Notas: ¡Hola a todas otro domingo más! Una vez explicado el contexto, por fin toca hablar de la siguiente reencarnación, que me habéis comentato que teníais mucha curiosidad.
Considero que esta es una de las historias más diferentes de las que vive Sesshomaru en el pasado, pero espero que os guste igualmente su desarrollo^^
- Así que de ese modo te convertiste en un señor feudal, ¿no es así?
Sesshomaru me observó boquiabierto unos instantes antes de fruncir los labios.
- Efectivamente. – Contestó, recomponiéndose de mi inesperada interrupción. - ¿Lo viste en alguno de tus sueños sobre el pasado? – Me preguntó.
Me percaté de que era la primera vez que hablábamos sobre el contenido de las imágenes que había visto mientras dormía meses atrás. De modo que decidí ser lo más sincera posible:
- Sí. – Le confirmé. – Estaba en un taller de confección, contigo. Y la verdad es que no me gustó demasiado lo que transcurrió durante aquella conversación. – Añadí, arrugando la nariz.
En mi sueño se había hecho referencia a favores de índole sexual y que Sesshomaru frecuentaba a menudo el barrio rojo. No podía evitar sentirme incómoda al imaginarle pagando por aquel tipo de servicios, incluso en otra época… Y sobre todo, no comprendía cómo podía tener estómago para hacer algo así después de lo que había visto suceder con Himawari en ese tipo de ambientes.
En aquel punto, no comprendía absolutamente nada.
- Puedo imaginarme lo que te preocupa. – Dijo Sesshomaru, acompañado de un suspiro. – Pregúntame lo que quieras al respecto para despejar tus dudas.
Entrelacé los dedos con nerviosismo, escondiendo mis labios tras ellos.
- ¿Le pagabas a mujeres que se parecían físicamente a Rin para tener sexo con ellas?
El demonio no vaciló antes de darme una respuesta:
- Sí que le di dinero a mujeres que se parecían físicamente a Rin. – Admitió sin rastro de vergüenza. – Y aunque es cierto que se encontraban dentro del negocio de la prostitución y que pasaba la noche en la misma alcoba, jamás mantuve relaciones de ese tipo con ninguna de ellas.
Fruncí el entrecejo, confundida.
- Vas a tener que contarme la historia completa para que pueda comprenderlo, Sesshomaru… Pero me quedo un poco más tranquila sabiendo que no sucedió tal como temía.
El profesor Taisho se puso en pie en ese momento, su mirada arrojando calidez sobre mí.
- Se está haciendo tarde. Si quieres, podemos seguir hablando en tu apartamento.
Asentí antes de aceptar la mano que me ofrecía para ayudarme a ponerme en pie con más facilidad. Sus dedos me resultaban familiarmente cálidos.
Entre mis funciones como señor feudal se encontraba una interminable lista de responsabilidades que demandaban altas habilidades sociales: negociaciones con comerciantes, audiencias ciudadanas, mediación en juicios, y, en los peores escenarios, reuniones secretas con mercenarios.
Estas últimas, al poseer un carácter extraoficial e ilícito, por supuesto que no podían tener lugar en palacio ni a la luz de día. Para poder atender a dichas citas nocturnas sin llamar en exceso la atención, vestía prendas comunes y poco enarboladas, aunque sabía que eso no evitaría del todo que alguien pudiera identificarme. Después de todo, no era sencillo pasar desapercibido cuando uno tenía el cabello plateado, color que los humanos únicamente podían adquirir al final de sus cortas vidas. Pero Towa jamás lo había escondido, por lo que tampoco tenía sentido que yo comenzase a hacerlo a aquellas alturas.
Antes de salir de hacia la ciudad en aquel tipo de empresa, acostumbraba a pasar cerca del patio exterior que era bañado para la luz de la luna. Allí, normalmente podía encontrar a Setsuna tocando la flauta completamente sumida en sus pensamientos. Y aquella noche la rutina de la joven no me decepcionó. Yo siempre permanecía oculto entre las sombras, sin atreverme a acercarme como para que pudiera verme ni percibir mi presencia, pues lo último que deseaba era interrumpir su solitario concierto.
- De este modo sí que es posible ver en ella a la Setsuna de hace un siglo, ¿verdad, Padre? – Susurró una voz a mis espaldas.
Me giré al notar la presencia de Towa, la cual se había habituado a ser la única audiencia secreta de su hermana. Podía saberlo porque la había notado pululando en los alrededores en otras ocasiones. Aunque era cierto que se trataba de la primera vez que mi hija mayor se mostraba ante mí deliberadamente, lo cual me pilló completamente desprevenido.
La mayor de las gemelas no había interactuado conmigo más de lo estrictamente necesario hasta aquel momento.
- Aunque tu hermana se ve terriblemente solitaria y aislada de toda emoción humana… Me reconforta saber que no ha abandonado la música. – Respondí cabizbajo, incapaz de enfrentar su mirada.
No quería ser tan egocéntrico como para pensar que el cambio de carácter de Setsuna se había debido completamente a mis acciones, pero no podía remediar la punzaba de culpabilidad de atravesaba mi pecho al verla. La mujer que tocaba la flauta bajo la luz de la luna nunca sonreía, ni lloraba o se alteraba por ningún motivo. Parecía como si hubiese embotellado todas sus emociones y las hubiese desechado en el rincón más recóndito de su alma. Donde nadie jamás podría alcanzarla, ni volver a ser herida.
Como yo mismo había hecho siglos atrás, hasta que Rin apareció para recordarme que no tenía que ocultar todo lo que sentía bajo una máscara constante de completa inexpresividad. Aunque aún no había logrado sacudirme del todo aquel viejo hábito, al menos me había vuelto menos inescrutable para los demás. O eso intentaba, interactuando día a día con cientos de seres humanos, mostrándome como un líder afable y comprensivo.
- Jamás podría hacerlo. – Dijo Towa, suspirando. - Después de todo, le recuerda a Hisui…
Aparté la mirada de la solitaria espalda de mi hija menor para observar de reojo a la andrógina joven de pelo plateado parada a mi lado.
- ¿Quién? – Inquirí entre dientes.
- Oh, por dios, ¿habéis vivido juntos por años y nunca te ha hablado de él?
El tono recriminatorio de la mayor de las gemelas fue suficiente para hacerme saber lo importante que era persona para Setsuna. A pesar de que nunca me creí capaz de sentir dicha emoción hasta aquel mismo momento, un venenoso sentimiento de haber sido traicionado me partió en dos, dejándome en un sepulcral silencio.
Yo había creído ciegamente que Setsuna se había abierto conmigo desde la muerte de Rin, que me lo contaba todo. Sin embargo, por algún motivo que se escapaba de mi entendimiento, ella había preferido no hablarme de la persona que la había llevado a interesarse por la música. Y dada su apasionada dedicación hasta la fecha, no podía ni siquiera calcular la importante posición que debía de ocupar ese alguien en su corazón, sobre todo cuando era la única parte de ella que no había desechado por completo a aquellas alturas.
¿Era porque ya sospechaba que yo iba fallarle en algún momento por culpa de mi eterna obsesión con el alma de Rin? ¿Porque me consideraba una débil e inestable figura paterna de la que ella tenía que hacerse cargo? O porque… ¿Había temido una reacción adversa por mi parte si me hablaba de un hombre, acaso? A pesar de que no recordaba haber sido especialmente restrictivo con la relación que Towa había mantenido con Riku…
¿Desde cuándo había estado decepcionando a aquella responsable muchacha, que se echaba todo el peso del mundo y de nuestra familia encima de sus frágiles hombros?
¿Dónde quedaba aquella pequeña niña de cabello castaño que venía lloriqueando a mis brazos para pedirme ayuda con su entrenamiento mientras su madre nos miraba con ternura? Aquella que seguía cada una mis instrucciones con la más ferviente devoción, y que no podía contener su sonrisa cuando el más vago de los elogios surgía de entre mis labios…
- …Ni una sola mención. – Fue lo único que pude contestar, conteniendo el sangrado emocional dentro de mi pecho.
Towa asintió con expresión grave, tragando saliva.
- Deberías marcharte ya si no quieres llegar tarde a la reunión, Padre.
No pude hacer más que darle la razón. Sabía que, incluso so hubiera dispuesto del tiempo necesario para conversar aquella noche, si Setsuna no había querido contarme nada, Towa tampoco estaba en lugar de facilitarme información sobre esa privada parte de la vida de su hermana.
Por lo que consideré prudente nunca más volver a sacar aquel tema en su presencia. Como si nunca jamás hubiese escuchado el nombre de Hisui.
A pesar de que no debería haberme extrañado el mal gusto de los mercenarios con los que me había citado, no pude evitar sentirme profundamente disgustado al tener que entrar a una taberna en lo más profundo del barrio rojo. Al menos, me reconfortaba pensar que ya no tenía que ser mi hija menor quien acudiese a aquellos bares de mala muerte, atestados la peor calaña existente en el mundo.
Aquellos hombres que habían sido compañeros de armas durante la guerra abierta contra los yokai, en el presente eran sobornados periódicamente a cambio de no crear altercados dentro del territorio que regíamos los Taisho. Y en ocasiones, también era posibles tirarles de la lengua para sonsacarles algo información sobre los movimientos de las poblaciones vecinas.
Todo esto ayudaba a mantener la paz y el orden en nuestros dominios, por lo que era importante no dejar de encontrarse con ellos, y darles todo lo que pidieran con tal de mantenerlos de nuestro lado, o al menos, prevenir que actuasen en nuestra contra. Por sus propios intereses. Normalmente se contentaban con una generosa suma dinero, aunque por inofensivo y simple que pudiera sonar, no podíamos controlar en qué lo invertían hasta nuestro siguiente encuentro.
Los alientos de los hombres que se encontraban sentados a mi alrededor apestaban a alcohol, y el local acusaba una notoria falta de higiene que se quedaba atorada en mis fosas nasales, haciéndome sentir embotado e irascible. Pero no por ello perdía la compostura, al contrario que aquellos bárbaros ebrios…
Dado que se había dado por finalizada la reunión aquella noche, la mayoría de ellos se levantó de la mesa. En ese mismo momento, no pude evitar que mis ojos danzasen hasta uno de ellos, el cual agarró a una cortesana del brazo con firmeza.
- Buenas noches, guapa, ¿te parece que nos tomemos algo a solas? – Le entró el sucio delincuente.
La muchacha tragó saliva disimuladamente, forzando una apacible sonrisa. Pero yo lograba atisbar el rechazo en lo más profundo de sus ojos castaños. Y me recordó tanto a Himawari que no pude evitar ponerme en pie mientras apoyaba las dos manos sobre la mesa.
- Disculpa, esa señorita venía a hacerme compañía a mí, tal y como he acordado antes con el dueño. Haz el favor de buscarte a otra.
El mercenario bufó antes de mandarla en mi dirección con un empujón que casi la hace perder el equilibrio. Nos observamos en un incómodo silencio.
A pesar de mi impresión inicial, aquella joven cortesana no se parecía en lo más mínimo a Rin, ni desprendía un olor remotamente similar. La gruesa capa de maquillaje que transformaba su rostro debía de haberme confundido. Aun así, no había podido evitar sentir lástima y simpatía por sus redondos ojos de animalillo asustado.
Introduje la mano en mi obi para extraer el saquito que contenía la calderilla que siempre llevaba encima en caso de necesidad:
- ¿Cuánto sería por una noche, mi Señora? – Le pregunté con toda la amabilidad que fui capaz, esperando no sobresaltarla con mi grave voz.
La muchacha musitó una cantidad ridículamente baja, por lo que extraje casi el doble y te lo tendí. Ella dudó, insegura sobre si debía aceptarlo directamente o no, buscando al dueño del local por el rabillo del ojo.
- Quédatelo íntegro para ti. – Le insistí, poniéndome en pie. – No tienes que trabajar esta noche, así que te recomiendo que te retires a descansar. – Coloqué las monedas entre sus temblorosas manos, y la obligué a cerrar sus nudillos alrededor del frío metal.
Con la conciencia tranquila, hice amago de retirarme, pero fui impedido por la cortesana, la cual se aferró a mi brazo como si la vida le fuese en ello.
- L-las habitaciones se encuentra en el piso de arriba, caballero… La escalera se encuentra en dirección contraria. – Me explicó ella atropelladamente, temerosa de que pudiera deshacerme de su agarre y marcharme por la puerta.
Y era lo que tenía intención de hacer, pero la desesperación en los ojos de aquella humana me decía… Que si no subía a la habitación conmigo, tendría que hacerlo más tarde con cualquier otro hombre que requiriese sus servicios.
Recordando vívidamente el infierno que Himawari había pasado en un lugar similar, no pude negarme, por lo que acompañé a la cortesana a regañadientes hasta sus aposentos. Una vez en privado, la mujer se volvió hacia mí para presentarse:
- Mi nombre es Yui… ¿Cómo podría complacerle esta noche, mi Señor?
Suspiré pesadamente. Pensaba que había dejado suficientemente claro que no quería nada de ella.
- Quítate ese pesado maquillaje y ponte cómoda. – Le pedí, manteniendo mi distancia con la cortesana.
La mujer caminó hasta su tocador diligentemente, aunque sin perder la elegancia. Según iba retirando capas de producto en polvo de su rostro, más podía apreciar cómo se diferenciaba de Rin. Su nariz era menos chata y angulosa en la punta, la mandíbula tenía una forma ovalada más alargada, y el tono de su piel era un ligeramente más bronceado. Aunque sus ojos sí que mantenían una forma y color casi idénticos.
Pero no percibía su característico olor a jazmín, ni siquiera en aquella habitación sin apenas otros estímulos, por lo que estaba bastante seguro de que no se trataba de su reencarnación.
- Ya estoy lista, mi Señor. – Anunció Yui, comenzando a desanudarse el kimono por delante.
Tenía que aclarar el malentendido cuanto antes, por lo que tomé asiento sobre el tatami, cruzándome de brazos.
- Estupendo, ahora iros a dormir y descansad.
La muchacha abrió los ojos de par en par, perpleja ante mi petición.
- ¿Vais a quedaros ahí observando mientras lo hago? ¿Desea que me desvista igualmente?
No pude evitar chasquear la lengua ante su desagradable proposición. Debía de estar terriblemente acostumbrado a toparse con todo tipo de fetiches.
- No es necesario. – Le respondí, tajante. – Simplemente entrad en el futon y cerrad los ojos, como hagáis habitualmente.
La cortesana me dedicó entonces una coqueta sonrisa.
- Normalmente me voy a dormir con un hombre satisfecho entre mis brazos, mi buen Señor.
Cerré los ojos y me fruncí el entrecejo, irritado.
- No requiero de ninguno de sus servicios. – Le expliqué con franqueza. - Simplemente… Odio este tipo de negocios, y no soporto ver cómo se aprovechan de la posición desaventajada de las mujeres más vulnerables.
Con aquella explicación, la expresión de la cortesana se relajó finalmente, mostrándome la más genuina de las sonrisas. Me dio las gracias en voz baja, y entonces sí que, finalmente, se acostó dándome la espalda.
A raíz de aquel incidente, se extendió por los burdeles de la zona el rumor de que pagaba una buena suma por pasar una noche con cualquier mujer que tuviese los ojos grandes y redondos, así como una larga cabellera castaña y expresión inocente.
Me imaginé que Yui debió de irse de la lengua con sus compañeras, y que al mencionar a un hombre rico que pagaba por simplemente verla dormir, muchas de ellas vieron su oportunidad de ganar dinero fácil conmigo. De modo que debía de haberse inventado que tenía gustos muy específicos para evitar una competencia excesiva. Después de todo, casi todas las mujeres japonesas poseían el cabello negro y ojos rasgado, de modo que esa descripción lograba descartar a un buen número de candidatas.
Sin embargo, además de la joven que había comenzado con aquella mentira, había otras que también poseían características físicas similares a las de mi fallecida esposa, las cuales no tardaron en acercarse a mí cada vez que finalizaba mis reuniones en el barrio rojo. No molestaba tener aquella fama, si con ello conseguía salvar a algunas de ellas de una noche más de abusos.
Incluso si no tenía sentido, cada vez que llevaba aquella acción lograba aliviar mi culpabilidad por la muerte de Himawari. Así que tampoco me había vuelto tan altruista o generoso, simplemente me ayudaba a vivir mejor conmigo mismo y conciencia.
Al salir del burdel por la mañana siempre sentía los hombros tensos y los ojos cansados. Después de todo, no adoptaba una posición demasiado cómoda para pasar la noche y tampoco llevaba a conciliar el sueño realmente. Pero podía sobrevivir a una mala noche como aquella de vez en cuando, puesto que no era tan frágil como los seres humanos.
Normalmente evitaba atravesar la aldea directamente bajo la luz del día, dado que mi cabello resultaba extremadamente llamativo, más no lo hice así aquella mañana. Sentía las piernas tan entumecidas que preferí caminar por terreno llano antes que adentrarme en la vegetación para regresar al Palacio en mitad del bosque.
Y mientras caminaba de forma casi automática, incluso con la mirada cansada y mi capacidad de rastreo menguada por la amplia variedad de estímulos olfativos, mis ojos la encontraron entre la multitud arremolinada en las atestadas calles comerciales.
A Rin.
O más bien, a su nueva reencarnación.
Me cerré la capucha bien para ocultar mi rostro todo lo que pude, y seguí a la viva imagen de mi esposa. A pesar de que vestía ropajes gastados y raídos, la muchacha disponía de dinero suficiente para realizar su compra diaria en el mercado, lo cual calmó mis mayores temores de que viviese en la pobreza más absoluta.
Además, para mi calma, la chica parecía llevarse muy bien tanto con vecinos como tenderos, y mostraba la más dulce de sus sonrisas a cada uno de ellos al pasar. No recordaba cuándo había sido la última vez que había visto tanta serenidad reflejada en aquellos ojos, pero resultaba purificante.
Después de cargar sus delicados brazos y espalda con fardos de comida, la muchacha caminó hacia el interior del pueblo hasta entrar en una sastrería. Esperé unos interminables minutos a que saliera de realizar sus recados hasta que escuché su cantarina voz desde el interior saludando a un cliente que acababa de entrar por la puesta.
Resultaba que Rin trabajaba allí como costurera.
Con la conciencia mucho más tranquila tras haber verificado que tenía un trabajo decente y un ambiente seguro a su alrededor, regresé a Palacio para informar a mis hijas de los resultados de la reunión nocturna. No mencioné palabra sobre la reencarnación de su madre, por precaución. No quería iniciar una nueva disputa entre nosotros, ahora que habíamos logrado reunirnos los tres y mantener una trate recurrente, al menos cordial, aunque no tan familiar como me hubiera gustado.
Pero lo comprendía, puesto que me había ganado a pulso generar aquella distancia entre nosotros con mis constantes errores.
Por supuesto que los rumores sobre mis supuestas relaciones extramaritales en el barrio rojo habían llegado hasta allí, incluso hasta oídos de Towa y Setsuna directamente. La primera de ellas parecía tener sentimientos contradictorios por la situación, mientras que la segunda siempre repetía con voz monótona que no había otro remedio a las imperiosas necesidades masculinas. Tampoco resultaba extraño que los señores feudales tuviesen amantes incluso dentro del matrimonio, por lo que nadie cuestionó la ausencia de reacción de la fría duquesa.
En el fondo, quizás las gemelas deseaban que aquello pudiera significas que estaba tratando de pasar página, y relacionarme románticamente con otras mujeres. Aunque nada más lejos de la realidad, pues no podía parar de pensar en la costurera que había visto en el pueblo.
De modo que no se hizo tardar el día en el cual me dirigí hacia la sastrería en la que trabajaba, esta vez ataviado indiscretamente con los ropajes oficiales que me identificaban como el señor feudal Taisho. Al entrar al negocio, los ojos de Rin se abrieron en gesto de sorpresa antes de dedicarme una amplia reverencia.
- ¡B-bienvenido, mi Señor! ¿En q-qué podemos ayudarle? – Me recibió Rin, frotándose las manos con nerviosismo.
Observé los remiendos de su manga y su obi, deshilachados tras haberlos reparado en varias ocasiones, sin duda. Me convencí internamente una vez más de que sólo tenía intención de ayudarla un poco, y luego desaparecer.
No me permitiría hacerle daño o destrozar su vida esta vez.
- Buenas tardes, quería encargaros un atuendo cómodo para las actividades cotidianas de una señorita. ¿Estoy en el sitio correcto?
Rin se sonrojó ligeramente antes de alcanzar un libreta y pincel para realizar anotaciones. Empleé toda mi fuerza de voluntad para contener una sonrisa ante tan tierna imagen.
- Por supuesto. Dígame, ¿cuándo podríamos concretar una cita para tomar las medidas a su dama…?
- Oh, no será necesario. – Le contesté, seguro. – Tiene la misma constitución que usted misma, por lo que puede emplear sus medidas.
La joven costurera se mostró contrariada.
- Bueno… Dejaré algo de margen en las costuras, por si hubiera que realizar ajustes adicionales tras la primera prueba, ¿le parece bien? – Me ofreció ella con una amable sonrisa. – Está bien, respecto a la tela…
De mi bolsa de piel extraje una generosa cantidad que coloqué sobre el mostrador sin vacilar.
- Me fío de su gusto, señorita. Escoja el tejido de mejor calidad y más resistente para las tareas cotidianas que me podáis ofrecer con este presupuesto.
La modista dejó el pincel y su cuaderno sobre el mostrador, conteniendo una repentina tos, probablemente producto del asombro. Dudaba que hubiese visto alguna vez tal cantidad de monedas de oro juntas. El taller se veía modesto, por lo que no parecía que acostumbrasen a recibir encargos de personas adineradas, sino que debían trabajar más con persona de a pie normalmente.
- E-está bien… - Aceptó ella, algo reacia a aceptar tanto dinero por un solo kimono. – P-puede pasarse de nuevo en una semana para hacer los últimos ajustes sobre la dama que lo va a llevar, y estaría listo para llevárselo.
No pude evitar dedicarle una sonrisa llena de suficiencia.
- Perfecto.
Cuando regresé a la sastrería una vez transcurrido el tiempo acordado, me sorprendió encontrar a Rin acompañada de otra mujer detrás del mostrador. La muchacha desconocía llevaba el cabello recogido en una coleta alta, y cargaba con varias madejas de hilo y agujas.
- Buenas tardes, caballeros. – Me saludó Rin, con una educada inclinación de cabeza. – Tenemos listo su encargo. – La costurera observó mis alrededores, completamente confundida. - ¿Y-y la dama, para ajustarle el kimono…?
Me acerqué lentamente hasta el mostrador bajo la incisiva mirada de la mujer que acompañaba a Rin. No parecía fiarse de mis intenciones, sujetando una aguja entre sus dedos como si fuera a abalanzarse sobre mi en cualquier momento.
Lo que me resultó más llamativo de la mujer de complicado temperamento no fue su posición defensiva, sino que su olor parecía estar entremezclado con la reencarnación de mi esposa, como si…
Como si hubiesen compartido lecho. Y se había impregnado tanto en su piel sospechaba que no habían dormida simplemente la una al lado de la otra como santas.
- En realidad, es para usted. – Expliqué con calma, ignorando la íntima relación que había descubierto entre las dos muchachas frente a mí. – Me había parecido que esos remiendos no van a aguantar mucho más, así que considérelo un obsequio. – Me llevé la mano al cinto para extraer mi cartera. – Sólo venía a pagar la mano de obra ahora que está terminado…
Entonces sentí cómo una firme mano presionaba mi bolsa de monedas, en un intento de que la devolviese al obi del que la había sacado.
- No necesitamos la caridad de nadie. – Sentenció la costurera con cara de pocos amigos. – Podemos mantenernos perfectamente sin favores.
- En realidad, y-ya nos ha pagado más que de sobra por la tela y la confección la última vez, Mi Señor. No puedo aceptar tanta amabilidad por su parte. – Intervino rápidamente Rin, escurriéndose fuera del mostrador con el kimono confeccionado entre las manos. – Tome, lléveselo, y si necesita cualquier remiendo, no dude en regresar. – Me ofreció en actitud servicial. – Le haremos los arreglos que sean necesario de forma gratuita.
Percibiendo el apuro en el errático comportamiento de Rin, supe que no tenía otra opción que retirarme. No quería causarle ningún problema ni montar una escena, después de todo.
- Está bien. – Respondí, aceptando la prenda de tela anaranjada que me había tendido Rin. Por un brevísimo instante, sentí cómo mi dedo meñique rozaba su pequeña mano, haciendo que mi corazón se saltase un latido. – Muchas gracias por todo, mis buenas damas. Que paséis buena tarde.
Me marché del taller de costura convencido de que podría haber convencido a Rin de aceptar el nuevo kimono que le hacía falta si su compañera no hubiese estado con ella en el mostrador aquel día… Por lo que, si conseguía evitarla, no debería de ser imposible darle lo poco que tenía para ofrecerle en aquella vida.
Tendría que volver a intentarlo.
Pasado un tiempo prudencial, y tras asegurarme gracias a mi olfato de que la modista de cabello azabache se encontraba dentro del taller de confección y no en recepción, me atreví a entrar en la sastrería.
En esta ocasión, había traído conmigo una exquisita tela que Setsuna pensaba desechar por ser demasiado floral para su gusto. Así que, por segunda vez, me dirigí a Rin para pedirle que confeccionase un kimono:
- De acuerdo, mi Señor, puedo aceptar su encargo... – Musitó ella con una cordial sonrisa. - ¿Sería tan amable de facilitarme las medidas para la persona que va a llevarlo? Si no dispone de ellas, podemos concretar una cita para tomarlas nosotras mismas sin costo adicional. – Me explicó con la misma normalidad que haría con cualquier otro cliente, alzando el rostro sin rehuir mi mirada.
Me reconfortaba que en esta ocasión no se mostrase tan extremadamente nerviosa como en nuestro primer encuentro.
- Puede confeccionarlo con sus propias medidas, señorita. Así estará perfecto. – Le indiqué educadamente.
La muchacha parpadeó, contrariada, y dobló la tela sobre el mostrador con cuidado. Entonces abrió su delicada boca para responderme con una la mayor seriedad que pudo:
- En ese caso, me veré obligada a rechazar su pedido, mi Señor. – Explicó con ensayada calma. - Planea obsequiarme el kimono una vez más cuando se encuentre acabado, ¿verdad? La última vez ya le dije que no puedo aceptarlo, y me puso en una situación comprometida por ello.
Fruncí los labios. Era más que evidente que debía de haber discutido con su compañera a raíz de nuestro último encuentro. Sabía que esa mujer de cabello azabache era mucho más importante que yo en esta vida, pero aun así, no pude evitar sentirme dolido por su rechazo directo.
- Tus ropas están destrozadas. – Insistí, consternado. - No te vendría mal algún repuesto de mejor calidad y durabilidad.
La joven revisó su propia vestimenta de reojo antes de exhalar un pesado suspiro. Entonces Rin negó con la cabeza.
- Agradezco su amabilidad. – Replicó educadamente mientras sostenía la tela entre sus manos. Entonces me dedicó una amplia reverencia mientras estiraba los brazos hacia mí. – Pero no soy merecedora de sus afectos. Le ruego busque ese tipo de favores en otro lugar.
Entonces fue cuando me quedé congelado en el sitio, perplejo. Por supuesto, si los rumores sobre mis visitas al barrio rojo habían alcanzado el Palacio… No tendría sentido que no hubieran pasado antes por la boca de todos los vecinos del lugar. Y no podía culparla por sospechar de mis intenciones, cuando no era común que los ricos repartiesen su fortuna sin ningún motivo oculto.
Por lo que, muy a mi pesar, no estaba haciendo más que incomodarla con mi presencia y mis atenciones no requeridas…
No tuve más remedio que aceptar de vuelta las telas que había traído, sintiendo una punzada de culpabilidad por haberme metido donde no me llamaban. Pero no volvería a cometer el error de insistir y tratar de buscar maneras alternativas de acercarme a ella.
Simplemente la dejaría su vida, y no volvería a tratar de interferir. Aunque me hacía el hombre más feliz del mundo poder ver su sonrisa, ya había aprendido a las malas que no podía hacerme un hueco a su lado a la fuerza.
Tenía que aprender a dejarla ir.
- No era mi intención insinuar nada de esa índole, señorita. – Me disculpé inmediatamente, dando un paso atrás. - Lamento haberla ofendido.
Y con aquella amarga despedida, decidí salir de la sastrería para no volver a poner un pie en ella nunca jamás.
- ¿Señor Taisho? – Abrí los párpados, la voz de Yui sacándome de mi ensoñación.
Aún no estaba acostumbrado a ser llamado por aquel título que se me seguía antojando tan ajeno a mi persona.
La cortesana vestía sus ropas de noche y se hallaba completamente desmaquillada, como ya era costumbre. Una vez se hubo asegurado de que la estaba observando se acercó para sentarse sobre sus talones frente a mí.
En contraposición con otras mujeres de las que aceptaba dinero, Yui se había convertido en una de las compañías más agradables para pasar la noche. No hacía preguntas sobre mis motivos, y tampoco había vuelto a insistir en acostarse conmigo desde la primera noche que la había conocido. En nuestro ritual habitual, al subir a la habitación yo me sentaba en una esquina de la habitación y cerraba los ojos mientras ella se desvestía, desmaquillaba y peinaba su cabello con completa intimidad. Entonces ella me daba las buenas noches para hacerme saber que había finalizado su rutina nocturna, y solo entonces me permitía abrir los ojos de vez en cuando, cuando no lograba conciliar el sueño, perturbase por alguna imagen horrorosa de pesadilla que mi mente hubiera creado.
Yo me sentía cómodo en aquella dinámica, dado que resultaba agotador rechazar continuamente a las mujeres que se me acercaban esperando hacerme cambiar de opinión sobre la posibilidad de tener sexo con ellas. Pero yo no albergaba interés alguno en ninguno de sus cuerpos, los cuales me resultaban completamente indiferentes.
Gracias al vínculo de confianza mutua que me había forjado entre Yui y yo, no me sentí violentado de ningún modo ante su inusual cercanía.
- ¿Ocurre algo? – Le respondí en un susurro.
La cortesana se aclaró la garganta antes de dirigirse de nuevo hacia mí, dubitativa:
- Yo, bueno… - La muchacha se mordió el labio, contrariada. – No, no es nada, no se preocupe. – Concluyó ella, poniéndose en pie con suma elegancia.
- Si hay algo que os perturbe, estoy más que dispuesto a escucharos. – Le ofrecí.
Después de todo, me había acostumbrado a escuchar el incesable parloteo de algunas de las cortesanas que simplemente no tenían con quién desahogarse. Era lo mínimo que podía hacer por Yui, quien me trataba con la mayor de las consideraciones en todo momento.
- Oh, no, yo… Olvídelo, no estoy en posición de… Mmm…
La mujer guardó completo silencio, incapaz de decidir sus próximas palabras.
- Soy todo oídos, Yui. – La animé, pronunciando su nombre por primera vez.
Entonces fue cuando me percaté, a pesar de las sombras que se proyectaban sobre toda la habitación del color carmín que comenzó a adornar sus redondeadas mejillas. Podía escuchar los desbocados latidos de su corazón dentro de su pecho mientras se arrodillaba frente a mí en una solemne reverencia.
- ¿Puedo… besaros, mi Señor? – Musitó la cortesana en un débil susurro, apenas audible para el oído humano.
Pero para mí se escuchó con total claridad. El anhelo contenido en su voz. El terror que la hacía temblar de pies a cabeza. Pero por encima de todo, entendí perfectamente la inocente emoción que motivaba sus palabras.
Medité durante unos instantes, confundido. Incluso si no lo había deseado nunca antes, tampoco me repugnada la idea. Y en realidad… Tampoco tenía ningún motivo racional para negarme a aquella petición, si aquello podía sacarla de su miseria, ni que fuese por una noche. Y…
Podía llegar a ser agradable para mí también, pensé.
- Alzad el rostro hacia mí, por favor. – Le pedí, echándome hacia adelante para sostenerme sobre mis rodillas.
La cortesana, aun temblando ligeramente, me obedeció con los ojos vidriosos. Su nerviosismo me hizo retroceder, preso de la duda.
- Mi Señor, yo… - Intervino ella, sujetando mi rostro entre sus delicadas manos. – Déjeme hacerlo a mí.
No pude evitar estremecerme ante su repentino contacto. No recordaba cuándo había sido el último momento exacto en que alguien me había acariciado de aquel íntimo modo. Aunque estaba seguro de que debía de haber sido la princesa Airin.
Cerré los ojos justo antes de que los labios de la cortesana rozasen los míos. Su boca se movía con profesional maestría, activando cada una de mis terminaciones nerviosas con precisión para hacerme desearla. Y, sin embargo, me sentía petrificado, incapaz de corresponderla como mi bestia interior hubiese querido.
No podía dejar de sentir la acusatoria mirada de un par de ojos castaños desde el rincón más recóndito de mi ser. Porque el beso de Yui estaba impregnado de una emoción mucho más tierna y poderosa de que lo que había atrevido a calcular.
Deposité mis manos sobre los hombros de la cortesana antes de empujarla débilmente en dirección contraria. La cortesana me dedicó entonces una amarga sonrisa hecha pedazos.
- Lo sabía. – Dijo ella, conteniendo las ganas evidentes ganas que tenía de echarse a llorar. – No sois un hombre carente de deseo como se rumorea, Señor Taisho. Simplemente… Tenéis a otra persona en vuestro corazón, ¿me equivoco?
Esquivé su suplicante mirada, facilitándole derramar lágrimas sin ningún espectador, en caso de que fuera lo que necesitaba. Clavé mi atención en el rincón más oscuro de la habitación, donde ni siquiera la luna acertaba a derramar su lánguida iluminación.
- Lamento no poder corresponderos… - Respondí en un grave suspiro.
No quería lastimarla con vanas ilusiones, puesto que era más que consciente de que no sentía lo mismo por ella. Y, además, aunque la parte más racional de mí insistía en que no tenía nada de malo interesarme por otra persona, el resquicio más vulnerable de mi alma ardía en una espiral de culpabilidad. Sabía con certeza que a Rin en vida le hubiera mortificado ser testigo de cómo besaba a otra mujer; pero tampoco me cabía duda de que ella jamás me habría pedido que no volviese a enamorarme tras su partida.
Y toda esa amalgama de emociones y pensamientos contradictorios a la par que coherentes entre sí era lo que me había paralizado por completo.
- Una mujer de mi profesión jamás podría esperar ser amada más allá de los apetitos de la carne, mi Señor. – Admitió Yui con un deje amargo en la voz. - Y mucho menos cuando se trata de un hombre casado de su rango. Aun así, agradezco enormemente su amabilidad y agradable presencia.
A pesar de que la mujer sonreía, podía detectar la desesperación en el fondo de sus ojos. La misma que había terminado empujando a Himawari a terminar con su propia existencia.
- Alguien como tú merece mucho más de lo que te permite este corrupto lugar. – Le aseguré a la cortesana. – Y estoy seguro de que algún día te cruzarás con alguien que te amará de la forma más pura y desinteresada que un ser humano es capaz.
A la mañana siguiente, mientras aún lidiaba con los complejos sentimientos que me provocaban el haber rechazado a Yui, escuché unos escalofriantes susurros a mi paso. Gracias a mi oído sobrenatural, no tardé en descifrar la inquietante noticia que había recibido aquella mañana el apacible poblado:
Durante la madrugada, alguien había forzado su entrada a la humilde sastrería cercana al mercado para atracar las arcas del negocio. El sonido de alguien colándose en la vivienda había despertado a la hija adoptiva del sastre, la cual había forcejeado con el intruso hasta ser apuñalada en múltiples ocasiones, ocasionando su muerte. Comentaban que el cuerpo sin vida fue hallado por Hinata, la única descendiente legítima del dueño del taller de costura.
A pesar de que nadie mencionó su nombre, yo no albergaba dudas de que la víctima había sido ella. El alma reencarnada de mi esposa.
Después de todo, me había encontrado con que el dulce resquicio de olor a jazmín en su sangre flotaba en los alrededores de los la tienda donde había hablado con la reencarnación de Rin por última vez, envenenando el aire con aquella desoladora tragedia.
Notas: Como dije al principio, creo que es la reencarnación con la historia más distintiva hasta el momento, y es que Sesshomaru y ella apenas llegan a tener relación antes de que suceda la tragedia. ¿Tenéis algún pensamiento después de lo que habéis leído? Me encantaría leeros.
Aparte de la actualización de hoy, sólo tengo otro capítulo más escrito, por lo que me preocupa un poco el reducido margen que tengo ahora mismo, pero haré lo que pueda para escribir todo lo posible estos días.
Gracias a quienes seguís aquí a estas alturas. Me atrevo a decir que ya hemos pasado el ecuador de esta historia, aunque me puede que mis cálculos no sean precisos. Pero nos vamos acercando a uno de los momentos que más tenía ganas de escribir, así que podéis esperar que ocurran más cosas aparte del pasado que falta por relatar.
¡Hasta dentro de dos semanas!
