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Capítulo 12


La oscuridad estaba en su máximo esplendor. Densa, fría y escalofriante. La hora ideal para sucumbir en el amor.

Porque lo lúgubre invitaba a la pasión.

—¡Ay! Sigue, por favor. Sigue así —gimió, apretando el cuello de su marido que yacía metido en medio de sus piernas—. E-Eren.

—Quiero que grites para mí —exigió, metiendo los dedos en su cavidad. La humedad de su mujer lo hacía desfallecer—. Duquesa, usted es exquisita.

—E-Eren, yo… ¡Ah! —gritó sin pudor. Expulsando sus fluidos en la boca de su marido. Él los bebió sin reparo, absorbiendo hasta la última gota que salió de su interior.

Mikasa alcanzó la gloria con la calidez de sus labios.

El duque sonrió con lascividad; lamiendo sus dedos, mientras salía de su intimidad. Estar ahí, metido entre sus piernas, era su perdición.

Ese era su santuario, donde diariamente debía ir a comulgar.

Eren se posicionó encima de su amada, ya que aún debía arrastrarla hasta el lago del infierno. Un infierno que ardía en deseo cada vez que se entregaban. Así que, rápidamente se montó en ella. Sin embargo, la duquesa tenía otros planes.

Mikasa se dio la vuelta. Dejando a su marido con la espalda sobre el lecho, mientras ella se sentaba encima de su cuerpo. Con lujuria pasó las yemas de los dedos por su pecho, dibujando pequeños círculos con ellos. Luego comenzó a balancearse cerca de su miembro. Arrancándole estruendosos gruñidos de sus labios, pues amaba observar la tortura que le provocaba con sus movimientos.

La duquesa había descubierto cómo enloquecerlo.

No obstante, el duque ardía en deseo. Su virilidad palpitaba, dolorosamente, al sentir cómo los glúteos de su amada rozaban su miembro. Así que, ya no quería soportar ese sacrilegio. Él iba a profanarla sin reparo y sin remedio. Enterrándose hasta la profundidad de su cielo. Llevándola de una vez por todas hasta el infierno.

Eren la sujetó por la cintura, levantándola en un solo movimiento para dejarla caer sobre su endurecido miembro. Ella gritó con todas su fuerzas, apretándolo por dentro para que sus paredes abrazaran el regalo que tenía metido en medio de sus piernas.

Mikasa adoraba tenerlo dentro de su cuerpo. Ya que su alma se liberaba para fundirse en una sola con la del hombre que tanto amaba.

El duque posó sus manos en sus pechos; apretándolos con rudeza, mientras sus dedos pellizcaban los pezones que tanto anhelaba comerse. Su boca salivaba por morderlos con sus labios. La duquesa se eclipsó con la mirada de su amado, pues sus pupilas brillaban de una forma única que solo destellaba cada vez que se entregaban. Ella sabía lo que él deseaba. Por lo tanto, estaba dispuesta a darle de beber del elixir que estaba precisando.

Mikasa inclinó su cuerpo, poniendo las manos a los costados para darle mayor acceso a sus senos. Él los tomó sin pensarlo, devorándolos a su antojo; mientras ella jadeaba. La duquesa estaba extasiada, perdida en el cúmulo de sensaciones que le provocaba. Así que, se comenzó a mover con fuerza. Brincando de arriba a abajo sobre su miembro. A ella le fascinaba ser tomada sin sutileza.

El duque se deleitó con sus pechos. Lamiéndolos y mordiéndolos. Dejando pequeñas marcas de sus besos; marcas que eran la prueba de sus deseos. Sin embargo, quería seguirla complaciendo. Cumpliéndole el capricho de sus anhelos. Llevándola, de una vez por todas, a las llamas ardientes del infierno. Su infierno.

Eren estaba por sucumbir y ella también quería hacerlo.

Jaeger le apretó las caderas, mientras hacía un vaivén con sus piernas. Levantándolas para penetrarla con rudeza. Mikasa estaba por perecer. Así que, echó la cabeza hacia atrás; contrayendo sus paredes para liberarse por completo. Ella alcanzó su cielo; un cielo que ardía bajo las llamas de una hoguera prendida en deseo.

Eren ya no lo soportó, pues su mujer lo apretó más y más. Sus espasmos estaban acabando con su ser. Así que, le dio la estocada final. Hundiéndose en su profundidad para desarmarse dentro de su catedral.

Él debía ofrendar cada vez que iba a rezar.

—Eres maravillosa —balbuceó, pasando los dedos por su sedoso cabello. Era un deleite ver su rostro agitado cuando terminaba de amarla—. Cada día te amo más.

—Y yo a ti, mi amor —le dijo, fascinada. Mikasa cada vez estaba más y más enamorada—. Tú eres mi todo, duque de Cornawall.

«Y tú eres la luz que ilumina mi podrida alma. Mikasa, jamás te apartes de mi lado. Nunca te tienes que ir o yo… No, eso nunca va a pasar. Tú eres mía, duquesa. Solamente mía» pensó, mientras la abrazaba para que descansara en su regazo.

Esa mágica y sublime noche no se iba a manchar con pensamientos absurdos que nunca iban a pasar.

Jamás debían pasar…


El anuncio del baile fue un acontecimiento que alegró a todos, ya que hace muchos años Cornawall House no realizaba este tipo de eventos. Sin embargo, esta era una ocasión especial.

Era un agasajo para los padres de la duquesa. La mujer que cegó por completo la razón del duque de Cornawall.

—¡Esto es el colmo! —gritó Pieck, dejando caer los puños sobre el mesón—. Su excelencia está cometiendo un grave error.

—Lo sé, pero es imposible hacer que Eren entre en razón —espetó, frunciendo el ceño. Leonhart estaba segura que nada ni nadie lo haría cambiar de opinión—. Esa mujer es su perdición. Ella lo va a llevar a la ruina.

—Mi señora, vosotras lo debemos detener. El duque debe recordar quiénes sois su prioridad. —sentenció, recostándose en la pared. La mujer pensó que sería ella la que iba a enloquecer al contemplar tanta barbaridad—. Sea como sea, debemos lograr que cambie de opinión.

—Si hacemos eso, solamente cometeremos un error. Eren es demasiado testarudo. Él está hipnotizado, sometido ante el deseo que le provoca esa mujer. —Annie tenía muy buena percepción. Además, conocía al pariente de su marido desde que eran unos niños; por lo tanto, no tenía ni qué preguntar a qué se debía el que estuviese idiotizado. El duque era como un manso cordero, que se dejaría llevar al matadero con tal de satisfacer sus deseos. Aunque esto no era solo pasión, esto era amor. Este, desgraciadamente, era el mayor problema—. Maldita sea la hora en la que la conoció y se enamoró de ella.

—Milady, entonces, ¿qué vamos a hacer?

Annie dibujó una diminuta sonrisa en sus labios, luego tomó una manzana que se encontraba en el mesón y muy despacio la mordió. Ella ya había ideado un plan para estropear la felicidad de ese inmundo ser que llegó, únicamente, a dañar su tranquilidad. Leonhart se iba a encargar de cuidar lo que sus antepasados habían estipulado, sin importar que eso le costase la vida. No obstante, su existencia no le preocupaba, pues era algo relativamente subjetivo. Lo que sí le mortificaba era que su matrimonio se arruinara, ya que al único ser que realmente amaba era a su marido. Armin era todo lo que ella anhelaba. A quien se había entregado en cuerpo y en alma. Sin embargo, esto iba más allá de lo que deseaba.

Esto era un compromiso adquirido. Una responsabilidad con una dinastía que por siglos había existido y que no se iba a terminar por una maldita mujer que había aparecido.

Leonhart atacaría al problema de raíz, no a quien se aferró a imponerlo en la vida de todos los que conformaban las tierras de Cornawall.

No obstante, no podía efectuar su cometido ella sola; así que, le pediría ayuda a su fiel servidora. Annie estaba segura que el ama de llaves estaría dispuesta a hacer lo que fuese con tal de recuperar la armonía que se perdió, cuando esa detestable y arrogante mujer, llegó. Además, estaba enterada que odiaba a la doncella que la acompañaba; por lo tanto, también pensaría cómo acabar con esa arpía.

Cornawall House volvería a ser lo que fue y nunca debió dejar de ser.

—Pieck, ¿tú estarías dispuesta a ayudarme a acabar con esa intrusa? —inquirió, fijando los ojos en los de la mujer que, instantáneamente, intensificaron su color.

—Por supuesto, milady. Usted, únicamente debe decirme lo que tengo que hacer y con gusto lo haré —anunció, emocionada. Escuchar a su señora le arregló la mañana. Sin embargo, había solamente una cosa que la perturbaba—. Mi señora, pero, ¿Reiner no será un problema?

—Tal vez; no obstante, yo me encargaré de él —esbozó, restándole importancia a ese insignificante detalle—. Reiner es tu superior, pero no está por encima de mí. Además, sabes cuál es mi especialidad; así que, no hay nada de qué preocuparse.

—Perdón, lo había olvidado —le dijo, riendo internamente al imaginar lo que le iba a proponer—. Entonces, ¿qué vamos a hacer?

—Ven, siéntate, así escuchas con atención.

Las mujeres se sumergieron en su reunión. Formulando un plan que no daba hincapié al error, pues de él dependía que todo volviese a estar a su favor.

Sobre todo, ahora que era Annie la que tenía el control.

«Tu sueño se va a terminar y tu peor pesadilla se hará realidad. Ya lo verás, duquesa de Cornawall» pensó, mientras seguía conversando con Pieck.


La noche del baile llegó y, Cornawall House, se engalanó recibiendo a las familias más prestigiosas de la aristocracia londinense.

Era una noche mágica; de gala, elegancia y sofisticación. La cual sería considerada como antesala para lo que llegaría a ser la nueva temporada.

Las madres con hijas en edades casaderas se hallaban muy atentas, ya que deseaban que sus doncellas se fijaran en algún hombre adinerado que les asegurara un futuro prometedor, lleno de lujos y satisfacción. Querían que ellas también viviesen ese cuento de hadas que vivía la dueña de esa impresionante mansión.

—Buena noche, sean todos bienvenidos a Cornawall House. La duquesa y yo estamos felices de recibirlos en vuestra casa —expresó el duque con gran emoción. Sonriendo con sinceridad, al contemplar la algarabía en el rostro de su esposa. Mikasa irradiaba un brillo espectacular—. Este baile es en honor a mis suegros, los condes de Jersey. Ya que su presencia ha traído dicha y felicidad a vuestro hogar; así que, esperamos que pasen una grata velada junto a vosotros.

¡Salud! —exclamaron al unísono los invitados, quienes sostenían una copa del más delicado vino en sus manos.

—¡Salud! —respondió Eren, chocando su copa de cristal con la de su mujer—. ¡Qué inicie el baile! ¡Música, por favor!

Los músicos comenzaron a tocar una melodía suave para que la pareja que iniciara el baile se pudiese deleitar con la tranquilidad de cada compás.

Levi tomó con sutileza la mano de su esposa para juntos caminar hasta el centro del salón en el que se llevaba a cabo la recepción. Los condes serían los que bailarían la primera pieza de la noche, ya que el baile era en su honor. Eren quería darles ese presente tan importante, pues ellos eran como sus padres. Además, para él nada era más significativo que hacer feliz a su mujer. Y sabía que honrado a sus progenitores, la llenaría de algarabía y satisfacción.

Los condes eclipsaron a los invitados con un baile pulcro y sincronizado. Ellos eran considerados una de las parejas más envidiables dentro de la nobleza, ya que su unión iba más allá de un matrimonio estipulado por conveniencia y obligación. Su amor prevalecía por encima de las normas y estatutos pactados. Demostrando que, aún con todo lo que conllevaba su acuerdo matrimonial, ellos se amaban de manera incondicional. Siendo un claro ejemplo de lo que muchos habrían deseado alcanzar.

La pieza que tocaba el piano terminó, y el conde hizo un último movimiento en el que dejó a su esposa a escasos centímetros de su boca. Su respiración se pausó, cuando su nariz se inundó de tan exquisita fragancia. El aroma de su mujer era su perdición. Sin importar los años que llevase a su lado, él la deseaba como el primer día que la tuvo metida en la calidez de sus brazos. Porque ella se había penetrado en su alma.

El conde besó con ternura los labios de la condesa; mientras que, al fondo del salón, se escucharon los suspiros y los aplausos de los invitados. Ese, sin duda alguna, fue un momento hermoso, que, sin importar los años, la pareja recordaría como algo maravilloso. Sus hijos les habían obsequiado un instante precioso.

Los duques se acercaron a los condes para felicitarlos por tan envidiable y especial baile. Mikasa se lanzó a los brazos a su madre y Eren estrechó con fuerza la mano del conde. Las parejas estaban radiantes, desbordando felicidad a cada instante.

El duque hizo una leve mirada, en la que le indicó a Reiner que les dijese a los músicos que continuaran. Los hombres atendieron al llamado de su excelencia, siguiendo con la sinfónica que llevaba la orquesta.

Las parejas se tomaron de las manos para continuar con la danza que los condes habían iniciado. Sus excelencias acompañaron a los padres de la duquesa, mientras otras parejas se unían a la fiesta.

La noche, apenas estaba iniciando y, al parecer, prometía ser la velada perfecta. O eso era lo que imaginaban los anfitriones de tan majestuosa gala.


La luna llena iluminaba con su esplendor todo a su alrededor. Su brillo emanaba un hechizo de obediencia y subyugación en el que la duquesa cayó.

La velada estaba en su máximo esplendor, ya que sus invitados disfrutaban de la música sin control. Los condes irradiaban felicidad y el duque albergaba agradecimiento por tenerlos en su hogar.

Todo lo que sucedía dentro de la mansión era dicha y alegría.

Sin embargo, afuera del lugar, específicamente en el jardín; sucedía todo lo contrario. En ese sitio solo existía miedo, desconcierto, terror y desolación.

Un abandono total, una pérdida completa de la realidad…

«No, no, no. ¡Esto no puede ser verdad!» pensó, al darse cuenta cuál era la identidad del sitio donde se encontraba. Mikasa estaba desesperada.

La azabache corrió y corrió sin control. Chocando con la hierba que tenía a su alrededor. Palpando cada rincón, hasta comprobar que lo que más temía se había convertido en su realidad.

Una cruel y despedida verdad.

La duquesa siguió su faena sin mirar atrás; ella se sumergió más y más en la oscuridad. En la inmensa y perturbante soledad. La mujer volteó de un lado al otro, rogando en su interior que uno de sus torpes movimientos la llevasen a la salida de ese horripilante lugar. No obstante, lo único que consiguió fue perderse aún más. Reconociendo que nadie la llegaría a salvar.

Una vez más, sucumbiría ante él. Una vez más, se dejaría devorar por su merced.

Me extrañaste, Mikasa —susurró la voz. Esa maldita y despreciable voz—. Deliciosa. El miedo solo aumenta mi excitación.

«Por favor, no. No me vuelvas a lastimar» suplicó, derramando lágrimas de dolor. Le atormentaba imaginar lo que le iba a pasar.

¿Lastimarte? ¿Acaso crees que voy a dañarte? Yo lo único que deseo es tocarte y acariciarte. Necesito pasar mis manos por tu cuerpo, inundando mis fosas nasales con tus deseos. Penetrándote con la lujuria que alberga mi alma. —El demonio se acercó hasta su cuello. Mikasa, esta noche, voy a devorarte.

«¡Nunca!». La duquesa corrió, alejándose de ese maldito que quería ultrajar su ser.

¿Por qué? ¿Por qué estaba en ese lugar? ¿Por qué no sabía cómo llegó hasta ahí? ¿Acaso se hallaba acompañada? ¿Por qué? ¡Maldita sea! ¡¿Por qué demonios no lo recordaba?!

La mujer corrió desesperada dentro de ese abominable laberinto que tanto la atormentaba. Ella sujetó con fuerza la seda de su falda, levantando el armazón que sostenía el faldón. En ese instante, la elegancia se podía ir a la basura, ya que su vida era más importante que cualquier estúpida norma aristocrática.

Con sigilo palmó la hierba, intentando recordar en esa espesa oscuridad el camino por el que había recorrido. Sin embargo, esa acción no le funcionó, ya que parecía que daba círculos por el mismo sitio donde todo comenzó.

Mikasa se rindió, desplomándose en el suelo; mientras intentaba articular una plegaria al cielo. Sería su fin. Esta vez, imaginó, que sí iba a morir.

«Perdóname, por favor. Perdóname por abandonarte». Las lágrimas cayeron al suelo como cuchillos que atravesaban su pecho.

No llores, no quiero que estés llorando cuando te esté tomando —espetó cerca de su oído. La pesada y tétrica respiración de ese ser la hizo arrastrarse hasta la pared buscando consuelo. Un desesperado y anhelado consuelo que no iba a acompañarle—. Además, ¿por qué súplicas que te perdonen? Cuando tu fidelidad, solamente me la debes a mí. Mikasa, tú me perteneces. Siempre ha sido así.

«¿Quién eres? ¿Por qué te empeñas en hacerme daño?». Era horrible que no pudiese hablar; sin embargo, sabía que ese despreciable espectro la podía escuchar.

Ya te he dicho, una y otra vez, que no deseo dañarte. Únicamente quiero poseer lo que me pertenece —espetó, cogiéndola por el cuello para montarse encima de ella. Su frágil cuerpo tembló y el demonio sonrió de excitación—. ¿Y quién soy? Es una buena pregunta. No obstante, no te puedo dar una respuesta. Eso lo tendrás que averiguar tú, Mikasa.

El ser infernal le comenzó a besar el cuello, mientras ella se retorcía debajo de su cuerpo. La duquesa intentaba zafarse, pero él no la dejaba liberarse.

Sin pudor acarició sus senos. Apretando el corselete que los tenía cubiertos. Ella gimió de dolor por la brusquedad de la acción. Sin embargo, eso solo encendió el fuego que albergaba dentro de su interior. Esa noche, él, sí la iba a poseer.

»—Mírame —exigió, tomándola del mentón. La mujer tenía los párpados cerrados. Así que, se enfureció. Él quería que ella viera todo lo que le iba a hacer—. ¡Te estoy diciendo que me veas!

La duquesa no lo quería hacer, pues la última vez que lo vio, su mirada fue su perdición. Ella no quería ceder, pero, ¿qué más podía hacer? Ese maldito espectro la iba a profanar, sin importar lo que le llegase a suplicar.

Estaba condenada, sumergida en un infierno que no tenía retorno. Obligada a entregarse a un demonio que se había obsesionado con su cuerpo. Sin embargo, por más que la poseyera, él nunca podría ultrajar la parte de su ser más sagrada. Ese abominable ser jamás podría poseer su alma; pues esa solo le pertenecía a él. Únicamente a él.

«Perdóname» volvió a suplicar, mientras sus párpados se abrían. Sus lágrimas nublaron su visión, al no dejarla distinguir al maldito que sin reparo la acarició.

Poco a poco, el agua salada se disipó, encontrándose con la mirada carmesí que sería una vez más su perdición. El demonio rio a carnadas, inundado el lugar con su espeluznante voz. Mikasa se eclipsó, entregándose al fuego de la pasión.

El demonio le besó los labios con desesperación, mientras ella se aferró a su cuello para acercarlo aún más a su cuerpo. La danza de posesión comenzó.

El ser del infierno rompió con sus uñas la fina prenda. Dejando ante su sangrienta mirada la desnudez de la mujer que lo había obsesionado. Sin permiso mordió sus senos, obligándola a gemir en silencio por la excitación que le provocó.

Ese maldito se deleitó; masajeando y pellizcando la suave piel de esa presa que sería su mujer. Porque ella era suya. Solamente suya.

El espectro se saboreó cada rincón del pecho de Mikasa; disfrutando de las pequeñas caricias que ella le obsequiaba, cada vez que sus uñas se le incrustaban. Lentamente volvió a besarla, embriagándose del elixir que sus labios expulsaban. Con pasión y deseo la observó. Percatándose del fuego que salía de su ser. Así que, con arrogancia sonrió. Comprobando que cumplió con sus deseos.

Serás mía. Porque tú siempre has sido mía —le dijo, acariciando con sus largas uñas su delicado cuello.

El demonio bajó con sus labios desde su boca, hasta llegar a esa sensible parte de su piel que con tanto cuidado estaba acariciando. Su otra mano la masajeó sin reparo, al rozar sin pudor su pecho. Mikasa se arqueó hipnotizada, por todo lo que el ser tocaba. Ella ni siquiera sabía lo que hacía.

»—Con esto ya no podrás escaparte de mi lado, duquesa de Cornawall —susurró, mientras exponía sus dientes.

La oscuridad era demasiado pesada; sin embargo, sus colmillos brillaron. En ese instante, ella comprendió lo que pasaba. Ahí entendió qué era ese ser que sin pudor la ultrajaba. Ahí afirmó que sí iba a morir y lo haría desangrada.

Mikasa sería la cena de un asqueroso y maldito…

—Sálvame, por favor. ¡Eren!

—Mikasa, Mikasa, ¿estás bien? —inquirió con preocupación el hombre que tenía acostado a su lado—. Mi amor, por favor. Dime, ¡¿qué tienes?!

—E-Eren —balbuceó, temblorosa. Aún no sabía dónde se encontraba. Estaba aturdida, desesperada. Mikasa se tocó rápidamente el cuerpo, comprobando que este tenía una suave tela que lo cubría. Estaba protegida, ella y todo su ser estaban protegidos. Ese espectro no la había tocado, tampoco la había besado. Muchos menos la había…—. ¡Eren! Abrázame, por favor. Solamente abrázame.

El duque la rodeó con sus fuertes manos, acurrucándola en su pecho; mientras la escuchaba sollozar en su regazo. Su mujer estaba demasiado alterada. ¡Por Dios! ¿Con qué habría soñado? Era evidente que una pesadilla la había perturbado, pero, ¿qué pudo ser? ¿Qué habría sido lo que la había atormentado? Él no lo sabía; sin embargo, después lo averiguaría.

Ahora solamente quería tenerla entre sus brazos. Acunándola y contemplándola. Recordándole que siempre lo tendría a él para cuidarla y protegerla de todo lo que quisiese hacer daño; incluso si ese daño venía de sus sueños.

Hasta de eso juraba, en ese instante, que iba a resguardarla. Porque él no permitiría que, una vez más, su esposa tuviese que llorar como lo hacía por una pesadilla.

Una horrible y traumante pesadilla que parecía ser más que una simple fantasía.

Continuará…


¿Cómo están?

Bueno, este capítulo es muy importante, ya que es el inicio de un nuevo arco en la historia. Un arco que estará, como decirlo, más intenso y… En su momento lo sabrán.

Además, este capítulo también es muy especial; pues, exactamente, hace un año, inició esta mágica y romántica novela llamada: Mirada esmeralda. Debo confesar que este camino ha sido muy hermoso, ya que ustedes lo han hecho maravilloso.

Mil gracias por su apoyo, sus palabras y, sobre todo, mil gracias por su amor. Este ha sido fundamental para continuar con la obra.

Nos leeremos muy pronto.

Los quiero con el alma.

Con amor.

GabyJA