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Capítulo 4
El tiempo había transcurrido en un abrir y cerrar de ojos, ya que faltaba solamente una semana para la celebración de su compromiso. Flores, músicos y el mejor banquete fue solicitado para que esa noche todo saliese perfecto.
Mikasa había pasado muy ocupada perfeccionando cada detalle de la reunión con la ayuda de su madre. Nunca se imaginó que planear una boda resultaría tan complicado. Aunque en su interior, se sentía muy ilusionada. Deseaba con todo su corazón que la fecha indicada llegase para poder compartir con sus familiares la dicha que la estaba regocijando.
Eren era más de lo que alguna vez hubiese imaginado. El joven duque le enviaba cartas con poemas y versos de amor todos los días. Él le decía en cada uno de sus escritos que el simple hecho de imaginarla sonreír, era lo que necesitaba para vivir con alegría. El duque era un romántico y soñador que la hacía suspirar.
—¿Así está bien o lo desea más ajustado? —inquirió con amabilidad la dulce voz de la modista—. ¿Señorita?
—¿Eh? Disculpe, madame Ral —respondió apenada, sus pensamientos hacia el duque la hicieron olvidar donde se encontraba—. Así está bien, muchas gracias.
—¡Mikasa, te ves preciosa! ¡Luces como un diamante! —exclamó con algarabía la condesa al apreciar a su hija con su vestido de compromiso—. Este atuendo solo engalana tu belleza.
—Madre —musitó con las mejillas sonrojadas—. ¿Puedo verme?
—Por supuesto —expresó con una alegre sonrisa la modista—. Ayúdenla, por favor.
Las empleadas de madame Ral tomaron con delicadeza el faldón, mientras ella le sujetaba la mano a su cliente para que pudiese girar sin problema. La condesa había solicitado que su hija fuese la última en apreciar el vestido que llevaba puesto, ya que anhelaba ver sus ojos llenos de ilusión al mirarse frente al espejo. Su pequeña lucía como lo que siempre había sido: una hermosa princesa.
Mikasa sentía muchos nervios; así que, cerró los párpados por algunos instantes, hasta que le indicaran que había quedado frente al espejo. Su madre se le acercó y con amor le acarició la mano, indicándole en ese gesto lo que tanto estaba esperando. La joven suspiró y, poco a poco, fue abriendo sus maravillosos ojos. La imagen con la que se encontró la dejó sin habla.
—El duque caerá rendido a tus pies cuando te vea con este vestido —murmuró su progenitora en su oído. Antes de alejarse un poco para que su hija pudiese apreciarse—. Madame Ral, ¡ha superado todas mis expectativas!
—Muchas gracias, milady. Es un honor complacer los deseos de la condesa y de su bellísima hija —manifestó con sinceridad. Lady Jersey pertenecía a su lista de clientes privilegiados—. ¿Le gustó, señorita?
—E-esto es… más de lo que hubiese imaginado —balbuceó la azabache, quien aún seguía hipnotizada por su aspecto. La modista le había confeccionado a la perfección el vestido que le había solicitado—. Muchas gracias.
—Es un placer. —Madame Ral estiró muy bien la falda para que la señorita Mikasa pudiese girar con tranquilidad sobre la pequeña tarima en la que se encontraba parada—. Milady, quisiera mostrarle algunas telas que me llegaron importadas desde París. ¿Quisiera acompañarme?
Hange sonrió con alegría al escuchar las palabras de la modista. Esos tejidos los había mandado a solicitar ella, exclusivamente, para otorgarle un obsequio muy especial a su hija. La condesa deseaba que su pequeña saliese de su hogar con los más finos atuendos. Incluyendo la lencería, pues debía ser la indicada para disfrutar plenamente de su viaje de bodas.
—Sasha, ¿podrías quedarte con mi hija un momento, por favor? —pidió con amabilidad a la dama de compañía de su pequeña. La castaña asintió con una reverencia ante su señora—. Mikasa, vuelvo enseguida.
—No te preocupes, madre —sonrió—. Ve tranquila.
—Condesa, por aquí, por favor —indicó la modista con su mano para que lady Jersey la siguiera.
Las mujeres abandonaron la habitación, dejando a una muy ilusionada Mikasa, quien se estaba enamorando cada vez más de su vestido.
La azabache giró con mucho cuidado sobre la tarima para apreciar cada detalle de su elegante prenda. Desde el corselete hasta el faldón, estaba elaborado con la más fina y delicada seda que hubiese existido.
Llevó sus manos hasta su cintura y con delicadeza delineó sus curvas. Cerró sus ojos, y se imaginó al duque junto a ella bailando una pieza en el gran salón. Desde el día en el que lo conoció y bailó con él por primera vez, había quedado encantada, deseando con todo su corazón volver repetir la experiencia. Sería muy hermoso compartir una bella sinfonía que solo fuese de los dos, la noche de su compromiso. La escena en su mente era mejor que aquellas que la habían hecho suspirar en sus novelas de romance.
Sonrió, luego abrió sus ojos llenos de ilusión para pedirle a las empleadas de madame Ral que la ayudasen a cambiarse.
Esa mañana, había experimentado muchas emociones solamente al probarse su vestido de compromiso; significaba que, cuando viese su ajuar de novia, quedaría petrificada. Ese sin duda sería el atuendo más importante de toda su vida y con el cual había soñado desde que era una niña. Estaba segura por lo que ya había observado que, estaría más bello de lo que se hubiese imaginado.
—Sasha —nombró con dulzura a su doncella—, ¿me podrías ayudar?
—Por supuesto, señorita —respondió al tomarla de la mano para ayudarle a bajar de la tarima—. Con cuidado, por favor.
—Eres muy amable —le sonrió—. Quisiera cambiarme mientras espero a mi madre. ¿Me podrían acompañar?
—Claro, venga por aquí. —Una de las asistentes de madame Ral la escoltó al lugar donde se encontraba su vestido—. No se preocupe, señorita. Estamos para servirle.
Mikasa agradeció todas las atenciones que madame Ral y todo su equipo de trabajo habían tenido con ella. Definitivamente, su madre había elegido a la mejor modista de la ciudad para que se encargara de confeccionarles todos sus atuendos.
Las jóvenes terminaron de vestir con mucho cuidado a la azabache, mientras Sasha se encargaba de arreglarle el cabello. Las asistentes tomaron la prenda nueva para guardarla en el lugar que su jefa les había indicado. Aún faltaba ajustar uno que otro detalle para que el vestido quedase perfecto. Madame Ral se encargaría, personalmente, de entregarlo en la mansión Jersey un día antes del compromiso.
Mikasa se sentó cómodamente en un sillón mientras aceptaba un té de canela que una de las jóvenes acababa de llevarle. No sabía cuánto tiempo se tardaría su madre, pero ella la esperaría con gusto, degustando de una bebida caliente, la cual acompañaría con unos panecillos de vainilla.
Venía bajando tranquilamente las escaleras de su mansión. Eren era el hombre más sonriente desde que la fecha de su compromiso se fijó. Había estado tan concentrado escribiéndole cartas de amor a su amada que, se le había olvidado por completo que en pocos días, daría inicio el nuevo proyecto de construcción de viviendas que tenía previsto para una pequeña comunidad.
Armin se había estado encargando de todo para que él no se preocupara; sin embargo, la responsabilidad caía sobre sus hombros, ya que era él, el encargado de salvaguardar a su gente.
Llegó al pie de las escaleras y se dirigió directamente hacia su despacho. La tarde recién iba comenzando; así que, tendría mucho tiempo para poner todos sus pendientes en orden.
Caminó despacio por un largo pasillo cuando se encontró de repente con el matrimonio Arlet. La pareja venía saliendo del salón familiar y por sus semblantes parecía que habían tenido una pequeña discrepancia.
—Buena tarde —saludó con cortesía a sus familiares. La tensión era palpable; no obstante, la educación nunca estaría de más—, Armin, Annie. Perdonen que nos los saludé por la mañana, pero tuve que salir a resolver un asunto antes que cayera el alba.
—Buenas tardes, Eren. —Armin siempre tan gentil, contestando con una pequeña sonrisa en el rostro—. Descuida, yo también salí muy temprano. Tuve una pequeña reunión con los arrendatarios.
—De eso deseaba hablarte, ¿sería mucha molestia si me acompañas al despacho un momento? —inquirió con cautela, pues el rostro de Annie seguía manteniendo su expresión sería.
—Por supuesto —acotó—. Querida, voy a acompañar a Eren, luego te busco para que sigamos conversando —dijo antes de darle un delicado beso en la mano a su esposa.
—No te preocupes, Armin. Creo que ya no tiene caso —espetó con frialdad, cuando la rubia se molestaba era mejor dejarla en paz—. Iré a supervisar cómo van los preparativos de la cena.
Armin le sonrió con un deje de tristeza. Al ojiazul nunca le había gustado discutir con su esposa, pero tampoco estaba de acuerdo en darle siempre la razón, sobre todo, cuando él consideraba que no la tenía. Le daría su espacio para que lograra calmar sus emociones y volvería a hablar con ella cuando estuviesen solos en su habitación. Desde que se habían casado, habían prometido no irse a la cama disgustados; así que, tenía fe que su discrepancia se solucionaría antes de acostarse.
—Annie, ¿te puedo pedir una diligencia? —La joven asintió con un leve movimiento en su cabeza para que el duque continuara con su petición—. ¿Podrías pedirle a la cocinera que me prepare unos panecillos con semillas de amapola y almendras, por favor? Deseo mandar un presente muy temprano el día de mañana.
—Qué estupidez —masculló, dejando en claro su descontento ante esta situación. No obstante, ella sabía que nada podía hacer con respecto a la decisión que había tomado el duque. Le gustase o no, él era el único jefe de esa familia—. No te preocupes, le pediré que los tenga listos antes del alba. Si no se les ofrece algo más, me retiro.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar sin mirar atrás por el largo pasillo.
El duque parpadeó, mientras Armin le ponía una mano sobre su hombro. La esposa de su primo tenía un carácter muy temperamental y, aunque la consideraba como a una hermana. No le permitiría bajo ninguna circunstancia que ese tipo de comentarios se esbozaran cuando estuviese casado. Mikasa sería su duquesa y, desde ese momento, ella sería la que se encargaría de tomar todas las decisiones con respecto a su casa.
—No le hagas caso. Sabes que a Annie le gusta articular lo que siente —expresó Arlet con calma, viendo directamente los ojos de su primo—. Solo te pido que le des un poco de tiempo. Yo te prometo que hablaré con ella.
—¿Por eso estaban discutiendo? —espetó con seriedad.
—Algo así —musitó encogiéndose de hombros—. Eren, debes comprender que la situación no es nada fácil, y no lo digo porque Annie deba dejar de encargarse de ciertas responsabilidades.
—Lo comprendo. Créeme que lo entiendo, pero el amor es un sentimiento que llega sin esperarlo —confesó con un brillo muy peculiar que sobresalía de sus pupilas—. Tú mejor que nadie puede dar fe de lo que estoy hablando —declaró—. Tu mundo se llena de colores y respiras cada mañana anhelando percibir su aroma. Cierras los ojos y la imaginas con esa preciosa sonrisa que te enamora cada día. El simple hecho de pensar que estará por siempre a tu lado, hace que tu piel arda en deseo —suspiró—. Nunca habrías pensado que la vida tendría tanto sentido.
Armin sonrió grandemente al escuchar cada una de las palabras que decía su primo. La manera tan real en la que describía el amor, solamente le confirmaba que sus sentimientos por la mujer con que se desposaría, eran puros y sinceros. Jamás pensó que podría verlo tan enamorado.
—Te has convertido en todo un poeta —dijo mientras le palmeaba un poco la espalda para devorarlo a realidad—. Ahora entiendo porqué hay tantos libros nuevos en la biblioteca.
—Fueron un regalo del conde. Él amablemente me compartió un poco de su literatura. —El duque estaba muy agradecido por el presente de su suegro. No sabía si lo había hecho con esa intención, pero esos libros le habían dado mucha inspiración. Tendría que pensar cómo devolverle el gesto—. Cuando gustes puedes leerlos, te aseguro que te van a gustar.
—No sería mala idea. —Armin se llevó la mano a la barbilla para frotársela un poco. Su esposa no era amante de la poesía; sin embargo, no conocía a ninguna mujer que se resistiese a una carta llena de amor—. Les echaré un vistazo, luego de terminar con los asuntos pendientes.
—Tienes razón. —Eren recordó cuál era el verdadero motivo por el que se dirigía al despacho—. ¿Vamos?
—Después de ti.
El duque comenzó a caminar seguido muy de cerca por su mano derecha. Armin era ese pilar en su vida que estaba junto a él apoyándolo en todo, sin importar absolutamente nada.
Agradecía muchísimo el contar con su compañía y la de su esposa. Por ello rogaba para que las cosas se solucionaran y pudiesen convivir como lo que debían ser: una verdadera y amorosa familia.
El tan esperado día del compromiso había llegado.
Esa mañana, los sirvientes de la mansión Jersey corrían de un lado al otro con los encargos que les había solicitado su señora. Hange estaba supervisando, personalmente, todos los detalles para que la fiesta de sus hijos fuese perfecta, ya que Eren, desde ahora, era parte de su querida familia.
La condesa estaba en la cocina probando los platillos que felizmente preparó la cocinera. La señora Isabel tenía una sazón exquisita, pero ese día había superado sus expectativas, pues cada una de sus preparaciones era sublime.
Hange salió complacida de las cocinas y se dirigió al salón principal. Los arreglos de flores que había solicitado ya habían llegado a la mansión, y quería comprobar que los estaban ubicando en el lugar indicado.
—Milady, disculpe. —Una de sus doncellas de confianza se le acercó para entregarle una caja—. La florista me entregó esto para usted.
—Permíteme, voy a abrirla —dijo con amabilidad mientras tomaba la tapa de la caja con sus manos—. ¡Son perfectos! —sonrió—. ¿Podrías entregárselos a Sasha, por favor? Dile que son para el baño de mi hija.
—Por supuesto, milady. Con su permiso. —La joven hizo una cortés reverencia a su señora antes de marcharse.
La condesa llegó al salón, y lo que observó la dejó sin palabras. ¡Era absolutamente precioso! Todo el lugar estaba decorado por jarrones de plata llenos de hermosas rosas blancas. Hange era amante de las flores, y fue ella la que le compartió su conocimiento del lenguaje a Mikasa. Por eso siempre soñó con que ese día, su hogar estaría rodeado de estas bellezas de la naturaleza.
—Condesa. —Erwin había caminado de prisa para recibir a su señora cuando la vio parada frente al umbral del salón—. ¿Está todo como usted lo desea? ¿Quiere que solicite algún cambio?
—¡Todo es perfecto! —exclamó con algarabía. La realidad había superado lo que su mente había imaginado—. Han hecho un excelente trabajo.
—Sus palabras son un honor, condesa. —El mayordomo hizo una inclinación con mucho respeto—. El conde me dio órdenes estrictas para que todo quedase como usted lo deseara. Me dijo que si algo no le gustaba, lo desechara de inmediato.
Hange dibujó una sonrisa tierna en su rostro al escuchar sus palabras. Levi nunca se había involucrado en la organización de una recepción; sin embargo, esta no era cualquier fiesta. Era el compromiso de su única hija y como tal, le agradaba saber que él también estaba interesado en que todo fuese como lo había soñado.
—No te preocupes, hasta el momento todo está quedando impecable —esbozó con satisfacción. Su pequeña iba a tener una noche espléndida—. Por cierto, ¿dónde están los arreglos con las rosas rojas?
—Si gusta acompañarme. —Erwin se hizo a un lado para que su señora pudiese pasar—. Están al fondo del salón. Aún no los hemos colocado, ya que estábamos esperando sus instrucciones.
—Eres muy considerado. —La condesa agradeció el gesto—. ¡Oh, por Dios! ¡Son preciosos! —exclamó feliz al ver lo impresionantes que eran esos arreglos—. Erwin, quiero que le envíes una nota de agradecimiento a la florista con un pequeño gesto extra por su trabajo. Todo su equipo lo merece.
—Como usted lo ordene, milady.
—El más grande va en el centro del salón y los otros dos en el comedor principal —dijo sin quitar sus hermosos ojos de las rosas. Las cuales brillaban como si poseyeran impregnadas el rocío de la mañana—. El rojo tiene un significado especial.
El mayordomo le sonrió, antes de pedirle a los sirvientes que se llevaran los arreglos al lugar que había solicitado la condesa.
Hange caminó muy despacio por todo el salón mientras sonreía con emoción. Uno de los días que más había anhelado, desde que su pequeña era una niña, había llegado. Estaba segura que esa noche sería de mucha algarabía.
Su hija merecía vivir en un completo cuento de hadas.
Los invitados fueron recibidos con todos los honores por los lacayos y el mayordomo de la mansión Jersey. Erwin Smith se encargaba, personalmente, de asignarles a los asistentes, un sirviente para que los dirigiera al gran salón. Los presentes a la recepción, eran las amistades y los parientes más cercanos a la familia.
El conde era un hombre muy reservado, al que le gustaba compartir cierto tipo de acontecimientos, solamente con sus más allegados. El duque no tenía más familiares que su primo y su esposa. Así que, sería una velada privada. No obstante, la boda sería otra historia.
—Excelencia, buena noche —dijo con mucha cortesía el mayordomo al darle la bienvenida al duque y a sus familiares—. Señor, señora. Es un verdadero placer recibirlos en vuestra casa.
—Erwin, buenas noches. Tan cortés como siempre —espetó Eren con una enorme sonrisa en los labios.
—Estoy para servirle. Gustan acompañarme, por favor. —El hombre se hizo a un lado para que el duque y sus allegados pudiesen pasar—. Por aquí.
Eren sonrió con alegría al apreciar cada uno de los detalle que engalanaban la mansión Jersey. Podía apostar que fue su suegra la responsable de tan pulcra y fina decoración.
El duque iba con la mirada fija en el camino; sin embargo, podía percibir el fastidio que le causaba toda esa situación a la esposa de su primo. Annie era una mujer fría y muy poco expresiva; así que, rogaba que su carencia de emociones, sirviese para disimular sus verdaderos sentimientos.
»—Me disculpo por la interrupción, pero el duque de Cornawall acaba de llegar junto a sus familiares —anunció el mayordomo a su señor, quien se encontraba conversando con unos amigos—. Excelencia, pase, por favor.
—Gracias, Erwin —esbozó el conde con calma—. ¿Podrías enviar a alguno de los meseros con bebidas para el duque y su familia?
—Por supuesto, milord.
El hombre hizo una reverencia antes todos, luego se marchó a realizar el encargo. Todavía faltaba recibir a algunos invitados; por lo tanto, debía volver a tomar su posición en la entrada de la mansión.
El duque se acercó a su suegro, y con cortesía lo saludó a él y a todos los invitados. Los amigos del conde estaban complacidos por conversar un poco con su excelencia.
—Conde de Jersey, me permite presentarle. —Eren hizo un gesto con su mano para presentar formalmente a las personas más allegadas a su vida—. Mi primo, Armin Arlet y su esposa, Annie Arlet.
—Es un gusto conocerles. El duque me ha comentado mucho sobre ustedes —expresó Levi al estrechar la mano del rubio, luego tomó con mucha delicadeza los nudillos de la mujer para depositar en ellos un casto beso—. Sean bienvenidos a vuestra casa.
—Milord, es un placer. Eren nos ha hablado maravillas de usted y de su familia —confesó con sinceridad el ojiazul—. Nos sentimos honrados de ser tan bien recibidos por la futura familia de vuestro primo.
—Siéntase como en su casa. —Un mesero acababa de llegar con bebidas para todos. El conde agradeció al joven su amabilidad antes de que se retirase—. El duque me comentó que usted es su mano derecha en todos sus asuntos laborales. Pienso que es una excelente estrategia contar con una persona de entera confianza.
—Le agradezco sus palabras, milord —Armin se sentía honrado por el discursos del conde—. Eren y yo crecimos juntos. Siempre nos hemos apoyado mutuamente, fue por ello que aceptamos quedarnos a vivir con él, después de la ausencia de sus padres.
El conde prestaba mucha atención a cada una de las palabras del señor Arlet. A pesar de ser muy joven, poseía una madurez inigualable y una inteligente que estaba seguro, había hecho prosperar a su excelencia.
Eren estaba complicado de observar a su futuro suegro conversar amenamente con su primo, pues de una u otra forma, todos terminarían siendo una gran familia. Sin embargo, lo que él realmente deseaba, era poder ver a su prometida. Se la imaginó tan hermosa y radiante que su corazón palpitó con más fuerza.
Pasaron algunos minutos charlando antes que uno de los sirvientes llegase a interrumpirlos. El conde se disculpó con su yerno, ya que debía retirarse. El duque lo vio partir mientras sospechaba hacia donde podría dirigirse.
»—¿Estás nervioso? —inquirió Armin al notar cómo su primo jugueteaba con sus dedos.
—Un poco —musitó intentando detener su acción—. Mikasa es la mujer perfecta. Lo que más deseo es hacerla feliz.
—Aún estás a tiempo de arrepentirte —esbozó Annie, quien en toda la noche apenas había pronunciado una que otra palabra—. No cometas un error solamente por dejarte llevar por tus emociones.
—Annie —Eren la vio directamente a los ojos. Él podía ser muy comprensivo, pero no iba a permitir que nadie cuestionara sus decisiones. Sin importar que, se tratara de alguien a quien consideraba su hermana—, te voy a pedir de la manera más atenta que respetes mi decisión. Mikasa es la mujer que he estado esperando toda la vida. Ella será mi duquesa, la madre de mis hijos y a la única a la que le voy a permitir que se meta en mis asuntos. ¡Está claro!
—Luego no te vayas a estar quejando —balbuceó. Annie estaba consciente que no debía meterse; sin embargo, las normas inculcadas por sus padres le recordaban que debía exteriorizar lo que creía; así fuera en contra de los ideales de sus parientes.
El duque suspiró. Ese no era el lugar ni el momento para discutir por cosas que, claramente, no veían igual. Él estaba seguro del paso que iba a dar. Esa noche, se comprometería con el amor de su vida y nadie se lo iba a impedir.
Armin analizó la situación y se acercó a su esposa, susurrándole algo en el oído muy delicadamente. La rubia frunció el ceño después de escuchar a su marido, pero guardó silencio. No refutó, simplemente, desvió su mirada hacia el gran salón. Arlet le acarició la mejilla con ternura. Era tan difícil estar en la posición que se encontraba; no obstante, haría todo lo que estuviese en sus manos para mantener la armonía entre sus familiares.
La música se detuvo de repente cuando el mayordomo se hizo presente. Erwin tomó la palabra y con algarabía, anunció a la recepción el ingreso de la señorita Mikasa Ackerman, quien llegaba acompañada de sus orgullosos padres.
Los aplausos no se hicieron esperar, pues la joven lucía espectacular.
El duque seguía sin poder hablar, ya que su amada brillaba como el más precioso de todos los diamantes. Ese pulcro vestido color morado que ostentaba esa noche, solamente resaltaba aún más su belleza, pues la prenda se ajustaba a su cintura como una segunda piel, y la falda era tan amplia que, caía suavemente como el agua en una cascada. Simplemente, ¡era exquisita! Sacudió su cabeza y caminó hasta el encuentro del amor de su vida. Con mucho respeto le tomó la mano, depositando en sus finos dedos un cálido beso. Le sonrió, transmitiéndole en ese gesto todo lo que su alma sentía.
—Te ves muy hermosa —le dijo con dulzura al pararse junto a ella.
—Gracias, excelencia —musitó con sus mejillas ruborizadas. La mirada del duque la deslumbraba, pues su brillo tenía algo que la eclipsaba—. Usted también luce impecable.
—¿No crees que ya es tiempo que me llames por mi nombre? —inquirió. Él iba a ser su esposo y como tal, deseaba que entre ellos no existiesen ese tipo de formalismos—. Quiero que me tengas confianza, Mikasa. Mi prioridad en esta vida es hacerte muy feliz. Viviré para complacerte.
—Yo también deseo hacerte muy feliz, Eren —susurró sintiéndose un poco apenada, ya que era la primera vez que llamaba a un hombre con tanta confianza.
—Estoy seguro que así será —sonrió—. Ves lo lindo que se escucha mi nombre al salir de tus labios. —El duque acarició con ternura la mejilla de su amada antes de tomarla de la mano—. ¿Vamos? Debemos saludar a los invitados.
La feliz pareja saludó con cortesía a los familiares y amigos que les estaban acompañando en la velada. Los condes se ubicaron al lado de los parientes del duque mientras esperaban a que terminaran con su recorrido.
Hange estaba feliz, ya que su hija no podría tener mejor compañero que, un hombre que la valorara y la respetara, pero sobre todo, que la amarara como a nadie. Y estaba completamente segura que su pequeña tendría un matrimonio, igual o mejor, al que ella tenía. Levi buscó la mano de su esposa para entrelazar sus dedos a los suyos. El conde estaba complacido al apreciar el brillo en las pupilas de su mujer. Nada le llenaba más el alma que hacer sonreír a las dos mujeres más importantes de su vida.
Los músicos comenzaron a tocar una melodía suave cuando vieron al duque llevar a la joven al centro del salón. Eren le sonrió con mucho amor, mientras ella lo observaba con ternura. Besó su mano y ante la mirada de todos los invitados, se arrodilló frente a la mujer que más anhelaba. Buscó dentro de su saco una pequeña caja de terciopelo color negro, y la abrió despacio delante de sus orbes, revelando con gran admiración lo que contenía.
La azabache se quedó sin habla, al apreciar el precioso anillo que tenía frente a sus ojos. Jamás se imaginó contemplar una joya tan delicada y perfecta.
—Mikasa Ackerman. —El duque clavó su mirada en los orbes grises de su amada con mucha profundidad—. Desde que te vi, me enamoré de ti —confesó—. Eres la luz que guía mi camino y el aire con el que respiro —tomó su mano, y con cuidado retiró el guante que cubría su brazo—. Desearía que me dejases ser, el hombre que te cuidará y te protegerá el resto de tu vida —observó cómo una pequeña lágrima se empezaba a escapar de sus párpados—. Mikasa, ¿me haces el honor de casarte conmigo?
—S-sí, sí —respondió con la voz entrecortada. Esa petición había sido más de lo que se hubiese imaginado—. A-acepto casarme contigo, Eren.
—Te prometo que tendrás una vida maravillosa —le dijo mientras le deslizaba por su dedo anular izquierdo una joya muy espacial—. Este anillo, fue de mi madre —comentó al apreciar lo hermoso que se veía en la mano de su prometida—. Ella me lo entregó para que se lo diera a mi futura esposa, y creo que estaría complacida al saber que es un ángel, quien lo porta.
—Eren… —Era una pieza de joyería exquisita. El anillo era de oro antiguo con un diseño exclusivo y, en el centro, portaba una preciosa esmeralda. Nunca había visto algo tan maravilloso—. ¡Es precioso! Será un honor usarlo.
—El honor me lo das tú al casarte conmigo —expresó al ponerse de pie para estrecharla fuertemente entre sus brazos.
Mikasa se sorprendió por el gesto tan repentino; sin embargo, le abrazó con ternura. Eren se embriagó con su aroma, guardando en su memoria los toques dulces de la piel de su prometida. Se separó un poco de ella y volvió a mirarla.
—E-Eren… —musitó al sentir que él se le acercaba.
—Mikasa, gracias por aceptarme —susurró antes de besarle fugazmente los labios. La azabache nunca había sido besada, pero ese pequeño contacto la había dejado anonadada. Se sentía como si flotase sobre una nube—. Te amo.
Los condes se acercaron a los jóvenes junto a los familiares del duque para felicitarlos. Así como lo hicieron cada uno de los invitados.
El compromiso se había sellado y la boda se encontraba a la vuelta de la esquina. Todo era felicidad y armonía en la mansión Jersey.
La fiesta seguiría, luego de que los recién comprometidos realizaran ante sus seres más cercanos, su primer baile como pareja.
Continuará…
¿Cómo están?
Espero que la fiesta de compromiso les haya hecho suspirar. El duque es un romántico, cada día hace algún gesto diferente para conquistar a su futura duquesa.
Cada vez falta menos para la tan anhelada boda, iremos descubriendo juntos cómo se preparan para tan importante acontecimiento.
Mil gracias por sus comentarios, sus teorías y su amor para esta obra que amo tanto. Son todos muy importantes y valiosos para mí. Les adoro mucho.
Gracias a las páginas que siempre me recomiendan, su apoyo es fundamental e inigualable.
Nos leemos muy pronto.
Con amor.
GabyJA
