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Capítulo 14
Los verdes prados la rodeaban y el cantar de las aves la acompañaba. El danzar de las flores la eclipsaban y el rocío de la mañana la embriagaba.
Todo era un mágico y soñado panorama. Una realidad capturada por la fineza de los trazos que lo pintaban. Dejando plantamos en un lienzo la majestuosidad que la hipnotizaba.
Mikasa había despertado muy temprano esa mañana. Abriendo los ojos con el calor de los primeros rayos del sol que la visitaron y la invitaron a llenarse con su esplendor desde la madrugada.
Ella obedientemente se levantó para ir al jardín que le pidió que pintara. La joven tomó sus pinturas y su lienzo, y con determinación salió de la habitación y se dirigió al rincón que la esperó con desesperación desde que le hizo la invitación.
Allí se sentó en la hierba y después se recostó en la corteza de un frondoso árbol que la acogió para que no se cansara, mientras pintaba. La duquesa suspiró y lentamente comenzó su misión. Trazando las primeras líneas de lo que sería una acuarela que adornaría su habitación.
Ella se concentró y se adentró a una dimensión en la que no existía nada más que ella y el precioso paisaje que iba a capturar para la eternidad.
El tiempo pasó y poco a poco el calor se intensificó. No obstante, eso no la alteró, pues su acompañante la cubrió y la resguardó del sol. El árbol movía sus ramas al compás del son que el viento les regaló. Manteniendo así la frescura que la mujer precisó para no sufrir de insolación.
La pintura despacio se secó a medida que ella avanzaba en su ejecución. El panorama le encantó y como una enamorada sonrió. Y es que, ¿cómo no lo iba a hacer? Si el resultado le fascinó.
Mikasa contempló con admiración la obra que realizó, pues de todas sus pinturas fue la que mejor le quedó. Captando en ese lienzo todos los sentimientos que sintió desde que despertó y el sol le hizo esta invitación.
La duquesa dejó el cuadro a un lado y se relajó, disfrutando de la sombra del árbol que la acompañó. Disfrutando de la soledad que la rodeó, mientras tranquilamente pensó…
«Se verá precioso en nuestra habitación. Estoy segura que te va a encantar, ¿cierto, Eren?»
—Mmm… no lo sé, pero apuesto que a mí sí. Aunque, si me lo preguntas, te hubiese dicho que prefería los paisajes más oscuros. Aquellos tenebrosos que te hacen gritar y sollozar por una esperanza que nunca va a llegar.
Mikasa rápidamente se levantó y con mucho temor comenzó a observar a su alrededor. Esa voz debió ser producto de su imaginación, ya que había pasado mucho desde la última vez que la escuchó. Su marido se había encargado de alejarla por completo de sus sueños con la infusión que le dio. Así que, debió ser un mal recuerdo que fugazmente llegó.
Porque él nunca más se le acercó o es que…
»—¿Me extrañaste, Mikasa? Porque yo sí te extrañé —espetó, riendo sin control. Inundando sus oídos con su espantosa voz. Sonido que la aterrorizó y como desquiciada la ahuyentó—. Deberías saber que correr no te ayudará para nada. No tienes salvación, pero si tu idea es que juguemos un poco lo haré encantado. Sobre todo porque me gusta escucharte suplicar por una salvación que jamás. Escúchalo bien, jamás va a llegar.
«¿Por qué? ¿Por qué otra vez?» se cuestionó, corriendo con desesperación.
La duquesa sabía que no había solución, pues en varias ocasiones lo intentó y nada pasó. Nada la rescató de ese maldito ser que obstinadamente la quería poseer. Aquel demonio que la atormentó y la persiguió desde antes que siquiera supiera con quién se iba a desposar.
Antes de que su corazón se abriera para albergar al hombre que iba a amar. Hombre que la amaba sin control, quien la cuidaba con desesperación y quien la llevó a conocer los confines de la pasión.
Ardiente pasión que solo él despertó. Entregándose a su merced para que la tomara sin contemplación. Entonces, ¿por qué? ¡¿Por qué este maldito espectro no la dejaba en paz de una buena vez?!
¿Qué fue lo que vio en su persona para que se obsesionara con ella? ¿Qué fue lo que lo llevó, en primer lugar, a conocerla a ella? ¡¿Por qué no fue alguien más?! Y lo más importante, ¡¿por qué estaba tan empecinado en alegar que era de su propiedad?!
Mikasa solo sabía que los demonios eran personajes creados por los autores de terror. Aquellos que le daban rienda suelta a la oscuridad que habitaba en su imaginación. Sin embargo, nunca creyó que aquello por lo cual ella tanto suspiró fuese verdad.
Una terrible y abominable realidad que la catapultó a los brazos de un demonio literario que por tanto tiempo admiró y del cual juró darle vida en una de sus locas historias de amor.
«¿Por qué yo? ¿Por qué alguien como tú se fijó en mí? ¿Por qué eres real si se supone que los…?»
—¿No existimos? —terminó la pregunta sin siquiera haber hecho su aparición, pues esta vez la luz se lo impidió. No obstante, quería hacerle entender de una buena vez que no existiría nada que lo alejara de su mujer. Porque ella le pertenecía a él—. Los humanos son tan simples que no ven lo que existe a su alrededor. Sus ojos están cegados por una venda de mentiras que no les permite ver que este mundo no es suyo, pues existimos otras especies que coexistimos con usted y que por lástima los hemos dejado con vida. Sin embargo, a mí esa bondad me está cansando. Aunque podría hacer una excepción si tú, obedientemente estuvieses a mí lado.
«¡Jamás podría amar a alguien como tú! ¡Un despreciable ser que se ha encaprichado con hacerme daño!» gritó en su interior, ya que sabía perfectamente bien que él podía escuchar lo que pensó.
—Me encanta jugar contigo, Mikasa. Eso es todo; además, me excita verte suplicar por tu vida. Cuando tú y yo sabemos que nadie te va a llegar a rescatar. Sobre todo porque cuando caes en mi encanto eres tú la que controla el acto. O no recuerdas que la última vez que te visité me dejaste llegar más lejos. Acéptalo. Admite de una buena vez que te mueres porque te posea y te haga mía.
«¡Jamás!» exclamó, tratando de huir de la voz. Tratando de escapar de esa horrible realidad que no la dejaba en paz.
Ella jamás aceptaría ser tomada por ese ser. Ser ultrajada por un asqueroso demonio que salió del infierno. Maldito infierno que la condenó a no poder disfrutar de su vida.
Su cuento de hadas se manchó por ese repugnante espectro que estaba dispuesto a lo que fuese con tal de poseer lo que no le pertenecía. Porque su cuerpo, su alma y su ser solo eran de su marido.
Su esposo; el hombre que amó y amaría hasta su último respiro.
Así que, con todas sus fuerzas corrió intentando llegar a la mansión. A la casa que la acogió y se convirtió en su hogar. Su sitio seguro. El que jamás tuvo que abandonar para ir a pintar.
Ella horriblemente se arrepintió, pero eso no la iba a rescatar. No la iba a librar del cruel destino que entendió la iba a esclavizar hasta la eternidad.
—¡Eres mía, solo mía, Mikasa! Nada ni nadie te apartará de mi lado. Porque quien intente hacerlo sufrirá una muerte dolorosa. Le haré pagar con su vida la osadía que tuvo al querer apartarme de ti.
«Eren…» pensó, cuando lo escuchó. Ella detuvo su faena, pues no iba a arriesgar lo que más amaba solo por su insignificante vida.
«Perdóname, por favor. No quiero que mueras en sus manos. No por mí, mi amor.»
—Mikasa, ¿acaso sigues suplicando? —susurró. Su tono de voz se suavizó y muy despacio pronunció—. Acaso no te he dicho que no sirve de nada. Además, aún no te das cuenta que yo…
—¡Mikasa, Mikasa!
«¿Tú? ¿Quién eres tú?»
—Yo soy…
—¡Despierta ya! —gritó con todas sus fuerzas la condesa. Devolviendo a la realidad a su pequeña.
—Ma-madre, ¿qué pasó? ¿Dónde estoy? —inquirió aturdida, observando todo a su alrededor para darse cuenta que estaba protegida dentro de su habitación.
Ella se hallaba segura en la alcoba que compartía con su esposo.
—Mikasa, ¿qué fue lo que soñaste? De pronto comenzaste a sollozar y a suplicar, pero no entendí qué decías —confesó. Hange estaba muy preocupada por la situación —. Hija, por favor, dime, ¿qué te pasó?
—No lo sé —mintió, obviamente mintió. Pero no quería perturbarla con una pesadilla que no tenía solución. Suficiente culpa sentía ya con que su esposo supiese la verdad, como para todavía pasarle ese castigo a la mujer que le dio la vida. No, eso sí que no. Ella ya no lo iba a exteriorizar, pues nadie la podía ayudar—. Ni siquiera sé lo que soñé.
—Está bien, ya no te preguntaré. —La condesa la abrazó y con todo su amor la arrulló en su pecho. Protegiéndola entre sus brazos como cuando era una niña que temerosa corría hacia ella por una pesadilla. Un sueño que, al parecer, la atormentó más de lo que se imaginó—. Descansa, aquí estoy. No pasará nada.
Mikasa no dijo ni una sola palabra. Simplemente se aferró a su madre como si no existiese el mañana. El calor de sus brazos la tranquilizó y le recordó que en su regazo nada le sucedió, pues su madre se encargó de obsequiarle la paz que tanto necesitó.
«No sé qué es lo que te atormenta, mi pequeña; pero lo voy a averiguar. Te juro que lo voy a averiguar y te voy a proteger que lo que sea que te intente dañar. Te lo prometo, mi amor.» se juró la condesa, mientras abrazaba fuertemente a su tesoro más importante.
El trabajo en la mansión Cornawall era extenuante. No obstante, su posición de alto rango dentro de los empleados le daba ciertos privilegios que ella misma se había otorgado.
Favores que, según ella, se había ganado.
Sin embargo, estos eran inventados, pues el duque a absolutamente nadie se los había otorgado. Ni siquiera a Reiner; quien era su hombre de confianza.
El ama de llaves se encerró en su habitación, aprovechando que el mayordomo se encontraba asistiendo personalmente a su señor. Ella hábilmente planeó tomarse un «descanso» en ese lapso para no tener que dar una explicación sobre su ausencia. Además, gracias a la protección que la esposa del señor Arlert le brindó se sintió con la seguridad de poderse encerrar en sus aposentos sin miedo a que llegasen a descubrir su misión.
Reiner poseía una habilidad superior que le daba autoridad para poder tener el control de todo lo que pasaba en la mansión. Sin embargo, el rango de su señora era excesivamente mayor al que tenía Braun; así que, por esa razón la mujer respiró aliviada.
Ella tenía una aliada, una magnífica aliada que ni siquiera sabía que estaba siendo engañada.
La rectitud de Annie la cegó. Obligándola a creer que todo lo que estuviese fuera de las normas y estatutos familiares estaba condenado. Ella había sido estrictamente criada para respetar y salvaguardar las leyes de sus antepasados. Por ello, su lugar dentro de la dinastía había sido tan respetado. Su familia le había encomendado una tarea que por generaciones había sido preservada, pues no cualquiera aceptaría lidiar con ella. Sin embargo, se la asignaron a Leonhart, pues nadie mejor que su persona para llevar a cabo esta importante misión.
La esposa de Armin cargaba con una pesada asignación que jamás le molestó, ya que desde niña supo que algún día esa sería su labor.
—Lo siento mucho, milady; pero su encargo es la coartada perfecta para llevar a cabo mi plan —espetó el ama de llaves dentro de su habitación, tranquila de que nadie iba a escuchar lo que sus labios acababan de pronunciar.
Pieck se sentó sobre su cama, luego se acercó a una pequeña mesa en la que guardaba una diminuta caja de madera que permanecía cerrada. Era tan pequeña que parecía el juguete de algún infante. Sin embargo, en su interior se escondía algo realmente aterrador.
La mujer se quitó la cadena que llevaba en su cuello, en la que ostentaba un relicario muy peculiar. Dentro del cual no había una foto familiar sino una pequeña llave que ocultaba una verdad. Su más asquerosa y retorcida realidad.
Lentamente abrió la caja sacando lo que había en su interior. Al verlo sonrió, pues todo estaba exactamente como lo dejó; allí guardaba una bolsita con un polvo muy extraño, el cual no tenía ni siquiera olor, pero su composición podía hacer desfallecer a quien lo tocase sin conocer su función. También extrajo un pedazo de pergamino antiguo que tomó como si se tratase de alguna reliquia muy querida.
El ama de llaves lo olió y después lo llevó hasta donde descansaba su corazón. Sin esperarlo una pequeña lágrima rodó y con su mano libre el puño cerró. Frunciendo el ceño cuando recordó la razón principal de su misión. Aquella que la llevó a perder lo que más anhelaba su corazón.
Un sentimiento puro que se ensució cuando cierta familia se empeñó en tener la osadía de hacer lo que según ellos era una deuda de honor. Regla estúpida y castigo maldito que condenó a la descendencia del único hombre al que amó.
A quien se entregó y le firmó un pacto lleno de venganza y dolor. Una tarea que le encomendó y que ella aceptó por amor. Por un enfermo y retorcido amor.
»—Iré gustosa al infierno —arguyó, sin un ápice de arrepentimiento en su decisión—, pero no me iré sola, usted se irá conmigo, señora. Usted misma firmó su sentencia cuando olvidó que hay cosas más importantes que esas estúpidas reglas familiares. Al parecer no es tan inteligente como usted lo creyó. Ni siquiera la astucia de su marido la salvó de condenarse conmigo, lady Arlet. Con esto su esposo también obtendrá su merecido.
El ama de llaves se rio, inundando la habitación con un sonido tétrico que la llevó a revolcarse en la cama por la excitación que sintió. Pieck se estremeció al imaginar cómo su amado la hubiese recompensado al ver que todo iba mejor de lo que lo hubiesen planeado.
Con ardor floreciendo desde su interior dejó a un lado la caja y lo que había en su interior, para apaciguar el fuego que despertó. La simple idea de estar metida en la cama follando con el hombre que la poseyó la desequilibró. Así que, ella sola se complació. Olvidando por un segundo todo lo que había a su alrededor para concentrarse en su labor.
Una tarea que repetía a menudo para no extrañar al asqueroso tipo que la llevó a conocer el infierno vivo que habitaba en su corazón.
La luna llena era lo único que irradiaba luz a la oscuridad que había en la habitación. En la que dos amantes ardientes de deseo se unían sin control.
Haciendo el amor con desesperación.
Eren bajó de un solo tirón el camisón que cubría el delicado cuerpo de su esposa. Dejando al descubierto la nívea piel que ardía solo para él. Sucumbiendo ante su merced.
Jaeger se lamió los labios cuando con cuidado fue acariciando los redondos senos que lo estaban precisando. Elevados montículos rosa que lo estaban aclamando. El duque acudió a su llamado, llevando su boca hasta rodearlos. Los labios del hombre comenzaron a succionarlos, mientras su lengua jugaba con la punta de la cima que estaba escalando.
El concierto de excitación lo estaba acompañando, pues su esposa jadeaba como siempre lo había soñado. Ni en un millón de años había escuchado lo que sus labios estaban implorando, ya que era un ángel del cielo al que estaba profanando.
Corrompiéndola hasta hacerla caer en sus…
—¡Ay! —gritó, hundida en el calor que le provocó su marido cuando con sus dientes mordió su pezón—. E-Eren…
Los espasmos que sintió la hicieron caer en el abismo de la pasión. Deseo ardiente que se intensificó cuando él palpó la humedad que había en su interior.
Sus labios se abrieron para darle cabida a su intromisión. Dando permiso a explorar con sus dedos el sitio secreto que la hacía estallar sin pudor. Perdiendo la casta con la que se crío; moralidad que se acabó desde la primera vez que su esposo le hizo el amor.
Mikasa se retorció rápidamente debido al cúmulo de sensaciones que quemaban su interior. La lava exigía hacer su aparición; así que, sin permiso explotó, impregnado los dedos del duque con los fluidos que derramó.
Él, gustoso los bebió; lamiendo hasta la punta de sus dedos para no perder nada de su exquisito sabor. La duquesa se estremeció, ya que los espasmos siguieron haciendo su aparición, rodeándola con la satisfacción de tener a un hombre que la hiciera perder la razón.
Eren con amor la besó, mientras lentamente se hundía en su interior. Llenándola por completo con su calor. Uniéndose a ella como lo exigía su corazón.
Órgano lleno de sangre que bombeaba gracias a su calor. Dándole vida a lo único puro que habitaba en él.
Su alma…
La duquesa lo rodeó con sus piernas, mientras se balanceaba con sus caderas. Ella amaba tener el control, pero más amaba cuando él exigía ser quien llevase ese rigor. Así iniciaba una vez más el juego de la pasión.
Mikasa se arqueó cuando él sin lástima la penetró, hundiéndose por completo dentro de su ser. Poseyendo lo que solo le pertenecía a él. Porque ella solo era de él.
Jaeger cerró los ojos en el instante en el que su mujer lo apretó. Cerrando las paredes que lo tenían resguardado en su interior. Exigiendo el pago de placer por su intromisión.
La catedral necesitaba la ofrenda de deseo que la hizo caer en el fuego del infierno del que se dejó corromper. En el lago de fuego en el que se consumía una y otra vez, mientras se dejaba poseer.
El duque sonrió lujurioso ante la exigencia de su mujer. La cual pedía a gritos ser complacida por él. Eren la contempló, esculpiendo en su interior ese rostro de excitación que lo enloqueció.
Su piel ardió y su miembro palpitó en su interior, pues su calor lo hipnotizó.
Jaeger siguió con el ritual de su unión. Embistiéndola y acariciándola hasta perder la razón. La duquesa gimoteaba complacida por el trato que recibió. Afirmando que no había nada más que anhelara en la vida que tener a su marido metido en su interior.
Unión sublime que liberó y fundió a dos almas que se amaban sin pudor.
»—Eren, yo voy… ¡Ah! —La duquesa estaba a nada de cruzar la línea que la haría perder la razón. Llevándola sin retorno a un sitio que adoró.
—Mikasa, tú… —Eren se nubló, cegado por el fuego que había en su corazón. Fuego que controló lo más que pudo para no dejar salir el secreto que habitaba dentro de su ser—. Eres un manjar de dioses que hoy cayó ante el pecado.
«Eres lo mejor que he probado, un manjar para los dioses que esta noche cayó ante el pecado…»
Inmediatamente su corazón dolió y un maldito recuerdo a su mente llegó. Un horrible episodio que en sus sueños oscuros la acompañó.
«Eren, tú no…» ni siquiera quería darle permiso a lo que acababa de pensar.
Era imposible lo que acababa de imaginar. Porque, ¿por qué su marido tuvo que decir algo similar a lo que ese ser le dijo una vez? ¿Es que acaso ella se lo contó tan explícitamente a él? No, claro que no. Entonces, ¿por qué?
Habría sido casualidad que, o, tal vez… No, eso no. Por supuesto que no. Esto solo fue una frase sin sentido, algo sin importancia que…
—Eren —musitó con un deje de dolor. Ella no sabía por qué razón su pecho dolió, pero su cuerpo no respondía, ya que siguió suplicando su calor—. E-Eren, tú…
—Te amo, Mikasa. No sabes cuánto te amo —espetó con posesividad, embistiéndola más y más—. Eres mía, duquesa. Tú siempre has sido mía.
—Eren…
Mikasa se eclipsó olvidando por completo la razón. Dejándose arrastrar al infierno que amó y del cual nunca escapó.
La duquesa lo miró cegada por la pasión; deseo que se avivó cuando su mirada chocó con esas esmeraldas que fueron su perdición. Los ojos del duque irradiaron su calor, dejando al descubierto lo que había en su interior.
Un deje de fuego se escapó y un aura carmesí las rodeó. El acto se intensificó cuando la noche los atrapó en la tenebrosidad que solo ella les podía obsequiar.
El duque a su cuello se acercó tratando de mantener al límite su autocontrol para solo saborear lo que nunca por amor se atrevería a dañar.
Porque ella era lo único que amaría hasta la eternidad.
Continuará…
Buenas tardes…
Después de un largo tiempo —casi el año, para ser exactos— vengo a actualizar esta novela de romance histórico que amo tanto.
Una historia que desde que la imaginé en mi memoria me robó mi corazón y a la quiero continuar escribiendo para contarles a ustedes todo lo que sucede en este matrimonio que, al parecer, oculta algo oscuro.
Así que, perdón por ausentarme tanto, prometo no volverlo a hacer, pues no quiero dejar olvidado este maravilloso mundo de la escritura que me ha llenado el alma.
Espero que este capítulo haya sido lo esperado, ya que a partir de aquí iniciamos un nuevo arco. Una nueva etapa de la historia que anhela ser develada.
Los quiero. Los quiero muchísimo y gracias por esperarme.
Nos leemos muy pronto.
Con amor.
GabyJA
