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Capítulo 13
El duque se encontraba furioso, ya que aún no podía asimilar la información de la que se acababa de enterar. Así que, para no importunar más a su esposa la dejó descansando en la alcoba, mientras él se encerraba en el despacho a pensar y a analizar toda esta situación.
La noche anterior la pasó muy mal, pues él tuvo que soportar —sin poder hacer nada— el cruel sueño que le develó su mujer. Ella no le quería contar, ya que no lo quería perturbar; sin embargo, su estado de desolación y de dolor la llevó a compartir la verdad. Mikasa, por primera vez, habló sobre esa pesadilla que parecía una realidad.
Una horripilante y tenebrosa realidad.
Eren caminó de un lado al otro, mientras maldecía a ese ser que no sabía quién era. Parecía un león que acababa de salir de cacería, un depredador que no pudo luchar contra semejante adversidad. Una amenaza que no contempló y que lastimó a la dueña de su corazón.
Esto era algo que nunca se iba a perdonar. Jamás iba a permitir que nadie la volviese a dañar, sin importar que para eso él tuviese que-
—¡No quiero a nadie aquí! —gritó, cuando escuchó la perilla de la puerta abrirse lentamente—. ¡Quiero estar solo!
—Eren, soy yo. Por favor, dime, ¿qué te pasó? —inquirió Armin, desde el umbral. Él observó cuando su primo se encerró y; aunque sabía de lo que podía ser capaz si lo llegasen a molestar, aun así lo fue a buscar. El duque necesitaba hablar o de lo contrario cometería algún error garrafal—. Cuéntame, quizá entre los dos podamos resolver tu problema.
—Armin, eres tú. Discúlpame, ni siquiera voltee a ver quién se había atrevido a entrar en mi despacho —confesó, calmado. Arlet le transmitía serenidad; un sentimiento que precisaba en ese momento con urgencia—. ¿Quieres un trago?
—¿No es muy temprano para beber?
—Quizá, pero lo necesito. ¿Gustas? —El aludido negó con la cabeza, mientras observaba a su familiar servirse el whisky en un vaso de cristal. Eren lo bebió de un sorbo, de un solo trago como si fuese agua. Él ni siquiera había desayunado, pero en ese instante el alcohol era lo único que lo controlaba—. Siéntate, por favor.
—Eren, sea lo que sea, me lo puedes decir. Sabes que estoy y siempre estaré para ti —espetó con franqueza. Arlet lo único que deseaba era su bienestar y que todo a su alrededor volviese a la normalidad. Bueno, hasta donde eso se pudiese lograr—. Cuéntame, por favor.
El duque suspiró pesadamente; abasteciendo sus pulmones de aire. Oxígeno que le hacía falta, pues hasta la respiración se le cortó por la furia que experimentó. Jaeger expulsó muy despacio el vital que viajó por su tracto respiratorio. Luego se acomodó en su silla, fijando sus esmeraldas en los orbes de su primo que sin parpadear lo observaban.
Arlet estaba tranquilo, esperando a que él comenzara a hablar, sin importar el tiempo que tuviese que pasar. Él lo iba a escuchar y lo iba a ayudar con lo que fuese que lo estuviese atormentando.
Eren comenzó a relatar la horrible pesadilla que su mujer vivió. Él le compartió detalles perturbantes —sin cruzar la línea que pudiese comprometer la intimidad de su esposa—, los cuales sorprendieron al rubio, ya que estos eran espeluznantes. El duque describió lo que Mikasa le develó desde la primera vez que lo soñó. Armin escuchó y analizó la situación, poniendo énfasis en ciertos aspectos que Eren, debido a la frustración que sintió, no contempló. Sin embargo, para eso estaba él ahí; para ayudarlo a pensar y a encontrar una solución.
Así fuese un sueño contra el que lucharan. Un efímero letargo que atormentara a la dueña y señora de Cornawall. Una pesadilla que se esfumara. La duquesa, sea como sea, sería salvada. Así tuviesen que pelear contra su mente para que esta no la perturbara.
—Armin, ¡¿no sé qué diablos hacer?! —declaró, golpeando con fuerza la madera del escritorio—. No he dormido absolutamente nada. Pensando en una y mil posibilidades. ¡Todas ellas descabelladas! ¡Soy un maldito desastre!
—Eren, tú no eres un desastre. Estás frustrado y es lógico que en tu estado no encuentres la salida. Sin embargo, ya te dije que estoy aquí para ayudarte —le recordó, dibujando una pequeña sonrisa en sus labios—. Lo que me contaste es muy serio. Eso no es un simple sueño. Tú y yo lo sabemos. Aquí hay algo o alguien más, y es por ello que te pido que le digas la verdad.
—¡Me niego! Bajo ninguna circunstancia voy a perder a mi mujer —sentenció, poniéndose de pie. Eso era lo último que iba a suceder. Él no iba a arriesgar su relación por nada. Mucho menos por…—. Eso será lo último que haga.
—Te entiendo, pero pienso que lo mejor siempre será hablar con la verdad. —Armin también se puso de pie para acercarse a la ventana donde su primo observaba al vacío, ya que; aunque el paisaje los acompañaba, él no lo miraba. Su enfado no lo dejaba—. Eren, si la amas tanto, debes contarle. Ella tiene derecho a conocer toda la verdad sobre el hombre con el que se casó.
—Para ti es fácil decirlo porque no te encuentras en esta situación, pero si fuese diferente estoy seguro que actuarías igual que yo. —El duque estaba consciente que Arlet era muy diferente a él; sin embargo, por amor, estaba seguro que haría lo mismo. Claro que lo haría, de eso no tenía la menor duda—. Armin, tú vives para proteger y complacer a Annie. Así como yo vivo para proteger y complacer a Mikasa. Entonces, ¿cómo puedes pedirme que le diga eso? Si sabes perfectamente bien que esto acabaría con mi matrimonio.
—Mi única intención es que tú y tu mujer estén bien. Aunque no lo creas lo que menos deseo es que ella se aleje de ti, ya que Mikasa fue quien te devolvió las ganas de vivir —confesó con sinceridad. Armin fue el primero en celebrar la felicidad de su primo, pues fue el único que, desde el principio, estuvo a su favor. Entendiéndolo y acompañándolo fielmente. Quizá, al inicio, no compartía su decisión, pero siempre la respetó. No obstante, cuando la conoció, comprendió por qué su primo se enamoró. Así que, con mayor razón corroboró que Eren tomó la mejor decisión. Sin embargo, lo único que le cuestionó fue que se negase a develar su pasado. Uno que los había acompañado de generación en generación y que no acabaría con él, sino que se perpetuaría hasta la eternidad—. La duquesa es perfecta para ti. Su pureza de alma irradia luz a la tuya. Haciendo que juntos brillen, demostrando ese amor tan profundo que comparten. Sin embargo…
—Continúa, no te quedes callado.
—Sin embargo, no puedes pretender que su vida sea una mentira. Un letargo lleno de fantasías; un cuento de hadas perpetuo que no da cabida a la oscuridad de la que la quieres alejar —espetó con firmeza. Viendo directamente las pupilas del duque. Tal vez su discurso fue fuerte y contundente, pero era necesario para que, antes de que fuese demasiado tarde, declarase la verdad—. Eren, debes ser tú el que hable con Mikasa, antes de que alguien más lo haga.
El duque escuchó con atención la petición, comprendiendo a la perfección lo que su primo le pidió. Eren se enfocó por un instante y analizó con cabeza fría la situación, entendiendo que decir la verdad sería lo mejor. No obstante, por otro lado estaba su corazón; ese que le decía que no debía hacerle caso a la razón, pues con eso solamente conseguiría el odio y el repudio de ese ser angelical que dormía entre sus brazos.
Mikasa era su razón de ser. Era el soplo que le daba vida. Ella era la dueña de su alma podrida. Entonces, ¡¿qué demonios iba a hacer?! ¿Actuaría con sensatez o seguiría colocando ladrillos a su frágil castillo? Un castillo de ensueño que pendía de un hilo.
—Nadie puede ni querrá decir nada, a no ser que… —suspiró. No era necesario recordar la orden que les dio—. Sabes cuáles fueron mis palabras; así que, dudo mucho que alguien se atreva a desobedecer.
—Entonces, ¿crees que estas pesadillas son normales? Eren, por favor, alguien o algo está conspirando para dañar a tu mujer.
—Lo sé, ¡por supuesto que lo sé! ¡Y eso es lo que más me enferma! —espetó, golpeando la pared para no quebrar el vidrio del ventanal que seguía admirando—. Armin, recuerdas a aquella familia de plebeyos. Aquella que fue desterrada.
—Sí, la recuerdo, pero se supone que al exiliarlos a todos fueron muriendo. —Armin se frotó la barbilla, pues no se le había ocurrido esa posibilidad—. Crees que alguno de ellos siga con vida y quiera tomar represalias.
—Es posible; sin embargo, no lo puedo asegurar. Además, alguien de aquí tendría que estarle ayudando y si eso fuese verdad, yo… —Sus pupilas. Sus preciosas esmeraldas comenzaron a cambiar de color. Intensificando el fuego que tenía resguardado en su interior—. Armin, sea quien sea el que me esté traicionado, lo va a pagar.
Arlet se atemorizó; no obstante, no lo demostró. Enfadar al duque era una aberración, un pase directo al infierno del que no había salvación.
Así que, ojalá nadie en la mansión haya sido tan estúpido como para desafiar a su señor o, de lo contrario, sin importar quien fuere, iba a sucumbir. Ese ser iba a morir.
—Cálmate, por favor —le pidió, tranquilo—. Voy a investigar en la biblioteca los registros antiguos de la familia. Allí debe encontrarse algún tipo de información de los desterrados. Quizá alguna mezcla que en ese entonces no consideraron.
—Te lo voy a agradecer. Yo no tengo cabeza para ponerme a leer.
—No te preocupes, lo haré por ti —sonrió, palmeando su hombro con cariño—. Ahora iré a traerte un café y unos panecillos. Y antes de que protestes, piensa en tu mujer, ella no querría saber que su marido no ha comido.
El duque asintió, mientras sus ojos volvían a su color. Él se debía controlar o lo que más temía se haría realidad.
Y eso no iba a pasar, nunca iba a pasar. Mikasa nunca descubriría lo que ocultaba con tanto sigilo la familia de su marido.
La visita de los condes a la región de Cornawall no iba a ser eterna. Por lo tanto, los duques debían aprovechar al máximo el tiempo que pasarían con ellos, antes de que se tuviesen que marchar.
Eren le pidió a su suegro que lo acompañase al lugar donde se iba a instalar el primer invernadero, ya que sería Levi el que les daría las directrices para iniciar con el proyecto de la comunidad.
El conde estaba dispuesto a compartir con su yerno todo su conocimiento, pues esto traería abundancia y prosperidad al área que lideraba el marido de su hija. Fue por ello que decidieron quedarse unos cuantos días más, ya que su regreso a Jersey estaba estipulado para la semana que había pasado. Sin embargo, el inicio de los invernaderos se había atrasado, y la razón principal del retraso fue que la duquesa se había enfermado. Mikasa llevaba una semana en cama, aislada del mundo y de lo que a su alrededor pasaba. El duque, claramente, estuvo todo el tiempo a su lado; dejándola sola únicamente bajo el cuidado de la condesa.
Hange no sabía exactamente qué era lo que le pasaba, pues su hija no tenía síntomas de nada. La duquesa no presentaba fiebres o dolores estomacales. No obstante, se notaba que estaba decaída, como si una gran pena la perturbara. Como si fuese una enorme cruz con la que cargara.
Por tal razón, fue que los condes decidieron quedarse, alargando su estadía en la mansión, hasta que, su hija se recuperase. Levi estuvo ayudando a Armin con el trabajo, mientras el duque cuidaba a Mikasa. Además, la condesa se apoderó de la cocina, ya que ella se encargaría personalmente de las comidas de su pequeña. Reiner siguió con su labor como jefe de los empleados; dando órdenes estrictas de que debían asistir a los padres de la duquesa en lo que quisieran. Sin poner ninguna objeción.
La mansión completa se volcó a ayudar y resguardar la salud de su señora. Demostrándole con pequeños gestos o detalles cuán importante era que ella estuviese como nueva.
El duque les agradeció sinceramente su preocupación, ya que se notó cuánto les alarmaba su recuperación. Todas estas muestras de fidelidad y lealtad fueron las que hicieron que Eren tomase la decisión de iniciar con el proyecto que tuvieron que retrasar.
La condesa se encargaría de cuidar a su esposa, mientras él estuviese lejos de casa. Además, a ninguna otra persona que no fuese su suegra le encargaría esa labor, pues bajo su cuidado se quedaba el tesoro que más amaba. La luz de su vida y la alegría de sus días. Su esposa; su adorada y preciosa, esposa.
—Conde de Jersey, antes de marcharnos. —Eren detuvo su paso, justo al frente de la mansión para que su suegro pudiese escuchar las palabras que iba a exteriorizar—. Quiero agradecerle por la ayuda que me ha brindado estos últimos días. Usted y su esposa han sido un apoyo incondicional, ya que su compañía y sus cuidados han hecho que vuestra hija se sienta mejor.
—No hay nada que agradecer. Mikasa es vuestra hija y nosotros siempre vamos a procurar su bienestar —espetó, acentuando su mirada. Levi debía reconocer que su yerno cada día se ganaba más su confianza, pues le demostraba que era la compañía idónea para su princesa. Ya que desde el primer instante la protegió y adoró como a nadie—. Además, tú has sido un buen marido. Has estado a su lado, sin importarte absolutamente nada. Eso habla muy bien de ti, Eren.
—Conde, su hija es mi razón de vivir. Por ella sería capaz de lo que fuese con tal que estuviese bien y fuese feliz —confesó con sinceridad. El brillo de su mirada develaba que todo lo que decía era verdad—. La amo, la amo como jamás creía amar a nadie. Y le prometo, una vez más, que viviré para complacerla.
—De eso no tengo la menor duda, hijo. —Levi puso la mano en el hombro de su yerno como muestra del cariño tan genuino que le tenía. Para los condes, el duque era un hijo más que amarían y cuidarían, mientras estuviesen con vida—. Ahora, ¿qué dices si nos vamos? El señor Arlet nos debe estar esperando.
—Por supuesto, después de usted.
Eren hizo un gesto para que el conde fuese el primero en llegar al carruaje que los estaba esperando. El duque iba detrás de su suegro en señal de respeto, ya que en su familia se respetaba mucho la jerarquía. Además, las últimas palabras del conde de Jersey le llegaron directo al corazón. En ese instante, Eren recordó la última vez que su padre lo llamo así, hijo. Era muy doloroso para él aceptar que sus padres ya no estaban a su lado. Sin embargo, les agradecía todo lo que le habían enseñado. Haciendo de él el hombre que era.
Un duque responsable y comprometido por el bienestar de su comunidad y de los suyos. Sobre todo, un hombre entregado a su hogar. A la familia que él mismo había deseado formar.
—Conde, por favor. —El chófer se bajó para ayudar a Levi a subir al carruaje.
—Gracias, muy amable.
—Duque, le ayudo —dijo el hombre, tomando el sombrero de su señor—. Por aquí.
—Eres muy amable. Gracias, Je-
—Excelencia, disculpe. —El mayordomo llegó, justo antes de que se marchase su señor—. Perdón, pero quería informarle que ya partió el escuadrón.
—Qué bueno. Me alegra saber que ya salió la expedición —comentó, alegrándose internamente por la noticia—. Reiner, quiero que estés pendiente de todo. Absolutamente todo. Si algo llegase a pasar o alguno de los mensajeros llegase a regresar, me lo informas de inmediato.
—Por supuesto, excelencia. Vaya con cuidado.
El duque se subió al carruaje, luego de despedirse de su más fiel sirviente. Eren estaba tranquilo, ya que Reiner era como sus ojos dentro de la mansión. Braun nunca permitiría que algo malo le llegase a pasar a los seres queridos de su señor.
Mientras tanto, en el vehículo, Levi analizaba la situación, ya que no sabía que había salido una expedición. Debía ser algo urgente, ya que, generalmente, ese tipo de trabajos requerían bastante coordinación y tiempo de preparación. Sin embargo; aunque sabía que no debía inmiscuirse, porque esa no era su jurisdicción, algo en su interior despertó, generando en él preocupación.
—Eren, disculpa el atrevimiento, pero, ¿a qué fue la legión de espías? —inquirió, como si solo fuese por curiosidad.
—Me han llegado rumores que en la región del norte, cerca de las montañas. Se encuentra un grupo de vándalos que están perturbando la tranquilidad de las familias. Así que, antes de actuar, me quiero cerciorar.
—Ya veo, haces muy bien —sonrió; aunque en su interior esa respuesta no lo convenció. Un escuadrón como ese solo salía en una situación de fuerza mayor. Así que, seguramente, el duque estaba ocultando la verdad para proteger a su comunidad. No obstante, ¿qué podría ser? El conde no lo sabía, pero lo iba a averiguar. Sobre todo, porque era su responsabilidad cuidar a los suyos. Ya se tomaría él su tiempo para indagar—. Me agrada que seas tan precavido.
—Gracias, conde de Jersey.
Los hombres cambiaron el tema de conversación por uno más ameno. Sin embargo, la mente de Levi ya estaba pensando en lo que debía hacer si le tocase apoyar a su yerno contra la adversidad.
Una catástrofe que, ni él mismo se podía imaginar.
El duque se retiró a sus aposentos, luego de darle a su mayordomo las indicaciones correspondientes a realizar en la mansión muy temprano por la mañana.
Reiner escuchó con atención el mandado de su señor y después lo acompañó hasta la entrada de su habitación. El mayordomo llevaba consigo una bandeja de plata, en la cual se encontraba una infusión que Nicolo preparó para su señora.
—Excelencia, pase buena noche —dijo Braun, entregándole el té al duque antes de marcharse—. Cualquier cosa que necesite, puede pedírmela. Estoy aquí para servirle.
—Gracias, Reiner. Si fuese necesario te lo haré saber. —Eren tomó la bandeja—. Descansa.
El hombre abrió la puerta de la alcoba; esperando a que su excelencia entrase para retirarse. El mayordomo cerró el umbral, marchándose en medio de la oscuridad hasta el recinto donde debía descansar.
El duque dejó la bandeja en la mesa de noche y con cuidado se acercó a su esposa. Él se sentó en el lecho, mientras acariciaba con la yema de los dedos las sedosas hebras de la mujer que le robó el aliento.
La duquesa estaba con los ojos cerrados, abrazando una almohada. Aferrada a ella como si fuese una niña asustada. Una pobre y triste niña desamparada. Verla tan indefensa y mortificada hizo que su sangre se calentara. ¿Cómo era posible que esto le pasara? ¿Cómo no pudo evitar que algo tan grave la atormentara? ¿Cómo fue capaz de dejar que algo o alguien la lastimaran? ¿Cómo siendo quién él era no la protegió cuando fue lo primero que le prometió?
Le falló, él le falló. Él no la cuidó como lo juró. Él no contempló que su amor no la iba a librar de la maldad. Él nunca pensó que a su luz la iba a corromper la oscuridad.
—Perdóname. Por favor, perdóname —balbuceó, sobando con delicadeza su mejilla.
—Eren, ¿por qué me pides perdón? —inquirió, abriendo con lentitud los párpados. La duquesa, aparentemente estaba dormida; sin embargo, esto no era así. Ella únicamente cerró los ojos, mientras esperaba la llegada de su marido—. ¿Por qué te estás disculpando conmigo?
—Creí que ya estabas dormida. —La aludida negó con la cabeza, luego de incorporarse en la cama. Ella se sentó, dejando la espalda apoyada en una almohada—. Mikasa, perdóname. Yo no te he cuidado como es debido —confesó, bajando la mirada—. Yo no te he protegido.
—Eren, mírame, por favor —le pidió, tomándolo suavemente del mentón para que su mirada la observara—. Tú no tienes la culpa de nada. Estas son pesadillas. Son situaciones fundadas por mi imaginación para hacerme creer algo que no es real. Por favor, no te sientas mal.
—Mikasa…
El duque la abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en su regazo. Aferrándose a la diminuta cintura como si al hacerlo supiese que nada malo iba a pasarle. Que nadie iba a lastimarla. Que nunca más, ni en sus sueños, iba a tocarla.
Su cuerpo era un templo. Un sitio sagrado que solamente él tenía derecho a rezarle.
Eren arrugó la seda del camisón. Pidiendo en silencio su perdón. Él deseaba hincarse a sus pies, cayendo rendido a su merced, mientras suplicaba piedad por ser el culpable de tal atrocidad. El único responsable de tanta crueldad.
Maldad que se iba a terminar cuando acabara con ese maldito ser que había lastimado a su mujer.
—Mi amor —musitó. Su voz, la dulzura de su voz hizo que se dejase de lamentar. Logrando que el duque se levantara de su pecho para sentarse a su lado—, por favor, no te culpes más. Tú has sido muy bueno conmigo. Me has cuidado y protegido. Has lidiado con esto tú solo para no mortificar a mis padres con mis pesadillas. Te lo agradezco.
—Mikasa, es lo mínimo que puedo hacer. Además, yo les juré a vuestros padres que te iba a proteger de cualquier adversidad. Y lo voy a hacer, ¡por Dios que lo haré! —declaró con determinación, mientras depositaba un pequeño beso en la comisura de los labios de su esposa—. Te amo y te prometo que esa pesadilla no va a volver a suceder.
—Sabes, quisiera que tuvieses poderes o algo así para que fueses tú el único que visitara mis sueños. Sin embargo, intentaré pensar en nuestros momentos para que mi mente me lleve a esos recuerdos.
—Haré que tu letargo sea perfecto. Un mundo de colores lleno de amor y fantasía. —Eren la abrazó, jurándose internamente que haría realidad la petición que exteriorizó. La magia que su esposa quería ver la iba a obtener—. Te amo.
—Y yo a ti —sonrió, rodeando la espalda de su marido con sus pequeñas manos—. Eres más de lo que un día imaginé.
Eren la vio con ternura cuando se separó de su cuerpo. Contemplado sus ojos; los cuales en medio de la tristeza brillaban radiantes para él. Genuinamente para él.
El duque besó su cabello, luego cogió la taza de té para entregársela a su mujer. La preparación era una infusión milenaria que solo los descendientes de la familia de Nicolo podían realizar; ya que esta contenía algo especial que únicamente ellos podían utilizar.
El té era un remedio ancestral que ponía a la mente a descansar. Llevándola a un limbo seguro en el que nadie la podía perturbar. Donde nadie la iba a dañar.
—Toma el té, te hará muy bien —espetó, seguro. Él conocía el origen de la infusión.
—Es delicioso, gracias a él he podido dormir con tranquilidad; aunque en el día me da miedo descansar. Mi madre me dice que debo dormir, así mi cuerpo se va a recuperar, pero me da miedo soñar con-
—¿Quieres que le diga a Nicolo que te haga más té? Sasha te lo podría traer durante el día cuando la condesa esté contigo. —El duque no dejó que terminara de hablar, pues sabía cuánto le dolía recordar. Sin embargo, esa tortura se iba a acabar, estaba seguro que pronto se iba a terminar—. Mikasa, pide lo que desees. Todos aquí deben hacer lo que tú quieras.
Ella negó con la cabeza, pasando los dedos por su mejilla para acariciarla con ternura. La determinación y la entrega con la que su esposo hablaba sobre cómo protegerla le llenaba el corazón. Su alma sintió paz, una inmensa paz que solo obtenía cuando estaba a su lado.
—Así está bien. No te preocupes más. Además, prefiero dormir cuando tú estés a mi lado. Quiero descansar en tu pecho, rodeada por tus brazos.
—Entonces, haré realidad la petición de la duquesa —le dijo, quitando la taza de sus manos para atraerla a su cuerpo—. Descansa, nada va a perturbarte.
Mikasa se acomodó en el fornido pecho de su marido, mientras sus cabellos eran acariciados por sus manos. La seguridad y el amor que sintió la hicieron cerrar los párpados, dejándose arrastrar a un mundo desconocido donde no sabía qué iba a pasar. Sin embargo, dormiría con tranquilidad porque pasara lo que pasara, Eren la iba a rescatar.
«Duerme, Mikasa. Duerme, por favor. Descansa, mientras yo me encargo de hacer realidad todo lo que desea tu corazón» pensó, aferrándola a él. Al mismo tiempo que su mirada comenzó a cambiar; dándole paso a la intensidad que se escondía detrás de esas brillantes pupilas esmeraldas.
Continuará…
¿Cómo están?
Confundidos, intrigados o expectantes por saber qué es lo que realmente pasa. Bueno, yo estoy igual; sin embargo, pronto todo se va a develar. Cuando menos lo esperen se sabrá.
Sin embargo, mientras eso sucede quisiera saber sus opiniones, pues sus mensajes son los que me dan vida. ¡Mil gracias! Sus reviews y sus votos me hacen sonreír.
Los quiero, los quiero con el alma.
Nos leemos muy pronto.
Con amor.
GabyJA
