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Capítulo 7
Había pasado la noche más maravillosa de toda su vida, ya que durmió acunando entre sus brazos a su querida duquesa.
Eren se había despertado junto al alba, y se había quedado contemplado el rostro de su esposa, quien dormía cómodamente en su regazo. Con ternura le acarició la mejilla, mientras grababa en sus memorias todos sus rasgos. ¡Era tan preciosa! Que nunca se cansaría de agradecer al cielo por el precioso ángel que le había obsequiado.
El duque se encargaría de hacer realidad ese hermoso mundo de fantasía, del que su esposa tanto escribía.
Jaeger esperó a que la duquesa se despertara. La abrazó fuertemente con sus brazos y depositó un casto beso sobre sus labios. Imaginar que esa sería la manera en la que despertarían todos los días, le reconfortó el alma.
La pareja de recién casados desayunaron en la posada, antes de emprender el viaje que los llevaría hacia su destino. Se despidieron con cortesía de los dueños de la morada y, luego fueron escoltados por el cuerpo de seguridad de su excelencia hacia el carruaje. Tomando nuevamente el camino que los llevaría al sitio en el que se hospedarían durante su viaje de nupcias.
—Eren —musitó la duquesa con su dulce voz—, ¿aún no me dirás hacia dónde nos dirigimos?
—No, aún no —susurró, tomando su mano para depositar en su dorso un pequeño beso—. Pronto lo descubrirás, ya falta poco para que lleguemos.
—El paisaje es tan hermoso —le dijo, mientras apreciaba por la ventanilla los verdes prados—. Este aire fresco —inhaló con profundidad, inundando sus pulmones con la brisa del camino— y el exquisito aroma de las flores —cerró sus ojos—, me inspiran. Quisiera tener un pergamino, así podría escribir mis pensamientos.
—Por el movimiento del carruaje sería complicado. —El duque le acarició la mejilla con amor—. Sin embargo, podrías contarme tu inspiración. Así podrías escribirlo cuando lleguemos a nuestra morada.
—¿Estás seguro? —inquirió con voz baja. A Mikasa le encantaba la idea, pero no quería obligarlo a escuchar sus relatos de fantasía y romance—. No crees que, ¿podrías aburrirte?
—Claro que no. —Eren la tomó de la barbilla y se acercó a su esposa hasta rozar la comisura de sus labios—. Ya te he dicho que quiero ser siempre tu primer lector.
La duquesa cerró la poca distancia que los separaba para regalarle un pequeño beso en los labios. Ella nunca se habría imaginado atreverse a iniciar el contacto, pero la calidez de la boca de su esposo, le hacía arder el alma. Cada día se sentía más enamorada de su marido.
Suspiró y comenzó a relatarle la idea principal que se le había ocurrido al apreciar esas hermosas colinas llenas de frondosos árboles y bellas flores. Mikasa le contó cómo ese bosque había sido el único testigo del amor que se profesaba una pareja de enamorados que se veía a escondidas.
Eren, por su parte, estaba feliz de ver a su mujer comentar con tanta algarabía su futura historia. Era fascinante cómo le brillaban las pupilas al imaginar cada detalle que plasmaría en los pergaminos. Su esposa era una mujer muy apasionada cuando algo le encantaba.
Pasaron charlando un largo tiempo, en el que las horas se fueron volando. Ya que para el duque no existía nada más importante que escuchar con devoción las palabras de su duquesa.
—Excelencia, disculpe. —Un sirviente se acercó hasta la ventana y con mucho respeto se dirigió al duque de Cornawall. Él no quería interrumpir la plática de los recién casados; sin embargo, debía anunciarles algo importante—. Estamos cerca de nuestro destino. Al bajar esta pendiente, entraremos a los terrenos a los que nos dirigimos.
—Muchas gracias, eres muy amable —comentó el duque con una pequeña sonrisa sobre sus labios—. Diles a todos que se enfilen para ingresar a la propiedad como se había acordado.
—En seguida, excelencia. —El hombre hizo una pequeña reverencia y después se marchó, dejando nuevamente solos a la feliz pareja.
—¿Qué es lo que tienes acordado? —inquirió la azabache con mucha curiosidad.
—Ya lo verás —acotó—. La duquesa será recibida como lo merece.
Eren tomó la mano de su esposa, intercalando sus dedos a los enguantados de ella. La vio con ternura y le sonrió, mientras le acariciaba la mejilla con su otra mano.
Pronto llegarían al sitio que sería su hogar, esos primeros meses de casados.
El ejército del duque fue recibido por todos los empleados de la mansión.
Mikasa quedó impresionada con la majestuosidad que tenía frente a sus ojos. La propiedad estaba rodeada por un inmenso jardín lleno de lirios, los cuales la embriagaron con su aroma.
La nueva duquesa iba de la mano de su marido, mientras el cuerpo de seguridad de su esposo los iba escoltando. Subieron las enormes gradas de la entrada principal, hasta llegar a la puerta, donde fueron recibidos por todos los sirvientes que esperaban su llegada.
—Excelencia, duquesa; sean bienvenidos a vuestra casa —dijo un hombre alto de cabello rubio.
—Mikasa, él es nuestro mayordomo —indicó el duque con un gesto de su mano—: Reiner Braun.
—Es un gusto el conocerle, señor Braun. —La azabache le otorgó una cálida sonrisa.
—El gusto es mío, duquesa. —El mayordomo hizo una cordial reverencia delante de sus señores—. Pasen, por favor.
Eren ingresó a la propiedad con su esposa, quien admiraba con sus hermosos ojos toda la mansión. La decoración se remontaba a siglos pasados, evocando viejas memorias de los que habrían sido sus antecesores. La elegancia y belleza en la infraestructura eran inimaginables.
El duque dirigió a su mujer hacia el salón familiar para que pudiese descansar. Había sido un viaje muy largo, y ambos estaban agotados.
—Reiner, ¿podrías ordenar que nos traigan un par de bebidas? Por favor —pidió el moreno con amabilidad.
—Iré personalmente por ellas, excelencia. —Hizo una reverencia—. Con permiso.
El hombre se marchó dejando solos a los recién casados.
—¿Te gustó la sorpresa?
—¡Es muy hermosa! —expresó Mikasa. La aludida seguía contemplando las pinturas que adornaban el salón—. Eren, ¿dónde estamos?
—Esta es la mansión Jaeger —confesó con una sonrisa en los labios. El misterio, por fin, había sido develado—. Esta casa se pasa de generación en generación. Por eso su estilo es tan antiguo —expresó con nostalgia, le era imposible no recordar a sus padres—. Mikasa, quería traerte a mi hogar, al sitio que guarda memorias preciadas para mí; pues en esta propiedad, viví mi infancia. Espero no haberte decepcionado con mi elección.
—Eren —musitó, acariciándole la mejilla con su mano—, ¡muchas gracias!
El duque parpadeó con rapidez, ya que no comprendió la razón de su agradecimiento. Su esposa aún tenía mucho por enseñarle.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Por traerme a tu hogar —dijo, mirándolo directamente a los ojos—. No habría mejor sitio para pasar nuestro viaje de bodas que, esta mansión —sonrió—. Gracias por compartir conmigo algo tan especial e importante.
—Mikasa —musitó, tomándola por la cintura para acercarla a sus labios—, nada ni nadie, es más especial e importante que tú. Te amo.
El duque besó los labios de su esposa, impregnándose de su sabor. Nada le resultaba más adictivo que esa rosada boca que le hacía arder el corazón.
—E-Eren —balbuceó, sintiendo que sus pómulos habían cambiado de color—, alguien puede entrar.
—Perdona. —Besó su frente con ternura, y le sonrió—. Sin embargo, no debes preocuparte por eso, nadie vendrá hasta no ser solicitado.
—¿Eh? —expresó con curiosidad, pues si bien, no iban a ingresar sin tocar el umbral, sí podían llegar en cualquier instante. Mikasa aún se sentía muy apenada de estar a solas con su cónyuge—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Conozco muy bien a mi personal —acotó—. Por ejemplo: Reiner está por llegar.
El sutil golpe en la puerta hizo que la duquesa dirigiera su mirada hacia esa dirección. Volteando de reojo para apreciar una pequeña sonrisa en la comisura de los labios de su marido. Al parecer, el duque si los conocía muy bien.
—Disculpen. Aquí tienen las bebidas que solicitó. —El mayordomo les entregó los vasos de cristal, mientras una doncella les llevaba unos pastelillos—. Esperamos sean de su agrado, milady.
—Gracias, son muy amables —respondió la azabache.
—Gracias, Reiner. —El duque les indicó que dejasen la bandeja con los dulces sobre la mesa—. Pueden retirarse.
—Como usted ordene, excelencia.
Los sirvientes se marcharon, dejando a los duques degustar con tranquilidad sus alimentos.
Mikasa sonrió al probar las delicias que les habían preparado. Imaginando que su esposo había ordenado que le hornearan los pastelillos que tanto le gustaban. Eren, definitivamente, sabía muy bien cómo enamorarla.
La cena estuvo exquisita.
El duque había solicitado a la cocinera preparar la comida favorita de la duquesa para recibirla en su nuevo hogar como era debido. Mikasa había comido, y bebido un poco de vino junto a su esposo. Luego se retiró a su alcoba en compañía de una de las doncellas de la mansión.
Eren se había quedado hablando unos cuantos asuntos con su mayordomo, mientras ella lo esperaba en su habitación.
—Milady, ¿desea que le ayude con su vestido? —inquirió la doncella con mucho respeto.
—Por favor. —La duquesa le agradeció con una cálida sonrisa—. Eres muy amable.
—Estoy aquí para servirle, mi señora. —La joven le pidió a la duquesa que se sentase sobre el taburete, mientras ella desataba las tiras de su vestido—. No dude en pedirme lo que necesite.
Mikasa asintió. Ella se sentía muy complicada por el recibimiento tan sincero que le habían otorgado todos los habitantes de la mansión Jaeger. Su marido contaba con personas buenas y leales a su lado.
La duquesa esperó a que la doncella terminase con su labor para agradecerle por la ayuda. La joven hizo una cordial reverencia delante de su señora. Le sonrió y después se marchó, dejando a solas a la nueva dueña de la mansión.
La azabache suspiró, mientras apreciaba la majestuosidad de la habitación. Era una alcoba preciosa, llena de pequeños detalles que llamaban mucho su atención. Se acercó hasta el lecho y tomó su pequeña valija; en la que guardaba con mucho recelo la lencería que le había obsequiado la condesa.
Caminó con rapidez hasta llegar al baño, y cerró la puerta con mucho cuidado. Dejó a un lado sus pertenencias y observó su reflejo por el espejo. Sus mejillas estaban sonrojadas, pues recordó que su madre le había mencionado que ese era un regalo muy especial, el cual disfrutaría únicamente con su esposo. Sacudió su cabeza, ya que sintió su rostro arder. Aún no había sucedido nada con el duque, pero imaginarlo pasando sus manos por todo su cuerpo, la hizo estremecer.
Nunca pensó que desearía tanto a alguien como deseaba a su marido. Eren la había conquistado, sin darse cuenta la había enamorado. Y ahora estaba lista para entregarse en cuerpo y alma al amor de su vida.
La duquesa tomó el pequeño camisón de seda blanco y lo colocó un momento sobre la valija. Se despojó de sus prendas con mucho cuidado, dejando a un lado todos los implementos que utilizaba con su vestido. Cogió la lencería y con mucha vergüenza se la puso. Cubriendo su esbelto cuerpo con la suavidad de la fina tela.
Se vio nuevamente en el espejo, y se apreció más sonrojada de lo que ya se encontraba. Para ella era una experiencia nueva, una aventura de amor que solo deseaba vivir en los brazos del único hombre que le robó el corazón. Su esposo.
Tomó un poco de agua de la vasija que descansaba en el lavado, intentando con esta acción calmar el calor que sintió al imaginar lo que esa noche iba a experimentar a su lado.
Se secó el rostro con una toalla, cuando a sus oídos llegó el ruido de la puerta abriéndose. Sonido que le indicó que su marido acababa de llegar a la alcoba.
La hora de consumar su unión, por fin, había llegado.
El duque había ingresado a la habitación, luego de darle instrucciones a su personal sobre el desayuno que debían prepararle a su esposa, muy temprano por la mañana.
Observó todo a su alrededor, y se dio cuenta que su mujer se encontraba en el baño. Suspiró, mientras se quitaba el saco y el chaleco que llevaba puesto. Se sentó sobre el lecho y se acomodó. Eren esperaría a su esposa para poder descansar, pues deseaba acunarla entre sus brazos. Así podría dormir como si flotase sobre una suave nube. Ya que la calidez de su cuerpo, le reconfortaba el alma.
Tomó un libro que estaba encima de la mesita de noche para leerlo por algunos instantes. Dentro de este se encontraban páginas llenas de versos de amor, los cuales estaba comprometido a aprender para dedicárselos a su duquesa. Solamente ella había logrado que él se enamorara de la poesía.
Se metió tanto en la lectura que no se percató de la hermosa presencia que tenía a su lado. Mikasa había salido del baño, usando, únicamente, un diminuto camisón de seda blanca.
—E-Eren —balbuceó, sintiendo vergüenza de su aspecto, pues su mente le decía que estar vestida así, era mucho atrevimiento.
—Perdona, estaba leyendo un po-
No pudo terminar la frase, ya que sus ojos se perdieron en su silueta. ¡Por Dios! ¡Era exquisita! Parecía una diosa que lo incitaba a profanarla.
—Disculpa. —Mikasa se llevó las manos al rostro, intentando de esta manera cubrir su sonrojo—. No debí interrumpirte.
—Duquesa, míreme, por favor —le ordenó, luego de levantarse de la cama para acercarse a su esposa—. Tú nunca me vas a interrumpir. Siempre serás mi prioridad.
Le tomó la mano con delicadeza, acariciándola despacio, mientras le transmitía un poco de serenidad. Ya que imaginó que eso era lo que le hacía falta. Mikasa era un libro abierto cuando se trataba de expresar sus emociones.
Sin decirle una sola palabra la dirigió hasta el lecho para que se sentara. El duque la contempló con su mirada. Ella era perfecta, era como una delicada flor que con amor debía ser tratada.
—Eren, yo…
—Mikasa —musitó, tomándola por el mentón—, no tienes que hacer esto si tú no quieres. Yo te sabré esperar el tiempo que desees —le dijo. Él jamás la obligaría a absolutamente nada—. Siempre voy a respetarte.
—Eres un completo caballero. —La duquesa llevó su mano a la mejilla de su esposo y con ternura la acarició. Él ya le había demostrado de muchas formas su amor; sin embargo, ella también anhelaba saber qué era estar íntimamente entre sus brazos—. Eren, estoy lista. Quiero que hagamos el amor.
—Duquesa —susurró a escasos centímetros de sus labios. El aire de su respiración lo estaba matando—, ¿puedo besarla?
—Prosiga, por favor.
El duque la tomó con fuerza por el cuello, uniendo su boca a los cálidos labios de su esposa. Ella enredó los brazos en su nuca mientras enterraba las uñas en sus cabellos. Besarse a plenitud era muy placentero. Sus lenguas se enredaron sin pensarlo, profundizando así, ese delicioso contacto.
No sabía en qué momento la había recostado sobre la cama, pues cuando dejó de besarla, se percató que su cuerpo estaba encima de ella. Le sonrió y depositó un casto beso en su frente, antes de levantarse para despojarse de esas estorbosas prendas.
Mikasa lo observó fijamente mientras grababa en su memoria sus rasgos, ya que verlo quitarse la ropa, la hipnotizó. Esa pequeña escena le hizo arder la sangre. Su marido era un hombre muy apuesto.
Jaeger se quedó, únicamente, con su ropa interior. Y sonrió al ver a su mujer morderse el labio inferior. La mirada de Mikasa brillaba como nunca lo imaginó, haciendo que su deseo por poseerla se incrementara. Deseaba ser un depredador, pero su amor le recordó que debía controlar su pasión, pues para su mujer era la primera vez que haría el amor.
Esa noche, debía llevarla a tocar la luna que tanto amaba.
Eren se volvió a apoderar de sus labios, mientras sus manos comenzaban a recorrer las definidas curvas de su cuerpo. Mikasa jadeó al sentir sus dedos acariciando encima de la tela sus pechos. Nunca habría pensado que sería tan placentero el que su marido la estuviese tocando. Realmente se sentía eclipsada por el roce de sus manos.
El duque le bajó, lentamente, las tiras de su camisón; llevando los labios hasta su hombro para dejarle besos esparcidos en cada fibra de su piel. Despacio descendió con su boca, y le liberó los senos. Su excelencia se lamió los labios al verlos expuestos; eran dos grandes y redondos montículos que estaba anhelado sus caricias. Sin esperarlo más, tomó uno con sus manos y el otro se lo metió en la boca. Eren pudo sentir la satisfacción que le provocó a su esposa, pues ella gimió excitada por placer que le generaban sus manos.
Besó, lamió y mordisqueó sus pechos. Jaeger se deleitó a plenitud de esa exquisita parte de su cuerpo.
Llevó sus manos a la fina seda de su camisón, para despojarlo por completo de su anatomía. Mientras realizaba esta acción, besaba con desesperación su abdomen; quería dejar su huella por donde pasase, ya que solo él tendría el privilegio de tenerla así, desnuda, sometida a su merced.
El duque le terminó de sacar la prenda por completo, y la admiró. ¡Dios, era lo más precioso que alguna vez hubiese visto! Sus ojos grises brillaban; su boca estaba hinchada, sus pezones enrojecidos y su intimidad palpitaba. Ese pequeño espacio que nunca había sido acariciado, lo estaba invitando de manera insana a que lo tocara.
Deseaba como nunca, fundirse en ella. Liberando con su unión lo único puro que todavía le quedaba: su corazón. Ese que había guardado para entregárselo a su amada; la mujer que llenó de luz, la oscuridad de su alma.
Con rapidez se quitó la prenda inferior que cubría su hombría, ante la atenta mirada que le obsequiaba su esposa. Mikasa tenía un rostro angelical, pero sus ojos; esos hermosos ojos que lo enamoraban, lo veían con deseo. Un deseo que solamente él había despertado.
Eren entendió el mensaje, pues su mujer estaba demasiado excitada.
El duque abrió con delicadeza las piernas de su esposa para llenarla de besos desde la punta de los pies. La duquesa se retorció de placer, pues su cuerpo experimentó una sensación única e indescriptible.
Eren llegó hasta su feminidad y con necesidad besó su intimidad. Lamió y delineó con la lengua sus pliegues, deleitándose por primera vez de su sabor. Un sabor que desde ese instante, se volvió su perdición. Mikasa jadeó con fuerza al sentir su boca acariciándola a su antojo, mientras una de sus manos masajeaba a plenitud sus senos. De repente, un caliente hormigueo le recorrió por el cuerpo, haciéndola pensar que desfallecería entre sus brazos; así que, gimió, liberándose como nunca lo imaginó.
El moreno succionó hasta la última gota de sus líquidos, llenándose por completo de su exquisitez. Su esposa era un manjar de dioses que solo le pertenecía a él.
El duque tomó su miembro y, lentamente, lo llevó a la entrada de su mujer. Inclinado un poco su cuerpo para quedar apoyado con sus hombros encima de su esposa. Los senos de Mikasa rozaban su pecho, provocándole una sensación cálida y placentera.
Eren fijó los ojos en los de la duquesa, sin perder ni un instante el destello que le obsequiaban. Su mirada brillaba, pero también reflejaba la tensión que sentía. Era una incomodidad natural, ya que su interior había sido invadido por primera vez.
El duque estaba consciente que debía entrar por completo en ella o, de lo contrario, la lastimaría, pues era una tortura introducirse lentamente. Sin embargo, tampoco quería dañarla, ya que deseaba que fuese la mejor experiencia de su vida.
De repente, las manos de Mikasa se posaron en sus mejillas, y sus ojos traspasaron su alma. Esmeralda y gris se fundieron, dándole el impulso que necesitaba para entregarle su espíritu. Eren se enterró hasta el fondo de su santuario, mientras se llevó a su paso, la fina barrera que le indicó que nadie más había estado en su paraíso.
Su virginidad había sido tomada y su unión estaba firmada.
Mikasa derramó una pequeña lágrima de dolor, la misma que fue limpiada por los dedos de su esposo. Quien permaneció quieto en su interior, pues estaba esperando a que ella se acostumbrase a su intromisión. La duquesa le sonrió y torpemente comenzó a mover sus caderas. Ella no sabía si lo hacía bien, pero su cuerpo le pedía hacer ese movimiento.
Eren la besó con amor, mientras seguía el ritmo que ella misma inició. Se sintió tan bien estando dentro de su mujer que, un calor inigualable lo poseyó. Despertando en él un instinto animal que lo asustó, pues su esposa debía seguir siendo tratada como una delicada flor. Poco a poco, el ritmo se intensificó.
Mikasa lo abrazó con las piernas alrededor de sus caderas. Eren la embistió con fuerza, al mismo tiempo que se deleitó con sus senos. Sus cuerpos se habían sincronizado, logrando que ambos descubriesen lo que tanto les excitaba.
La duquesa se retorció entre las sábanas y clavó las uñas en la espalda de su esposo, cuando otro intenso espasmo la hizo gritar sin pudor el nombre de su marido. Mikasa había descubierto entre sus caricias las mieles del paraíso.
El duque la vio cerrar los ojos y curvar la espalda cuando el orgasmo la alcanzó; provocando en él que su imagen de satisfacción, lo hiciese llegar a la cima. Embistiéndola una vez más con todas sus fuerzas, derramándose así, dentro de su ser. Alcanzando con su esposa el tan anhelado cielo.
Su pacto de amor se selló, al fundir sus almas… eternamente.
—Te amo, Mikasa —musitó, besándola con amor—. Te amo más que a mi vida.
—Y yo te amo a ti, Eren —confesó, entregándole en esas palabras su corazón—. Gracias por todo tu amor.
—Gracias a ti por existir.
Volvió a besar sus labios. Esa rosada boca que le pedía a gritos ser besada y que él nunca se cansaría de hacerlo.
La besaría y acariciaría, hasta que, llegase el alba; pues esa noche sería recordada: como la más hermosa de toda su vida.
Continuará…
¿Cómo están?
Bueno, se consumó el matrimonio. Ahora sí se unieron en un solo cuerpo para siempre.
Debo decir que amé mucho escribir ese momento, ya que mi mente se imaginó toda la escena y fue muy gratificante. Espero que a ustedes también les haya gustado.
Sé que fue algo muy tierno, pues era la primera vez que Mikasa estaba con un hombre; sin embargo, aún falta mucho por leer. Se los puedo asegurar.
Muchísimas gracias por acompañarme en este maravilloso viaje al pasado. Ustedes son mi motor para continuar con esta obra a la que le tengo puesta todo mi corazón. Les quiero con el alma.
Mil gracias también a las páginas que recomiendan mis escritos. Son un amor, los quiero.
Nos leemos pronto.
Con amor.
GabyJA
