Disclaimer: Los personajes y el universo donde se desarrolla está historia no son creaciones mías ni me pertenecen, todo es obra de Masashi Kishimoto.
Nada va a lastimarte, cariño
Capítulo 9
Dame todo el amor que quieras
Arribó a Tanzaku al caer la tarde, cuando el cielo comenzaba a teñirse de gris y tonos rojizos que reflejaban la atmósfera del lugar. La ciudad era un caleidoscopio de luces parpadeantes y sombras alargadas, un contraste entre la decadencia y el esplendor que se respiraba en cada rincón. El aire olía a sake derramado, incienso barato y a promesas rotas; un aroma que, aunque desagradable, le resultaba familiar.
Bajo la mirada escéptica de quienes deambulaban por las calles, avanzó con paso firme, una figura ataviada de negro que destacaba en un paisaje caótico de colores y sonidos. Los murmullos y las risas disonantes se detenían por un instante cuando pasaba, como si la sombra de su presencia descompusiera el ritmo frenético de la aldea. No lo miraban por curiosidad ni reconocimiento, sino con esa desconfianza y alerta que la gente reservaba para los que parecían fuera de lugar, incluso en un sitio donde nada tenía sentido.
La calle principal era un desfile de luces nones y carteles que prometían todo tipo de placeres, el verdadero infierno de los shinobis de mentes débiles: casas de apuestas, tabernas y locales de entretenimiento cuyo único propósito era ofrecer distracción y, quizá, olvido. Apenas prestó atención a los letreros. Su mirada estaba fija, como si los edificios mismos lo guiaran hacia su destino. No era la primera vez que visitaba Tanzaku, y aunque algunos detalles habían cambiado , el núcleo del lugar seguía siendo el mismo: un hervidero de vicios envuelto en el espejismo de la autonomía.
Pronto encontró el local. Una pequeña taberna discreta, cuyo rotulo colgaba torcido, iluminado por una lámpara tenue que se abría paso entre la penumbra. La puerta estaba entreabierta, permitiéndole escuchar el murmullo apagado de las risas tensas y conversaciones susurradas. Se detuvo por un segundo en la acera y respiró profundamente. No por duda, sino por cálculo. Sabía que lo esperaban. También sabía que ninguno de los que estaba adentro confiaría en él, ni siquiera después de que se sentara con ellos. Esa desconfianza mutua era constante, tan predecible como el crepitar de la madera ante el fuego.
Sus pensamientos, sin embargo, eran menos claros.
¿Qué lo traía realmente a ese lugar? La necesidad de respuestas, sí, pero también algo más oscuro. Había una línea que cruzar, y Sasuke lo sabía. ¿Qué tan diferente era él de las personas que habitaban Tanzaku? ¿Acaso sus propias motivaciones, envueltas en un manto de justicia y redención, no escondían también un rastro de egoísmo? Ese lugar, con todas sus imperfecciones, le devolvía un reflejo incómodo de sí mismo: un hombre atrapado entre lo que buscaba y lo que estaba dispuesto a sacrificar para conseguirlo.
¿Es esto en lo que me he convertido? Pensó, antes de sacudirse la idea como si fuera una molesta mosca. Había aprendido a vivir con las contradicciones, a cargar con ellas. No era diferente ahora.
Entró al establecimiento sin dudar más, y el aire cálido, saturado de humo, lo envolvió. Las miradas se posaron sobre él, algunas de reojo, otras más directas. No ofreció explicación alguna; no hacia falta. Su mere presencia era una declaración.
Mientras avanzaba hacia el rincón donde sabía que lo esperaban, se cuestionó si esa reunión sería diferente a las anteriores. Pero tal vez eso no importaba. Tal vez lo que realmente destacaba era que él sabía jugar ese juego.
Tomó asiento en el único espacio vacío en la mesa. Ambos hombres lo contemplaron en silencio, midiéndolo, calibrándolo, aunque sus ojos no mostraban nada más que la frialdad propia de quienes han vivido demasiado tiempo entre traiciones y secretos.
El más cercano rompió el silencio.
—Pensé que no aparecerías.
Sasuke alzó la vista.
—Estaba cerca cuando recibí el mensaje—respondió, con un tono tan seco que no invitaba a ninguna interpretación.
El otro hombre, más alto y con una cicatriz en la mandíbula, se cruzó de brazos.
—Tuvimos suerte, supongo.
—La suerte no existe—rebatió, como si fuera un principio absoluto. Se inclinó hacia adelante y sus ojos se afilaron aun más—. ¿Para qué me llamaron?
Los hombres intercambiaron una mirada rápida, evaluando hasta qué punto compartirían su información. Finalmente, el primero habló de nuevo.
—Masamune quiere que vuelvas a la aldea.
Sasuke permaneció inmóvil, su expresión tan pétrea que parecía esculpida en piedra. No ofreció ningún indicio de sorpresa ni emoción.
—La información que les entregaste en tu último informe es más valiosa de lo que pensaba—continuó diciendo—. Armó un plan de ataque. Solo necesita ajustar algunos detalles.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, al igual que el humo de los cigarrillos.
—Demostraste ser leal. Eficiente, incluso, con los encargos que se te han encomendado. Pero dime, ¿qué sucedió con el líder del clan Takahasi?
Sin cambiar la expresión, metió la mano en su bolso y sacó un objeto envuelto en un paño oscuro. Lo dejó sobre la mesa y lo desplegó lentamente, revelando un dedo humano aun decorado con un anillo ornamentado, símbolo inconfundible del líder.
Uno de los hombres se inclinó, estudiando el dedo con escepticismo.
—Eso no demuestra nada—objetó.
Sasuke soltó un largo suspiro, cargado de la paciencia de quien sabe que está lidiando con testarudez innecesaria.
—Fue lo único que pude recuperar.—Recargó la espalda contra el respaldo de la silla, sin dejar de mirar a sus socios con una intensidad capaz de perforarles el cráneo—. A menos que conozcas el Edo Tensei y quieras preguntárselo tú mismo.
La mención del jutsu prohibido hizo que ambos hombre se miraron de nueva cuenta. No era un comentario que podía tomarlo a la ligera, sino que se trataba de una amenaza y un recordatorio de las habilidades que poseía, y del peligro de subestimarlo.
El hombre con la cicatriz dejó escapar una maldición entre dientes, cargada de frustración. Apartó la mirada hacia un rincón de la taberna, como si buscara allí una respuesta que no era capaz de encontrar en Sasuke. El otro, regresó la atención hacia él.
—¿Cuándo regresaras?—preguntó finalmente, su tono entremezclado con impaciencia y expectativa velada.
Sasuke permitió que el silencio se alargara unos segundos más de lo necesario antes de responder.
—Aún tengo cosas que hacer.—Espetó—. Sin embargo, apareceré en la aldea dentro de tres semanas.
La declaración era simple, pero acarreaba un peso propio. El hombre asintió, sus labios formaron una delgada línea mientras digería la expuesta.
—Se lo haré saber a Masamune.
Sin añadir más, los dos se pusieron del pie al unisonó. La madera de las sillas crujió mientras se apartaban, y el tintineo de las monedas al caer sobre la mesa marcó su partida. Sin mirarlo, caminaron hacia la salida dejando tras de sí un leve aroma a humo y algo metálico.
Permaneció en su lugar, observando las sombras desaparecer más allá de la puerta, absorbidas por la penumbra. El local volvió a llenarse del ruido ambiente: el murmullo apagado de conversaciones ajenas, el tintineo de las copas y chasquido ocasional de un dado rodando por la mesa. Pero todo lucía distante, como un eco a duras penas perceptible.
Dejó escapar el aire en sus pulmones, sus ojos se oscurecieron mientras su mente volvía a los engranajes de su plan. Tres semanas no eran mucho tiempo, pero serían suficientes. Cada decisión, cada paso que daba en esa dirección, lo alejaba más del camino que alguna vez imaginó para sí mismo. Y, sin embargo, no se detuvo a dudar. Aceptó desde hace tiempo que no existía redención sin sacrificio, ni victoria sin riesgo.
Con la misma parsimonia que lo caracterizaba, se levantó de la mesa, ajustó la correa de su bolso y siguió el mismo sendero hacia el exterior.
La noche en Tanzaku estaba en pleno auge. Las calles vibraban con el bullicio incesante de los vendedores ambulantes, borrachos tambaleantes y el inconfundible sonido de monedas intercambiándose por promesas de fortuna en los locales de apuestas. Las lámparas de papel iluminaban el camino.
Había finalizado con sus tareas por el momento, lo que significaba que tenía el resto de la noche a su disposición. Podría, si quisiera, dar media vuelta y dirigirse hacia su próximo destino. Pero eso no tenía sentido. Su presencia allí no era requerida hasta dentro de tres días, y apresurarse solo significaba perder oportunidades valiosas. En su línea de trabajo, la paciencia y observación eran armas más eficaces que cualquier kunai.
Además, Tanzaku era un sitio peculiar, un nodo donde las redes de información convergían de maneras inesperadas. Tal vez, con algo de habilidad, podría encontrar algo útil de las calles abarrotadas.
Caminó sin rumbo fijo, la luz del sol empezaba a desvanecerse, tiñendo el cielo de un púrpura sombrío. Observó todo con la misma intensidad analítica de siempre: los rostros, los gestos, los murmullos. Cada esquina, cada rincón oscuro, le hablaba de historias que la mayoría ignoraría. Sin embargo, Uchiha Sasuke nunca se perdía los detalles.
Al cabo de un rato, sus pies lo llevaron a la entrada de otra taberna. Era un establecimiento modesto, incluso mejor que el que había visitado minutos atrás.
No lo pensó demasiado. Los bares eran, por naturaleza, sitios donde las lenguas se soltaban con facilidad, y donde una mirada atenta era capaz de capturar fragmentos de conversaciones útiles. Empujó la puerta, que se abrió con un chirrido agudo, y entró.
El ambiente era cálido, ruidoso, saturado de vida nocturna. La madera del suelo crujía bajo sus sandalias, y las mesas estaban atestadas de clientes, la mayoría demasiado ocupados en sus propias discusiones para notar su presencia. Solo algunos ojos se giraron hacia él, escrutándolo rápidamente antes de volver a sus asuntos.
Cuando sus propios orbes se acostumbraron a la penumbra y al humo que serpenteaba perezoso en el aire, algo captó su atención. Cerca de la barra, una figura familiar destacaba como un fragmento arrancado de un recuerdo. Cabello rosado, iluminado débilmente por la luz anaranjada que colgaba sobre ella, una postura que, aunque relajada, cargaba la gracia innata de quien siempre está preparado para lo inesperado.
Era Sakura.
Parpadeó una vez, dudando de lo que veía, pero su mente descartó rápidamente cualquier posibilidad de error. Conocía cada línea de su rostro, cada matiz de su expresión, aunque hacía años que no la veía en persona. El tiempo parecía haberla tratado bien, aunque había algo en su semblante, una madurez silenciosa, que delataba que la vida tampoco había sido del todo amable con ella.
Inmediatamente, recordó las palabras que le dijo al hombre en la reunión anterior: "La suerte no existe". Una sonrisa cínica se insinuó en sus labios al darse cuenta de lo irónico que resultaba encontrarse con Sakura allí, en un lugar tan improbable. Si esa reunión no era suerte, entonces el destino, como siempre, actuaba con su retorcido sentido del humor.
Por un instante, pensó en dar media vuelta y salir por la misma puerta que había entrado para evitar cualquier interacción. Había demasiados cabos sueltos, demasiadas palabras que no estaba preparado para decir y demasiadas que temía escuchar. Después de todo, ¿qué excusa tenía para aparecer ante ella? ¿Cómo justificar el hecho de que, en los tres años desde su despedida, apenas se había molestado en escribirle?
Un suspiró leve escapó de sus labios al remorar la única vez en la que rompió el silencio: su ultimo cumpleaños. La imagen de la tarjeta de felicitación que le envió regresó a su mente, junto con las dudas que lo acosaron antes de enviarla. Fue un gesto torpe, insuficiente, pero lo único que se permitió. Todo lo demás que sabía de ella lo escuchó de Naruto, en sus reuniones esporádicas, siempre encontraba la manera de mencionar sus logros con orgullo desbordante.
"Se ha vuelto increíblemente fuerte, ¿sabes? Es la mejor ninja médico de la aldea. Ni siquiera Tsunade. Sama podría negar eso".
"Van a nombrarla directora del hospital".
"La promovieron a Jounin hace una semana".
Aquellas noticias quedaban grabadas en su memoria. Ahora, contemplándola, esos logros no eran solo anécdotas. Sakura era la prueba viviente de que no se necesitaba pertenecer a un clan prestigioso para sobresalir.
Sin más vacilación, decidió acercarse. Atravesó el umbral de la incertidumbre con una calma que definitivamente no albergaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de para que su voz fuera audible mas no invasiva, habló sereno:
—No deberías beber tanto, Sakura.
El nombre rodó en su lengua con una naturalidad que lo desconcertó.
Ella, haciendo gala de sus finos reflejos como kunoichi, giró la cabeza hacia él. Sus ojos, grandes y expresivos, se agrandaron a causa de la sorpresa y el desconcierto. Por un instante, contuvo la respiración, temiendo romper el frágil hechizo del reencuentro.
—Sasuke…—murmuró.
Mientras él sostenía su mirada, se permitió examinarla con una intención que nunca se había concedido. Sakura había cambiado, eso era innegable. Su cabello, ahora más corto y perfectamente estilizado, enmarcaba su rostro con una elegancia que acentuaba la madurez de sus facciones. Ese estilo le confería un aire de sofisticación ajeno a la Sakura que recordaba. Pero al mismo tiempo, allí estaba ella, tan inconfundible como siempre.
El color rosado de su cabello capturaba la tenue luz del techo, destacándola como si el entorno entero conspirara para que nadie pudiera ignorarla. Su piel, ligeramente sonrojada en las mejillas y la punta de la nariz, delataba el efecto del alcohol, mas no opacaba su belleza; al contrario, le daba un toque etéreo que no podía ignorar.
Era evidente que el tiempo no solo pasó para ellos, sino que la moldeó en una mujer increíble. Ya no era la adolescente que lo miraba con adoración y tristeza. Había crecido, enfrentado desafíos y triunfado sobre ellos.
Después reparó en su atuendo, era práctico funcional, pero elegante. Sasuke sintió una punzada de algo que no pudo identificar del todo: admiración, tal vez, o incluso orgullo. Sin embargo, lo que realmente lo descolocó fue el pensamiento fugaz que lo atravesó sin previo aviso.
Su ex compañera no solo ganó poder y notoriedad con los años. Había adquirido una belleza innegable. No era la primera vez que reconocía su atractivo, pero el impacto fue diferente, más visceral, como si algo en su interior quisiera recordarle que no era capaz de verla como la joven que dejó atrás hace tres años.
—Aunque creo que la situación lo amerita.
Sin esperar invitación, tomó asiento a su lado. Su presencia, ineludible y solemne, llenó el espacio entre los dos. Hizo un gesto al hombre detrás de la barra, quien rápidamente entendió la solicitud y le alcanzó un vaso y una botella de sake. Con un movimiento seguro, Sasuke llenó ambos vasos, sin preocuparse por medir con precisión.
Podía sentir la mirada de Sakura sobre él. Al avizorarla de reojo, se percató que tenía una ceja ligeramente arqueada a la par que el escepticismo en su rostro era tan evidente como la luz que iluminaba sus facciones.
—¿Qué estás haciendo aquí?—preguntó finalmente, curiosa y cautelosa por partes iguales.
Él no respondió de inmediato. Tomó su vaso y, con la misma resolución con la que enfrentaba una batalla, lo vació de un solo trago. El ardor del alcohol recorrió su garganta, familiar y desagradable. Nunca había sido amante de ese tipo de brebajes, pero conocía sus matices, la promesa del alivio temporal y la capacidad de nublar el juicio.
Colocó el contenedor de cerámica sobre la barra con un leve golpe.
—Estaba a punto de preguntarte lo mismo—replicó, neutral, casi desinteresado.
Sakura frunció el ceño, inclinándose apenas hacia él, como si buscara leer algo en su expresión.
—Yo pregunté primero.
Por alguna extraña razón, había algo en la postura de su ex compañera, en la forma en que ello lo retaba, que lo hacía sentir expuesto.
Por dentro, una punzada de decepción se clavó en él, inesperada y molesta. Aquella escueta interacción no era lo que había imaginado —no, lo que había temido. Pero ¿qué esperaba realmente?— La pregunta resonó en su mente, esa voz interna que siempre le lanzaba verdades incomodas y a la que había decidido llamar "juicio".
¿Qué se lanzara a él, rompiendo la barrera del tiempo y la distancia? ¿Qué lo envolviera en un abrazo tan fuerte que lo hiciera olvidar todos los años en los que no se molestó en escribirle o buscarla? ¿Qué un beso lo redimiera de su ausencia?
Era ridículo. Después de tres años de silencio casi absoluto, ¿cómo osaba siquiera a permitirse esa expectativa? Le envió una tarjeta de cumpleaños, sí, pero incluso ese gesto fue más un intento torpe de cumplir con una obligación moral que un acto genuino de conexión. Y ahora, ahí estaba, frente a ella, esperando algo que, en definitiva, no se había ganado.
Sakura, ajena al conflicto interno, tomó su propio vaso y lo sostuvo entre sus manos, girándolo lentamente mientras lo miraba.
—Solo estoy de paso—murmuró, sus ojos estaban anclados en ella.
La observó detenidamente, más de lo que debía, más de lo que era prudente. Una parte de él se sentía como un auténtico pervertido, como un fenómeno incapaz de apartar la vista de lo que tenía ante sí. La Sakura que tenía frente a él era una versión completamente distinta de la chica que había dejado atrás en las puertas de Konoha tres años antes. La misma esencia permanecía pero los años habían esculpido una mujer que irradiaba fortaleza y confianza, aunque ambas estaban envueltas en una capa de melancolía que no recordaba haber visto antes.
Decidió apartar la vista, dándose un respiro de aquella inesperada revelación.
—¿Qué estás haciendo aquí?—cuestionó intentando que su voz no revelara más de lo que quería.
Sakura bajó el vaso que aun sostenía, sus orbes esmeraldas desviándose momentáneamente hacia el líquido claro antes de responder.
—Estoy en una misión.
Él frunció el ceño, la respuesta no encajaba del todo.
—¿Tú sola?—inquirió. No era común que los ninjas médicos se aventuraran en misiones sin apoyo, incluso aquellos tan capacitados como ella.
Ella asintió, pero no de inmediato. Hubo un breve lapso antes de su respuesta, suficiente para que Sasuke notara algo en su postura, una tensión sutil que se extendió a sus palabras.
—Sí, ahora soy jōnin—dijo finalmente—. Me ascendieron el año pasado—añadió, como si la información fuese irrelevante.
Sasuke alzó una ceja, analizando el subtexto que flotaba en el aire. Era un idiota, concluyó. Probablemente imaginaba que estaba subestimándola, lo cual, no era cierto pero dadas las circunstancias y el contexto de la conversación, todo apuntaba a que no confiaba lo suficientemente en ella para realizar una misión por su cuenta.
—No era mi intención hacerlo sonar de esa forma—se disculpó, procurando enmendar algo que no era capaz del precisar del todo.
Sakura dejó escapar un suspiro, ladeando apenas la cabeza.
—Lo sé, lo lamento—murmuró, aunque no quedaba claro si se disculpaba por su reacción o por algo más que quedó suspendido entre ellos en el aire.
Él continuó observándola, incapaz de apartar la mirada. Era increíble tenerla tan cerca. Las ganas de tocarla eran tan abrumadoras que hizo un esfuerzo sobrehumano para no alzar la mano y apartar los mechones de cabello que caían cerca de su rostro, cubriendo apenas sus ojos.
El lugar de sucumbir a ese impulso, desvió la mirada al vaso frente a él.
—¿Cumpliste tu misión con éxito?—preguntó.
Sakura asintió lentamente.
—Sí, lo conseguí.
Sin embargo, el peso de un nuevo mutismo cayó sobre ambos. Sakura se quedó contemplando su vaso, sus dedos trazando círculos ausentes sobre el borde, mientras sus labios se debatían entre hablar o callar. Finalmente, levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de él.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo?—quiso saber, su voz apenas un susurro, pero suficiente para atravesar el ruido de la taberna.
—No—dijo, tajante, sin apartar la mirada de ella—. Debo estar en otro lugar dentro de tres días.
—Ah—suspiró—. Ya veo.
Vislumbró cómo la decepción se apoderaba de sus facciones. La inseguridad se manifestaba en pequeños gestos: sus dedos jugaban distraídamente con el vaso vacío frente a ella, como si aquello pudiera llenar el abismo entre los dos.
La observó en silencio, su mirada recorriéndola como si intentara memorizar cada detalle. Llevaba el cabello más corto, los pequeños cambios en sus gestos, la seguridad que emanaba de su postura, todo ello era prueba de cuánto había crecido y cambiado en tres años. Y sin embargo, allí estaba esa misma Sakura, la que dejó atrás en Konoha, aquella que siempre lo contempló con una esperanza y devoción de la que no era merecedor.
—¿Cómo va el viaje de redención?—cuestionó de repente, calmada, pero sus orbes buscaban algo más en los de Sasuke.
Él al contempló directamente, sus pupilas dispares encontrando las esmeraldas de ella. La pregunta lo descolocó. Nadie mostraba interés tan directo en su camino, en su lucha por enmendar los errores que llevaba a cuestas.
—Ha sido… revelador en muchos sentidos—respondió finalmente, con una honestidad que pocas veces permitía salir a la superficie.
Sakura asintió, una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Me alegra que todo marche bien—dijo, y por un segundo se quedó callada, buscando las palabras adecuadas—. Eso quiere decir que…
Sasuke ladeó la cabeza, sus cejas fruncidas apenas por la confusión.
—¿Qué…?
Ella sacudió la cabeza, la sonrisa no alcanzó sus ojos.
—No es nada, olvidalo.
Sasuke soltó un suspiro imperceptible. Había algo en la forma en que ella evitaba sus propios pensamientos, en cómo esquivaba las palabras no dichas, que lo atravesaba. Pero no podía culparla; el mismo hizo lo mismo durante años, negándose a enfrentar lo que realmente sentía.
—Eso amerita un brindis—dijo, levantando su vaso con una sonrisa más firme—. Por los nuevos comienzos y los viejos amigos.
Sasuke tomó el suyo y lo elevó, sin apartar la mirada de ella.
Los dos bebieron el trago de golpe y, mientras lo hacían, no podía dejar de pensar en cuanto la deseaba. No era un deseo simple ni egoísta; era la necesidad de estar cerca de ella, de sentir su calidez, de saber que lo aceptaría incluso con sus cicatrices. Pero sabía que no podía hacerlo. No la merecía, no después de todo lo que había hecho y de las sombras adheridas a su alma.
Y aun así, en ese momento, sentado a su lado, sintió que su determinación flaqueaba. Por primera vez en mucho tiempo, quiso dejar atrás el peso de sus pecados, aunque solo fuera para alcanzarla y decirle cuánto la había extrañado.
Como si de pronto hubiera recordado algo, comenzó a buscar entre sus cosas y, al encontrar su billetera, dejó un puñado de billetes y monedas sobre la barra.
—Creo que es hora de marcharme—anunció—. Debo regresar a Konoha a primera hora y no quiero interferir con tu viaje.
Su corazón se hundió un poco al escucharla. ¿Interferir? ¿Era eso lo que pensaba? ¿Qué su presencia era una intrusión, algo que debía evitarse?
Antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, Sakura se giró, dispuesta a marcharse. Sasuke notó como la urgencia se apoderaba de él. No quería que el encuentro terminara de esa forma. No podía permitirlo.
—Sakura—la llamó, su voz más baja de lo que esperaba, casi suplicante.
Ella no se detuvo.
El impulso fue más fuerte que su razonamiento. Se levantó del asiento y se acercó a ella antes de que pudiera dar el siguiente paso. Con una suavidad que lo tomó por sorpresa, asió su muñeca, sintiendo de inmediato la calidez que emanaba de su piel, la suavidad que lo hacía consciente de cada fibra de su ser.
Ella se detuvo, rígida al principio, y lentamente giró la cabeza para mirarlo. Sus ojos lo encontraron, y por un instante, Sasuke vio algo ahí: sorpresa, duda, y quizás un rastro de algo más, algo que le daba esperanza.
—¿Tienes un lugar a donde ir?—preguntó rápidamente, atropellando las palabras.
Sakura parpadeó, sorprendida.
—No, vine directamente a la taberna.
Aquello lo dejó consternado. Sin pensarlo mucho, decidió que era la hora de dar el siguiente paso.
—Te acompaño—dijo, iniciando el camino sin darle oportunidad para objetar.
Ella no protestó, lo siguió por las bulliciosas calles iluminadas. La gente a su alrededor estaba demasiado absorta en su propia vida, riendo y charlando, pero Sasuke apenas era consciente de ello. Sus pensamientos giraban en torno a la mujer que caminaba a su lado.
¿De que podrían hablar? Pensó, su mente trabajaba frenéticamente en la búsqueda de un tema que no lo hiciera parecer torpe o desinteresado. Jamás había interactuado tanto tiempo con una chica. Karin era la excepción, pero incluso con ella, siempre había una barrera de formalidad que lo mantenía a salvo de ese tipo de incomodidades.
Antes era más fácil, recordó. Cuando ambos tenían doce años, siempre había alguien más que intervenía en sus conversaciones. Naruto, Kakashi. Pero ahora que estaban solos, sentía que las palabras se le atoraban en la garganta. Jamás se había sentido tan nervioso.
No era encantador como ella. Sakura siempre tuvo una facilidad innata para llenar los silencios incómodos con una sonrisa o una palabra amable. Sin embargo, ahora, al mirarla de reojo, notaba que ella también estaba sumida en sus propios pensamientos, su ceño ligeramente fruncido mientras sus ojos escaneaban el camino frente a ellos.
—Con que jōnin, ¿no es así?—murmuró, jocoso.
Sakura se tensó, y no pudo contener que una sonrisa se medió lado curvara la comisura de sus labios. Era extraño cómo siempre le provocaba esas reacciones, incluso después de tanto tiempo.
Cuando alzó la vista para responder, el sonrojó alcanzó sus mejillas, iluminando su faz con un calor que contrastaba con la oscuridad de la noche. Cuando finalmente sonrió, fue un gesto amplio y genuino que él recordaba a la perfección, y algo en su interior se retorció.
—Sí, es increíble, ¿Verdad?—respondió Saura.
Cada vez que decía algo como eso, la certeza lo golpeaba con fuerza: no había nadie como ella.
—Tratándose de ti, no lo es—dijo naturalmente, aunque sabía que esa afirmación acarreaba más peso de lo que estaba dispuesto a admitir.
Ella volteó los ojos.
—Estás siendo modesto.
Dejó escapar un risa breve, seca, sin apartar la mirada. Había algo curioso en su respuestas, algo que lo hacía sentir fuera de control.
—Para ser honesto, tú eras la única que tenía potencia—acotó.
Redujeron el paso al punto de detenerse, sus miradas vagaron por el entorno mientras intentaban decidir hacia donde ir.
—Ahora estás siendo amable—dijo Sakura, forzándose a hablar mientras lo miraba directamente—. Ambos sabemos que eso no es cierto.
Siempre duda de si misma, pensó, notando una punzada de frustración. No hacia ella, sino hacia la forma en la que el mundo la había convencido de que no era lo suficiente.
Miró más allá de las calles llenas de gente, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Lo eres—dijo finalmente, su voz más suave—. Solo que nunca lo has visto.
Volvió la mirada, y lo que quería decir era demasiado para expresarlo por completo.
—De no ser por ti, Naruto y yo habríamos muerto hace mucho tiempo.
La confesión salió más fácil de lo que esperaba, aunque dejó un extraño vacío en su interior. Era cierto, después de todo. Sin ella, sin sus manos hábiles, muchas de sus historias habrían terminado antes de empezar.
—Nunca desconfíes de tus habilidades, Sakura.
Aquello lo molestaba hasta la médula. Sakura era, por mucho, la kunoichi más brillante que conocía. Si bien, no había sido testigo de su arduo entrenamiento, de las largas horas que dedicaba a perfeccionarse, a convertirse en alguien indispensable para Konoha. Sabía lo mucho que luchó para ganarse el respeto y prestigio que ahora poseía. Y, sin embargo, era incapaz de verlo por sí misma.
Dondequiera que iba, no había un lugar en el que su nombre no fuese recitado con admiración. Era una referente entre los shinobis, una figura que dejó huella en la historia de la aldea. Su contribución a la guerra consiguió elevarla al estatus de un símbolo, una especie de mártir que todos miraban con reverencia.
Sasuke pensó en todo eso mientras la observaba, captando el leve parpadeó de sorpresa que cruzó por su rostro. Ella lucía desarmad.
—Deberías pasar a salir algún día—dijo Sakura tras una pausa—. Naruto estará encantando.
Ella apartó la vista, dirigiéndola hacia el cielo nocturno, como si la vastedad del firmamento tuviese todas las preguntas que no se atrevía a formular.
—Tal vez lo haga—respondió, aunque en su interior sabía que era una mentira a medias. Quería hacerlo, quería verlos a ella y a Naruto, pero algo siempre lo detenía. Su orgullo, la culpa, o quizá el simple hecho de que no estaba preparado para volver.
Finalmente, arribaron a una posada modesta. Sakura se detuvo y señaló hacia la entrada.
—Supongo que llegue a mi destino—rió, nerviosa.
Sasuke asintió, más no dijo nada al principio. Algo le presionaba el pecho, no tenía derecho a prolongar más ese momento. La había acompañado, hablaron más de lo que esperaba, pero al final, ese pequeño respiro compartido sería todo lo que tendría de ella.
Un borracho la empujó de repente, y él, con reflejos que eran su segunda naturaleza desde que era un niño, reaccionó al instante. Su mano se posó firmemente en su cintura para evitar que cayera, y el tacto hizo que un escalofrío recorriera su columna. Su cintura, pensó, notando la calidez de su cuerpo a través de la tela. Tragó grueso, reprimiendo la oleada de emociones.
—Tal vez debería entrar—susurró con dificultad.
Estaba más que de acuerdo con esa sugerencia, pero algo en su interior no la quería dejar ir, al menos no tan rápido.
Desde esa distancia era capaz de vislumbrar otros detalles en su rostro que, a simple vista pasaban desapercibidos, como las pequeñas pecas que decoraban el puente de su nariz y las mejillas, o el marcado arco de cupido que coronaba sus labios.
Al percatarse de que estaba prolongando el contacto más tiempo del que se consideraba normal, la soltó con cuidado, esforzándose por mantener la compostura.
—¿Dónde te quedarás?—quiso saber cuándo el sonido que anunciaba la tormenta alcanzó sus oídos.
—Seguiré con mi camino—respondió, demasiado sorprendido para dar una réplica más elaborada.
Sakura frunció el ceño y señaló el cielo oscuro, donde las nubes comenzaban a arremolinarse, cargadas de lluvia.
—Va a llover—advirtió.
Sasuke asintió, reconociendo el cambio en el aire, la humedad que ya se sentía en el ambiente.
—Soy consciente de ello—agregó. Tal vez la lluvia fría lo ayudaría a aplacar sus pensamientos.
Fue entonces cuando lo miró de nuevo, sus labios entreabiertos como si estuviera debatiéndose entre lo que quería decir y lo que debía callar. Finalmente, las palabras salieron.
—¿Quieres pasar la noche conmigo?—comenzó, con un ligero rubor cubriendo sus mejillas.
Él la miró, sorprendido. Su mente se quedó en blanco por un segundo, y luego un millón de pensamientos lo asaltaron de golpe. ¿Debería? ¿Por qué lo estaba ofreciendo? ¿Qué significaba eso para ella?
Jamás habría esperado que fuera tan directa, aunque, si lo pensaba bien, tratándose de Sakura, tal vez no debería asombrarse tanto.
Ella se dio cuenta del peso de sus palabras, porque rápidamente se corrigió.
—Me refiero a que… podríamos compartir habitación—dijo en tono apaciguador, pero la preocupación en sus ojos era evidente—. Pronto comenzará a llover, y no estaré tranquila si te marchas ahora.
Desvió su atención un momento, fijándola en las calles ahora más vacías, mientras el eco de su declaración resonaba en su mente, ¿qué era lo peor que podía pasar?
La verdad era que no quería marcharse, no ahora mismo.
—Está bien—concedió—. Me marchare al amanecer—agregó.
—¿Eso es un sí?—preguntó, impresionada.
—¿Vienes?—replicó mientras abría la puerta, invitándola a ingresar.
Ella pasó a su lado y, a la par que ingresaban, no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo más podría permitirse estar cerca de ella antes de que su propia resolución se desmoronara.
A pesar de que por fuera lucía como una persona imperturbable y completamente en control de sus emociones, Uchiha Sasuke estaba al borde del colapso. Los nervios se apoderaron de cada fibra de su ser mientras caminaban en silencio por el pasillo iluminado. El eco de sus pasos era lo único que rompía la quietud del ambiente.
Aunque había compartido espacios con Sakura en el pasado, en ese momento se sentía radicalmente distinto. Existía algo íntimo en la manera en que el mutismo los envolvía, algo casi transgresor en la proximidad de sus cuerpos. Se repetía que no tenía importancia, solo era una habitación como cualquier otra, pero una parte de él sabía que mentía.
Al llegar a la puerta, tomó la llave firmemente, aunque su mente estaba lejos de estarlo. Con un movimiento preciso, la introdujo en la cerradura y giró, abriendo la puerta.
Encendió la luz y ambos se detuvieron en el umbral, observando el reducido espacio que les aguardaba. La habitación contenía lo esencial: un baño pequeño en la esquina, un televisor antiguo montado sobre un soporte, un par de sillas junto a un escritorio bajo una ventana cubierta por cortinas pesadas, y dos camas individuales a los costados.
Era austero, sencillo, y sin embargo, a Sasuke le parecía que la atmosfera estaba cargada de algo más. Algo que no conseguía definir.
Sin decir una palabra, se quitó la capa negra de un solo movimiento, dejándola caer sore una de las sillas. Sakura a su lado, lo imitó. Desabrochó la parka metódicamente, colocándola sobre el respaldo de la otra silla. No lo miró, y Sasuke agradeció en silencio esa pequeña concesión.
¿Qué se supone que debía hacer ahora?
Consciente de cada movimiento, cada gesto, avanzó hacia una de las camas. La afonía entre ambos era densa, palpable, y aunque una parte de él estaba más que feliz con ello, la otra lo encontraba insoportablemente opresivo.
La observó de reojo mientras colocaba su mochila con cuidado junto a la puerta, deambulando con una gracia natural que desafiaba cualquier esfuerzo por no mirarla.
—Si no te molesta, tomaré una ducha—anunció Sakura, interrumpiendo sus pensamientos.
—Adelante—respondió; sintió un leve tirón en su pecho al hablar.
Ella recogió lo necesario y se dirigió hacia el cuarto de baño. Apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo antes de escuchar el leve clic de la puerta al cerrarse tras ella.
Soltó el aire contenido en sus pulmones en un suspiro lento y cerró los ojos. Eso era una mala idea. Una pésima, absurda, y condenadamente insensata idea. ¿Cómo había terminado en ese situación?
Se quitó el chaleco y lo dejó caer sobre la cama. Se pasó una mano por el cabello en un patético intento por calmar su mente. Entonces llegó el sonido: el suave murmullo del agua comenzando a caer del otro lado de la puerta.
Su cuerpo se tensó.
Era obsceno, absolutamente inapropiado, pero su cerebro comenzó a traicionarlo, dibujando imágenes que no deberían estar ahí. Ella se encontraba al otro lado de esa puerta, sin ropa. La sola idea fue suficiente para que una ola de calor ascendiera por su cuello, llegando hasta la punta de sus orejas.
—Tsk…—chistó, reprendiéndose a sí mismo.
¿Por qué demonios actuaba como un adolescente? Ni siquiera en esa estaba de su vida había experimentado ese tipo de cosas en torno a una mujer. Siempre estuvo demasiado ocupado, enfocado en su entrenamiento, en la venganza, en todo menos en algo tan trivial como el deseo.
¿Por qué ahora? ¿Por qué ella?
Caminó hacia la ventana y apartó las cortinas, observando la oscuridad del exterior. La ligera llovizna comenzó a caer, tal como Sakura lo había predicho, y el repiqueteo de las gotas en el cristal le ofreció un respiro momentáneo de su caos interno.
Pero no era suficiente. Por mucho que intentara desviar la atención, su mente regresaba al mismo punto, como un péndulo que no podía detenerse. La cercanía, su voz, el leve aroma a flores que siempre la rodeaba…
Golpeó el marco de la ventana con los nudillos, frustrado consigo mismo. Era patético. Sakura no merecía ser objeto de pensamientos tan banales, no después de todo lo que ella era, todo lo que representaba.
Respiró profundamente, procurando recuperar el control que sentía resbalar entre sus dedos. Si iba a sobrevivir esa noche sin perder completamente la compostura, tendría que mantenerse firme, sereno y, sobre todo, lejos de cualquier pensamiento inapropiado.
Escuchó un ruido proveniente del baño y se apresuró hacia la puerta. Colocó la mano sobre el pomo, pero la duda frenó todos sus movimientos. Decidió llamar, más por costumbre que por real necesidad.
—¿Estas bien?—averiguó, tratando de captar cualquier señal de alarma.
—Sí, lo estoy—la escuchó decir, tranquila.
Antes de que pudiera añadir algo más, escuchó el sonido del seguro caer en la puerta. Frunció el ceño al instante. Sabía que lo estaba evitando, resguardándose en su propio espacio, en su propio mundo. Ambos eran compañeros, y no podían cruzar esa delgada línea consumida por los años. Su relación era extraña, contenida, forjada en el deber. Ahora, sin embargo, todo amenazaba con desmoronarse, y esa "amistad" estaba al borde de algo que no sabía cómo manejar.
Resignado, se apartó de la puerta, dio media vuelta y se dirigió hacia la cama. Se tumbó sobre el colchón sin hacer ruido, mirando al techo, perdido en sus pensamientos. La conocía desde que eran niños, sabia casi todo sobre ella. La dulzura con la que siempre le había hablado, la delicadez que se reflejaba en cada uno de sus gestos, su bondad. Creció junto a él, y ahora todo estaba a punto de volverse inaccesible, como si hubiera algo entre ellos que impedía cualquier acercamiento real.
El sonido del agua corriendo retumbaba en sus oídos. Unos segundos más tarde lo escuchó detenerse. Se incorporó lentamente, el nerviosismo se apoderaba de él nuevamente. Ella estaba a punto de salir del baño. Se sentó al borde de la cama, su cuerpo rígido, consciente de la proximidad de ella.
La puerta se abrió suavemente, y Sakura emergió envuelta en vapor. Su cabello, aun húmedo, se pegaba a su cuello y clavículas, pequeñas gotas deslizándose con pereza hasta perderse bajo el borde de la bata azul que ahora vestía. La tela ligera se adhería a su cuerpo con la devoción de un amante, delineando cada curva, cada detalle de su silueta con una precisión que rozaba la provocación involuntaria. Su piel, aun tibia por el baño, brillaba suavemente, y en su rostro persistía un rubor discreto, un matiz rozado que alcanzaba también sus labios entreabiertos.
Sasuke desvió la mirada en el instante en que ella habló.
—Puedes usar el baño—anunció, despreocupada, ajena a lo que su imagen provocaba en él.
Por un segundo, quedó inmóvil, con los músculos tensos bajo la tela. Luego, sin responder, se puso de pie y cruzó la habitación en silencio, pasando junto a ella sin mirarla. Su presencia era un peso invisible en el aire, denso, casi tangible. Entró al baño y cerró la puerta detrás de él, confinándose en el único espacio donde podía recuperar control de su propio cuerpo.
El vapor impregnaba el cuarto con un aroma tenue a jabón y lavanda. Un escalofrío recorrió su espalda al quitarse la camisa. La dejó caer al suelo sin cuidado antes de despojarse del resto de la ropa. Se miró de reojo en el espejo empañado, el reflejo apenas un borrón, un esbozo de sí mismo.
Era un descarado. Un maldito pervertido
Había interpretado la situación de la peor manera posible, vio algo más en un gesto que solo tenía la intención de ofrecerle refugio. Sakura era pura en su hospitalidad, sin dobles intenciones, sin la malicia que él mismo proyectaba en su mente. Y aun así, reaccionaba como si existiera un significado oculto en sus acciones.
Frunció el ceño y cerró los ojos un minuto, intentando disipar el ardor acumulado en su pecho.
Abrió la llave del agua fría. Un escalofrío recorrió su piel cuando el primer chorro golpeo su espalda, haciéndole contener el aliento. Apretó los dientes y permitió que el líquido corriera por su cuerpo, arrastrando consigo el calor residual de sus pensamientos indeseados. Sus dedos se deslizaron por el cabello empapado, en movimientos automáticos, mecánicos.
El agua gélida ayudaba, pero no lo suficiente.
Cada gota resbalaba sobre la línea de su mandíbula, el cuello, su pecho, disipándose un vaho trasparente antes de perderse en el drenaje. Sus músculos, tensos al principio, comenzaron a relajarse poco a poco. Intentó vaciar su mente, centrar su atención en la sensación del agua golpeando su piel, en la respiración pausada. Y, por un momento, casi lo consiguió.
Cuando cerró la llave, tomó una de las toallas colgadas junto a la puerta, la pasó sobre su cabello y torso. En el perchero descansaba otra bata, idéntica a la de Sakura. La alcanzó, vacilante, antes de deslizarla sobre su cuerpo. Un suspiro apenas perceptible escapó de sus labios ante el roce de la tela suave en su piel húmeda.
Se quedó inmóvil un segundo o más de lo necesario, aunando las fuerzas suficientes antes de girar el picaporte y salir del baño.
El aire de la habitación era más cálido en contraste con la gelidez remanente en su piel. Su mirada se alzó discretamente, y lo primero que vio fue la más baja en el centro de la estancia. Sobre ella, humeante y fragante, se desplegaba un festín que no estaba ahí antes. Un par de tazones de sopa, arroz al vapor en cuencos de cerámica esmaltada, pequeños platos con guarniciones dispuestas con precisión y, al centro, una botella de sake con dos vasijas a juego.
Pero lo que realmente capturó su atención fue ella.
Estaba sentada junto a la mesa, con las piernas dobladas bajo su cuerpo en una postura relajada. Su cabello lucía seco en su mayoría, cayendo con naturalidad, y la bata azul que llevaba se acomodaba con desenfado sobre su figura. Había algo en la forma en que sus manos reposaban sobre sus mulsos, en la manera en que sus orbes se mantenían bajos, observando la comida con calma calculada.
Al escuchar la puerta abrirse, alzó la mirada.
—No sabía si tenías hambre, así que me tome la libertad de pedir algo de sopara para acompañarlo con el sake—dijo por fin, procurando restarle importancia al gesto.
La observó un rato más, captando los detalles que no podía permitirse mirar por demasiado tiempo. No solo la escena que ella le presentaba, sino la que se desplegaba en su mente: la intimidad de la situación, el peligroso equilibrio sobre el que ambos caminaban sin querer reconocerlo.
Se limitó a asentir.
Al exterior, la tormenta se había desatado con furia. Un resplandor eléctrico rasgó la oscuridad del cielo, proyectando sombras efímeras dentro de la habitación. El trueno que le siguió retumbo con tal potencia que por poco hace vibrar los cimientos de la posada, y entonces, como si se tratara de un presagio final, el diluvio cayó con brutalidad sobre el tejado, un tamborileo incesante que al principio apagó los demás sonidos.
Sasuke desvió la mirada hacia la ventana. Las gotas golpeaban el vidrio con fuerza, deslizándose en gruesos hilos que distorsionaban la vista de la noche al otro lado. La escena era sofocante en su propio modo; el mundo se cerró sobre ellos, atrapándolos en un espacio reducido donde la única realidad que importaba era la presencia del otro.
Se sentaron junto al tatami, uno frente al otro, con la mesa baja como única barrera entre ambos.
El vapor que se elevaba de la sopa dibujaba remolinos invisibles en el aire, un aroma cálido que contrastaba con la rudeza del clima exterior. Sakura tomó un par de palillos y los deslizó entre sus dedos antes de inclinarse sobre el cuenco.
Hizo lo mismo. No estaba particularmente hambriento, pero comer le daba algo en que ocuparse, algo en qué distraerse.
Mientras lo hacía, la observó.
Se veía cansada por el viaje, quien sabe desde hace cuánto tiempo estaba en misión.
—Sobre tu viaje…—comenzó a hablar ella, como si intentara disipar la incomodidad que flotaba entre los dos.
Apenas levanto la vista de su cuenco antes de responder.
—He conocido muchos lugares—dijo, calmado—. Realizo algunos trabajos para las personas que necesitan ayuda y, de vez en cuando, llevo a cabo algunas misiones para la aldea.
Lo dijo sin énfasis, sin nada de emociones. Como si su vida errante fuera algo que simplemente sucedía, sin mayor trasfondo.
Pero Sakura no era tonta.
Sabía que sus palabras ocultaban algo más de lo que revelaban.
Se quedo callada, bajó la mirada a la superficie cristalina de su sopa, observando el reflejo de la luz temblar con cada movimiento de sus manos. Había esperado esa respuesta, una versión medida de la verdad, lo suficiente para satisfacer la conversación sin llegar demasiado lejos.
Él tampoco hizo el esfuerzo para llenar el silencio.
La tormenta afuera continuaba con su feroz danza, el sonido del viento golpeando las ventanas hacía eco del torbellino de pensamientos arremolinados en su interior.
Si bien su viaje de redención era la excusa perfecta para mantenerse lejos de Konoha, todavía no terminaba de asimilar del todo lo que los ancianos y otras personas en el poder le habían hecho a su familia. Sabía que muchos lo consideraban una forma de expiación, de penitencia autoimpuesta por los errores del pasado. Pero la verdad era más compleja que eso.
No estaba seguro de querer regresar.
No estaba seguro de querer asentarse en el sitio donde la sangre de su clan había sido derramada.
Había momentos en los que pensaba que podría intentarlo, que Konoha aún tenía algo para él. Personas que le importaba, vínculos no completamente destruidos. Pero luego recordaba. Recordaba las noches en las que el peso de la historia era insoportable, cuando la sombra de su familia lo arropaba como un espectro que jamás podría dejar atrás.
¿Realmente podría llamarlo hogar otra vez?
No tenía la respuesta.
Así que en lugar de buscarla, llevó otro bocado hasta sus labios y permitió que el mutismo hablara por él.
—Kakashi-sensei mencionó algo sobre un altercado en Iwagakure—dijo ella, mientras deslizaba los palillos entre el arroz, comiendo con parsimonia.
Sasuke tomó otro sorbo de sopa antes de responder.
—Nada de lo que no pudiera encargarme—dijo en tono despreocupado, casi desinteresado—. Se trataba de una banda de forajidos, ninjas renegados.
Hizo una pausa breve, valorando cuánto decir.
—Consiguieron atacarme—añadió finalmente—. Ha sido complicado adaptarme al modo de lucha con un solo brazo.
No era una confesión, tampoco un pedido de lástima. Era un hecho. Un simple ajuste de la realidad.
Pero lo sintió de inmediato: el mínimo cambio en su expresión.
Fue apenas un desliz en la línea de su mirada, un reflejo instintivo, pero Sakura desvió los ojos hacia la zona donde se suponía que debía estar su brazo izquierdo, donde ahora yacía un muñón oculto bajo la manga de la bata.
Ella no dijo nada.
Él tampoco.
El sonido la tormenta se filtraba por las paredes, el golpeteo de la lluvia más feroz que antes.
Dejó el cuenco en la mesa. No era particularmente sensible al tema de su brazo, pero aun así, no le gustaba ser objeto de miradas prolongadas, ni presa de silencios que acarreaban más significado del que estaba dispuesto a abordar.
—¿Sabes?, Tsunade-sama también hizo una prótesis para ti—dijo Sakura de repente, considerando apropiado hablar del tema.
Sus palabras quedaron suspendidas, atrapadas en una afonía que se prolongó lo suficiente para tornarse intolerable.
Lejos de insistir, tomó la jarra de sake y vertió el líquido en dos pequeños contenedores de cerámica.
Esperó pacientemente.
Sasuke bebió su trago con elegancia, sin hacer ruido, pero no pudo evitar estrujar los párpados en una mueca de disgusto cuando el ardor del alcohol descendió por su garganta.
Lo cierto era que no merecía nada de lo que Sakura pudiera ofrecerle. Ni siquiera su preocupación, ni su compañía o la oportunidad de recuperar lo que había perdido por culpa de su mal juicio y la insaciable sed de venganza.
La ausencia de su brazo era un recordatorio. Una cicatriz indeleble que no podía ser borrada.
—Agradezco el esfuerzo, pero mi respuesta sigue siendo la misma—dijo al fin, con una calma que pretendía ser definitiva.
Sakura arrugó el entrecejo, esperaba esa respuesta, pero eso no quería decir que se negara a captarla sin más.
—Entiendo que no quieras atravesar el proceso de rehabilitación—admitió—, pero ¿Qué otros motivos hay?
Dejo el pequeño vaso sobre la mesa con un sonido sordo.
—Es un recordatorio constante de lo que hice—sus palabras cayeron con peso indiscutible—. No merezco ser recompensado por ello. Ambos sabemos que Kakashi fue sumamente generoso al concederme el perdón.
Ella apretó los labios.
—Tu intervención durante la guerra fue valiosa—insistió—. De no haber sido por ti, jamás habríamos conseguido derrotar a Kaguya.
Desvió la mirada, y aunque su expresión no era exactamente desdén, tampoco era de aceptación.
—Sólo me permitieron vivir por el Rinnegan…
Se interrumpió de pronto.
Un pensamiento cruzó por su mente, tan abrupto que lo hizo fruncir levemente el ceño.
—Todo lo que hice después de sellar a Kaguya estuvo mal—musitó, admitiéndolo por primera voz en voz alta.
Sabía la verdad.
No era un héroe como Naruto.
Era una herramienta. Un medio para un fin.
Y, como el último Uchiha, los ancianos de Konoha no podían darse el lujo de desecharlo.
Sin embargo, esa noche no quería discutir ni desvelar lo que sentía respecto a la aldea. Había muchas cosas que aún no estaba listo para decir en voz alta, y menos a ella.
Así que, en su lugar, decidió desviar la conversación hacia otro cauce.
—Naruto me habló sobre el proyecto del pabellón de salud mental infantil.
Sakura levantó la vista, sorprendida por el cambio repentino de tema.
—¿Cuándo lo viste?—quiso saber.
—Hace seis meses—resopló, rellenando los vasos vacíos—. Kakashi nos envió a una misión. Y sabes cómo es, eventualmente terminó hablando de tu nuevo proyecto.
Un brillo especial apareció en sus ojos, uno que no pasó desapercibido para él.
—Es complicado, pero todo marcha bien—sonrió, orgullosa—. Algunas personas optan por ver la fealdad del mundo. El desorden. En cambio, yo prefiero ver la belleza, y dicha belleza reside en las segundas oportunidades.
Intentó hablar con ligereza, pero su discurso tenía un matiz de emoción contenida que la delataba.
—Lo lamento, suelo parlotear cuando toco el tema—añadió de inmediato, apenada, mientras llevaba un mechón de cabello detrás de su oreja.
Observó el gesto con una atención que no pretendía demostrar y, antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa discreta se extendió por su rostro.
Sakura parpadeó, sorprendida por la intensidad del contacto visual. Algo en su expresión la hizo sentir vulnerable de una manera que no esperaba, y sin pensarlo, apartó la mirada para ocultar el leve rubor en sus mejillas.
Era increíble escucharla hablar con tanta pasión, verla volcar su alma en sus sueños, metas y deseos.
—Sasuke—lo llamó tímidamente, insegura de cómo proceder—. Quiero que seas sincero conmigo—comenzó a decir—. ¿Alguna vez consideraste volver a la aldea?
El hechizo se rompió.
Nuevamente regresaban al punto que tanto deseaba evitar, el tema que estaba dispuesto a evadir y del que todavía no se sentía listo para hablar.
—No…—tragó saliva—. Al menos no pronto.—Concluyó, apartando la mirada de ella.
—¿Por qué nunca me escribiste?—le reprochó.
Su boca estaba apretada con expresión de censura, incluso de asco.
—Todo lo que se de ti es gracias a Naruto o Kakashi, pero nunca hablas conmigo—continuó, cautelosa—. No sé lo que haces, adónde vas, hacía donde te diriges. No sé nada de ti, Sasuke ¿sabes lo alarmante que es eso?
Abrió la boca para decir algo, pero ninguna palabra se formuló en su garganta.
Ella esperó. Quería escucharlo, necesitaba que dijera algo, cualquier cosa que le diera una razón para no sentirse tan olvidada. Pero solo mantuvo la boca entreabierta, como si cualquier respuesta que se le ocurriera fuera a traicionarlo.
El silencio se extendió entre ellos, espeso, como una niebla.
—¿Por qué me mentiste?—fue la siguiente pregunta, sonaba más dolida—. Prometiste regresar y no lo hiciste, y tampoco tienes planeado hacerlo.
Cerró los ojos por un instante, cono si su cuerpo reaccionara con cansancio ante sus propias decisiones. Luego, cuando volvió a mirarla, su rostro era impenetrable.
—Hablaba en serio cuando te dije que cumpliría mi promesa—dijo rápidamente, una defensa automática.
—Existe una enorme diferencia entre pensar y actuar, son cosas opuestas—replicó Sakura, con una amargura que no fue capaz de disimular. Se llevó una mano a la cara, presionando con fuerza contra los rabillos de sus ojos, tratando de contener la frustración—. ¿Acaso pretendes que espere toda la vida por ti?
—Jamás te pediría que hicieras eso por mi—murmuró.
Lejos de aliviarla, su réplica provocó que algo más se rompiera.
Las manos de Sakura temblaban ligeramente mientras se aferraba al borde de la mesa, con los nudillos blanqueándose bajo la presión. Sus ojos esmeralda, normalmente brillantes, estaban nublados por la ira, dolor y algo más profundo, algo parecido a la resignación. El leve rubor en sus mejillas, remanente del alcohol, apenas disimulaba la palidez de su piel, desprovista de su vitalidad habitual. Siempre fue de las personas que llevaba el corazón en la manga, sus emociones eran crudas y sin filtros, y esa noche no era la excepción.
—Mierda, lo siento, Sasuke… No quería decir eso. Me dejé llevar por el momento—balbuceó.
Sus disculpas le parecieron insuficientes, incluso a sus propios oídos, pero era todo lo que podía hacer
La luz proyectaba sombras sobre su rostro, acentuando las afiladas líneas de su mandíbula y los huecos bajo de sus ojos.
Su cabello oscuro caía en mechones rebeldes, ocultando parcialmente el Rinnegan, el ojo que había visto y soportado demasiado. Era un hombre tallado en la soledad, su sola presencia era una paradoja: un bálsamo y una espada a la vez. Siempre fue un maestro de la contención, sus emociones encerradas tras un muro impenetrable, pero esa noche, incluso él vacilaba.
—No pasa nada—dijo, mesurado—. Tienes todo el derecho a estar molesta.—Hizo una pausa y sos ojos de ónice la miraron durante un breve instante antes de volver a la vasija vacía que tenía en la mano. Esperó, tanteando la atmosfera entre ellos, calibrando si aquel momento fracturaría algo irreparable o si podría arreglarse, como tantas cosas entre ellos lo habían hecho antes.
Al no recibir una respuesta inmediata, decidió continuar:
—Deberíamos descansar—agregó—. Los dos hemos bebido demasiado.
Era un hombre atormentado por su pasado, impulsado por un sentido del deber que dejaba poco espacio para cualquier otra cosa. Y, sin embargo, a pesar de su fuerza, había en él una fragilidad que sólo ella veía, una vulnerabilidad que la hacía querer acercarse y protegerlo de la oscuridad que lo seguía.
—Sasuke…—susurró, su voz apenas audible, un frágil hilo . Era una súplica, una pregunta, una declaración, todo a la vez.
Por mucho que le costase admitirlo, Sakura siempre fue un ancla, su vínculo con el mundo, incluso cuando él no se daba cuenta. Y aunque siempre le había hecho daño, la había traicionado, no podía dejarla marchar.
Respiró entrecortadamente al oír su nombre. Levantó la vista, y su mirada se encontró con la de ella por primera vez desde la discusión. En ese momento, los muros que había construido con tanto cuidado se tambalearon, sólo por un segundo, revelando la confusión debajo. Era un hombre de pocas palabras, pero ahora dar una respuesta era más que inadecuado. ¿Cómo podía explicar las decisiones que había tomado, los sacrificios que había soportado, cuando él mismo apenas los comprendía?
—Te prometo que me iré en cuanto salga el sol—murmuró. Era una concesión, un reconocimiento del dolor infligido, pero también un recordatorio de la distancia que había entre ellos. No podía quedarse, no realmente. Su camino era uno que tenía que recorrer solo, incluso si eso significaba dejarla atrás una vez más.
Dicho eso, se levantó de su asiento y dirigió el andar hacia la cama. El cuarto se encogió a su alrededor, las paredes se cerraron a medida que la presencia de Sakura llenaba el espacio entre los dos. El repentino agarre en su muñeca era firme, anclándolo en su sitio, aunque podría haberse soltado fácilmente si hubiese querido. Pero no lo hizo. En lugar de eso, se quedó allí, clavado en el sitio, con la respiración entrecortada cuando ella se acercó y sus ojos esmeralda se clavaron en los suyos con una intensidad que lo dejó momentáneamente paralizado.
Levantó la otra mano, temblorosa, para acariciarle la nuca. Su tacto era cálido, tentativo, como si temiera que pudiera apartarse en cualquier momento. La mente de Sasuke se agitó, un torbellino de emociones y pensamientos contradictorios que no conseguía desentrañar. Siempre fue un hombre de acción, de decisiones calculadas, pero eso… eso era territorio desconocido. Su cuerpo se tensó, sus músculos se enroscaron como un resorte, pero no hizo nada para detenerla.
Sus rostros estaban a escasos centímetros, lo bastante cerca para que él pudiera sentir el calor de su aliento contra su piel. Era suave, irregular, delatando el nerviosismo que ella se esforzaba por ocultar. Sus labios rozaron los de él, ligeros y vacilantes, tanteando el terreno. El contacto fue breve, pero le produjo una sacudía, una chispa que encendió algo en lo más profundo de su ser.
Su respiración se cortó a medida que su pecho se estrujaba; exhaló un suspiro tembloroso. Era su primer beso, su primer beso de verdad, y no tenía ni idea de qué hacer. Su mente, normalmente tan aguda y concentrada, estaba sufriendo un cortocircuito, abrumada por la absoluta falta de familiaridad con la situación. Había enfrentado a innumerables enemigos, dominado un sinfín de jutsus, pero eso… eso era algo totalmente distinto. No era una situación que pudiera analizar o elaborar estrategias. Era cruda, sin filtros y totalmente desarmante.
Sus pensamientos volvieron a aquel absurdo incidente con Naruto años atrás: un beso torpe y accidental que los dejo mortificados y con el juramento de nunca volver a hablar de ello. Pero eso era diferente. Esta era Sakura. La chica que siempre estuvo ahí, firme e inquebrantable, incluso cuan le había dado todas las razones para alejarse. La chica que amaba con una ferocidad desconcertante y le humillaba a la vez.
Volvió a unir sus labios, esta vez con un poco más de confianza, aunque había una persistente incertidumbre en la forma que se movía. Cerró los ojos, con la mente en blanco, mientras se dejaba llevar. No sabía lo que estaba haciendo, no sabía si lo estaba haciendo bien, pero se encontró respondiendo instintivamente, su boca moviéndose contra la de ella en una danza torpe y descoordinada.
Era incómodo, desordenado y estaba lejos de ser perfecto, sin embargo, había una dulzura innegable en el gesto, una vulnerabilidad que le hacía doler el pecho. Los dedos de Sakura se apretaron contra su nunca, temiendo que se apartara. Pero no lo hizo. En lugar de eso, se inclinó hacia ella y posó la mano sobre su cintura, un tacto tentativo, casi reverente.
Profundizaron el beso, lento, tentativo, temerosos de romper el hechizo instalado sobre ellos. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, a un ritmo rápido y entrecortado que resonaba en sus oídos. Nunca se había sentido tan fuera de sí, tan perdido, y sin embargo, había un extraño consuelo en ello, una sensación de corrección que no podía explicar.
Cuando se separaron, fue con un suave suspiro, casi a regañadientes. Sakura tenía las mejillas sonrojadas y la respiración agitada mientras buscaba en su rostro alguna señal de cómo se sentía. Sasuke, por su parte, no tenía palabras. Su mente continuaba tambaleándose, de lo único que tenía certeza era que ese beso, había cambiado algo entre ellos. Algo fundamental.
Sus respiraciones se mezclaron en el estrecho espacio que los separaba, cálidas e inestables. Permanecieron allí, con las frentes casi tocándose, sus ojos buscando mutuamente algún permiso, una afirmación. Y entonces, atraído por una fuerza invisible, la acercó más hasta que no quedó espacio entre ellos.
Esta vez, cuando sus labios se encontraron, no hubo vacilación ni incertidumbre. El beso fue más profundo, deliberado, ambos habían cruzado un umbral invisible y no había vuelta atrás. Las manos de Sakura se dirigieron a sus hombros a la vez que su movió su propia mano hacia la parte baja de su espalda, apretándola más, y el contacto el produjo un escalofrío.
Y entonces, tentativamente, las puntas de sus lenguas se rozaron. Fue una caricia fugaz y exploratoria, lo suficiente para encender algo que ninguno de los dos había previsto. Sakura soltó un suspiro suave e involuntario, rompiendo una barrera invisible, dejándolos expuestos.
Se apartó un poco, con la respiración entrecortada, y sus ojos oscuros escrutando los de ella con una mezcla de anhelo y conflicto.
—No deberíamos…—murmuró, su voz apenas un susurro. Era una protesta carente de convicción. Estaba intentando convencerse a sí mismo. Su mano seguía apoyada en la espalda de ella y sus dedos temblaban contra su piel, delatando la agitación que sentía en su interior.
Pero Sakura no escuchó. No podía. La atracción entre ellos era demasiado fuerte. Volvió a inclinarse y sus labios encontraron los de él con una urgencia que la sorprendió. Llevó las manos a su rostro, rozando con las dedos la piel fría de sus mejillas, procurando memorizar cada detalle de aquel momento.
—No—coincidió, pero sin apartarse. En lugar de eso, volvió a besarlo, esta vez más profundo, intentando acallar las dudas que le rondaban por la cabeza.
El beso fue una colisión, una fusión de dos almas que habían orbitado una alrededor de la otra por mucho tiempo. Fue desordenado e imperfecto, lleno de emociones crudas y sin filtrar. Y, sin embargo, en esa imperfección había una especia de belleza, una hermosura que provenía de la pura honestidad de la coyuntura.
—Es una mala idea—su voz, grave y áspera, reverbero en el pequeño espacio; la respuesta era más un gruñido que un discurso.
Su boca volvió a chocar contra la de ella, hambrienta e insistente, como si quisiera consumirla, de borrar toda duda, todo miedo, toda pizca de resistencia entre ellos. Sus lenguas se enredaron en un ritmo más salvaje y desesperado que antes, una danza que hablaba de años de anhelo reprimido y deseo no expresado.
Con una audacia que la sorprendió incluso a ella, levantó una pierna, enganchándola alrededor de su cintura, atrayéndolo más cerca. Sasuke aferró la mano instintivamente a su muslo, sus dedos se clavaron en su piel posesivamente.
—Estoy de acuerdo con ello—espetó entre jadeos.
Sasuke respondió sin palabras, con un sonido bajo y gutural que vibró contra sus labios. Cada nervio de su cuerpo estaba encendido, cada caricia, respiración y movimiento avivaba el fuego que ardía entre ellos.
—Más, Sasuke-kun—susurró; una súplica envuelta en un suspiro. Sus ojos se encontraron con los de él, abiertos y suplicantes, llenos de una vulnerabilidad que reflejaba lo mismo—. Podemos arrepentirnos por la mañana.
Aquellas palabras fueron el aliciente perfecto para esfumar la poca cordura que le restaba. Eran simplemente dos personas, perdidas una en la otra, cediendo a un deseo que hervía bajo la superficie durante mucho tiempo.
Respiró entrecortadamente. Volvió a inclinarse hacia ella y sus labios capturaron su boca en un beso tierno y feroz a la vez.
Sin saber muy bien cómo, terminó postrado al borde de la cama con Sakura sentada en su regazo, ambos muslos rodeando sus caderas. Él la estrechó más. No tenía ningún pensamiento, ninguna fuerza de voluntad, nada salvo una sensual mezcla de oscuridad y deseo mientras la besaba con una intensidad tan ciega y voraz que casi podía notar cómo ambas almas se unían.
Denodado, se dispuso a acariciar la extensión de piel tersa de uno de sus muslos, subió poco a poco hasta alcanzar su cadera, trazando un camino incandescente con la yema de sus dedos que la hizo detenerse.
—¿Sucede algo malo?—preguntó, confundido, escrutando su rostro en alguna señal que le brindara indicativo de que se dirigían al desastre.
Ella negó con la cabeza.
—No… solo estoy nerviosa. Eso es todo—replicó.
Contuvo las ganas de reír. Sakura era por mucho la mujer más fuerte y valiente que había conocido en su vida. Era insólito que la Kunoichi más formidable de su generación se sintiera inquieta ante esa situación.
—¿Por qué luces tan calmado?—lo increpó de inmediato, acusatoria incluso.
—No lo estoy—dijo; una leve y casi imperceptible sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. Para demostrarlo, le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella hasta que su palma quedó apoyada en su pecho. Sus hermosos ojos esmeraldas se abrieron de par en par al sentir el rápido y errático latido de su corazón bajo su contacto, un ritmo que emulaba el suyo—. ¿Ves?—murmuró él—. No estoy tranquilo en absoluto.
Sakura separó los labios a causa de la sorpresa, sus dedos se curvaron contra su pecho, tratando de calmar el tempo desenfrenado de su corazón. Siempre había visto a Sasuke como alguien inquebrantable, alguien capaz de enfrentarse a cualquier desafío con una serenidad glacial. Pero esto… esto era diferente. Era crudo, sin filtros, y la hizo sentir algo que no podía nombrar.
—Podemos parar—sugirió de pronto, sus ojos escudriñando los de ella en busca de cualquier signo de vacilación—. No tenemos que ir más lejos.
Hablaba como si la vida fuese lo suficientemente generosa para otorgarles una segunda oportunidad. Y, aunque muy en el fondo Sasuke deseaba que así fuera, sabía que sus caminos no convergerían pronto.
Ante la sugerencia, Sakura sacudió la cabeza.
—No—dijo con firmeza, a pesar del rubor que le subía por el cuello—. No pasa nada.
Antes de que pudiera responder, se inclinó hacia él y lo besó con ternura e insistencia. Deslizó las manos hasta sus hombros y aferró los dedos a la tela de la bata, como si se anclara a él. Su respiración se entrecortó e instintivamente llevó una mano haca su cintura.
Para probar su punto, la kunoichi movió las caderas, lo suficientemente deliberada y calculado para que la fricción entre ellos desatara una descarga eléctrica en ambos. Incapaz de contenerse, Sasuke emitió un gemido bajo y gutural, amortiguado por sus labios. La agarró con más fuerza, clavando la punta de los dedos en su piel mientras luchaba por mantener el control.
La sensación era abrumadora. El calor del cuerpo de Sakura contra el suyo, la forma en que se movía con una confianza que contradecía su inexperiencia… todo era demasiado y, sin embargo, no era suficiente. Su mente, normalmente aguda y centrada, estaba nublada por el deseo y la necesidad, sus pensamientos se reducían a un único instinto primario: ella.
—Sakura…—suspiró, aferrándose a los últimos jirones de autocontrol. Pero ella no amainó, en lugar de eso, volvió a besarlo, moviendo sus caderas contra las de él, coaccionándolo a responder del mismo modo.
El aroma de Sakura era demasiado cautivador, el sonido de su respiración demasiado excitante.
En sus veintidós años de vida, jamás se aventuró a imaginar que, en algún punto, acabaría envuelto en una coyuntura de ese envergadura con su compañera de equipo, a la cual conocía desde que eran niños.
Ella se apartó un poco, lo suficiente para permitirle ver la manera en que sus manos trémulas deshacían el nudo que sujetaba su bata hasta desvelar su perfecto torso desnudo.
Él tragó grueso, demasiado mesmerizado para articular alguna respuesta coherente. Maldijo internamente le hecho de no contar con su otra mano para tocarla como quería. Pero se las arregló con lo que tenía.
Le rodeó un pecho hasta que el pezón se le irguió ante el contacto de la palma. La respiración de Sasuke cambió cuando empezó a besarle con suavidad la boca, jugueteando con ella, rozándola y acariciándola con los labios. Desperdigó besos por sus mejillas hasta descender a su barbilla y bajar por su cuello.
La respuesta de Sakura fue un gemido incoherente y confuso. Ella sabía tan bien. Degustó la piel salada de sus clavículas. Olía bien. Sabía bien. Y sabía que si la tumbaba sobre el lecho, ella se adaptaría bajo él, se adaptaría alrededor de él… a la perfección.
Dejó que la punta de la lengua le recorriera el pezón antes de apoderarse de él con la boca. Aturdida por aquel placer, absorta en él y en lo que estaba haciendo, Sakura se acercó más, necesitada de más proximidad, de más… de algo.
Si bien, su experiencia en ese campo era prácticamente nula e inexistente, no demoró en aprender lo que realmente le gustaba a Sakura. Todo su cuerpo se arqueaba bajo sus atenciones, empujándolo a juguetear con renovado fervor con el pezón, acariciándolo con delicadeza entre sus dientes.
—Oh, dios… ¡Sasuke!
Recorrió con la lengua la aréola. Era perfecta, simplemente perfecta. Le encantaba el sonido de su voz, ronca y quebrada por el deseo.
Se apartó para poder verle el rostro. Estaba sonrojada, los ojos aturdidos dilatados.
Fue entonces que una idea cruzó por su mente.
—¿Alguna vez te…?—las palabras quedaron atascadas en su garganta, sintiéndose inseguro para continuar.
Ella arqueó una ceja.
—¿Masturbado?—completó.
Él asintió.
Sakura sonrió tímidamente. Los papales se habían invertido.
—¿Quieres que te muestre?—se ofreció.
Una vez más asintió, en esta ocasión con más entusiasmo que la anterior. Ella dejó escapar una pequeña risa, pero lejos de burlarse de él, se levantó de su regazo y se recostó en la cama.
Bajo la mirada atónita del Uchiha, lentamente abrió las piernas. Acarició uno de sus senos mientras descendía por su abdomen hasta situarse en su sexo; recorrió con la punta de los dedos los labios exteriores hasta separarlos. Con mucho cuidado, tomó los labios interiores entre el indicie y el pulgar y los friccionó suavemente, recolectando la humedad que emanaba de su parte más íntima.
Absorto en cada mínima variación de la expresión de Sakura, la observó acercar los dedos a la parte más alta de su sexo. Apartó cuidadosamente el capuchón y acaricio su clítoris, trazando círculos hasta evocar suspiros de lo más profundo de su garganta.
Contemplar aquella imagen lo hizo tragar grueso. Estaba tan inmerso en la escena que dio un pequeño sobresalto cuando Sakura envolvió su muñeca con sus dedos largos y elegantes, coaccionándolo a acercarse, a tocarla.
—¿Me dirás como hacerlo?—cuestionó, sonando demasiado inseguro para su gusto.
—S-sí—suspiró.
Situó su mano justo donde minutos atrás ella jugueteaba. Contuvo la respiración al notar el calor que emanaba de su piel tersa y húmeda, no obstante, el tiempo de admiración fue limitado puesto que ella comenzó a frotar sobre su clítoris lentos patrones de adelante y atrás, adelante y atrás.
—Estás tan mojada—murmuró, hambriento.
—Dios—gimió.
Como el buen estudiante que era, aprendió rápido. Insuflado con la confianza que había adquirido al atestiguar cada replica de Sakura, se aventuró a introducir un dedo; los músculos se contrajeron a su alrededor, estrujándolo, tirando de él y no pudo evitar cuestionarse cómo sería cuando estuviera dentro de ella.
Su orgasmo surgió de la nada. Un grito salió de su boca a la par que echaba la cabeza hacia atrás sus caderas se agitaron de placer, pero él la mantuvo en su sitio con un agarre de hierro, empujándola cada vez más alto hasta que la vista y el sonido se desvanecieron.
Al cabo de un par de segundos, volvió a abrir los ojos.
—¿Lo hice bien?—cuestionó, temeroso.
Tan pronto como recobró el aliento, se abalanzó sobre él, incorporándose de golpe. Hundió la mano en su cabello para atraerlo hacia su boca. Lo besó con fuerza, intentando que él sintiera lo más profundo de su aprecio, pero al mismo tiempo haciéndole entender lo desesperada que estaba por sentirlo dentro de ella.
Con un leve mordisco en el labio inferior, Sasuke se retiró. Su respiración era entrecortada y su boca se dibujó una suave sonrisa mientras le acariciaba el labio con el pulgar.
—Dame un minuto para recuperar el aliento—pidió.
Con creciente horror, se apartó de él para cubrirse la cara con ambas manos.
—Lo siento, lo siento.
—Está bien—la tranquilizó, extendiendo una mano hacia ella para acercarla a su cuerpo.
—Quiero tocarte—susurró para su propia sorpresa.
Sasuke tragó grueso y entornó los ojos cuando la mano de Sakura acarició su abdomen por encima de la tela. Estaba duro, más de lo que alguien podía estar. Temblorosa, le rodeó el miembro, grueso y erecto. Sujetó suavemente aquella parte ardiente de su cuerpo que poseía una textura densa y emitía pulsaciones misteriosas. Se atrevió entonces a explorar un poco más, y cuando le rodeó con la mano los testículos, reaccionó emitiendo un sonido inarticulado.
—Más apretado—la guio, estrujando la mano sobre la de ella para mostrarle la fuerza que debía ejercer.
Rápidamente Sakura lo entendió. Era increíble, cada caricia le producía oleadas de placer que lo hacían estremecerse.
—¿Así?—preguntó ella con voz suave, casi burlona, mientras lo miraba.
Él asintió.
—Sí—suspiró—. Eres… eres asombrosa.
En realidad no tenía nada ni nadie con quien compararlo, y tampoco estaba seguro de querer hacerlo.
Su respiración se tornó agitada. La tensión en su vientre se hacía más fuerte, amenazando con estallar. Agarró la muñeca de Sakura, deteniéndola.
Ello lo miró, con sus orbes esmeraldas expectantes y un leve rubor de confusión coloreando sus mejillas.
—¿Qué ocurre?—preguntó, preocupada.
Exhaló bruscamente, aflojando el agarre de su muñeca mientras intentaba estabilizarse.
—Si sigues así—murmuró—, no duraré mucho.—La declaración era contundente. No estaba acostumbrado a admitir su debilidad, y menos en momentos como aquel, pero con ella era diferente. Con ella podía ser honesto.
—Está bien—accedió.
Se situó encima de ella, con el muslo le separó las piernas y soltó un gemido cuando su miembro viril descansó sobre la cadera de Sakura. Incluso así, le resultaba perfecta y casi reventaba con solo pensar en hundirse en ella.
Intentó mantener el control, no olvidar y despacio, pero su necesidad cada vez era más fuerte. Le cubrió el pecho y los hombros con besos voraces, rodeó sus senos con la mano mientras llevaba los pezones a la boca.
—Por favor…—rogó Sakura, titubeante, aunque no sabía muy bien qué estaba pidiendo.
—¿Tienes protección?—preguntó, mirándola directamente a los ojos.
—N-no.
—Mierda—espetó. Podía esperar un rato más—. Iré a comprar—masculló con urgencia, apartándose ligeramente de ella.
—No—lo detuvo, sosteniendo su antebrazo—. Las farmacias abren por la mañana.
Reticente, la contempló. Aquella noche habían cruzado demasiadas barreras, violado demasiados límites. Aventurarse a consumar su unión sin un condón de por medio le parecía incorrecto, arriesgado en sobremanera.
Como si fuese capaz de leer sus pensamientos, Sakura acunó su rostro con reverencia, atrayéndolo hacia ella, procurando borrar cualquier rastro de duda con un beso abrasador.
En un acto reflejo, se colocó nuevamente entre sus piernas. A pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, notó la tensión acumulada en su interior, amenazando con explotar en cualquier momento.
Se acomodó contra su abertura. Pronunció su nombre con un susurro y los ojos claros de Sakura, empañados por la pasión, se centraron en los de él.
—Dime si te duele—murmuró con voz ronca mientras se permitía avanzar muy poco a poco.
Sakura hizo un gesto de asentimiento.
Dudó un segundo, pero todo lo que vio en el rostro de su compañera fue confianza, inquebrantable y absoluta, suficiente para calmar sus nervios. Lentamente, con cuidado, se introdujo en ella. Las manos de Sakura se aferraron a sus hombros y clavó las uñas en su piel mientras se preparaba, sin apartar la mirada de él.
Cuando por fin empujó por completo, la sensación fue exquisitamente abrumadora. Estaba caliente, imposiblemente cálida, y la forma en que su cuerpo lo recibía le arrancó todo el oxígeno de los pulmones.
—Oh—soltó—oh, cielos.
Él gimió, sin poder casi creer cuánto le gustaba estar por fin enterrado por completo en ella.
—Oh, cielos, sin duda—masculló.
Quedó paralizado, con la mente en blanco. Pero entonces Sakura se movió debajo de él, levantando ligeramente las caderas para encontrarse con las suyas, provocándole una sacudida de placer que lo hizo perder el control.
Intentó aguantar, hacer que durara, pero fue inútil. La tensión se desbordó en su interior y su sistema se estremeció al alcanzar el clímax mucho antes de lo previsto, derramándose dentro de ella.
—Mierda, mierda, mierda—maldijo, apretó con fuerza sus caderas a la par que luchaba por estabilizarse, con la mente acelerada por una mezcla de frustración y vergüenza.
—¿Sucede algo?—preguntó Sakura asustada al verlo apartarse.
—Lo siento—dijo, evitando encontrarse con su mirada, arrepentido—. Nuncahabíahechoesto—dijo rápidamente, tan inteligible que estaba seguro que Sakura no lo había escuchado—. No… no pude aguantarlo.
Probablemente estaba molesta, decepcionada incluso. Aquella era su primera vez y lo había arruinado todo.
El rostro de Sakura se suavizó, acarició su rostro en un gesto tierno y tranquilizador.
—No pasa nada—susurró—. Podemos intentarlo después—dijo, prometiendo que esa no sería la única vez.
Sus palabras, por más sencillas que fueran, provocaron que le doliera el pecho. No sabía expresar lo que sentía. En lugar de eso, se inclinó y sus labios rozaron los de ella en un beso de disculpa.
—Te lo compensare—dijo contra sus labios.
Sakura sonrió, provocando que su corazón diera un vuelco.
—Ya lo has hecho—espetó—. Estar aquí contigo es más que suficiente.
Lo invitó a recostarse en la pequeña cama, a lado de ella; la estrechó contra su cuerpo y, en respuesta, se acurrucó contra su pecho.
A medida que los minutos pasaban, la tensión en la habitación desapareció poco apoco, reemplazada por una sensación de calma que no había experimentado en años. Podía sentir a Sakura relajarse contra él y notó cómo su respiración se hacía más profunda a medida que se quedaba dormida. Por un momento, se limitó a observar, con los dedos apartó el cabello que caía sobre su cara en un gesto casi inconsciente.
Lentamente, cerró los ojos. El peso del día y las emociones lo atraparon por fin. Por ahora estaban a salvo, abrazados, sus corazones latiendo al unisonó y eso era suficiente. Dejaría que fuera suficiente.
Abrió los ojos remisamente, parpadeó varias veces mientras su visión se acostumbraba a la luz que se filtraba por la ventana. Su cabeza latía con un dolor sordo y persistente, la resaca reclamó su cuerpo por la imprudencia de la noche anterior. Nunca había sido aficionado al alcohol, pero en algún momento entre la incomodidad del reencuentro y la necesidad de ahogar sus pensamientos, bebió más de lo que debía.
Se llevó una mano a la sien, masajeándola con dedos fríos, intentando disipar la pesadez de su mente. Sin embargo, más que el malestar físico, lo que realmente lo hizo inhalar hondo fue el recuerdo de lo sucedido con Sakura la noche anterior.
Todo seguía grabado en su cabeza como una marca indeleble.
Estrujó los párpados y estiró el brazo solo para encontrarse con la ausencia de Sakura.
Su respiración se entrecortó. Algo en su interior de retorció con violencia, como una cuerda a punto de romperse.
—Sakura—llamó, su voz rasposa por el sueño y la jaqueca.
Nadie respondió.
El silencio fue absoluto, opresivo.
Se reincorporó en la cama. Su mirara recorrió la habitación con urgencia, tratando de encontrar algún indicio de su presencia, alguna señal de que seguía allí, pero no localizó nada. La cama estaba fría y vacía, la manta revuelta, pero sin rastro de su calor.
Salió de lecho de golpe.
Por la cantidad de luz que iluminaba la habitación, supo que era bien entrada la mañana. Había dormido más de lo habitual, y ella se marchó sin despertarlo.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Con los efectos de la resaca olvidados de inmediato, caminó a zancadas hacia la puerta del baño y la deslizó con un movimiento brusco. Vacío.
La angustia se enroscó en su estómago.
Volvió sobre sus pasos y dirigió la mirada a donde la noche anterior ella había dejado sus cosas. No había nada. Su bolsa, la capa, incluso los pequeños objetos que extrajo de su equipo, todo había desaparecido.
Contempló la esquina del cuarto, y allí, doblada con meticuloso cuidado, vio la bata que portaba, acomodada sobre el cesto de ropa sucia.
Fue entonces cuando lo comprendió.
Ella se había ido.
Un nudo se formó en su garganta, tan fuerte que le dolió tragar.
Por alguna razón absurda, caminó hasta la bata y la tomó con una mano. La tela aun guardaba rastro de su fragancia, un vestigio de su presencia que ahora parecía más fantasmal que real.
Se sintió ridículo. Furioso. Solo.
Más allá de lamentarse, se vistió rápida y torpemente, como si su cuerpo aun estuviera atrapado en los márgenes del sueño y una parde de él se resistiera a la urgencia de la vigilia. Se detuvo un segundo, los dedos temblorosos al abrocharse la capa, y cerró los ojos.
Se concentró. Intentó percibirla.
Nada.
Era como si nunca hubiese estado allí. Como si la tierra misma la hubiese devorado y engullido sin dejar rastro. Un vacío inquietante, apenas mitigado por la tenue sensación de algo ausente.
Un leve tic en la mandíbula delató su molestia. Sin más, cruzó la puerta y descendió por el pasillo iluminado por lámparas de papel, la luz mortecina reflejándose en los paneles de madera oscura. El piso crujió bajo sus pies, resonando con una cadencia fúnebre en la quietud del lugar. La ausencia de su chakra lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. ¿Se había desvanecido por completo o simplemente no quería ser encontrada?
Arribó a la recepción.
La joven tras el mostrador, una muchacha de rostro fresco y ojos brillantes, se enderezó de inmediato al verlo acercarse. Una sonrisa que oscilaba entra la cortesía y el encanto se dibujó en sus labios.
—Buenos días—saludó con una nota de entusiasmo. Sus dedos juguetearon con los bordes de un pergamino, pero sus ojos estaban fijos en él—. ¿Durmió bien?
Sasuke asintió.
—Sí.
La chica se animó ante la réplica. Se inclinó hacia adelante, con un aire expectante.
—¿Puedo ayudarlo con algo?
Él entrecerró los ojos. Su voz, cuando habló, sonó rara, pero en su garganta aún quedaba un rastro áspero de indecisión.
—Estaba con una chica…—Se detuvo, carraspeó y rectificó—: Iba acompañado.
El brillo en los ojos de la recepcionista se apagó un poco, aunque su expresión no cambio demasiado.
—¿Vio salir a una joven de cabello rosado?
Su decepción fue apenas perceptible, un parpadeo demasiado lento o una rigidez en su postura. Pero enseguida se recompuso, adoptando un aire profesional.
—Sí. Salió antes del amanecer.
Sasuke no respondió de inmediato.
—Mencionó…—La chica dudó, buscando la manera adecuada de decirlo— que alguien más estaba en la habitación y que no lo perturbara hasta que despertara.
Las palabras quedaron flotando en el aire, apenas alteradas por el murmullo lejano del viento colándose entre los marcos de las puertas.
Su ceño se frunció. Una sensación que no supo nombrar le recorrió el pecho: un malestar ligero, como el eco de algo más profundo.
El silencio se extendió un minuto más de lo necesario.
Sintió cómo su corazón daba un vuelco decepcionado, una punzada de algo que no quiso analizar demasiado. ¿Qué había imaginado que sucedería? ¿Qué ella se quedaría a su lado?
Probablemente.
Ambos habían hecho el amor la noche anterior. Y no solo una vez. Ambos habían hecho el amor la noche anterior. Y no solo una vez. Se sorprendió a sí mismo recordando cómo había despertado en la madrugada, solo para volver a buscarla, como si algo dentro de él se negara a soltarla del todo. Como si el sueño fuera una barrera demasiado frágil, incapaz de contener el impulso de tenerla otra vez.
Su relación se había transformado, torcido de una forma que no terminaba de entender, y sin embargo, ahí estaba él, con esa sensación absurda de que Sakura estaba huyendo.
No la culpaba.
Pero eso no significaba que no le molestara.
Levantó la vista y preguntó:
—¿Sabes qué dirección tomó?
La joven parpadeó, un poco sorprendida por su insistencia, pero negó con la cabeza.
—No… no lo sé. En cuanto cruzó las puertas, la perdí de vista.
Había un dejo de disculpa en su voz. Tal vez porque quería complacerlo, tal vez porque notó el ligero endurecimiento de su expresión.
—Lamento no serle de más ayuda.
Sasuke cerró los ojos un instante. Dejó escapar un suspiro lento y controlado.
—No te preocupes. Está bien.
Con un movimiento mecánico, sacó unas monedas y las dejó sobre la mesa.
El tintineo del metal contra la madera marcó el final de la conversación.
Sin más, giró sobre sus talones y salió del lugar.
Las calles estaban repletas, como era habitual en Tanzaku. El bullicio del comercio temprano llenaba el aire con voces superpuestas, el sonido de andares apresurados y ruedas de carretas chirriando sobre el suelo de piedra. El olor a pan recién horneado se mezclaba con el del incienso quemándose en los altares.
Escaneó a la multitud con la mirada, buscando cualquier atisbo de rosa entre la amalgama de colores y movimientos. Pero no la vio. Ni su cabello ni su silueta ni la más mínima señal de su chara.
Tensó la mandíbula.
Comenzó a desplazarse por las calles, su impaciencia crecía con cada segundo que pasaba sin encontrarla. No era solo el hecho de que se hubiera marchado. Era la forma en que lo había hecho. Sin un sonido, sin despertarlo, sin una palabra.
Su respiración se volvió pesada cuando alcanzó la entrada de la aldea. El camino se extendía frente a él, una larga senda polvorienta que se desdibujaba en el horizonte. Apretó el puño.
Desesperado, aceleró el paso. Caminó más rápido, casi sin pensar. No tenía un plan, solo el impulso de seguir, de alcanzarla antes de que estuviera demasiado lejos.
Pero entonces, en medio del trayecto se detuvo.
El viento removió la tierra a su alrededor, agitando los pliegues de su capa.
Era inútil.
Sakura se había ido.
Y lo peor de todo era que no sabía por qué lo había hecho.
Las puertas de la aldea se alzaba ante él, imponentes, inquebrantables. Las observó con detenimiento, como si fueran un umbral entre dos realidades distintas. Afuera, la incertidumbre , el eco de su propia confusión. Adentro… no estaba seguro.
Tomó una enorme bocanada de aire, llenando sus pulmones como si eso pudiera disipar la punzada de frustración que lo atenazaba. Su pecho se expandió con esfuerzo, pero la presión en su interior no cedió.
Dio un paso al frente.
No había planeado regresar. No aun, no así.
Pero la sensación de vació que lo invadió desde el momento en que abrió los ojos y encontró la cama sin rastro de Sakura era demasiado molesta para ignorarla.
Sakura se había ido. No lo despertó, no dijo nada. Y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir.
Una parte de él quería creer que tenía una razón. Que había una urgencia en su partida, una causa justificada. Pero otra parte —más áspera, más hiriente—le susurraba que no, que simplemente lo dejó atrás porque así lo quiso.
El pensamiento le revolvió el estómago.
Estaba molesto. Confundido. Herido, incluso.
Su mente trabajaba en círculos.
No era solo el hecho de que se había ido. Era la forma en que lo hizo. Como si nada hubiese cambiado entre ellos. Como si la noche previa no significara nada.
Necesitaba hablar con ella.
Asegurarse de que todo estuviese bien.
El viento arrastró consigo el murmullo de los árboles, el aroma terroso del bosque que rodeaba la aldea. Apretó los dientes y tomó otra enorme bocanada de aire, llenando sus pulmones con la intención de disipar la molestia anidada en su pecho.
No funcionó.
Dio un paso al frente.
Cruzó el umbral y caminó con pasos firmes pero sin prisa al punto de control, como si el acto de atravesar la frontera invisible entre el exterior y el hogar fuera más una prueba de voluntad que una mera formalidad.
El joven shinobi a cargo del puesto lo vio acercarse y, por un instante, olvidó cómo respirar. Sus ojos se agendaron, reflejando asombro y nerviosismo, como si el hombre que tenía enfrente fuese una figura sacada de viejas historias, alguien que existía más en los murmullos que en la realidad tangible.
—¿Tu nombre?—preguntó con voz entrecortada, aunque la respuesta era obvia.
—Uchiha Sasuke.
El nombre resonó con una vehemencia inconfundible. Algo en la forma en que lo pronunció provocó que la tensión en los hombros del chico se hiciera más evidente. Su expresión oscilo entre la incredulidad y el desconcierto, mas no formuló preguntas. Simplemente asintió y se apartó para dejarlo ingresar.
No le dio más importancia. Había olvidado cómo lo veían allí. O quizás nunca le había importado demasiado.
Deambuló con calma, guiado más por la memoria que por la vista. A cada paso, su mente reconstruía fragmentos de momentos pasados, retazos de conversaciones y risas que ahora eran lejanas.
Finalmente se detuvo.
El edificio de Sakura se alzaba frente a él, igual como lo recordaba.
Sus ojos recorrieron la estructura con precisión quirúrgica: los ladrillos envejecidos, las ventanas de marcos oscuros, el pequeño balcón la última plata con algunas macetas visibles.
Supo que era el lugar correcto porque lo había visto antes, porque él mismo la acompañó hasta ahí la ultima vez que estuvieron juntos en Konoha. Habían salido a cenar ramen con Naruto y Kakashi, compartiendo una velada despreocupada que, en retrospectiva, era ingenua.
En aquel entonces, se permitió bajar la guardia.
La memoria llegó con una claridad punzante, como si su mente la hubiese resguardado para ese preciso momento.
Recordó la manera en que ella reaccionó aquella noche. El tenue resplandor de las farolas iluminaba su rostro con un fulgor cálido, acentuando la tímida curva de sus labios y el leve rubor que trepaba por sus mejillas.
Estaba nerviosa.
Sakura desvió la mirada, mordió su labio inferior en un gesto automático, buscando contener algo que amenazaba con escaparse en palabras.
Él lo notó.
Apreció su lucha interna, el deseo de invitarlo a quedarse, de prolongar el momento unos segundos más. Pero en lugar de hacerlo, solo exhaló y formuló una pregunta que contenía más significados de lo que imaginaba.
—¿Te veré mañana?
No había vacilación, pero si un matiz de expectativa, una esperanza velada aferrada a la posibilidad de una respuesta afirmativa.
Sin pensarlo demasiado, asintió.
Ella le dedicó una sonrisa.
No agregó más. Simplemente se giró y desapareció tras la misma puerta en la que ahora estaba plantado, dejando tras de sí una sensación indefinible que se aferró a su pecho incluso después de que el sonido de la cerradura marcara la separación entre ellos.
Llamó a la puerta.
El silencio al otro lado comenzó a pesarle.
Golpeó nuevamente, esta vez con un poco más de fuerza. Nada.
No había rastros de chakra, ningún indicio de que Sakura estuviera allí. Quizás se encontraba en el hospital.
Retrocedió un paso y dejó que su mirada recorriera la superficie de madera, procurando encontrar una respuesta oculta entre las vetas. Sus nudillos estaban listos para insistir una vez más cuando un sonido a su espalda lo obligó a detenerse.
El chirrido de una puerta al abrirse.
Giró sobre sus talones y encontró a una mujer mayor, de semblante irritado y ceño fruncido, que lo observaba con fastidio y curiosidad.
—¿Estás buscando a la chica que vive ahí?—preguntó, su voz rasposa y teñida de impaciencia.
Él asintió.
La anciana dejó escapar un suspiro pesado, cruzándose de brazos con visible exasperación.
—No la he visto desde hace una semana.
Sasuke frunció el ceño.
—Dos jóvenes más vinieron a buscarla también. ¿Acaso eres su novio o algo por el estilo?
El cuestionamiento lo tomó por sorpresa. Sus labios se entreabrieron, pero las palabras quedaron atascadas en su garganta.
—Yo no…—comenzó, mas no terminó la frase.
La mujer bufó y chasqueó la lengua.
—Bah, la juventud de hoy en día—murmuró con desdén.
Ignoró el comentario y se enfocó en lo importante.
—¿Sabe cuándo volverá?
La anciano lo miró con evidente incredulidad.
—¿Tengo cara de ser su asistente? Por supuesto que no tengo idea. Todo esto se está volviendo molesto.
Y sin más, se dio la vuelta y se precipitó al interior de su hogar, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.
El silencio volvió a asentarse en el pasillo.
Soltó una maldición entre dientes, su paciencia desgastándose con cada segundo que pasaba sin respuestas. La frustración se asentó en su pecho. No podía quedarse así. No tenía sentido.
Sin más remedio, giró sobre sus talones y saltó hacia la calle. Sus pies tocaron el suelo sin hacer ruido y se dirigió a otra dirección conocida.
El trayecto fue breve. En cuestión de minutos se encontró frente a la ventana abierta de un apartamento. La brisa nocturna removió las cortinas, dejando entrever la figura de Naruto, envuelto en una cobija desordenada. Su respiración era acompasada, y cada pocos segundos un ronquido suave rompía el mutismo del lugar.
No dudó en entrar.
Atravesó la habitación con la misma facilidad con la que lo había hecho en incontables veces en el pasado, sus pasos sigilosos sobre el suelo de madera. Se acercó a la cama y quedó de pie junto a su amigo, observándolo con el ceño fruncido.
—Naruto—llamó en voz baja.
No obtuvo respuesta.
Presionó los labios hasta formar una fina línea recta.
—Naruto—repitió, esta vez más firme.
Nada.
El rubio soltó un ronquido más fuerte y giró en la cama, murmurando algo ininteligible.
Chasqueó la lengua y, sin más preámbulos, extendió la mano y comenzó a sacudirlo por el hombro.
El resultado fue inmediato.
Naruto despertó de golpe, su cuerpo se tensó al instante mientras abría los ojos como platos.
—¡AH!—exclamó, completamente desorientado.
Su mirada vagó frenética por la habitación hasta posase en él. Para ser el ninja más fuerte de todo el mundo, continuaba actuando como un idiota.
—¿¡Pero qué demonios…!?—balbuceó, con el corazón aun acelerado.
Tan imperturbable como de costumbre, lo observó.
—Necesito hablar contigo.
Su amigo parpadeó varias veces, todavía aturdido por el brusco despertar.
—¿Qué demonios haces aquí?—preguntó, su voz rasposa por el sueño interrumpido.
Él con la impaciencia grabada en cada línea de su rostro, fue directo al punto.
—¿Sabes dónde está Sakura?
Naruto quedó en blanco.
—¿Qué?
—Sakura—repitió con severidad—. La estoy buscando.
El futuro Hokage se talló los ojos con ambas manos y dejó escapar un gruñido exasperado antes de salir de la cama de un salto.
—Eres un cabrón, ¿sabes?—espetó, apuntándolo con un dedo acusador—. Tienes la audacia de aparecer como si nada después de todo este tiempo y encima esperas que te ayude.
Sostuvo su mirada, imperturbable.
—No me importan tus reclamos—dijo con frialdad—. Necesito encontrar a Sakura.
Naruto soltó una risa sarcástica, sin una pizca de humor.
—Pues no está.
Sasuke entrecerró los ojos.
—Lo se. Fui a su apartamento. Quiero saber dónde más puedo encontrarla.
Su amigo negó con la cabeza, intentando ordenar sus pensamientos.
—Aguarda, aguarda… ¿Por qué tu…?
—Debo hablar con ella.—Lo interrumpió. No estaba dispuesto a dar explicaciones—: ¿Dónde está?
Fue entonces que su compañero palideció de golpe, su respiración se tornó errática, y el sueño que lo envolvía momentos atrás se disipo por completo.
—Si estás aquí y no te encontraste con ella, eso quiere decir que… mierda. Mierda.
Frunció el ceño, sin comprender.
—¿Qué sucede?
Angustiado, el Uzumaki pasó una mano por su cabello enredado, claramente nervioso.
—Sakura no regresará a la aldea dentro de tres meses.—Su voz sonó grave, la preocupación filtrándose en cada palabra—. Fue enviada a una misión.
El aire se tornó denso.
—¿Por qué?—preguntó, la dureza apenas disimulando el desasosiego que empezaba a instalarse en su pecho.
—No lo sé.
—¿Dónde?
Naruto titubeó.
—Kaida no Sato.
Su expresión cambió tan rápido como el nombre de la aldea escapó de los labios de su mejor amigo. Su mandíbula se tensó, sus ojos e abrieron un poco más de lo habitual, y por primera vez desde que irrumpió en la habitación, el miedo se hizo visible en su semblante.
Naruto lo notó y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Si estás aquí… los ancianos…
No esperó a escuchar el resto. Antes de que Naruto pudiera siquiera completar su pensamiento, se desvaneció en la penumbra, dejando tras di si solo el sonido del viento y la amarga sensación de que algo estaba terriblemente mal.
Continuará
N/A: ¡Hola de nuevo! ¡Un saludo desde el otro lado de la pantalla!
Gracias infinitas por sus lindos reviews, favorites y follows, hablo en serio cuando les digo que me brindan la motivación necesaria para continuar escribiendo estas historias. Como se habrán dado cuenta, este es el capítulo 1 desde la perspectiva de Sasuke. Fue divertido y todo un reto narrar todo nuevamente pero desde el punto de vista de la contraparte involucrada. También, lamento que su primera vez no fuese del todo increíble, contuve las ganas de plasmar a nuestro protagonista masculino como un dios del sexo, cuando en realidad es un joven adentrándose en este mundo sin experiencias previas.
A partir de este capítulo, nos centraremos en los intentos de ambos por recobrar la confianza el uno en el otro y el desarrollo de su relación en medio del caos.
Sin nada más que agregar, agradezco por estar al pendiente y dedicar parte de su tiempo para leer este fic. Les deseo un excelente inicio de semana.
¡Cuídense mucho y nos leemos pronto!
