Notas: Hola a tod s, espero que estéis bien 3 Yo sigo un poco en la misma que hace unas semanas, reflexionando y sintiendo muchas cosas.
Pero bueno, no vengo a hablaros de mí, por supuesto. Espero que esta actulización resulte mucho menos amarga que la anterior, y que realmente podáis ver por qué significa un "punto de inflexión" en la historia.
Espero que os guste!
Me quedé muda ante su confesión, incapaz de reaccionar. No sabía si lo correcto sentirlo por él, si indagar al respecto de sus motivos, o si simplemente abrazarle en silencio. Me daba la sensación de que podía meter la pata con cualquiera de las tres opciones...
En realidad, ni siquiera comprendía por qué me sorprendía. Habiendo vivido tanto tiempo, tras haber pasado por tantos eventos dolorosos... No era de extrañar que se hubiese planteado al menos una vez acabar con su vida.
Pero el hecho de saber que lo había intentado con tanta vehemencia como para haber dejado su torso surcado de cicatrices me había resultado impactante. Quizás porque había asumido erróneamente que debía haber sufrido aquellas heridas en batalla, porque esa alternativa hubiera sido mucho más fácil de digerir.
- Fue hace mucho tiempo, Kaori. Está en el pasado. – Añadió él para tranquilizarme, consciente de mi expresión de desconcierto absoluto.
Sin embargo, no dejaba de sentir una opresión en mi estómago ante las grotescas imágenes mentales que comenzaron a acudir irremediablemente a mi imagiación. Respiré profundamente, tratando de recuperar el control de mis sentidos y de mi pulso. Sin darme cuenta, había soltado la mano del demonio en algún punto, aunque él seguía sosteniendo la mía con firmeza. Recorrí sus nudillos despacio, acariciando su piel que parecía haber recobrado algo de calor.
- Siento mucho que tuvieras que pasar por algo así. No puedo negar que alguna vez haya pensado que hubiera sido mejor si no estuviera, pero... Jamás he intentado autolesionarme. – Alcé la vista despacio, estudiando la expresión de su rostro con cautela. Él se mostraba tranquilo, como el mar en calma, por lo que me atreví a musitar. - ¿Puedo preguntarte... cómo llegaste hasta ese punto? Es decir... ¿Quieres hablar de ello?
El demonio alargó un brazo para rodear mis hombros, acercándome a él. Una parte de mí se sentía ridícula por ser yo la consolada en aquella conversación, pero no podía decir que no agradecía enormemente su reconfortante gesto.
- Después de comprobar que no podíamos devolver a Hinamari a la vida con la Tenseiga, al igual que había ocurrido con Airin, entre los tres enterramos su cuerpo en el bosque. Entonces tuve una gran discusión con mis hijas. Aquella que no pudimos terminar de tener en esa nevada noche. – Explicó él. – Yo quería devolver el alma de Rin al Samsara, encauzarla a regresar entre los humanos una vez más. Mi argumento fue que aún no había sido capaz de proporcionarle una vida en plena y con un apacible final, por lo que no podía permitir que acabase así, no mientras estuviese en mis manos. De modo que les pedí que me otorgasen una de las perlas que habían estado recolectando por décadas.
Por supuesto, tanto Towa como Setsuna estaban de acuerdo es que se trataba de una terrible idea. Temían que la historia volviese a repetirse, y aseguraban que aquella interminable cadena de reencarnaciones era la causa principal que me mantenía anclado en el tiempo, incapaz de seguir adelante sin ella.
Pero, por supuesto, no las escuché, ni uno solo de sus argumentos... De modo que, cuando Riku nos visitó en la cabaña para avisar a Towa de que ya podían regresar a la ciudad, ahora que se había calmado toda la conmoción, no dudé arrebatarle una de las Perlas Arcoíris bajo su custodia.
- Aún recuerdo su cara de susto cuando te abalanzarte sobre su zurrón sin previo aviso, Padre.
Ambos volteamos el rostro hacia la puerta del pasillo, desde donde emergía la figura de Towa. Había vuelvo a escucharnos a escondidas.
- Ya me estaba preguntando cuándo ibas a dejarte ver. – Dijo Sesshomaru, como si se hubiera percatado hacía rato de su presencia.
La muchacha eché los brazos hacia el techo, estirando la espalda mientras cruzaba las manos por detrás de la nuca.
- Es que me ha dado hambre, sólo iba a la cocina. – Se excusó ella, sin sentir vergüenza alguna. – Además, creo que si vais a hablar de mí a mis espaldas, tengo derecho de sobra de unirme a la conversación.
Sesshomaru retiró el brazo que me envolvía y lanzó una mirada al espacio vacío que quedaba en el sofá, justo a su lado.
- En realidad, llegas en buen momento, Towa. – Dijo el profesor Taisho. – Quería que escucharas esta parte de la historia, aunque no creo que cambie nada. Pero me gustaría que tuvieras una explicación al respecto de una de mis acciones más recientes.
Towa observó a su padre con desconfianza e interés a partes iguales. Tras unos segundos de duda, chasqueó la lengua mientras se dirigía hacia la cocina.
- Dame un momento que me prepare un chocolate caliente. – Fue toda la explicación que dio la muchacha antes de desaparecer por la puerta de la sala contigua.
Alcancé el mentón de Sesshomaru con los dedos, haciéndole devolver la mirada en mi dirección.
- ¿Estás seguro de esto? – Le pregunté.
- Sí. – Respondió el demonio con firmeza. – Merece saberlo, sirva de algo o no. Pero hasta que vuelva de la cocina, me gustaría darte unas pinceladas más del contexto que Towa ya conoce.
Rodeándole el cuerpo con los brazos, asentí.
- Claro... Dime.
De forma inesperada y extremadamente dulce, el demonio depositó su mejilla sobre mi coronilla, rodeándome con sus brazos una vez más.
- Tras haberles arrebatado la perla anaranjada, le hice una promesa a mis hijas: que no volvería a ser una molestia para ellas nunca más. Ninguna trató de detenerme, por supuesto, y no las culpo por ello. Estaban legítimamente enfadadas conmigo, y no podían sospechar que mi intención era quitarme de en medio, para evitar volver a hacerles daño a ellas o a Rin.
Sin entrar en detalles escabrosos... Lo que hice a partir de ese momento, fue probar todas las formas que se me ocurrieron para acabar con mi vida. Pero, como pudiste ver en la batalla contra Ayumi, mi cuerpo se regenera a una velocidad tan alta que apenas me da tiempo a sangrar. Por lo tanto, producir una herida fatal resultaba completamente imposible.
Cuando se me ocurrió probar otros métodos menos sangrientos, traté de hundirme en lo más profundo del mar, y ahí, comprobé que... Perdía el conocimiento por lapsos, únicamente para volver a recuperar la respiración, antes sentir cómo me asfixiaba una vez más... En un bucle que solo terminó cuando fui arrastrado hasta la orilla y pude dar una amplia bocanada de aire, la cual me permitió recuperar la completa consciencia. Fue en ese momento cuando me di cuenta... De que no podía morir de ninguna de las maneras, por culpa del poder que me había trasferido el Seiryuu. Me había convertido en un ser completamente indestructible. Y entonces cuando comprendí su inmenso alivio cuando puse fin su interminable sufrimiento. Porque había encontrado a alguien suficientemente poderoso como para idear la manera de asesinar a alguien que no puede morir.
Me llevé las manos a los labios, conteniendo un suspiro.
- Eso es... Terrible... - Musité, incapaz de mirar su rostro, sin saber cómo enfrentar las palabras que me decía. – Entonces, si no acabaste con tu vida en ese momento, no fue porque recuperases las ganas de vivir, sino porque... ¿No podías hacerlo?
- En parte... Aunque no sería correcto del todo decir que fue lo único que me detuvo. – Su enigmática respuesta fue un grave susurro.
- ¿Me he perdido algo? – Preguntó Towa, regresando al salón con una humeante taza de chocolate acompañada de... Palomitas.
Definitivamente, había algo extraño en los gustos alimenticios de aquella familia.
- No. Llegas en el momento justo. – Respondió el demonio, deshaciendo el encierro de sus brazos a mi alrededor.
Había llegado a mi límite. No importaba cuánto perforase mi cuerpo, cuánto restringiese mi respiración o cuántas noches en vela pasase lamentándome de mi existencia. Nada iba a sacarme de aquel mundo, ni de mi irremediable sufrimiento.
¿Cómo podía compensar entonces todos mis errores ante el alma de Rin? Si ésta tenía memoria subconsciente de sus vidas pasadas, no me cabía duda de que me resentiría por toda la eternidad, y que no existía forma de reparación posible. Tenía que desaparecer antes de que ella volviese a renacer, de modo que pudiera asegurarme de que no había modo de que pudiera sufrir la tentación de acercarme a saber de ella, de volver a herirla de cualquier manera...
Pero el poder de la inmortalidad que había adquirido para salvar la vida de mi esposa se había convertido en la maldición que me impedía cumplir mi cometido. Desesperado, y habiendo tocado fondo por completo, observé el escenario bajo mis pies.
Desde lo más alto de la montaña se extendían las hileras de cordilleras, como si se tratasen ríos bravos esculpidos en roca. A mi alrededor soplaba una gélida brisa, agrietando mis labios y volviéndolos de una tonalidad morada. Ignorando el frío que atravesaba mi piel descubierta, di un paso hacia el vacío, con la mente completamente en blanco.
Mientras caía, analicé los delgados picos rocosos que se iban a convertir en mi pista de aterrizaje. Sabía que no moriría por el impacto, ni siquiera cuando aquellas lanzas pétreas que brotaban de la tierra atravesasen mi carne.
Pero si algo había aprendido tras tantos intentos de suicidio fallidos, era que perdería el conocimiento al sufrir una herida fatal. Sin embargo, no recobraría la consciencia hasta que mi cuerpo se curase por completo, momento que jamás llegaría mientras siguiera clavado en aquellos picos rocosos. Aquello era lo más cercano a la muerte que podría obtener jamás, pero...
Con eso me era más que suficiente.
Así no podría volver a hacer daño a mis hijas, ni a Rin, ni a nadie más.
Cerré los ojos, anhelando saborear el abrazo de una eterna inconsciencia.
Para mi completa decepción, me encontré a mí mismo abriendo los párpados de forma instintiva. La luz del sol se me antojaba cegadora, por lo que me cubrí el rostro con el dorso de la mano, emitiendo un débil quejido.
- ¿Al fin te has despertado de tu siesta, Sesshomaru? – Inquirió una familiar e irritante voz.
Incrédulo, obligué a mis pupilas a acostumbrarse al exceso de iluminación para descubrir al medio demonio que tenía por hermano frente a mí. Vestía sus habituales harapos rojos, y se encontraba sentado en el suelo con las piernas cruzadas. A pesar del tono burlesco de su pregunta, él no sonreía lo más mínimo. Sus irises dorados me estudiaban compasivamente.
- ¿Inu... Yasha...? – Balbuceé, sintiéndome aún desorientado.
No recordaba cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que me había encontrado con él, pero se veía más adulto y ligeramente más corpulento que mientras Rin había vivido. Ya no tenía la expresión de un mocoso malcriado, sino que su serenidad se asemejaba a la de nuestro difunto Padre.
- Nadie te has pedido que me salvaras, medio demonio. – Respondí a la defensiva, molesto porque mi plan se hubiese visto frustrado.
El mestizo dejó escapar un profundo suspiro, cruzando los brazos sobre su pecho.
- Sabía que no me lo agradecerías, pero quiero que sepas no lo he hecho por ti, sino porque Jaken me lo ha implorado a lágrima viva. Y no tenía intención de cesar en su insistencia hasta que dejases de ser un pincho moruno. Así que, si tienes quejas, las estás dirigiendo hacia la persona equivocada.
Agaché el rostro, procesando el relato de mi medio hermano. Podía imaginarme perfectamente la escena que Inuyasha describía, y tampoco tenía ningún otro motivo por el cual salvarme la vida, por lo que no me planteé siquiera poner en entredicho su palabra. Entonces no pude evitar recordar de forma dolorosamente vívida cómo le había ordenado a mi siervo que me abandonase, mientras él insistía en que seguiría siéndome de utilidad desde las sombras. A pesar de mi más que injusta y fría despedida, Jaken se había manteniendo fiel a su palabra, velando por mí a pesar de todo... Y estaba convencido de que debía haberle implorado a Inuyasha que no le delatase para no molestarme. Pero mi viejo amigo y consejero estaba equivocado si creía que su intervención me enfurecería, dado que no podía sentir ni el mínimo enfado por sus buenas intenciones...
No tenía nada que reprocharle a Jaken, puesto que no me sentía merecedor de su incansable adoración hacia mi persona. De modo que únicamente por respeto al pequeño demonio verde, decidí dejar pasar las trasgresiones del medio demonio.
Apesadumbrado, traté de incorporarme, impedido por un punzante dolor que me atravesó todo el torso.
- Estás muy mal herido, idiota. – Me reprendió Inuyasha. – Harías mejor en no moverte hasta que te recuperes.
Agaché la vista para comprobar el lamentable estado de mi pecho, recubierto de sangre y perforaciones. Me pregunté por cuándo tiempo debía de haber permanecido ensartado para que mi poder curativo se hubiese visto tan mermado.
Mientras procesaba aquella información, Inuyasha me lanzó un objeto que capturé al vuelo sin mirarlo siquiera. Al examinarlo, me percaté de que se trataba de un pedazo de carne cruda.
- Come, anda. – Gruñó él, malhumorado, para variar.
Analicé el alimento que sostenía en la mano con detenimiento. Si no aceptaba aquel ofrecimiento, era posible que no me curase debido a la falta de energía. Si conseguía arrastrarme de nuevo hasta el pico de la montaña y lanzarme al abismo... ¿Se cumpliría mi deseo de morir de una vez por todas?
¿Era acaso ese el único camino para poder acabar con mi eterno sufrimiento?
- ¿Puedes dejar de malgastar tu energía en pensar estupideces y comer de una dichosa vez? – Me apuró el medio demonio, claramente irritado por mi silenciosa cavilación.
Molesto, dejé caer la carne al suelo, rechazando su ayuda.
- No tienes ni idea, Inuyasha. – Refunfuñé, decidido a regresar a mi plan original de permanecer inconsciente por toda la eternidad.
Cansado de la discusión, el medio demonio se puso en pie mientras chasqueaba su lengua con fastidio. Cuando esperaba que me diera la espalda para abandonarme, sin embargo, el medio demonio se dirigió directamente hacia mí. Recogió el alimento que yo había derrochado en el suelo, y sin previo aviso lo empujó contra mis labios.
- Come. – Me ordenó, sujetándome del cabello para mantener mi cabeza en alto.
Gruñí, expresando mi disconformidad. Sin embargo, sentí cómo mi boca se hacía agua con aquel pobre intento de comida...
No me había permitido sentir lo hambriento que estaba por demasiado tiempo.
Entonces, mi bestia interior, apelando a su instinto de supervivencia, me instó a abrir la boca y clavar los colmillos en el pedazo de carne. A medida que saboreaba la sangre en mi lengua, noté cómo el dolor físico comenzaba a disiparse, mis brazos recuperando las fuerzas suficientes para sacudirme del agarre de Inuyasha. Mastiqué lentamente, casi como un cachorro en etapa de aprendizaje, como si hubiera olvidado cómo alimentarme. Poco a poco, comencé a devorar con mayor ferocidad hasta que terminé de consumir el pedazo de carne por completo, bajo la atenta supervisión del mestizo.
- Eso ha sido innecesario. – Le reproché, logrando incorporarme hasta quedar finalmente sentado.
El medio demonio me observaba desde arriba, erguido sobre sus dos piernas en una especie de burla metafórica. Como si aquel desgraciado alguna vez pudiera soñar siquiera con estar por encima de mí...
- Tienes un aspecto patético, Sesshomaru, ni siquiera te queda voluntad para golpearme o despreciarme, como hubieras hecho en el pasado. ¿Cómo crees que se sentiría Rin si te viera así de irreconocible?
Por supuesto, Inuyasha tenía que sacar aquella rastrera carta. Apreté los puños, dolido por aquella pregunta. Recordé de forma vívida los castaños ojos de Rin, y cómo se mostraban mortificados cuando la hacía preocuparse por mí.
No me cabía duda...
- ... Estaría destrozada. – Respondí con completa sinceridad.
Por primera vez desde que habíamos comenzado a discutir, la dura e impasible mirada de Inuyasha se suavizó. Ahora volvía a sentir compasión. Odiaba tanto que él específicamente creyera que podía sentir pena por mí. Por el Gran Sessh... Ah... No.
Yo ya no era nadie.
Después de todo, había renunciado a mí título a todo quien había sido una vez.
- Pues deja de hacer el idiota, ponte en pie y sigue viviendo de una forma en la que ella estaría orgullosa de ti. No la hagas quedar en evidencia por haber dado su vida por un hombre que se arrastra de forma ridícula por el suelo sin objetivo alguno como tú. – Entonces, las facciones de Inuyasha se ensombrecieron, justo antes de que me diese la espalda. – Yo preferiría dejar de existir antes que sobrevivir a duras penas en un estado tan lamentable.
Rabioso, clavé las garras en el suelo, aunque aún se encontraba incapaz de ponerme en pie, por frustrante que resultase. Aquella situación hería el poco ego que me restaba, hasta el punto de sacarme de mis casillas.
- ¿Y qué diablos te crees que estaba intentando hacer, mestizo descerebrado? – Le respondí. – Además, transmítele tus deseos de muerte a tu hija, no a mí, no me cabe duda de que te enterrará con más gusto que nadie.
En el mismo instante en el que pronuncié aquellas ponzoñosas palabras, oteé una figura femenina acercarse a nosotros. Inicialmente la confundí con la esposa de mi medio hermano, pero no tenía sentido que una mera humana siguiese viva tras tantos siglos, por lo que la única posibilidad era que...
Se tratase de Moroha, su hija.
Contemplé en un abrumador silencio las facciones de mi sobrina. Tenía evidentes mechones canas recorriendo su cabellera, que alguna vez fue completamente azabache, y numerosas arrugas de expresión decorando su rostro. Al pasar al lado de Inuyasha, me di cuenta de que aquella chica se veía mayor que su padre. De que, seguramente... Ella no viviría para enterrar a su progenitor.
- Tío Sesshomaru, no esperaba que hubieras recuperado el conocimiento tan pronto. – Moroha se dirigió hacia mí, cargando una cesta con hierbas medicinales, seguramente tal y como le debía haber instruido su difunta madre. Se la veía tensa a mi alrededor, al igual que cuando me ofreció la Perla Carmesí, pero también podía percibir que había ganado mucha más seguridad en sí misma con los años. Su aura y olor eran muy similares a los de Kagome, claro y limpio como un manantial. – Hazme el favor de tumbarte, voy a curar tus... - Al examinarme más de cerca, la mujer contempló con asombro cómo mis heridas ya habían sanado casi del todo. – Oh... Supongo que no necesitas mi ayuda, después de todo.
Inuyasha volvió a tomar asiento donde había estado inicialmente, cabizbajo y con los brazos cruzado sobre el pecho. En ese momento, finalmente me di cuenta de que él, en el fondo, mi medio hermano estaba pasando por lo mismo que yo. Había perdido al amor de su vida, una mortal. Y no le quedaba más remedio que seguir con su larga existencia sin ella. Además de que, seguramente estaba condenado a enterrar a su propia hija algún día. Aquel era un trago tan doloroso por el que yo, como Padre, jamás deseaba tener que pasar. Y a él no debía de haberle quedado más remedio que resignarse a ese más que probable destino.
Pero a pesar del dolor, o de cuánto extrañase a Kagome, Inuyasha, al contrario que yo, permanecía al lado de su hija, cuidándose mutuamente. Sin convertirse en una vergüenza para ella ni para la mujer que había amado en vida. Mientras yo no había hecho más que discutir con mis dos retoños, decepcionarlas, y perseguir el fantasma de una mujer que ya había dejado este mundo...
Por mucho que odiase admitirlo, Inuyasha estaba sobrellevando el duelo mucho mejor que yo. Y tenía razón, si no podía morir de todas formas, no servía de nada seguir flagelándome eternamente. No iba a cambiar nada.
Lo único que sí quedaba en mis manos era dejar de comportándome de forma lamentable.
- En realidad... Agradecería algo más de comer. – Le pedí a Moroha cortésmente.
Mi sobrina me contestó con una sonrisa, relajándose en el acto. Inuyasha entonces volvió sus ojos dorados hacia mí, observándome fijamente.
Su mirada se quedó grabada en mi conciencia, como si de forma silenciosa me estuviera pidiendo que no olvidase su deseo, puesto que seguramente no existía nadie más en el mundo que pudiera concedérselo cuando llegase el momento.
- Desde aquel día, jamás pude borrar la expresión reflejada en sus ojos de mi memoria... - Musitó Sesshomaru, apoyando el mentón sobre sus dedos entrelazados. - Aunque en ese momento yo tampoco sospechaba lo más mínimo que aquella sería la última vez que le vería... Antes de que perdiese la cordura.
Un pesado silencio se instaló en la habitación. Seguramente los tres fuimos transportados a nuestros respectivos recuerdos de aquella noche en la que padre e hija se reencontraron. Esa misma que concluyó con la piadosa muerte de Inuyasha.
- ¿Por eso no dudaste en matarle, verdad...? – Inquirió Towa mientras se abrazaba a sus rodillas, cabizbaja.
Sesshomaru asintió, exhalando un suspiro.
- Así es. Él me expresó su última voluntad en aquel entonces.
La hija del profesor Taisho dejó escapar un largo suspiro, ante de comenzar a reprocharle:
- Sé que nunca has sido muy comunicativo... ¿Pero tan difícil hubiera sido que me lo hubieras explicado aquel día? Es decir, me habría seguido costando aceptarlo... Pero al menos me habría ahorrado reavivar todos los malos sentimientos que tenía hacia ti.
- Siento mucho no habértelo contado antes. – Se disculpó él. – No tengo excusa.
No pude evitar sonreír mínimamente al ser testigo de cómo su relación se iba reparando poco a poco. Podía comprender que habían pasado por muchos roces hasta llegar al momento actual.
- Yo me alegro de que al final se cumpliera el último deseo de Inuyasha. – Musité, recordando cómo Kagome me había hablado sobre él. No había podido evitar encariñarme con aquel nombre gracias a las preciosas palabras que ella había dedicado a su amado. – Y también que te ayudase a salir de ese estado tan negativo en el que encontrabas, Sesshomaru.
En realidad, pensaba que los dos hermanos hubieran podido llegar a hacerse tanto bien el uno a otro si hubieran tenido alguna conversación honesta, sin discusiones de por medio...
- La verdad es que tu conversación con él explica por qué viniste a disculparte de la nada. – Comentó Towa, poniéndose en pie de un enérgico salto. – Ojalá pudiera darle las gracias al tío Inuyasha. – Murmuró, alcanzando la vista hacia el cielo.
- ¿Os reconciliasteis los tres después de eso, entonces? – Inquirí con curiosidad, ahora que el rumbo de la historia parecía tomar un giro más positivo.
Fue Sesshomaru entonces quien respondió a mi pregunta, levantándose también del sofá:
- No fue tan sencillo como eso, pero... Podemos decir que quedamos en buenos términos. – Respondió él. – Pero mejor lo dejamos para otro día. Ahora me gustaría salir a estirar las piernas un rato, que llevo casi todo el día sentado.
- Te acompaño. – Me ofrecí rápidamente.
Entonces el demonio me obsequió con una media sonrisa, visiblemente mucho más liviano tras haber compartido su pasado, quitándose un peso más de los hombros.
En el exterior, a pesar de haberse hecho de noche, el calor resultaba suficiente como para no necesitar prendas de abrigo. Con calma, Sesshomaru y yo paseamos por las calles del barrio, avanzando lentamente en dirección a mi casa.
- La verdad es que tenías razón, creo que salir a respirar aire fresco nos venía bien a los dos. – Comenté mientras me desperezada, estirando los brazos hacia el cielo.
- Sí, aunque eso de "fresco" es cuestionable...
El profesor Taisho se sacudió ligeramente el cuello de la camisa que llevaba antes de desabrocharse un único botón. No se había cambiado de ropa desde que había vuelto de la universidad, y aquel tipo de atuendo formal no resultaba especialmente compatible con el verano que acababa de comenzar.
No pude evitar dejar escapar una risa ante su apreciación.
- Tienes razón. Ya está aquí la época de los festivales. – Comenté, ilusionada. – Hace mucho que no me pongo un yukata.
El demonio sonrió, dedicándome una cálida mirada.
- Estoy seguro de que debe sentarte bien.
Tragué saliva, tratando de disimular lo feliz que me había hecho su sincero e inesperado cumplido. Tomé mi teléfono móvil y busqué una fotografía del último festival al que había ido años atrás, cuando básicamente había sido arrastrada por el entusiasmo de Tomoki.
- Mira, este lo diseñé y cosí yo misma.
El demonio tomó el dispositivo de entre mis manos, observándolo con completa incredulidad.
- Tu interpretación de los yukatas es muy... Interesante.
Entrando en pánico debido a la expresión intrigada del demonio, le arrebaté el teléfono móvil rápidamente de las manos, avergonzada. ¿Cómo podía haber olvidado el motivo por el que nos conocimos, cuando él me había corregido mis diseños por carecer de rigor histórico? Y, sin embargo, allí estaba yo mostrándole alegremente un vestido en tonos anaranjados, con la mitad superior inspirada en los yukatas, pero con minifalda y estampados piezas de sushi dibujadas en estilo kawaii.
- No es muy... Acertado, históricamente hablando, lo sé. – Reconocí, sonrojándome hasta las orejas. – Estaba aún en mi segundo año de carrera, me quedaba mucho por aprender...
Sesshomaru dejó escapar una limpia carcajada, observándome con diversión en los ojos.
- Precisamente por eso opino que es interesante. Me gusta tu forma tan innovadora de ver las cosas, Kaori. – El demonio me acarició el cabello cariñosamente. – No me retracto de lo que he dicho antes, te veías muy hermosa en él.
- Yo... yo también quiero verte vestido con yukata. – Repliqué, desviando el foco de atención de la conversación hacía él, nerviosa por no estar acostumbrada a sus directos piropos.
Bueno, ni a los de nadie, en realidad.
- Hmm... Está bien, me pondré uno. – Me concedió él con aura misteriosa. – Siempre me he sentido más cómodo en ellos que con ropa occidental, si te soy sincero. Pero llamaría demasiado la atención si los siguiera vistiendo, salvo en ocasiones especiales. – Admitió, mostrándome un atisbo de melancolía.
Alargué el brazo para entrelazar mis dedos con los suyos, caminando con paso alegre por la calle desierta.
- Tendremos que hacernos fotos juntos entonces. – Comenté con ilusión. – Ahora mismo sólo tenemos la del día de San Valentín.
- Podemos tomarlas siempre que quieras, Kaori. – Me concedió él con una amable expresión.
Sonreí juguetonamente, decidida a tomarle la palabra. Debido a que esta vez no estábamos rodeados de personas como el día de nuestra cita en el centro comercial, el demonio se mostraba mucho más suelto y relajado que en aquel entonces. Y pensaba tomar ventaja de ello para tomarle un poco el pelo.
- ¿Qué tal ahora mismo? – Sugerí mientras sacaba mi teléfono móvil del bolsillo.
- ¿Para conmemorar el qué? – Inquirió él, confuso por la proposición.
Nos detuvimos justo al lado de una farola para aprovechar su iluminación. Yo activé la cámara frontal, rodeando el cuello del profesor con mi brazo para obligarlo a agacharse, equiparando nuestras alturas.
- Simplemente el hecho de que estamos aquí y ahora. – Le respondí, como si se tratase de lo más evidente del mundo. – No hace falta que sea una ocasión especial. Vamos, sonríe. A la de tres. Uno, dos, y...
Justo antes de presionar el gatillo, me puse de puntillas para besar la mejilla del demonio, capturando el preciso instante en el cual la expresión del demonio había pasado de un ceño fruncido por la confusión a unos ojos abiertos de desconcierto.
Dejé escapar una risilla, satisfecha con el resultado de mi travesura.
- Conque esas tenemos, hm... - Repuso Sesshomaru con fingido enfado, rodeando con sus manos mis muslos antes de cogerme en brazos. Mis piernas rodearon su cintura, asiéndose con fuerza contra su cuerpo. – Si vas besarme, hazlo en condiciones, Kaori.
Incapaz de reprimir mi sonrisa de pura felicidad, esta vez le besé en los labios, tomando varias fotografías en el proceso. También nos reímos juntos después de eso, mofándonos de nuestro infantil comportamiento.
Y cuando revisé las imágenes más tarde, en la intimidad de mi habitación, para enviárselas a Sesshomaru, me di cuenta de que yo no era la única que no pudo esconder sus sentimientos en ese momento. La expresión del demonio era la más luminosa y apacible de la que había sido testigo jamás.
A pesar de todo lo que él había vivido, me reconfortaba el hecho de que el profesor Taisho aún pudiera sonreír de aquella forma tan despreocupada y pura, como un niño que no conocía la maldad en el mundo.
- ¡Bienvenida a la tienda! – Saludamos de forma completamente automática al escuchar la puerta de la floristería al abrirse la señora Takahashi y yo.
- ¡Vaya, qué buen recibimiento! – Exclamó halagada Mai, quien entraba con una sonrisa de oreja a oreja.
La dueña de la tienda acudió al encuentro de su hija, su mirada iluminada al verla. Las mujeres se dedicaron un cálido saludo mientras yo inclinaba la cabeza sutilmente.
- ¿Estás comiendo bien, Mai? Te noto más delgada. – Refunfuñó la anciana mientras examinaba las pálidas muñecas de la elegante mujer.
- Han sido unas semanas un tanto frenéticas, madre, pero no te preocupes, no creo que tarde en recuperar los kilos perdidos. – Bromeó la aludida con una enternecida sonrisa. – Hoy venía con nuevas para ti, Kaori.
La parte de mí que había estado esperando ansiosa por su respuesta se tensó inmediatamente, expectante por lo que tuviera que decirme.
- ¡C-claro, dígame!
La mujer del kimono extrajo un sobre de su bolso y me lo tendió con delicadeza.
- La buena noticia es que tu propuesta ha interesado mucho a la gente de arriba, y desean comprar tu diseño. – Acepté el sobre con ambas manos, dedicándole una amplia reverencia mientras le agradecía en voz baja. – La mala es que no saldrá como parte de la colección de verano, sino que han decidido posponerla para otoño. – Alcé la vista para encontrarme con los ojos caoba de Mai. – La verdad es que, aunque no hubiéramos ido justos de tiempo, estoy de acuerdo con esa decisión. No se ajusta precisamente a una temática veraniega, aunque me dijeses que tenías en mente la imagen de los yukatas para los festivales de verano... ¿Por qué te decidiste por una paleta de colores tan otoñal?
Sobrecogida por la repentina crítica, me encogí de hombros, cohibida.
- No sé muy bien por qué, pero... Quería que la temática girase en torno a las camelias rojas. Tenía esa imagen muy clara en mi cabeza, por lo que tenía que usarla sí o sí.
Entonces intervino la señora Takahashi con una risilla:
- Qué curioso que esa flor simbolice precisamente el amor y la esperanza, mi niña... Alguien está enamorada hasta los huesos.
Me sonrojé profundamente, estrechando contra mi pecho el sobre que me había tendido Mai. No me molestaba que supiesen de mi vida privada, pero no sabía cómo responder a los comentarios indiscretos por parte de mi jefa.
Sin embargo, la naturaleza de la hija resultaba mucho menos chismosa que la de su madre, por lo que simplemente me dedicó una de sus impecables sonrisas de cortesía:
- Ya veo, eso es bueno. El amor es importante para la inspiración. – Fue la única apreciación que hizo antes de volver a dirigirse hacia mí con tono profesional. – Ahí dentro vienen las condiciones de compra, los permisos para la el taller de confección, el presupuesto de las telas y tu pago desglosado. Tú léelo con tranquilidad, y ya me lo devuelves firmado otro día con más calma, ¿de acuerdo? Como es para la colección de otoño, no hay prisa.
No recuerdo haber asentido con tanta vehemencia en toda mi vida como en aquel momento.
Notas: Admito que he decidido convertir el té con palominas en un meme identificativo de esta historia, aunque esta vez lo haya sustituido parcialmente por el chocolote de Towa. Como dato curioso, tengo que decir que hace poco, Viento, la única persona de las que me conoce en persona que lee y revisa mis escritos (confío en ella para todas las correcciones antes de subir nada, me salva la vida) probó esta combinación y aseguró que no sabía ni tan mal. Tengo que decir que pensaba que estaba bromeando, pero no, le di un sorbo su infusión antes de robarle unas palomitas, y tengo que confesaros que...
En efecto, no es desagradable, pero tampoco lo podría en mi lista de combinaciones de merienda favoritas ^^'
Aparte de eso, quería decir que esta escena con Inuyasha no estaba planeada en un inicio, pero pensé que le daba más sentido a las acciones de Sesshomaru en el presente y de alguna manera le daba un pequeño empujón para el cambio que se avecina en su comportamiento hasta llegar al hombre del presente que conocemos, bastante más flexible y autocrítico de lo que solía ser.
Siempre me preocupa que esta historia se convierta en algo muy pesado de leer, por lo que me disculpo si así es y espero que podáis leer entre líneas la dirección de sanación a la que dirige la historia.
Un abrazo muy fuerte.
