Capítulo 4.
Erhya divisó las montañas lúgubres de la antigua St. Aegolius, que se alzaban como sombras imponentes bajo la tenue luz de la luna. El viento cortaba sus plumas, gélido y lleno del eco de tiempos oscuros. Planeó entre las cavernas, cuyas paredes estaban cubiertas de moho y cicatrices de antiguas batallas.
Los restos de la esclavitud llevada a cabo por Metalbeak todavía eran visibles: perchas rotas, cadenas oxidadas y estalagmitas teñidas de siglos de historia amarga. El lugar parecía un monumento maldito.
"No soy el único guardián que mi hermano traicionó."
Las palabras de Kludd resonaban como un eco en su mente, pesadas e implacables. Un escalofrío recorrió su columna al recordar su mirada fría y la manera calculada en que había pronunciado aquella sentencia.
Voló a través de las diversas recámaras, buscando indicios de supervivientes. Sus ojos agudos examinaban cada grieta y sombra, esperando hallar cualquier rastro de vida o evidencia que pudiera servir a la causa de Ga'Hoole.
"Erhya, tú eres una guerrera, lo llevas en la sangre. Pero incluso los guerreros más fuertes saben que hay batallas que deben librarse sin garras ni armaduras. Ahí afuera, más allá de los límites de St. Aegolius , hay guardianes que fueron traicionados y abandonados. Aves como tú, que lucharon y sangraron por un ideal que fué corrompido por mi hermano. Sus voces se apagaron, pero su espíritu sigue allí, esperando una mano que les devuelva su lugar en la historia."
Kludd hizo una pausa, con la voz llena de gravedad:
"Soren nunca se preocupó por ellos. Mientras él celebra sus victorias, sus antiguos aliados yacen olvidados. Solo alguien con tu valentía podría traerlos de vuelta y devolverles la dignidad que les arrebataron. ¿No crees que merecen una segunda oportunidad? Si Ga'Hoole significa algo para ti, sabrás que esta misión es un deber, no una elección."
La guerrera apresuró el vuelo, portaba consigo sus antiguas armas de combate, aun le quedaban a la medida, su esposo Varlor en realidad era un genio del diseño. Erhya sabía que esas armas habían sido forjadas para proteger su hogar... y ahora las llevaba consigo en una misión que podría decidir el destino de muchos.
Entonces, en lo alto de un rascacielos abandonado, vio sombras que surcaban los cielos de un lado a otro, veloces y silenciosas como espectros. Sus ojos se entrecerraron, su instinto de guerrera encendiendo una chispa de certeza.
—Los encontré —susurró, con el corazón acelerado.
Aleteó con fuerza, acercándose a la boca de la cueva en la cima de la negra montaña. Las aves al verla se adentraron en la oscuridad del interior, y en cuanto sus ojos alcanzaron el umbral, su cuerpo entero vibró como una alarma silenciosa.
—¿Tú...? —murmuró, confundida y perturbada, al cruzar miradas con una lechuza blanca, sus plumas teñidas de sangre.
—¡Tú! —La voz de Nyra, su cruel compañera de Metalbeak, retumbó en el aire. Gruñó con tal furia que su grito desgarró el silencio, un sonido horrible y estridente retumbó en los cielos.
—¡Matenla! —ordenó, con una frialdad gélida.
En ese instante, una docena de lechuzas emergieron de las sombras, sus siluetas deformadas por la oscuridad. Eran espectros endemoniados, con el brillo de sus ojos revelando su naturaleza temible.
Erhya comprendió en una fracción de segundo que había sido engañada, que había caído en la trampa de Kludd...
