El sonido del agua llenaba el baño, un murmullo constante que resonaba contra las paredes de madera. La bruma cálida flotaba en el aire, empañando levemente las ventanas, y el aroma sutil del jabón mezclado con la humedad envolvía el espacio.

Nami se quedó en el umbral de la puerta por un instante, el puño apretado y los labios tensos, sintiendo cómo su propio calor, el que aún persistía desde lo sucedido en la biblioteca, se mezclaba con la calidez sofocante del baño.

Robin estaba recostada en la bañera, con los brazos extendidos a los lados, su expresión tan serena como siempre. El agua le llegaba hasta la mitad del torso, dejando su piel desnuda expuesta al vapor del ambiente. Parecía tranquila, casi perezosa, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Nami sintió que la furia le subía de golpe.

Caminó con paso firme hasta detenerse junto a la bañera, los brazos cruzados sobre su pecho, tratando de ignorar el revoltijo de emociones que le carcomía el estómago: enojo, confusión… y una vergüenza abrasadora que le hacía hervir la piel.

Robin entreabrió un ojo y le dedicó una sonrisa ligera.

—¿Hay algo que te esté molestando, Nami?

La navegante frunció el ceño.

—Eres muy valiente para tener medio cuerpo sumergido en el agua, considerando lo que eso significa para los usuarios de una fruta del diablo.

Robin soltó una risita baja, cerrando los ojos de nuevo con una expresión de absoluto desinterés.

—Oh, pero, aun así, podría vencerte si quisiera.

Nami chasqueó la lengua con fastidio, sus dedos cerrándose con fuerza alrededor de sus propios brazos.

—Pero no creo que por eso estés aquí —continuó Robin, su tono tranquilo, casi entretenido—. ¿O sí?

Nami sintió cómo sus entrañas se retorcían.

No, no estaba ahí para pelear.

Ella estaba ahí porque su cabeza estaba hecha un desastre. Porque la interrupción de Robin había sido como un balde de agua fría sobre algo que la había consumido por completo. Porque no sabía qué pensar de lo que acababa de pasar, y la simple idea de que Robin hubiera sido testigo le hacía hervir la sangre.

Pero, ¿cómo siquiera empezar?

Inspiró hondo y soltó el aire despacio.

—¿Por qué? —preguntó al final, sin molestarse en ocultar la irritación en su voz—. ¿Por qué justo en ese momento?

Robin abrió los ojos, mirándola con una leve inclinación de cabeza, como si evaluara su expresión.

Y entonces, sonrió.

—Qué interesante pregunta.

Nami sintió que su enojo vacilaba un poco. Frunció los labios.

—No te hagas la desentendida —espetó—. Tú fuiste la primera en decir que haríamos una linda pareja.

Robin dejó escapar una risa suave, moviendo apenas la mano dentro del agua.

—Oh, eso fue antes de darme cuenta de lo cursis que son todos aquí.

Nami parpadeó, desconcertada por la respuesta.

—¿Qué?

—No me malinterpretes, los adoro —aclaró Robin con una leve sonrisa—, pero he estado en muchas tripulaciones y, créeme, la mayoría no es así.

El agua se agitó levemente cuando Robin se acomodó, apoyando los brazos en los bordes de la bañera.

—He visto lo que pasa cuando las cosas no se aclaran —continuó—. A veces las tripulaciones se separan, los motines estallan, la dinámica cambia… y no siempre para bien.

El estómago de Nami se encogió.

Robin la miró con interés.

—Dime, Nami, ¿estás lista para enfrentar eso?

Nami sintió que el calor en su pecho cambiaba, como si la furia que la había traído hasta allí comenzara a disolverse en algo más incómodo. Algo más real.

La idea de que Robin simplemente estuviera burlándose o jugando con ella se desvanecía con cada palabra. Esto no era una provocación.

Era una advertencia.

Porque Robin hablaba desde la experiencia.

Porque lo había visto antes.

Porque no se trataba solo de ella y de Luffy.

Se trataba de todos.

Nami desvió la mirada, sintiendo la humedad del baño pegarse aún más a su piel.

—… Se suponía que solo íbamos a hablar —murmuró, casi para sí misma.

Robin sonrió.

—¿Y qué fue lo que pasó, entonces?

El corazón de Nami dio un vuelco.

No tenía respuesta para eso porque, siempre terminaba ocurriendo lo mismo.

Cada vez que estaban cerca, cada vez que intentaban hablar, las palabras quedaban en segundo plano. Como si no importaran, como si lo que realmente los empujara estuviera más allá de cualquier conversación.

Se suponía que debía ser simple.

Pero nunca lo era.

Robin pareció captar algo en su expresión porque inclinó la cabeza con un gesto pensativo.

—Solo creo que deberían aclarar las cosas.

Nami la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué se supone que significa eso?

Robin apoyó los brazos en el borde de la bañera y la observó con una expresión serena, aunque su mirada tenía un matiz de seriedad.

—No tiene nada de malo relacionarse sin emociones de por medio —dijo con tranquilidad—. Pero aquí es muy claro que esas emociones existen.

Nami sintió que su respiración se agitaba levemente.

Quiso responder. Quiso negar.

Pero las palabras no salieron.

Porque Robin tenía razón.

Porque nunca había sido solo físico.

Porque cada vez que él la miraba, cada vez que sonreía con esa certeza inquebrantable, cada vez que la tomaba de la mano sin dudar… su mundo se tambaleaba.

Y cada vez que estaban solos, cuando el ruido de la tripulación quedaba atrás y solo quedaban ellos dos… algo la arrastraba.

Algo que no entendía del todo.

Algo que la aterraba reconocer.

Pero lo sabía.

Siempre lo había sabido.

Luffy era importante para ella.

Mucho más de lo que alguna vez estuvo dispuesta a aceptar.

Nami desvió la mirada, sintiendo el latido en su pecho acelerarse, como si su propio cuerpo la delatara.

Robin no insistió. No hacía falta.

La respuesta ya estaba ahí.

Y debía enfrentarla.

Porque había experimentado lo que ocurría cuando se cerraba a todo.

Cuando elegía no hablar.

Cuando se convencía de que ignorarlo haría que desapareciera.

Pero nunca desaparecía.

Solo crecía, empujándolos a situaciones en las que las palabras se volvían imposibles y lo único que quedaba era la tensión entre ellos.

Y cuando se distanciaban… cuando el orgullo, la confusión o el miedo la hacían alejarse… todo se volvía peor.

No podía olvidar la forma en que su corazón casi se detuvo cuando Luffy cayó al agua.

Cuando casi lo perdió.

Porque, por su propia necedad, él terminó arriesgándose más de lo necesario.

Porque ella no quiso hablar.

Porque se aferró a la idea de que no era importante, cuando en realidad lo era todo.

Nami exhaló lentamente, sintiendo la humedad del baño envolverla.

No podía seguir haciendo lo mismo.

No esta vez.

Robin la observó en silencio, con esa paciencia suya que parecía ver más allá de las palabras.

Nami levantó la mirada, aun sintiendo el peso de todo lo que no había dicho.

Pero con la certeza de que, esta vez, no podía seguir huyendo.

—… Tengo que hablar con él —murmuró.

Robin sonrió, como si hubiera estado esperando esas palabras.

—Sí —asintió—. Creo que sí.

Y, por primera vez en mucho tiempo, Nami sintió que estaba dando el primer paso en la dirección correcta.

Soltó un suspiro y se puso de pie, llevándose las manos a los tirantes de su bañador.

—Bueno, creo que ya he pensado suficiente por hoy —murmuró, como si el tema estuviera zanjado.

Comenzó a desvestirse sin demasiada ceremonia, quitándose la ropa sudada y dejándola caer sobre una canasta junto a la regadera. La humedad del baño se le pegaba a la piel, pero al menos el agua caliente ayudaría a despejar su mente.

Robin la observó con calma desde la bañera, sin moverse de su lugar.

—Pero me gustaría no tener espectadores inesperados —dijo Nami de pronto, mirándola de reojo con fingida indiferencia.

Robin enarcó una ceja con diversión.

—¿A qué te refieres?

—Oh, por favor —Nami bufó, desabrochándose los pantalones—. Ya me quedó claro que te gusta escuchar a escondidas.

Robin dejó escapar una risita sin molestarse en negarlo.

—Es un mal habito mío, pero es un poco difícil guardar secretos en un barco con usuarios de Haki.

El movimiento de Nami se detuvo de golpe.

—… ¿Qué?

La peli negra la miró con paciencia.

—Si sirve de consuelo, Zoro no parece demasiado interesado. Sanji, en cambio… creo que está a punto de matar a alguien.

Nami sintió un calor repentino subirle al rostro, mucho peor que el del baño.

—¡No me digas eso! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza.

Robin apoyó el mentón en su palma, disfrutando de la escena.

—Es una suerte que tenga suficientes peces en la cocina para distraerse. Aunque si se queda sin ingredientes… bueno, no sé qué podría pasar.

Nami gruñó entre dientes y cerró la regadera de golpe.

Definitivamente, tenía que hablar con Luffy pronto.


El viento lo despejó un poco, pero no del todo.

Luffy dejó escapar un respiro largo mientras se apoyaba en la barandilla, sin moverse demasiado. Su mente seguía algo revuelta, pero no quería pensar demasiado en eso.

Lo cierto era que no estaba seguro de qué hacer en ese momento.

No tenía hambre, pero tampoco tenía ganas de entrenar. No quería hablar con nadie, y tampoco quería quedarse ahí sin hacer nada.

Por un instante, consideró ir a la cocina, pero en cuanto dio un paso en esa dirección, algo lo hizo detenerse.

Un escalofrío recorrió su espalda.

Sintió esa presencia oscura, sofocante, con un aura asesina inconfundible.

Sanji.

Luffy ladeó la cabeza, sin necesidad de usar su Haki para confirmar de dónde venía la amenaza.

Definitivamente, la cocina no era una opción.

Con un suspiro perezoso, giró en dirección contraria y terminó encaminándose hacia su camarote.

El Sunny estaba tranquilo, la tarde aún era cálida, y las olas rompían suavemente contra el casco del barco. Todo se sentía en calma.

O al menos, debería sentirse así.

Abrió la puerta y entró sin hacer ruido, dejando que la penumbra del interior lo envolviera.

No encendió la luz ni se preocupó por nada más. Solo se dejó caer boca abajo sobre su hamaca, con los brazos colgando a los lados y la cara enterrada en la tela.

El balanceo ligero del barco lo arrullaba, pero el nudo en su pecho no desaparecía.

No sabía cuánto tiempo pasó así, sin pensar en nada en particular.

Entonces, la puerta se abrió sin ceremonias.

—Qué, ¿te moriste?

Luffy gruñó sin levantar la cabeza. Conocía esa voz.

Zoro.

No respondió, y tampoco se movió cuando escuchó al espadachín caminar hasta su litera dejándose caer pesadamente en el suelo, después de sacar una botella de sake de netre sus cosas.

—No es por nada —continuó Zoro, con su tono seco de siempre—, pero normalmente si alguien empieza a actuar raro, es porque está escondiendo algo.

Luffy bufó y giró la cabeza solo lo suficiente para mirar a Zoro con un ojo entrecerrado.

—No estoy escondiendo nada.

Zoro arqueó una ceja, sin molestarse en disimular su incredulidad.

—Ajá. ¿Y a quien se supone que piensas convencer de eso exactamente?

Luffy frunció el ceño, pero no dijo nada.

—Porque te diré algo —prosiguió Zoro, dando un trago de su botella—. La mayoría ya se dio cuenta de que algo está pasando. Y no desde hace poco.

Luffy parpadeó, sorprendido.

—¿Eh? ¿De qué hablas?

Zoro chasqueó la lengua.

—Mira, no me importa lo que esté pasando entre tú y Nami. Pero si creen que nadie lo nota, entonces son más idiotas de lo que pensaba.

Luffy sintió un ligero calor subirle al rostro, pero lo ignoró.

—No es nada —insistió, dándose la vuelta en la hamaca.

Zoro se inclinó contra la pared, cruzando los brazos con aire relajado.

—Mientras ese "nada" no implique tener mocosos corriendo por la cubierta en un par de años, supongo que está bien.

Luffy giró la cabeza hacia él, frunciendo el ceño.

—¿Mocosos?

Zoro parpadeó.

…Mierda.

Un segundo de silencio incómodo se instaló entre ellos antes de que él hiciera una mueca y chasqueara la lengua, dándose cuenta demasiado tarde de lo que acababa de decir.

—Olvídalo. No pienso darte la charla.

Para su desgracia, Luffy se incorporó un poco en la hamaca, aún más confundido.

—Eso mismo me dijo el viejo Rayleigh…

Zoro entrecerró los ojos.

—¿Qué?

—Que no pensaba explicarme nada porque alguien más lo haría tarde o temprano.

Zoro se pasó una mano por la cara, preguntándose qué clase de persona veía a un crío como Luffy y pensaba: "Mejor dejo que alguien más se encargue de esto".

—Qué considerado —murmuró con ironía.

Por un momento, pareció que el tema terminaría ahí. Zoro hubiera estado encantado de dejarlo pasar, de no meterse más en ese pantano en el que él mismo se había hundido por abrir la boca.

Pero algo no le terminaba de cuadrar.

Por más despreocupado que fuera Luffy, lo había notado raro desde que salió de la biblioteca. Y no solo él: Sanji estaba al borde de un colapso nervioso, Robin se reía como si supiera algo que los demás no, y Usopp llevaba tiempo mirándolo con sospecha.

Así que… por asegurarse.

—Solo para saber… entiendes de lo que estamos hablando, ¿verdad?

Luffy lo miró sin expresión.

—Eso creo. Makino me explicó algunas cosas cuando era niño.

Zoro frunció el ceño.

—¿Makino?

—Ajá. Ace encontró unas revistas como las de Sanji en el basurero, así que ella nos explicó algunas cosas.

Zoro se quedó en blanco.

Pestañeó.

Se tomó un segundo para asegurarse de que había oído bien.

Y luego otro segundo para preguntarse si realmente quería saber más.

—Espera… ¿revistas como las de Sanji?

Luffy asintió con naturalidad.

—Sí. Ace dijo que eran aburridas, pero igual se quedó mirándolas un buen rato antes de tirarlas.

Zoro sintió la punzada de dolor de cabeza intensificarse.

—¿Y Makino… les explicó qué exactamente?

—De dónde vienen los bebés y todo eso.

Zoro cerró los ojos por un momento, con la esperanza de que el universo le concediera un respiro.

No ocurrió.

Suspiró y le dio un largo trago a la botella, intentando decidir si era mejor dejarlo hasta ahí o seguir con la conversación.

Porque había una diferencia.

Había una diferencia enorme entre "saber de dónde vienen los bebés" y entender por qué demonios había salido tambaleándose de la biblioteca con la cara encendida y la cabeza enredada como si hubiera recibido un golpe de haki del rey.

—Bien —dijo, tanteando con cuidado—. Entonces, si sabes eso…

—Ajá.

—… y si tú y Nami están…

—No estamos haciendo bebés.

Zoro casi se ahoga con el trago de sake.

Luffy lo miró, ladeando la cabeza.

—¿Por qué pusiste esa cara?

Zoro lo fulminó con la mirada mientras trataba de aclararse la garganta.

—Porque no lo dije así, idiota.

Luffy se encogió de hombros.

—Pero era lo que querías decir, ¿no?

Zoro gruñó, frotándose las sienes.

—No. O sea, sí. No así. No importa.

Se inclinó hacia adelante, entrecerrando los ojos.

—El punto es que, si ya entiendes todo eso… ¿por qué no entiendes qué tiene que ver con Nami?

Luffy parpadeó.

—Porque no tiene nada que ver.

Zoro lo miró, esperando que dijera algo más.

No ocurrió.

Un silencio cayó sobre el camarote, solo interrumpido por el sonido de las olas golpeando el casco.

Y en ese momento, Zoro comprendió algo.

Luffy sabía de dónde venían los bebés. Luffy sabía lo que implicaba todo el tema de "las revistas de Sanji".

Pero Luffy no relacionaba eso con lo que había pasado en la biblioteca.

Porque para Luffy, lo que sentía cuando estaba con Nami, lo que lo había hecho salir de ahí con la cabeza revuelta… no tenía nada que ver con todo lo que Makino le había explicado de niño.

Zoro se restregó la cara con ambas manos.

—Voy a necesitar más sake.

Luffy ladeó la cabeza.

—¿Por qué?

Zoro se puso de pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones.

—Porque esto ya no es mi problema.

Luffy parpadeó, claramente sin entender.

—¿Entonces no vas a decirme qué tiene que ver con Nami?

Zoro le lanzó una mirada seca antes de dirigirse a la puerta.

—No. Eso mejor pregúntaselo a ella.

Luffy hizo un puchero.

—Eso mismo me dijo el viejo Rayleigh…

Zoro gruñó.

—Por algo será.

Y con eso, salió del camarote, bebiendo otro trago largo y decidiendo que esto le correspondía a otra persona.

Alguien con más paciencia.

Alguien que no fuera él.


El comedor del Sunny estaba lleno de ruido y movimiento cuando la tripulación se reunió para la cena. Los platos humeaban con pescado en todas sus formas: asado, frito, en sopa, acompañado de arroz y algunas verduras. Sanji había pasado toda la tarde limpiando y cortando peces, y ahora los servía con su acostumbrada dedicación a Nami, mientras fulminaba a Luffy con la mirada cada vez que el capitán se servía otra porción.

—Más les vale pescar algo mañana si quieren carne fresca —comentó Sanji, encendiendo un cigarro con gesto indiferente—. Ya casi se acaba lo que teníamos en reserva.

—¡Podemos cazar un rey marino! —exclamó Luffy con entusiasmo, con la boca llena de pescado.

—¡Eso sería súper! —añadió Franky, golpeando la mesa con emoción—. ¡Un festín de carne para días!

—Sí, claro, porque los reyes marinos se dejan pescar tan fácilmente —intervino Nami con una sonrisa sarcástica, removiendo su sopa con calma.

—Podemos intentarlo. Sería una gran historia para contar —opinó Usopp, antes de añadir en voz más baja, solo para Chopper—. Además, mientras sea pescado por nosotros, nos aseguramos de que Sanji no esté pensando en envenenar a Luffy…

Chopper soltó una risa nerviosa, echando una rápida mirada al cocinero, quien en ese momento arrojó con un poco más de fuerza de la necesaria un trozo de pescado en el plato de Luffy.

—¡Este está bueno! —exclamó el capitán sin notar nada, devorándolo en segundos.

Sanji frunció más el ceño y siguió sirviendo, mientras Zoro, sentado con su sake en mano, se limitó a beber en silencio, claramente sin intención de involucrarse en la conversación.

Brook dejó escapar una risa animada mientras rasgueaba su violín con aire distraído.

—Yo también apoyo la idea de cazar un rey marino, aunque… ¡me da algo de envidia pensar en tanta carne! ¡Yo que solo soy huesos! ¡Yo-ho-ho-ho!

Robin que había terminado su cena, sonrió entretenida con la conversación, mientras bebía una taza de café. A su lado, Franky aun daba grandes bocados a su pescado, alternando entre masticar y comentar ideas sobre mejorar las cañas de pescar para capturar algo realmente grande.

—Podríamos diseñar un sistema de arpones acoplado al Sunny —dijo, golpeando la mesa con entusiasmo—. ¡Un auténtico súper sistema de caza de reyes marinos!

—O simplemente podríamos pescar como siempre y no tentar a criaturas que podrían tragarnos enteros —comentó Nami, mirándolo con una ceja en alto.

Franky se cruzó de brazos, pensativo.

—Bueno, cuando lo dices así, suena menos emocionante.

—Lo es —confirmó Zoro sin apartar la vista de su sake.

Chopper, por su parte, se debatía entre emocionarse por la idea de cazar algo grande y preocuparse por los riesgos de terminar como cena de un monstruo marino.

—Si de verdad van a hacer algo peligroso, tal vez debería preparar más vendas y medicinas primero —dijo, aunque su expresión no mostraba demasiada confianza en la idea.

Mientras tanto, Luffy seguía comiendo con la misma energía de siempre, ajeno a las miradas ocasionales de Sanji, cuyo ceño fruncido parecía haber quedado permanentemente instalado en su rostro esa noche. Nami notó el detalle, pero no hizo comentario alguno al respecto.

—¡Podemos intentarlo mañana! —exclamó Luffy, dándose una palmada en el estómago con satisfacción—. ¡Seguro encontramos algo grande!

—Claro, claro —Sanji murmuró, apagando su cigarro con un suspiro—. Pero cuando no pesquen nada y vuelvan con hambre, no quiero quejas.

Luffy soltó una carcajada, sin dejar que la advertencia le bajara el ánimo.

—¡Siempre hay algo que comer! ¡Y si no, podemos comernos a Chopper! — exclamó mirando divertido al reno

Chopper abandonó su mueca preocupada para mirar al capitán furioso, agitando los brazos.

—Ya te dije que no soy comida de emergencia, ¡cabrón!

Las risas llenaron el comedor mientras la conversación derivaba a otros temas, manteniendo el ambiente animado y relajado. A pesar de las miradas irritadas de Sanji, las bromas de Usopp y la emoción de Luffy por la caza del día siguiente, todo en el Sunny transcurría como siempre: con caos, ruido y una calidez familiar que hacía de cada cena un pequeño espectáculo en sí mismo.

La cena había terminado con la habitual algarabía de la tripulación, que poco a poco fue apagándose. Con el estómago lleno y relajados por la buena comida, cada quien fue retirándose a sus respectivos rincones para descansar. Franky se aseguró de bajar el ancla del barco antes de dormir, Usopp y Chopper se arrastraron hasta sus hamacas entre murmullos de nuevas ideas para mejorar su equipo, seguidos por Zoro, con su típica indiferencia. Robin se retiró con tranquilidad, mientras Sanji se aseguraba de que Nami tuviera todo lo que necesitaba antes de que ella se dirigiera, como cada noche, a escribir en el diario de navegación. Solo entonces volvió a la cocina para limpiar lo que quedaba de la cena.

Luffy, por su parte, se sacudió las migajas de la camisa y salió al exterior con su andar despreocupado. Le tocaba hacer guardia esa noche, aunque, a decir verdad, nunca lo veía como una tarea sino como una excusa para disfrutar del mar en silencio. Subió hasta la cabeza del Sunny con movimientos ligeros, dejando que la brisa marina despeinara su cabello y llenara sus pulmones con el aroma salado del océano.

El clima era apacible. El cielo nocturno se extendía infinito sobre ellos, despejado y tachonado de estrellas que parpadeaban como pequeñas llamas lejanas. El oleaje era sereno, un vaivén rítmico que mecía el barco con suavidad, como si la marea misma estuviera en calma esa noche. Desde su posición, podía ver la inmensidad del mar en todas direcciones, una extensión oscura que se fusionaba con el cielo en el horizonte.

Luffy simplemente se quedó allí, sentado con los brazos cruzados tras la nuca, respirando hondo y disfrutando de la tranquilidad. Era un fuerte contraste con la cena de hacía un rato, pero no le molestaba. Le gustaba el ruido de su tripulación, pero también disfrutaba esos momentos en los que solo estaba él y el mar.

El sonido de pasos suaves sobre la madera lo sacó de sus pensamientos. No tuvo que girarse para saber quién era.

—Pensé que ya estabas dormida —dijo Luffy con naturalidad.

—No tenía sueño —respondió Nami, deteniéndose unos pasos detrás de él.

Desde donde estaba, podía verlo sentado en la cabeza del Sunny, con las piernas cruzadas y el rostro relajado, iluminado por la tenue luz de las estrellas. Para la mayoría de la tripulación, ese era su lugar. Luffy siempre se sentaba ahí durante la guardia, con el viento despeinando su cabello y el mar extendiéndose en todas direcciones. Nami siempre había pensado que era un sitio peligroso, sin barandillas ni nada que lo separara del agua, pero para él parecía ser lo más natural del mundo.

—¿Viniste a hablar de algo? —preguntó sin rodeos.

Nami esbozó una sonrisa leve.

—¿Siempre tienes que preguntar todo tan directamente?

Luffy se encogió de hombros.

—Si no pregunto, no sé.

Ella dejó escapar un suspiro divertido y volvió a mirar las estrellas. El mar reflejaba el cielo con un destello tenue, como un espejo líquido que oscilaba suavemente bajo ellos. Por un instante, simplemente escucharon el murmullo de las olas contra el barco, el viento jugueteando entre las velas y el leve crujido de la madera bajo su peso.

Luffy giró un poco el rostro y le hizo un gesto con la mano.

—Si quieres hablar, siéntate aquí.

La propuesta la tomó por sorpresa. Hasta donde recordaba, nadie se sentaba con él en la cabeza del Sunny. No porque estuviera prohibido, sino porque era evidente que ese lugar le pertenecía.

—¿Ahí? —repitió ella, con una ceja arqueada.

—Sí —asintió él, como si no fuera gran cosa. Se inclinó hacia un lado, dándole espacio—. Hay sitio.

Nami lo miró por un momento antes de acercarse. Subió con cuidado, tanteando la madera bajo sus pies. No era difícil mantener el equilibrio, pero la falta de cualquier tipo de apoyo le hizo tensarse un poco. Desde ahí, la vista era aún más imponente. El mar negro y profundo se extendía más allá del alcance de la vista, el sonido de las olas envolviéndolos con su vaivén hipnótico.

—Es más alto de lo que pensaba —murmuró, sentándose junto a él con precaución.

Luffy rio, apoyando los brazos detrás de la cabeza otra vez.

—Es genial, ¿verdad?

Nami no respondió enseguida. De cerca, podía notar lo tranquilo que se veía. Luffy siempre estaba sonriendo, bromeando o metido en alguna locura, pero aquí… en ese momento parecía diferente.

Se quedó en silencio por un instante, dejando que el viento fresco acariciara su rostro. Tal vez, pensó, estar en este sitio era peligroso, pero también tenía algo liberador.

—Sí —dijo finalmente, mirando el cielo estrellado—. Lo es.

El silencio se prolongó entre ellos. Aunque la cabeza del Sunny tenía espacio suficiente para los dos, aún debían sentarse cerca, lo suficiente para que Nami sintiera el calor que desprendía Luffy. No era la primera vez que estaban tan próximos, pero esta vez era distinto.

Una sensación más suave.

Aunque la mente de Nami trabajaba rápido, tratando de encontrar las palabras adecuadas, tratando de ordenar lo que realmente quería decir.

Respiró hondo.

—Sobre lo que pasó hace rato…

Luffy ladeó el rostro, sin dejar de mirar el cielo. No la apuró, no preguntó. Simplemente la escuchó.

—Ya sé que no es la primera vez que pasa algo así —continuó Nami, entrelazando los dedos sobre su regazo—. Siempre termino dejándome llevar… porque en ese momento es más fácil no pensarlo. Pero luego, cuando lo hago, solo me confundo más.

El viento sopló con suavidad, moviendo algunos mechones sueltos de su cabello.

—Tardé en darme cuenta de lo que sentía —admitió, con una sonrisa cansada—. Todos aquí nos queremos, Luffy. Todos daríamos la vida los unos por los otros, así que… distinguir entre lo que siento por la tripulación y lo que siento por ti no fue tan simple.

Hizo una pausa antes de mirarlo directamente.

—Tú me gustas mucho. Pero también te quiero.

Luffy la observó con calma, sin sorprenderse, sin mostrarse confundido. Simplemente la miró con esa expresión natural, como si lo que ella decía no fuera algo difícil de entender en lo absoluto.

—Eso es bueno —dijo con tranquilidad—. Porque yo también te quiero.

Nami sintió que algo dentro de ella se aflojaba con esas palabras. Parte de su ansiedad, de su inseguridad, simplemente se disipó en la brisa nocturna.

Y entonces, Luffy ladeó la cabeza con curiosidad.

—Pero no entiendo ¿por qué fue tan difícil darte cuenta?

Nami bajó la mirada un instante, tamborileando los dedos contra su rodilla.

—Cuando alguien te gusta… —empezó, pero su voz se apagó por un momento. Tragó saliva, buscando la forma correcta de decirlo—. Quiero decir, si solo te gusta alguien, puedes hacer cosas como… —su rostro se calentó— besarse… o algo así.

No se atrevió a mirar a Luffy.

—Pero en el fondo, realmente no te importa lo que haga esa persona fuera de eso. Si está con alguien más, si se va, si no te elige…

Hizo una pausa y cerró los ojos un instante, dejando escapar un suspiro.

—Pero cuando quieres a alguien… claro que te importa. No es solo querer a alguien para ti, también pueden lastimarte.

Se mordió el labio.

—Como cuando pensé que había pasado algo entre tú y la emperatriz.

Luffy parpadeó.

—¿Hancock?

Nami asintió sin mirarlo.

—Fue ridículo, lo sé. Pero… en ese momento, la idea me dolió.

Luffy no respondió enseguida. Bajó la vista, meditando en lo que decía. Nunca se había detenido demasiado a pensar en esas cosas. En realidad, había decidido tener a Nami junto a él desde que la conoció. Como el resto de su tripulación, simplemente la quería a su lado, sin más vueltas.

Pero a pesar de todo, si sus nakamas querían seguir su propio camino, no se interpondría. Como lo hizo con Vivi, como lo haría con cualquier otro…

Pero imaginar que Nami hiciera algo así…

Sintió que el aire le faltaba por un instante.

Sin pensarlo demasiado, Luffy se inclinó y la rodeó con los brazos, levantándola con facilidad.

—¿Eh? —Nami se sobresaltó, pero antes de poder protestar, él ya la había subido a su regazo.

Luffy la sostuvo con firmeza, acunándola como si fuera una niña pequeña.

El corazón de Nami se aceleró, pero no se movió. Algo en la calidez de su abrazo la hizo hundir los dedos en la tela de su chaqueta, aferrándose sin darse cuenta.

Luffy apoyó la barbilla sobre su cabeza, sin soltarla.

—Entonces quédate conmigo —murmuró.

Nami permaneció en silencio por un momento, sintiendo el peso de sus propias palabras en el aire nocturno.

No pensaba irse. Eso lo tenía claro.

Pero…

—No me voy a ningún lado —susurró contra su hombro—. Pero eso no significa que no me dé miedo.

Sintió cómo Luffy ladeaba un poco la cabeza, como si la estuviera escuchando con más atención de la habitual.

—Si salgo lastimada… —tragó saliva—. Por eso me costó tanto aceptar lo que sentía.

Era más fácil ignorarlo, más fácil seguir adelante como si nada. Porque si nunca lo aceptaba del todo, nunca tendría que enfrentarse a la posibilidad de que doliera.

Luffy no respondió enseguida. Solo apretó un poco más el abrazo, lo justo para hacerle saber que la escuchaba.

—No voy a lastimarte —dijo al fin, con una certeza tranquila.

Nami sonrió, apenas un poco.

—No puedes saber eso.

—Sí que puedo.

Luffy apoyó la barbilla sobre su cabeza otra vez, sin soltarla.

—Le prometí al viejo del molinillo cuidar de tu sonrisa.

Nami sintió un nudo en la garganta.

—Eso fue hace mucho tiempo —murmuró.

—No importa. No pienso romper esa promesa.

Luffy se separó apenas lo suficiente para mirarla. Sus ojos eran tan sinceros que hicieron que algo en el pecho de Nami se encogiera.

—Pero tampoco es solo por eso —continuó—. Es porque eres tú.

Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—Porque quiero verte feliz.

Por un instante, Nami no dijo nada. Solo cerró los ojos y permitió que la calidez la envolviera.

Se sentía bien.

No el abrazo en sí, sino la sensación de seguridad, la certeza tranquila en su voz, la forma en que no intentaba forzar nada, solo estar ahí. Había una extraña paz en eso, en el simple hecho de apoyarse contra él sin miedo a que la soltara demasiado pronto.

Era fácil quedarse así.

Era fácil olvidar cualquier otra cosa.

Incluso le pareció divertido pensar en lo diferente que era este Luffy del que solía darle dolores de cabeza todos los días.

…Y fue justo entonces cuando lo dijo.

—Ah, cierto. Yo también quería hablar contigo.

Nami se tensó al instante.

—¿Sobre qué cosa? —preguntó con cautela.

Luffy no la soltó. De hecho, la aferró un poco más, asegurándose de que no pudiera escaparse en medio de su pregunta.

—Hace rato, Zoro me dijo que no hiciéramos bebés en el barco.

El silencio que siguió fue absoluto.

Nami sintió cómo su alma abandonaba su cuerpo.

—Le dije que no estábamos haciendo eso —continuó Luffy, sin notar su expresión—, pero luego me dijo que mejor te preguntara a ti.

El silencio se alargó.

—Rayleigh también me dijo algo parecido —agregó, pensativo.

Nami sintió que el calor en su rostro subía peligrosamente.

No.

No. No. No.

No quería tener esa conversación.

Pero tampoco podía huir de ella. No cuando Luffy la tenía bien aferrada, no cuando la miraba con esa expresión completamente seria, esperando una respuesta.

Y menos después de que en la biblioteca ellos casi habían…

Carajo.

No quería mencionarlo en voz alta.

Porque, siendo justos, la palabra "bebé" fue lo último en lo que pensó en ese momento.

—Oye, Nami… —insistió Luffy, ladeando la cabeza—. ¿Por qué Zoro dijo eso?

Nami tragó saliva.

Había pasado por situaciones difíciles antes. Había estado en tormentas, en batallas, en huidas imposibles.

Pero nada la había preparado para esto.

Intentó moverse un poco en su regazo, cruzando los brazos como si eso pudiera ayudarla a calmarse. No podía simplemente gritarle que dejara el tema—eso solo haría que él insistiera más—, así que respiró hondo y optó por el camino más difícil: explicarlo.

—Zoro estaba bromeando contigo.

Luffy parpadeó.

—¿Eh?

—No hablaba de bebés ni nada de eso. Lo dijo porque… —Nami se mordió el labio, evitando su mirada—. Por lo que pasó en la biblioteca.

Luffy pareció pensarlo por un segundo, pero no dijo nada.

—Lo que quiero decir es que… —Nami suspiró, obligándose a continuar—. Lo que estábamos a punto de hacer en la biblioteca es lo mismo.

Luffy ladeó la cabeza, aún en silencio.

—No es igual, pero… es por ese calor raro que se siente al estar cerca de alguien —agregó, sin saber bien cómo explicarlo—. No es algo que hagas con cualquiera, sino cuando alguien te importa de verdad.

Luffy pestañeó, pensativo.

—Entonces, lo que pasó en la biblioteca… —murmuró, como si tratara de encajar las piezas.

Nami sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Eso… —hizo una pausa, presionando los labios—. No es que… —Suspiró—. Es complicado.

Luffy no apartó la mirada.

—Pero no era sobre bebés.

—¡No!

Luffy no dijo nada por un momento. Solo frunció el ceño levemente, como si intentara ordenar sus pensamientos.

Recordó el calor de la biblioteca, la forma en que Nami había estado tan cerca, la sensación de su respiración contra su piel.

Recordó cómo la había sujetado, cómo ella se había aferrado a él.

Y luego pensó en lo que podría haber pasado si nadie los hubiera interrumpido.

La imagen apareció en su mente antes de que pudiera evitarlo: Nami, acurrucada contra él, su piel contra la suya, el mismo calor extraño que lo había dejado aturdido en ese momento.

Pero esta vez, en lugar de desconcertarlo…

No le desagradó la idea.

Para nada.

De hecho, sintió que su corazón latía más rápido solo de pensarlo.

Luffy bajó la mirada, llevándose una mano al pecho, confundido.

—Oh.

Nami frunció el ceño.

—"Oh" ¿qué?

Luffy tardó un poco en responder. Seguía con la mano sobre el pecho, como si intentara entender lo que estaba sintiendo.

—Nada —dijo finalmente, rascándose la nuca—. Solo que… creo que ya entendí.

Nami parpadeó.

—¿En serio?

—Sí.

Nami no estaba segura de qué responder. El modo en que Luffy la miraba, con una mezcla de entendimiento y algo más que no lograba descifrar, la dejó sin palabras.

Pero él no insistió. No dijo nada más. Solo ajustó sus brazos alrededor de ella, abrazándola de nuevo como si todo lo anterior hubiera sido solo una conversación casual.

Nami exhaló suavemente, dejando que su cuerpo se relajara contra el suyo.

El oleaje marcaba un ritmo constante, acompañado por el crujir del barco. Las estrellas seguían esparcidas por el cielo, titilando sobre el océano negro como pequeñas luces guiándolos en la inmensidad.

—Las estrellas se ven más brillantes esta noche —murmuró ella, casi sin darse cuenta.

—Ajá —asintió Luffy, con la barbilla apoyada sobre su cabeza—. Se ven mejor cuando estás aquí.

Nami sintió que el calor en su pecho regresaba de golpe.

No respondió. No podía.

Pero cerró los ojos por un momento, dejando que el sonido de las olas y el latido tranquilo de Luffy contra su espalda la envolvieran.

No sabía qué iba a pasar después. No sabía qué significaba exactamente todo esto para ellos.

Pero, por ahora, no importaba.

Por ahora, estar juntos bajo el cielo nocturno era suficiente.

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Bien, he aquí otro capítulo que moría por escribir, la escena con Robin la tengo planeada desde hace años, por otro lado, la de Zoro se dio de forma más improvisada aun así creo que fue lo que más me gustó del capítulo, ya se acerca la recta final, aunque todavía no estoy segura de cuantos capítulos serán, en fin, muchas gracias por la recepción que ha tenido la historia, cada vez hay más seguidores y eso me alegra mucho.

Mara 1451: Amé tu reseña anterior, precisamente le atinaste a lo que era justo y necesario para la historia algo que creo que es fabuloso. Espero que el capitulo te haya gustado. Gracias por tu review.

En fin, si leyeron hasta aquí, les envío un fuerte abrazo.