Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.
Nada va a lastimarte, cariño
Capítulo 6: Y fue entonces cuando me encontraste
El carro se tambaleó hacia delante, despertando a Sakura. Le dolía la espalda por los ásperos tablones de madera que se le clavaban en la piel, y tenía las piernas entumecidas, sin alternativa para estirarlas o moverlas, estaba atrapada entre dos hombres de gran tamaño. La anciana de enfrente murmuraba algo para sus adentros, pero las palabras se perdieron en el traqueteó de las ruedas sobre el suelo irregular.
Le pesaban los ojos, y su mente oscilaba entre el agotamiento y la conciencia sorda de lo que la rodeaba. Cuatro horas. Cuatro horas de empujones y hacinamiento, con el olor rancio del sudor y la tierra mezclándose en el estrecho espacio. Los hombres que iban a su lado eran anchos y silenciosos, respiraban con dificultad y miraban al horizonte como si pudieran hacer que el carro avanzara más deprisa.
Los orbes claros y nublados de la mujer parpadearon hacia ella, agudos y calculadores, como si intentara medir algo bajo las capas de polvo y fatiga. Sakura le sostuvo la mirada un instante y luego apartó la vista, apretando las manos en torno a la fina tela de su capa. Su cuerpo era un cúmulo de dolores: las piernas, la espalda, incluso sus pensamientos se sentían magullados por el viaje. Pero más que el malestar físico, lo que la atormentaba era la expectación.
Se había despedido de la forma tranquila y metódica en que abordaba la mayoría de las situaciones en su vida. Sus padres fueron los primeros en escucharla, preocupados, mientras les explicaba los detalles del proyecto de salud mental en una aldea remota. Tres meses, les había dicho. Estaría fuera doce semanas y prometió escribir siempre que le fuese posible. Sus rostros se dulcificaron de orgullo, pero pudo ver la turbación en sus ojos, la misma que portaban cada vez que mencionaba algunos detalles de su trabajo como kunoichi. Los tranquilizó, disimulando la fluctuación que la corroía por dentro.
Con Naruto fue más complicado. La disculpa le resultó pesada en la lengua, amarga, agobiada por el conocimiento de lo que realmente dejaba atrás. Perderse su boda no era sólo un acontecimiento; se trataba de un hito, un momento que habría atesorado por el resto de sus días. Ella se limitó a sonreír, le deseó toda la felicidad que se merecía y, cuando él la abrazó, se aferró un poco más de lo habitual, como si tratara de anclarse a algo familiar antes de partir hacia lo desconocido.
Ino fue más práctica, como siempre. "Solo cuida al gato", le dijo Sakura, entregándole las llaves de su apartamento. "Y de las plantas, si tienes tiempo". Ino puso los ojos en blanco, no obstante, aceptó y prometió hacerlo siempre que pudiera. Le reconfortaba saber que alguien en quien confiaba se ocuparía de las pequeñas cosas que hacían que su casa pareciera un hogar.
Con Isamu fue diferente. Había ido a buscarla a altas horas de la noche, su presencia era una sombra silenciosa en el umbral de la puerta. No hubo palabras de inmediato, solo entendimiento mutuo. Cuando ella mencionó que se iría por un tiempo, sintió que los sentimientos no confesados llenaron el espacio entre ellos. No hubo necesidad de explicaciones, ni de detenerse en lo que no podía cambiarse. Se despidieron con un breve abrazo, y para cuando los primeros rayos del sol se deslizaron entre las montañas, ella ya estaba en camino, por un sendero que se extendía ante ella como uno de los mayores desafíos de su vida.
Llevaba una semana viajando. La interminable expansión de caminos y la monotonía del paisaje se habían convertido en un borrón de agotamiento, sólo roto por alguna que otra parada breve para descansar. Cuando por fin decidió subirse a la carreta, el viaje se acortó, mas no mucho. Cada bache en el camino sacudía su cuerpo magullado, haciendo que el destino se sintiera más cerca y más lejos a la vez.
Una vez arribaron a la estación, Sakura bajó del vagón, con las piernas agarrotadas y doloridas. La pequeña estación era un edificio sencillo y anodino, algo que le pareció un breve respiró de la interminable carretera. Sacó el desgastado mapa que llevaba consigo, entrecerró los ojos ante las líneas descoloridas e intentó orientarse. Los nombres de las aldeas y los pueblos se confundían en su mente atrofiada y le costaba saber dónde estaba exactamente.
Frustrada, dobló el mapa y lo volvió a meter en la mochila. Su estómago rugió, recordándole que llevaba horas sin comer. Se dirigió a la pequeña tienda cercana a la estación, el olor a polvo y aire viciado la recibió al entrar. Las estanterías estaban escasamente surtidas, no había variedad en alimentos y, probablemente, los únicos disponibles, podrían llevar años ahí situados. Tomó un paquete de comida y se dirigió al mostrador.
La mujer detrás del mostrador apenas levantó la vista cuando ella se acercó. Era de mediana edad, con el ceño permanentemente fruncido y un rictus de tensión en los labios. Sakura dudó un momento antes de hablar.
—Disculpe, ¿podría ayudarme con una dirección?—se atrevió a preguntar.
Lejos de inmutarse, la mujer puso los ojos en blanco, el gesto exagerado y lleno de impaciencia.
—¿Qué pasa?
—Estoy tratando de llegar a Mokumori—dijo.
La mujer levantó la vista, frunciendo las cejas con incredulidad.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Sakura negó con la cabeza.
—No.
Desde su arribó hasta ese momento había pasado desapercibida. Sin embargo, ante la mención de la idea, la mujer no pudo evitar estudiarla, como si tratase de encontrarle sentido a sus palabras.
—¿Qué asuntos tienes en ese lugar?—quiso saber.
—Soy la nueva doctora de la aldea—respondió sin añadir más detalles.
La mujer soltó un suspiro largo y tendido, sacudiendo la cabeza, incrédula.
—Quien sea que te haya enviado allí debía estar desesperado por deshacerse de ti.—Su tono era despectivo, casi compasivo, como si supiera algo que ella ignoraba por completo.
Lejos de sentirse molesta u ofendida, tomó el cambio que reposaba sobre la superficie del aparador, asintió con la cabeza y salió de la tienda.
Dio un mordisco renuente a la comida rancia; la textura áspera y seca contra su lengua, pero el hambre la empujó a tragarla. El sabor era olvidable, mezclándose con el polvo y la extenuación que se aferraban a ella. Se limpió las manos con la tela de la capa, ya manchadas por los días de viaje, y miró a su alrededor. La estación era pequeña, casi claustrofóbica en su aislamiento, con una sola carretera que salía a la naturaleza circundante.
El camino era estrecho, flanqueado por un denso bosque que parecía extenderse sin fin, los árboles retorciéndose entre sí en una enmarañada red de ramas y sombras. Había una sensación de presentimiento, una pesadez que se pegaba a la piel como una segunda capa. Pero era el único sendero disponible, y Sakura no tenía tiempo que perder. Se ajustó la correa de la mochila, sintiendo cómo el peso familiar se asentaba sobre sus hombros, y dio los primeros pasos hacia el sendero oscuro.
Antes de que pudiera ir más lejos, una voz la llamó, deteniéndola en seco.
—Yo que tú no iría por ahí.
Se volvió y vio a un hombre apoyado en un lateral de la estación, con los ojos cubiertos por el ala de su sombrero. Su expresión era inescrutable, pero había una intensidad en su mirada que hizo que Sakura se detuviera. Asintió cortésmente, más por amabilidad que por convicción.
—Gracias por el aviso.
—Hablo en serio—insistió.
Había algo inquietante en su tono, un atisbo que provocaba que se le erizaran los vellos de la nuca. S
Soltó un suspiro exasperado, el sonido se escapó antes de que pudiera detenerlo.
—Lo sé. Pero realmente tengo que llegar a mi destino. Alguien me está esperando.
El hombre no respondió, se limitó a observarla. Sakura dudó un instante y luego sacudió la cabeza. No podía darse el lujo de dudar de sí misma ahora, no cuando ya había llegado tan lejos.
Sin decir nada más, apretó la correa de su mochila, ajustó sus pertenencias y se volvió hacia el camino.
El sendero se adentraba en el corazón del bosque y los imponentes arboles se cerraban a su alrededor; las nudosas ramas se retorcían como los dedos de unas manos muertas hacía mucho tiempo que salían de las sombras. La maleza era espesa, una maraña de enredaderas espinosas y follajeen descomposición que se pegaba a sus botas y tiraba de su ropa a medida que transitaba. El aire olía a tierra humera y madera podrida, un aroma que parecía penetrar sus fosas nasales, aferrándose como un recuerdo persistente que se negaba a desaparecer.
El bosque no sólo era oscuro; era opresivo, un lugar donde el sol no se atrevía a penetrar, donde la luz misma retrocedía de miedo. La geografía de Kaida no Sato tenía una reputación, y Sakura podía sentirla en la boca del estómago, esa sensación de inquietud que no había hecho más que aumentar desde el instante que había puesto un pie en aquel camino.
Los árboles se susurraban secretos unos a otros en un idioma que ella no podía ni quería entender, las hojas crujían de forma demasiado deliberada. Cada sombra parecía moverse por el rabillo de su ojo, y el silencio sólo se rompía con el chasquido ocasional de una ramita al pisarla o el lejano canto de un pájaro, amortiguado y distorsionado por la espesa copa de los robles.
Apretó con fuerza el kunai que tenía en la mano, el peso familiar del arma era un pequeño consuelo ante lo desconocido. Sus sentidos estaban en alerta máxima, cada susurro, cada cambio en las sombras, ponían sus nervios a flor de piel. No era la primera vez que se encontraba inmersa en una situación peligrosa, más había algo en ese lugar, algo intrínsecamente erróneo que la hacía querer regresar, abandonar ese bosque maldito y no mirar atrás.
Pero no podía. No ahora. No cuando estaba tan cerca.
—Maldito seas, Kakashi. Maldito seas, Sasuke. Todo esto es culpa suya—maldijo en voz baja.
Una vez más se encontraba atrapada entre las grotescas redes de un drama que nada tenía que ver con ella, pero que al tratarse de su compañero de equipo, no podía -ni tampoco tenía el corazón- de ignorarla.
Era más fácil concentrar su ira en ellos, en los que la habían enviado a esa misión absurda, que reconocer el miedo que se retorcía en sus entrañas.
Después de lo que pareció una eternidad de caminata, el opresivo y tenebroso bosque comenzó a adelgazarse, los árboles dieron paso a los tenues contornos de una aldea a la distancia. Le dolían los músculos por la tensión incesante, cada paso fue como una batalla contra el miedo que impregnaba el ambiente. Al divisar la entrada, una oleada de alivio la invadió, y dejó escapar un largo y exhausto suspiro.
El pueblo no era gran cosa: casas modestas alineadas, con tejados caídos bajo el peso de la lluvia constante que parecía empapar el lugar de una penumbra eterna. Las calles estaban embarradas y resbaladizas, y el agua se acumulaba en las gritas y pozos irregulares. Se ajustó la mochila y se ciñó más la capa, cuya tela, pesaba por el agua, se le pegaba como una segunda piel. Estaba calada hasta los huesos, con el pelo adherido a su cara. La vista de la aldea le ofrecía un pequeño consuelo: una promesa de calor y cobijo por muy efímera que fuera.
Sin vacilar, caminó por las concurridas calles, con pasos rápidos pero cuidadosos. Agachó la cabeza para no llamar demasiado la atención. Los aldeanos se dedicaban a sus asuntos, aparentemente imperturbables por el tiempo desapacible, con los rostros marcados por el tipo de cansancio que viene de años de vivir bajo un cielo gris persistente. Se movió entre ellos como un fantasma, sin apenas notar su presencia, una viajera más de paso.
Mokumori era una aldea pequeña, situada al norte de Kumogakure. De acuerdo con Kakashi, difícilmente sería reconocida, ya que las noticias de las demás naciones difícilmente tocaba a su puerta. Se trataba de un pueblo minero, ya que sus habitantes trabajan en las minas cercanas o son familiares de estos.
Mientras se desplazaba, pasó por un lugar donde la vida nocturna parecía prosperar a pesar de la lluvia. Los farolillos proyectaban un tenue resplandor sobre la entrada, iluminando a las figuras que ingresaban y salían; el sonido de las risas, la música y las charlas se extendían por la calle. El aroma a alcohol y humo flotaban en el aire, mezclado con la humedad, creando una atmósfera embriagadora, casi sofocante. Los ojos de Sakura se desviaron hacia la entrada, con un breve destello de curiosidad. No le eran extrañas esas escenas: su maestra había deambulado a menudo en el mundo de los caminos y el juego clandestino, donde las apuestas eran muy altas y las reglas fluidas. Sabia como desenvolverse en esos espacios, cómo mezclarse sin perderse.
Pronto, su atención recayó en una joven que yacía de pie bajo el zaguán, con una expresión aburrida y distante. Inmediatamente se acercó a ella. La vestimenta de la chica era sencilla, pero sus ojos tenían una agudeza que sugería que sabía más de lo que decía. Sakura no se molestó en ser amable: el tiempo era esencial y temía que se repitiera un intercambio de palabras tan desagradable como el de la señora de la tienda.
—Disculpa—dijo Sakura—. ¿Sabes dónde está la clínica más cercana?
La chica levanto la vista, su mirada lenta y desinteresada, como si la presencia de la kunoichi fuese más un inconveniente que otra cosa.
Estudió a Sakura por un largo momento, sus ojos la recorrieron tratando de decidir si valía la pena el esfuerzo de una respuesta. Finalmente, se encogió de hombros, denotando más apatía que otra cosa, acto seguido señaló hacia la calle.
—Continua caminando. Está al final de la calle, doblando a la esquina—respondió, su voz plana, carente de toda calidez o vida.
Ella asintió y dio las gracias en silencio antes de alejarse.
Había algo en aquel lugar que le parecía extraño, retorcido, que le erizaba la piel. Pero ya no había vuelta atrás. Tenía una misión que cumplir, y dudar suponía la diferencia entre el éxito y el fracaso.
Tal como se lo indicó la chica, la clínica se ubicaba en el límite del distrito, un edificio anodino engullido por las sombras. El rotulo sobre la puerta había visto días mejores, sus letras descoloridas y desconchadas, pero aún era lo bastante legible como para confirmar que se encontraba en el lugar correcto. Sakura dudó un momento y luego llamó a la puerta, golpeando la madera con el puño en un ritmo constante. No obtuvo respuesta inmediata. Volvió a llamar, esta vez con más ímpetu, y el sonido resonó en la quietud de la noche.
Tras lo que pareció una eternidad, la puerta se abrió con un chirrido, dejando ver a una mujer de pie en el umbral. A simple vista, parecía tener unos treinta años y unos rasgos afilados que parecían tallados en piedra. Llevaba el pelo oscuro recogido en un moño apretado y sus ojos mostraban una dureza que hablaba de los años que había pasado enfrentándose a cosas que preferiría olvidar. La mujer no se molestó en hacer cumplidos; en su lugar, la evaluó con un desapego frío y clínico.
—¿Qué quieres?—preguntó, con un tono carente de calidez, como cualquier objeto, edificio o persona en ese lugar.
Sakura cuadró los hombros e miró a la chica sin inmutarse.
—Soy la nueva ninja médico que solicitaron.
La mujer entrecerró los ojos y, por un momento, Sakura pensó que le daría con la puerta en las narices. Sin embargo, en lugar de eso, la escuchó suspirar; un sonido cansado que parecía provenir de lo más profundo de su ser. Dio un paso hacia atrás y abrió la puerta para que ella ingresara.
—Ya era hora—murmuró, más para sí misma que para Sakura.—.Enviamos la solicitud hace tres meses. Imagine que nunca llegaría nadie.
Ingresó y la puerta se cerró tras ella común suave golpe.
El interior de la clínica era tan anodino como su exterior: poco iluminado y con un ligero olor a antiséptico. Estaba limpia, pero carecía del brillo estéril al que estaba acostumbrada en las instalaciones médicas de Konoha. Había una sensación de abandono, de un lugar que funcionaba con lo mínimo.
—¿Qué pasó con la última ninja medico?—preguntó Sakura mientras la mujer la guiaba por un estrecho pasillo.
—¿Quién sabe?—respondió la encargada encogiéndose de hombros—. Simplemente se fue. Probablemente huyo. No puedo culparla.
Ahora fue el turno de Sakura para estudiarla, intentando calibrar cuánto había de verdad en sus palabras y cuánto de frustración. Parecía cansada, agotada por algo mucho más profundo que el mero agotamiento físico. Antes de que pudiera preguntar nada más, la mujer se detuvo delante de un pequeño despacho y se volvió hacia ella.
—Por cierto, soy Tatsuko Kodoku—se presentó haciendo una rápida reverencia.
—Sakura—respondió, ofreciendo una pequeña sonrisa—. Haruno Sakura.
En el momento en que su nombre salió de sus labios, Kodoku abrió los ojos de golpe.
—¿Haruno Sakura? ¿La chica dorada de Konoha?—Kodoku lanzó una carcajada incrédula, sacudiendo la cabeza como si no acaba de creer su suerte—. No pensé que enviarían a alguien como tú aquí.
Experimentó una punzada de incomodidad ante el apodo.
Tras la guerra, había adquirido cierta popularidad entre los shinobis. Era conocida por sus habilidades y proezas como ninja médico, pero no sabía cómo lidiar con la admiración. Anteriormente, la atención estaba dirigida a sus compañeros de equipo, ella solía pasar desapercibida.
Inmediatamente sacudió la cabeza.
—Por favor, no me llames así. No soy especial.
Kodoku arqueó una ceja y una leve sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.
—Claro, lo que tú digas.
Agradeció el diminuto lapso de mutismo instalada entre las dos.
Comenzaba a preguntarse si estaba fuera de práctica, tenía la impresión de que no sabía lidiar con las personas, al menos no con los habitantes de la aldea.
—¿Té?—ofreció Kodoku, como si no acabaran de discutir la posible deserción de su predecesora. Sakura asintió, agradecida por el cambio de tema.
—Eso sería agradable.
Mientras Kodoku preparaba el té, ella se permitió relajarse, aunque sólo un poco. Aun le quedaban muchas cosas por saber sobre ese lugar, sobre la misión que la había llevado hasta allí. Pero por ahora, el calor de la bebida caliente y la compañía de la encargada bastaban para aliviar la tensión de sus hombros. El misterio se desvelaría por sí solo con el tiempo, y ella estaría preparada cuando sucediera.
Su acompañante le tendió una taza humeante, con movimientos rápidos y eficientes. Las paredes parecían cerrarse a su alrededor, el estar dentro de la oficina aumentaban la sensación de aislamiento que reinaba en aquel lugar. Sakura bebió un sorbo de té, su calor se extendió, ofreciéndole un breve respiro de la fría realidad de su entorno.
—No hace falta que te explique tus funciones—dijo—. Ya sabes para qué estás aquí. La mayoría de los habitantes son mineros o prostitutas. Vienen con todo tipo de heridas y enfermedades, nada que no hayas visto antes.
—¿Y los ninjas?—preguntó, cuidadosa.
Kodoku resopló con amargura.
—A la mayoría les importa un bledo la gente corriente. Están demasiado ocupados con sus propios asuntos, sean cuales sean. Los verás por ahí, pero no esperes ayuda de ellos.
Dejó la taza y se apoyó en el escritorio, observando cómo Sakura absorbía la información.
Sakura bebió otro sorbo.
—Haré lo mejor que pueda.
Los labios de Kodoku esbozaron una leve sonrisa, aunque nunca llegó a sus ojos.
—No intentes hacerte la heroína—advirtió, con un tono más agudo que antes.
—No estoy tratando de ser una heroína—respondió Sakura uniformemente—. Sólo quiero cumplir con mi deber.
—Bien. Entonces cíñete a eso.
Sakura frunció el ceño, intuyendo que había algo más tras las palabras de Kodoku.
—¿Hay algo más que deba saber?—preguntó.
—No te metas en los asuntos de los demás. Estas aquí para hacer tu trabajo. Centrate en eso.
—Por supuesto—asintió con expresión seria.
Sabía que debía ser cuidadosa.
Kodoku permaneció callada un segundo, con la mirada perdida en una bolsa arrugada de papel marrón de su cena en un extremo de la mesa.
—Debes estar cansada por el viaje—comentó de repente, ansiosa por finalizar la conversación y proseguir con cualquier cosa que estuviera haciendo antes de su llegada.—. Te mostrare dónde te alojarás.
Asintió en ipso facto y dejó la taza sobre el escritorio. Sentía una extraña pesadez en las extremidades, no sólo por el agotamiento fisco, sino por el peso de todo lo ocurrido durante el día. Kodoku le hizo un gesto para que la siguiera, y Sakura lo hizo, arrastrándose tras ella por los pasillos poco iluminados de la clínica.
Salieron al aire fresco de la noche, con los sonidos de la ciudad apagados, distantes. La entrada trasera de la clínica daba a un pequeño patio cubierto de maleza. Kodoku le señaló una modesta estructura a pocos metros, apenas visible entre las sombras.
—Ahí es donde vivirás—dijo a la par que sacaba un juego de llaves del bolsillo.
Cruzaron el jardín descuidado, con la grava crujiendo bajo sus pies. La encargada se detuvo frente a la puerta. Introdujo la llave en la cerradura con facilidad, empujó la puerta y entró para encender la luz. Un cálido resplandor iluminó una habitación pequeña, escasamente amueblada.
—Esta será tu casa—dijo, haciéndose a un lado para permitirle entrar. Le entregó las llaves, el metal frio contra la palma de su mano—. Me asegurare de que mañana tengas todo lo que necesitas.
Sakura asintió, una gratitud silenciosa pero clara en sus ojos.
—Gracias.
Kodoku asintió bruscamente con la cabeza, recuperando la actitud severa al dar un paso atrás.
—Descansa. Hablaremos mañana.
Y con eso, dio media vuelta y se alejó, desapareciendo en la oscuridad en dirección a la clínica.
Ella la observó alejarse, con una sensación de aislamiento que aumentaba con cada segundo que pasaba.
Cerró la puerta y el sonido resonó en la silenciosa habitación. El espacio era pequeño, sencillo, con lo básico: una cama, un sofá y una pequeña cocina. No era mucho, pero bastaba. Había vivido en peores condiciones.
Finalmente, el peso del día la alcanzó. Se quitó la capa y la dejó caer al suelo, seguida de su mochila. Sus ojos recorrieron la geografía del cuarto, observando el entorno desconocido, antes de dejar que su cuerpo se hundiera en el sofá desgastado.
Clavó la mirada en el techo; era liso, sin adornos, pero revestido con cierta gravedad, atrayendo su mirada como si contuviera respuestas a preguntas que aún no se había formulado. El viaje había sido agotador y, sin embargo, mientras yacía tumbada, su mente se negaba a sosegarse.
Estaba lejos de casa, rodeada de extraños en un lugar tan ajeno como premonitorio. No obstante, en medio de toda esa incertidumbre, había un destello de obstinación que se negaba a apagarse. Fueran cuales fuesen los retos que le aguardaban, los afrontaría con decisión. Por ahora, sin embargo, se permitió un momento de quietud, su cuerpo se hundió más en la esponja de los cojines mientras miraba el techo, permitiendo que la tranquilidad de la habitación la envolviera.
Se despertó sobresaltada, con un dolor agudo en el cuello. La sacudió un estremecimiento y, por instinto, llevó una mano para frotarse los músculos agarrotados. Parpadeó ante la luz mortecina que se filtraba a través de las cortinas y se dio cuenta de que se había quedado dormida en el sofá. La incomoda postura le había pasado factura, soltó un largo suspiro, con los restos de sueño aun pegados a ella.
Se levantó tambaleándose y giró los hombros para aliviar la tensión. La habitación estaba más frio que la noche anterior, la gelidez de la madrugada le calaba hasta los huesos. Echó un vistazo a su equipaje, aun intacto junto a la puerta, y se puso en pie. La rigidez de sus miembros hacían que cada movimiento fuera deliberado y lento.
Tomó su bolso y se dirigió al dormitorio. El pequeño espacio apenas era más que un armario, con espacio suficiente para una cama y una pequeña cómoda. Rebuscó entre sus pertenecías y sacó ropa limpia antes de dirigirse al cierto de baño. En el espejo se reflejaba su expresión cansada, con ojeras que daban fe de la noche agitada que había pasado.
Sin más demoras, abrió la ducha y las tuberías emitieron un quejido de protesta al salir el agua fría. Se despojó de la ropa sucia e ingresó a la regadera. El chorro de agua helada golpeó su piel, despertándola por completo. No era el comienzo más agradable del día, pero era lo que necesitaba. El líquido ahuyentó los últimos vestigios de sueño, dejándola más despierta, aunque no totalmente renovada.
Una vez limpia y vestida, oyó que llamaban a la puerta. Se secó el pelo húmedo con una toalla y fue a ver quién era. Al abrir la puerta, se encontró con Kodoku de pie, con una expresión tan indescifrable como la de la noche anterior.
—¿Cómo dormiste?—pregunto, despreocupada, aunque había un atisbo de curiosidad en sus ojos.
—De maravilla—respondió con una pequeña sonrisa, sin querer delatar lo dura que había sido la noche en realidad.
Kodoku asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta.
—Bien. Será un largo día.
Ella se mostró de acuerdo, pensando en las tareas que tenía por delante. Aunque el lugar estaba dotado con cierto ritmo, que aún no había comprendido del todo, sabía que requeriría toda su concentración.
—Prepare el desayuno—anunció Kodoku, apartándose de la puerta—. ¿Vienes?
—Por supuesto—se adelantó a contestar.
La última comida que había ingerido era el paquete rancio que adquirió en la última estación de su viaje.
El aire de la mañana era fresco, el sol apenas empezaba a asomarse por los tejados. Proyectaba largas sombras sobre el suelo, haciendo que el trayecto hacia la casa de Kodoku pareciese un tranquilo ritual, la calma que precede a la tormenta.
Cuando llegaron a lo alto de las escaleras, el rico aroma del desayuno flotaba en el aire, haciendo que su estómago gruñera. El olor a comida recién preparada llenó el pequeño comedor, mezclándose con la suave luz matinal que se colaba por las ventanas.
Kodoku señaló hacia la mesa donde yacía una modesta pero variada selección de platillos y acompañamientos.
—No estaba segura de lo que te gustaba—comenzó a decir—así que prepare un poco de todo.
Sakura sonrió, conmovida por el gesto.
—Gracias. Es muy amable de tu parte.
Antes de que pudiera decir algo más, otra presencia entró en la habitación: una chica joven, quizá en los últimos años de la adolescencia, con el cabello rojo fuego que caía en ondas sueltas sobre sus hombros. Sus ojos se abrieron de par en par al verla, una mezcla de emoción y asombro iluminó su rostro.
—Kodoku-san, ¿ella es…?—contempló a Sakura como si estuviera viendo una leyenda cobrar viva.
La aludida asintió.
—Ella es Haruno Sakura. Sakura-san, ella es Miyuki. Ayuda en la clínica.
La emoción de la chica era casi palpable cuando se acercó.
—He oído hablar mucho de ti—dijo, entusiasmada—. Es increíble conocerte en persona.
Sakura sintió un calor alojarse en sus mejillas, el inesperado elogio la pilló desprevenida. Se le escapó una risita tímida y rápidamente apartó la mirada, procurando serenarse.
—Oh, solo he venido a ayudar—dijo modestamente, aunque la calidez en su pecho delataba lo mucho que significaban para ella las palabras de la joven.
La sonrisa de Miyuki se ensanchó, sin que su entusiasmo de viera mermado.
—Si te parece bien, me encantaría aprender ninjutsu medico de ti en mi tiempo libre. Sería un honor.
Sakura se ruborizó aún más, pero asintió, conmovida por la oferta.
—Estaré encantada de enseñarte.
Las tres se sentaron a la mesa y la tensión anterior se disipó mientras compartían la comida. Los platillos eran sencillos pero abundantes, el tipo de desayuno que calentaba el cuerpo y el alma.
Una vez terminado el desayuno y lavados y guardados los platos, Kodoku condujo a Sakura escaleras abajo. La clínica les esperaba, el trabajo estaba a punto de comenzar.
…
Tras una agotadora mañana atendiendo a los pacientes, Sakura se levantó por fin de su asiento, notando la tensión acumulada en sus músculos tras horas de concentración incesante. Se estiró, tratando de aliviar la rigidez de su espalda y hombros. El consultorio que le habían asignado era pequeño y estrecho, de los que hacían que cada respiración estuviese impregnada de antiséptico y sudor. El zumbido constante de voces, el arrastrar de pies y los ocasionales gemidos de dolor se habían convertido en un ruido de fondo familiar.
Mientras se tomaba un respiro, la realidad de su verdeara misión comenzó a materializarse en la habitación. La aldea que la rodeaba era extraña, los rostros desconocidos, pero la apremiante necesidad de encontrar a Sasuke la carcomía, haciendo que cada minuto se sintiera como un retorcido laberinto diseñado para alejarla de él.
Sabía que debía tener cuidado. Sasuke no era cualquiera persona: era alguien que siempre vio a través de ella, alguien que podía desentrañar sus intenciones con una sola mirada. Él sabría de inmediato que su presencia ahí no era casual. Sospecharía algo, cuestionaría sus motivos, y no estaba segura de poder ocultarle la verdad, no esta vez.
Sin embargo, no sólo era su desconfianza lo que la preocupaba. Era la maraña de emociones que se había esforzado en reprimir, sentimientos que se habían visto agitados por recuerdos que deseaba olvidar. Aquella noche que pasaron juntos, la cercanía que compartieron, habían dejado una marca en ella que no se borraría con el tiempo y la distancia. Temía que las remembranzas afloraran a la superficie, nublando su juicio y haciéndola vulnerable de un modo que no podía permitirse.
Tenía un trabajo que hacer. Era su obligación encontrar a Sasuke, reunir la información solicitada y ejecutar el plan con precisión. No obstante, la mera idea de enfrentarse a él le ocasionaba escalofríos. ¿Vería el conflicto reflejado en su rostro? ¿Reconocería los sentimientos persistentes que arrastraba, los que había intentado ocultar bajo el peso de su deber?
La misión era crucial, más que cualquier otra cosa. El fracaso no era una opción. ¿Pero cómo iba a tener éxito cuando la persona a la que tenía que enfrentarse era la que una vez había tenido su corazón en sus manos? ¿Cómo podía acercarse a él sin dejar que esas viejas heridas se abrieran, sin permitir que el pasado dictara sus acciones futuras?
Antes de que pudiera continuar atormentándose, una repentina conmoción al exterior atravesó el bullicio habitual, llamando su atención. El ruido era diferente, más agudo, más urgente. Sus sentidos se agudizaron de inmediato. Se dirigió hacia la puerta, con la mente ya preparada para lo que pudiera encontrarse.
Fuera, en la sala de espera, una pequeña multitud se había congregado, sus murmullos teñidos de miedo. En el centro del grupo, una joven yacía desplomada en el suelo, con los muslos resbaladizos por la sangre que le empapaba la ropa. Tenía el vientre hinchado, una imagen alarmante que hizo que su corazón diera un vuelco. Sin vacilar, se abrió paso entre los curiosos y se arrodillo junto a la chica.
El aire estaba impregnado del olor metálico de la sangre. Movió sus manos instintivamente, comprobando los signos vitales. Tenía el pulso débil y la piel húmeda. Eso era malo, muy malo.
—¿Qué pasó?—cuestionó a todos los testigos.
Una mujer que estaba cerca sacudió la cabeza, con expresión preocupada.
—Acababa de llegar cuando se desmayó—explico, asustada.
Los ojos de Sakura se desviaron hacia el bolso de la chica, que yacía a unos metros de distancia, y luego volvieron a la multitud. No muy lejos, captó la figura de Kodoku, que permanecía inmóvil, con el rostro pálido mientras contemplaba la escena con ojos muy abiertos y una máscara horrorizada.
—Ayudame a levantarla—ordenó Sakura, sacándola de su estupor.
Kodoku parpadeó, y luego asintió rápidamente.
Juntas, la cargaron cuidadosamente, procurando mantenerla lo más estable posible. La chica pesaba poco, su cuerpo era frágil bajo la tela empapada de sangre. Las personas se aparataron para dejarles pasar mientras la llevaban a uno de los cuartos designados a la recuperación de los pacientes.
La mente de Sakura se agitó, analizando la situación. El estado de la paciente era crítico, no había tiempo que perder.
No era la primera vez que se enfrentaba a ese tipo de situaciones, pero había algo en esa coyuntura que la hacía sentir especialmente pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de un temor tácito.
Miyuki se apresuró a entrar en la habitación. Sakura no perdió ni un momento.
—Por favor, trae el bolso de la chica. Revisa si hay algo que pueda decirnos quien es o de dónde viene—ordenó—. Yo la estabilizare. Debo detener la hemorragia.
Sin esperar respuesta, centró su atención en la chica. La sangre empapaba las sábanas y comenzaba a acumularse bajo el cuerpo inerte de la niña. Sus manos se movieron con rapidez mientras evaluaba la situación. La hemorragia era grave, pero podía controlarla.
La chica dejó escapar un débil gemido, lleno de dolor y miedo. Sakura se inclinó más cerca.
—Tranquila, cariño. Vas a estar bien. Sólo aguanta un poco más.
Mientras trabajaba, sus dedos aplicaban presión con destreza para sellar la herida. Con su perfecto control de chakra, el procedimiento que requería cerca de treinta minutos lo realizó en cinco. Había acelerado el proceso de regeneración de las células, reparando la arteria reventada.
Aun así, después de lo que pareció una eternidad, la hemorragia empezó a disminuir y Sakura soltó un suspiro que no se había dado cuenta que había estado conteniendo.
El bebé, se dio cuenta con una oleada de alivio, parecía estar ileso. Era una pequeña victoria en una situación que parecía abrumadoramente sombría.
—Es… sólo es una niña—dijo Kodoku, derrotada.
Sakura captó las palabras, y la golpearon más fuerte de lo que esperaba. La chica de la camilla no podía ser mucho mayor que Miyuki, y ese pensamiento la invadió de tristeza.
—¿Tienes idea de dónde es?—preguntó, tragando grueso.
Kodoku suspiró y bajó la mirada al suelo.
—No tengo ni idea. La mayoría de las chicas que acaban así… son prostitutas, se aprovechan de ellas y las abandonan a su suerte.—Había amargura en su tono.
Sakura frunció el ceño y volvió a contemplar el rostro pálido de la muchacha. Había algo en ella que tiraba de su corazón, algo que la hacía querer luchar aún más para salvarla. No podía dejar que se convirtiera en una estadística más, en otra alma olvidada en ese sombrío rincón del mundo.
Justo entonces, Miyuki regresó, llevando una pequeña bolsa.
—Encontré esto—dijo, entregándole los objetos a Sakura.
Tomó el diario desgastado, con las páginas amarillentas por el paso del tiempo, y una tarjeta metida entre ellas. El pulso se le aceleró al darse cuenta de que podían ser las únicas pistas que tenían.
Rozó con la yema de sus dedos la dirección en la tarjeta. Estaba ligeramente manchada, la tinta apenas legible.
—Necesito tomar un descanso—dijo bruscamente, deslizando la tarjeta al interior del diario antes de cerrarlo.
Kodoku levantó la vista, sorprendida.
—¿Ahora? No puedes…
—Hay algo que debo hacer—interrumpió. Le devolvió la bolsa a Miyuki.—. Vigila a la chica. Si se despierta, asegurate que se quede en cama. Que no intente moverse.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—exigió Kodoku, acercándose para bloquearle el paso.—. No puedes irte así como así. Te dije que cumplieras con tu deber, no que persiguieras sombras.
Sakura la miro, inflexible.
—No voy a meterme en problemas, lo prometo.
Kodoku sacudió la cabeza al mismo tiempo que su expresión se ensombrecía.
—Vas a conseguir que te maten. Este lugar no es como Konoha. No te metes en los asuntos de la gente y sales ilesa.
No perdió más tiempo. Se zafó del agarre de la encargada con un movimiento rápido y fluido, y sin más preámbulos, se precipitó al exterior de la clínica.
Le tomó un rato encontrar el lugar. Aquella parte de la aldea estaba prácticamente desierta, salvo por las ancianas sentadas en los zaguanes abiertos, acompañando a dos o tres mujeres.
Con ayuda de una de ellas, encontró su destino, en un callejón sin salida, en el que sólo había tres casas más. Todas tenían letreros junto a la puerta. No podía describir lo que sentía cuando vio el mismo rotulo que aparecía en la tarjeta desgastada.
Golpeó la superficie de la puerta con una violencia que le sorprendió incluso a ella misma. El sonido resonó en la silenciosa calle, una dura interrupción de la inquietante calma que reinaba.
La puerta se abrió con un pequeño chirrido, dejando ver a un hombre robusto con el ceño fruncido. Sus ojos parpadearon con fastidio, observando su figura con desdén.
—Está cerrado—dijo, impaciente.
—Necesito hablar con el encargado—respondió Sakura, ignorando por completo la negativa del guardia.
—¿Acaso eres sorda o estúpida? He dicho que está cerrado. Piérdete.
Se dispuso a cerrar la puerta, pero su pie salió disparado, atascándola. Se deslizó con un empujón rápido y enérgico, y su cuerpo choco contra él. A causa de la fuerza, el hombre se tambaleó hacia atrás y llevó una mano a la nariz mientras lanzaba un grito agónico. La sangre brotó de sus fosas nasales.
—¡Maldita zorra!—escupió—. ¡Vas a pagar por eso!
Dispuesto a arremeter contra ella, apareció otra figura no muy lejos de donde se encontraban, un hombre más alto y sereno, aunque la irritación era evidente en su rostro.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
El herido hizo un gesto salvaje a Sakura, mientras continuaba ejerciendo presión a la nariz sangrante.
—¡Esta puta loca me rompió la nariz! ¡Acaba de irrumpir aquí como una maldita lunática!
Sakura no se inmutó ante los insultos de su nuevo enemigo ni ante el escrutinio del recién llegado. Su mirada era fría, su postura inflexible.
—Necesito hablar con el encargado. Ahora mismo—exigió.
El hombre alto frunció el ceño con ahincó al observar a su compañero herido.
—Ve a limpiarte—le espetó, con un tono que destilaba desdén—. Pareces un maldito animal. No necesitamos este desastre aquí.
El individuo de la nariz rota le lanzó una mirada venenosa antes de alejarse, dejando un rastro carmesí tras de sí.
—Ven conmigo—dijo secamente.
Sakura lo siguió a través del oscuro pasillo, las luces parpadeantes proyectaban sombras que bailaban a lo largo de las paredes. Los corredores eran estrechos, revestidos con toscos paneles de madera. El silencio sólo se veía interrumpido por el crujido ocasional de las tablas del suelo bajo sus pies.
Se detuvieron ante una pesada puerta de madera. El hombre llamó bruscamente con los nudillos golpeando la superficie con un ritmo decidido.
—Jede, aquí hay una chica que quiere hablar con usted—exclamó.
—Ya sabes que cualquier asunto que haya que discutir debe tratarse con Suiko—respondió una voz del interior, ronca y autoritaria.
Sakura frunció el ceño, su paciencia se agotaba.
—No estoy aquí por nada que tenga que ver con…Suiko—replicó—. No soy una prostituta. Necesito hablar con usted directamente.
Su escolta temporal puso los ojos en blanco ante su insolencia.
Tras dos largos minutos, la voz del interior volvió a sonar.
—Déjala entrar.
La puerta se abrió, revelando un despacho pobremente iluminado con un ambiente austero, casi estéril. Las paredes estaban llenas de estanterías con documentos y viejos archivadores. Detrás de un gran escritorio atestado de papeles yacía un hombre. Sakura no pudo evitar observarlo con detenimiento: algunos mechones sueltos caían sobre sus ojos, confiriéndole una apariencia intimidante y ocultando parcialmente su expresión. Su tez pálida contrastaba con la oscuridad de su cabello y resaltaba sus características faciales pronunciadas.
Sus facciones eran afiladas y angulares. Tenía una mandíbula fuerte, labios delgados y bien definidos y sus ojos eran alargados, como de serpiente, de un verde brillante.
El hombre la escrutó, recorriendo su figura con una mezcla de perplejidad y admiración. Ladeó la cabeza ligeramente, con una sonrisa en la comisura de sus labios.
—En verdad que eres insolente—dijo, divertido—. Eso me gusta.
Se tomó la libertad de estudiarla con descaro, lo que provocó que un escalofrío recorriera toda su la extensión de su espina dorsal.
—Entonces, si no eres una de mis chicas, ¿Quién eres exactamente?
La expresión de Sakura permaneció serena mientras le sostenía la mirada.
—Soy la nueva médico de la clínica—le informó. No había nada de malo en teñir sus respuestas con algo de verdad.
El hombre arqueó las cejas, ligeramente sorprendido.
—¿Oh? Vaya, vaya. Muy bien, entonces—se volvió hacia su subordinado, que aun permanecía cerca de la puerta—. Puedes dejarnos. Yo me encargo a partir de aquí.
Al igual que el otro hombre, el trabajador le lanzó una mirada recelosa antes de salir, dejándola a solas.
—¿No quieres sentarte?—pregunto, echando un rápido vistazo a una de las sillas desocupadas situadas frente al escritorio.
—No, estoy bien aquí—replicó.
—Como quieras.
Caminó alrededor de su escritorio con paso lento y pausado, sus movimientos eran suaves y practicados. Con un hábil movimiento de muñeca, sacó un puro de un cajón y lo encendió con una cerilla. El aroma del tabaco llenó el aire, mezclándose con el tenue almizcle del cuero y el papel. Se recostó en la silla y dio una calada antes de exhalar una columna de humo que se enroscó perezosamente hacia el techo.
—Entonces—dijo, luciendo casi desinteresado—. ¿Qué es exactamente lo que deseas discutir conmigo?
Sus sentidos estaban en alerta máxima. Había algo en él que le ponía los pelos de punta: un aura peligrosa que impregnaba su persona. La forma en que actuaba, la calma calculada en sus orbes, hablaban de un hombre acostumbrado a ejercer el poder y la influencia en la sombra. Sabía que no debía subestimarle ni bajar la guardia.
—Al parecer, una de sus empleadas arribó en estado grave a la clínica. Necesito saber sus datos de contacto para notificarle a su familia—anunció sin proporcionarle más detalles.
El hombre exhaló una nube de humo y observó cómo se arremolinaba y se disipaba en la tenue luz. Parecía no inmutarse en su petición, sus ojos brillaban con una fría e indiferente diversión.
—Pierdes el tiempo—dijo—. La mayoría de estas chicas vienen de pueblos pobres. Suelen ser huérfanas o fugitivas. Lo más probable es que no tenga a nadie a quien contactar.
Sakura frunció el ceño, la frustración latente bajo su serena apariencia.
—La chica está embarazada. Por eso es importante que encuentre a su familia. Tienen que saber qué le ha pasado.
La expresión del hombre cambió ligeramente, su regodeo inicial dio paso a una actitud más reflexiva. Se contemplaron mutuamente. A medida que el silencio se prolongaba.
Por un momento, Sakura notó un temblor recorrer su cuerpo. Había un peligro subyacente en él, un filo en su calma que sugería que no podía jugar. Debía calcular sus acciones y palabras. No era una situación en la que pudiera permitirse cometer errores.
—¿Embarazada, dices?—murmuró, sin apartar la mirada de ella.
Sakura tragó grueso y sus facciones palidecieron.
Había revelado más información de la necesaria.
De repente, un golpe seco los interrumpió. La actitud del encargado cambió ligeramente a la vez que una serie de arrugas poblaban su frente.
—¿Ahora qué?—preguntó, cortante.
Una voz al otro lado de la puerta anunció:
—Nuestro informante arribó.
Dio otra calada a su puro antes de aplastar la punta contra el cenicero de cristal.
—Hazlo pasar.
Sakura lanzó un suspiro de alivio. Aquella era su oportunidad para excusarse y salir de ahí cuanto antes. Aquel hombre era capaz de ponerla nerviosa; era una fuerza de la naturaleza. Al tratar con él, era preciso poner el mismo cuidado que al manejar que al manejar los papeles explosivos.
La puerta crujió y a Sakura se le cortó la respiración al reconocer el chakra.
Sasuke ingresó en la habitación, su presencia imponente e inconfundible. Por una fracción de segundo, sus miradas se cruzaron, y Sakura sintió como si el suelo bajo sus pies se hubiera movido.
La mirada de Sasuke era fría, como de costumbre, carente de reconocimiento o calidez. Miró brevemente al hombre y luego volvió a centrar su atención en Sakura, por el rabillo del ojo.
Aquella acción pasó desapercibida para el encargado del establecimiento.
—Te tomaste tu tiempo—dijo en tono burlesco, dirigiendo a Sasuke.
—Volveré más tarde—dijo el Uchiha rotundamente.
—No, no, la doctora estaba a punto de irse, ¿no?
Sakura asintió de inmediato.
Necesitaba salir de ahí cuanto antes, poner distancia entre ella y Sasuke antes de que consiguiera acorralarla y comenzara a hacer preguntas.
—Mientras tanto, ¿te importaría escoltarla de vuelta a la clínica?—solicitó.
A Sakura le entraron ganas de soltar una carcajada y reír.
—No es necesario—se apresuró a refutar, sonando demasiado nerviosa para su propio gusto.
—Por supuesto que lo es—la contradijo el hombre—. Esta zona es peligrosa. Los forasteros suelen perderse con facilidad, la mayoría termina en los pantanos, devorados por los caimanes.
Para su desgracia, el asentimiento de Sasuke fue casi mecánico, sus ojos seguían fijos en ella con una expresión inescrutable. La despedida del hombre fue rápida, dejándola sin espacio para protestar. Notó un nudo de ansiedad apretándole el pecho.
Sin más remedio, agradeció por el tiempo y salió de la oficina acompañada de objetivo de su búsqueda.
El pasillo parecía no tener fin, el silencio entre los dos era casi insoportable.
Sakura lo miró de reojo, buscando algún indicio de reconocimiento entre los dos. Sin embargo, no había nada. Ambos interpretaban sus papeles a la perfección.
Sus emociones eran una tormenta tumultuosa. Había esperado que ver a Sasuke le proporcionara algo de claridad, quizás incluso una sensación de familiaridad. En lugar de eso, se encontró con una fría indiferencia y una escalofriante distancia que la dejaron a la deriva en un mar de preguntas sin respuesta.
Toda esa coyuntura le parecía un cruel giro del destino, una pesadilla de la que no podía despertar.
Continuara
N/A: ¡Y es así que, después de varios capítulos, los caminos de nuestros protagonistas se vuelven a entrelazar!
¡Hola, hola! Espero se encuentren de maravilla y que el capítulo haya sido de su agrado.
No saben cuánto ansiaba llegar a este punto de la historia.
No quiero dar demasiados detalles al respecto, pero puedo prometerles que todo se vuelve más interesante conforme alcanzamos en la historia.
Como siempre, gracias infinitas por su apoyo y enorme paciencia 3 no es lo mismo continuar con este hobbies después de 10 largos años.
¡Les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren! ¡Cuídense mucho!
¡Nos leemos pronto!
¡Bye, bye!
