Capítulo 1.
Han transcurrido apenas un par de semanas desde que los guardianes regresamos de San Aegolius, victoriosos tras haber derrotado a las fuerzas malignas de Metalbeak. Todos los polluelos raptados han sido devueltos a sus familias, que aguardaban con ansias su regreso. Como ocurre en todas las batallas, han habido pérdidas dolorosas; sin embargo, a pesar de la tristeza que nos provoca recordar a nuestros compañeros caídos, nos llena de orgullo saber que cumplieron con su deber, actuando correctamente hasta el final.
Los búhos y lechuzas que perdieron la vida han sido honrados y venerados por quienes aún seguimos con vida, y siempre lo haremos, hasta el último día de nuestras vidas. Sin embargo, debo reconocer que lo que más me duele es recordar a mi hermano Kludd. El camino que él eligió no fue el adecuado: decidió seguir los pasos de una lechuza siniestra, cuyo único interés era satisfacer sus propios fines. Me hubiera gustado haber conocido a los guardianes en circunstancias distintas, más tranquilas, poder ver la cara de mi hermano al comprender que todo lo que decía mi padre era cierto, y con ello, restregarle un triunfal y glorioso: "¡Te lo dije!". Luego, continuar junto a él y a mi familia una vida tranquila y llena de armonía.
Sin embargo, la realidad es otra: no todo es color de rosa en este mundo. Por ello, los guardianes lucharemos cada día, con el firme propósito de mostrar a los demás que es posible construir un mundo mejor, libre de la tiranía.
El joven Tyto terminó de escribir en su libro, que bien podría considerarse más un diario por su contenido. Una lágrima resbaló por su rostro mientras reflexionaba sobre el hecho de que el mal acecha al mundo en todo momento, como un depredador que observa a las aves jóvenes que caen de su nido, incapaces de regresar. Dejó la pluma sobre el atril con su pata derecha y, con la misma pata, tomó un sello. Lo impregnó con tinta y lo estampó en la parte inferior derecha de la hoja.
— Por un mundo mejor — dijo, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
— ¿Vienes, Soren? — Una mochuelo duende se asomó en la entrada del tronco donde el joven escribía sus pensamientos.
— Sí, Gylfie — respondió Soren, cerrando su libro, aunque no sin antes echar una última mirada a través de sus páginas.
— ¿Aún lo extrañas? ¿A tu hermano? — preguntó Gylfie, tratando de no incomodar a Soren.
— Sí... — suspiró él, antes de caminar hacia la entrada donde Gylfie lo aguardaba, observándolo en silencio.
Las dos aves extendieron sus alas y alzaron el vuelo, descendiendo luego suavemente entre las ramas iluminadas del gran árbol.
Más abajo, los esperaba Digger, el tragón mochuelo excavador, quien devoraba los gusanos servidos en un tazón. Cerca de él, Twilight, un Cárabo Lapón, cantaba mientras tocaba su laúd, acompañado por su música, ante un pequeño público compuesto por varios búhos y lechuzas.
Esa noche, el rey y la reina de Ga'Hoole, dos majestuosos búhos nivales, habían organizado una cena en conmemoración de los héroes que salvaron la vida de los esclavos durante la batalla de Aegolius.
Las aves presentes, tanto guerreros como habitantes del árbol, charlaban animadamente. El rey aclaró su garganta y, con una de sus garras, hizo sonar una hermosa copa de cristal. Al instante, todos guardaron silencio.
— Hubiéramos hecho esto antes, pero primero debíamos regresar a los polluelos secuestrados con sus familiares. Sin embargo, esta noche celebramos a las cuatro valientes aves que arriesgaron sus vidas por todos nosotros — dijo el rey. Levantando una copa con su pata, exclamó: — ¡Por nuestros héroes! —
— ¡Por nuestros héroes! — respondieron las demás aves al unísono.
— Quisiera decir algo — dijo Soren, alzando la voz para que todos los presentes en el salón lo escucharan. — Hubo un quinto héroe en esta historia que dio su vida por nosotros. Sin él, nada de esto habría sido posible. Él dio su vida para que Gylfie y yo pudiéramos escapar de Aegolius. Siempre creyó en los guardianes hasta su muerte. Su nombre era Grimble. —
— ¡Por el gran y valiente Grimble, que en paz descanse! — exclamaron las aves al unísono.
Toda la noche, las aves conmemoraron a sus héroes, celebraron su victoria y descansaron al saber que ahora existía un mundo mejor.
A varios cientos de kilómetros, atravesando el tormentoso mar de Hoolemere, más allá de los bosques, y los verdes prados, una región rocosa se alzaba en las planicies dando un aspecto siniestro y triste al mundo, a su lado un bosque terminaba de consumirse por un incendio que había acabado con todos los árboles, y la vida dentro de él.
Un sendero oscuro teñido por la ceniza era seguido por una silueta siniestra que cojeaba; un Tyto caminaba cansado y hambriento al no haber podido cazar nada por tener un ala rota; por entre la oscuridad de la noche, la luna se ocultaba entre las nubes quitando la luz que iluminaba la escena, minutos más tarde, la luz lunar iluminó todo el bosque mostrando la aterradora imagen del rostro de la lechuza quemada por el fuego.
— ¡Maldito Soren! Me vengaré de ti y de tus queridos guardianes — dijo, con rabia y malicia, para sus adentros. — ¡Maldito! — gritó, su voz cargada de furia. — Mi venganza será dulce y esta vez… no tendrán oportunidad — añadió, tomando con un rápido movimiento a un ratón que corría entre el bosque en busca de restos comestibles. — Este no es tu día de suerte — dijo, y la lechuza devoró al infortunado ratón.
Miró la luna llena y continuó caminando por el sendero nocturno. — ¡Me vengaré, malditos! — gritó desde las sombras, antes de desaparecer en la oscuridad.
