Richard Castle siempre creyó que las mejores historias comenzaban con una pregunta intrigante o un asesinato imposible de resolver. Pero nunca imaginó que un crimen real lo arrastraría al papel protagónico de su propia pesadilla.

La noche en que sonó su teléfono, todo cambió.

—Castle… se la llevaron… Alexis… —la voz de Meredith, su exesposa, temblaba al otro lado de la línea.

Un escalofrío recorrió su espalda. Su hija. Su Alexis.

—¿Qué? ¿Quién se la llevó? ¿Dónde estás?

—Ellos… —un sollozo entrecortado—. No sé quiénes son, pero… oh, Dios, están aquí…

Un estruendo. Un golpe. El sonido inconfundible de un disparo.

Luego, silencio.

Castle gritó su nombre, pero solo le respondió el zumbido de la línea muerta.

La policía de Los Ángeles lo confirmó horas después: Meredith había sido asesinada en su propio apartamento. No había testigos. No había pistas. Y lo peor… Alexis estaba desaparecida.

Durante los siguientes días, Castle trató de encontrar respuestas. Pero cuanto más investigaba, más confuso se volvía todo. La policía se mostraba extrañamente reservada. Sus contactos en el mundo del entretenimiento y la prensa parecían evitar el tema.

Entonces, lo descubrió.

Antes de morir, Meredith había estado saliendo con Ethan Lockwood, un poderoso empresario de Los Ángeles. Rico, influyente y carismático… pero también con conexiones en negocios fraudulentos y crimen organizado.

Castle descubrió que, semanas antes de su muerte, Meredith había intentado alejarse de Ethan. Tal vez había descubierto algo que no debía. Tal vez por eso la habían matado… y por eso Alexis estaba desaparecida.

Pero aún faltaba una pieza en el rompecabezas.

Hasta que una pista llegó a su puerta. Un sobre sin remitente. En su interior, solo una nota escrita a mano:

"Las respuestas están en Nueva York. Caso Johanna Beckett."

Castle frunció el ceño. No tenía idea de quién era Johanna Beckett, pero si había una posibilidad de que esto lo llevara hasta Alexis, tomaría el primer vuelo a Nueva York.