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Capítulo 10


El péndulo del antiguo reloj, anunció la llegada de la medianoche.

Eren se despidió de su primo para ir a dormir a sus aposentos. Ese día, fue muy pesado, ya que el trayecto de regreso, lo dejó agotado. Quería dormir por largo tiempo; sin embargo, sus responsabilidades lo obligaban a despertar temprano; exactamente, junto al alba.

El ducado no reposaba ni los fines de semana.

Jaeger subió las gradas; acompañado únicamente por una lámpara de aceite que llevaba en las manos. El moreno recorrió el largo pasillo, hasta llegar a su alcoba. Giró la perilla y entró. Sin imaginar que se encontraría con una agradable sorpresa, sentada en su cama.

—¡Mikasa! —exclamó, poniendo la lámpara en una mesa, al lado de la puerta—. ¿Qué haces despierta? ¿Creí que ya estarías dormida?

—¿Aquí o en la habitación de la duquesa? —inquirió, cruzando los brazos alrededor de su pecho. Realmente, estaba molesta—. Porque según entendí, este recinto es sagrado —espetó con sarcasmo, afilando la mirada para observar a su esposo—. Ya que solamente puedo entrar aquí, cuando tú lo decidas.

—¿Te he dicho lo hermosa que te ves cuando estás molesta? —preguntó, sentándose a su lado. No lo podía negar, la duquesa se veía preciosa en todas sus facetas. Sin embargo, se percató de la furia que la embriagaba. Así que, continuó conversando; necesitaba saber qué o quién la enfadó tanto—. Mikasa, ¿qué es lo que te ha perturbado?

—Eren, no pretendo cambiar tus costumbres ni tu manera de pensar —esbozó sin titubear. Fijando la mirada en las esmeraldas de su marido—. Tampoco pretendo pisotear las normas establecidas por la aristocracia. No obstante, hay ciertas reglas que no puedo, ni quiero soportar.

El duque la observó sin parpadear. Él se imaginó hacia dónde quería llegar. Por lo tanto, la escuchó hasta el final. Fue evidente que alguien ya le había comentado los antiguos patrones que compartían sus progenitores. Sin embargo, ellos no estaban obligados a adoptarlo. Además, cada pareja era libre de decidir qué hacía y qué no.

No obstante, las tradiciones de la familia Jaeger estaban muy arraigadas. Además, de las que ya estaban estipuladas por el ducado. Eren conocía todos los estatutos a la perfección, pero como nunca le habían importado; nunca les puso cuidado. Por lo tanto, esta vez no sería la excepción.

Sin embargo, con la emoción de la boda, olvidó comentárselos a su mujer. Eso debió ser una prioridad. Una charla que se debió tocar desde el cortejo. No obstante, el duque asumió que al decirle que ella tenía la potestad de hacer lo que quisiese, había sido suficiente. ¡Qué idiota! ¡¿Cómo se le pudo olvidar algo tan importante?!

»—Estaba consciente que, como matrimonio, tendríamos habitaciones separadas. Así, cada quien podría preservar su espacio —arguyó, frunciendo el ceño. Ese dato, honestamente, no le preocupaba; pero lo que sí la conflictuaba, era el hecho de tener que estar divididos por una enorme distancia. Eso, realmente era demasiado—. Sin embargo, ¡me niego a parecer una vagabunda que espera migajas de amor de su amante! —expuso—. Eren, ¡tú eres mi marido! Juramos ante Dios permanecer unidos. Compartiendo todo, absolutamente todo. Entonces, ¿cómo pretendes apartarme de tu lecho? ¿Cómo imaginas que pasaré las noches sin sentir el calor de tu cuerpo? ¿O tú ya no quieres despertar entre mis brazos? —inquirió, viendo a su esposo negar con la cabeza. Algo que la alivió, pues significó que él tampoco quería que estuviese alejada—. Por lo tanto, ¡me niego a dormir en otra alcoba que no sea la tuya!

—Mi amor —musitó el duque, acariciándole la mejilla con dulzura. Escucharla tan segura, le fascinó. Lo llenó de orgullo y de satisfacción. Eren sonrió, triunfante; admirando a la mujer de la cual se enamoró—. Perdóname, por favor. Por el tema de la boda, olvidé comentarte las normas de esta casa —confesó, sintiéndose terrible por su error—. Sin embargo, ninguna regla es palabra de Dios; así que, tienes mi autorización para mandar las que desees al demonio. La única ley que se debe cumplir aquí, es la que salga de tus labios. Solo tú tienes la autoridad de hacer lo que te plazca.

—Te agradezco la confianza, pero eso no fue lo que me aseveró tu ama de llaves. —Mikasa no quería acusarla, su intención nunca fue perjudicarla. No obstante, la mujer la había tratado de arrogante; haciéndola sentir que su autoridad no valía nada. Motivo suficiente para no considerarla—. Pieck me recalcó que mi lugar era la habitación de la antigua duquesa. Me dijo que yo no podía quedarme en tu alcoba, ya que solo el duque podía decidir qué noches dormía acompañado. Además, se negó a obedecer mi orden; alegando que yo era una malagradecida por despreciar los aposentos de la duquesa.

—¡¿Cómo?! ¡¿Qué Pieck se atrevió a decirte qué?! —Eren se molestó, apretando los puños con todas sus fuerzas. Lo que su esposa le acaba de revelar, lo descolocó. Al extremo de querer estrangular al ama de llaves por la falta de respeto tan grande que tuvo con su mujer. ¿Quién demonios se creía que era? Esta era demasiada altanería—. La iré a buscar para-

—E-Eren —balbuceó con temor, al ver su expresión. Sus ojos se oscurecieron; dilatando sus pupilas. Envolviéndolas en un espeso y profundo color carmesí. El duque parecía que brotaba sangre por la mirada—, cálmate, por favor —suplicó, intentando que su esposo regresara a la realidad en la que se encontraban. Honestamente, nunca lo había visto así. Parecía como si fuese otro ser humano—. Esto fue mi error, no debí contarte nada.

—Mikasa, perdóname —musitó—. Por favor, perdóname —rogó, tomándola de las manos con desesperación. La ira lo absorbió, olvidando por completo su condición. Eren, por poco, pierde el control—. No volverá a pasar, lo prometo. Discúlpame si te asusté.

La duquesa sonrió con sinceridad, ya que el temor se desvaneció cuando su verde esmeralda regresó. La mirada de su esposo volvió a destellar; transparentando en sus orbes la pureza de su alma.

Mikasa se le acercó y con ternura lo besó. Depositando en sus labios un casto beso colmado de amor. El más limpio y verdadero amor.

—Descuida, ya pasó —espetó, acurrucándose en su pecho—. Eren, no era mi intención molestarte. Creo que debía manejar mejor la situación. Además, estos son asuntos que yo misma debería resolver.

—Mikasa, tú nunca serás una molestia —le recordó, acariciándole el cabello—. Tú eres mi esposa. La duquesa de esta casa. Todo lo que te afecte a ti, me afecta a mí —confesó—. Por lo tanto, como equipo, nos debemos apoyar y confiar el uno en el otro.

—Tienes razón.

—Verdad —Jaeger sonrió—. Descuida, mañana resolveremos este asunto, ¿te parece? —La aludida asintió, aferrándose más a su pecho—. Ahora, vamos a dormir, duquesa. Ya es muy tarde para que usted esté despierta.

—Te amo, Eren —balbuceó, somnolienta. Sintiéndose segura en los brazos de su marido.

—Y yo a ti, mi amor —le besó la frente—. Descansa, mi duquesa.

Eren se recostó con su mujer en medio de sus brazos. Con ternura, la acunó; mientras la observaba con amor. Ella yacía profundamente dormida en su regazo. Viajando por ese fantástico mundo de sueños que tanto adoraba. Sin embargo, a él se le había espantado el adormecimiento; pues lo que conversó con su mujer, aún lo tenía perturbado.

«Duerme, mi amor. Mañana resolveré este problema. Tú, quédate tranquila, ya que cualquiera que se quiera meter contigo, recibirá su castigo. Nadie aquí tiene por qué faltarle el respeto a la esposa del duque de Cornawall» pensó Eren, respirando con profundidad para mitigar su furia.


Los primeros rayos del sol, irradiaron con su calor la habitación. Anunciando con su brillo, el maravilloso amanecer que nació en el horizonte.

Mikasa reposaba entre las blancas sábanas del lecho. Parecía un ángel. Un hermoso ser celestial que decidió descender del cielo para descansar en los aposentos de un humano insignificante.

Eren la contempló con amor, deleitándose con la preciosa sonrisa que le obsequió, aún dormida. Ella se encontraba en su letargo; navegando en un mundo de sueños e ilusiones. Era como una niña que se aferraba con fuerza a la almohada que tenía entre sus brazos. El duque la observó y la acarició con sutileza. Su mujer era perfecta.

Mikasa era más de lo que algún día soñó.

El duque la besó con ternura en la frente y después se marchó. Dejándola tranquila para que pudiese descansar todo lo que deseara. Su esposa podía dormir el día entero si le diera la gana, sobre todo, después del terrible momento que vivió con su ama de llaves.

Jaeger seguía enfadado, pues nada podía justificar la falta de respeto que tuvo la criada con su mujer. Por tal motivo, lo primero que haría ese día, sería ir a hablar con ella para dejarle en claro que algo así, jamás debía volver a suceder.

Sin embargo, cuando bajó las escaleras, se encontró con su primo que parecía estarlo esperando.

—Buenos días, Eren —dijo el rubio, palmeando con cariño el hombro de su primo—. ¿Cómo dormiste?

—Muy bien, gracias —respondió, intrigado. No era normal que Armin lo estuviese esperando tan temprano—. ¿Y tú? ¿Cómo estás? ¿Sucede algo o por qué estás despierto recién pasada la madrugada? Esto no es muy común en ti.

—Estoy bien, no te preocupes —sonrió, intentando calmar su desesperación. Arlet se enteró de lo que sucedió, ya que su esposa se lo comentó. Así que, madrugó para conversar con su familiar, antes de que él hiciera algo que lo pudiese perjudicar—. Quería conversar un momento contigo. Es importante.

—Por supuesto, pero será después. Debo resolver un asunto de urgencia —espetó. Aunque tuviese curiosidad por lo que su primo le iba a contar, debía esperar, ya que la cuestión de su esposa era su prioridad.

—¿De casualidad ese asunto tiene que ver con lo que sucedió entre tu mujer y Pieck? —inquirió, logrando que el moreno detuviera su andar; pues este ya había comenzado a caminar—. Acerté, ¿cierto? Ven, vamos al despacho a conversar.

Eren no protestó, simplemente, lo siguió. Armin no era de los que se metía en un tema que no le incumbía; por lo tanto, si se había levantado tan temprano para hablarle de lo que sucedió, era porque algo lo inquietó. Así que, lo escucharía y después se iría a buscar al ama de llaves.

Pieck no se iba a salvar de saber quién era su señor.

Caminaron en silencio, hasta llegar al despacho. Jaeger abrió la puerta, pidiéndole a su primo que ingresara. Armin lo hizo y luego el duque cerró la puerta. De este modo, podrían conversar sin que nadie los interrumpiese.

—Dime, te escucho —esbozó el duque, sentándose en su escritorio—. ¿Qué es lo que me quieres decir?

—Creo que no vale la pena repetir lo que ya sabes —confesó, fijando la mirada en la de su primo—. Sin embargo, pensé que era necesario tratar ciertos aspectos que, al parecer, a ti se te olvidó recalcar. ¿O me equivoco?

—Si te refieres a todas los estatutos ambiguos que posee la familia Jaeger y el ducado. —El aludido asintió; así que, el moreno continuó—: Estás en lo correcto. Mikasa no sabe nada al respecto y no tiene por qué saberlo.

—Eren, ¿te estás escuchando? ¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡¿Cómo puedes pensar que no es importante que tu mujer conozca la historia de nuestros antepasados?! —inquirió, abrumado. En este aspecto no podía estar de su lado. Las reglas se hicieron para ser respetadas—. Mikasa debe saber cuáles son las leyes de esta casa.

—¡Me niego y tú sabes muy bien por qué! —espetó, golpeando la mesa fuertemente con los puños. Estaba molesto, furioso. Era el colmo que hasta su primo estuviese en su contra—. Les dejé muy en claro a ti y a todos los habitantes de esta región, cómo debían tratar a mi mujer cuando llegara a su casa. Porque este es el hogar de mi esposa.

—Lo sé, y no te estoy diciendo que no sea así. Sin embargo, también te dije que esto traería muchos problemas y, cómo pudiste observar, ya se dio el primero —arguyó, sereno. Él no se dejaría alterar, pues su intención no era pelear. Mucho menos con su familiar, sobre todo, porque lo respetaba y le agradecía que lo tratase como a un hermano—. Eren, por un instante, trata de razonar. Tú lo pudiste evitar, pero tu terquedad hizo que tu esposa pasara un mal momento. Era tan difícil decirle que los duques no compartían el lecho.

Jaeger respiró con profundidad. Inundado sus pulmones con aire fresco, tratando de apaciguar la ira que llevaba por dentro. ¡Por Dios, ni siquiera había ingerido alimento! Y ya estaba discutiendo con quien era su mano derecha.

De haber sabido que eso iba a suceder, lo habría dejado para después. No obstante, por mucho que le costara aceptar lo que acababa de escuchar, todo lo que su primo le dijo era verdad. Él debió comentarle a su esposa todas las absurdas reglas que tenía su familia. Contárselas; aunque no le importasen. Sin embargo, si lo hacía… No, por supuesto que no. Él jamás haría algo que la pudiese perjudicar, mucho menos alejar. Sobre todo, ahora que era suya. Por ningún motivo dejaría que se alejara de su lado. ¡Jamás! ¡Eso nunca iba a pasar!

Prefería mandarlos a todos al infierno antes de sacrificar a quien más amaba; a quien más anhelaba y a quien más le importaba.

Mikasa era la luz que llenaba de calor su podrida alma.

—Por supuesto que no, pero tú sabes que esa no es la única regla que tiene esta familia —sentenció con firmeza. No le gustaba pelearse con Armin, pero debía aclararle sus argumentos—. Si le develó el porqué de esta norma, tendré que hacerlo con todas y eso significa que… ¡No, no, no! ¡Me niego, eso sí que no!

—Eren, yo no quiero que te alejes de Mikasa. Jamás pretendería que lo hicieras, ya que soy testigo de cuánto se aman —confesó con sinceridad. Bajo ninguna circunstancia quería hacer o decir algo que lastimara a su hermano—. Solo te pido que no seas tan duro. Pieck cometió una falta, eso es claro. Pero también ha servido a esta familia por muchos años; por lo tanto, es lógico que le cueste asimilar que las cosas han cambiado. En especial, por lo que tú ya sabes.

—Lo sé, lo sé —masculló, echando la cabeza hacia atrás para dejarla apoyada en el respaldo de la silla. Quería gritar, maldecir o lo que fuese que le ayudara a sacar ese odio que llevaba por dentro. Sería muy complicado hacer que todos se acostumbraran a este nuevo estilo de vida. No obstante, no estaba dispuesto a ceder en lo que ya estaba decidido—. Pero también sé que es lo que quiero y a quien quiero. Así que, o respetan a mi mujer o haré que la respeten. Eso va para todos, sin excepción.

—Comprendo. Solo hazme un favor —pidió con calma. El aludido levantó el rostro para que continuara hablando. Armin suspiró, rogando al cielo que su primo aceptara su propuesta—. Deja que sea yo el que hable con Pieck.

—Por supuesto que no —dijo sin titubear. Esa conversación solamente le incumbía a él.

—Eren, por favor. ¡¿Ya viste cómo estás?! —esbozó, haciendo un gesto con su mano para que se percatara de su semblante. El duque parecía que quería matar a alguien—. No me lo tomes a mal, pero quiero evitar que cometas algún percance. No es bueno que te enfurezcas, tú sabes por qué.

El duque parpadeó rápidamente; analizando cada palabra que espetó su primo. El rubio, solamente lo quería proteger; demostrándole una vez más, cuánto le preocupaba que estuviese bien. Era verdad que él era el único que podía mandar a sus sirvientes, pero en esta ocasión, haría una excepción. Dejaría a Arlet dialogar. Sin embargo, debía dejarle en claro que una impertinencia más, no se la dejaría pasar.

Por esta única vez se había salvado; no obstante, no debía tentar al diablo, porque podría terminar ardiendo dentro de una hoguera.

Eren no estaba jugando.

—Está bien, habla con ella —anunció, apreciando el alivio en el rostro afligido de su primo—, pero si esto se vuelve a repetir, se las verá conmigo. Nadie, escúchame bien, nadie puede refutar las órdenes de mi mujer. ¡Entendido! —El aludido asintió—. Entonces, está claro. Sabes que yo no amenazo en vano.

—Claro como el agua —sonrió, agradeciendo su buena disposición. Ahora solo esperaba que Pieck o quien fuese, no buscase motivos para hacerlo enfadar. El duque no era de los que daban una segunda oportunidad—. ¿Qué te parece si vamos a desayunar?

—Lo que necesito es una taza de café amargo —confesó, tocándose la sien.

—También yo, ¿vamos?

Eren se levantó de su asiento para dirigirse junto a su primo al gran comedor.

Comer o beber algo caliente le caería muy bien, pues estaba seguro que calmaría ese sin sabor que llevaba dentro de su ser. O por lo menos, eso quería creer.


La duquesa se hallaba en la cocina preparando la cena. Esa noche, deseaba sorprender a su marido con un platillo especial que le alegraría el paladar.

Mikasa pasó todo el día en compañía del mayordomo y de su dama de confianza. El hombre, amablemente le mostró toda la mansión. Desde la entrada principal, hasta el ático. Reiner la llevó a recorrer los pasillos y las habitaciones de su nuevo hogar. Explicándole, detalladamente, sus responsabilidades como la nueva dueña del lugar. La azabache agradeció su disponibilidad, pues la escoltó con generosidad.

Braun la presentó con todos los lacayos; enfatizándoles que ella era su señora. La esposa del duque. La duquesa de Cornawall.

A la única a la que no podían refutar ninguna orden.

—Excelencia, ¿está segura que no necesita ayuda? —inquirió el cocinero con preocupación; ya que no deseaba importunar a su señora con su trabajo—. Si gusta, me puede decir exactamente los condimentos que lleva y yo se los agrego.

—Eres muy amable, pero no debes preocuparte. Es mi deseo hacer la cena para mi esposo —dijo con alegría. A Mikasa le gustaba mucho la cocina—. Aunque me podrías ayudar con el postre.

—Por supuesto, milady —sonrió—. Dígame, ¿qué debo hacer?

La duquesa le compartió la receta de la tarta de limón, que le enseñó su madre. Hange era una experta en la cocina, pues usaba ingredientes poco usuales para hacer que sus comidas fuesen únicas e inigualables. Mikasa le dijo todo lo que iba a utilizar y cómo lo debía mezclar. El cocinero, asintió; yendo a buscar todo lo que iba a necesitar.

Nicolo llevaba muchos años al servicio del ducado. Sirviéndoles y atendiéndoles desde que era un niño. El joven se había criado observando a sus padres; quienes le contaron cómo sus antepasados fueron los encargados de prepararles los alimentos a la familia Jaeger.

Preparaciones que ahora eran su responsabilidad, y que elaboraba con mucho cariño y respeto. Sin embargo, en todos sus años de servicio, jamás llegó alguien a ayudarle en la cocina. Mucho menos a sustituirlo. No obstante, esto no le perturbó, ya que le agradó la nobleza con la que la duquesa le pidió el favor. Él no iba a negarse, pues ella era su señora.

Su excelencia poseía un alma bondadosa, pura y sincera. Era evidente por qué el duque la amaba tanto.

—Milady, estos son todos los ingredientes que me pidió —expresó el cocinero, mostrándole todo lo que llevó.

—Perfecto —musitó. La duquesa le explicó cada paso que debía efectuar para elaborar ese delicioso manjar. El hombre prestó mucha atención a todo lo que le comentó—. Nicolo, me olvidé de preguntarte algo.

—Dígame, excelencia.

—¿Habrá dátiles en la propiedad? —inquirió, recordando que su madre preparaba una salsa para acompañar el lomo que estaba cocinando—. Me gustaría utilizarlos para endulzar la salsa.

—En el jardín, hay una datilera —confesó, cogiendo un recipiente para ir a recolectar—. Permítame un segundo, le traeré unos cuantos recién cortados.

—Eres muy amable, muchas gracias. —La duquesa agradeció con sinceridad—. Sasha, ¿podrías acompañarle? Así vuelven más rápido.

—Por supuesto, excelencia.

Mikasa los observó salir animados, intercambiando un par de palabras para romper el hielo; así que, sonrió agradecida. Ella estaba feliz de que Sasha fuese acogida como un miembro más de la familia.

La duquesa volvió a su labor; tomando unos troncos para meterlos en el horno en el que estaba cocinando. La temperatura era fundamental; por lo tanto, constantemente la tenía que vigilar.

Su excelencia se concentró en cortar los ingredientes que usaría para elaborar la salsa, así los tendría listos cuando la fuese a preparar. Ella se sumergió en su mundo, tarareando una melodía; mientras meneaba el contenido de la cazuela que tenía en el fogón. Estaba tan absorta de lo que ocurría a su alrededor, que no se percató cuando una persona llegó y se ubicó a su lado.

—¿Qué haces? —inquirió Annie, clavando los ojos en la comida que estaba preparando la duquesa—. ¿Nicolo, dónde está?

—¡Annie! —exclamó, sorprendida; poniendo una de sus manos sobre su pecho. Jamás se imaginó que fuese ella la que acaba de llegar a la cocina—. Perdóname, no sentí tu presencia —espetó—. Nicolo está en el jardín; le pedí algunos dátiles y fue a cortarlos.

—Ya veo —masculló, endureciendo el ceño. El encontrarla metida en la cocina, le molestó—. Supongo que ahora tú te vas a dedicar a cocinar y él será tu mandadero.

—¿Disculpa?

—Lo que escuchaste —esbozó, viéndola de arriba a abajo con superioridad. Annie se encargaría de recordarle cuál era su lugar—. Mikasa, ¿el duque no te comentó cuáles eran tus funciones? Porque déjame decirte que, cocinar no es una de ellas. Tú eres la duquesa, no una sirvienta.

Leonhart acentuó la mirada. Cruzando los brazos a la altura de su pecho, mientras apreciaba la incertidumbre que se formó en el semblante de la duquesa. Annie no tenía el derecho a decirle nada, ya que el duque les indicó que ella tenía libre potestad dentro de su casa. Sin embargo, no iba a dejar que esa mujer hiciese lo que quisiese a sus anchas.

Pateando las normas establecidas por sus antepasados, ya que desde el momento en que se casó con Arlet, formaba parte de la familia de la cual se desprendía el ducado. Además, ciertas leyes venían desde tiempos inmemorables, pues iban más allá del título nobiliario.

Por lo tanto, Leonhart no iba a permitir que se irrespetaran. Sobre todo, que se cambiaran por una recién llegada. Mikasa debía aprender sus deberes y derechos como duquesa. Respetando y apreciando el linaje de la familia con la que se había casado.

Los Jaeger no eran simples mortales, eran una descendencia superior. Un apellido de prestigio que debía portar con orgullo y satisfacción. Exaltándolo y no pisoteándolo como lo estaba haciendo.

Era una vergüenza que ella fuese la duquesa. Sin embargo, Annie se encargaría de instruirla para que siguiera sus costumbres. Tradiciones que su marido le tuvo que enseñar, pero que por su terquedad, no quiso hacerlo. No obstante, ella la llevaría por el camino correcto.

—¿Y tú crees que por ostentar un título nobiliario no puedo cocinar? —expuso con sátira. Le pareció completamente absurdo su comentario—. Annie, ¿qué fue lo que te hice? ¿Por qué estás molesta conmigo? ¿Te ofendí? Dímelo. Es que realmente no entiendo tu actitud.

—La que no te entiende a ti, soy yo. —Leonhart se acercó al horno, haciendo un gesto de desaprobación por lo que estaba cocinando. ¡¿Era tan difícil de entender que ese no era su trabajo?! ¡Por Dios! Para todo existía un rango—. Mejor tú dime a mí, ¿por qué estás empeñada en desobedecer? Ayer, te negaste a dormir en tu aposento. Hoy, estás metida en la cocina, cocinando. Y mañana, ¿en dónde voy a encontrarte? ¿En el establo?

—Posiblemente, también sé ordeñar. Annie, yo no soy una muñeca de porcelana que solo sirve para adornar una casa —anunció, fijando su mirada en la de la mujer que la veía con desagrado—. El duque me dio libre albedrío para hacer lo que quisiera. Sin embargo, no pienso imponer mis reglas, ya que cumpliré con mis responsabilidades como duquesa. No obstante, no seguiré aquellas normas que me parezcan absurdas; mucho menos dejaré de hacer lo que me gusta, solamente porque a ti no te parezca correcto.

Mikasa no se iba a dejar intimidar ni por ella, ni por nadie. La azabache no quería abusar de su autoridad, pero si era necesario, usaría su superioridad para ubicar a quien quisiese pasar por encima de su persona. Además, la duquesa era ella. ¡¿Acaso era tan difícil de entender?! No, por supuesto que no.

El mandato se le había subido a la cabeza a la esposa de Arlet. No obstante, ella la iba a regresar a su lugar. Ya que lo que menos deseaba era pelear, sobre todo, con un familiar —porque Mikasa así la consideraba—. Sin embargo, si debía hacerlo para dejarle en claro, de una vez por todas, quién era la única señora. Lo iba a hacer.

Aunque sintiera mucho pesar por discutir con Leonhart.

»—Annie, la esposa de Eren soy yo. Por lo tanto, es mi decisión dormir en su lecho. —La rubia iba a refutar; así que, prosiguió para no dejarla hablar—. Además, eso es un asunto de pareja. Tú mejor que nadie sabes que hay temas que solo le incumben al matrimonio. Sin embargo, lo repetiré una última vez: yo decidiré cuáles reglas sigo y cuáles no. Mi esposo me dio esa autoridad, y no es algo que piense discutir con nadie más. Espero te haya quedado claro.

—Tu presencia hará que Eren se vaya a la ruina. Eso es lo único que me quedó claro —esbozó con desprecio. Arrugando el ceño fuertemente—. Mikasa, por tu bien, ¡respeta nuestras tradiciones! Sino… Ni siquiera vale la pena, quizá es lo que merezcas.

—¿De qué estás hablando? ¿No entiendo qué tratas de decirme? —inquirió, confundida. Ese juego de palabras que espetó, le revolvió los pensamientos.

—Claro que no vas a entender —dijo, agarrándola con firmeza del brazo; la duquesa se quejó, pero a ella no le importó. Ya se había cansado de esa discusión. Si le seguía escuchando la voz, terminaría con un fuerte dolor de cabeza—. Solo te daré un consejo: cumple con tu trabajo como duquesa y no intentes alterar lo que no te corresponde. Porque si lo haces, te vas a-

—¡Annie! —exclamó con rabia el duque desde el umbral. Corriendo hasta donde se encontraban para proteger a la mujer que amaba—. ¡Suelta a mi mujer!

—Te salvaste, llegó tu protector —musitó con ironía. Soltando con brusquedad el brazo de la duquesa.

—¡Vete de aquí! ¡Hazlo ya o no voy a responder! —esbozó. Eren estaba furioso. La quería estrangular, pero debía recordar que era la esposa de su primo—. Jamás pensé que te atreverías a hacer algo como esto.

—Y yo jamás pensé que te ibas a doblegar ante una mujer —susurró, cuando pasó cerca del duque—. Ella será tu perdición.

Eren quería salir detrás de ella para reclamarle. Deseaba tomarla por los hombros y zarandearla. ¡¿Quién demonios se creía que era?! Si pensaba que la iba a tolerar por ser un miembro de su familia, estaba muy equivocada. Él le iba a mostrar cuál era su sitio. Sin embargo, eso tenía que esperar, ya que su esposa lo necesitaba a su lado.

Mikasa los abrazó con fuerza, aferrándose a él. Escondiendo el rostro en el pecho de su esposo. Se sentía mal y tenía unas tremendas ganas de llorar. Lo que Annie le había dicho, le dolió. Le dolió muchísimo.

«Perdóname, Mikasa. Nada de esto es tu culpa. Por eso, te prometo que todo va a cambiar, no me importa si para eso debo acabar con todo el que esté en tu contra…» pensó el duque, mientras consolaba a su amada.

Continuará…


¿Cómo están?

Interesante el capítulo, ¿cierto? Aunque creo que se quedaron con preguntas sin respuestas. Lo siento, me gusta el misterio y en esta obra encontrarán demasiado. Lo prometo.

Mikasa tiene un largo camino por recorrer si quiere ganarse a todos los que habitan la casa de su esposo. Sin embargo, no todos están en su contra. No obstante, ella sigue sin comprender por qué Annie la desprecia tanto. Tendremos que averiguarlo.

En fin, espero sigan disfrutando junto a mí, este maravilloso y misterioso viaje al pasado. Los quiero con el alma. Mil gracias por todo su apoyo. Son los mejores.

Nos leemos pronto.

Con amor.

GabyJA