Notas: ¡Feliz domingo! Hoy sí que actualizo a tiempo, me ha costado unos días recuperarme del todo, pero ya estoy muchísimo mejor. ¡Gracias a tod s los que me habéis deseado una pronta recuperación! La verdad es que me enfermo muy rara vez, por lo que soy una paciente terrible.
Hoy por fin llegamos a una de las partes que más ganas tenía de publicar, la verdad, pues lleva escrita meses jeje. ¡Espero que os guste mucho!
Me soné la nariz tras haber estornudado de forma estruendosa. Sentía todo mi rostro arder, producto de una fiebre moderada. No había sido buena idea desnudarme por completo en mitad del bosque a aquellas alturas del año, desde luego.
- Siento mucho no haber sido suficientemente cuidadoso… - Se disculpó Sesshomaru, cambiando el trapo húmedo sobre mi frente. – Nunca dejará de sorprenderme la fragilidad de los seres humanos…
El profesor Taisho se había pasado a recogerme tras que yo me hubiese desplomado en el trabajo. La misma señora Takahashi era quien había insistido en que no podía trabajar en aquel estado, aunque ella poco sabía que el motivo de mis piernas temblorosas no tenía nada que ver con la fiebre.
Nos habíamos excedido en una sola noche, lo admitía. Pero no me arrepentía de nada.
- No es nada grav… ¡A… achís! – Volví a estornudar nuevamente. – S-se me pasará con algo de reposo…
Sesshomaru acarició mi cabello, claramente consternado por haber contribuido a mi estado de salud.
- Eso espero. – Murmuró sin ocultar su preocupación.
- En el siglo XXI pasar por un resfriado es lo más normal del mundo, sobre todo durante los cambios de estación. – Le expliqué, pensando que debía haber vivido épocas donde cualquier mínima enfermedad podía resultar mortal. – Sólo necesito un puñado de medicinas, algo de reposo y estaré como nueva.
Sus dedos descendieron hasta mis mejillas, posiblemente para comprobar mi temperatura. Sus labios se fruncieron en una fina línea.
- Hmm… lo sé. Tengo conocimientos de medicina humana, aunque se encuentren algo desfasados. – Comentó sin darle más importancia. – Pero no me gusta verte postrada en la cama.
Le dediqué una gentil sonrisa. Era normal que aquello le pudiese traer malos recuerdos, después de saber parte de lo que había pasado en su vida. Debía de ser una imagen mortificante para él, incluso si sabía de forma racional que mi vida no corría peligro.
- Entiendo. – Musité, cubriéndome con las mantas hasta justo por debajo de la barbilla. – Gracias por haber venido directo desde el trabajo para cuidarme.
- Es lo mínimo que puedo hacer.
El demonio recogió los platos de los cuales yo había comido en una bandeja y se marchó a la cocina para depositarlos allí. Escuché el sonido del agua correr mientras él fregaba la vajilla.
Sesshomaru había decidido quedarse en mi casa hasta que me bajase la fiebre. En realidad, sabía que podía apañármelas sola, pero agradecía la compañía. También me hacía sentir querida y cuidada el hecho de que hubiese preparado la cena mientras yo simplemente descansaba. Era hermoso tener a alguien en quien contar en momentos de vulnerabilidad como aquel.
Durante su ausencia, aproveché para informar a mis amigos por chat de lo que había ocurrido en el trabajo, puesto que habían quedado en tomar unas cervezas aquella noche, y yo ahora no me encontraba bien como para acudir. Todos me desearon una pronta recuperación, aunque Momoka y Tomoki ya se mostraban perjudicados en su forma de escribir. Jamás dejaría de sorprenderme su velocidad para embriagarse de aquella manera.
Entonces el profesor Taisho regresó a mi habitación, examinándome con sus ojos dorados.
- Te veo más enérgica que cuando he llegado. – Mencionó con una calmada expresión, sus preocupaciones comenzando a deshacerse.
- Por supuesto, con un hombre tan apuesto cuidado de mí no podía ser de otra manera. – Le respondí de forma coqueta, dejando el teléfono móvil a un lado para prestarle mi completa atención. Sesshomaru sonrió ante el cumplido, tomando asiento en el borde de mi cama con elegancia. – Por cierto, me ha dejado intrigada lo que has dicho antes… ¿De verdad sabes sobre medicina? ¿Por qué?
El demonio exhaló un pequeño suspiro, sorprendido por la pregunta.
- Supongo que he tenido tiempo de sobra para dedicarme a muchas cosas. – Repuso.
- Pero me llama atención que, de entre todas las cosas, eligieses ese campo. No es algo que resulte efectivo en ti, ¿no es así? – En aquel momento recordé el último de los sueños que había tenido sobre mis vidas pasadas, en el que había estado postrada en una cama de hospital… - Claro, ¿lo hiciste por…? ¿Alguna de mis vidas pasadas? – Le interrogué con curiosidad.
La expresión de Sesshomaru se volvió indescifrable, aunque estaba muy segura de que había sucedido tal cual lo imaginaba.
- Como diríais los humanos del siglo XXI, no quiero hacerte "spoiler". – Respondió con la mirada oscurecida. – Aún no hemos llegado a ese momento.
Me incorporé para sentarme en la cama, atenta.
- ¿Eso quiere decir que hoy me vas a contar más sobre ti?
Sesshomaru se revolvió en su sitio, ligeramente incómodo. Quizás no debería mostrarme tan entusiasmada por sus trágicas vivencias. Pero cuanto más sabía y mejor le comprendía, más ávida de información me encontraba a mí misma.
Aunque el profesor se trataba de una persona muy privada, parecía sentirse liberador para él compartir el peso de su vida con alguien más, por lo que no parecía molesto por mi curiosidad.
- No me siento orgulloso de lo que ocurrió tras el punto en el que nos quedamos la última vez. – Admitió, cerrando los puños sobre su regazo.
- ¿Temes que pueda juzgarte por ello? – Inquirí.
Sesshomaru giró su cuerpo hacia mí para mirarme de frente.
- A día de hoy, yo mismo me cuestiono mis irracionales acciones de aquel momento.
- ¿Podrías darme un adelanto? Para saber a qué me expongo.
- Me involucré con una menor de edad, Kaori. – Explicó él, incómodo con aquel recuerdo. – Aunque trate de excusarme diciendo que en aquel período histórico a aquella edad ya era vista como una mujer adulta, yo… Soy consciente de que no era más que una adolescente. Siempre lo fui.
Inhalé pesadamente. Un tema bastante peliagudo.
- Es cuestionable, sin duda… - Musité antes de alcanzar su hombro. – Pero el hecho de que hayas reflexionado sobre el tema de esa manera es lo único que me hace pensar que no eres una persona terrible por ello. No quisiste aprovecharte de ella, ¿no?
El demonio sacudió la cabeza.
- En absoluto, simplemente… No pude evitar que ocurriera. – Aseguró con un claro atisbo de arrepentimiento en la mirada.
Había perdido de la cuenta de cuántos años habían trascurrido tras la muerte de mi esposa. Había comenzado a vagar sin rumbo fijo por el país, con el único objetivo de estar a solas con mis recuerdos. Después de mi renuncia oficial en el Palacio del Oeste se había desencadenado un gran revuelo, en el cual no quería verme involucrado, por lo que me dirigía preferentemente hacia el Este. Habiendo hechos las paces con Kirinmaru, no debía de ser un problema que fuera notificado de mi presencia en sus territorios. Es más, quizás estaba más pendiente de la inestabilidad en el Reino del Oeste.
Siguiendo aquella dirección terminé topando con el mar irremediablemente, después de todo, la isla de Honshu no era tan extensa. El azul del océano me daba algo de calma. Aquel escenario siempre me recordaría a la ocasión en la cual había traído a Rin a conocer la costa por primera vez. Se había emocionado tanto que había terminado empapada de pies a cabeza por culpa una ola que la arrolló tras haberse adentrado demasiado en el agua. Recordaba que el tiempo había empeorado después de eso, desencadenándose una tormenta que nos hizo refugiarnos en una cueva, justo donde… Ella me había pedido que yo le diese un hijo. Que quería formar una familia conmigo como el padre.
Allí cometí mi primer error al prometerle que le concedería algo tan peligroso, únicamente porque sabía que la haría feliz que aceptase...
Me obligué a mí mismo a detenerme en aquel punto. Quizás no era buena idea recordar con tanta claridad aquellos momentos tan determinantes de su corta vida. Sólo lograría sentirme más culpable si seguía aquella línea de pensamiento. Y el arrepentimiento no solucionaría nada, pues eso no iba a traer de vuelta a Rin.
Mis pensamientos volaron entonces hacia el misterioso poder de la joya que me habían ofrecido Kagome y Moroha. Yo ya había formulado mi deseo, pero no tenía ni idea de si volvería realmente a encontrarme con ella, o cuándo. ¿Funcionaría realmente el poder de la perla carmesí? Aún albergaba muchas dudas al respecto. Si ni siquiera Tenseiga había podido traer su alma de vuelta, nada podía asegurarme que las lágrimas de Zero sí lo harían.
Cerré los ojos, aspirando el aroma salado del mar. La brisa trajo entonces un nostálgico olor a jazmín, el cual me sacó mi ensimismamiento. ¿Había estado de pie sobre aquel acantilado, quieto como una estatura durante horas, días…? No estaba seguro, pero sí que era plenamente consciente de que aquella dulce fragancia no estaba allí inicialmente. Y resultaba demasiado familiar como para ignorarla.
Me di la vuelta y me dejé guiar por aquella embriagadora esencia, hasta adentrarme en el bosque. A medida que me alejaba de la costa, la salinidad del aire disminuía, permitiéndome distinguir con mayor claridad el jazmín en el aire. Cada vez estaba más seguro. Era ella. Sólo podía ser ella.
Me detuve en seco al percibir un alegre cántico en la lejanía. Su timbre era extremadamente agudo y tierno, como el de una voz infantil. Deceleré el paso, avanzando con cautela, hasta que logré divisarla entre la espesura.
Rin estaba allí, trotando de un lado para otro mientras canturreaba con la inocente animosidad de una criatura que jamás había sido testigo de las crueldades del mundo. La niña cargaba un buen puñado de flores entre sus manos, y sonreía como si no hubiera nada más en el universo aparte de su completa felicidad. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, a pesar de que sabía que no debía. Se trataba de una niña, y aunque era plenamente consciente de ello, en mis ojos no dejaban de reflejarse imágenes de la mujer que había sido mi esposa. La última vez que había sostenido su mano estaba fría e inerte, y a pesar del vívido recuerdo, estaba contemplando la versión infantil de ella frente a mí, correteando despreocupadamente. Como si todo aquello no hubiera sido más que una horrible pesadilla.
Una parte de mi quería capturarla entre mis brazos y llevarla conmigo en ese preciso instante, temeroso de perderla de vista; aunque mi mente dictaba que lo correcto era dar media vuelta y contentarme con su regreso a la vida, al menos de momento. Pero no podía parar de mirarla, hipnotizado, mientras cantaba con las mejillas sonrosadas y llena de vida.
- ¡Princesa! ¡Ahí está, al fin! – Exclamó un muchacho corriendo hacia ella.
- ¡Oh, sensei! – Parecía que aquel joven era el mentor de la niña, por lo que contuve el impulso de intervenir. Si se trataba de alguien conocido, no debería correr ningún peligro, pero permanecí vigilando la escena por si acaso. - ¡Mira, he encontrado unas margaritas preciosas!
El joven suspiró, apoyando las manos sobre las rodillas mientras jadeaba, agotado por su apresurada carrera.
- Princesa Airin, sabe que no puede salir sola del castillo… Si le gustan las flores, puede pedírselas a su padre para que las traigan al castillo…
La niña torció su expresión en una de disgusto.
- Pero eso no es divertido… A mí me gusta salir a recolectarlas…
- Tiene que entenderlo, no es algo que deba hacer una princesa, y menos aún sin escolta. – El chico le tendió la mano a Rin. – Volvamos a palacio antes de que a su padre le dé un síncope de la preocupación, ¿está bien? Sea una buena niña.
La chiquilla suspiró con resignación, siguiendo a su mentor mientras arrastraba los pies. No parecía conforme con seguir las normas que le habían impuesto, aunque las acatase de igual modo.
Guiado por la curiosidad, los seguí en silencio para averiguar bajo qué circunstancias había vuelto a la vida la mujer que amaba.
Rin vivía dentro de una fortificación cercana a la playa, en la residencia del señor feudal de la zona. A pesar de que había nacido en una posición social privilegiada, la niña no hacía más que tratar de escapar a diario de la fortaleza para vivir sus propias aventuras. Aún era muy joven para casarse, por lo que los criados parecían consentirla durante los años que durase su infancia, a sabiendas del destino que aguardaría a la joven una vez llegase su primera menstruación. Al parecer, la esposa del señor feudal había fallecido pocos meses después del nacimiento de su hija, y no había vuelto a contraer matrimonio. Por lo tanto, la chiquilla era la única heredera legítima del clan.
Observé durante varias estaciones los intentos de la pequeña por fugarse de la fortaleza de las más variopintas maneras: disfrazándose de criada o de mozo de cuadra, escondiéndose en los carros llenos de alforjas o simplemente echando a correr entre la gente cuando se abría el portón. En la mayor parte de sus intentos no tenía éxito, pero cuando lograba escabullirse siempre se apresuraba a adentrarse en el bosque, ocultándose entre la maleza. Cuando había satisfecho sus inquietudes en el exterior, Rin regresaba al castillo por su propio pie, si no era localizada por ninguno de sus sirvientes antes, por supuesto.
Dediqué varias estaciones a simplemente observarla crecer, encandilado por los breves momentos en los que podía llegar a verla o escuchar su voz. Cuando salía del castillo, me ocupaba de velar por su seguridad, de modo que siempre pudiera regresar nada y salva. Simplemente siendo testigo de sus travesuras diarias me sentí más en paz. De hecho, aquellas circunstancias me recordaban a las de nuestro primer encuentro, aunque los roles se habían visto invertidos: esta vez era yo quien la observaba desde fuera de los muros de palacio.
Con el tiempo, llegó el día en que percibí el olor a su sangre en el aire. Su primer período. Supe entonces que no se le permitiría asomarse al exterior nuevamente con tanta facilidad, con la seguridad del castillo reforzada. Esa misma noche, sin embargo, observé a la joven encaramarse a lo alto del muro que rodeaba la fortaleza. Era completamente inusual que intentase escapar en mitad de la oscuridad, por lo que la observé con cautela, atreviéndome a acercarme más de lo habitual. Con sus ojos humanos, sabía que no podría detectarme entre las sombras de la noche. Bajo la escasa luz de la luna, pude apreciar cómo unas tímidas curvas comenzaban a insinuarse bajo su kimono. Lenta pero irremediablemente, aquella chica estaba dejando de ser una niña.
Rin miró hacia atrás para asegurarse de que no había sido vista antes de posicionarse para tratar de descender al otro lado de la muralla. Aquella princesa debía de haber perdido el juicio, pues si saltaba desde aquella altura con su frágil complexión podía herirse fácilmente las piernas. Me mantuve oculto entre las sombras mientras la chica se replanteaba su plan. Ella avistó el delgado tronco de un ciruelo junto a la fortaleza unos pasos más allá, por lo que comenzó a caminar cuidadosamente en aquella dirección, acercándose a mi posición, sin saberlo. Sus pies temblaban con cada ligero movimiento, luchando por mantener el equilibrio. Yo me mantuve en completa tensión mientras temía que pudiera caerse por accidente.
La joven se agarró a una rama que pendía sobre su cabeza, y apoyó un pie sobre otra antes de depositar todo su peso sobre el árbol. Sin embargo, la delgada rama bajo ella se partió, endeble como era, dejándola caer al vacío seguido de un chillido.
Sin tiempo para pensar, salté como una exhalación desde mi posición para atraparla antes de que su cuerpo impactase contra el suelo. La sostuve entre mis brazos casi sin aliento, con el corazón latiendo a mil por hora, absorto en sus ojos que me observaban abiertos como platos. Entonces me percaté de que dos gruesas lágrimas caían por sus mejillas. Debía de haber pensado que aquella caía podía suponer el fin.
- ¿Estás bien? – Pregunté en voz baja a la joven.
- S-sí… - Musitó ella, conmocionada por la caída. - ¿Q-quién eres?
Su mirada era de pura fascinación mientras me observaba, aunque no había manera de que me estuviera reconociendo, ¿o sí? A pesar de que no estaba seguro de que pudiera verme bien las facciones, me obligué a ocultar mi naturaleza demoníaca, mostrando un rostro como el de un ser humano. En ese momento, los soldados que habían sido alertados por el grito de su princesa montaron un revuelo en el interior de la fortaleza, dispuestos a salir inmediatamente en su busca. Manteniendo la calma, dejé a la chiquilla apoyarse en el suelo tras asegurarme de que podía tenerse en pie por sí sola. Eché a andar para alejarme de allí lo antes posible cuando ella me agarró de la manga de mi furisode, reteniéndome.
- ¿No vas a decirme tu nombre?
Sus ojos castaños de cervatillo estaban fijos en mí, despertando todos mis recuerdos íntimos con ella. Pero sólo se trataba de una cría, no podía olvidar eso, aunque yo estuviera viendo otra persona en ella a través de mis pupilas. Luché contra el impulso de llevarla conmigo antes de sujetar su muñeca, deshaciendo su agarre.
- Solo soy un viajero. – Dije, únicamente.
Sin embargo, ella seguía mirándome con curiosidad, aunque cautelosa. Escuchando cómo los pasos de los guardias se acercaban peligrosamente, Rin se giró en dirección al sonido. Aproveché aquel momento de distracción para dar media vuelta y esconderme en la espesura con mi velocidad sobrenatural. Cuando ella se giró para observarme nuevamente, quedó perpleja al no encontrarme allí. En aquel momento fue interceptada por los centinelas, que la escoltaron de vuelta al castillo sin darle ninguna otra opción. Ella no pronunció una sola palabra sobre mí a sus guardianes, únicamente escrutó con sus ojos la oscuridad de la noche, tratando de discernir por dónde me había marchado.
Cuando la comitiva de humanos se hubo retirado, me percaté de cómo mi corazón aún latía desbocado en mi pecho. No me había sentido tan vivo en varias décadas. Había esperado mucho tiempo, demasiado, por lo que sabía que tenía que actuar para evitar volver a caer en el desgarrador vacío de mi interior.
Aquello era locura, y sabía que no estaba bien acercarme a una adolescente con aquellas intenciones, pero no podía evitar ver en ella la mujer con la que había compartido mi vida alguna vez. No pensaba tocarla, ni mucho menos expresarle ningún tipo de sentimiento romántico, pero no toleraría pasar ni un solo día más alejado de ella, después de haber sido privado de su presencia por completo durante años. La princesa había sido recluida herméticamente dentro de palacio, sin permitirle a pesar pasear por los jardines para evitar un nuevo intento de huida.
Por aquel motivo, elaboré una sólida coartada como erudito en busca de cobijo debido a las guerras que habían asolado mis supuesta ciudad natal. Mi intención era ofrecer mis servicios como consejero y mentor a cambio de cobijo y comida. Gracias a mis amplios conocimientos adquiridos en el breve tiempo que había vivido entre humanos, supe que sabría impresionar a aquellas sencillas criaturas.
La primera impresión que causé con mis exquisitos modales fue buena, por lo que se me permitió solicitar audiencia con el señor del castillo. Por primera vez en mi vida, agradecí haber sido criado en opulento ambiente de la corte del Palacio del Oeste. Aunque el hombre que era el padre de Rin en esta nueva vida presentó ciertas reservas en un inicio, tras pocos días de reuniones personales conmigo, conseguí que aceptase mi proposición de buen grado. Sin embargo, todas mis lecciones como mentor su hija eran estrictamente supervisadas por varios centinelas y una nodriza.
La presencia de tantos humanos, sin embargo, no podía importante lo más mínimo, pues no entorpecían mi cometido principal, el cual se trataba de estar a su lado. Aquella Rin sonreía con extrema facilidad, y tenía dificultades para tareas manuales como el bordado, aunque poseía una extraordinaria capacidad intelectual. Entre lección y lección, podía sentir las miradas furtivas de aquellos risueños ojos castaños sobre mí. Comencé a preguntarme si realmente su alma podía reconocerme o si simplemente seguía curiosa respecto a nuestro primer encuentro en esa nueva vida. Aquel enigma rondaba mi cabeza día y noche, aunque jamás se nos permitía la oportunidad de encontrarnos a solas, por lo cual no podía hacer mis averiguaciones al respecto. Ella tampoco se atrevió a hacer alusión alguna a aquel asunto, como si jamás hubiese tenido lugar. Quizás ni siquiera me había relacionado con el desconocido que la salvó de aquella caída.
Pasaron varios años, y comenzaba a sentirme satisfecho con mi desempeño dentro de aquel castillo. A pesar de que no me agradaban en exceso los humanos, había logrado mimetizarme entre ellos y ganarme la absoluta confianza del señor feudal, el cual me había convertido en su mano derecha, y su persona de mayor confianza. Mientras tanto, su hija seguía creciendo día a día, dejando atrás sus tiernos rasgos infantiles.
Durante las lecciones de caligrafía, me quedaba absorto observando sus delicados dedos al sujetar el pincel. Ella me observaba con timidez, pidiéndome ayuda. Pero yo sabía que ella solo quería tomase el instrumento posando mi mano sobre la suya. Y yo hubiera accedido de buen gusto por volver a sentir su piel, pero ya había decidido dejar que la prudencia fuera la que condujese todas mis acciones, puesto que no era sabio excederme a pesar de que la vigilancia se hubiera reducido considerablemente. Seguíamos sin estar solos.
- Se lo repetiré una vez más, Princesa Airin. Observe atentamente.
Realicé cada trazo lentamente con otro pincel distinto al que ella sostenía, fingiendo no notar sus furtivas miradas hacia mí. Su evidente curiosidad por mí despertaba mis deseos y pasiones más ocultas. Pero debía mantener en el control, si no quería desencadenar una tragedia. Esta vez, quería hacer las cosas bien, y asegurarme de que aquella mujer pudiera elegir el camino hacia su felicidad. Para proteger la pureza de aquella mirada, lo mejor que podía hacer era seguir actuando como si no fuera consciente de sus sentimientos hacia mí.
En ese momento, Rin dejó escapar un suspiro de resignación, frustrada porque no hubiese tomado su mano para guiar sus movimientos sobre el papel.
- Jamás conseguiré que este kanji me quede tan bien como a usted, sensei.
Parpadeé antes de observarla. Su lacio cabello castaño caía suelto sobre sus hombros, con los mechones laterales recogidos sobre su coronilla con una hermosa peineta lacada. Sus labios brillaban con la luz que se filtraba del exterior, y a ambos lados de su rostro podía apreciarse el rosado rubor de la juventud. Aquella mujer había terminado de florecer en todo su esplendor, efectivamente. Con pesadumbre, no pude evitar pensar en que recibiría alguna propuesta de matrimonio más pronto que tarde, y yo no tenía ninguna carta para impedir que aquello sucediese sin provocar una conmoción. Inhalé profundamente.
- Seguro que lo logrará, sólo debe tener paciencia y constancia, Princesa. Vamos a dejarlo aquí por hoy.
Aquella noche, tumbado sobre el lecho en mis aposentos, no podía parar de pensar en alguna forma de hacerla mía, de sacarla de aquella miserable vida de forma orgánica, por su propia voluntad. Pero sabía que se trataba de una utopía inalcanzable, no había manera de cumplir mis deseos sin intervenir activamente en sus decisiones, puesto que, si le contaba la verdad, era consciente de que la estaría condicionando…
En aquel momento, un sirviente llamó a mi puerta, a pesar de tratarse de altas horas de la noche. Me levanté pesadamente, aunque aliviado de poder distraer mi enturbiado corazón con alguna tarea administrativa insignificante.
- Buenas noches. – Dije, descorriendo el shoji que daba acceso a mi habitación. Para mi sorpresa, quien se encontraba allí de pie no era otra que la mismísima Airin, ataviada con ropa de alguna de las criadas. - ¿Qué hace aquí a estas horas, Princesa? – La reprendí de inmediato.
- ¿Me dejas pasar? – Preguntó ella en un hilo de voz.
"No". "Ni hablar". "No es apropiado". "Bajo ningún concepto". La parte racional de mi mente barajó diversas alternativas para obtener el mismo resultado, pujando por mantener el control de la situación.
- Adelante. – Accedí, finalmente, cediendo ante mis más egoístas deseos, aspirando su dulce perfume.
La princesa ingresó en mi alcoba silenciosamente mientras yo corría la fina lámina de papel que actuaba como puerta tras ella. Ella cruzó las manos sobre su regazo y me observó fijamente con un gesto dubitativo. Debía de estar nerviosa por encontrarse a escondidas en la habitación de un hombre. Después de todo, era la primera vez que Rin tenía esa experiencia bajo la identidad de la princesa Airin.
- ¿Ocurre algo? – Inquirí, tratando de calmar los salvajes latidos de mi corazón, exaltados por la intensa mirada de la joven. - ¿No puede esperar a mañana?
En el fondo, sabía que, si alguien la encontraba allí a aquellas horas o llegaba a saber sobre su visita nocturna a mis aposentos, no me quedaría más remedio que desaparecer del castillo, con o sin ella. Aún no lograba determinar cuál sería la opción que tomaría, dado el caso.
- Si espero a que sea de día, no podré decirte esto, Sesshomaru. – Respondió ella, decidida.
Era extraño que ella me llamase directamente por mi nombre sin tapujos, sin honoríficos ni títulos de por medio.
- ¿En qué puedo ayudarla, pues? – Pregunté, intrigado.
Eso es. Lo mejor era acabar con aquel asunto lo antes posible. Antes de que su figura, envuelto por un sencillo kimono, más similar a las ropas de mi difunta esposa que sus galas habituales, terminase de nublarme la mente.
- Cuatro años atrás… - Comenzó a susurrar ella. - Tú eres el que me salvó al caer del muro de palacio hace cuatro años, ¿no es así?
Crucé los brazos sobre mi pecho. Después de todo, Airin recordaba perfectamente lo que había ocurrido aquella noche, y había reconocido mi rostro incluso tras haberlo contemplado únicamente en la penumbra. Seguramente la Princesa había tratado de corroborarlo en todo aquel tiempo, pero no se había atrevido a mencionarlo delante de los guardas o las criadas al servicio de su padre. Chica lista.
- No pensaba que aún recordarais eso, mi Señora. – Mentí. Era más que evidente desde el primer día que había entrado por las puertas del castillo que no podía apartar sus ojos de mí, vinculándome con los hechos de aquella vez. Aunque yo siempre me había esforzado en fingir que no me había dado cuenta.
- He querido preguntarte sobre aquel día durante todo este tiempo… - Reconoció la joven envolviéndose entre sus brazos. - ¿Por qué os encontrabais en mitad de la nada a aquellas horas? ¿Buscabais algo?
¿Podía intentar explicárselo todo? ¿Era acaso el momento? ¿Su cabeza podría soportar sin quebrarse el hecho de que reconocía su alma, de que ya habíamos estado enamorados en su vida anterior?
Como si todo eso no fuera poco, ¿podría digerir que yo era un demonio? No me parecía ni más remotamente una buena idea sacar todos aquellos temas a la luz. La reacción de su alma era completamente impredecible.
- A vos. – Contesté, sin atreverme a mentir ni dar muchas más explicaciones.
La joven abrió los ojos como platos tras escuchar mis palabras. Sabía que había hecho una declaración osada, teniendo en cuenta nuestra diferencia de estatus.
- ¿C-cómo que a mí? – Balbuceó ella, sonrojándose.
Aquel inocente rubor resultaba incluso más tierno de lo que recordaba, envolviendo mi alma en un cálido abrazo. Pero tuve que obligarme a poner los pies sobre la tierra nuevamente, antes de perder toda mi capacidad de autocontrol.
- Había escuchado en los alrededores sobre una princesa imposible, la cual se comportaba casi más como animal salvaje que como una dama, escapando continuamente del castillo en busca de libertad. – Mentí sobre la marcha, siguiendo el papel que me había preparado años atrás para colarme en el castillo. - Debido a mis cualificaciones como tutor, y en busca de un reto personal, quise hacer una visita formal para ofrecer mis servicios a su padre, pero se me echó la noche encima, aunque faltaba tan poco camino que no pude evitar acercarme a echar un vistazo. En ese momento fue cuando la vi por primera vez, Princesa.
La joven digirió todo lo que estaba diciendo en silencio. Tragó saliva y alzó el rostro para mirarme, con un brillo de emoción en los ojos.
- ¿Qué es lo que piensas de mí actualmente, Sesshomaru? ¿Sigo pareciendo una niña? ¿O un animal salvaje?
No podía creer que me estuviera preguntando eso directamente. Ella. El amor de mi vida. Y yo podía hacer que todo su mundo se derrumbase con tan solo unas pocas palabras, mientras ella se abría a mí, mostrándose tan vulnerable… Pero aquello no estaba bien. No era el momento de hacerla volver a mí, no de aquella despreciable manera. Si Airin iba a desarrollar sentimientos por mí, no quería que fuese por extensión de su vida pasada. Era lo mínimo que podía hacer por respetar el corazón de aquella chica que compartía alma con mi esposa, y que se veía exactamente igual que ella, aunque se tratase de otra persona.
Enterré mis sentimientos en lo más profundo de mi ser antes de contestar:
- En estos años se ha convertido en una hermosa y competente mujer de la nobleza. Estoy seguro de que quien se convierta en tu futuro marido será un hombre muy afortunado. – Añadí, sintiendo cómo un puñal atravesaba mi corazón por no poder proponerme como candidato, dadas las circunstancias de ese momento y la jerarquía social de los humanos.
- Pero… yo te deseo sólo a ti, Sesshomaru.
Aquella sencilla confesión me dejó sin aliento. Apreté los puños, frustrado. Quería… Necesitaba corresponderla, pero sabía que no podía. No en aquel momento, ni de aquella manera tan apresurada.
- Eso no sería apropiado, Princesa, no soy digno de vos. – Me excusé, inclinando mi cabeza ante ella. – Espero que pueda comprender mis razones…
- Pero no niegas sentir lo mismo por mí, ¿verdad?
Alcé la mirada para observar a mi pupila, ganándome en mi propio discurso con su perspicacia. Pero no podía negarlo. No era capaz de mentirme a mí mismo, ni siquiera por ella.
- En efecto… - Le concedí, devolviendo mi espalda a su posición natural. – No podría ocultarle el aprecio que siento hacia usted.
Aquello era todo cuanto podía confesarle en aquel momento. Sin embargo, para mi sorpresa, la joven trató de deshacer el obi de su kimono frente a mis ojos. La detuve inmediatamente, sujetando firmemente sus muñecas. La chiquilla estaba temblando.
- ¿Qué está haciendo? – Le increpé con seriedad.
- Es que… - Comenzó a sollozar ella. – Sé que esto no está bien, que a pesar de todo lo que sienta por ti, es imposible que podamos estar juntos, pero… - Rin se aferró a las solapas de mi kimono, desesperada. – Ya que no sé a quién designará mi padre como esposo, o si me sentiré bien con esa decisión… Al menos, me gustaría la primera vez en mi vida fuera con alguien con quien quiero hacerlo de verdad…
Su voz era débil como el trino de un pájaro. Estaba sufriendo a causa de su irremediable destino, y aunque sabía que yo tenía el poder para sacarla de allí, no deseaba que tomase aquella decisión presa del miedo… Además, tampoco podía pensar con claridad cuando mi torrente sanguíneo estaba comenzando a concentrarse en mi entrepierna con su proposición.
No estaba bien aceptar algo tan preciado bajo aquellas condiciones.
- Sabe que no puedo hacer eso, Princesa. Si por algún casual quedase encinta en el proceso, sería una deshonra para todo su clan. – Contesté con calma, reprimiendo el impulso de retirar las lágrimas de sus mejillas con mis pulgares. – Lamento no poder corresponder sus deseos.
- P-pero… - Se resistió ella. – Por favor… Si me veis como mujer, si sentís lo mismo que yo… Le ruego que no me rechacéis… Si decís que no, entenderé que pensáis en mí de la misma forma que yo. – Presionó la joven princesa.
Mi corazón comenzó a romperse ante tan desconsolada imagen. A pesar de que sabía que Airin estaba jugando sucio, de que no era justo para mí, ni propio de la Rin que yo conocía que me chantajease de aquella manera para obtener lo que quería, yo… No podía negarme a sus deseos, mucho menos cuando coincidían con los míos.
Liberando una ínfima parte de mis sentimientos reprimidos, me agaché para rodear su menudo cuerpo con mis brazos. Su nostálgico aroma a jazmín nublaba mis sentidos, llevándome a acariciar su columna en sentido ascendente. Al alcanzar su nuca, sentí a través de mis dedos la calidez de su cuerpo, tan viva como había estado hacía mucho tiempo. Ignorando momentáneamente las voces racionales de mi cabeza que gritaban que aquello era una idea terrible, tomé su barbilla entre mis dedos para alzar su rostro hacia mí.
Tenía los mismos ojos castaños, las abundantes pestañas negras y labios carnosos que recordaba. Incluso si no respondía al mismo nombre… No podía parar de ver a Rin en aquella joven de mejillas sonrojadas por mi cercanía. Incluso sus reacciones eran idénticas. Resultaba una completa tortura tenerla tan cerca, tan dispuesta…
- ¿S-Sesshomaru…? – Balbuceó ella, acorralada entre mis brazos. – E-esto… ¿Qué quiere decir?
No. Aquello no estaba bien. Debía escuchar mis a mis pensamientos racionales, en lugar de dejarme arrastrar por el deseo.
Muy a mi pesar, la liberé, causando una mayor confusión en el rostro de la muchacha. No tenía valor para decirle la verdad, pero tampoco deseaba que pensase que no la correspondía de ningún modo. Quizás no exactamente como ella esperaba, pero la atracción definitivamente estaba presente.
Suspiré pesadamente, incapaz de despejar los ojos de ella ni de responderle absolutamente nada. Todas las opciones que sopesaba terminaban desechadas por ser demasiado reveladoras, o por el contrario, muy tajantes…
Entonces sentí las manos temblorosas de la princesa sobre mis hombros, su mirada suplicante. Permanecía completamente inmóvil mientras observaba cómo la muchacha se ponía de puntillas para alcanzar mi boca.
Pensé mil veces en bucle que sólo tenía que dar un paso atrás para hacer lo correcto. Era tan sencillo como eso, pero mis piernas no respondían. O yo, en el fondo, no quería que lo hicieran.
Cuando sus labios besaron con míos con extrema inocencia y ternura, supe que ya había caído bajo su hechizo. No había nada que pudiera hacer parar resistirme. La atraje con delicadeza hacia mí y le devolví el gesto en acto reflejo, con infinito cuidado. El roce de sus suaves labios sobre los míos me produjo un escalofrío, devolviéndome a una época que creía perdida para siempre. Mi corazón se encogió de júbilo al revivir aquella agradable sensación llena de dicha.
Mientras yo me encontraba inmerso en mis propias emociones, Airin se sobresaltó ante mi activa participación. Yo siempre había actuado con tanta rectitud que no debía esperar que aquella estrategia le funcionase. Incluso puede que se hubiera preparado mentalmente para soportar mi regañina por haberme besado sin mi consentimiento. Lo que ella desconocía era el descomunal incendio que provocaba en mi interior tenerla tan cerca y no poder tocarla. Y yo no había logrado resistirme más a la tentación.
Cuando nuestras bocas se separaron, me permití finalmente acariciar su precioso su rostro con mis dedos. Sus mejillas se sentían tan esponjosas y tiernas que no pude evitar recrearme en ellas mientras las acariciaba. Ella se veía anonadada a la par que emocionada por la situación. El olor de su excitación estaba comenzando a intensificarse, invadiendo mis fosas nasales…
Pero tenía que volver a pensar con la cabeza, antes de que mis emociones me hicieran tomar una decisión de la que podría arrepentirme para siempre. Aquel no era el momento ni la ocasión para que ocurriese nada más allá. Tenía que decirle la verdad antes de involucrarme más con ella. No era buena idea alterar el orden lógico de las cosas.
Tomé su mano para conducirla a la entrada de mi habitación, conteniendo mis instintos primarios y concentrándome en mantener mi perfecta máscara de apariencia humana.
- Es tarde, Princesa. Debería retirarse a descansar por hoy.
Airin cerró sus dedos sobre el dorso de mi mano, estudiando el tacto de mi piel, analizando seguramente en su mente lo que suponía el beso que habíamos compartido. El suave roce de sus uñas me provocaba un agradable cosquilleo que me obligué a ignorar.
- Sesshomaru, quiero que me prometas una cosa… - Murmuró ella, girándose hacia mí, con las mejillas todavía sonrojadas. – Me gustaría tener su palabra de que podré volver a visitarte de esta manera alguna otra noche…
De modo que la Princesa aún tenía dudas, y no le había quedado claro que no la estaba rechazando. Después de todo, no le había dado ningún tipo de confirmación verbal hasta el momento. Entonces solté su mano y clavé mis rodillas en el suelo, silenciosamente. Agaché la cabeza, mientras suspiraba:
- Jamás podría rehusarme, Princesa.
Ella sonrió con ingenua felicidad, sin ser consciente de hasta qué punto me tenía comiendo de su mano, como un perro domesticado.
Notas: ¡Y por fin os presento a Airin, la primera de las reencarnaciones de Rin! La verdad es que creo que es quien tiene el carácter más diferente a la original de entre todas, pero bueno, os dejo que saquéis vuestras propias conclusiones. No se menciona explícitamente su edad, pero ronda los 16 años, para que os hagáis una idea. Aún os queda por saber de su historia, ¿pero qué pensáis por el momento de todo esto?
A mí se me hace muy gris toda la situación, o sea, hay cosas que están claramente mal, pero por otro lado no puedo evitar ser compresiva y pensar que es un papelón ponerse en los zapatos de Sesshomaru, o incluso en los de la propia princesa. Pero sobre ella ya veréis más adelante.
Bueno, voy a parar aquí antes de irme de la lengua, ¡os leo en comentarios y nos vemos de nuevo en dos semanas!
PD: Por si alguien se lo pregunta, aún queda fanfic para rato, madre mía, se me va de las manos la cantidad de información que quiero incluir en cada capítulo.
