Capitulo 3.
-Mucho gusto, señor. Mi nombre es Aleare. La joven lechuza estaba satisfecho al ver que Kludd devoraba las presas con gusto.
-¿Qué te pasó en la cara? - preguntó, inocente y curioso.
Kludd levantó la vista, sorprendiendo a Aleare con un tono de malicia apenas perceptible.
-¿Alguna vez has escuchado hablar sobre los guardianes? - Kludd preguntó, con un brillo oscuro en su mirada, pero Aleare no pudo captar el matiz de su voz.
-¡Por supuesto! Sé que Lyze de Keal venció a Metalbeak en la gloriosa batalla de las Garras de Hielo, y los guardianes regresaron victoriosos al gran árbol.
Aleare se emocionó, sus ojos brillando con el mismo fulgor con el que sus padres le habían hablado de aquel acontecimiento. Le alegraba descubrir que alguien más, además de ellos, conocía la historia.
En Kludd nació una maquiavélica idea. Frente a él se desplegaba una nueva oportunidad, una que no podía dejar pasar.
-Soy un guardián, Aleare. La voz de Kludd resonó grave, sus ojos fijos en los del joven con una intensidad que dejaba claro que hablaba en serio.
Aleare parpadeó, sorprendido. -¿Un guardián? Su voz tembló ligeramente, y su corazón comenzó a latir con más fuerza, abrumado por la emoción. -¿De verdad? ¿Tú eres uno de ellos?
Kludd asintió lentamente, su sonrisa apenas perceptible, pero cargada de una satisfacción inquietante. -Sí, en efecto. He pasado por pruebas que pocos conocen. He estado en la batalla y luchado al lado de los más grandes. Extendió sus alas con un movimiento fluido, su presencia se expandió, casi imponente. Frente a Aleare se encontraba un guardián real, con las marcas en su cuerpo y rostro que no dejaban lugar a dudas.
Su mirada se desvió un momento, como si estuviera recordando viejos tiempos. -Fui parte de las misiones más peligrosas, Aleare. Y no es algo que se le cuente a cualquiera. Solo los elegidos tienen la oportunidad de ser parte de lo que los guardianes representan.
Aleare, cautivado, no podía apartar la mirada. -¿Eres tan valiente como los relatos que escucho de Lyze de Keal? Su voz se llenó de admiración, y un destello de esperanza brilló en sus ojos.
Kludd esbozó una sonrisa llena de suficiencia, como si estuviera observando a un aprendiz ansioso por aprender. -La valentía no es lo que importa, muchacho. Lo que realmente importa es el compromiso. Cada uno de nosotros lucha por algo más grande que nuestra propia vida. Su tono se tornó profundo, casi reverente.
Aleare tragó saliva, sus ojos brillando con una fascinación genuina. -¿Y qué pasó con tus heridas?
-Las cicatrices son el precio de la lealtad, respondió Kludd, señalando las marcas visibles en su rostro, que parecían contar historias de batallas pasadas. -No me arrepiento de ellas, porque cada una representa una batalla ganada, una lección aprendida. Todo guardián tiene su propia historia, y las mías son las que me definen.
Kludd terminó de comer, y Aleare, que había cazado un par de presas más para ambos, se levantó con energía.
-¡Vamos! —dijo el joven, con determinación—. Te llevaré a mi nido para que te curen las heridas.
-No, muchacho. Kludd intentó simular una voz de vergüenza, como si se sintiera culpable por ser una carga. Solo seré un estorbo para ti. No quiero molestarte.
Aleare negó con la cabeza, sin dejarse convencer. -No es molestia. Mis padres te pueden ayudar a recuperarte y...
-De acuerdo, muchacho. Kludd lo interrumpió con un tono que parecía resignado, pero sus ojos destilaban algo más. Un destello de astucia apenas perceptible.
Entonces, Aleare, sin pensarlo, se posicionó detrás de Kludd y, con cuidado, lo sujetó firmemente. En un solo movimiento, alzó el vuelo.
"Un Tyto fuerte..." pensó Kludd para sí mismo. "Perfecto."
La joven lechuza transportó a Kludd a través del espeso bosque durante varios kilómetros, sus alas batiendo con fuerza mientras el cansancio comenzaba a apoderarse de él. Finalmente, llegaron al enorme y frondoso árbol que servía de hogar. Aleare, agotado pero determinado, dio un fuerte craqueo con su pico, un sonido familiar que alertó a sus padres.
-¡Despierten! —su voz resonó en la quietud de la noche, urgente—. ¡Ayúdenme, rápido!
Desde dentro del nido, sus padres se despertaron al instante, alarmados por el tono de su hijo. En cuanto vieron la figura de Kludd, un extraño desconcierto invadió sus miradas, pero su preocupación por Aleare los impulsó a actuar rápidamente.
Aleare, con un suspiro de alivio, posó a Kludd suavemente en el nido. El esfuerzo del largo viaje le había dejado sin aliento.
-Nos asustaste, Aleare. —dijo Eryha, su voz llena de preocupación mientras examinaba al herido. Luego, al fijarse más en su rostro quemado, algo en su memoria se activó, recordando una figura que le había causado miedo en el pasado. -¿Quién es él? —preguntó, la voz tambaleando, como si el recuerdo la ahogara.
-Oh, mamá, papá, él es... —Aleare comenzó a explicar con rapidez, pero fue interrumpido.
-Mi nombre es Kludd, —dijo la lechuza herida, su voz rasposa y cargada de fatiga. El brillo en sus ojos era sutil, pero firme—. Soy un guardián.
Los padres de Aleare intercambiaron una mirada, desconcertados. Aunque no sabían qué esperar de él, algo en su voz les transmitió un peso que no podían ignorar.
-¿Guardia...? —repitió uno de ellos, frunciendo el ceño, sin comprender del todo. Kludd asintió lentamente, sin perder la compostura, su expresión se endureció.
-Así es. Y no vengo solo por casualidad. —su tono se volvió más sombrío, como si la gravedad de sus palabras pesara sobre ellos—. Regresé al bosque Tyto para buscar aliados. Un traidor ha infiltrado nuestras filas. Un guardián que no es quien dice ser.
-¿Un traidor? —dijo el otro padre, sin poder ocultar la sorpresa. Kludd hizo una pausa antes de seguir, profundizando en su mentira.
-Hace ya varias lunas llenas... Las fuerzas de Metalbeak renacieron. Nos secuestraron a mi hermano y a mí, intentaron obligarnos a unirme a sus filas. Pero no sucumbí a sus engaños. Sin embargo, mi hermano, Soren... —su voz tembló levemente, solo para añadir más credibilidad a sus palabras—. Le lavaron el cerebro.
Los tres espectadores estaban completamente absortos en la historia, mientras Kludd se regocijaba en su mentira, cada palabra cuidadosamente tejida para ganar su confianza.
-Los puros convencieron a Soren de engañar a los guardianes y enviarlos a una trampa en St. Aegolious. Mi hermano incluso secuestró a nuestra hermana pequeña para consumar su siniestro plan. —Kludd hizo una pausa, fingiendo un dolor profundo—. Yo maté a Metalbeak. Mi hermano me atacó por la espalda, me lanzó a las llamas, tomó el crédito y me abandonó a mi suerte.
Su tono cambió a uno más urgente, más insistente.
-Es cuestión de tiempo que Soren haga su movimiento. Es posible que su próximo objetivo sea matar a los reyes de Ga'Hoole y apoderarse del árbol. No sé cuánto tiempo nos queda... pero debemos actuar ahora mismo. —las últimas palabras fueron dichas con tal vehemencia que los padres de Aleare no pudieron evitar sentirse conmovidos por la urgencia en su voz.
-Volaré al árbol ahora mismo para advertir a los reyes y...
-¡No! —exclamó Kludd, interrumpiendo bruscamente a Eryha. Debemos ser cautelosos y prepararnos para una guerra. Necesitamos refuerzos, y yo, por el momento, estoy incapacitado. —extendió su ala rota, mostrándola con un gesto que dejaba claro su debilidad.
-Yo te puedo sanar. —dijo Varlor con firmeza, confiado en sus habilidades como curandero. En mis tiempos, apoyé en la guerra como médico. —añadió, mirando la herida de Kludd con determinación. Mientras tanto, si nos indicas la ubicación de tus refuerzos, mi esposa y Aleare pueden volar a buscarlos.
-¡Oh! Eso sería excelente... —dijo Kludd con una sonrisa interna, satisfecho con la idea, pero no sin ocultar un trasfondo de malicia—. Pero tengo una mejor idea... —su voz se volvió más baja.
Esa misma noche, Aleare y su madre volaron juntos en dirección a la abandonada St. Aegolious. Mientras tanto, en su nido, Varlor comenzó a calentar el horno de fundición, preparado para lo que se avecinaba.
El plan de Kludd se había puesto en marcha.
A varios dias de vuelo de distancia, cruzando el mar de Hoolemere, Ga´Hoole se alzaba en todo su esplendor, aves iban y venían constantemente, el sol se alzaba hasta el horizonte denotando el amanecer. Soren se despertó con los primeros rayos del sol.
-Hoy tendré a mi primer alumnado- pensó, estiró sus alas, y planeó hasta otra rama que se encontraba a unos metros bajo de su nido. Aterrizó sobre de un grueso y hueco tronco, debajo de él, infantiles voces gritaban y reían, jóvenes búhos y lechuzas incluidas otros pocos tipos de aves, jugaban dentro de lo que parecía ser un pequeño salón de clase.
Soren sintió nervios; los polluelos eran más de lo que le habían advertido. Se asomó cuidadosamente, observándolos, asegurándose de que no advirtieran su presencia.
Los pequeños exhalaron un suspiro de asombro y, casi al unísono, gritaron:
—¡MAESTRO SOREN!
Entre sus voces se destacó la de su pequeña hermana, Eglantine.
—Jeje... —Soren aclaró la garganta mientras se paraba frente al pequeño grupo de diez aves, aún nervioso, pero consciente de que ya no había vuelta atrás.
—¿Saben a lo que vengo, cierto? —preguntó alegremente.
—¡Eres nuestro maestro de vuelo! —exclamó un pequeño búho enmascarado. Gracias a la sugerencia de su maestro Ezylryb, Soren había sido designado como maestro de vuelo. Los reyes
—Es correcto, pequeños; yo seré su maestro de vuelo. Y si alguien me dice correctamente la primera lección, será el primero en intentarlo —añadió Soren.
—Primero debemos aprender a aterrizar —dijo la pequeña Eglantine, quien ya conocía el procedimiento de vuelo por haber visto a su madre y a su padre enseñar a sus hermanos el arte de volar.
"¡Correcto!" exclamó Soren, a punto de comenzar a explicar la lección, cuando de repente un joven búho de mirada inquisitiva levantó la voz con timidez:
—Maestro Soren, ¿qué se sintió pelear contra Metalbeak? —preguntó, y en ese instante, un silencio pesado cayó sobre el grupo.
El peso de la pregunta se clavó en el corazón de Soren. Por un breve instante, su mente se inundó de recuerdos de aquella amarga batalla, de los horribles momentos vividos, y sintió cómo una oleada de dudas y dolor lo invadía.
—Yo... —balbuceó, incapaz de continuar.
En ese mismo momento, dos jóvenes lechuzas que habían estado discutiendo en un rincón se unieron a la conversación:
—¿Es cierto que lo venciste solo, sin usar tus armas de batalla? —inquirió la primera, con un tono que oscilaba entre la admiración y la incredulidad.
—¡No, tonto! —replicó la segunda con cierta burla—. Seguro que usó sus garras de batalla.
—Pero no su casco —añadió la primera, con un dejo de asombro—. Dicen que el maestro Soren es tan fuerte que ni siquiera lo necesitó.
—¡El maestro Soren es el guerrero más fuerte de todos! ¡Puede vencer a cualquiera con los ojos cerrados! —exclamó un joven búho con entusiasmo.
La clase se desbordó en un bullicio caótico. Las jóvenes lechuzas comenzaron a discutir acaloradamente, incluyendo a Eglantine, que alzó la voz con orgullo:
—¡Mi hermano es invencible! ¡No le tiene miedo a nada!
Las palabras resonaron en el aire, pero para Soren fueron dagas invisibles que se clavaron en su pecho. Cerró los ojos, sintiendo cómo una oleada de impotencia lo inundaba. No era el guerrero invencible que ellos imaginaban. Vencer a Metalbeak había sido, sin duda, un golpe de suerte teñido de horror. Había visto la muerte tan de cerca que el simple recuerdo hacía que su plumaje se erizara.
Peor aún, su pequeña hermana lo consideraba un héroe. ¿Qué diría ella si supiera la verdad? Si descubriera que fue el quien mató a su propio hermano... ¿Podría ella soportarlo? ¿Podría él vivir con esa carga, mientras los ojos llenos de admiración de su hermana lo seguían observando?
—¡Cuéntenos sobre la pelea, maestro Soren! —dijo uno de los polluelos, con los ojos brillantes de curiosidad.
El grupo se quedó en silencio, todos pendientes de su respuesta. Incluso Eglantine parecía contener el aliento.
Soren sintió el peso de la expectativa. Su pico se entreabrió, pero las palabras no salían.
—Ehm… —carraspeó—. Pero primero la lección de vuelo.
Las plumas de los aprendices se esponjaron de emoción, dejando a un lado la incómoda conversación.
—¡Vamos! —gritó Eglantine, liderando el grupo hacia el claro.
Soren los siguió con un nudo en la garganta y una presión en el pecho
—…Entonces, cuando el terrible Metalbeak estaba a punto de atraparme… —Soren narraba con entusiasmo, sus alas haciendo amplios movimientos que los polluelos seguían fascinados. Acurrucados juntos, con los ojos brillantes, no perdían detalle de la historia mientras el viento movía las ramas alrededor del nido.
De repente, una voz femenina interrumpió el relato:
—Hola.
La presencia de Amber en la entrada del nido captó la atención de todos. Su figura se recortaba contra la luz del exterior. Soren se sobresaltó, el calor subiendo hasta sus plumas.
—¿Cuánto tiempo lleva escuchando? —pensó con nerviosismo.
—Eh... hola —dijo, intentando sonar tranquilo—. Bueno... eso es todo por hoy.
—¡Ahhh! —se quejaron los polluelos, visiblemente decepcionados.
Amber sonrió suavemente. —Descuida, termina tu historia, yo espero.
Un murmullo travieso recorrió el grupo.
—¡Es la novia del maestro Soren! —exclamó una voz desde el fondo.
—¡Ouuuu! —gritaron todos al unísono, entre risas y burlas infantiles.
Soren sintió sus plumas erizarse. Carraspeó, desviando la mirada mientras Amber lo observaba con una mezcla de diversión y dulzura. - El maestro Ezylrib te espera- dijo dulcemente y se marchó
Al atardecer, Soren se dirigió al nido de Ezylryb para recoger lo que le había encargado el día anterior. Al llegar, tocó la madera con una de sus garras, simulando un discreto llamado. Poco después, el viejo maestro se asomó y, con una sonrisa llena de energía, lo invitó a pasar.
—Buenas tardes, muchacho. Terminé tus armas hace poco. Todavía están calientes, así que tendrás que esperar un poco —anunció mientras acomodaba algunas herramientas—. Pero dime, ¿cómo te fue en tu primer día como maestro? —preguntó con evidente interés.
Soren dejó escapar un suspiro agotado.
—Todos los jóvenes solo querían escuchar sobre mi batalla contra Metalbeak —respondió, recordando la avalancha de preguntas que había interrumpido la lección una y otra vez.
Ezylryb soltó una risa áspera, sus plumas temblando por el movimiento.
—Tendrás que acostumbrarte. Así será hasta que encuentren a alguien más con historias que contar —dijo entre risas—. Créeme, después de tantos años de contar mis batallas, no sabes lo aliviado que estoy de que ahora te busquen a ti.
El comentario provocó una mezcla de alivio y resignación en Soren. Por primera vez, comenzaba a entender el peso de ser una figura admirada.
Soren hojeaba los libros escritos por su maestro. Muchos de ellos contenían pensamientos sobre la guerra y la paz, con páginas repletas de dibujos detallados de estrategias de vuelo, diagramas de batallas y reflexiones profundas sobre el honor y el sacrificio.
—Nunca imaginé que hubieras escrito tanto, maestro —comentó Soren, con una mezcla de asombro y respeto.
Ezylryb, ocupado afinando una de las armas de batalla, levantó una ceja.
—Los libros son testigos silenciosos, Soren. Más leales que cualquier compañero de batalla y menos propensos a olvidar —dijo con tono filosófico—. Escribir me ayudó a mantener la cordura en tiempos oscuros.
Soren hojeó una página con letras tachadas y notas al margen.
—Aquí hablas sobre la guerra como una "necesidad maldita". ¿De verdad crees eso?
Ezylryb dejó escapar un suspiro. —La guerra es una bestia insaciable. Peleas para proteger, pero al hacerlo pierdes algo de ti mismo. Esa es la verdadera maldición.
Soren tragó saliva. Luego encontró un pasaje titulado El vuelo de la reconciliación.
—¿Qué es esto?
—Son solo algunas ideas que me pasan por la cabeza de vez en cuando, aquí no hablo de batallas externas, Soren, sino de las internas. Esas son las más difíciles de ganar. La mente en momentos de necesidad te juega sucio.
El joven cerró el libro, sintiendo el peso de las palabras de su maestro. Por primera vez comprendió que aquellos libros no solo eran historias de guerra, sino un escape y una forma de reencontrarse a si mismo y no perderse en la oscuridad.
Ezylryb descolgó de un gancho metálico un par de garras de batalla platinadas, cada una adornada con una delicada franja dorada en el centro de sus afiladas navajas. Soren las admiró maravillado; las garras reflejaban su rostro como un espejo perfectamente pulido, y el guante se ajustaba con precisión a sus patas.
—¡Vaya! Son increíbles, maestro —exclamó, dando un par de pasos emocionado por la habitación—. ¡Son tan ligeras!
Antes de poder seguir admirándolas, algo más capturó su atención. Sobre una mesa frente a él reposaba su nuevo casco, brillante y majestuoso. Estaba forjado en hierro platinado, con orejas alzadas en forma de alas cuyos bordes de bronce reflejaban el sol.
Sin pensarlo dos veces, Soren se colocó el casco. Caminó hasta el espejo cercano y se quedó mirándose, desconcertado. Por un instante, no se reconoció. Giró la cabeza, tratando de verse desde todos los ángulos posibles. Dio media vuelta, alzó el vuelo brevemente, esperando captar una imagen completa de su nueva apariencia.
—¡Son perfectos! —exclamó, su voz llena de asombro y orgullo.
Esa misma noche, a cientos de kilómetros de distancia, Erhya volaba incansablemente. Las estrellas brillaban sobre el vasto cielo mientras el viento gélido rozaba su plumaje. Se había separado de su hijo al caer el sol, y aunque su corazón estaba dividido entre el deber y la angustia, no podía permitirse flaquear.
—Sigue la aleta de la ballena hasta el mar de Hoolemere —le había dicho con firmeza mientras descendían en un claro seguro—. Viaja de noche y ocúltate durante el día. Tu padre y yo confiamos en ti. Debes ayudar al Árbol... te alcanzaremos tan pronto como encuentre los refuerzos.
Aleare la miró con ojos temblorosos. Apenas había aprendido a volar y ahora llevaba sobre sus plumas una misión que parecía desbordar sus fuerzas.
—Te quiero, mamá —susurró mientras restregaba su cabeza contra el cuello de Erhya, buscando un consuelo que ella trató de ofrecerle pese al nudo en su garganta—. Los protegeré a ti y a todas las aves del Árbol... —un destello sombrío cruzó su mirada—. Y cuando tenga la oportunidad, mataré a ese tal Soren.
Sus garras de batalla reflejaron su imagen distorsionada bajo la luz de la luna. La sombra de la venganza comenzaba a teñir su joven corazón.
—Recuerda, hijo —dijo Erhya con voz grave, conteniendo el miedo que crecía en su pecho—, debes ser precavido. No conocemos a nuestro enemigo. Parecer un ave perdida será tu mejor escudo. No olvides lo que te enseñamos.
Aleare asintió con solemnidad, sus alas temblando de incertidumbre. Ambos se separaron en silencio, cada uno llevando consigo la carga de una misión que marcaría sus destinos.
