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Capítulo 3


Se despertó muy temprano por la mañana y salió al balcón a inundar sus pulmones de aire fresco. Cerró sus ojos y se dejó envolver por el precioso canto de las aves. Apreciar la belleza de la naturaleza le recordaba lo maravilloso que era estar viva.

Disfrutó unos minutos del concierto mientras los rayos del sol le iluminaban el rostro. Sonrió y agradeció al cielo el sentirse tan dichosa.

Volvió a su alcoba y se sentó sobre su lecho. Buscó bajo la almohada su diario y lo abrió en una nueva hoja en blanco. Tomó una pluma que descansaba en su mesa de noche y con alegría plasmó sus emociones.

Mikasa aún no podía creer cómo su vida cambió en tan pocos días. Desde que volvieron de la mansión Derby, había pasado pensando en su inesperado compromiso y en ese apuesto y caballeroso duque que sería su marido. Sintió cómo sus mejillas se tiñeron de un rojo carmesí al evocar su delicado rostro. Ese hombre poseía un atractivo natural y una mirada tan profunda con un aire de misterio.

Suspiró al terminar de escribir y con delicadeza guardó el pequeño libro en un rincón especial, el cual era dedicado a sus pertenencias más personales.

Se puso de pie y caminó hasta el armario para buscar un hermoso vestido. Esa tarde saldría por primera vez con quien sería su futuro esposo y deseaba estar impecable. Estaba tan concentrada en elegir la prenda perfecta que no se percató de la presencia de alguien más en su habitación.

—Hija, ¡aquí estás! —exclamó con algarabía su madre al encontrar a su pequeña inmersa entre sus atuendos—. Creí que seguías dormida.

—Madre, ¡buenos días! —le saludó con un cálido abrazo—. Me desperté temprano y aproveché en buscar algo sencillo para ponerme —musitó con un leve sonrojo en sus mejillas, expresión que le indicó a Hange que estaba mintiendo. Desde que era una niña había notado ese particular gesto en su hija siempre que le ocultaba algo—. Después del desayuno le pediré a Sasha que me ayude a escoger un vestido para el día de campo.

La condesa entendía el actuar de su pequeña, ya que a ella le pasó lo mismo cuando se comprometió. Era normal que se sintiera nerviosa y quisiera disimular sus emociones restándole importancia al paseo con su futuro marido. La primera cita sería crucial, y Hange se aseguraría de que su hija fuese a la altura.

El duque de Cornawall quedaría más enamorado al reafirmar que había elegido como compañera a un diamante.

—Ven conmigo. —Su madre la tomó de la mano con cuidado—. Quiero mostrarte un obsequio que reposa en tu cama.

—¿Qué es? —inquirió asombrada, la azabache no esperaba ningún presente.

—Ábrelo y descúbrelo por ti misma —indicó al señalarle una enorme caja que encontraba en su lecho—. Sasha, ¿puedes ayudarle?

—Con gusto, milady. —La doncella se acercó hasta el obsequio y con cuidado retiró la tapa dejando al descubierto lo que ahí se encontraba.

Mikasa parpadeó rápidamente, y se llevó sus manos hasta la boca cuando su doncella sacó la prenda y la extendió sobre sus sábanas blancas. La joven no podía creer lo que estaba apreciando. Su madre se había encargado de regalarle el vestido perfecto para su día de campo.

Nunca se cansaría de agradecerle a Dios por los excelentes padres que le habían tocado. Los dos se preocupaban por hacer de su vida un verdadero cuento de hadas.

—Ma-madre, ¡esto es precioso! ¡Muchas gracias! —expresó con alegría a su amada progenitora—. No debías hacerme este presente.

—¿Tú crees que la condesa de Jersey mandaría a su hija, a su primera cita con su futuro esposo, en harapos? —indagó enarcando una ceja—. Querida, mi labor como madre es procurar el bienestar de mi pequeña. Tú eres para mí lo más importante.

—Gra-gracias, gracias por tanto —balbuceó al sentir cómo una pequeña lágrima se escapaba de su delicado rostro—. No tengo como pagarte todo el amor que me has dado.

—Si tienes como —le dijo acariciando con ternura su sedoso cabello—, se muy feliz, Mikasa. Tu alegría es la mejor recompensa para nosotros. Y hablo también por el conde, porque mi marido es quien más desea que tengas una vida dichosa.

Mikasa no esperó más y se lanzó a los brazos de ese bello ser que le otorgó la vida. Hange la recibió con amor, acunando su rostro sobre su pecho igual como lo hacía cuando era una pequeña niña. Contemplarla así, protegida entre sus brazos, le afirmaba que ese vínculo tan especial que tenía con su hija solo se haría más grande, ya que ahora, ella también cuidaría y amaría a sus futuros hijos.

La contuvo por unos instantes en el que parecía que el tiempo se había detenido, definitivamente, extrañaría mucho esos momentos. Le dio un pequeño beso sobre la frente y con amor le acarició su delicado rostro.

»—Dejemos la nostalgia atrás y preparémonos para recibir al duque, ¿te parece? —Mikasa asintió mientras quitaba los restos de agua que quedaban en sus mejillas—. Pero antes —dirigió su vista a la doncella y le sonrió—, Sasha, ¿podrías buscarle un cómodo vestido a mi hija? Por favor.

—En seguida, milady. —La joven hizo una reverencia antes de marcharse al armario en busca del encargo de su señora.

—No podemos dedicarnos a tu arreglo personal con el estómago vacío —espetó con una enorme sonrisa en los labios—. La cocinera te preparó tus pastelillos preferidos.

—Muchas gracias, madre. Los postres de la señora Isabel siempre me sacan una sonrisa —arguyó complacida, sería una falacia el decir que en ese momento no tenía hambre.

—Lo sé, por eso le pedí, exclusivamente, que los horneara —confesó guiñándole un ojo—. Aprovecha a comer todos los que quieras ya que el conde salió muy temprano esta mañana.

Mikasa no pudo evitar reír a carcajadas con el comentario tan gracioso que le había dicho su madre. Su padre era un poco estricto en el tema de los dulces, pues decía que el azúcar en exceso era contraproducente, pero ellas siempre encontraban la manera de saborear estos manjares sin que él se enterase.

—Madre —balbuceó entre risas—. Padre volverá un día temprano a casa y se dará cuenta de lo que hacemos a sus espaldas.

—Descuida, yo tengo mis métodos para quitarle el mal carácter —afirmó con un peculiar brillo en sus ojos—. Nadie mejor que yo para conocer la debilidad de mi marido.

—Supongo —musitó con sus mejillas sonrojadas. Ella también deseaba llegar a tener ese grado de confianza con su esposo.

—Señorita, disculpe. —Las interrumpió muy educadamente la castaña—. Aquí tiene su vestido.

La azabache recibió la prenda con agrado de las manos de su doncella, otorgándole una sonrisa en agradecimiento. Con la ayuda de la joven y la de su madre se cambió para bajar al comedor a degustar sus sagrados alimentos.


Llegó a la mansión Jersey y fue recibido por los lacayos y el mayordomo de la familia. Erwin acompañó al duque al salón familiar en el que la condesa lo estaba esperando.

—Excelencia, pase, por favor —enunció el mayordomo antes de hacerle la respectiva reverencia—. Mi señora lo está esperando.

—Gracias, muy amable —respondió con cortesía.

Entró al salón y se acercó a la condesa que se había levantado de su cómodo sillón para saludarlo. Se inclinó ante su futura suegra con respeto y admiración.

—Milord, es un honor recibirlo en vuestra casa —comentó con una enorme sonrisa en sus labios—. Mikasa ya lo está esperando.

—El honor es mío, milady. Gracias por permitirle a la señorita Mikasa salir conmigo de paseo —espetó sinceramente—. Puedo observar que su belleza se incrementa con los días —le dedicó un pequeño cumplido a la condesa logrando obtener de su rostro un pequeño sonrojo—. Supongo que el conde se lo debe comentar siempre que tiene la oportunidad.

—Es usted muy amable, excelencia. —El duque era un completo caballero—. Mi marido no es tan bueno como usted con las palabras. Sin embargo, sus acciones me lo demuestran cada día.

Eren sonrió y agradeció ese detalle que acababa de compartirle la condesa, él también creía que las acciones llegaban a decir más que mil palabras.

—Espero llegar a ser tan buen esposo como lo es el conde —le comentó a la condesa al sentirse en confianza—. Deseo mucho hacer feliz a vuestra hija.

—Así será —afirmó sin titubear—. Mikasa no podría tener un mejor marido que usted, excelencia.

—Muchas gracias, milady.

Hange invitó al duque a sentarse mientras esperaban la llegada de Mikasa. Cuando ella bajó al salón familiar su hija estaba dándose los últimos retoques con la ayuda de su doncella. No dudaba que pronto aparecería.

Le ofreció un té de canela al duque que aceptó gustoso. La condesa aprovechó esos minutos para conocer un poco más a su futuro yerno, reafirmando en cada una de las palabras que salían de sus labios que, su marido había elegido a la persona indicada para su pequeña.

El sonido de la puerta interrumpió su charla, eso significaba que su hija estaba lista para iniciar su paseo. Le dio la orden a su doncella para que abriera y dejara entrar a su diamante.

—Buenas tardes —saludó Mikasa con una gentil reverencia—. Gusto volver a verle, excelencia.

—El gusto es mío —dijo hipnotizando con la belleza de su futura esposa. La azabache lucía radiante y ese precioso vestido color celeste solo acentuaba más sus exquisitas facciones—. Espero esté feliz con el plan de salir de visita al campo.

—Por supuesto. Me agrada mucho la naturaleza —musitó con sus mejillas levemente sonrojadas—. Gracias por la invitación.

—Es un placer —espetó al acercarse a ella para tomarla delicadamente de la mano—. ¿Nos vamos?

Mikasa asintió y luego de la bendición de su madre salió de la mansión acompañada de su doncella.

Esa sería la primera vez que saldría con un hombre y esperaba que la experiencia fuese como se la había imaginado.


Llegaron a un enorme campo rodeado de verdes prados, frondosos árboles y hermosas flores. Era un lugar muy tranquilo en el que se podía escuchar el bello canto de las aves. El sol hacía brillar todo a su alrededor con sus cálidos rayos.

Mikasa se sentía feliz de estar apreciando el precioso paisaje.

—Espero le guste el bosque, elegí el sitio pensando exclusivamente en usted —manifestó el duque al ayudarle a la joven a sentarse sobre la colcha que había colocado en el suelo—. Deseo que en nuestra primera cita todo sea perfecto.

—¡Es precioso! ¡Muchas gracias, excelencia! —exclamó con alegría, para ella era preferible estar rodeada de la naturaleza que en la ciudad en medio del murmullo de la gente—. Permítame, le ayudaré a servir el té.

—Descuide, yo lo haré —comentó mientras servía un poco del líquido en una pequeña taza de porcelana—. ¿Gusta un panecillo con chocolate?

—Sí, gracias.

Eren sacó de la canasta que le había llevado uno de sus lacayos unos dulces con chocolate, otros de fresa y unos de arándanos que le preparó, gentilmente, su cocinera. Sus sirvientes, la doncella de la señorita Ackerman y la misma Mikasa quisieron ayudarlo a servir los alimentos, pero él se negó. Jaeger era un hombre justo y servicial, sabía que debían tener chaperones para que vigilarán su salida; sin embargo, eso no significaba que tuviese que aprovecharse de ellos, cuando su mayor interés era complacer él mismo a su futura esposa.

Mikasa estaba sorprendida porque después de su padre, no había conocido a otro caballero que estuviera dispuesto a agasajar a su mujer. Normalmente, eran ellas o sus sirvientes los que debían hacerlo.

—Mikasa, ¿le puedo contar un secreto? —musitó antes de morder su regordete panecillo. Ella asintió para que él pudiese proseguir—: Me gustan mucho los postres con chocolate, pero mis favoritos son los que llevan almendras y semillas de amapola.

—¿Eso es cierto? —inquirió incrédula, esa siempre había sido su combinación favorita.

—Sí, lo es. ¿A usted también le gusta? —La vio afirmar con un peculiar brillo en los ojos que le indicaba que le encantaba y eso lo hizo sonreír—. Me alegra saber que tenemos un gusto en común —dijo guiñándole un ojo—. Tendrá que ser mi maestra, no solo en la jardinería, sino también con los postres. Como se podrá imaginar soy pésimo en la cocina.

—Es porque los caballeros no deben cocinar —murmuró—. La sociedad cree que las labores domésticas son responsabilidad exclusiva de la mujer, así como la responsabilidad primordial del hombre es procurar el patrimonio familiar.

Eren la observó mientras hablaba y le encantó esa manera tan propia que tenía para expresar lo que pensaba. Si todas las mujeres fuesen criadas como su futura esposa, las normas serían otras y el mundo dejaría de pensar que son simples muñecas que adornan una casa.

Tomó un sorbo de su delicioso té y agradeció la dicha de tenerla a su lado.

—¿Y usted considera que eso es lo correcto? ¿Cree que es un sacrilegio el que un hombre ayude en el hogar? —preguntó el duque muy expectante de su respuesta.

—Por supuesto que no. Pienso que un matrimonio es un equipo y, como tal, deben apoyarse en todo —respondió con seguridad y determinación—. Un hombre no deja de serlo por ayudar a su mujer. Y ella no va a descuidar sus labores o a sus hijos por aportar ideas al trabajo de su marido.

—Mikasa, ¡usted es un completo diamante! ¡Qué fortuna la mía el poder convertirme en su esposo! —confesó complacido antes de tomarle la mano y con delicadeza depositar un casto beso sobre sus nudillos enguantados—. Sepa que en nuestro hogar seremos ese equipo del que usted habla. Yo viviré para complacerla en todo lo que usted desee.

—Excelencia —murmuró con las mejillas sonrojadas. El duque tenía algo misterioso en sus ojos que la hacían sentirse hipnotizada cada vez que los miraba. Además, sus palabras y sus gestos la proporcionaban una cálida seguridad que la reconfortaban—. Es usted muy gentil.

—Venga —se puso de pie para ayudarla a levantarse—, quiero mostrarle algo.

La pareja comenzó a caminar por el verde campo, acompañados muy de cerca por sus sirvientes. En el trayecto conversaban de cosas puntuales. Las cuales les hacían conocerse un poco más.

Eren cada vez se sentía más enamorado. Había soñado tanto estar así con ella, dialogando y disfrutando de momentos preciosos que se quedarían guardados para siempre dentro de su alma.

Él cumpliría lo que se había prometido: hacer de la vida de Mikasa un completo cuento de hadas.

—Nunca me imaginé que hubieran aquí tantas especies de flores —comentó la azabache al apreciar toda la variedad que había en el campo—. ¡Son preciosas!

—Y aún hay más. —La vio hacer un gesto de sorpresa y eso le encantó. Su rostro era como el de un bello ángel que deseaba tanto proteger—. Cierre los ojos y permítame tomarla un momento la mano.

—¿Excelencia?

—Confíe en mí, por favor. —La joven cerró sus orbes y levantó su muñeca para que el duque la tomara. Eren afianzó su agarre antes de comenzar a caminar—. Es por aquí, no estamos lejos.

Siguieron por un sendero corto hasta llegar a un enorme campo con unas peculiares flores que, sabía a Mikasa le iban a fascinar.

La doncella de la señorita Ackerman tuvo que cubrir su boca con sus manos cuando vio la belleza que se encontraba en el prado.

»—¿Está lista? —musitó antes de verla asentir con un leve movimiento de su cabeza—. Puede abrir los ojos.

—Duque, esto es… ¡Muy hermoso! —exclamó impactada por la maravilla que estaba contemplando. Nunca se imaginó apreciar un campo lleno de preciosas campánulas. Esas flores habían sido sus favoritas desde que era una niña—. ¿Cómo supo que me gustaban?

—Me lo comentó un pajarito —mintió para no decirle que fue su padre quien le contó sobre su amor por esa flor—. Espero que haya sido de su agrado la sorpresa.

—¡Claro que lo es! ¡Muchas gracias! —esbozó feliz, se sentía tan emocionada que en esos momentos lo único que deseaba era embriagarse por el aroma de las campánulas—. ¿Podemos ir a dar un paseo, excelencia?

—Todo lo que usted desee es posible —respondió con una enorme sonrisa en el rostro.

Eren tomó con mucho respeto la mano de su futura esposa y juntos comenzaron a recorrer ese jardín de los sueños, pues ambos sentían que estaban dentro de uno en ese preciso instante.


Se encontraba de regreso en su hogar un poco más temprano del horario habitual. El conde de Jersey era un hombre muy responsable y comprometido con su labor. Ese día, se reunió con sus arrendatarios para informarles sobre unas mejoras que efectuaría en la región. Los plebeyos agradecieron su buena voluntad obsequiándole frutas y verduras para su mesa.

Levi aceptó con gusto el detalle prometiéndoles que siempre velaría por su bienestar.

Sonrió para sí mismo al recordar con qué agrado las mujeres y niños se acercaron a él y a sus sirvientes para entregarles los presentes.

—Milord, hemos guardado todo lo que ha traído —informó el mayordomo a su señor que se encontraba leyendo unos papeles en su despacho—. ¿Desea algo más?

—No Erwin, gracias. Así está bien —contestó con amabilidad.

—Con su permiso —hizo una cordial reverencia antes de marcharse.

El conde siguió con su tarea de leer los estatutos que había dictaminado para la dote de su hija. Él había labrado un patrimonio por años para cuando llegara ese momento, pero lo que nunca se imaginó fue lo que su futuro yerno le diría cuando tocaron ese tema.

El duque de Cornawall era un hombre misterioso y correcto, muy diferente a la partida de engreídos que con antelación habían intentado obtener la mano de su princesa. Respiró profundo mientras imaginaba cómo le estaba yendo a Mikasa en su cita con su excelencia, y se felicitó al sentirse tranquilo de haber tomado la decisión correcta.

—Querido, ¿quieres que ordene que te traigan un poco de té al despacho? —inquirió Hange al entrar a la habitación en la que se hallaba su marido—. Isabel lo acaba de preparar y aprovechando que volviste temprano, pedí que te hiciera tu favorito.

—Gracias, pero creo que iré a tomar el té contigo al jardín —espetó con una pequeña sonrisa en el rostro—. Casi nunca estoy en casa a esta hora, así que por qué no aprovechar la tarde para acompañar a mi esposa.

—Levi, te veo muy sonriente, ¿pasa algo que no me has comentado? —preguntó al acercarse hasta el asiento en el que descansaba su cónyuge, y observar a grandes rasgos los papeles que tenía sobre el escritorio—. ¿Qué es todo esto?

—Son los estatutos de la dote de nuestra hija —informó al pasarle los documentos—. Ahí está establecido su patrimonio y las condiciones para el mismo.

Hange parpadeó y leyó con cuidado lo que estaba escrito. Su marido tenía todo muy bien estructurado, pues no había ningún cabo suelto en el acuerdo.

—Por lo que veo, Mikasa está muy bien protegida por si llegase a suceder cualquier eventualidad —expresó al sentarse levemente sobre el escritorio.

—Así es. Tú sabes que por años he preparado su dote para cuando llegara el día —suspiró—, pero no deja de sorprenderme la postura del duque con respecto a este tema.

—¿Levi?

—Antes de salir de la casa Derby pude reunirme con el duque a solas. Acordamos la fecha para su primera cita con Mikasa y aprovechando el tiempo tocamos el tema de la dote —hizo una pausa para fijar sus ojos en los de su esposa notando en ellos que le pedía que prosiguiera—: Le dije a su excelencia que, nuestra hija estaría muy bien resguardada si llegase a suceder cualquier percance. Eren me lo agradeció y me respondió que él no quería ningún arreglo monetario. Firmemente, me pidió que guardase ese dinero en una cuenta a nombre de Mikasa o lo pusiera en un fideicomiso para sus futuros hijos.

La condesa parpadeó y se llevó una de sus manos al rostro por el asombro. Muy pocas veces había escuchado que un hombre rechazara el acuerdo financiero que por norma regían los matrimonios. Era increíble cómo su marido había elegido a la persona idónea para su hija, ya que el duque no la consideraba bajo ningún motivo como un bien económico. Sonrió y agradeció al saber que su pequeña se encontraba en buenas manos.

—El duque es un completo caballero. Es un hombre con principios y valores intachables que ve a la mujer como lo que es, su compañera —esbozó con sinceridad—. Me recuerda mucho a ti, ¿no te parece?

—Querida, desde la primera vez que te vi supe que serías mi esposa —le dijo antes de tomarle la mano para depositar un delicado beso en su dorso—. Nunca me importó el dinero de tu familia, por eso tú siempre has estado al mando de tus bienes.

—Lo sé y te agradezco el voto de confianza. Pero como el equipo que somos, ambos somos responsables de nuestro patrimonio —manifestó con determinación—. Al final, hemos construido todo esto para que un día nuestro hogar esté lleno de nietos.

—Y que espero no sean tantos —musitó con un deje de sarcasmo.

Hange suspiró, ella mejor que nadie conocía a su marido a la perfección. Sabía que, aunque fuese un poco gruñón, él sería el más dichoso al estar rodeado por esos pequeños que, en un futuro no tan lejano, estarían acompañándolos.

Se inclinó hasta quedar a escasos centímetros del rostro del conde, le sonrió y con sus preciosos labios, le besó. Demostrándole en ese gesto todo el amor que le tenía.

—Conde, qué le parece si acompaña a su esposa al jardín —murmuró al separarse de su boca—. Nuestra hija no tardará en llegar y el té se puede enfriar.

—Qué me diría si le comento que se me ha ocurrido algo mejor. —La tomó por la cintura con sus fuertes manos para sentarla sobre su regazo—. De repente se me antojó un poste, y quiero comerlo antes del té.

—Yo también tengo muchos deseos de algo dulce —susurró al pasar sus dedos sobre su pecho—. Me alegra haber cerrado la puerta con llave.

—Querida, a esta hora —le dio un vistazo rápido al reloj de su escritorio—, nadie vendrá a molestarnos. Vayamos juntos a disfrutar las mieles del paraíso.

La tarde aún era joven y los condes aprovecharían cada minuto que tenían para amarse, entregando sus almas a ese acto tan puro y sublime que los volvería una sola carne.


Las horas se iban como en un suspiro cuando se encontraba al lado de Mikasa. El duque de Cornawall había disfrutado muchísimo su primera tertulia con su futura esposa. Verla regocijarse de los prados, rodeada de esas hermosas flores que exaltaban su belleza, era un completo deleite.

Habían regresado a la mansión Jersey antes de caer el ocaso. Durante el trayecto de vuelta a la vivienda, Eren aprovechó para descubrir qué otros talentos poseía su prometida. La joven le contó que era amante de la lectura y gracias a ello se había apasionado por la escritura. Dato que le resultó interesante, pues el duque quería ser el lector principal de sus historias.

—Milord, es usted un caballero. Haber llevado a Mikasa a un campo rodeado por campánulas me parece un detalle precioso —espetó la condesa después de darle un sorbo a su té de manzanilla—. Como su madre, le agradezco el gesto.

—Es un verdadero placer agasajar a vuestra hija, milady —confesó con una enorme sonrisa en los labios—. Además, contemplar el brillo de sus ojos me provoca una calidez en el alma.

—Se nota que le gusta la poesía, excelencia —esbozó Levi enarcando una ceja. Él era el más interesado porque su hija fuese feliz, pero eso no significaba que dejase de sentir un poco de celos al recordar que su princesa pronto abandonaría el nido—. ¿Ha leído a Lord Byron? Se le conoce como el mejor poeta de su tiempo a pesar de ser un bohemio.

—Oh, sí. Me gustan sus obras, tiene poemas que inspiran. Pero, recientemente, he descubierto a William Blake. Y sus escritos, puedo decirle, milord, enamoran.

Levi sonrió para sí mismo antes de tomar un poco más de su bebida. Su futuro yerno era un hombre muy bien instruido, conocedor no solo de temas financieros, sino también del arte y eso le agradaba. Su hija estaría resguardada en muy buenas manos.

—Tengo un par de libros en la biblioteca que creo le pueden interesar —expresó el conde con tranquilidad al depositar la delicada taza de porcelana sobre la mesa—. Por cierto, opino que deberíamos fijar una fecha para la fiesta de compromiso.

—Por supuesto. Estoy de acuerdo con eso, milord —manifestó con algarabía. El duque no quería esperar ni un minuto más para hacer pública su unión con la mujer que le había robado el corazón—. Mikasa, ¿le parece bien si la fiesta de compromiso la realizamos en un mes, y la boda dos meses después?

—¡¿Eh?! —La azabache se asombró por la repentina pregunta. Estaba feliz por desposarse, pero imaginar que pronto dejaría la casa de sus padres le generaba un poco de nostalgia—. Yo…

—Si cree que es muy pronto podemos esperar más tiempo. —Eren no quería bajo ninguna circunstancia presionarla—. Yo respetaré su decisión.

Hange y Levi observaban la escena en silencio, generalmente, ese tipo de acuerdos se realizaba entre el padre de la novia y el futuro marido; no obstante, ellos eran un matrimonio con otro tipo de pensamiento.

El conde agradeció que el duque tomara la iniciativa de incluir a Mikasa en la decisión, y no imponiendo su voluntad como la mayoría lo hacía. Cada una de sus acciones lo sorprendían más. Hange, por su parte, estaba tranquila al saber que la opinión de su hija era importante, pues ella se había esmerado en inculcarle que sus emociones debían ser expresadas y respetadas.

—Excelencia —Mikasa fijó sus preciosos ojos grises en esa mirada esmeralda que tanto le generaba intriga—, acepto. Acepto realizar el compromiso en un mes y la boda dentro de tres meses a partir de este día —sonrió—. Padres, espero estén de acuerdo con nuestra decisión.

—Por supuesto, pequeña —expuso la condesa con emoción al tomar la mano de su marido en un gesto de complicidad que, él afianzó indicándole que estaba conforme—. Tienen nuestra bendición. Deseamos que vuestro matrimonio sea muy próspero y feliz.

—Muchas gracias, conde, condesa. —Eren les dedicó una sonrisa de agradecimiento—. Y a ti —estiró su mano para tomar la suya cubierta por sus finos guantes y depositar en ella un casto beso. Con el compromiso fijado podía tratarla con un poco más de confianza—, prometo hacerte la mujer más dichosa.

—Le prometo lo mismo, excelencia —musitó despacio al sentir que un leve rubor se formaba en sus mejillas.

—Esto merece un brindis —dijo el conde con calma para disimular un poco sus emociones— Erwin, trae por favor, una botella de vino de la reserva especial —ordenó al mayordomo con amabilidad, quien le hizo una cordial reverencia antes de retirarse por el encargo—. Esta noche vamos a celebrar.

Eren se sentía complacido por saber que era bien recibido en la casa de su nueva familia.

Estaba feliz y esperaba que al informales las buenas nuevas a sus parientes, ellos recibieran la noticia con alegría. De todas maneras, si no fuese así, le daba lo mismo, pues lo que más le importaba en la vida era hacer sonreír a ese ángel que tenía sentado a su lado. Para el duque, Mikasa representaba la luz que le hacía falta a su existencia.

Continuará…


¿Cómo están?

Eren es un romántico que desea con todo su corazón agasajar a Mikasa. Pienso que cuando estén casados él le mostrará sitios interesantes. Tendremos que descubrirlo.

Además, ya tenemos fecha para la fiesta de compromiso y boda. Recuerden que en esos tiempos los matrimonios se formalizaban muy diferente a lo que nosotros conocemos.

Quiero agradecerles su apoyo y amor para esta obra, son mi motivación para continuar.

Gracias a quienes me recomiendan, lo valoro muchísimo.

Nos leemos pronto.

Con amor.

GabyJA