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Capítulo 2
Habían llegado por la mañana a la mansión de campo del conde de Derby. La condesa, personalmente les otorgó la bienvenida. El conde de Jersey y su familia fueron instalados en una de las habitaciones mientras los empleados los asistían, ofreciéndoles sus servicios con alegría.
Por la tarde, Levi acompañó a los caballeros a una cabalgata por los verdes prados. Mientras las damas se reunían en el jardín a degustar un exquisito té junto a unos dulces bocadillos. Mikasa se encontraba en sus aposentos disfrutando de la hermosa vista que le otorgaba el paisaje. Al postular como debutante podía salir a caminar siempre y cuando lo hiciese acompañada, pero ella prefirió permanecer en la habitación preparándose cuidadosamente para la velada.
No entendía por qué se sentía tan ilusionada e imaginaba que esa noche podría ser especial y tal vez, sería la ideal —si así lo consideraran sus padres— para conocer a su futuro pretendiente.
Salió al balcón, respiró del fresco aire que golpeaba con delicadeza su hermoso rostro y sonrió al embriagarse del dulce aroma que provenía de las flores del jardín. El sitio era precioso y nada la hacía más feliz que estar disfrutando de la belleza que le ofrecía la naturaleza.
Contempló hipnotizada el panorama unos cuantos minutos más.
Ingresó nuevamente a la alcoba, y se encontró con el delicado vestido que usaría en la fiesta, llevó su mano hasta el faldón y con sus dedos acarició la fina tela. Su madre se había encargado de mandarle a confeccionar el mejor diseño para que deslumbrara en la reunión.
Se acercó hasta sus pertenencias y de su bolso sacó un libro muy singular. Mikasa amaba escribir, le llenaba el alma plasmar entre líneas su diario vivir, así como narrar esas historias que imaginaba y desearía que en alguna oportunidad se hicieran realidad, sobre todo aquellas atiborradas de fantasía y amor. Le encantaba tomar una pluma y grabar con tinta lo que su corazón sentía. La azabache era una joven muy culta, instruida desde pequeña por los mejores profesores. Gracias a su pasión por la lectura llegó a descubrir un mundo soñado, que la hacía suspirar y enamorarse de la prosa de cada uno de los escritores. Razón principal por la que su madre la impulsó a expresar sus emociones a través de la escritura, dejando su huella en algo que quizá algún día alguien pudiese llegar a apreciar.
Estaba tan concentrada que perdió la noción del tiempo.
Sasha ingresó a la habitación y le indicó que el baño estaba preparado. La tarde se esfumó en un parpadeó y la hora indicada para la velada se encontraba cada vez más cerca. Acompañó muy tranquila a su doncella mientras la iba guiando hacía la bañera para ayudarla a asearse.
La música instrumental podía escucharse por todo el gran salón de la mansión, era una melodía preciosa la que estaban ejecutando, la cual permitía a algunos caballeros aprovechar sus notas para invitar a las aspirantes a danzar.
Mikasa se encontraba al lado de sus padres con su cartilla colgada de su brazo.
La joven había acaparado las miradas de todos los presentes al deslumbrar con su impecable belleza. Esa noche, usaba un hermoso vestido de seda color vino con un delicado escote en forma de corazón adornado con fina pedrería. El corselete que acentuaba su cintura le proporcionaba una delicada silueta de reloj de arena, el cual llegaba hasta el inicio de su cadera, dándole paso a su voluptuosa falda que brillaba por la fineza de su tela.
No había un solo hombre en esa fiesta que buscara desposarse que no se le hubiese acercado a los condes para presentarse. Levi saludaba con respeto y sigilo a todos los caballeros, agradeciendo amablemente a cada uno su interés por querer invitar a bailar a su hija. Hange sonreía mientras era elogiada por su belleza la cual, evidentemente, había heredado su pequeña.
El conde de Jersey pidió a su familia que lo acompañaran al fondo del salón ya que ahí esperarían a cierto conocido que quería ser presentado.
—¿No es ella la hija del conde de Derby? —preguntó Mikasa a su madre, al observar a una hermosa joven de cabello rubio bailando al centro de la pista—. Es muy bonita.
—Sí, es ella —respondió la condesa con una enorme sonrisa—. Y él —señaló disimuladamente a su acompañante—, es el marqués de Portman, su futuro marido.
—Oh, es un joven muy apuesto —afirmó al verle los delicados rasgos de su rostro—. No sabía que ya estaban comprometidos.
—Yo me enteré en la tertulia —musitó cerca del oído de su hija—. La condesa de Derby nos contó que el marqués había pedido recientemente, la mano de su primogénita para unirse en matrimonio. Y que ese era el verdadero motivo para otorgar esta fiesta.
—¿Significa que anunciarán su compromiso ante la sociedad esta noche?
—Es correcto, después del brindis el conde de Derby hará el anuncio —respondió mientras apreciaba a todas las jóvenes salir de la pista—. Dentro de poco también será tu turno, no te desesperes.
Mikasa parpadeó y dibujó una pequeña sonrisa sobre sus labios. Su madre le había contado que su padre ya se estaba encargando de ese asunto, pero ella no veía nada claro. Incluso en esa velada, el conde no había aceptado ninguna invitación para que bailara y por lo que distinguía era la única señorita que mantenía su cartilla en blanco.
Suspiró y fijó sus ojos en la hermosa pintura que tenía enfrente. La decisión de sus padres no era cuestionable y ella nunca les había desobedecido, lo mejor que podía hacer era relajarse y esperar a que la noche siguiera avanzando, debía confiar en el buen juicio de su padre.
—Mikasa —la llamó el conde y ella llevó su vista a los ojos de su progenitor—, debes pensar que soy un egoísta al tenerte aquí a nuestra merced, pero hija, créeme es lo más conveniente. Pronto sabrás la razón. Nosotros, simplemente queremos lo mejor para ti.
—Lo sé, padre, lo sé —murmuró—. Entiendo que tú y mi madre solo desean protegerme, y se los agradezco. No te preocupes si no me permites ir a bailar, de todos modos en algún momento de la noche puedo ir contigo. Claro, si la condesa lo permite —hizo una reverencia delante de su progenitora.
—Por supuesto, pero el conde después tendrá que complacerme en todo —les dijo Hange guiñándoles un ojo—. ¿Estás de acuerdo, Levi?
—Tus deseos son una orden —susurró antes de darle un delicado beso a la mano de su esposa.
Mikasa suspiró, era hermoso poder apreciar esas pequeñas muestras de amor que se profesaban sus padres. Ella también quería vivir esa fantasía.
—Entonces, tengo permitido ser acompañada por el conde de Jersey a la pista de baile —expresó con alegría—. Hace mucho que no bailo contigo.
—Sería un honor regalarle una pieza a mi princesa, pero creo que eso no será necesario —espetó con tranquilidad—. Habrá alguien más que te invitará a bailar.
¿Alguien más? ¿Quién? Si hasta el momento los había rechazado a todos, podría ser… agitó su cabeza y disipó sus pensamientos, generar mil preguntas no le traería respuestas. Su padre era tan serio y firme que no contestaría nada hasta que él mismo quisiera hacerlo.
Pasaron algunos minutos y una nueva ronda de baile estaba por iniciar.
La condesa conversaba felizmente con su hija, mientras el conde disfrutaba de su exquisito trago. Levi no era un hombre apegado al alcohol, pero existían ciertas excepciones como esa velada. Sin duda alguna tenía que ser una noche muy esperada.
De repente, los músicos dejaron de tocar y todas las miradas se centraron en la puerta del gran salón. ¿Quién era ese hombre que venía ingresando? Parecía ser alguien muy importante.
—Recibamos, por favor, al duque de Cornawall, quien esta noche nos honra con su presencia —anunció el mayordomo de los Derby al hacer la respectiva reverencia—. Bienvenido, excelencia.
«¿El duque de Cornawall? Es la primera vez que veo a un hombre tan apuesto y encantador» pensó Mikasa mientras hacía la inclinación.
Los cumplidos no se hicieron esperar y las madres con hijas casaderas acapararon al duque para obtener alguna oportunidad. Era evidente que el joven se encontraba soltero, cualquier familia por muy distinguida que fuese estaría encantada de atrapar a tan buen postor para escalar dentro de la nobleza.
Mikasa suspiró y desvió sus preciosos ojos grises al centro del gran salón para seguir apreciando a las jóvenes postulantes que se encontraban bailando. Lo mejor era centrar su atención en otra cosa que no fuera el escándalo del duque robándose toda la atención.
Se concentró tanto en los movimientos de las parejas que se adentró a un mundo de sueños en el que ella era la que danzaba con un apuesto caballero de mirada…
—Mikasa.
Su padre la llamó para que saliera de sus pensamientos. La azabache regresó la vista hacia el conde y no pudo creer con lo que se encontró.
—Buenas noches, señorita —dijo un atractivo caballero de cabello castaño y hermosos ojos esmeralda—. Encantado de conocerla.
—El gusto es mío, excelencia —respondió haciéndole una amable reverencia.
—Conde de Jersey, permítame decirle que tiene usted una hija preciosa —esbozó el duque con una enorme sonrisa.
—Gracias, excelencia. Mi hija heredó la belleza de su madre —arguyó dedicándole una sutil mirada a su esposa—. A ella se debe que Mikasa sea hermosa.
Hange se sonrojó al escuchar los halagos que le hacía su esposo. No era común que el conde se expresara con tanta confianza en público. La condesa pensó que si lo decía con tanta familiaridad se debía entonces, a que el duque era una persona muy cercana a su marido.
—Milady. —El moreno se inclinó para hacerle una reverencia a la esposa del conde de Jersey—. Con todo respeto, usted también es muy hermosa.
—Milord, sus palabras son un honor —respondió al devolverle el saludo—. Es un placer conocerle.
—Mikasa, Hange. —Levi se acercó al moreno e hizo un gesto con su mano para poder presentarlo formalmente—. El señor Eren Jaeger, duque de Cornawall. —Las dos mujeres volvieron a inclinarse ante su excelencia—. Duque, es un honor darle la bienvenida a nuestra familia.
Mikasa parpadeó rápidamente al escuchar las palabras que había pronunciado su padre, ¿bienvenida? ¿Cómo que bienvenido? ¿Sería eso posible? ¿Significaba que él era?
—Padre —musitó la azabache.
—Mi niña, el duque ha pedido tu mano en matrimonio y yo he aceptado —informó al mismo tiempo que tomaba la mano de su esposa para entrelazar sus dedos—. Querida, espero que estés de acuerdo con mi decisión.
—Por supuesto —expresó la condesa con una sincera sonrisa en sus labios—. Confío en tu buen juicio y no dudo que el duque hará muy feliz a mi pequeña.
—Conde, condesa, les prometo que viviré para complacer a vuestra hija —esbozó sin titubear. Eren tenía un peculiar brillo en los ojos que a Levi le otorgaba tranquilidad—. Gracias por concederme el honor.
—No tiene que agradecer, solamente debe cuidar muy bien de mi princesa y encargarse de hacerla sonreír —sentenció el conde clavando sus profundos ojos en los del duque—. No dudo que a su lado, Mikasa podrá ser muy feliz.
El castaño se inclinó en agradecimiento ante el voto de confianza depositado por sus futuros suegros. Cuando comenzó a frecuentar las reuniones sociales a las que asistió con sus padres, tuvo el privilegio de conocer al matrimonio Jersey. La pareja le parecía un modelo a seguir por el profundo amor que se profesaban y desde que se le dio la oportunidad de observar a la señorita Mikasa, en una tertulia que ofrecieron sus padres a la que se le permitió asistir solo al jardín, había quedado encantado, prometiéndose a sí mismo que se casaría con ella cuando llegase el momento indicado.
Eren sonrió al observar a su futura esposa. ¡Por Dios, era preciosa!
Mikasa era como un sueño hecho realidad del que no quería despertar, era la musa que lo hacía suspirar y la razón por la cual ahora leía poesía. Todo en ella lo inspiraba y lo hacía sentirse cada vez más enamorado. Quizá la había visto con suerte, solo un par de veces luego de esa reunión en compañía de su madre, cuando a lo lejos las encontraba caminando por la ciudad. Pero eso había sido suficiente para que esa hermosa mujer de cabello tan oscuro como la noche e hipnotizantes ojos grises, le robara el corazón y el alma por completo.
—Señorita. —El duque estiró su mano frente a Mikasa y se inclinó levemente—. Me haría el honor de concederme esta pieza.
—Yo… —vio a su padre dar su consentimiento con un movimiento de su cabeza y respondió—: Excelencia, será un placer.
Mikasa le sonrió y depositó delicadamente sus dedos enguantados en la mano del apuesto duque de Cornawall.
El conde de Jersey fijó su mirada en la pareja que lentamente de retiraba de su regazo. Hange se acercó a su marido y con delicadeza tomó el brazo de su esposo acariciándolo con ternura, ella sabía lo difícil que era para Levi ese momento pues siempre había sido un padre sobreprotector con su hija. No obstante, lo vio sonreír fugazmente y eso la tranquilizó.
Ellos habían criado a Mikasa para que pudiera vivir a plenitud esa mágica experiencia.
Llegaron al centro de la pista de baile escoltados por las penetrantes miradas de asombro de las debutantes y el sonido de las murmuraciones de sus madres, ya que estas se encontraban apostando quién sería la afortunada de emparentar a su hija con el atractivo duque.
Mikasa bajó su mirada, a la azabache nunca le había gustado llamar la atención y en ese preciso instante tenía a todos los ojos de la monarquía puestos sobre ella. ¿Por qué tenía que ser así la sociedad? ¿Por qué no podían cambiar las reglas? En realidad, no lo sabía. Por siglos las normas venían siendo las mismas. Ella había sido criada en un hogar en el que su opinión tenía valor, pero en una gala como esa, en la que las más reconocidas familias estaban reunidas, la joven sería juzgada por el más insignificante error. Le disgustaba aceptar que en ese entorno ser mujer era una completa desventaja.
—Tranquila, haga oídos sordos a los murmullos —le dijo el duque al posicionarse frente a ella—. Imagine que en este lugar solo estamos, la música, usted y yo.
—Excelencia —musitó al subir la mirada y encontrarse con sus profundos ojos esmeralda.
—Así está mejor —comentó al verla directamente a sus orbes—. Tiene unos preciosos ojos.
—Muchas gracias, milord.
Mikasa sonrió ampliamente, ese hombre a pesar de acabarlo de conocer le infundía confianza, ¿se debía a que sería su marido? No, no era eso. Entonces, ¿por qué su mirada la sentía tan familiar?
Eren tomó su mano entre la suya y la otra la llevó a su cintura. Ella colocó con delicadeza sus dedos en el hombro del duque y finalmente, se relajó. Seguiría el consejo de su excelencia y se imaginaría que se encontraban solo ellos dos.
Los músicos iniciaron el compás y las notas de la Sinfonía no. 40 de Mozart comenzaron a sonar. Mikasa se dejó llevar por los brazos del duque que la guiaban por todo el lugar, sus movimientos eran precisos, sutiles e hipnotizantes. Como una exquisitez se podría describir la experiencia de bailar con él.
Tenían a su alrededor muchas parejas en total coordinación, pero ninguna se podía comparar a lo delicado y hermoso que se apreciaba su baile.
Eren había practicado con anticipación los pasos para poder disfrutar a plenitud una pieza junto a la mujer de la que estaba enamorado. Le había llevado días perfeccionar su técnica, pero al parecer su esfuerzo había dado resultado. Tendría que contarle a Armin que sus exigentes clases habían funcionado y agradecerle a Annie que no muy sonriente, hubiese aceptado ser su compañera de danza durante todo este proceso.
Luego de un rápido compás el ritmo de la melodía cambió, las notas suaves se adueñaron del lugar y el delicado sonido del piano confabuló para que entraran en un ambiente romántico. El duque se acercó hasta donde le era permitido su cuerpo al de Mikasa, y sonrió al percibir que la joven se sentía en confianza. Se comenzó a mover despacio mientras la hacía girar para apreciar el espectáculo que le regalaba el danzar de su falda.
La señorita Ackerman era la mujer más hermosa de todo el lugar y él se sentía afortunado por poder disfrutar de ese maravilloso momento a su lado.
La azabache se concentró y se dejó envolver por el precioso sonido que le obsequiaba el piano. Ella era amante de la música clásica y heredó el gusto gracias a su querido padre. El conde desde que era una niña le había enseñado a apreciar el trabajo de grandes compositores de siglos pasados, él le decía que una buena melodía podría transportarla a un mundo de ilusiones igual como lo hacía un buen libro.
Mikasa sonrió y agradeció en silencio la buena educación que le habían inculcado sus padres.
Eren la observó y le encantó percibir un precioso brillo en su mirada. Podría asegurar que estaba disfrutando de su compañía. El duque quería detener el tiempo para hacer que ese momento fuera eterno. Deseaba congelar a todas las personas para seguir bailando con esa hermosa mujer que tanto amaba. Parpadeó y recordó que como este compartirían muchos bailes más cuando estuviesen casados y ella se convirtiera en su duquesa.
La sinfonía estaba por terminar y en el último movimiento quedaron a una distancia relativamente corta, que permitió que sus ojos se fundieran. Esmeralda y gris se contemplaron dejando al descubierto la calidez de sus almas.
Mikasa hizo una pequeña reverencia que el duque agradeció de la misma manera. Las últimas notas habían sonado y la magia de la pieza había acabado.
Eren extendió su mano y con sutileza tomó la de la joven, rozando levemente sus dedos para escoltarla de vuelta al lado de sus amados padres.
El conde y la condesa de Derby habían anunciado el compromiso de su hija mayor con el marqués de Portman. Todas las familias de la monarquía estaban felices por los nuevos lazos que se formarían con este matrimonio. La temporada empezaba a reflejar sus primeros frutos y eso que apenas estaba comenzando.
Las madres con hijas casaderas no desaprovecharían ninguna oportunidad que tuviesen para encontrar el mejor partido que les asegurara un buen acuerdo para sus familias.
Eren se encontraba al lado de sus futuros suegros y su prometida, aunque todavía no podía llamarla con ese distintivo sin haberle obsequiado un diamante que, ostentara en su delicado dedo.
—Fue una buena estrategia anunciar el compromiso en el baile —comentó el conde de Jersey mientras alzaba su copa para brindar por la nueva unión—. ¿No le parece, excelencia?
—Por supuesto, es una forma para incentivar a las madres a buscar un hombre ideal para sus hijas —dijo antes de darle un sorbo a su bebida—. ¡Salud!
—Correcto, pero en mi opinión, este tipo de celebraciones debería ser un asunto privado. Sin embargo, espero que las debutantes encuentren un buen marido —espetó Levi arqueando una ceja—. ¿Tú qué opinas, Mikasa?
—Lo mismo que tú, padre. Personalmente, no me gustaría presumir mi compromiso en un evento en el que muchas jovencitas vienen en busca de un esposo. Me parece un poco descortés y hasta arrogante —expresó segura, si algo le agradecía a la vida es que a sus padres les importara su opinión, pero en ese momento no estaba sola con sus progenitores, podría ser que al duque le hubiese incomodado su comentario—. Disculpe, excelencia, quizá me excedí en mis palabras.
El duque de Cornawall sonrió al escuchar hablar a Mikasa. Era un placer apreciar a una mujer dar su punto de vista, generalmente, eran criadas para acatar las órdenes de un hombre, pero para su fortuna su futura esposa era una dama muy diferente. Había mucho que agradecer a sus padres pues se notaba la excelente educación que le habían inculcado.
—No se disculpe, por favor —le pidió al mirar a la azabache hacerle una reverencia—, me importa mucho lo que piensa y, además, si me permite contarle un secreto, estoy a favor de todo lo que usted comentó. Yo también creo que es arrogante alardear de la buena suerte que se tiene.
—Muchas gracias, excelencia —musitó Mikasa con las mejillas levemente sonrojadas.
—Conde, condesa, si no es mucho el atrevimiento, ¿les gustaría salir un momento al jardín? —inquirió el duque con mucho respeto a sus futuros suegros—. Así evitamos el murmullo de tantas personas.
—Excelente idea, milord —respondió Levi al tomar de la mano a su esposa—. ¿Vamos?
Comenzaron a caminar en silencio para pasar desapercibidos entre todos los invitados. El duque iba al lado de Mikasa y los condes detrás de ellos, cuidando a cada momento la reputación de su preciosa hija.
Fue un trayecto corto hasta llegar a la terraza de la mansión desde la cual se apreciaba el inmenso jardín. Unas lámparas de aceite iluminaban el lugar, pero lo que más se podía apreciar era el hermoso brillo que irradiaba la luna llena.
El conde y la condesa de Jersey se sentaron en una cómoda mesa cerca del balcón desde la cual podían vigilar discretamente, la plática que sostenían su hija y el duque.
—¿Le gusta la luna? —preguntó Eren a la joven que tenía los ojos clavados en el redondo satélite.
—Sí, me encanta. Es muy hermosa —respondió sin quitar su mirada del maravilloso brillo que esta le proporcionaba—. Y a usted, ¿le gusta, excelencia?
—Por supuesto, pero me gusta más la fría oscuridad de la noche. El mejor momento del día es cuando todo se encuentra en calma —le dijo mientras ponía sus manos sobre el barandal—. Las horas para descansar y relajarse deberían ser eternas.
—También lo creo, aunque no cambiaría por nada el canto de las aves por las mañanas. Es un deleite poder escuchar su dulce melodía —expresó al observar de reojo el perfil del duque. El joven era muy apuesto y tenía unos ojos que debía reconocer le encantaban. Parpadeó y regresó su vista al campo, sería una falta de educación si él se percataba que lo miraba detalladamente—. El jardín es muy bello, ¿no le parece?
Eren sonrió para sí mismo, le parecía tan tierna la forma de ser de Mikasa que esperaba nunca fuese a perder su esencia. Era fascinante escucharla hablar con tanta propiedad que le hacía quererla más. Le gustaba esa mezcla de delicadeza y fuerza que podía percibir en su futura esposa.
Pensaba que cuando estuviesen casados tendría una compañera con quien conversar y no simplemente, una muñequita de colección que siguiera al pie de la letra sus palabras.
—Lo es —acotó—. Supongo que a usted le gusta mucho la jardinería.
—Oh, sí. Mi madre me enseñó desde que era una niña —expresó con una enorme sonrisa en los labios—. El lenguaje de las flores es hermoso.
—Creo que tendrá que compartir su conocimiento conmigo, señorita Mikasa —musitó devolviéndole la sonrisa—. No quisiera enviarle un mensaje equivocado a mi prometida.
Mikasa se sonrojó al escucharle decir esas palabras, se oyó como un verso que salió de sus labios. Nunca se imaginó que su padre la desposaría con un hombre tan atractivo, pero lo más importante era que le cumplió lo que le había prometido, al quererla casar con un completo caballero.
—Gracias —susurró bajando su mirada para que el duque no notara el rubor de sus mejillas.
—No tiene que agradecer, viviré para complacerla.
Pasaron unos minutos en silencio, no obstante no eran nada molestos, los dos se sentían muy cómodos al lado del otro y eso era gratificante.
Los condes se pusieron de pie y se acercaron hasta la barandilla en la que se encontraba la pareja. La algarabía que había dentro del salón ya se había terminado y lo mejor sería regresar para seguir disfrutando de la velada.
—Veo que encontraron sobre qué conversar —comentó Levi al llegar al lado de su hija—. La comunicación en un matrimonio es fundamental.
—La señorita Mikasa es una mujer muy culta, es un deleite conversar con su persona —respondió el duque con sinceridad al conde—. Tiene a un diamante como hija, milord.
—Eso es gracias a mi esposa, ella es quien se ha encargado personalmente de la educación de Mikasa —espetó el conde con orgullo, para él fue una honra escuchar el comentario del duque—. La condesa es quien merece el reconocimiento.
—Querido —musitó Hange con ternura a su esposo, el cual afianzó aún más el agarre de su mano a la de su cónyuge—. El mérito es de ambos, los dos hemos procurado lo mejor para nuestra pequeña.
—Se nota el amor con el que la han criado —expresó el duque con alegría al ejemplar matrimonio—. Es un honor el que me permitan ser parte de esta familia.
Los condes se miraron a los ojos, transmitiéndose en ese gesto tan propio que habían tomado la decisión correcta. El duque de Cornawall era el hombre idóneo para hacer feliz a su preciada princesa.
—Solo deseamos que nuestra hija sea muy feliz —confesó la condesa con una enorme sonrisa en el rostro.
—Tienen mi palabra —prometió el duque sin titubear—. Quisiera pedirles que me dejen visitar a vuestra hija cuando regresemos a la ciudad, me encantaría llevarla a un día de campo. Si ustedes están de acuerdo.
—Por supuesto, lo discutiremos antes de irnos de vuelta a vuestras casas —dijo el conde con tranquilidad—. Ahora, deberíamos regresar a la fiesta antes que piensen que nos retiramos sin despedirnos.
Los cuatro volvieron al gran salón para terminar de disfrutar lo que quedaba de la velada, aún faltaban unas horas en las que el duque esperaba aprovechar para compartir otra pieza de baile con su hermosa prometida.
Continuará…
¿Cómo están?
En este capítulo fuimos invitados a una distinguida gala en la que no solo disfrutamos del baile, pues también conocimos al misterioso pretendiente de la señorita Mikasa.
Eren es un apuesto duque que hará todo lo que tiene en sus manos para conquistarla, logrando de esta manera ganarse su corazón. Todo bajo el estricto cuidado de sus padres, quienes siempre estarán al pendiente de custodiar la honra de su querida hija.
¿Cómo creen que será esa salida de campo entre la nueva pareja de la monarquía? Pronto lo descubriremos.
Nos seguimos leyendo.
Con amor.
GabyJA
