Capítulo 11

No hables de muerte

El corazón de Elain latió acelerado, pues nunca hubiese aspirado a alcanzar ese nivel de dicha.

Sí, hacía unos días estuvo a punto de morir, pero aquel miedo, e incluso el dolor que aún la acompañaba en consecuencia, parecían carecer de importancia ante el hecho de que Ivar estuviese en sus aposentos sosteniendo su mano y a punto de yacer con ella.

Pero aún no, debían esperar, pues mejor sería que Helga les encontrase vestidos cuando dejase los alimentos que les había prometido.

Ivar soltó su mano y un trueno hizo temblar el mundo justo cuando su mano se anclaba en su nuca atrayéndola hacia él.

-¿Ya no es pecado verte desnuda cristiana?- Ivar vio con satisfacción como sus mejillas se enrojecieron.

-No para mi esposo.-

-Creo que eso me gusta.- El vikingo percibió como la respiración de su cristiana se alteró. –Diría que a ti también.-

-Ivar.- Suplicó ella deseosa de un beso, sabiendo que eso alimentaría la llama de su interior, pero sabiendo también que los labios de Ivar serían lo único que podría apaciguarla.

-Dime cristiana, ¿qué quieres de tu esposo? ¿Qué quieres de mí?-

-Un beso.- Suspiró apretando sus manos en puños sobre el cuero de su armadura en un intento de acercarle.

-Un beso pues, te daré.- Tomó su boca con un asalto feroz que los hizo jadear a ambos, el deseo quemó en sus corazones, amenazando con consumirlos.

Elain tiró del pelo de Ivar cuando él trató de apartarse, y con una risa él la apretó más contra sí.

El fuego de la chimenea se había vuelto sofocante, y los truenos no parecían sino el martilleo de su propio corazón contra sus costillas.

Un latido, viviría con ella, un latido, lucharía por ella, un latido, conquistaría el mundo junto a ella, otro latido, y algún día, si los Dioses no volvían a ser crueles con él una vez más, sería de los dos el primero en partir de ese mundo para no tener que añorarla.

Cuando se separaron, el aire que no respiró el otro fue insuficiente para ellos.

Justo en ese momento llamó Helga a la puerta, -aquí lo tenéis.- Si la mujer se sorprendió porque no estuvieran ya en el lecho arañándose la piel como animales, no dijo nada.

-Gracias Helga,- fue todo lo que pudo contestar Elain, pues su atención estaba atraída por completo por los ojos de Ivar, tan azules, tan indomables, y tan amados para ella como el mismo jardín del Eden lo fue para su Dios.

-De nada, Ivar se amable con la princesa.- Le dijo con dulzura la mujer.

-Lo seré.- Respondió el más querido de los hijos de Aslaug siguiendo con la vista el suave movimiento de la puerta al ser cerrada.

A pesar de sus deseos se separó de Elain para echar el cerrojo, pues conociendo a sus hermanos como los conocía, bastante tendrían con sus golpes y sus voces de borrachos en unas horas.

Pero muy loco o muy débil tendría que estar para permitir que entrasen en aquel cuarto.

Cuando se giró vio a Elain sentada al borde de su lecho, mordiendo una manzana con una sonrisa divertida en la cara, una de esas bromas propias suyas que tanto placer le producían, quizá precisamente porque nadie más las conocía.

-¿Por qué la sonrisa?-

-Eva y Adán fueron expulsados del paraíso por comer una manzana.- Fue su respuesta.

-Un castigo excesivo, ¿no?- Comentó extrañado, nunca comprendería a aquel Dios cristiano que decía ser amable pero luego se contradecía siendo cruel.

-Puede,- se encogió de hombros con actitud juguetona. –Depende de cómo lo mires, para Dios que tomasen el fruto del conocimiento no era poca cosa.-

Se acercó a ella, su muleta pesándole de pronto una tonelada.

-Aún no me has dicho porque la sonrisa.-

-Es por eso, me parece irónico, comerme una manzana cuando voy a yacer con un pagano.-

-Estoy bautizado.- Le recordó él sonriendo a su vez por fin.

-Pero no crees.- Canturreó ella. –Dime, ¿por qué no te acercas esposo?- Le cuestionó levantándose ella y acortando la distancia que los separaba.

-Elain.- Comenzó a decir serio, y ella detuvo el beso que estaba a punto de darle en el cuello. –Lo que ha sucedido con mi hermano…-

-No tiene importancia.- Le aseguró ella, no queriendo que él se disgustara en aquel momento por un hermano que había amado humillarle.

-Sí, sí que la tiene, no debería haberlo hecho en nuestra boda.-

-Ivar.- Elain acarició sus mejillas con dulzura con sus pulgares.

-No quiero que creas que para mí la ceremonia no ha sido importante, es cierto, no creo en tu Dios, pero creo en nosotros incluso más que en el padre de todos.-

-Ivar,- volvió a insistir ella. –La muerte de Sigurd por lo que me contaste sobre él, tenía que pasar. De modo que estoy bien con lo que ha sucedido siempre y cuando tú estés bien con ello.-

-No me arrepiento si es a lo que te refieres.-

-Entonces no te disculpes, además,- se quedó pensando y una sonrisa terminó por asomar de nuevo a sus labios. –Supongo que al haber habido una muerte se habrá parecido más a como lo soléis celebrar en el norte.-

-¿Tan bárbaros nos consideras?- Ante aquella pregunta de Ivar, Elain alzó una ceja escéptica. –De acuerdo,- claudicó él, -puede que alguien suela matar a otro durante las celebraciones, es lo normal cuando gente armada bebe hasta perder el control.-

Ante aquella justificación Elain se echó a reír y Ivar sintiendo al fin que todo estaba claro entre ellos, comenzó a desatar los cordones de su vestido, pues no quiso rozar su piel con la suya, mientras aún pudiera haber algo por decir.

-Te amo cristiana, no sé porque, pero lo hago.- Ella suspiró cuando con su dedo índice Ivar acarició el centro de su espalda. –No sé si eres mi destino,- besó su cuello haciéndola gemir, -o si estoy yendo por el camino contrario al que quieren mis Dioses, pero no creo que ni siquiera la muerte pueda cambiar lo que siento.-

-No hables de muerte,- dijo ella tirando de su pelo para atraer su boca a la de ella, -no cuando aquí hay tanta vida.- Sus bocas se unieron mientras el vestido caía al suelo enredándose en su pies.

Elain pudo quedar expuesta, pero rodeada por el calor de Ivar se sintió más que segura, se sintió… Él lamió su pezón antes de morderlo suavemente haciendo que ella arañase su armadura.

En aquel instante de piel, cuero y calor, el mundo, el tiempo mismo existió por y para ellos, porque era su historia lo que le daba sentido a todo lo demás, y por eso mismo podían detener la lluvia o un ejército si así lo deseaban.

Venerarla, fue todo lo que Ivar quiso hacer al tenerla victoriosamente desnuda entre sus brazos.

Tomarla con su boca, hacerla gritar de placer hasta que olvidase al Dios carpintero y lo que este consideraba que era pecado, pues nada de lo que tuviera en la mente, podría ser considerado sagrado por aquel Dios sin Diosa.

-Aaahhh- aquel gemido fue distinto y le hizo parar en seco.

-¿Qué he hecho?- Preguntó asustado.

-Hemos sido los dos.- Le apartó suavemente de ella y luchó por respirar con normalidad.

Entonces Ivar se dio cuenta de que estaban en el centro del lecho y de que él aún vestido había rozado con su dura armadura la piel en cicatrización de ella.

-Espera.- Con cuidado, notando una ligera incomodidad entre sus piernas en la que apenas reparó fue a por la tela que Helga había estado usando para venderla.

Una vez más protegida la herida ambos rieron.

-Aún estás vestido.- Dijo Elain arrebolada.

-Sí.-

-Ivar,- acarició el cuello del hombre con dedos suaves, llevándolos después hasta su boca, donde él atrapó uno y lo mordió de manera juguetona. –Te amo por completo, lo que significa que también amo tus piernas, pero si de verdad prefieres dejarte los pantalones puestos está bien.- Dijo intuyendo sus sentimientos y queriendo calmar sus inquietudes.

Él suspiro, sentándose al borde de la cama para desvestirse, notándola a ella a su espalda, besando su nuca, relajándole, y ayudándole.

Con el torso al descubierto las manos de Elain hicieron dibujos al azar en su espalda, y él supo entonces que se la tatuaría para que ella tuviera algo que recorrer.

-¿Elain?- Ella descendió de la cama y se colocó ante él.

-Dime cuánto me amas esposo.- Le preguntó sintiendo su mirada admirada recorriendo su cuerpo lentamente, haciendo retroceder su pudor hasta hacerlo desaparecer.

-Más que a nada.- Respondió, y fue sincero, pues no pudo pensar en nada con que poder compararla.

-Siendo así, no me negarás nada que desee, ¿verdad?- Le cuestionó arrodillándose entre sus piernas, solo entonces Ivar se dio cuenta de que le había desabrochado los pantalones.

-Elain,- se sorprendió cuando ella tomo su miembro semi-rígido en su mano.

-Si hago algo mal, dímelo.- Fue cuanto ella dijo con la mirada gacha y las mejillas arreboladas antes de comenzar a lamer su miembro lentamente, desde la base hasta la punta, donde se detuvo para besarle como si se tratase de su propia boca, lo hizo, una y otra vez, volviéndole loco con el calor de su boca.

Excitándole, haciéndole sentir deseado además de amado, y endureciéndole. Elain le introdujo en su boca hasta la mitad mientras su mano no dejó de acariciarle en ningún momento.

Ivar nunca se había sentido así, su miembro pocas veces había alcanzado aquel estado, y menos aún había logrado él mantenerlo, de modo que las ocasiones en las que se había acariciado así mismo habían sido contadas y no demasiado satisfactorias por su brevedad.

Pero ahora ahí estaba ella.

Elain, princesa cristiana de Wessex, lo tomó en el calor de su boca, lo torturó con su lengua, y le amó con ternura hasta que le hizo estallar de placer, de felicidad, de incredulidad y de llanto.

Pues si su miembro se había endurecido como el de un hombre normal una vez, podía volver a hacerlo, lo que significaba que podía darle todo que no creyó que le fuese posible.

Por su boca se derramaba su simiente, y él la alzó para limpiarla con su lengua, pues de pronto la princesa pareció insegura sobre lo que hacer llegados a aquel punto.

Y es que no quiso tragar su semilla, pero temió que no hacerlo pudiera hacerle sentir insultado.

-Ivar,- de nuevo ambos en la cama, él la acarició con dedos agiles, cual si ella fuese un instrumento y él el artista que debía arrancar de su cuerpo dulces melodías.

-Tienes que ser una Diosa.- Afirmó convencido hasta el centro de sus frágiles huesos.

-¿Qué?- La risa que empezó a nacer en ella se convirtió en un jadeo necesitado cuando el pulgar de él comenzó a hacer círculos sobre el centro de su placer.

-Sí, lo eres.-

-No, solo… - Jadeó e intentó acercarle a ella pues le necesitaba.

-No, o te haré daño de nuevo.- Negó él dejando un reguero de besos desde sus pechos, que le volvían loco, hasta su sexo húmedo.

-¿Ivar?-

-No me interrumpas, tengo que hacerte una ofrenda acorde con el regalo que me has dado.-

No pudo detenerle, ni quiso hacerlo.

La lengua de Ivar y sus dedos la atormentaron.

Jugó con ella teniéndola al límite en varias ocasiones, y cuando parecía que por fin la dejaría ser libre, escapar de su propio cuerpo para tocar el cielo, volvió a retenerla.

Pero eso contrario a un castigo, terminó siendo el regaló que él había prometido que sería.

Pues cuando por fin se corrió, con sus cuñados sin ella saberlo, escuchando incrédulos al otro lado de la puerta.

Su placer la hizo arquear los dedos de los pies, también habría arqueado la espalda hasta solo tener en el lecho apoyadas la cabeza y el trasero de no ser por Ivar, que sabiendo que eso le hubiese causado dolor, se colocó sobre ella, disfrutando de como sus uñas hicieron dibujos de sangre en su espalda, lo que logró que su miembro se despertase de nuevo.

Y deseoso de probar su calor, como lo haría cualquier esposo en su noche de bodas, se introdujo en ella despacio, Elain aún en su orgasmo levantó una pierna y le rodeó con ella para empujarle a ir más adentro.

Y eso hizo, mientras ella disfrutaba de la ola de su orgasmo, él lloró de nuevo, esta vez contra su cuello al disfrutar de su calor rodeando su miembro, notando como este, con el suave vaivén y con los estremecimientos de su placer volvió a endurecerse por completo.

Su cristiana era una Diosa y ni siquiera lo sabía, pero él, Ivar Sin Huesos, siempre creería en ella, y nunca dejaría de amarla.

De ser necesario conquistaría el cielo cristiano con el ejército que debía luchar contra el de Hela en el Ragnarok para así no tener que separarse de ella ni aun en la muerte.

-Ivar, estás duro otra vez.- Su voz entrecortada en su oído le hizo empujar duro contra ella.

-Por ti, soy el hombre que pensé que no podía ser, y por ti mi espada conquistará el mundo sí tú lo quieres.- Siguió moviéndose en su interior, notando que se derretiría contra ella en breve tiempo, -tus enemigos serán los míos Elain, y quienes te haga daño vivirán para sufrir un tormento tal que los cristianos tendrán que inventarse palabras nuevas ante los horrores que cometeré por ti contra ellos para llamarme bárbaro.-

-Ivar,- le abrazó y dejó que se perdiese en ella, llenándola con su semilla y echándose sobre su costado sano para no lastimarla mientras besaba su pecho y su cuello.

Esta vez con la penetración ella no alcanzó el placer, pero eso Ivar lo solucionó de nuevo con sus dedos, pues jamás permitiría que su princesa, su cristiana, su amor, su corazón y la dueña del filo de su espada a partir de ese momento y para siempre desde entonces, se quedase insatisfecha.

7*

Bien halladas seáis almas Corsarias, espero que el capítulo os haya gustado y que las Diosas estén de vuestro lado.