"Entonces… ¿qué significa ese calor raro que siento cuando estamos juntos?"

La pregunta resonó en la biblioteca e hizo eco en la cabeza de la navegante.

Nami desvió la mirada, sintiendo el impulso instintivo de esquivar la conversación. Se había prometido no huir más, enfrentar lo que sentía en lugar de enterrarlo, pero en ese momento… se arrepintió un poco.

—¿Por qué me preguntas eso a mí? —intentó ganar tiempo, acomodándose un mechón de cabello tras la oreja.

Luffy ladeó la cabeza.

—Porque me pasa contigo —dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Y Rayleigh dijo que debía decirte.

Nami tragó saliva, con la vista fija en Luffy. Claro que lo hizo.

Él estaba inclinado ligeramente hacia adelante, los codos apoyados en la mesa, observándola con esa expresión despreocupada que siempre llevaba… pero ahora había algo distinto.

No era solo curiosidad.

Era interés genuino.

Y eso hacía que su corazón latiera con fuerza.

Porque Luffy no parecía dispuesto a dejarlo pasar.

No esta vez.

La forma en la que la miraba, hizo que algo en su interior se encogiera.

—¿Siempre te pasa eso cuando estás conmigo? —preguntó de pronto, antes de poder detenerse.

Luffy parpadeó.

—No.

—¿Entonces cuándo?

Él frunció un poco el ceño, como si estuviera repasando los momentos en su cabeza.

—Cuando estamos cerca —dijo después de un segundo—. Como ahora.

Nami sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

No estaba segura de sí era por sus palabras o porque, sin darse cuenta, ella también se había inclinado un poco sobre la mesa.

—¿Y tú? —preguntó Luffy de repente.

Ella parpadeó.

—¿Qué?

—¿También te pasa?

El nudo en su estómago se apretó.

Nami desvió la vista, con la sensación de que, si seguía mirándolo a los ojos, terminaría diciendo algo que no quería admitir.

—No lo sé —murmuró, aunque la verdad era que sí lo sabía.

Porque le había pasado antes.

Más de una vez.

Y una, en especial, fue demasiado incómoda como para olvidarla.

Su mente la arrastró a ese momento sin que pudiera evitarlo.

Esa mañana en que despertó atrapada en sus brazos.

La sensación de la fiebre remitiendo, su aliento cosquilleándole en el cuello y el calor abrazador de su cuerpo envolviéndola por completo. Pidiéndole quedarse cerca en un murmullo dormido, lo suficientemente suave como para hacerla contener la respiración.

Su propio pulso acelerándose, su piel sensible y su propia temperatura ascendiendo, incapaz de moverse.

El recuerdo era tan vívido que casi lo sentía de nuevo.

Nami apartó la vista de inmediato, mordiéndose el labio. No pienses en eso ahora.

—Nami.

Su mirada volvió a él sin querer. Luffy la observaba con el ceño apenas fruncido, como si tratara de leer su expresión. Como si supiera que estaba pensando en algo que no quería decir en voz alta.

Y lo peor era que, en cierto modo, sí lo sabía.

"Cuando estamos cerca."

Nami tragó saliva.

Si se lo negaba ahora, él lo notaría. Si desviaba la conversación, también. Y si seguía en silencio por demasiado tiempo…

—A veces —terminó diciendo, antes de que su propia indecisión la delatara.

No fue una mentira. Pero tampoco era toda la verdad.

Luffy la miró por un instante más. Luego asintió despacio, como si su respuesta le bastara.

Pero algo en su expresión la inquietó.

—¿Por qué quieres saberlo? — terminó preguntando ella al fin.

Luffy sonrió un poco, apoyando la barbilla en su mano.

—Rayleigh dijo que preguntar es la mejor forma de entender las cosas.

Nami bufó.

—¿Y qué más te dijo Rayleigh?

—Que siguiera mi instinto... Pero todavía no lo entiendo —dijo Luffy con tono pensativo.

Nami entrecerró los ojos, analizándolo.

—¿El qué no entiendes?

Luffy tardó un segundo en responder.

—Cuando uso haki, sé qué hacer. Es como... una sensación que me dice cómo moverme o cuándo actuar. —Su mirada se perdió un poco, como si intentara explicárselo a sí mismo—. Pero esto es diferente. No me dice nada. Solo... está ahí.

Nami sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Y qué sientes?

Luffy volvió a mirarla. No con la intensidad de antes, sino con algo más suave, más contemplativo.

—Es… raro —admitió—. Como cuando tienes hambre, pero no es de comida.

Nami mojó sus labios, sintiendo su boca un poco seca.

—¿Hambre? —repitió, como si así pudiera ganar tiempo.

Luffy asintió con naturalidad.

—Sí. Como cuando sabes que necesitas algo, pero no sabes qué es.

Ella desvió la mirada, porque lo entendía demasiado bien.

Porque también lo había sentido.

Porque había noches en las que, al quedarse sola en la oscuridad de su cuarto, su mente volvía a él. A sus manos recorriendo su piel, a la calidez de su cuerpo cuando se acercaba a ella. Y a la incómoda certeza de que, a veces, eso no era suficiente.

Que quería más.

Luffy se quedó en silencio un momento más, como si intentara atrapar algo que se le escurría de entre los dedos.

—Quiero entenderlo —dijo al fin.

Su voz no tenía duda ni vacilación. Era una simple declaración de hecho.

Nami sintió un hormigueo en la piel.

Sus dedos se crisparon sobre su falda antes de soltar el aire despacio.

—Entonces… —su voz fue más baja de lo que pretendía— tal vez deberías hacerle caso a Rayleigh.

Luffy parpadeó.

—¿Eh?

Nami tragó saliva.

—Seguir tu instinto.

Por un instante, no pasó nada.

Luego, Luffy movió la silla hacia atrás.

El sonido arrastrado de la madera contra el suelo le pareció mucho más fuerte de lo normal.

Nami sintió cómo su propio cuerpo se tensaba cuando él se puso de pie.

No hizo nada abrupto, ni siquiera se acercó de inmediato, pero todo en la habitación pareció cambiar.

El espacio entre ellos, el aire, el peso de la conversación.

Ella pudo oír su respiración, sentir el leve crujido de la madera bajo sus pies cuando avanzó un poco más.

Cada detalle era más intenso.

Su sombra se proyectó sobre ella cuando se inclinó un poco, todavía estudiándola.

—¿Así? —preguntó Luffy, y había algo diferente en su voz.

No burlón. No desafiante.

Solo curioso.

Nami sintió que su corazón se apretaba.

Porque sí.

Así.

Una corriente fría le recorrió la espalda, erizándole la piel.

No sabía si fue por lo que acababa de decir o por la forma en que Luffy la miraba.

No era una mirada intensa ni invasiva, pero estaba puesta completamente en ella.

Y su silencio… su silencio parecía una invitación.

O tal vez una rendición.

Luffy interpretó su falta de respuesta como una señal para continuar.

Nami sintió un leve escalofrío cuando su mano rozó su hombro.

Fue apenas un contacto, la yema de sus dedos trazando un camino perezoso a lo largo de su piel descubierta.

El tacto era ligero, pero la sensación que dejó tras de sí fue opuesta.

Como un temblor interno, como un cosquilleo bajo la piel que se extendió por todo su brazo a medida que él descendía.

Su respiración se hizo más lenta cuando sintió sus dedos rodear su muñeca.

La sostuvo con una delicadeza casi extraña en él, como si le diera la opción de resistirse.

Pero no lo hizo.

Nami no protestó cuando él la guio con suavidad para que se pusiera de pie frente a él.

Su otra mano se deslizó sobre la curva de su mejilla, la piel de sus nudillos tibia contra su rostro.

Fue un roce leve, un toque de reconocimiento antes de que sus dedos bajaran con un trazo indeciso por su mandíbula.

Cuando alcanzó la base de su cuello, Nami contuvo el aliento.

Su pulgar rozó la piel justo encima de su clavícula, trazando círculos lentos y distraídos, como si estuviera probando algo.

Nami no sabía si su respiración se había vuelto más profunda o si solo estaba más consciente de ella.

Pero la sensación estaba ahí.

Creciendo.

Expandiéndose.

Apretándole el pecho y enredándose en su garganta hasta dejarle un nudo difícil de ignorar.

Sus dedos descendieron apenas unos centímetros más.

Fue un roce ligero, casi torpe, como si todavía estuviera tanteando el terreno.

Pero a Nami le bastó para que todo su cuerpo se tensara.

El aire escapó de sus labios en un gemido ahogado, apenas un murmullo, pero lo suficiente para que el momento se congelara.

Para que ambos se quedaran completamente quietos.

El calor subió a su rostro de golpe.

No supo si fue por la sorpresa o por la expectativa, pero su piel ardía.

Y Luffy…

Luffy la estaba mirando.

No con intensidad, ni con curiosidad.

No con la expresión de alguien que intenta entender algo.

Era diferente.

Parecía… contemplativo.

Como si, por primera vez, estuviera notando esos pequeños detalles que eran parte de ella.

El leve temblor en sus pestañas.

La forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración contenida.

La manera en que su piel reaccionaba bajo su tacto.

Y entonces, con la misma naturalidad con la que hablaba de comida o del mar, murmuró:

—Cambiaste.

Nami parpadeó, aún sin recuperar del todo el aliento.

—¿Qué?

Luffy inclinó un poco la cabeza, sin apartar su mano de su cuello.

—Los últimos dos años —aclaró—. Cambiaste.

No sonaba sorprendido.

Nami humedeció sus labios, aun sintiendo la calidez de su toque sobre su piel.

Su voz salió más baja de lo que esperaba, dudosa.

—¿Eso… te gusta?

Luffy no respondió de inmediato.

Por un momento, solo la miró.

Y aunque no apartó la mano de su cuello, su pulgar rozó su piel con una suavidad distraída, como si su cuerpo respondiera antes que su mente.

Le gustaba.

Pero no porque hubiera cambiado.

No porque se viera diferente, o porque ahora la notara de una manera nueva.

No era eso.

En algún punto, había empezado a notar que Nami era bonita.

Pero eso no era lo importante.

Porque tampoco era lo que ella estaba preguntando.

Porque algo en él le decía que no importaba si estaba igual, si había cambiado o si seguía cambiando.

Le gustaba porque era Nami.

Y eso no tenía nada que ver con cómo se viera.

El agarre en su muñeca se afianzó apenas un poco, como si quisiera asegurarse de que ella seguía ahí.

—No importa —dijo al final, con la misma certeza con la que hablaba cuando estaba seguro de algo—. Eres tú.

Nami sintió que algo dentro de ella se apretaba.

No era la respuesta que esperaba.

No cuando, momentos antes, hablaban de instinto.

No cuando aquel calor seguía ardiendo en su piel, en el espacio entre ellos, en la manera en que su respiración aún se sentía inestable.

Pero tampoco podía decir que no le gustaba.

Porque lo conocía.

Sabía que Luffy nunca decía cosas como esa sin pensarlas—o sin sentirlas.

Sabía que era sincero.

Siempre lo era.

Y por alguna razón, eso solo hizo que el nudo en su pecho se hiciera más grande.

Con un suspiro tembloroso, dejó caer su frente sobre su hombro, ocultando el rostro contra su camisa.

—Siempre tienes que ser tan sincero… —murmuró, sin poder mirarlo a los ojos.

Sus manos se cerraron sobre la tela de su ropa, como si así pudiera sujetar algo en medio de toda la confusión que la envolvía.

Luffy no respondió de inmediato.

Pero su otra mano se deslizó hasta su espalda, deteniéndose ahí.

El silencio se extendió entre ellos, solo roto por el leve crujir de la madera bajo sus pies y la respiración aún temblorosa de Nami.

Con un hilo de voz, preguntó:

—¿Y ahora qué te dice tu instinto?

Luffy no respondió enseguida.

Pero su mano se deslizó lentamente, subiendo desde su clavícula hasta su mentón, guiándola para que lo mirara.

Nami se encontró con su mirada, y por un segundo, todo lo demás dejó de existir.

No hubo vacilación.

No hubo dudas.

Solo él.

Y el instante en que, con una firmeza que nunca antes había mostrado en algo así, Luffy la besó.

Fue un roce suave al principio, como si aún estuviera intentando comprender la situación.

Pero el temblor en los labios de Nami, la manera en que ella respondió casi sin pensar, hicieron que todo se intensificara.

El beso se tornó más profundo, más urgente, como si algo dentro de ellos se hubiera roto después de tanto tiempo.

Como si, de pronto, la distancia de dos años se hubiera convertido en un vacío imposible de ignorar.

Luffy la acercó más.

Sin dudarlo.

Sin pensarlo.

En momentos como ese, su instinto parecía guiarlo con una claridad imposible de ignorar.

Especialmente cuando sintió cómo Nami soltaba la tela de su camisa, solo para deslizar sus brazos alrededor de su cuello.

El calor de su cuerpo, la forma en que encajaba contra él, hicieron que algo en su pecho se apretara.

Su otra mano se posó en la curva de su espalda, firme, cálida.

Y el beso...

El beso se volvió más profundo, más lento, como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante.

Nami sintió su piel ardiendo donde la tocaba y la presión de sus manos.

Y, sin embargo, no era solo eso lo que la estremecía.

Era todo.

La manera en que Luffy la sostenía.

Y la sensación, cada vez más abrumadora, de que ya no importaban los dos años de distancia.

Porque, en ese instante, lo único que existía era él.

Y ella.

Cuando finalmente se separaron, fue solo porque el aire se volvió una necesidad.

Pero incluso entonces, ninguno se alejó demasiado.

Nami apenas tuvo tiempo de recuperar el aire cuando sintió el aliento de Luffy sobre su piel.

Tan cerca.

Tan cálido.

Nami cerró los ojos un instante, intentando calmar el ritmo frenético de su corazón.

Pero era imposible.

No cuando aún sentía respirar a Luffy contra su cuello, cuando el roce de su nariz sobre su piel la hacía estremecer.

Cuando su nombre en su voz sonaba de esa manera.

Lentamente, Luffy deslizó sus labios sobre su clavícula, apenas un roce, apenas un susurro de calor que la hizo aferrarse con más fuerza a sus hombros.

Su piel ardía donde él la tocaba.

Su respiración se volvió entrecortada, y, por un momento, todo su cuerpo pareció tensarse con la expectativa de lo que vendría después.

No era la primera vez que se besaban.

Pero esto…

Esto era diferente.

Había algo en la manera en que Luffy la sostenía, en la forma en que sus dedos se afianzaban en su espalda, como si estuviera descubriendo algo por primera vez.

Como si no tuviera ninguna intención de soltarla.

Reaccionó con la misma suavidad, dejando que sus manos descendieran desde sus hombros hasta su pecho descubierto.

Sintió el calor de su piel bajo sus dedos, el leve temblor en su respiración cuando lo tocó, y se preguntó si Luffy también estaba sintiendo lo mismo que ella.

Algo nuevo.

Algo desconocido.

Luffy exhaló lentamente, como si el contacto le robara el aliento, y por un momento, sus manos se aferraron a su cintura con más firmeza, como si intentara afianzarse a algo en medio de aquella sensación abrumadora.

—Nami… —su voz era un murmullo apenas audible contra su clavícula, pero el solo sonido de su nombre en su tono rasposo le hizo contener el aire.

Su aliento aún se derramaba sobre su piel, cálido y pausado, mientras el leve temblor en su respiración delataba que también estaba procesando lo que sentía.

Nami no se movió.

No cuando aún sentía el peso de su cuerpo sobre el suyo, el calor de sus manos sobre su cintura.

Pero antes de que se diera cuenta, sus propios dedos habían comenzado a deslizarse con lentitud sobre su pecho, siguiendo el contorno de sus cicatrices con una suavidad temerosa, casi reverente.

Luffy reaccionó al contacto, apenas un escalofrío en sus músculos, pero Nami lo notó.

Sus dedos se detuvieron un instante.

Entonces, como si él mismo estuviera tratando de comprender esa nueva sensación, su agarre en su cintura se volvió más ligero, sujeta, pero no retenida, dándole la oportunidad de apartarse.

Pero ella no lo hizo.

En su lugar, deslizó la yema de los dedos un poco más arriba, sintiendo el latido acelerado de su corazón bajo su piel.

Era extraño.

Saber que Luffy, alguien siempre tan seguro, tan despreocupado, estaba temblando ligeramente bajo su toque.

Y aún más extraño era la manera en que eso la hacía sentirse.

Su pulgar rozó el borde de una de sus cicatrices y sintió su respiración estremecerse.

Entonces, con un movimiento lento, casi indeciso, Luffy apartó su rostro de su cuello y dejó caer su frente contra la de ella.

Sus ojos, oscuros e insondables, la observaron en silencio.

Había algo en ellos que no podía descifrar.

Pero no necesitaba hacerlo.

Porque lo sentía.

Un hambre silenciosa, una necesidad que los envolvió sin previo aviso.

Por un instante, solo respiraron juntos.

El calor de su aliento se mezclaba en el espacio diminuto que los separaba, su frente aún apoyada contra la de ella, su nariz rozándola apenas.

Entonces, sin apartar la mirada, Luffy movió una de sus manos.

Con lentitud.

Con esa torpeza contenida que tenía cuando intentaba hacer algo con cuidado, como si no supiera exactamente cómo debía tocarla, pero tampoco quisiera hacerlo mal.

Sus dedos partieron desde su cintura, deslizándose con vacilación sobre su vientre, ascendiendo apenas unos centímetros, como si quisiera memorizar cada pequeña reacción en ella.

Cuando la punta de sus dedos rozó su piel desnuda, sintió cómo Nami se estremecía bajo su toque.

No era miedo.

No era incomodidad.

Era algo más.

Algo nuevo.

Luffy parpadeó, notando el escalofrío que recorrió la piel de Nami bajo su toque.

Suavidad.

Era lo primero que le venía a la mente.

Su piel era cálida y suave, y cada vez que sus dedos la rozaban, ella reaccionaba de una forma que no terminaba de entender, pero que lo hacía querer seguir tocándola.

Así que lo hizo.

Con la misma curiosidad con la que probaba cosas nuevas, con la misma fascinación con la que se aferraba a lo desconocido sin dudar.

Dejó que su mano explorara con cautela, recorriendo su cintura, sintiendo cómo su respiración se alteraba con cada roce.

Nami se tensó un instante cuando él deslizó la yema de los dedos sobre su costado, como si su piel reaccionara antes que ella.

Luffy inclinó la cabeza apenas, curioso.

—Eres… —murmuró con voz baja, pensativo.

Nami exhaló, intentando recuperar el aliento.

—¿Qué…?

—Suave.

Lo dijo como si fuera un descubrimiento asombroso, como si acabara de darse cuenta de algo importante.

Nami entreabrió los labios, mirándolo con incredulidad.

Pero antes de que ella pudiera decir algo, Luffy volvió a moverse, como si aún quisiera comprobar su hallazgo. Como si su único propósito en ese momento fuera descubrir cada pequeña reacción en ella.

Sus dedos, aún inseguros, se deslizaron lentamente hacia arriba, rozando su piel con un toque tan ligero que apenas parecía real.

Y entonces…

Lo sintió.

Una suavidad distinta.

Diferente a la de su cintura, a la de su vientre o su espalda.

Era más blanda, más cálida, más… redonda.

Luffy detuvo su mano por un instante, como si su cerebro necesitara procesar la nueva sensación. No era algo que hubiera tocado antes, al menos no de esta manera. No con esta intención. No con esta… curiosidad.

Nami contuvo el aliento, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza contra su pecho. La mirada de Luffy estaba fija en su mano, en cómo sus dedos se hundían levemente en la curva de su pecho, cubierta solo por la delgada tela del bañador. No había lujuria en su expresión, solo una curiosidad genuina, como si estuviera descubriendo algo nuevo en el mundo.

—¿Nami? —murmuró, su voz más baja de lo habitual, casi un susurro.

Ella no supo qué responder. No podía. No cuando sus dedos comenzaron a moverse de nuevo, esta vez con un poco más de confianza, explorando la forma de su pecho a través de la tela. La textura del bañador era suave, pero no tanto como su piel, y el contraste parecía fascinar a Luffy.

—Es… diferente —dijo él, más para sí mismo que para ella. Sus dedos se detuvieron, no para retroceder, sino para presionar suavemente, como si quisiera comprobar la consistencia.

Nami cerró los ojos, sintiendo cómo el calor se extendía por su rostro y su cuello. No podía creer que esto estuviera pasando. No con Luffy. No de esta manera. Pero, al mismo tiempo, no podía negar que algo en su interior se estremecía con cada roce, con cada exploración torpe pero sincera de sus manos.

—¿Te duele? —preguntó Luffy de repente, frunciendo el ceño con preocupación.

Ella abrió los ojos, encontrándose con su mirada.

—No… —murmuró, sintiendo cómo su voz temblaba—. No duele.

Luffy asintió lentamente, como si estuviera procesando la información. Luego, con esa determinación que lo caracterizaba, volvió a mover su mano, esta vez con un poco más de firmeza. Sus dedos trazaron círculos lentos alrededor de su pecho, sintiendo cómo la tela del bañador se ajustaba a su forma, revelando más de lo que ocultaba.

Nami sintió cómo su respiración se hacía más rápida, más superficial. Cada roce, cada presión ligera, enviaba oleadas de calor a través de su cuerpo. No podía evitar arquearse levemente hacia él.

—¿Y esto? —preguntó Luffy, su voz aún baja, pero con un tono que delataba su curiosidad creciente.

Antes de que ella pudiera responder, sus dedos encontraron su pezón, ahora visiblemente erecto bajo la tela del bañador. Nami contuvo un gemido, aferrándose a sus hombros con más fuerza. La sensación era intensa, casi abrumadora, y por un momento, sintió que iba a perder el control.

—Luffy… —susurró, esta vez con una advertencia en su voz. Pero él no pareció entenderla.

En lugar de eso, inclinó la cabeza, observando con atención cómo su pecho respondía a su toque. Parecía fascinado, como si estuviera descubriendo algo mágico.

—Es raro —dijo finalmente, con una sonrisa pequeña y casi inocente—. Pero me gusta.

Nami sintió que su rostro ardía. No sabía si reír, llorar o simplemente dejarse llevar. Porque, a pesar de todo, había algo en la manera en que Luffy la tocaba, en la forma en que la exploraba con esa curiosidad sincera, que la hacía sentir… especial.

Los dedos de Luffy continuaron explorando, esta vez con un poco más de confianza, trazando círculos lentos alrededor de su pecho. Sus manos ajustándose a su forma, revelando cada curva, cada detalle que parecía fascinarlo. Nami sintió cómo sus piernas comenzaron a ceder levemente, como si ya no pudieran sostenerla.

—Luffy… —murmuró, esta vez con un tono más suave, casi una súplica.

Pero él no parecía dispuesto a detenerse. En lugar de eso, sus manos se deslizaron hacia su cintura, aferrándola con firmeza para evitar que cayera. Nami sintió cómo el calor de sus palmas se transmitía a través de su piel, creando una sensación que la hacía sentir como si estuviera ardiendo.

—¿Estás bien? —preguntó Luffy, con un tono que delataba su preocupación.

Ella asintió levemente, incapaz de articular palabra, agitando su cabello de manera involuntaria. Sus piernas aún temblaban, y la sensación de sus manos en su cintura no ayudaba a calmarlas.

El movimiento liberó una ráfaga de su aroma, una mezcla de mandarinas dulces y algo más cálido, algo que era inconfundiblemente Nami. El olor golpeó a Luffy de lleno, envolviéndolo como una corriente de aire fresco en medio de una tormenta.

Por un instante, sus dedos se detuvieron. Sus ojos se cerraron brevemente, como si estuviera tratando de procesar la nueva sensación. El aroma era dulce, atractivo… apetitoso. Y antes de que pudiera pensar en ello, su cuerpo reaccionó.

Sin soltarla, inclinó la cabeza hacia su cuello, atraído por el aroma como si fuera una fuerza irresistible. Su nariz rozó su piel, inhalando profundamente, como si quisiera memorizar cada nota de su fragancia. Nami contuvo el aliento, sintiendo cómo el calor de su aliento se derramaba sobre su clavícula, enviando un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

—Luffy… —susurró, pero su voz se perdió en el aire cuando él respondió de la única manera que sabía: con acciones, no con palabras.

Sus labios rozaron su piel, apenas un roce ligero, pero suficiente para hacer que Nami se estremeciera. No fue un beso, no exactamente. Sus dientes mordisquearon suavemente su hombro, como si estuviera probando una fruta madura, y Nami sintió cómo su cuerpo respondía de manera involuntaria.

El sonido que escapó de sus labios fue apenas un suspiro, pero Luffy lo escuchó. Lo sintió. Y eso fue suficiente para que su curiosidad se convirtiera en algo más intenso, más urgente. Sus manos se apretaron un poco más alrededor de su cintura.

Nami sintió cómo su pulso se aceleraba, cómo su respiración se volvía más irregular. Cada movimiento de Luffy, cada roce, cada mordisco suave, la hacía sentir como si estuviera al borde de algo que no podía nombrar. Y cuando sus labios encontraron la base de su cuello, ella no pudo evitar soltar un gemido ahogado, una mezcla de sorpresa y placer que resonó en la habitación.

Luffy se detuvo por un momento, como si el sonido lo hubiera sacado de su trance. Sus ojos se encontraron con los de ella, y por un instante, todo lo que pudo hacer fue mirarla, como si estuviera tratando de descifrar lo que acababa de pasar. Pero antes de que pudiera decir algo, Nami inclinó la cabeza, exponiendo más su cuello en una invitación silenciosa.

Y él, sin pensarlo dos veces, aceptó.

Sus labios volvieron a su cuello, pero esta vez no se limitaron a un roce ligero. Su lengua se deslizó sobre su piel, trazando una línea húmeda y fresca que contrastaba con el ardor que ya la envolvía. Nami contuvo el aliento, sintiendo cómo ese contacto la hacía estremecer de una manera que no podía controlar. La sensación era nueva, intensa, y cada movimiento de su lengua enviaba oleadas de calor que se extendían por todo su cuerpo.

—Luffy… —susurró, esta vez con un tono más tembloroso, casi quebrado.

Pero él no respondió con palabras. En lugar de eso, sus manos se deslizaron hacía arriba, acariciando su espalda y sosteniéndola con firmeza mientras su boca continuaba explorando. Sus dientes mordisquearon suavemente su piel, con determinación instintiva.

Nami sintió cómo su cuerpo respondía de manera involuntaria, buscando más de ese contacto. Sus manos se aferraron a sus hombros, pero ya no para sostenerse, sino para acercarlo más, para sentir su calor, su firmeza...ese contraste que existía entre los dos.

Porque Luffy no era suave. No en sus movimientos, no en su forma de tocarla. Sus manos eran grandes, callosas, y su cuerpo era firme, casi duro bajo su toque. Y en ese momento, con la tensión palpable entre ellos, esa diferencia se hacía más evidente que nunca. Nami podía sentir cada músculo, cada línea de su cuerpo, y eso solo aumentaba la intensidad de la experiencia.

Nami, perdida en el mar de sensaciones que la hacían perder la fuerza, se inclinó hacia él, cerrando la distancia entre sus cuerpos. Por un instante, todo pareció detenerse. Luffy se paralizó, sus manos aún en su espalda, su boca a solo unos centímetros de su piel. Nami también se detuvo, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba al notar la obvia diferencia entre ellos.

Definitivamente él no era suave. Menos aún en ese momento.

Estaba segura de que su rostro enrojeció aún más, pero no podía evitarlo. No cuando sus cuerpos estaban tan cerca. La presión contra su vientre era inconfundible, firme y cálida, y por un momento, Nami sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones. Luffy no intentó disimularlo, ni siquiera pareció darse cuenta de que ella lo había notado. Simplemente estaba allí, palpable, como una parte más de él que no podía ocultar.

Nami desvió la vista, incapaz de sostener su mirada por más de unos segundos. Pero incluso sin mirarlo directamente, podía sentir la agitación en él. Su respiración era más rápida, más irregular, y el calor de su piel parecía aumentar con cada segundo que pasaban tan cerca. Cuando finalmente se atrevió a mirarlo de nuevo, notó que su rostro también estaba enrojecido, sus mejillas teñidas de un tono rosado que contrastaba con su expresión usualmente despreocupada.

Él no decía nada. No hacía preguntas. Solo la miraba con una intensidad que la hacía sentir como si estuviera siendo desnudada, no físicamente, sino emocionalmente. Sus ojos, usualmente llenos de energía y determinación, ahora estaban oscuros, casi insondables, como si estuviera tratando de descifrar algo que ni siquiera él entendía del todo.

El aire entre ellos estaba cargado, denso, como si la misma atmósfera respondiera al calor que compartían. La piel de Nami ardía bajo sus caricias, cada roce de sus manos enviando corrientes eléctricas a través de su cuerpo.

Nami sintió su respiración temblar, entrecortada, mientras la calidez de sus cuerpos amenazaba con devorarla por completo. Su vientre se tensó cuando Luffy se movió ligeramente aún aferrado a ella, una realidad innegable que la hacía estremecer desde lo más profundo. Era demasiado, y, aun así, no quería apartarse.

Él seguía sin decir nada. Solo la miraba con esos ojos oscuros y enfocados, expectante ante cada respuesta de su cuerpo. Y fue entonces cuando lo sintió con más intensidad. Su piel estaba cada vez más caliente, su pulso golpeaba contra el suyo en un ritmo frenético, y el aliento de Luffy se mezclaba con el suyo, apenas una brisa cálida que le erizaba la piel.

Sus piernas temblaban. Trató de sostenerse, de resistirse a la sensación de ceder ante el peso de la intensidad creciente entre ellos, pero el calor, la cercanía, la... sorpresa de tantas sensaciones recién descubiertas, le robaban la fuerza.

Un pequeño jadeo escapó de sus labios cuando sintió que sus rodillas ya no la sostenían, y antes de que pudiera evitarlo, su cuerpo se inclinó hacia adelante, buscando el apoyo que ya no tenía. En un reflejo rápido, Luffy la sostuvo, sus brazos envolviéndola con firmeza para evitar que cayera abruptamente. Pero incluso ese intento de sostenerla solo sirvió para empujarlos aún más cerca.

El impacto fue suave, un deslizamiento más que una caída. La espalda de Nami tocó el suelo frío, un contraste casi cruel con el calor que se acumulaba entre ellos. Luffy quedó sobre ella, su peso sosteniéndose en sus antebrazos a ambos lados de su cuerpo, sus piernas aún entrelazadas en un enredo imposible de ignorar.

El aliento de Nami se quedó atrapado en su garganta. No podía moverse. No quería moverse.

Luffy tampoco lo hizo. Su pecho subía y bajaba rápidamente, su calor irradiaba contra la piel de Nami como llamas suaves e incontrolables. Podía sentir cada línea de su cuerpo, cada punto de contacto en el que sus pieles se encontraban a través de las telas húmedas y pegadas por el calor.

Era una sensación nueva, diferente a cualquier otra que hubiera experimentado antes. Un fuego lento que se extendía en su interior, consumiéndola desde el centro de su ser. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera romper su pecho, y el peso de Luffy sobre ella solo lo hacía más real, más tangible, más inescapable.

Nami entreabrió los labios, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero todo pensamiento lógico se disolvía con la manera en que Luffy la miraba. Su expresión no era la de siempre, no había rastros de su sonrisa habitual ni de su despreocupada energía. Había algo más en sus ojos, algo oscuro, atrapante, que la hacía sentir como si el suelo bajo ellos no existiera, como si flotaran en un espacio donde solo importaba la manera en que se sentían el uno al otro.

Y entonces, él se movió. Un simple ajuste de su peso, una ligera presión de su pecho contra el de ella, suficiente para enviar otra ola de calor recorriendo su cuerpo. Nami cerró los ojos, atrapada en esa espiral de sensaciones que la hacían perder toda noción del tiempo. Su mente le gritaba que reaccionara, que hiciera algo, pero su cuerpo se negaba a escuchar.

—Nami… —murmuró, esta vez con un tono más bajo, y áspero.

Ella no pudo responder. Pero él no parecía esperar una respuesta, simplemente inclinó la cabeza, acercándose un poco más. Sus labios rozaron nuevamente su piel, apenas un roce ligero sobre su clavícula.

El calor era asfixiante.

Luffy no estaba seguro de qué lo tenía más atrapado: si el cuerpo de Nami enredándose instintivamente contra el suyo o la sensación de su piel bajo sus labios. Su respiración estaba pesada, desordenada, y aunque nunca había pensado demasiado en estas cosas, ahora mismo todo lo que podía hacer era sentir.

Su rostro descendió, guiado por algo más fuerte que el pensamiento, algo que lo jalaba sin que pudiera resistirse. Su nariz rozó su clavícula primero, sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de Nami, cómo sus piernas se tensaron un segundo antes de volverse a aflojar.

No entendía por qué, pero quería hundirse más, probar, sentirla de una manera que nunca antes había imaginado. Su boca descendió, dejando un rastro de caricias torpes, inexpertas, sobre su piel.

Nami se arqueó bajo él.

El gesto fue leve, pero suficiente para que su pecho rozara su mandíbula. El aire se le atascó en la garganta. No podía moverse sin sentirla más, sin que la fricción entre ellos lo envolviera como una marea creciente.

Nami no lo detenía.

Sus manos, que antes habían estado sobre el suelo, se aferraron con fuerza a su espalda, sus dedos enredándose en la tela empapada de su camisa. Sus piernas se acomodaron a su alrededor en un reflejo involuntario, ajustándose con un roce ardiente que lo hizo temblar.

—Nami… —su voz sonó diferente, extraña incluso para él.

Ella no respondió. Pero su respiración se quebró cuando él deslizó el rostro más abajo, hasta hundirse en la suavidad de sus pechos.

El mundo desapareció.

La calidez lo envolvió, el aroma de Nami, la presión de su cuerpo, el sonido ahogado que escapó de sus labios cuando él rozó su piel. Sintió que se hundía, que no había escape ni necesidad de buscarlo.

El aire en la habitación era denso, cargado de una electricidad que parecía envolverlos por completo. Luffy estaba tan cerca que Nami podía sentir cada latido de su corazón, cada respiración entrecortada que escapaba de sus labios. Sus manos, se deslizaban por su piel con una mezcla de torpeza y determinación que la hacía estremecer. No había vuelta atrás, y en ese momento, Nami no quería que la hubiera.

—Luffy… —susurró, su voz temblorosa, casi quebrada, mientras sus dedos se aferraban a su espalda, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la tela húmeda de su camisa.

Él no respondió. En lugar de eso, su boca encontró la suya en un beso que era a la vez desesperado y tierno. Nami sintió cómo su cuerpo respondía de manera instintiva, arqueándose hacia él, buscando más contacto, más de esa sensación que la hacía sentir tan viva. Sus mentes estaban en blanco, solo existía el aquí y el ahora, el calor de sus cuerpos entrelazados, la urgencia que los consumía.

Luffy se ajustó sobre ella, su peso firme pero no opresivo, y Nami sintió cómo el mundo a su alrededor se desvanecía. No había nada más que él, su aliento, sus manos, su presencia abrumadora que la envolvía por completo. Sus labios se separaron por un instante, solo para jadear, para recuperar el aire que les faltaba, pero antes de que pudieran volver a encontrarse, un sonido los sacó bruscamente de su trance.

Toc, toc.

El golpe en la puerta fue leve, casi discreto, pero en el silencio de la habitación resonó como un trueno. Nami contuvo el aliento, sus ojos abriéndose de par en par mientras su cuerpo se tensaba bajo el de Luffy. Él también se detuvo, su mirada perdida por un instante, como si estuviera tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—Nami, ¿estás ahí? —la voz de Robin llegó desde el otro lado de la puerta, su tono calmado y casual, como si no tuviera idea de lo que estaba interrumpiendo.

Nami cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo el fastidio se apoderaba de ella. Maldita sea, ¿por qué ahora? Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una manera de hacer que Robin se fuera sin levantar sospechas.

—Sí, estoy aquí —respondió, intentando que su voz sonara lo más normal posible, aunque el temblor en sus palabras persistía—. Estoy… ocupada.

Hubo una pausa incómoda al otro lado de la puerta, y por un momento, Nami esperó que Robin se fuera. Pero entonces, la voz de la arqueóloga volvió a sonar, esta vez con un dejo de curiosidad.

—¿Ocupada? —preguntó Robin, y Nami pudo casi ver la sonrisa juguetona en su rostro—. Bueno, no quiero interrumpir, pero necesito tomar una ducha. ¿Puedo pasar?

Nami sintió que su rostro ardía de vergüenza y frustración. Maldita sea, Robin. ¿Por qué tenía que ser ahora? Miró a Luffy, que todavía estaba sobre ella, su expresión una mezcla de confusión y deseo contenido. Con un suspiro de resignación, Nami se apartó de él, sintiendo cómo su cuerpo protestaba ante la pérdida de contacto.

Se levantó de golpe, con el ceño fruncido y el calor ardiendo en su piel como si quisiera borrar con enojo la sensación que aún la invadía. Caminó con pasos firmes hacia la puerta y la abrió con tanta brusquedad que estuvo a punto de estamparla contra la pared.

Robin la observó desde el umbral, con su típica expresión tranquila. No dijo nada sobre el estado en el que Nami estaba, ni hizo ningún comentario sobre lo evidente que era su incomodidad. Se limitó a dedicarle una sonrisa ligera, como si todo fuera normal.

—Voy a darme un baño —comentó simplemente.

Nami parpadeó.

Por un segundo, la actitud serena de Robin la descolocó. No podía leer en ella ninguna intención maliciosa ni burla, lo que la hacía aún más desconcertante. Robin nunca hacía nada sin un propósito, y si había venido hasta aquí, tenía que haber una razón… pero no dijo nada más.

En su lugar, entró a la biblioteca con su elegancia habitual, sin apurarse, como si no hubiera interrumpido absolutamente nada. Nami cerró la puerta con menos agresividad de la que había planeado y se giró, con el estómago aún revuelto.

Y entonces lo vio.

Luffy se había sentado en el suelo, apoyado contra una de las estanterías. Su cabello, normalmente despeinado, estaba aún más revuelto. La camisa desacomodada y una fina capa de sudor sobre su piel hablaban por sí solas de lo que había pasado minutos antes.

Y solo entonces, Nami se hizo consciente de su propia apariencia: el cabello enredado, la ropa ligeramente desordenada, el calor que aún persistía en su piel.

—Hola, Luffy —dijo Robin, con su tono despreocupado de siempre.

Luffy levantó la vista y le devolvió el saludo con la misma calma.

—Hola, Robin.

Nami sintió cómo su pulso se aceleraba. La normalidad en sus voces solo hacía que la situación se sintiera más extraña.

Robin no dijo nada más. Solo pasó junto a ellos con la misma tranquilidad de siempre y subió las escaleras, encaminándose al baño como si nada.

La puerta se cerró tras ella.

El silencio que dejó a su paso era insoportable.

Nami tragó saliva y, sin atreverse a mirar a Luffy, sintió cómo su rostro enrojecía nuevamente.

El aire en la habitación se había vuelto distinto, más frío, como si el simple hecho de haber sido interrumpidos hubiera disipado el calor sofocante que había envuelto sus cuerpos momentos antes. Pero no era solo la temperatura—era la repentina y cruel conciencia del lugar en el que estaban, de la situación, del silencio abrumador que ahora se extendía entre ellos.

Nami bajó la mirada, sintiendo un nudo apretarle la garganta.

—Tal vez deberíamos… —empezó a decir, pero su voz se apagó a la mitad de la frase.

Deberíamos… ¿qué? ¿Hablar? No era como si hubieran estado conversando antes de ser interrumpidos. No podía encontrar una manera de terminar esa oración, porque no sabía qué pedirle en voz alta.

Así que soltó un suspiro y se obligó a terminar con otra cosa.

—Necesito estar a solas un rato.

No miró a Luffy al decirlo, pero lo sintió quedarse quieto, demasiado quieto.

Él no discutió. No hizo ningún comentario, ni siquiera puso esa expresión confundida que solía tener cuando algo no tenía sentido para él. Pero tampoco se movió de inmediato.

Parecía ausente.

O quizás no era eso.

Luffy sentía que su cuerpo entero se resistía a la idea de apartarse de ella. Todo en él—sus músculos tensos, el ardor en su piel, el impulso primitivo que aún vibraba en su pecho—le gritaba que la abrazara, que la besara de nuevo, que siguiera con todo aquello que no entendía, pero que su cuerpo exigía continuar.

Pero no lo hizo.

Apretó los puños con fuerza y desvió la mirada antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida.

Al abrir la puerta y salir a cubierta, la luz del sol lo golpeó con fuerza, obligándolo a entrecerrar los ojos. Por un momento, todo parecía antinatural, demasiado brillante, demasiado distinto al mundo que había quedado atrás en la biblioteca.

Luego, una ráfaga de viento le revolvió el cabello, trayéndole un poco de alivio.

Rayleigh.

Recordó el último consejo que le había dado ese día, con esa sonrisa que siempre parecía saber más de lo que decía:

"Asegúrate de no hacer nada que ella no quiera."

Luffy respiró hondo.

Su mente seguía un poco revuelta, su cuerpo aún tenso, pero esa única frase le ayudó a calmar el torbellino dentro de él.

Porque no importaba lo que su cuerpo le pidiera.

Si Nami había dicho que necesitaba estar sola, entonces eso era lo que haría.

Y con ese pensamiento, se quedó de pie bajo el sol, dejando que el viento se llevara lo que quedaba del calor que aún lo quemaba por dentro.

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Hola nuevamente, por fin ha llegado uno de los capítulos más esperados por mí, y espero que también para ustedes. Ni siquiera sé cuánto tardé en actualizar, pero sentí que fue demasiado; una confesión, me di cuenta de que gasté mi "mejor material" en los one shots de la Lunami Week, y empecé la redacción un poco perdida pues no quería repetir las mismas frases y acciones en este capítulo, aunque el estilo es el estilo, no quería escribir lo mismo dos veces, como sea el ejercicio salió bien y estoy contenta con el resultado.
Muchas gracias, Mara 1451 por tu review, espero que con este cap ya no parezcan tan mensos. Jajajaja.