosa sabía que necesitaba hacerle saber que su corazón estaba con él. Percibía la posesividad que su bestia comenzaba a reclamar.
El yokai, respondiendo al reclamo de su bestia interior, incapaz de resistir el deseo que le ardía en el pecho, atrapó sus labios con desesperación contenida, como si, finalmente, su alma hubiera encontrado un lugar donde descansar. El beso fue intenso, posesivo, pero también cargado de algo nuevo para él: una necesidad apremiante de tenerla cerca, de sentirla, de aferrarse a ella.
Ria, con su corazón acelerado, le permitió tomar el control.
La mano de Sesshomaru, que hasta entonces había estado firme en su cuello, descendió lentamente, acariciando su espalda con una suavidad inusitada para él. Fue un toque lleno de posesividad, sí, pero también de una ternura que nunca habría imaginado que pudiera surgir de él.
—Eres mía… —dijo, esta vez con más certeza en su voz, su tono grave y bajo, como si su alma lo hubiera reclamado ya, aunque él no supiera cómo manejarlo. La necesidad de decirlo, de asegurarse de que ella entendiera que ya no podía separarse de él, era palpable.
Ria, al escuchar sus palabras, dejó escapar un suspiro, un suspiro de rendición, pero también de aceptación. Sabía que él no solo la deseaba físicamente, sino que su reclamo iba mucho más allá. Era un vínculo que nacía de las profundidades de ambos, algo visceral y real.
—Sí— susurró.
—Nadie te va a apartar de mi.— su voz salió de sí casi como un gruñido.
Su corazón, su ser, todo de sí… reconocían a esa pequeña y obstinada mujer como su compañera.
Sesshomaru, que siempre había sido dueño de sí mismo, de sus emociones y su poder, se encontraba ahora perdido en el abrazo de ella. Su alma, que había caminado solo durante tanto tiempo, había encontrado en ella un refugio, algo tan inesperado como vital. Sus manos, ahora sobre su espalda, la apretaron con más fuerza, no porque quisiera controlarla, sino porque quería asegurarse de que ella estuviera allí, con él, en ese instante.
El yokai se separó ligeramente, mirando sus ojos, esos ojos que ahora brillaban con una confianza que él no conocía en sí mismo. Aquel que había sido distante, que nunca había permitido que nadie lo tocara tan profundamente, ahora veía a la mujer frente a él como algo más que una compañera; ella era su razón.
