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Capítulo 5
Faltaba exactamente un mes para la celebración de la boda. Y los días parecían irse como en un suspiro, detalle que le alegraba infinitamente la existencia. Lo que más deseaba era estar frente al altar, jurándole amor eterno a la mujer que amaba. Nada le regocijaba más el alma que, saber que tendría toda una vida para hacerla completamente feliz.
Desde la velada del compromiso, la pareja había pasado más tiempo ocupada; sin embargo, eso no les impidió el verse de vez en cuando en la mansión Jersey. Es más, la distancia física, había provocado que Mikasa empezara a enviarle cartas con sus escritos para llenarle de colores el mundo. Su prometida poseía una impronta que enamoraba a cualquiera, envolviendo a quien la leyera, en fantasías hermosas que hacían anhelar una vida de ensueño.
Eren sonrió al imaginarla escribiendo en su alcoba. Sentada en alguna butaca con pluma en mano para redactar con su pulcra letra los más adorables escritos.
—Eren, ¿estás ahí? —Armin acaba de llegar al despacho de su primo. Y lo observó con la mirada perdida mientras sonreía como un bobo—. El amor le pegó muy fuerte, excelencia.
—Armin, disculpa. No me percaté que te encontrabas aquí —balbuceó, aún no regresaba completamente a la realidad—. ¿A qué hora volviste?
—Hace poco. Fui a hacer una ronda de vigilancia con las tropas —comentó cuando se sentó frente a Eren—. Los últimos proyectos van avanzando mejor de lo esperado.
—Me alegra escucharlo; para la comunidad es importante. Cada nueva obra le otorga una mejor calidad de vida a nuestra gente. —El duque estaba muy comprometido con cada una de las familias que tenía bajo su responsabilidad. Él procuraba siempre proveerles las herramientas necesarias para obtener un mejor desarrollo—. Gracias por tu compromiso, Armin.
—Es un placer. Además, faltan pocos días para la boda. Estoy consciente que tienes muchos asuntos por resolver —espetó con franqueza—. Deja todo en mis manos —sonrió—. Por cierto, ¿qué has decidido con respecto al viaje de bodas?
El duque suspiró, él tenía planeado llevar a su esposa a París como regalo de nupcias. Sin embargo, sus responsabilidades lo obligaban a permanecer en Londres, por lo menos lo que restaba del año. No obstante, tenía un perfecto plan para esos días, quizá no se podría comparar con la majestuosidad de Francia, pero rogaba porque su esposa se sintiera complicada.
Al pasar esos meses, la llevaría por un largo tiempo fuera del país para recompensarla y agasajarla como era debido. Su duquesa tendría todo lo que deseara a su lado.
—Voy a retrasarlo por un tiempo. En este momento me es imposible salir del país —dijo con un deje de tristeza—. Al tener cada una de las obras marchando, me la llevaré a recorrer el mundo si fuese su deseo. Haré todo lo que Mikasa quiera.
—Me parece la decisión correcta. Como duque tienes muchas compromisos —acotó—. Estoy seguro que la futura duquesa logrará comprenderlo. Se nota que es una mujer muy noble.
—Lo es. Mikasa tiene un gran corazón y un alma llena de bondad —musitó ilusionado—. Ella es la luz que me guía en la oscuridad.
—Realmente anhelo que seas muy feliz, Eren.
El duque agradeció a su primo sus buenos deseos, otorgándole una pequeña sonrisa en su rostro.
Armin se puso de pie y caminó hasta el bar que se encontraba en el despacho. Tomó la botella de whisky, vertiendo un poco del líquido amaderado en dos vasos de cristal. Los cogió con sus manos y le llevó un trago a su primo. Un poco de licor siempre venía perfecto para aminorar el estrés de tanto trabajo.
Eren aceptó el trago y brindó con su familiar antes de beberse el contenido. El líquido le quemó un poco al pasar por su garganta, pero creó una agradable satisfacción al llegar a su estómago.
—Armin, no olvides que tú y Annie serán los padrinos de la boda —le recordó, aunque estaba seguro que el rubio lo tenía muy presente—. Mañana vendrá el sastre con mi traje para la primera prueba. Quiero pedirle que te confeccione uno a ti también. Además, Annie debe lucir radiante. Si gustas, puedo preguntarle a la condesa el nombre de la mejor modista de la ciudad.
—Eres muy amable y te agradezco el gesto —comentó con gratitud—. Tomaré tu ofrecimiento sobre el traje, ya que no me había quedado tiempo de encargar uno nuevo. En cuanto a Annie, mi esposa le solicitó un vestido a su modista. Sabes que ella es un poco reservada con sus cosas y prefiere siempre acudir a su gente de confianza. No te preocupes, las mujeres son más precavidas que nosotros.
—Tienes razón, olvidé que sus prendas necesitan más tiempo de confección —murmuró llevándose la mano hasta el cuello para frotarlo un poco—. Tengo la cabeza en otro lado.
—Descuida, a todos nos pasa. Con el matrimonio descubrirás otras cosas interesantes que tienen las mujeres. Te vas a sorprender de todo lo que pueden hacer.
El duque asintió con un leve movimiento de su cabeza. Lo que sabía respecto al sexo femenino era poco comparado con lo que iba a descubrir al estar casado. Le llenaba de ilusión conocer cada faceta de su mujer, pero, sobre todo, quería aprender a ser ese compañero de equipo que Mikasa tanto anhelaba.
Además, deseaba ser su aprendiz en la elaboración de postres; así como su asistente en el cuidado de las plantas en el jardín. Que fuese un hombre, no era ningún impedimento para ayudarla con sus labores. Su futura esposa tenía mucho por enseñarle.
—¿Qué te parece si aprovechamos que es domingo para tomar el té en el jardín, junto a Annie? —propuso Eren con alegría—. Creo que un poco de aire fresco nos vendría bien.
—Es una buena idea —sacó el reloj que llevaba en el bolsillo para comprobar que la hora fuese la indicada—. Estamos justo a tiempo para acompañarla. Ahora debe estar en la terraza esperando a que le sirvan el té.
—Perfecto. Entonces, vamos al jardín.
Los hombres se pusieron de pie para dirigirse juntos hacia el sitio donde Annie se encontraba tomando su bebida caliente, en calma. Aunque esa tarde, tendría la compañía de las dos personas más importantes de su vida. Su querido esposo y su casi hermano, quien en muchas ocasiones la sacaba de su cordura.
Mikasa había aprovechado la tarde para escribir un poco de sus historias de romance y fantasía. La azabache le había compartido a su prometido un corto relato de amor, y él muy ilusionado le había pedido una continuación. Le alegraba saber que aquellos pensamientos que salían de su mente, hacían sonreír a otra persona. Una persona que se había convertido en alguien muy especial en su vida.
Dejó a un lado la pluma y cerró con mucho cuidado el tintero, tomó el papel en el que había estado escribiendo, y con mucho cariño lo guardó en su mesita de noche. Al día siguiente, se lo enviaría al duque con su mensajero.
Giró su rostro al pequeño reloj que estaba colgado en la pared, percatándose que era la hora de tomar el té. Con mucha emoción se puso de pie para ir a buscar a su madre. La condesa le había pedido que pasaran ese momento juntas, ya que tenía algo importante que comunicarle.
Mikasa salió de su alcoba y caminó por un largo pasillo hasta llegar a la habitación de sus padres. La puerta estaba cerrada; así que, con mucho respeto tocó la madera, esperando a que le autorizaran el ingreso.
Su madre le abrió, y con una enorme sonrisa le pidió que entrara. La tomó de la mano y la dirigió hasta la cama para que se sentara sobre el fino algodón. Hange se acercó hasta su tocador y cogió con sus dedos el taburete. Lo colocó delante de su hija y con delicadeza se sentó frente a su pequeña.
—Madre, ¿sucede algo? —inquirió con duda. Sus acciones le hicieron recordar cuando había sido una pequeña niña, cometiendo travesuras, que debían ser reprendidas con una severa llamada de atención—. ¿No íbamos a tomar el té en el jardín?
—Así es, pero eso puede esperar —acotó clavando sus ojos en las orbes grises de su hija—. Mikasa, debemos hablar.
—Por supuesto, madre. —Lo sabía, estaba segura que algo le pasaba a su progenitora, pero, ¿qué podría ser? Ella ya no cometía travesuras de las que necesitara ser advertida. ¿Habría hecho algo que a sus padres no les hubiese gustado? No, claro que no. Su comportamiento siempre había sido impecable—. Dime, ¿qué pasa?
—Falta exactamente un mes para tu boda. Y, desde ese momento, tu vida va a cambiar por completo —suspiró. La conversación no era fácil; no obstante, era un asunto muy importante que no podía postergar más—. Es costumbre que las madres hablen con sus hijas sobre ciertos temas una noche antes del casamiento; sin embargo, yo no quise eso para ti. Nosotras siempre nos hemos tenido confianza y, ahora que serás una mujer casada, quiero que esta se incremente.
Mikasa no entendía absolutamente nada. Su progenitora tenía un semblante que no podía describir, ya que reflejaba muchas emociones juntas. Lo que sí recordó en ese instante fue que —cuando era una adolescente—, la condesa le había dicho que en su momento tendrían una conversación profunda madre e hija.
Por lo visto, ese día había llegado.
La azabache tomó con mucho amor las manos de su madre, indicándole en ese pequeño gesto que estaba lista para escuchar todo lo que debía decirle.
—Ten por seguro que al casarme, nuestro lazo se hará más fuerte —sonrió—. Tú también siéntete en confianza de decirme lo que sea.
—Esa determinación y esa seguridad, definitivamente, la heredaste de tu padre —le dijo mientras afianzaba más el contacto de su hija—. Mikasa, después de la boda, procede un acto muy especial y único.
—¿Te refieres a la manera en la que se procrean los hijos? —inquirió, ella solo sabía que la unión entre un hombre y una mujer se debía a eso, pero no conocía los detalles—. ¿Madre?
—Sí; sin embargo, esta unión no es solo para eso. —La vio parpadear por la incertidumbre; así que, prosiguió—: En la noche de bodas, se supone que será tu marido el que decida qué va a pasar. No obstante, la mujer también tiene derecho a decidir si quiere que suceda o no. Consumar el matrimonio no es un trato para la sociedad, es una entrega total de cuerpo y alma para la pareja.
—¿Podrías explicarte mejor? —Realmente se sentía muy confundida.
—Mikasa, esa noche vas a hacer el amor con tu esposo por primera vez. —Sus orbes se abrieron de par en par al escucharla hablar—. Los dos van a entregarse el uno al otro. Él, no solamente va a desnudar tu cuerpo, también lo hará con tu alma. Al realizar este acto, se volverán una sola carne y ese lazo los mantendrá unidos para siempre.
La azabache se ruborizó al descubrir esa verdad. Significa que, hacer el amor, no era solo para traer hijos al mundo. Era algo más. Mikasa tenía muchas dudas, pero no sabía si era correcto pedirle a su madre que se las despejara. La pena le recorrió por el cuerpo, al imaginarse desnuda delante de un hombre.
¿Qué otros misterios resguardaba esa unión?
»—Mikasa —susurró la condesa al notar el carmesí en las mejillas de su hija—. Si deseas preguntarme algo, hazlo. La razón por la que decidí hablar contigo, con tiempo, fue precisamente por eso. No quería que te pasará lo mismo que a mí con la conversación tan ambigua que me dio mi madre.
—Bueno, tengo muchas preguntas, pero… —bajó la mirada sintiendo que los colores le subían cada vez más al rostro.
—No te mortifiques, por favor —le pidió. Ahora era ella la que la impulsaba a continuar—. Soy tu madre, y como tal, voy a procurar que te sientas cómoda en todos los sentidos.
—¿Qué es lo que se supone que debo hacer cuando esté desnuda? —musitó con toda la pena del mundo. Jamás se imaginó que una conversión la haría sentir de ese modo—. ¿O qué es lo que hará el duque?
Hange se levantó de su taburete y se sentó al lado de su hija. Le sonrió con ternura antes de contestar a sus inquietudes.
—En ese momento pasará una de las cosas más maravillosas que vas a llegar a experimentar en la vida. —El rubor se había apoderado en ese instante de la condesa, cuando recordó sus encuentros íntimos con su esposo—. Al estar desnudos; llegarán los besos, las caricias. Él recorrerá tu cuerpo y tú el suyo. Y no, no está prohibido —aclaró al ver que volvía a bajar su mirada—. Tu esposo te llevará a tocar el cielo con ambas manos, y tú te sentirás complacida entre sus brazos.
—Madre… —susurró—. ¿Y qué pasará si tengo miedo?
—Eso es normal. Todas lo sentimos al principio, pero te puedo asegurar que se te va a pasar —expresó con determinación—. Además, se ve que el duque es un caballero. Dudo mucho que te obligue a hacer algo que tú no quieras.
—Tienes razón —sonrió—. Gracias por tu sinceridad.
—No tienes que agradecer. Nunca dudes que siempre estaré aquí para ti —besó su frente con amor—. Ahora, ¿qué te parece si vamos al jardín? Tu padre no tarda en llegar y no quiero que nos sorprenda comiendo pastelillos.
Mikasa asintió con alegría. Agradeciendo con el corazón el tener una madre como la condesa. Ella anhelaba ser igual a su progenitora cuando tuviese a sus hijos.
Hange se levantó de la cama y tomó el taburete para devolverlo a su lugar. La azabache la siguió con la mirada y cuando estuvo a punto de levantarse, un fugaz pensamiento llegó a su mente.
«No te quiero lastimar, solo quiero hacerte disfrutar. Déjate llevar, Mikasa…»
Cerró sus ojos y movió su cabeza para disipar esa remembranza, ¿por qué? ¿Por qué después de tanto tiempo le venía ese maldito recuerdo a la mente? Solo había soñado con eso una vez. Además, las pesadillas no se hacían realidad. Pero, ¿esas eran las caricias de las que le había hablado su madre? ¿Eso era lo que le esperaba la noche de bodas? No, por supuesto que no. Su prometido era un caballero, no una aberración como la que había visto en sus sueños.
—Hija, ¿te pasa algo? —inquirió la condesa al apreciar la aflicción en el rostro de su pequeña.
—No, no es nada —fingió una sonrisa para no preocuparla—. De repente, recordé una escena de terror que leí en un libro.
—Mikasa, no deberías leer esas cosas —acotó—. En fin, ¿nos vamos?
La azabache tomó la mano de la condesa para juntas dirigirse al jardín. Ese absurdo pensamiento no le arruinaría la grandiosa tarde que pasaría con su madre.
Se estaba preparando en su alcoba para su cita con el duque. Eren la había invitado a caminar por los prados esa tarde. Ella había aceptado gustosa, pues la idea de estar rodeada por la naturaleza le llenaba el alma.
Había pasado una semana, desde la conversación con su madre y, aunque muchas de sus dudas habían quedado resueltas, aún existían otras que le daban vueltas en la cabeza.
—Señorita, ¿así está bien el peinado? —inquirió con delicadeza su dama de compañía.
—Es perfecto. Gracias, Sasha —respondió. Lo mejor que podía hacer en ese momento era concentrarse en su arreglo personal—. Esta tarde, le comentaré al duque lo que te platiqué hace algún tiempo.
—¿Eh? ¿Qué cosa? —preguntó confundida, había estado tan ocupada ayudando a su señorita con el asusto la boda que, había olvidado lo que habían conversado—. Disculpe, tengo la cabeza en otro lado —hizo una reverencia.
—No te preocupes —le dijo. La azabache estaba consciente que el tema de la boda había ocupado todos sus pensamientos—. Hablé con mi madre y está de acuerdo en que te vayas a vivir conmigo cuando me case. Dice que será bueno el tenerte como compañía mientras me acostumbro a mi nueva vida.
—Estaré encantada de seguirla a donde usted vaya —sonrió. La doncella le tenía un cariño muy especial a su futura señora—. Siempre y cuando el duque esté de acuerdo.
—Por supuesto. Hoy se lo voy a comentar y estoy segura que su respuesta será positiva —declaró sonriente. No tenía ninguna duda que su prometido aceptaría—. Tú eres muy importante para mí. Eres más que mi dama de compañía, Sasha.
La castaña se conmovió con las palabras que le había dedicado la señorita Ackerman. Se sentía honrada y agradecida por poder acompañarle el resto de su vida.
Mikasa le sonrió con cariño antes de levantarse del taburete. Se puso de pie y caminó hasta donde se encontraba el espejo. Se vio en él, girando sobre sus talones para apreciar su aspecto. Luego le pidió a su doncella que la escoltara. Faltaba poco para que el duque llegara.
Bajaron las escaleras y se dirigieron al salón familiar a esperar la visita.
Sasha dejó que la señorita ingresara primero para que pudiese dirigirse con total libertad hasta donde se encontraban sus padres. La doncella se quedó cerca de la entrada, junto a la dama de compañía principal de la condesa.
—Padre, madre. Espero no interrumpir vuestra conversación —expresó con mucho respeto a sus progenitores—, pero quería acompañarles un momento antes de retirarme.
—Tú nunca vas a interrumpirnos —manifestó la condesa con mucha algarabía—. ¿Cierto, querido?
—Correcto. Además, quedan pocos días para tu boda. —El conde suspiró con un deje de nostalgia—. Debemos aprovechar todo lo que podamos para estar en familia.
—Me harán mucha falta —musitó Mikasa, quien se acercó hasta su madre para abrazarla—. Ustedes han hecho que mi vida sea maravillosa.
Hange acunó con amor el rostro de su hija sobre su pecho. Su pequeña ya era toda una mujer que estaba lista para abandonar el nido; sin embargo, el vacío que le dejaría al marcharse sería muy grande. Por eso disfrutaría a su lado todos esos días.
Levi dibujó una pequeña sonrisa en sus labios al contemplar a los amores de su vida. Para el conde, no existía nada más preciado que su esposa y su hija. Él se encargaría hasta su último día de procurar que ambas fueses felices.
—Mikasa, nosotros siempre estaremos aquí para ti —declaró Levi viendo directamente a los ojos de su princesa—. El que vayas a casarte, no significa que nosotros estaremos ausentes. Hasta el último momento de nuestras vidas, tendrás a tus padres para acompañarte.
—Gra-gracias —sollozó, le fue imposible retener esa lágrima que deseaba abandonar sus pupilas desde que se aferró al cálido abrazo de su madre—. Los amo.
—Y nosotros a ti, pequeña. —Hange llevó su mano hasta el delicado rostro de su hija para quitar el rastro de agua salada que había recorrido sus mejillas—. Solo deseamos que seas feliz —sonrió—. Además, cuando tengas a tus hijos, esta casa cobrará nuevamente vida al estar llena de pequeños corriendo de un lado a otro. ¿No es así, esposo?
El conde frunció un poco el ceño. Ese tema le daba un sabor agridulce en el paladar, pues sabía perfectamente bien lo que tenía que suceder entre su hija y el duque, para concebir a esos pequeños. Sin embargo, sus celos de padre, no le impedirían desearle a su princesa que fuese dichosa con su esposo en todos los sentidos.
Relajó su expresión y con calma asintió ante la pregunta que le había hecho su esposa. Era cierto que Jersey House cobraría nuevamente vida, al tener corriendo por sus rincones a los descendientes de su hija.
Los Ackerman estaban compartiendo en ese instante, un momento muy especial como familia.
—Milord, disculpe. —Erwin había llegado hasta el salón familiar y con mucho respeto interrumpió la escena—. El duque de Cornawall acaba de llegar.
—Hazlo pasar, su prometida ya lo está esperando —ordenó Levi a su mayordomo, quien hizo una cortés reverencia antes de retirarse—. Mikasa, tu futuro marido ha llegado por ti.
El conde de Jersey se levantó de su asiento y con mucho amor besó la frente de su hija, después la tomó con delicadeza del brazo para escoltarla hasta donde se encontraba su prometido.
Hange suspiró al observar cómo los amores de su vida caminaban juntos hasta el recibidor de la mansión. Imaginando lo emocionada que se encontraría el día que su marido la entregase en el altar.
Llegaron a una hermosa vereda que se ubicaba cerca de la residencia Jersey. En esta ocasión, iban custodiados por la dama de compañía de la señorita Mikasa y uno de los más fieles lacayos del duque. Sin contar a los otros sirvientes que siempre escoltaban a su excelencia.
Caminaron por varios minutos tomados de la mano.
Eren estaba cada día más enamorado. La sonrisa en el rostro de su prometida le llenaba de vida y el brillo de sus pupilas le enternecía el alma. Faltaba tan poco tiempo para que esa fuese su rutina de cada tarde, y lo más importante era que, al estar casados, podrían pasear sin chaperones.
Llegaron cerca de la colina y admiraron el paisaje, la vista que se apreciaba desde ese lugar era impresionante. Sería una puesta de sol perfecta gracias a la hermosa compañía.
Eren le ayudó a Mikasa gentilmente a sentarse, luego él se ubicó a su lado. Le acarició con ternura la mejilla y después fijó sus ojos en el horizonte. Sus esmeraldas se acentuaban con la calidez de las tonalidades doradas.
—Tenías razón —musitó el duque sin perder de vista el panorama—, la naturaleza es más hermosa que cualquier sitio ruidoso de la ciudad, Mikasa.
—Me alegra escucharlo —sonrió. Le hacía feliz enterarse que sus gustos no eran aburridos—. Te agradezco que consideres lo que te digo, aunque si tú quieres ir la próxima vez a otro lugar, por favor, dímelo.
—Estoy feliz de complacerte. Lo único que deseo es verte sonreír, Mikasa —expresó llevando su mirada hasta los ojos de su amada—. Tus opiniones y tus deseos siempre serán importantes. Nunca tengas miedo de decirme o pedirme lo que quieras.
—Bueno… —balbuceó, era el momento adecuado para hacerle la petición—. Eren, quisiera solicitarte algo.
—Dime, ¿qué deseas?
—Cuando nos casemos, me gustaría llevarme a Sasha a vivir con nosotros —dijo con seguridad, para la azabache era un tema muy importante—. Ella ha estado conmigo desde hace mucho tiempo, es de mi entera confianza y; además, la considero lo más cercado a una amiga. Sé que en tu casa habrá muchas empleadas, pero me sentiría más cómoda si la tuviese a mi lado.
Eren sonrió ampliamente, dichoso por comprobar cada día que pasaba que la mujer con la que iba a desposarse, tenía el temple para comentarle todo lo que la inquietaba. Le gustaba mucho que la petición saliese de sus labios, aunque esa opción, él ya la tenía contemplada.
El duque haría todo lo que su prometida quisiese para que fuese feliz.
—Ya comienzas a hablar como toda una duquesa —espetó con orgullo. Amaba escuchar sus discursos—. Mikasa, tú puedes hacer todo lo que desees, yo nunca me opondré a tus peticiones. Es más, me alegra mucho saber que tendrás a alguien de confianza mientras te familiarizas con la mansión —arguyó—. Sasha tiene mi aprobación para vivir con nosotros.
—Muchas gracias, Eren —le sonrió, el duque era un completo caballero.
—De nada. — El momento de hablar sobre el viaje de recién casados había llegado—. Mikasa, hay algo que debo comentarte.
—Claro, dime. —Ahora era ella quien se encontraba a la espera de escucharlo—. ¿Qué sucede?
—Recuerdas que te dije que estaba contemplando el que fuéramos a París como viaje de bodas. —La vio asentir sutilmente con su cabeza—. Supongo que vas a matarme y estás en tu derecho, pero tendremos que posponer el viaje —bajó la mirada, se sentía un miserable por no cumplir lo que le había prometido—. Tengo una diligencia de carácter urgente con los niños de la comunidad de Somerset. Muchos se han quedado sin estudios porque sus familias no tienen la posibilidad de enviarlos a la escuela. Así que, les prometí construirles un nuevo establecimiento; sin embargo, por la temporada, debemos aprovechar el clima para realizar la construcción o después será muy complicado. Mikasa, ¿podrías perdonarme?
—Eren —su dulce voz se escuchaba como el más delicado susurro—, mírame, por favor —le pidió tomándose el atrevimiento de llevar sus dedos a su barbilla para levantarle el rostro—. No tengo nada qué perdonarte. Estoy al tanto de tus responsabilidades y me hace muy feliz cerciorarme que una de tus prioridades, son los niños —sonrió—. Tenemos toda una vida para hacer ese viaje, pero esos pequeños solo tienen una oportunidad para formarse.
—Mikasa, tú… ¡Eres un completo ángel! —El duque tomó la mano que su prometida tenía en su rostro, y con amor la llevó hasta sus labios para besarla—. Te juro que te voy a llevar a recorrer el mundo entero si es lo que deseas. Además, te tengo preparada una sorpresa.
—¿Cuál es la sorpresa? —inquirió con curiosidad.
—La sabrás el día que nos casemos —esbozó guiñándole un ojo. Eren había jurado encargarse, personalmente, de que sus primeros días como esposos fuesen inolvidable—. Gracias, gracias por ser tan comprensiva.
La azabache le otorgó una cálida sonrisa, la cual hizo brillar las pupilas de su prometido. Como la futura duquesa de Cornawall, le interesaba mucho aportar a la comunidad; así que, en su momento, le pediría al duque que le permitiese colaborar con este y todos los proyectos que involucraban a los pequeños infantes.
Mikasa siempre había soñado con ser una mujer productiva como lo era su madre, y tenía la corazonada que con su nuevo título podría ayudar a todo el que lo necesitase.
—No olvides que seremos un equipo —le recordó con cariño—. Así como tú deseas complacerme, yo también deseo hacerlo. Siempre estaré aquí para ti, Eren.
—Te amo, Mikasa —declaró mientras se acercaba a sus carnosos labios—. Me darías tu permiso para... ¿besarte?
—Prosigue, por favor —respondió sin titubear.
El duque cerró la poca distancia que los separaba, posando sus labios en los de su amada. Ese néctar dulce que se desprendía de su boca era un elixir para los dioses. El besó había sido tierno, corto y, sobre todo, lleno de amor.
Eren se apartó un poco de su prometida para contemplarla con ese precioso carmesí que inundaba sus mejillas cuando se sonrojaba. ¡Era tan hermosa! Que podría pasar admirándola eternamente. Con mucho cuidado la atrajo con su brazo para acunar su rostro sobre su pecho. Quizá ese contacto era mucho atrevimiento; sin embargo, quería tenerla así, junto a él, mientras observan cómo el sol se iba ocultando.
«Prometo amarte hasta el último día de mi vida, Mikasa» pensó el duque cuando besó con dulzura su sedoso cabello.
Esa cita había sido perfecta. Sería un precioso recuerdo que los acompañaría por siempre.
Continuará…
¿Cómo están?
Vemos como los días van avanzando rápidamente, por lo tanto, la boda está próxima a celebrarse.
Este capítulo tiene una escena muy hermosa entre Hange y Mikasa. En la época, se acostumbraba a que las madres conversaran con sus hijas la noche previa a su matrimonio, pero les decían un par de cosas que, en lugar de ayudarlas, las confundían más —en ese entonces, la sexualidad era un tema prohibido—. Sin embargo, fueron las mismas mujeres las que, poco a poco, fueron cambiando ese tabú; es por ello que la condesa fue más abierta con su pequeña.
Como siempre, les agradezco de corazón cada uno de sus reviews, votos, teorías y, sobre todo, amor para esta obra. Los adoro muchísimo.
A las páginas que siempre se toman un poco de su tiempo para recomendarme, mil gracias. Su apoyo constante es fundamental.
Nos leemos pronto.
Con amor.
GabyJA
