Notas: ¡Feliz domingo! Sé que la última actualización fue un poco corta, pero a cambio esta viene muy cargadita, ¡espero que os guste!
- … Así que el proceso de adopción legal va a tomar un tiempo, entre burocracia y pruebas psicológicas a ambos. – Me explicaba la voz por teléfono del profesor Taisho.
Suspiré, sentada entre las grandes cajas de género en la trastienda. Me encontraba en mitad de mi descanso en el trabajo.
- Entiendo… Me apena mucho saber que Towa tiene que pasar todo este tiempo recluida en esa institución.
- Es por protección. No estaría bien que le entregasen a un menor en situación de vulnerabilidad a cualquier extraño.
Me rasqué la barbilla, pensativa.
- Pero… vosotros no sois desconocidos, tú eres su padre biológico. ¿No podrías acelerar el proceso demostrándolo con una prueba de ADN?
Sesshomaru, al otro lado de la línea, permaneció en silencios unos instantes, seguramente bebiendo agua, pues había aprovechado su hora del almuerzo para actualizarme sobre el asunto.
- Si nos hemos inventado toda esa historia de que Towa fue un bebé robado al nacer y que yo me la encontré hace poco en los suburbios pidiendo ayuda es porque no podemos arriesgarnos a eso, Kaori. A saber qué podría salir en ese resultado.
Durante unos eternos segundos, no comprendí a qué se podía referir. Cuando finalmente caí en la cuenta, quise golpearme a mí misma por mi estupidez.
- Claro, vuestro ADN tiene que ser definitivamente distinto del nuestro… - Medité en voz alta. – Podría aparecer cromosomas nunca antes vistos… - Mi mente se quedó completamente en blanco ante un repentino descubrimiento. - A todo esto, creo que nunca te he preguntado qué tipo de yokai eres. – Dije en un susurro, temerosa ante la remota idea de que alguien desde la tienda pudiera escucharme.
Lo cierto era que sus poderes y características físicas no terminaban de encajarme con ninguna criatura mitológica que se me viniera a la mente. No recurría a un denso plumaje para volar como los tengu ni empleaba técnicas ilusorias para evitar el combate como los kitsune. No lograba ubicar ninguna criatura en mi imaginario con esas marcas en el rostro, ni siquiera esa media luna tan característica…
- Un Inugami. – Respondió con cautela, algo incomodado por la pregunta.
Fruncí el ceño, pensativa. Me sonaba aquella denominación, pero lo cierto es que no tenía mucha información al respecto, por lo que no supe muy bien qué responder.
En momento me interrumpió la anciana Takahashi, abriendo la puerta de forma silenciosa.
- Kaori, sé que estás descansando, pero hay alguien importante en la tienda. ¿Te importa acompañarme un momento?
- ¡Claro, voy en seguida! - Respondí a la anciana, volteándome hacia atrás.– Sesshomaru, disculpa, hablamos luego, ¿está bien?
- Claro. Nos vemos esta tarde, voy a recogerte cuando termines el turno. – Mencionó él antes de colgar.
Sonreí, contenta con aquella promesa. Entonces colgué la llamada y me apresuré a colocarme el grueso delantal para evitar manchar mi ropa de tierra. Me preguntaba a quién se referiría la anciana Takahashi con "alguien importante".
Al salir de la trastienda, me encontré con mi jefa hablando con una hermosa mujer de mediana edad. Tenía el cabello oscuro recogido en un exquisito moño, y vestía un elegante kimono de flores violeta. Tenía el porte de toda una dama tradicional japonesa, a pesar del siglo en el que nos encontrábamos.
- Ven, Kaori, quería presentarte a mi hija, Mai. Había estado muerta de preocupación desde que me quedé sola en la tienda, y quería conocer a la nueva empleada para asegurarse de que todo estaba bien.
- Un placer saludarla. – Se dirigió hacia mí la mujer de elegante vestimenta con una leve inclinación de cabeza.
Le dediqué una reverencia en señal de respecto.
- Encantada de conocerla, doña Mai. Mi nombre es Kaori Hanazono.
- El gusto es mío. – Respondió con su voz clara como el cristal. - Siento si mi preocupación resulta excesiva, pero estoy muy ocupada con mi propio negocio como para ayudar a mi madre y ésta se empeña en seguir con la tienda, a pesar de que ya no tiene edad para ello…
- ¡Estoy perfectamente sana! – Replicó la anciana con los brazos en jarras.
Sonreí ante aquella particular escena. Era cierto que la anciana no podía realizar alguna de las tareas más pesadas de la tienda, pero la manejaba con la misma ilusión que una niña con un caramelo. Dado que se encontraba en sus plenas facultades mentales, no veía que hiciese daño permitirla dedicarse a lo que la hacía más feliz.
- En realidad, la señora Takahashi está cuidando muy bien de mí. Más que yo de ella. – Le aseguré a la hija, tratando de dejarla lo más tranquila posible.
- Me alegra escuchar eso. – Se alegró ella con una alegante sonrisa dibujaba en el rostro. Si Mai se veía tan hermosa en aquella etapa de su vida, me preguntaba cuán despampanante debía haber sido de joven. – Veo que estás en buenas manos, mamá, parece una buena chica.
- Por supuesto que lo es, Mai. Si no, jamás la habría contratado. – Explicó la anciana con una dulce expresión.
La mujer del elaborado kimono dejó escapar una enternecida expresión. Acto seguido, suspiró:
- Nunca cambias, mamá… - Tras aquel reproche en voz alta, la mujer se volvió para mirarme. – Ya que he venido hasta aquí, ¿me preparas un ramo de lirios, querida? De todos los colores que tengáis.
- ¡Por supuesto! - Acepté su pedido con la mejor disposición del mundo.
Tras la visita de Mai, el día estuvo bastante tranquilo en la tienda. La anciana Takahashi me obsequió una cajita con ohagis, un postre tradicional que no había vuelto a comer desde el fallecimiento de mi propia abuela materna. Decidí guardarme algunos para ofrecérselos al profesor Taisho, pensando que podrían gustarle.
En los ratos muertos de aquel día aproveché para investigar con el teléfono móvil sobre los Inugami. No encontré información extensa sobre ellos, al contrario que ocurría con otras criaturas mitológicas, pues al parecer, eran todo un misterio. Lo único que se mencionaba en las diferentes fuentes era su apariencia de cánido, su férrea lealtad hacia su Amo, y la agresividad con la que podían atacar a los enemigos de la persona a quien hubiesen jurado lealtad.
Pero Sesshomaru jamás había mencionado haber hecho un pacto con ningún humano, como mencionaban las leyendas. Él parecía moverse únicamente por sus propios intereses, por lo que no sabía que podía tener de cierto todo aquello… ¿O realmente sí había hecho un pacto con Rin? Aunque lo habría mencionado cuando me había hablado de ella, ¿no?
Pero más que todas esas cuestiones, sin duda, lo que más me preocupaba de todo aquel asunto eran las siniestras imágenes que representaban a aquellos perros demoníacos enrabietados, con los ojos inyectados en sangre…
Me sentía inquieta con solo pensarlo, aunque no se parecían en lo más mínimo a los serenos ojos dorados de Sesshomaru. Tendría que hablar con él al respecto para poder quedarme más tranquila.
Al finalizar la jornada, recogí mis cosas, emocionada, y salí por la puerta bajo la inquisitiva mirada de la señora Takahashi. En el exterior, bajo la luz rojiza del atardecer, me esperaba el profesor Taisho, cargando un inusual objeto bajo el brazo.
- ¡Buenas tardes, Sesshomaru! – Mis ojos viajaron inevitablemente al voluminoso bulto que cargaba el demonio. - ¿Qué es eso…?
Con una expresión llena de confianza, él me tendió el casco que sostenía. Justo a sus espaldas, reparé en una imponente motocicleta allí aparcada. Era la primera vez que la veía, por lo que le observé con gesto incrédulo.
- Hoy me apetece salir a respirar aire fuera de la ciudad. ¿Me harías el honor de acompañarme, Kaori?
La dulzura con la que pronunció mi nombre me hizo temblar de pies a cabeza. Sus ojos dorados estudiaban atentamente mi reacción, esperando por una respuesta. En efecto, su mirada no se parecía a la de un monstruo sanguinario, una no se puede creer todo lo que leer en internet.
- S-sí, ¡claro! – Examiné el objeto entre mis manos, con la superficie pulida y brillante. – No sabía que tenías una moto, entonces me ha sorprendido un poco…
Acompañé al demonio hasta el vehículo mientras charlábamos. De debajo del asiento, él extrajo otro casco para sí mismo.
- A veces extraño la sensación de galopar por el campo, dejando que la brisa me envuelva. La sensación de conducir en moto es lo más similar que he conseguido encontrar en esta época.
Me enfundé en la cabeza el objeto que sostenía en las manos, bajando la visera con torpeza, mientras él seguía los mismos pasos con mayor fluidez. Mientras lo hacía, no lograba sacudirme la imagen de un can demoníaco corriendo por los bosques, montañas y ríos, un escenario completamente espeluznante.
- ¿Te refieres a…? – Inquirí, incapaz de completar la frase por miedo a ser escuchados. Nos encontrábamos en la vía pública, después de todo, y la señora Takahashi no tardaría en salir de la tienda una vez hubiese cerrado las cuentas de aquel día.
- Es mejor que no hablemos aquí de eso. – El profesor pasó una pierna por encima del vehículo, sujetándose al manillar. – Sé que debes tener muchas preguntas. Podemos hablar con mayor tranquilidad en nuestro destino.
Asentí, con plena confianza en él, justo antes de tomar asiento tras el profesor. Cuando Sesshomaru introdujo la llave en el contacto, el motor del vehículo respondió con un rugido que casi me hizo perder el equilibrio. Ahogué un grito, sorprendida por el repentino sonido.
- ¿Es la primera vez que montas en moto? – Me preguntó tras haber escuchado el amago de mi chillido, volviéndose ligeramente hacia atrás para observarme a través del cristal de la visera.
Agradecí infinitamente que la mía estuviera tintada, impidiéndole ser testigo de la patética expresión de susto de mi cara.
- En realidad, sí… - Admití, avergonzada.
Sesshomaru alargó su mano enguantada hacia mí, animándome a rodear su cuerpo con mis brazos.
- Sujétate a mí si te sientes más segura, Kaori. – Acepté su consejo, presionando mi pecho sobre su espalda, las manos cruzadas sobre su esbelta cintura. – Si te da mucho miedo, puedo ir a por el coche, en caso de que lo prefieras.
- No hace falta, estoy bien, de verdad. – Respondí, segura. – Sólo tengo que acostumbrarme.
El demonio, enternecido por mi valentía, devolvió sus manos a los mandos del vehículo y comenzó la marcha suavemente, incorporándose a la vía. Sus movimientos eran tan fluidos como con el coche, por lo que mi miedo comenzó a disiparse poco a poco. Tenía la certeza de que no me dejaría caer, ni realizaría ningún movimiento brusco que pudiera asustarme.
Comencé a disfrutar realmente el viaje cuando salimos de la ciudad en dirección oeste, por donde se ponía el sol. Incluso cuando el casco protegía mi rostro al completo, podía sentir el aire fresco colándose por debajo de mi jersey amarillo, acariciando los tobillos que asomaban por debajo de mis pantalones vaqueros… Se sentía casi como la libertad absoluta.
La gabardina negra de Sesshomaru ondeaba al viento, al igual que su cabello. Seguramente él estaba sintiendo lo mismo, y era el motivo principal por el cual tenía aquel vehículo… No podía decir que no entendiese el por qué buscaba aquella liberadora sensación.
Sesshomaru condujo por una escarpada carretera que conducía hasta la más alto de un monte, cubierto de suave hierba. Al final del camino, había un mirador desde el cual se podía ver a lo lejos una gran parte de Tokyo.
- Nunca había estado en este lugar. – Admití, maravillada, devolviéndole el casco para que él lo guardase bajo el asiento, mientras yo observaba embobada aquel paisaje.
- No es muy frecuentado por los humanos, a pesar de haber sido construido por ellos mismos. – Comentó el demonio, el cual pasó por mi lado tras haber guardado los cascos en el compartimento de almacenaje del vehículo. – Pero hay un lugar con vistas incluso mejores, sígueme.
Intrigada, caminé junto al demonio, deslizándonos entre los árboles y bajando una suave pendiente. Tomada de su mano para evitar caer en caso de tropiezo, sentía mi corazón latir enloquecido por aquella íntima escapada.
Nos detuvimos en un balcón natural, esculpido en la roca por el paso de los siglos, decorado con pequeñas plantas silvestres a nuestros pies y rodeado de árboles. Logré reconocer algunas de las flores en el ramo que me había regalado Sesshomaru, por lo que supuse que las debía de haber recolectado en los alrededores. Cuando se lo mencioné, él me confirmó que así había sido. Su expresión calentaba mi corazón, haciéndome sentir mimada y arropada por aquel tierno detalle una vez más.
Tras la caminata entre la vegetación, nos sentamos a unos metros del borde, y entonces, sucedió la magia. Con el sol a punto de desaparecer por el horizonte, fuimos testigos de cómo las luces de Tokyo se iban encendiendo una a una, hasta completar aquel luminoso festival bajo nuestras narices.
- Tenías razón, la vista aquí es increíble. – Le concedí, maravillada.
El demonio me dedicó una de sus serenas sonrisas, complacido con mi reacción. Observamos en silencio el paisaje frente a nosotros por unos instantes, antes de que el demonio se dirigiese hacia mí:
- Imagino que tendrás preguntas, después de lo que he mencionado este mediodía. – Comentó con el rostro apoyado en la palma de su mano.
Crucé las piernas por delante de mí para sentarme más cómodamente, lanzándole una furtiva mirada de reojo.
- Sí, esto… No tengo mucha información al respecto de los Inugamis, pero… Tu verdadera apariencia… Imagino que no se trata de un perrito de moderado tamaño y adorable apariencia, ¿verdad? – Inquirí, ligeramente tensa.
El demonio no pudo evitar enarcar una ceja, divertido.
- Esa descripción no podría estar más lejos de la realidad. – Respondió con sinceridad.
Vale, era grande y daba miedo. Menuda sorpresa, ugh.
Suspiré, sin poder ocultar mi decepción.
- Por favor… No sé si me corresponde pedirte esto o no, pero nunca, nunca te aparezcas así ante mí. – Le supliqué, sintiendo un escalofrío. - Me matarías de un infarto.
- No tengo intención ni necesidad alguna de hacerte pasar miedo, Kaori. – Aseguró Sesshomaru con gesto tranquilizador. Él había sido testigo de lo nerviosa que me ponían los perros comunes, por lo que agradecía que no se burlase de mí. – Tampoco sería seguro exponerme de esa manera, en esta época llena de dispositivos de fotografía y grabación. Es por eso que me compré la motocicleta, dado que ya no me puedo permitir correr con libertad.
En realidad, aunque me asustase su verdadera apariencia, aquella realidad se me antojaba triste, poniéndome en su lugar.
- ¿Hace cuánto tiempo que no te transformas en un perro gigante?
- Ya ni me acuerdo. – Admitió con una resignada sonrisa. – Me volví mucho más cauto con la introducción de las primeras cámaras de fotografía en Japón, pero… En algún punto, el riesgo dejó de merecer la pena, y no volví a adoptar esa forma nunca más.
- ¿El riesgo de qué? – Quise saber, curiosa por su relato.
- Lo que le dije a Kagome no era mentira. – Me recordó. – Con el avance de la tecnología humana, los demonios hemos sufrido incontables purgas, y me aventuro a afirmar que aún quedan exterminadores de demonios o exorcistas en esta época. No me preocupa que puedan hacerme daño, lo cual es altamente improbable, pero me gustaría que me dejasen vivir en paz, como una persona normal. – Los ojos dorados de Sesshomaru se perdían en el horizonte, seguramente recordado los siglos de historia de los que había sido testigo. - Por eso, no sería sensato que nadie descubriese mi verdadera identidad. Si el mundo se olvida de nosotros, simplemente, los demonios podemos seguir viviendo en paz desde las sombras.
Así que por eso había sonado tan convincente. Claro, no tenía sentido que se hubiese inventado todo aquello en un instante.
- Quizás me equivoco, pero… Cuando he investigado sobre los Inugamis, he leído que son criaturas que servían a sus Amos a través de un pacto. ¿Tendría algún sentido siquiera exterminar a una raza como la tuya, la cual no es depredadora de humanos, sino todo lo contrario?
El demonio suspiró, cerrando los ojos.
- Bueno, eso… Podrías decir que es mi culpa. – Admitió con expresión sombría. – La caída del Reino del Oeste provocó que muchos Inugami comenzasen a interactuar con humanos de todo tipo. Por supuesto, aquellos con más negro corazón los empleaban como armas para asesinarse entre ellos, de modo que nuestra existencia sigue suponiendo un grave peligro a ojos de los exorcistas.
- ¿C-cómo dices? – Inquirí, parpadeando.
- Es una historia larga, pero… Con el Reino del Oeste que unificó mi Padre, los Inugami gozaban de plena autonomía, no servían a nadie más que a su propia nación. Velaban por la paz de todos los seres vivos del territorio, puesto que somos criaturas con una naturaleza protectora. Sim embargo, los humanos quedaba fuera de nuestra jurisdicción. El linaje real, del cual mi madre formaba parte… - El demonio rozó con sus dedos su frente, en el punto donde solía estar su marca con forma de media luna. – Se trataba de un clan que despreciaba a los humanos, y les tenían rencor por haber abusado de sus poderes en el pasado con ese tipo de pacto que mencionas. Es por eso que se convirtió en un tabú relacionarse con ellos, y aunque lo aprendí más tarde… La atracción y curiosidad hacia los seres humanos era un rasgo natural en nuestra especie. Mi padre fue el primero en no privarse abiertamente de aquel interés prohibido desde la constitución del Reino del Oeste, y yo fui el segundo, por lo que muchos empezaron a preguntarse aún más sobre esas criaturas. – Sesshomaru dibujó una sonrisa llena de satisfacción en su rostro. – Al final, fui el causante de la caída de aquel imperio que mi Padre se esforzó tanto por unificar, cuando los Inugami se esparcieron por toda la nación para interactuar con aquellos seres que les provocaban tanta debilidad. Por supuesto, muchos no tardaron en aprovecharse de su dócil naturaleza, y del hecho de que somos criaturas leales, fieles a nuestras promesas.
Apoyé las palmas de las manos sobre el césped, mirando hacia las estrellas que comenzaban a aparecer en el firmamento.
- Resulta… Fascinante pensar que hayas vivido tantos cambios.
El demonio respiró una amplia bocanada de aire.
- Muchos, desde luego.
Tímidamente, entrelacé mis dedos con los suyos, con la hierba haciéndome cosquilla en la piel.
- Sesshomaru, ¿tú habías entablado algún pacto de ese tipo con Rin? ¿Por eso la protegías con tanto ahínco?
- No. – Respondió con completa seguridad. – A Rin la amaba. Y lo he seguido haciendo incluso después de su partida… Hasta el día de hoy. Eso nunca va a cambiar, con pacto o sin él.
La mirada del profesor Taisho se encontraba perdida en el horizonte. Quizás, en sus recuerdos, en todo lo que debía de haber pasado… Haciéndome sentir que realmente aún apenas sabía nada de él.
- ¿Me contarías que es lo que ocurrió a continuación de la muerte de Rin?
Él me lanzó una incrédula mirada de soslayo.
- ¿De verdad quieres que te hable más del pasado en nuestra cita?
- Es que… Al escucharte hablar de los Inugami, me has generado mucha más curiosidad por tu propia historia. – Admití, por poco romántico que resultase emplear aquel tiempo a solas para hablar de eso. – Además, me gusta mucho simplemente escucharte. Podría asistir a cualquier de tus clases sólo por ese motivo.
El demonio relajó su expresión ante mis palabras, enternecido. Quizás le resultaba agradable imaginarme sentada entre las gradas entre sus alumnos mientras explicaba algún hecho histórico.
- Bueno… Puedo contarte un poco más, si insistes. – Me concedió finalmente el demonio. – Está bastante relacionado con lo que te acabo de explicar.
Entonces Sesshomaru procedió a seguir narrando con su misteriosa y tranquilizadora voz.
No me separé del cuerpo sin vida de mi esposa al día siguiente de su muerte. Ni al que vino después. Cuando escuché a mis hijas hacer alusión mínimamente a dar sepultura a sus restos, me negué a aceptar que nadie la separaría de mi lado. Me convencí a mí mismo de que, al menos, tenía que cumplir la última promesa que le había hecho a Rin. Estaría ahí para ella cuando volviese a abrir los ojos.
Completamente desquiciado y convencido de que estaba haciendo lo correcto, me llevé a Rin al bosque, donde adopté mi forma de bestia para que nadie pudiera acercarse. Quien osase intentarlo no se llevaría menos que un zarpazo de lado a lado de su cuerpo.
Towa y Setsuna trataron de razonar conmigo en vano. No podía articular palabra con aquella apariencia, por lo que únicamente respondía con gruñidos y bufidos a cada uno de sus argumentos. Al final, las gemelas abandonaron el lugar, derrotadas y cansadas de golpearse una y otra vez con el mismo muro que en el que se había convertido mi irracional comportamiento.
Aquella noche fue la primera vez pude cerrar los ojos y dormir un poco después de todo lo sucedido, mi cuerpo y cola enroscados alrededor del diminuto cuerpo sin vida. Al llegar el alba, sin embargo, fui desvelado por una molesta voz:
- ¡Sesshomaru! ¡Venimos a hablar contigo! ¡Despierta, por favor!
Gruñí en respuesta, dirigiendo mis ojos a las dos figuras que caminaban hacia mí. Una, con paso tembloroso, por detrás de la primera; la otra, con pies de plomo, gritando a pleno pulmón. Se trataban de Kagome y su hija.
- Oh, veo que ya me estás escuchando… - La sacerdotisa se detuvo a escasos pasos de mí, sin miedo en la mirada. - ¿Podrías cambiar de forma? Nos gustaría comentar algo contigo, Sesshomaru.
Moroha, la niña que la acompañaba, se ocultó detrás de la protectora figura de su madre. Aquella visión me recordó dolorosamente lo que mis propias hijas habían perdido por mi culpa, desatando una visceral furia en mi interior. Rugí con todas mis fuerzas, esperando que fuera advertencia suficiente para que las dos me dejasen en paz.
Sin embargo, la mujer de mi medio hermano me enfrentó con los brazos en jarras:
- ¿Podrías hacerme el favor de dejar de asustar a mi hija? – Me espetó con tono amenazante. Ella. A mí. Una mera mortal. – Comprendo que te sientas mal, Sesshomaru, todos estamos destrozados por lo que ha ocurrido, sobre todo Towa y Setsuna… Y tus hijas no deberían estar pasando por esto sin ti. ¿Podemos hablar un momento, por favor?
A pesar de que sus exigencias deberían haberme indignado más al venir de una humana cualquiera, me obligué a mí mismo a reflexionar sobre mis acciones. Y supe que tenía razón. Todos los errores que había jurado enmendar… No estaba haciendo más que agravarlos con mi vergonzoso comportamiento.
Entonces revertí mi transformación, y me mostré ante ellas con mi apariencia de demonio, las marcas moradas sobre mi rostro y brazos. El cuerpo de Rin yacía a mis espaldas, pues aún no me sentía preparado para que nadie se acercase con la intención de arrebatármela.
- ¿Qué es lo que quieres de mí, humana? – Le exigí a Kagome con tono autoritario.
- Necesito que escuches a Moroha, tiene algo muy importante que decirte.
La mujer animó a su hija a salir de detrás de ella. La chiquilla dio pasos muy cortos en mi dirección, con las manos apretadas en puños, temblando.
Aquella era la primera vez que interactuaba con mi sobrina, puesto que casi siempre la había visto a lo lejos, jugando con Towa. Después de lo que acababa de presenciar, era normal que estuviera aterrorizada de un hombre que apenas conocía y que había rugido al verlas acercarse. Sin embargo, tenía que aplaudir el hecho de que se atrevió a mirarme directamete a los ojos, no sin cautela:
- Tío Sesshomaru, yo… - La joven tragó saliva, nerviosa. – En primer lugar, siento mucho… Lo que ha pasado con la tía Rin, aunque no la conocí mucho… Pienso que era una bella persona. – Me forcé a mí mismo a no interrumpirla, simplemente observándola sin decir ni una sola palabra. – Esto, yo… - Moroha echó la vista atrás hacia su madre, en busca de validación. Kagome apoyó las manos sobre los hombros de su hija, animándola a continuar. – Quería… Darte esto.
La chica abrió la palma de su mano para mostrarme una pequeña concha que contenía una perla de color carmesí. Fruncí el ceño al reconocerlo. Se trataba de una de las Perlas Arcoíris, nacidas gracias al poder de la perla Shikon, la cual Zero había empleado para sellar sus emociones siglos atrás.
Sentí mi sangre comenzar a arder con el recuerdo de aquella mujer. La asesina de mi esposa.
- ¿Para qué quiero yo una de las emociones embotelladas de Zero? – Mascullé, despreciando el obsequio en el acto. – No quiero nada que tenga que ver con esa zorra cerca de mí.
- Sesshomaru, escúchala bien antes de decidir nada. – Insistió Kagome.
Moroha se esforzó por mantener su envalentonado gesto, respaldada por la firmeza de la sacerdotisa.
- He escuchado a muchos demonios que estaban en busca de las Perlas Arcoíris mencionar que sus efectos y poderes son muy similares a la antigua perla de Shikon. Quizás no sean tan poderosas como para devolver a alguien a la vida, pero… Mamá y yo pensamos que sí podrían asegurar que Rin vuelva reencarnada en un ser humano.
Observe a las dos mujeres con completa incredulidad, como si estuvieran tratando de venderme humo. Ante mi inminente negativa, la madre de Moroha intervino con seguridad:
- Como sabrás, la rueda del samsara funciona de formas misteriosas, Sesshomaru. Después de la muerte de Kikyo, su alma tuvo que reencarnarse en varias ocasiones hasta llegar a mí, pero en el proceso, seguramente pasó por todo tipo de criaturas hasta regresar a un ser humano, por lo que ni siquiera puedes dar por sentado que vaya a volver si sólo esperas. Por supuesto, la persona con la que te encontrarás no será Rin, pero… Pensamos que al menos querrías volver a encontrarte con su alma, si eso te ayuda a calmar tus remordimientos y tu inquietud.
¿Por qué aquella mujer parecía conocer los rincones de mi corazón que no le había abierto a nadie? Sólo era una chica del futuro, pero eso no le confería poderes para leer mi corazón, ¿verdad?
Sintiéndome completamente noqueado y vulnerable, tomé la perla carmesí entre mis garras, dejando la concha en posesión de Moroha. Examiné el objeto de cerca, el cual no emitía ni una cuarta parte del poder que una vez albergó la codiciada Perla de Shikon…
- Dices que… ¿Con esto, puedo traer de vuelta su alma…? ¿En qué te basas para afirmar eso? – Pregunté con completa desconfianza.
El rostro de Kagome se contrajo en una expresión nerviosa.
- Simplemente, sé que es posible, Sesshomaru. Confía en mí.
No tenía ninguna razón de peso para creer en sus palabras, pero… Era cierto que no me quedaba nada más que perder.
Sin poner demasiadas esperanzas en aquel acto, me encaminé hacia el cuerpo de mi esposa y me agaché a su lado. Su olor estaba comenzando a cambiar, carcomido por la muerte. A pesar de que su rostro mostraba la misma expresión que cuando dormía plácidamente, la palidez de su tez destacaba de forma completamente antinatural.
¿En qué había estado pensando…? Era evidente que ella no iba a volver a abrir los ojos.
Estreché la perla contra mi pecho un momento y deseé, para mis adentros… Que el alma de aquella mujer regresase a este mundo como ser humano en su próximo ciclo vital.
Porque necesitaba volver a encontrarme con ella, y compensarla por todo el daño que le había causado en vida.
Sentí la perla desvanecerse entre mis temblorosos dedos mientras se concedía mi deseo, aunque no tenía ni idea de cuándo sería la próxima vez que me encontraría con sus cautivadores ojos castaños.
Después de aquel episodio, llevé el cadáver de Rin de vuelta a la aldea, y permití que sus restos fueran cremados. Después del funeral, sus cenizas fueron conservadas en la cabaña que ella tanto había amado. Towa y Setsuna pasaron un tiempo conmigo en aquel lugar, viviendo bajo el mismo techo, mientras atravesábamos aquel desgarrador duelo.
La menor de las gemelas me abrió su corazón durante aquellos años, y pude disculparme por mis acciones. Ella, sin embargo, dijo que no hacía falta que me justificase, que podía entender que tenía mis razones con solo verme, porque Setsuna también tendía a ser más reservada con sus propios sentimientos. De aquel modo, siempre fue consciente de que había actuado pensando en su bienestar, incluso cuando la abandoné en brazos de Kohaku sin darle ninguna explicación.
Towa, por su parte, pasaba la mayor parte del día acompañada una persona externa, de nombre de Riku. Si la presencia de aquel chico la consolaba mejor que yo, no había nada que pudiera hacer al respecto. Me resigné a seguir observándola a una distancia prudencial, como había hecho siempre. Setsuna me contó que habían conocido a aquel joven en busca del paradero de Zero, y que, de hecho, había sido él quien las había guiado hasta él.
Aunque no me fiaba demasiado de sus verdaderas intenciones, no quise interponerme entre ellos dos. Además, llegado el momento, si intentaba algo extraño, estaba seguro de que Towa sabría defenderse. Lo notaba en los intensos entrenamientos de combate que teníamos a menudo. Ella era mucho más poderosa y consciente de sus poderes que su hermana menor. Setsuna era mucho más diestra en el manejo de armas, sin embargo.
Aquellas dos juntas eran un dúo digo de temer. Sabía que podían defenderse por su cuenta más que de sobra, incluso si la mitad de su sangre era humana.
Un día, transcurridos algunos años más, las gemelas acudieron a mí acompañadas de Riku y Moroha, con quien también compartían buena relación. Vinieron a informarme que emprenderían un viaje para recolectar todas las perlas arcoíris que se encontraban repartidas por la nación. La perla carmesí había desaparecido tras que yo la hubiera usado para pedir mi deseo, pero había otra seis que podrían resultar peligrosas en caso de caer en malas manos.
Ambas ya eran unas mujeres hechas y derechas, por lo que yo no tenía derecho ninguno entrometerme en sus decisiones, así que simplemente les deseé buen viaje al despedirlas.
En mi soledad, pensaba en Rin aún más a menudo que antes. A veces me encontraba a mí mismo persiguiendo lo más parecido a la esencia de mi esposa que lograse percibir en el aire, acabando siempre en uno que otro campo de flores. Aquella aromática fragancia era lo único que tranquilizaba mi inquieta conciencia mínimamente.
Mientras observaba las flores en calma, sentí dos presencias acercarse hacía mí. Me di la vuelta para recibirlos, sin que mi gesto se alterase un ápice.
- Amo Sesshomaru… - Me llamó Jaken, el cual se veía extenuado. Había estado ocupándose de muchos de mis deberes en el Palacio del Oeste en mi ausencia. Ah-Un relinchó débilmente a modo de saludo. – Le estaba buscando. Le… Le requiere en Palacio su Señora Madre.
Fruncí el ceño, desconfiado.
- ¿Qué es lo que necesita de mí? – Si me había mandado a llamar, estaba claro que era porque Jaken no podía cumplirlo por mí. Había sido muy claro en mi comunicado al indicar que no deseaba ser molestado por asuntos que pudieran ser solucionados por terceros.
- No ha querido compartir esa información conmigo, mi Amo… Le juro que fui tan insistente como pude.
Suspiré, dedicándole una mirada compasiva al pequeño demonio.
- Entiendo, Jaken, conozco a esa vieja bruja. Esto solo quiere decir que, sea lo que sea, no me va a gustar en absoluto.
Sopesé por un instante la posibilidad de ignorar aquel llamado. Pero supe que mi Madre era insistente, y que simplemente estaría añadiendo más presión sobre aquel pequeño sirviente, el cual ya debía de encontrarse desbordado. La única forma de acabar con aquello era presentarme personalmente ante ella.
De modo que me monté sobre la grupa de Ah-Un y surcamos los cielos de camino al Palacio del Oeste. Normalmente, hubiera podido cubrir aquella larga distancia rápidamente por mí mismo en mi forma de bestia, pero… Aún sentía un gran vacío entre mis omóplatos sin Rin a mi espalda, quien me había acompañado de aquella manera en tantas ocasiones.
Habían pasado los años, pero aún no me sentía preparado para enfrentar aquel escenario. No soportaba pensar en la posibilidad de que no volvería a cargar a mi preciada esposa ni a estrecharla en mis brazos nunca jamás.
Al llegar a la sala del trono dentro de Palacio, tras haberse anunciado mi llegada, Inukimi me saludó con una sonrisa de oreja a oreja.
- Vaya, vaya, sinceramente, no esperaba que acudieras en el primer intento, Sesshomaru. Veo que has madurado.
- Ve al grano, Madre. – Mascullé, de forma contarte. - ¿Para qué me has convocado con tanta urgencia?
Inukimi se envolvió el cuerpo con su gruesa estela con un gesto de anticipación.
- Verás, hijo mío… Creo que ya he esperado un tiempo más que prudencial para que llores la pérdida de esa humana… Necesito que elijas a una esposa digna y engendres un legítimo heredero. – Lo cierto es que por mucho que hubiera teorizado en el camino hasta palacio, lo último que había esperado era aquella situación. Había subestimado a mi Madre al pensar que debía de haberse rendido en aquella misión imposible al haberle anunciado mi relación con Rin. Me había negado a contraer esposa incluso antes de ella, ¿qué le hacía pensar que iba a acceder a aquellas alturas? Sin darme tiempo a verbalizar algún tipo de respuesta, seguramente a sabiendas de que sólo obtendría una negativa por mi parte, Inukimi añadió con un ceremonial gesto. - Adelante, señoritas.
Al dar la orden, por uno de los corredores laterales comenzó a desfilar un sinfín de mujeres Inugami. Algunas más jóvenes, otras que se veía incluso mayores que yo… Todas me observaban con una expresión coqueta que se me antojó repulsiva. Aquello era lo que siempre había odiado, el sentir que todas aquellas personas… Estaban interesadas en obtener algo de mi posición política, sin tener en cuenta quién era o quién dejaba de ser yo, igual que mi madre había hecho siempre.
Apreté la mandíbula, conteniendo la rabia que comenzó a crepitar en mi interior. Odiaba ser portador de un título creado a partir de los logros mi padre. Aquello que esperaban de mí no tenía nada que ver conmigo.
- Madre, ahórrame este circo. No tengo intención alguna de tomar una nueva esposa. – Mascullé, sin esforzarme en ocultar mi descontento.
Inukimi no dijo nada, dejando que fuera una de las pretendientas más mayores la que respondió en su lugar:
- No diga eso, Amo. Es usted aún muy joven, y la viudez a su edad se le puede antojar muy solitaria…
Fulminé con la mirada a aquella mujer, la cual cerró la boca en el acto. Las demás tampoco se atrevieron a añadir nada más.
- No seas grosero, Sesshomaru. – Me reprendió mi madre con una sibilina sonrisa. – Esta dama ha sido tan amable de considerar siquiera a esa humana como tu pareja sentimental cuando no era más que un pasatiempo. ¿Por qué no les das una oportunidad, al menos? A ella, o a cualquiera de estas encantadoras y nobles damas.
Me llevé las manos al cinto, amenazando con desenvainar la Bakusaiga. Todas las yokais de la sala dieron un paso atrás, atemorizadas, salvo mi propia Madre, quien me sostenía la mirada con firmeza.
- No pienso volver a tolerar que te vuelvas a referir a ella de ese modo. – Lancé una mirada alrededor de la estancia, estudiando los rostros de las presentes en la sala, dirigiéndome a todas y cada una de ellas en voz alta. – Escuchadme bien, no tengo ningún interés ni la tendré jamás de desposar a ninguna de vosotras. Ni a ninguna otra mujer yokai. La única persona con la que comparto el vínculo del matrimonio se llama Rin, y es un ser humano. – Devolví entonces mi completa atención a Inukimi, quien me observaba con intenciones asesinas. – Ella es mi única y amada esposa. Por toda la eternidad.
- No seas ridículo, Sesshomaru. Tu gente te necesita, y ella ya está muerta. – Siseó mi Madre, con el rostro colorado por la ira.
Retiré entonces las manos de mi cinto y me di la vuelta. Aquello era un dolor de cabeza, y me negaba a seguir lidiando con más bromas de mal gusto, pues no merecía la pena malgastar mis energías en ellas.
- Está bien, Inukimi. – Fue la primera que llamé a mi Madre por su título. – Para mí, este reino y todos vosotros sí que estáis muertos, así que no existís ni me importáis en lo más mínimo. – Lancé una última mirada de reojo a la mujer que me había dado la vida antes de seguir caminando en dirección contraria a ella. – Ten un hijo con otro hombre y conviértelo en tu heredero, o asume tú mismas las funciones del Lord del Oeste, hazlo como prefieras… Pero no vuelvas a molestarme nunca jamás.
Después de todo, me había dado cuenta de que ella jamás me había visto o valorado como persona, no tenía por qué ser yo. Sólo necesitaba un cabeza de familia que asumiera el papel de gobernante mientras ella mantenía su alto nivel de vida.
- ¡Eres una completa vergüenza para el clan, Sesshomaru! – Chilló mi Madre, histérica, observando cómo recorría el camino hacia la salida con paso deliberadamente lento. - ¡Te estás comportando como un miserable humano, esclavo de tus emociones! ¿Te has contagiado su debilidad? Sabes que su irracionalidad es el motivo de sus incontables guerras y caos sin fin, ¿verdad? – En retrospectiva, podía confirmar que mi Madre tenía la razón, pues los humanos seguirían iniciando guerras sin sentido siglo tras siglo. Pero eso no me importaba lo más mínimo, pues no tenía interés en su especie, solo en una persona específica de ellos. - ¡Si te vas, no me estás condenando sólo a mí, sino a toda tu especie! ¿Acaso no te importa tirar por tierra todo el esfuerzo de tu Padre por asegurar un futuro honroso para los Inugami?
Me detuve un instante, dolido por la memoria de Inu no Taisho. El Lord del Oeste. Mi Padre.
Recordé las veces que él me había mencionado cuán arduo había trabajado por unificar el territorio, por lograr la paz entre especies. Pero el jamás había mencionado haber deseado construir aquel Palacio sobre las nubes, lleno de lujos y alejado del resto de criaturas mortales. De hecho, pasaba todo el tiempo que podía alejado de él, prueba irrefutable del rechazo que le provocaba.
Aquella corte se había orquestado por orden expresa de Inukimi, junto con el resto de miembros del Clan de la Media Luna, los poseedores del poder de la clarividencia y del portal hacia el más allá. Aquel don era el que le había otorgado una superioridad política sobre el resto de Inugamis, autoproclamándose poseedores de sangre divina. El Palacio del Oeste, de hecho, era la fortaleza donde se habían recluido inicialmente para ocultarse de los seres malignos que quisieran abusar de sus habilidades, como ya había ocurrido en el pasado. Los únicos que tenían miedo del mundo exterior eran ellos, y lo habían transmitido al resto de Inugami, haciéndonos creer que era un tabú para nosotros mezclarnos con los seres humanos. Cuando nuestra naturaleza nos reclamaba todo lo contrario.
Y yo había vivido creyéndome superior al resto de criaturas por culpa de esa ideología elitista que había mamado desde la más tierna infancia…
La unión de mi Madre, representante del clan de la Media Luna, y mi Padre, el héroe militar y diplomático, era la que había legitimado el poder y control de los Inugamis sobre todo el territorio del Oeste.
De ese frío matrimonio nací yo, heredando los poderes del clan de mi Madre, tal y como evidenciaba la marca de la media luna sobre mi frente. Aunque ella jamás me entrenó para usarlos, desaprovechando mi verdadero potencial, y animándome a seguir los pasos de mi Padre para cubrir su puesto algún día, reservándole a Inukimi la exclusividad de ser la guardiana de las puertas del Inframundo.
Me pregunté si mi Padre podría haber llegado a sentir el más mínimo apego por aquella bruja, o si sus motivos para desposarla habían sido meramente políticos para conseguir estabilidad en aquel gobierno de nueva instauración. Me resultaba complicado imaginar esta última opción, con lo emocional que siempre había sido él… Después de todo, ignoró el tabú impuesto por el clan de la Media Luna respecto al contacto con los humanos, y terminó prendándose de una mujer de esa especie, llegando a engendrar así a mi medio hermano, Inuyasha.
Inu no Taisho fue tachado entonces como inmoral, falto de juicio y merecedor de su patético final. Ni siquiera pudo defenderse de estas acusaciones en vida, puesto que los rumores comenzaron a rondar por la corte tras su muerte. Yo jamás soporté escuchar aquellas cosas horribles sobre mi Padre, por lo que me marché para vagar por el mundo tras su pérdida.
Yo odiaba aquel endemoniado Palacio incluso más que mi Padre lo había hecho jamás. No soportaba sus exigencias, su yugo, ni sus falsas sonrisas. Ya había sido su títere por demasiado tiempo, en un intento de limpiar el nombre de Inu no Taisho, esforzándome por demostrar que siempre odiaría a los humanos y jamás me mezclaría con ellos…
Menudas ironías tenía el destino.
Aquel Palacio era el mismo que me había empujado a experimentar el mundo exterior, permitiéndome conocer a mi esposa y enamorarme perdidamente de ella. Pero a su vez, también me había obligado a perder tanto tiempo junto a mi verdadera familia… Días preciados que jamás regresarían, momentos de los que no había podido ser testigo… Y les haría pagar por todos y cada uno de ellos.
Sabía que no había heredero más legítimo para aquel Reino que yo, y que sería complicado encontrar un candidato que fuera aceptado igualmente por todos, dado que cada clan de Inugamis velaría por sus propios intereses en caso de un cambio de dinastía… Tal y como hacían los "sucios humanos" que mi madre describía. Aquel era el tipo de caos que ella más temía.
Pensé que no habría venganza mejor que aquella.
- Así sea. – Respondí, sin que pudiera importarme menos lo que ocurriese con aquella panda de víboras sedientas nada más que prestigio y poder.
Y de aquel modo, con las decenas de testigos de mi dimisión pública, se desató la crisis sucesoria que acabó con el "Reino del Oeste".
Notas: Es la primera vez que intento escribir una trama más "política", espero que me haya quedado bien y se entienda con claridad, estoy un poco nerviosa al respecto. ¿Qué os ha parecido la historia de la caída del Reino del Oeste? Inukimi no me da ninguna pena en este punto, la verdad.
Por otro lado, recalcar que el aplomo de Kagome al encarar a Sesshomaru en un momento tan crítico viene de las palabras que él mismo le dice en el futuro: que no tenga miedo de plantarle cara si consideraba que estaba metiendo la pata, ¡y así lo hizo! Amo a esta chica, con toda mi alma asdfdlsnvoivd
Quiero dejar muy muy claro que aunque Sesshomaru albergue sentimientos por Kaori, nunca, nunca, nunca olvida a Rin. La sigue queriendo, y eso nunca se va a desvanecer.
Y nada, por último, quería preguntaros, por curiosidad, ¿os gusta más ver el avance de la relación de Kaori y Sesshomaru o cuando él habla del pasado? ¿Tenéis alguna preferencia?
¡Nos leemos en dos semanas!
