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Capítulo 11
La mañana se había pintado de risas y alegrías gracias a la llegada de los condes de Jersey a la mansión Cornawall.
Levi y Hange llegaron a almorzar y a convivir con sus familiares; ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron. La ausencia de su hija aún les provocaba nostalgia, a pesar de que ella ya llevaba varios meses casada. Sin embargo, eso no significaba que no la extrañaran. Sobre todo, la condesa; quien estaba dispuesta a aprovechar la visita para agasajar a su pequeña.
—Condesa, con todo respeto. Déjeme decirle que usted es una gran cocinera —espetó con sinceridad, el cocinero de la familia Jaeger. Nicolo estaba fascinado por la preparación que realizó la madre de su señora—. ¡La comida quedó exquisita!
—Gracias por el cumplido, eres muy amable —sonrió, complacida. A Hange siempre le había gustado que elogiaran sus preparaciones, ya que eso la motivaba a seguir experimentando—. Aquí te dejé anotada la receta y los pasos que debes seguir para prepararla —anunció, entregándole un pequeño pergamino con las instrucciones—. Ahora, ¡vamos a almorzar!
Reiner ordenó a todos los lacayos que llevaran la comida al gran comedor. El mayordomo había acompañado a la suegra de su señor durante el tiempo que cocinó; pues el duque le pidió que la asistiera a ella y a su esposa, personalmente. Braun, sin duda alguna, era los ojos de su excelencia en las tareas domésticas que se realizaban en la residencia.
El mayordomo era su sirviente de máxima confianza.
Hange terminó de limpiar el área que ocupó para cocinar, antes de marcharse a merendar. Ella siempre había ayudado a sus sirvientes cuando se metía a la cocina a cocinar; y en esta ocasión, no sería la excepción. Sobre todo, porque estaba consciente del desastre que hacía cada vez que se metía a la cocina. Nicolo intentó detenerla para que no realizara esta acción, pues era su responsabilidad y la de los lacayos de la mansión el asear el lugar.
No obstante, la duquesa le pidió a su cocinero que dejase a su madre realizar la labor, ya que nada de lo que le dijera haría que la mujer detuviera su acción. Ella era muy obstinada y nada la haría cambiar de opinión. Además, el que fuese condesa no la imposibilitada para que pudiese ayudar; ya que todos podían colaborar para exaltar un hogar, sin importar el título nobiliario que ostentaran.
—¡Se ve delicioso! —exclamó el duque, con emoción; al ver los platillos que preparó su suegra. Él estaba feliz de volver a degustar tan exquisita sazón—. Ven, mi amor. Te ayudo a sentarte —le dijo a su esposa, cuando la tomó de la mano para que se sentara en su asiento—. Estamos muy complacidos de tenerlos en vuestro hogar.
—El placer es nuestro —esbozó Levi, mientras caminaba hasta donde se encontraba su mujer para escoltarla hacia la mesa del comedor—. Querida.
—Muchas gracias por la caballerosidad, querido —musitó con cariño—. Solamente espera un momento, por favor. —La condesa le devolvió a Nicolo un pequeño pedazo de tela que le dio para que se secara las manos—. ¿Vamos?
El conde suspiró, entrelazando los dedos a los de su esposa para dirigirla al comedor. Ya que si él no la llevaba, ella sería la última en sentarse; pues no lo haría hasta cerciorarse que cada persona estuviese comiendo sus alimentos.
Hange, por su parte, sonrió. Afianzado el contacto de su marido. Quien la observó y asintió, indicándole que él también compartía esa misma emoción. La pareja poseía una fuerte conexión, la cual no necesita ni de un susurró para comprender lo que deseaba o lo que anhelaba el otro. Su compenetración era una prueba más de su amor.
—Me alegra muchísimo tener a todos mis seres queridos reunidos —anunció Eren, mientras acariciaba con sutileza los nudillos de su esposa—. Conde, condesa; esta es su casa. Vosotros siempre seréis bienvenidos —recordó, intensificando su mirada—. Reiner, por favor, que comiencen a servir.
—Por supuesto, excelencia.
El mayordomo pidió a todos los lacayos que empezaran a repartir los alimentos. Mientras los duques y sus allegados conversaban de asuntos comunes y corrientes; típicos de una merienda familiar.
La comida transcurrió con calma. Entre risas y tertulias. Cada comensal se deleitó con la exquisita sazón de la condesa. Todos, excepto alguien en particular. Una persona que desde que se enteró que un extraño estaría a cargo de preparar los alimentos, se molestó.
Annie se sentó en la mesa por respeto y educación. Sin embargo, no conversó ni una sola palabra con los invitados de su excelencia. La mujer pasó todo el tiempo con su característico semblante estoico, el cual confirmó su molestia y desaprobación. Ella rechazó cortésmente la comida de la condesa. Alegando que se encontraba indispuesta, pues su cuerpo no toleraba las comidas condimentadas. Luego de aquella insípida explicación, cerró sus labios para volverlos a abrir, mientras transcurría la merienda.
Arlet se disculpó con la condesa, ya que la excusa de su mujer había sido una ofensa. Él sabía perfectamente cuál era la razón de su indisposición. No obstante, era un tema que discutirían como pareja; aunque pelear con su esposa le hacía doler el alma y el corazón. Annie era su devoción; su felicidad y su amor; pero también era su discrepancia, pues al ser una persona tan cerrada, se limitaba a considerar lo que estuviese fuera de sus parámetros mentales. Por lo tanto, provocaba conflictos que llegaban a salirse de sus manos.
Hange, por su parte, no se molestó. Simplemente, sonrió. Ella no era ninguna ingenua y tampoco era una ciega. Había algo en la esposa de Arlet que no la terminaba de convencer, pero, ¿qué? ¿Qué era lo que le había hecho a esa mujer para que se comportara así? Realmente, no lo podía entender. Sin embargo, ya indagaría qué era lo que sucedía; ya que percibió en su hija un deje de tristeza cuando Leonhart rechazó su comida.
Quizá esa mujer estaba haciendo sufrir a Mikasa y ella no lo sabía. No obstante, ella no lo permitiría. Su hija era la duquesa, la única señora de ese hogar. Y la condesa se lo iba a recordar.
—Condesa, estuvo delicioso —declaró Armin, con una genuina sonrisa en sus labios. Luego de terminar sus alimentos debía exteriorizar el cumplido. Él no podía ser descortés, mucho menos mentiroso; ya que la comida le fascinó—. Ahora entiendo de dónde viene tu sazón, Mikasa.
—Muchas gracias por el cumplido, señor Arlet. —Hange agradeció. La condesa notó la sinceridad en las palabras del hombre—. Fue un gusto cocinarles. Además, agradezco a mi yerno y a mi hija que me hayan dado la autorización para utilizar su cocina. Siempre me ha hecho feliz cocinarle a mi familia.
—Y eres la mejor, querida —musitó Levi, antes de beber un sorbo de su vino. Él podía ser muy reservado, pero siempre iba a exaltar las cualidades de su mujer, sin importar el lugar en el que se encontraran.
—Vuestra casa es su casa, condesa —reafirmó el duque, mientras besaba el dorso de la mano de su esposa—. Usted puede hacer lo que le plazca. ¿Cierto, mi amor?
—Por supuesto. Además, el otro día le compartí a Nicolo una de tus recetas, pues preparé uno de tus estofados. —Mikasa sonrió; gesto que le llenó a su madre el corazón. A Hange le dolía el alma de ver a su hija tan nostálgica—. Si gustas, podemos preparar juntas la cena.
—Será un placer. Vi que tenían carne de-
—Si me disculpan, me voy a retirar —espetó Annie, repentinamente. La mujer ya no lo podía soportar y antes de cometer algún altercado, prefería retirarse. Lo que acababa de escuchar era una barbaridad y ella no se iba a prestar a tal atrocidad—. Se quedan en su casa. Con permiso.
La mujer salió del comedor sin esperar la autorización para levantarse de la mesa. Dejando a su esposo conflictuado, pensando si debía ir detrás de ella o quedarse con los invitados. Annie, definitivamente, ponía a Arlet en una terrible situación.
El duque, evidentemente se molestó; sin embargo, por respeto a sus suegros dejaría el percance a un lado. No obstante, cuando la visita se marchara, la iría a buscar. Esa falta de respeto no se la iba a dejar pasar. Como tampoco dejaría que volviera a suceder el ataque verbal y físico contra su mujer. Leonhart se había salvado, pues la llegada de los padres de su esposa, hicieron que su conversación se postergara. Aunque él tenía un método para hacer que su mensaje llegara, pues un ataque más no iba a permitir que pasara.
—Conde de Jersey, ¿podría acompañarnos al despacho? Ahí podremos hablar sobre el proyecto que trabajaremos con usted. —Eren optó por cambiar la conversación. En este instante, era lo más sensato que podía hacer—. Armin, espero tengas todo listo. —El aludido asintió, suspirando pesadamente—. Condesa, sus aposentos ya están listos —declaró—. Mi amor, si gustan, le puedes decir a Reiner que las lleve a caminar por los senderos de la mansión.
—Es una excelente idea —dijo la duquesa, acariciándole con delicadeza la mejilla a su marido—. Madre, te acompaño a tu habitación y luego te llevo a conocer mi hogar.
—Por supuesto, será un placer.
La condesa sonrió; aunque por dentro estaba pensando en todo lo que pasó. Esa situación no era normal. Así que, definitivamente, eso días en la mansión Cornawall los ocuparía para ayudar a su hija.
Enseñándole y recordándole quién era la duquesa. La dueña y señora de todo Cornawall.
Reiner escoltó a la duquesa y a la condesa, hasta los aposentos que ocuparían los condes durante su estadía en Cornawall. Él, personalmente, se había encargado de preparar la habitación para que estuviese como su excelencia lo ordenó. Ya que la visita de los suegros del duque, se había vuelto una prioridad para el mayordomo.
—Condesa, si desea algo más, no dude en pedirlo. Estoy aquí para servirle —dijo el hombre, amablemente. Haciendo una pequeña reverencia delante de sus señoras.
—Todo está perfecto. No te preocupes, muchas gracias —expresó, sonriéndole con cortesía—. Eres muy gentil.
—Gracias, condesa. Ahora las dejaré solas. Con permiso.
El hombre se retiró de los aposentos, pues imaginó que madre e hija deseaban conversar. Así que, él respetaría ese momento familiar, dándoles privacidad.
Hange esperó a que el mayordomo se fuera para sentarse sobre el lecho. La condesa, gentilmente le hizo un gesto a Mikasa para que tomara asiento. Ella estaba feliz de encontrarse a su lado. No obstante, también estaba preocupada, ya que la actitud de la esposa de Arlet la puso a pensar demasiado.
—Mi pequeña, cuéntame, ¿cómo has estado? —inquirió, acariciándole con sutileza la mejilla—. Disculpa que no hemos hablado, pero me ganó la emoción por cocinarles a ti y a tu marido.
—Descuida, lo comprendo. Además, todo te quedó delicioso. ¡Muchas gracias! —La duquesa, realmente estaba feliz de tener a su madre en casa. Dios era testigo de cuánto la extrañaba—. Mi padre y tú llegaron para alegrarme la vida.
—Querida, nosotros siempre vamos a procurar tu felicidad —musitó. Sin embargo, ese deje de nostalgia en los ojos de su pequeña, la tenían acongojada. Así que, lo mejor era preguntarle de una vez qué la tenía de esa manera para saber qué era lo que le pasaba—. Mikasa, ¿acaso no eres feliz? ¿Eren no es un buen esposo? O, ¿qué es lo que te tiene conflictuada? Sea lo que sea, dímelo; por favor. Yo estoy aquí para escucharte, aconsejarte y apoyarte.
Mikasa abrió sus pupilas con asombro, ya que la tomó por sorpresa ese interrogatorio repentino. No obstante, no le extrañó, ya que nadie la conocía mejor que ese maravilloso ser que por nueve meses la gestó. Además, las palabras de su madre le transmitieron seguridad, pues ella siempre había estado: acompañándola y reconfortándola cada vez que sentía que no podía. Hange era uno de los pilares de su vida, una fuerza interna que le recordaba siempre lo que ella valía.
Así que, ya no callaría, le contaría a su madre todo lo que le sucedía. Estaba segura de que su progenitora la entendería.
—No es nada de eso, madre —espetó, viendo directamente a los ojos de la condesa—. Eren es un excelente esposo. Él me cuida, me protege y me ama en todos los sentidos. Sin embargo-
—¿Sin embargo? Algo debe estar pasando para que se haya opacado el brillo de tu mirada. —La condesa era muy observadora. Sobre todo, cuando se trataba de sus seres más queridos—. Dime, pequeña, ¿qué sucede?
—La familia de Eren, al parecer, tiene muchísimas reglas. Muchas que aún desconozco —confesó con sinceridad. Ya que su esposo todavía no se las quería compartir—. Estas, según tengo entendido, son más antiguas que las del ducado. Por lo tanto, son muy arcaicas y ambiguas. Algo que no me molesta. Sin embargo, no estoy dispuesta a tolerar todas aquellas me mantengan alejada de mi marido.
—¿Cómo cuáles?
—El dormir en alcobas separadas. —Mikasa suspiró, mientras veía la expresión en el rostro de su madre. Ella sabía que su progenitora entendía a qué se refería, pues esto era un estatuto dictaminado por la monarquía; pero lo que la condesa desconocía era la distancia tan absurda que los mantenía separados—. Las habitaciones están de un extremo a otro, y el ama de llaves me dijo que solo podía entrar ahí durante las noches que él- —calló, aún le daba pena hablar de ciertos temas.
—Las noches en las que el duque quisiera tener intimidad contigo. —Mikasa asintió, con las mejillas ruborizadas. Era comprensible que le diera vergüenza hablar sobre su intimidad; sin embargo, Hange deseaba que se sintiera segura para conversar lo que fuese con ella—. Y dime, ¿Eren está de acuerdo con esta norma?
—¡Por supuesto que no! —exclamó. Mikasa quería que su madre tuviese la tranquilidad de que su marido era un excelente esposo, ya que él hacía todo lo que fuera para que ella se sintiera como una reina—. Eren me ha repetido, una y otra vez, que la única ley que le importa es la que sale de mis labios. Él me dio autorización para hacer y deshacer en vuestra casa. Y todos los días antes de dormir, me lo recuerda —susurró, rememorando las palabras que su esposo le expresaba cuando estaban en el lecho—. Eren es muy amoroso y atento conmigo.
Hange sonrió internamente; respirando con profundidad, luego de escuchar a su pequeña. La confesión de Mikasa fue una caricia para su alma, pues nunca permitiría que el hombre que tuviese a su lado, la llegase a lastimar. Sobre todo, cuando él le prometió delante de Dios amarla y respetarla. Así como se lo había prometido a ellos cuando pidió la mano de su hija para casarse. Le alegraba saber que su yerno seguía siendo ese magnífico ser humano que ella y su marido habían elegido para cuidar a su tesoro más preciado.
No obstante, sabía que esto no era lo único que tenía tan mortificada a su hija, pues este era un tema solucionado. Así que, ¿cuál era el verdadero motivo de su tristeza? Lo iba a averiguar, lo tenía que averiguar. La condesa de Jersey no se iría de Cornawall, hasta cerciorarse de que su pequeña estuviese bien.
—Me alegra muchísimo saber que tienes un magnífico marido. —Mikasa sonrió, destellando brillo en su mirada. Era evidente que estaba profundamente enamorada—. Sin embargo, algo más te tiene atormentada. Así que, ¿qué es? ¿Acaso la esposa de Armin tiene algo que ver?
—Algo así —musitó, exhalando con pesadez. Todavía se sentía muy afectada por el incidente que pasó con Leonhart. Sobre todo, porque seguía sin entender el porqué de sus acciones—. Annie y yo tuvimos una fuerte discusión el día que preparé la cena para mi marido.
—Quisieras ser más específica, por favor. —La condesa no dejaría que saliera de esa habitación, hasta que, le explicara por qué se suscitó esa discrepancia—. Sea lo que sea, puedes decírmelo. Estoy aquí para escucharte.
—Gracias, Madre. Verás…
La duquesa comenzó a relatar todo lo que sucedió ese día, desde que decidió cocinarle a su esposo. Ella le contó hasta el más mínimo detalle, sin obviar absolutamente nada. Quizá su madre podía entender cuál había sido su error; aunque pensándolo bien, no había ninguno. Ella, simplemente, cocinó. No mató o daño a ningún ser humano. Sin embargo, lo único que lastimó fueron los pensamientos retrógradas de Leonhart; al hacer algo que, para ella, estaba fuera de las responsabilidades de la señora de la casa.
La condesa prestó mucha atención al relato que le compartió su pequeña. Hange seguía sin poder creer lo que estaba escuchando, pues era absurdo e inaceptable que la esposa de Arlet le hiciera tal atrocidad. ¿Quién diablos se creía que era? ¿La dueña, la duquesa? Por Dios, ¡era ella la que estaba fuera de su lugar! Ese tiempo que ocupó como jefa de hogar, le hizo muy mal; pues la hicieron imaginar cosas que no eran y que no llegarían a ser.
Annie Leonhart era la esposa del primo del duque, no la señora de la casa. Ya que si a rangos y responsabilidades iban; ella debía ser la primera en saber cuál era su lugar, pues evidentemente el cargo que ostentó, la perturbó. Además, ¿qué absurdo era ese de que una duquesa no podía cocinar? ¡Por favor! Hange crio a una mujer de verdad, no a una muñeca de porcelana.
Al parecer, tenía mucho que hacer, ya que ella se encargaría de enseñarle a su hija cómo poner a esa alzada en su sitio. ¡Faltaba más!
—Te juro que no salgo de esta habitación a decirle un par de verdades a esa mujer, solamente por respeto a ti y a tu marido —esbozó. Honestamente, estaba furiosa. No obstante, debía calmarse o cometería una locura—. Pobre del señor Arlet, se casó con una víbora.
—Armin la ama mucho y ella también a él. Ya que es con la única persona que he notado que es dulce y gentil.
—Por lo menos, sino sería un castigo llevársela a la cama —confesó con franqueza. Aunque su hija se sonrojó, no podía callar lo que por su mente pasó—. Descuida, la pondremos en su lugar. Eso te lo prometo.
Hange abrazó a su pequeña, demostrándole en ese cálido contacto todo su amor. Ella la amaba más que a nada y siempre estaría a su lado. Su hija, mientras ella viviera, jamás pasaría desgracias.
Ya pensaría en algo; mientras tanto, disfrutaría esos días junto a los seres que más amaba: su esposo, su hija y su yerno.
Los primeros rayos del sol alumbraron con su esplendor. El rocío de la mañana escarchó la vegetación. Y la brisa liberó el dulce aroma de las flores del jardín que irradiaban con su color.
Era un día precioso para admirar la naturaleza que rodeaba la mansión.
Sasha salió de la residencia en busca de leche fresca. Aunque esa no era su labor, ella se ofreció a traerla, pues de esa manera recordaba un poco su infancia. Momento preciado de su vida que la llenaba de nostalgia. La doncella se crio, únicamente con su padre; quien la educó e inculcó, haciendo de ella una hermosa señorita. Llena de virtudes y valores que eran muy bien apreciados por la familia que la había acogido.
La dama de compañía de la duquesa llegó a la residencia Jersey desde muy pequeña. Allí, fue cuidada y protegida por sus señores; ya que, lamentablemente, su padre falleció cuando aún era una adolescente. La condesa la trató con mucho amor y le permitió estar al lado de su tesoro más preciado: su hija. Desde hace muchos años Sasha le ha servido a la señorita Ackerman; quien siempre la procuró como a uno más de sus seres queridos.
Ahora se había convertido en la persona de absoluta confianza de la duquesa. Cargo que ostentaba con agradecimiento y honor; pues su excelencia era un ser humano extraordinario. Una mujer de noble corazón que merecía estar rodeada de respeto y mucho amor.
Por ello, ella haría todo lo que estuviese a su alcance para hacerla sonreír, pues nada le alegraba más la existencia que verla feliz. Sobre todo, porque también se sintió dichosa de poder servir a su antigua señora. La condesa siempre ocuparía un lugar especial en su corazón.
—Hola, bonita. ¿Cómo te llamas? —inquirió, acariciando con sutileza el lomo de una de las vacas más gordas del establo—. ¿Te molestaría regalarme un poco de tu leche? Es para mi señora y para su madre. También es para el duque y el resto de la familia —sonrió, colocando un balde debajo de la ubre del animal—. ¿Verdad que me vas a regalar?
—Si vas a esperar a que te responda; pasarás sentada ahí, una eternidad —dijo un hombre de baja estatura e irradiante mirada—. Supongo que sabes que las vacas no hablan.
—Por supuesto, pero también sé que escuchan —informó, volviendo a su labor. Ella no sabía quién era él; no obstante, no se quedaría a averiguarlo, pues en la mansión esperaban por la leche de la res—. Buena chica. Gracias por dejarte ordeñar.
—Tiniebla —musitó, sentándose al lado de la joven.
—¿Eh?
—La vaca se llama: Tiniebla —sonrió, mientras ayudaba a la muchacha a ordeñar—. Por cierto, yo soy quien se encarga de cuidarlas. Mi nombre es: Connie Springer.
—Que nombre más feo —susurró, olvidando que su comentario se podía malinterpretar. Así que, rápidamente, prosiguió con la conversación—: Me refiero al nombre de la vaca, es muy tenebroso para ella.
—Quizá, pero yo solo sigo las órdenes que me dan para nombrarlas —se encogió de hombros—. Y dime, ¿tú cómo te llamas? Imagino que debes ser la doncella de la duquesa, ya que eres a la única que no conozco.
La joven asintió, con emoción. Dibujando una genuina sonrisa en sus labios. Era extraña esa sensación que sintió, pues era la primera vez que veía al muchacho que tenía al lado; sin embargo, le transmitió confianza. Algo muy diferente a lo que experimentó cuando conoció al cocinero. Nicolo la hacía sentir apenada, ya que siempre estaba al pendiente de darle a probar platillos especiales para impresionarla. Él la ruborizaba; mientras que, Connie, le hacía sentir todo lo contrario.
Es más, era como un sentimiento fraterno el que despertó cuando se sentó a su lado. La doncella nunca tuvo hermanos, pero imaginó que, posiblemente, así se sentiría tener a uno. Era extraño, demasiado extraño; pero, a decir verdad, muchas cosas en esa mansión lo eran.
Debía ser sincera, pues ese era un pensamiento constante que la acompañaba desde que sucedió el percance con el ama de llaves.
—Mi nombre es: Sasha. Mucho gusto. Soy la doncella de confianza de la duquesa —exteriorizó, con una enorme y legítima sonrisa en los labios—. Te agradezco tu ayuda y amabilidad.
—No es nada. Además, todos tenemos órdenes estrictas de servir a la duquesa y a sus allegados en cualquier tarea que lo requieran —confesó, terminado de ordeñar a Tinieblas—. ¡Listo! Creo que con esto será suficiente.
—¡Sí, muchas gracias! —exclamó, observando toda la leche que salió. Sus señores iban a comer un exquisito y nutritivo desayuno—. Eres muy gentil, Connie.
—Ven, te ayudaré a cargarlo. El balde es muy pesado. —Springer tomó con sus manos la leche, luego salió del establo junto a la doncella—. Sasha, ¿puedo decirte algo? —La aludida asintió, así que, él continuó—: Llámame loco, pero tú me caíste muy bien. De hecho, siento como si llevara años conociendo. Esto me pasó solo con alguien más y, hasta el día de hoy, seguimos siendo muy buenos amigos.
—Pues no estás loco, ya que me siento igual. Es muy raro, pero me alegra saber que no fui la única que lo sintió —declaró, rascándose la nuca. Por lo menos, el sentimiento era real y no una locura provocada por su cabeza—. Es bueno saber que tendré a otro amigo, ya que, bueno… —bajó la mirada. Era mejor dejar ese tema a un lado, ya que no sabía qué tan cercana era la relación del granjero con esa persona—. No es nada, olvídalo. Algunas veces pienso tonterías.
—Alguien no te agrada o alguien te hizo sentir mal. —La dama de compañía suspiró, pero no habló. Sin embargo, Springer creía saber la razón—. ¿De casualidad tiene que ver con el ama de llaves? —Sasha desvío la mirada. Dándole a entender que había acertado—. Pieck es una amargada. No le pongas cuidado. Ella se cree mucho por el rango que ostenta y por ser la mano derecha de la esposa del señor Arlet.
—Tú, ¿no te llevas bien con ella? —Él, rápidamente, negó con la cabeza. Nunca le había caído bien esa mujer—. Creí que solo era de esa manera con nosotras, pero, al parecer, tiene discrepancia con otras personas.
—¡Es una víbora! Sin embargo, por mucho que se quiera imponer, está bajo las órdenes de Reiner. Así que, no te preocupes. Él siempre ha tenido la confianza absoluta del duque.
—Ya veo —susurró. Eso, hasta cierto punto, la dejó más tranquila. Aunque pensó que tampoco era una garantía. Esa mujer tenía un profundo odio en su mirada—. El mayordomo me cae muy bien. No habla mucho. No obstante, es muy amable.
—Siempre ha sido antisocial y dudo mucho que vaya a cambiar —declaró, llevando sus pupilas a las de la doncella para observarla directamente—. Sin embargo, es el tipo más leal que conozco. Además, él tiene total libertad de aplacar a quién o a quiénes, le falten al respeto a las órdenes del duque. No por nada es la san- —calló, abruptamente; por poco hablaba de más, sobre asuntos que no eran de su incumbencia tratar—. Es la persona dentro de la casa más allegada con su excelencia. Eso es lo único que te tiene que importar.
—Sí, tienes razón —susurró. Fue rara la manera en la que cambió la frase de la conversación. Aunque, quizá se equivocó—. Llegamos, muchas gracias.
—De nada. Espero verte muy pronto, Sasha.
La joven se despidió, cogiendo el balde con la leche. Ella ingresó a la mansión y él en silencio se marchó. Connie llevó las manos a su cuello y, lentamente, lo acarició. Mientras pensaba en la equivocación que por poco estuvo a punto de cometer. Lo mejor sería ir a hablar con su mejor amigo para que le diera un consejo infalible de cómo debía callar o el cariño que Sasha le despertó, haría que contara algo que nadie debía conocer.
Él y todos en la mansión, tenían un pacto de silencio que no podían romper.
La visita de los condes había traído mucha satisfacción a todos los habitantes de la mansión Cornawall. Los duques estaban verdaderamente complacidos de tenerlos en su casa.
El conde de Jersey compartió su experiencia en la implementación de invernaderos con el duque de Cornawall y con el señor Arlet. Levi tenía un amplio conocimiento en el tema, ya que era una de las principales fuentes de desarrollo de la región de Jersey. Su método había sido tan eficaz que muchas familias habían mejorado su calidad de vida. Eso, realmente, lo hacía sentir orgulloso; pues una de sus prioridades eran las personas que tenía bajo su cuidado. Sus habitantes eran considerados miembros de su familia.
La condesa, por su parte, ayudó a su hija a acostumbrarse a sus responsabilidades como duquesa. Hange, junto al mayordomo; le explicaron a Mikasa cómo era el funcionamiento de la vivienda. Además, se encargó de enseñarle al cocinero muchas de sus recetas más resguardadas, ya que quería que cuando ella se marchara, Nicolo las preparara para deleitar el paladar de los dueños de la casa.
Los duques estaban tan complacidos y agradecidos que decidieron organizar un baile en la mansión como presente a los condes de Jersey.
—Mi madre está feliz por la idea que tuviste —dijo la duquesa, peinando su sedosa cabellera—. Ella ama mucho los bailes.
—Tuvimos, mi amor. Tuvimos. Recuerda que tú y yo somos un equipo —musitó, acariciándole la mejilla con ternura—. Vuestros padres han traído dicha a Cornawall; por lo tanto, es lo mínimo que podemos hacer para agasajarlos.
—Ellos hacen todo esto porque nos aman. —La duquesa dejó el cepillo a un lado, luego tomó una infusión que Sasha le preparó para limpiarse el rostro—. Sabes algo, el tenerlos en vuestra casa me ha llenado de felicidad el alma. Muchas gracias por invitarlos, Eren.
—Esta también es su casa. Mis suegros siempre serán muy bien recibidos en Cornawall House —espetó, mientras se despojaba de sus prendas para irse a dormir—. Además, mi única prioridad es hacerte feliz. Nunca lo olvides.
Mikasa asintió, terminándose de colocar la infusión. Era imposible olvidar lo que su marido había declarado, ya que él siempre se preocupaba por hacerla sonreír. Eren teñía de color sus días. Sin embargo, no todo era dicha y alegría, pues aún seguía sin comprender por qué a la esposa de Arlet y al ama de llaves, su presencia les molestaba.
Eso seguía siendo un misterio. Un tema extraño del cual su marido no quería hablarle, ya que por más que ella lo intentara; él, simplemente, la esquivaba. Desviando la conversación a cualquier circunstancia que no tuviese nada que ver con ese argumento.
Realmente, ese asunto la estaba mortificando.
»—Mikasa, ¿te pasa algo? De repente, se opacó el brillo en tu mirada —dijo el duque, observando fijamente el semblante en el rostro de su mujer—. Dime, ¿qué tienes?
—No es nada —murmuró, mientras desviaba sus ojos hacia el balcón. Estaba mintiendo; por supuesto que lo estaba haciendo, pero esa noche no quería atormentarlo con la misma conversación. Sobre todo, porque ya conocía la respuesta que le daría—. Solamente estoy un poco cansada.
—Estás equivocada si piensas que te voy a creer esa mentira. —Eren no era un tonto, pues él sabía perfectamente qué era lo que la estaba conflictuado. No obstante; aunque no le gustara ocultarle nada, debía hacerlo. Por su seguridad y su bienestar tenía que hacerlo—. Ven conmigo, vamos a la cama.
El duque la tomó de la mano para guiarla hasta el lecho. Con cuidado, hizo a un lado las cobijas para que su esposa pudiese acostarse. Él acomodó el almohadón y luego se acostó a su lado. Ese era su momento. Uno de los instantes en el día que más atesoraba. Tenerla así, junto a su cuerpo, le llenaba de calor el alma.
Mikasa se recostó en su pecho, mientras se embriagaba con el amaderado aroma que desprendía su piel. Su corazón palpitaba, proporcionándole la calma que tanto necesitaba. Ella anhelaba la protección que le brindaban sus brazos.
—¿Será que algún día Annie me podrá ver como su amiga? —musitó, acurrucándose más en su pecho. Realmente, deseaba tener una vida tranquila, llena de paz y armonía—. Y será que tú, ¿algún día me vas a contar qué hay detrás de todas los estatutos de esta casa?
—Mi amor, no te mortifiques, por favor. —El duque la abrazó con fuerza; rodeándola por la cintura con sus manos. Él se sentía terrible cada vez que esa conversación se suscitaba; por eso, deseaba con todo su ser que su esposa no se preocupara. Sin embargo, era imposible, sobre todo, cuando Leonhart se había encargado de complicarlo todo—. Annie, solamente está un poco irritada, ya que no está acostumbrada a salirse del patrón que por años ha venido repetido. Además, su temperamento muchas veces la hace actuar de forma agresiva, pero en el fondo, tiene un noble corazón. Estoy seguro que tú lograrás entrar en él —afirmó. Intentando justificar lo que no tenía justificación; lo que la mujer de Arlet hizo no tenía perdón, pero esto era algo que solo le competía resolver a su persona—. Y todo lo demás, trata de olvidarlo. Mis antepasados eran muy anticuados y; por lo tanto, yo deseo dejar todo lo obsoleto a un lado. Ya que espero que mis descendientes vivan bajo nuevas reglas. Parámetros que serán responsabilidad, únicamente tuya y mía. ¿Estás de acuerdo?
—Por supuesto, mi amor —espetó, levantando el rostro de su pecho para apreciar esas esmeraldas que tanto le gustaban. Ella se hipnotizaba cada vez que las observaba, pues caía bajo su encanto. No obstante, tenía fe que su marido en algún momento le develara esa historia que tanta intriga le causaba—. También deseo construir nuevas normas para el beneficio de nuestros hijos y sus futuras generaciones.
—Te amo, duquesa. Tú eres mi complemento. —Eren la tomó del mentón, acercándose lentamente a sus labios. Los cuales pedían a gritos ser besados—. Eres la luz que ilumina mis días.
—Y tú eres mi vida, duque de Cornawall. Te amo.
La duquesa cerró la distancia que la separaba de la boca de su amado. Enterrando las yemas de los dedos en sus cabellos, mientras tiraba de su cuerpo para que se acostara junto a ella en el lecho. El duque quedó encima de su cuerpo, despertando en él el libido que tenía por dentro. El mínimo contacto con la piel de su esposa, lo hacía arder en deseo.
Un deseo prohibido que solo le pertenecía al calor que emanaba de sus cuerpos.
Despacio, comenzó a acariciarla; arrugando la seda de su camisón para meter la mano debajo de la tela. Eren necesitaba hacerle el amor.
»—Te deseo, Mikasa. Necesito llevarte al cielo —musitó en sus labios, mientras disfrutaba de las sutiles caricias que le proporcionaban sus manos.
—Eren, hazme el amor, hasta perder la razón.
La pareja se perdió en la profundidad de su amor. Entregándose en cuerpo y en alma al fuego de la pasión. Enredados entre las sábanas hasta sucumbir a la majestuosidad de las llamas que les obsequiaba el mismísimo destierro eterno.
Continuará…
¿Cómo están?
En este capítulo le quise hacer honor a uno de los personajes que más amo dentro de este universo; Hange Zoë. Ya que me dolió en el alma ver su partida animada —y eso muchas veces he leído ese capítulo—. Por lo tanto, quise que la mayoría de las escenas se centraran en ella; sin dejar a un lado la trama que, cada vez encierra más misterios.
Algo parece no estar bien y Mikasa lo percibe; sin embargo, Eren sabe cómo desviar su atención hacia otro lado. Tocará esperar a que llegue la noche del baile, quizá allí se devele algo. Ya lo veremos.
Mil gracias por sus muestras de amor y apoyo incondicional para esta obra que amo tanto. No saben cuánto valoro que estén a mi lado. Los quiero con el corazón.
Nos leemos pronto.
Con amor.
GabyJA
