Notas: ¡Feliz domingo!

Este capítulo os va a dar por fin respuesta a, quizás, una de las preguntas más repetidas desde los inicios de esta historia.

¿Qué paso con Setsuna?

Bajé del atestado vagón de metro a trompicones, tratando desesperadamente de no perder el equilibrio. Tendría que haber evitado la hora punta para hacer aquel recorrido, desde luego. Pero no podía haber ido en otro momento.

Enfundada en un sencillo vestido ocre sin margas y un cinturón plateado, subí por las escaleras de acceso a la calle, escuchando el repiqueteo de mis zapatos sobre el suelo. Mi larga coleta se mecía de un lado a otro con el movimiento, acariciando mis hombros.

Caminé todo recto hasta el final de la larga avenida, y finalmente llegué a mi destino. El instituto superior Nijioka. Esperé a la salida del centro, sin cruzar la verja que daba acceso al patio interior, hasta que sonó el nostálgico sonido de la campana que señalizada el final de la jornada lectiva.

Pocos minutos después, decenas de estudiantes comenzaron a salir por la puerta de entrada. Algunos me miraban con curiosidad, los más chismosos, puesto que la mayoría no le prestaron atención a mi presencia. Tras varias oleadas de adolescentes, finalmente logré vislumbrar una llamativa maraña de cabello plateado acercarse en mi dirección.

La saludé enérgicamente, asegurándome de que Towa me viese. La hija de Sesshomaru posó sus ojos en mí atentamente con una incómoda sonrisa. Tras aquel llamativo gesto, la estudiante se apresuró en llegar a mi lado dando rápidos y pequeños pasos. Casi como si intentara hacerse más pequeña hasta no ser vista.

- Buenas tardes, Towa. – Le dije una vez estuve lo suficientemente cerca como para no tener que alzar la voz. - ¿Qué tal ha ido tu primer día? – Le pregunté con dulzura.

Ella se sonrojó, rascándose la nuca con nerviosismo.

- Un poco... Extraño. Esta ropa no tiene elasticidad ninguna y es incómoda a más no poder.

La medio demonio vestía el uniforme masculino del centro, tal y como permitía la normativa. Como aún no había remitido el calor del verano no llevaba la chaqueta ni el chaleco interior, pero sí que había podido estrenar su camisa, los mocasines negros, su corbata roja y su pantalón de vestir blanco.

Proferí una risa llena de ternura.

- Es bastante más formal de lo que estás acostumbrada, desde luego. Comprendo que te resulte rígido.

- Aun así... Es mejor que una falda. – Admitió la joven, relajando la tensión en sus hombros.

- ¿Y qué tal con los compañeros?

Towa tragó saliva con la mirada gacha mientras se aferraba a su macuto escolar.

- Bueno... No sabría decir.

Aunque incluso si ella no lo tenía claro, yo podía ver desde nuestra posición las curiosas miradas de los estudiantes que pasaban a sus espaldas. Como mínimo, parecían encontrarla intrigante.

Lo que no lograba discernir era si los motivos que propiciaban aquel interés provenían de una inofensiva curiosidad o de un potencial comportamiento en contra de la joven. Lo único que quedaba claro era que no había pasado desapercibida entre el resto de estudiantes. Sólo el tiempo daría respuesta a todo lo demás.

Le sugerí en ese momento a Towa marcharnos de allí. Ella accedió de buen grado, agradeciendo que me hubiese acercado hasta allí para verla. También reconoció que se sentía muy emocionada por poder enseñarme su nuevo lugar de residencia.

Hacía una semana que se había mudado fuera del apartamento de Sesshomaru, apenas se anunciaron los resultados se su examen de acceso. En aquellos momentos me ofrecí a ayudar al menos con el embalaje o la carga de bultos hasta el camión de mudanzas, pero el profesor de historia me había insistido en que ellos dos tenían fuerza más que suficiente para llevar aquellas tareas a cabo sin agotarse.

Después de todo, su naturaleza le confería una fuerza sobrehumana, incluso si parecían personales personas y corrientes.

No tenía motivos reales para preocuparme por ellos, pero por algún motivo me costaba mantener la distancia, tal y como me había recomendado Kirinmaru. Normalmente terminaba siendo Sesshomaru quien marcaba los límites de mi implicación, y en realidad me aliviaba que lo hiciese. Porque yo no era capaz de refrenar los deseos que tenía de forma parte de aquella familia.

Aunque aquella idea era ridícula. Ni siquiera había concretado con el demonio el tipo de relación que teníamos, o si siquiera se trataba de un compromiso a largo plazo... Pero no me atrevía a sacar el tema porque no tenía una respuesta clara. Lo único que temía era la ansiedad que sentía cada vez que pensaba en la mera posibilidad de alejarme de su lado.

A veces no estaba muy segura de si me sentía obligada moralmente a estar allí porque sabía que él no lograría abrirse de aquel modo con nadie más; o si, en cambio, ya había escuchado y conocido suficiente para decidir que quería conservarle en mi vida; otras veces, temía la posibilidad de necesitarle por pura desesperación, porque toda mi vida había pensado que nadie me aceptaría tal y como él lo estaba haciendo. Los sentimientos eran tan complejos y contradictorios dentro de mi cabeza, que cada día sentía que la balanza podía inclinarse hacia cualquiera de esos lados, o hacia todos ellos de forma incierta.

De modo que mis debates internos seguían sin una resolución. Y como sabía que Sesshomaru no me exigiría una respuesta, al menos hasta que el demonio terminase de narrarme su historia, me tranquilizaba pensar que aún disponía de margen de sobra.

- Bienvenida a mi humilde morada, Kaori. – Dijo Towa haciéndome pasar al vestíbulo de un apartamento cercano al instituto Nijioka, ubicado en la tercera planta, justo encima de una tienda de conveniencia. – Puedes sentirte como en casa.

Me descalcé antes de acceder al interior. La decoración era tan sencilla y carente de personalidad como la casa de su padre, con muebles de colores monótonos y formas sencillas. La única diferencia era que aquel lugar estaba mucho más desordenado, con restos de comida y bolsas de plásticos repartidas por las esquinas de la sala de estar. En la estrecha cocina se apilaba una montaña de platos por fregar y el baño se encontraba casi impracticable por culpa de los montones de ropa sucia desperdigadas por el suelo.

Era bastante evidente que se trataba de la primera vez que Towa intentaba habitar por su cuenta un hogar del siglo XXI, como si no tuviera aún mucha idea de cómo organizar sus tareas. O eso, o Sesshomaru había tan estricto con el orden que aquella era su forma de expresar su liberación de aquel yugo parental.

Como fuere, no era mi intención juzgarla tras una única semana de independencia, de modo que me abstuve de hacer ningún comentario que pudiera ser interpretado como crítico. No había ido hasta allí para hacerla sentir juzgada, ni mucho menos. Aunque en el fondo sabía que no podía ser bueno para su salud mantener esas condiciones de higiene tan pobres por mucho tiempo.

- Siento que esté todo patas arriba... - Musitó Towa con repentina vergüenza, notando el disgusto en mi rostro que, al parecer, no había sido capaz de ocultar.

- N-no pasa nada, entiendo que lleva un tiempo adaptarse... - La excusé, quitándole hierro al asunto mientras negaba con ambas palmas hacia ella. – Has debido de estar muy ocupada. – Añadí.

Entonces, el tono de una llamada resonó por el no muy amplio apartamento. Towa masculló un improperio antes caer su macuto al suelo con un sonido sordo y se abalarse hacia el interior de la única habitación que aún no había tenido tiempo de mostrarme.

Tras escuchar cómo sus pies removían los cacharros que también debía tener desperdigados allí, la oí atender la llamada:

- ¿Hola? – La joven exhaló una gran bocanada de aire, sin aliento por la precipitada carrera. – Sí, sí, ya estoy en casa. Te preocupas demasiado. – Sonreí de forma inconsciente, identificando que debía de tratarse de Sesshomaru. – No hace falta, puedo apañármelas yo sola... - Towa salió de la habitación de la cual había recuperado el teléfono móvil rascándose la nuca con expresión de fastidio. – Además, hoy había quedado con Kaori... Sí, está aquí. – Pasó un tenso silencio antes de que ella diera un respingo, sobresaltada. -¿Eh? ¡N-no, Padre...!

La medio demonio observó la pantalla del dispositivo con expresión de terror. Le había colgado dejándola con la palabra en la boca.

- ¿Qué es lo que ocurre, Towa? – Quise saber, preocupada por su exagerada reacción.

- Mi padre dice que va a pedir cena para llevar y nos la trae hasta aquí... - Se lamentó la hija del demonio dejando caer los brazos en gesto de derrota.

- Bueno... Opino que eso es más bien un bonito detalle, ¿no?

- ¡Me va a matar cuando vea todo este desorden!

Así que estaba en lo cierto. Sesshomaru debía de ser un obseso de la limpieza, a juzgar por el siempre impoluto aspecto de su apartamento. Me forcé a mí misma a contener una risa para que ella no sintiera que me divertía a costa de su desesperación, pero se trataba de una escena tan mundana que no podía evitar que me resultase cómica.

- Si nos ponemos manos a la obra ya mismo, nos da tiempo de dejar esto presentable antes de que llegue tu padre. – Dije, guiñándole un ojo de forma cómplice.

Towa se dejó caer sobre las rodillas, entrelazando los dedos de sus manos mientras me observaba con completa adoración, como si me hubiese convertido en una divinidad a la que rezarle.

- ¡Gracias! – Exclamó, visiblemente aliviada.

Le expliqué los diferentes tipos de basura antes de separar los desperdicios repartidos por el salón y la cocina, y después la ayudé a recoger las prendas desparramadas por doquier. Me hizo sonreír con ternura el identificar algunas de las prendas que había comprado por recomendación mía.

Una vez las zonas de paso estuvieron presentables, los platos fregados, la lavadora se encontraba en funcionamiento y los residuos listos para ser llevados al punto de recogida en el horario establecido, me dirigí a la joven:

- Oye, Towa, ¿y tú habitación? Creo que nos da tiempo a recogerla también, aunque tu padre no tiene por qué entrar.

- ¡Te lo agradecería mucho, Kaori! – Admitió ella con lágrimas de emoción en los ojos.

Parecía reconfortada de tener a alguien que le explicase cómo funcionada las cosas sin ser regañada, por lo que supe que había tomado la decisión correcta al no haber juzgado en voz alta el aspecto de su casa.

Al contrario que en el resto de la vivienda, la habitación de Towa sí contenía enseres personales como la videoconsola que le había regalado, libros de texto, cómics y un solitario marco de fotos sobre el escritorio. En su interior, en cambio, lo que contenía era una ilustración a lápiz de una joven que llevaba el cabello recogido en una coleta alta.

No pude evitar sentirme atraído por el retrato, por lo que me acerqué para inspeccionarlo. Su barbilla estaba perfilada en forma de triángulo, los ojos alargados y una expresión estoica, aunque se adivinaba un resquicio de amabilidad en la suave curvatura de las cejas. A pesar del oscuro color de su melena, no me costó identificar aquellos familiares rasgos.

La chica del dibujo se parecía muchísimo a Sesshomaru.

- ¿Se trata de tu hermana, Towa? – Le pregunté, señalando la imagen.

- Sí. – Asintió ella, depositando la caja de cartón que estaba empleando para recoger los cómics del suelo, a falta de una estantería. Entonces se acercó a mí con expresión nostálgica. – Setsuna. – Me recordó su nombre en un susurro.

Le dediqué una breve reverencia al dibujo dentro del marco, saludándola con respecto.

- Era muy hermosa. – Un triste silencio siguió a mi comentario, por lo decidí cambiar mi enfoque al señalar aquel recuerdo de su gemela. - ¿La has dibujado tú?

- No... Ha sido mi Padre. – Respondió Towa, apretando los puños a ambos costados de su cuerpo. Asentí, comprendiendo. Después de todo, su padre había cultivado mucho sus habilidades como pintor en el pasado, por lo que tenía sentido que su trazo fuera tan fino, y que pareciese que pudiera traer a la vida a la joven mujer representada. – Me lo regaló coincidiendo con el aniversario de, ya sabes... Cuando nos dejó. – Confesó la chica albina, parpadeando para contener las lágrimas. – Deseaba que tuviera un lugar donde pudiera rezar por ella.

Le puse la mano en el hombro, tratando de reconfortarla mínimamente con el contacto.

- ¿No pudisteis... construirle una tumba? – En realidad, incluso si lo habían hecho, debían de haber pasado siglos desde entonces, y el mundo debía de haber cambiado mucho. - ¿O...? ¿Ahora se ha vuelto inaccesible? – Traté de adivinar.

Towa negó con la cabeza, frunciendo el ceño.

- No había cuerpo que enterrar. – Musitó con voz queda.

Su escueta contestación me hizo arrepentirme de haber preguntado en primer lugar.

- Lo siento. – Dije, casi de inmediato. – No lo... - Suspiré. – Gracias por haberme contado todo esto. No tienes que seguir hablando si te hacer sentir...

- Quiero contártelo. – Incidió ella, interrumpiéndome. – Hace mucho que... En el fondo, quería hablarte de esto, pero... - Sentí cómo sus hombros temblaban bajo mis dedos. – Tengo mucho miedo de revivir ese momento. – Sollozó. – No sé qué palabras usar, porque yo... Tengo que respetar la última voluntad de Setsuna.

Resistí la tentación de abrazarla para evitar atosigarla. Su respiración se había vuelto irregular, y su pecho se hinchaba y comprimía violentamente. No sabía si estaba más cerca del llanto o de un ataque de pánico.

- ¿Quieres decirme... cuál fue? – Le pregunté con suavidad, sin separar mi mirada de la suya. Recordándole que no estaba sola, y que me tenía para hacerle compañía dentro de aquella pesadilla en la que vivía.

Los goterones comenzaron a caer por las mejillas de la joven, la cual cerró los ojos y se cubrió los párpados con los puños. Pero eso no logró detener su llanto. Se veía tan pequeña como una niña, de repente...

La medio demonio agachó el rostro y dejó caer su frente en mi hombro antes de contestar:

- Que no culpase a mi padre de su muerte. – La confesión de Towa me heló la sangre de las venas, por lo que tuve que sujetarme a ella para no caer de rodillas. – Que sólo había sido un accidente... - Ella se sonó la nariz con el antebrazo desnudo. - Y por eso... me da mucho miedo señalarle al hablar de ello... - Gimoteó la muchacha, abrazándose a mi mientras yo le devolvía el gesto. – ¡No quiero traicionar lo último que me pidió en vida...!

Mientras decenas de preguntar cruzaban a toda velocidad por mi mente, escuché cómo la puerta de entrada del apartamento se abría a la vez que emergía la voz de Sesshomaru:

- ¡Towa! – Exclamó a la par que cerraba la puerta. Se deslizó completamente en silencio y a una velocidad sobrehumana para asomarse a la habitación de su hija, encontrándonos a la una en los brazos de la otra. - ¿Estás bien...? – Murmuró, bajando el tono de voz. - ¿Qué ha sucedido? – Añadió con la misma dulzura con la que consolaría a un niño tras haberse despertado en mitad de la noche por culpa de un mal sueño.

Desconocía si Sesshomaru había olido las lágrimas o escuchado los sollozos de Towa con sus desarrollados sentidos. Pero antes de entrar por la puerta ya sabía que ella estaba llorando, a juzgar por lo abrupto de su aparición.

Yo me le miré, completamente muda mientras acariciaba el cabello de su hija con cuidado. El demonio permaneció de pie en el umbral, cargado con bolsas de plástico de las que emergía el delicioso olor del yakisoba recién hecho.

Una pena que todos los presentes hubiéramos perdido el apetito.

- Setsuna... - Gimoteó Towa, finalmente, alzando el rostro hacia su padre. – Quiero contarle a Kaori sobre Setsuna, pero... Yo sola no puedo. ¿Puedes... hacerlo tú en mi lugar? – Admitió, pidiéndole ayuda abiertamente a su padre por primera vez desde que los había visto reencontrarse.

La mirada de Sesshomaru se suavizó ante aquella súplica. Con sus labios fruncidos por la tensión del momento, su expresión era casi idéntica a la chica del dibujo.

- Vamos al salón. – Nos pidió él, echándose a un lado para dejarnos pasar. – Tomamos una buena bocanada de aire, nos sentamos, y entonces... - El demonio fijó su atención en mí con el ceño fruncido, claramente compungido por la situación. – Kaori, sólo si tú quieres y no supone traspasar tus límites... Podemos hablar de lo le sucedió.

Towa asintió, liberándome de su débil abrazo. Dio varios pasos temblorosos en dirección a su padre y yo los seguí, sin saber muy bien qué pensar de todo aquello.

Pero la única forma que tenía de formarme una opinión era exponerme a la realidad que ambos habían vivido:

- Quiero escucharlo. – Respondí al llegar al lado de Sesshomaru, estudiando la sombra que oscurecía sus ojos dorados.

Apenas despuntaba el amanecer en el horizonte. El comienzo del que esperaba que fuese mi último día. Los haces de luz anaranjada se filtraban entre las ramas de los árboles y acariciaba mi pelaje como el cálido suspiro de una diosa. Las hojas comenzaban a teñirse de tonalidades ocres y amarillentas, aunque aún era pronto para que empezasen a caer con la entrada del otoño.

Hundí el rostro entre mis patas delanteras, cerrando los ojos a pesar de que no sentía sueño alguno. Podía marcharme sin arrepentimientos bajo un clima tan apacible como el de aquel día.

Hacía mucho tiempo que no sentía tanta paz.

Alcé las orejas al escuchar un crujido en la distancia. Pisadas de dos pares de piernas que se acercaban en mi dirección a paso ligero. Al reconocer sus olores, me incorporé sobre mis cuatro patas con un perezoso gruñido.

Eché la cabeza hacia atrás y me concentré en deshacer mi transformación, despidiéndome de mi forma perruna. Al recobrar una apariencia bípeda, permanecí de pie en el sitio, escuchando con atención la conversación atenuada de las presencias que se acercaban hacia mi posición.

- ¡Setsuna! – Escuché la distante voz de la mayor de las gemelas. - ¡Espera un momento, Setsuna...!

- Ya está decidido, Towa. – Respondió la hermana menor con tono firme.

No pude evitar que se me comprimiera el corazón al sentirme responsable de aquella discusión. Ya la había advertido de que la joven de cabello plateado jamás estaría de acuerdo con el pacto que habíamos forjado.

Esperé rodeado de la maleza, junto a los escasos restos de una edificación. En aquel lugar era donde habían erigido hacía siglos, primero Rin, y posteriormente las gemelas, la cabaña en la que había habitado mi familia medio humana. Era imposible que la humilde choza hubiese sobrevivido al paso del tiempo tras haber sido abandonada, pero me reconfortaba que al menos nadie más se hubiese adueñado de aquel espacio. De ese modo, se sentía que le seguía perteneciendo a la memoria de mi difunta esposa.

Aquel era el lugar perfecto para cavar mi tumba. El sitio donde quería descansar por toda la eternidad. Donde ella misma había exhalado su último aliento.

Aunque jamás podría volver a reunirme con ella, puesto que, a los demonios, a cambio de nuestra prologada esperanza de vida, se nos tenía vetado el acceso al ciclo del Samsara. De modo que no podíamos reencarnarnos tras nuestra muerte, quedando reservado este privilegio a los seres mortales. Por primera y última vez me permití sentir envidia hacia los humanos, a los que se les concedía más de una oportunidad antes de que sus almas se extinguiesen por completo.

Pero estaba bien. Ya había tenido mucho tiempo para resignarme a que no volvería a tener a Rin cerca de mí. Nunca más.

Observé a Setsuna aparecer entre los setos. Mi hija menor vestía la armadura que había heredado de los cazadores demonios, a la que le tenía tanto aprecio a pesar de su antigüedad. Portaba una naginata tan alta que sobresalía por encima de su cabeza, reflejando la luz del amanecer.

Seguidamente detrás de ella surgió la figura de Towa, la cual vestía ropajes masculinos. La tela blanquecina se encontraba surcada por alargadas formas de media luna del mismo tono que las marcas purpúreas de los Inugami. Un obi rojo como la sangre rodeaba su torso justo por encima de la cadera en lugar de la cintura para proporcionarle una figura más andrógina. Entre los pliegues asomaban las vendas que la joven utilizaba para comprimir y ocultar su pecho.

La mayor de las gemelas perseguía a la menor casi sin aliento. No me cabía duda de que Setsuna no había aminorado la marcha lo más mínimo, a pesar de sus protestas.

- Hijas mías... - Las saludé, admirando cada detalle de sus rostros para grabármelos en el corazón. – Gracias por haber venido hasta aquí, tan lejos de vuestro querido Palacio.

La joven de cabello castaño se detuvo a escasos pasos de mí, observándome con determinación.

- No podíamos llevar a cabo este ritual en otro lugar, Padre. – Me respondió, mostrando su conformidad con mi elección. – Además, ya hemos pasado demasiado tiempo entre esa comunidad. Ya hemos delegado en otros humanos para llevar el mando, antes de que empiecen a sospechar que no envejecemos como ellos.

Asentí. Una muy sabia decisión.

- ¡Yo me opongo a toda esta locura! – Tronó la mayor de las gemelas, interponiéndose entre nosotros, clavando su mirada de fuego en mí. - ¿Hasta donde llega tu egoísmo, Padre? Ahora que volvíamos a estar todos juntos, como una familia... ¿Cómo has podido pedirle a Setsuna que acabe con tu existencia con sus propias manos...?

La menor de las gemelas carraspeó, ofendida porque estuvieran hablando de ella como si no se encontrase presente.

- Ya te lo he explicado, Towa. – Replicó, posando su mano sobre el hombro de la joven de cabello plateado. - Fui yo quien lo sugirió. Y es mi decisión, así que te ruego que la respetes.

La desesperada joven me lanzó una mirada suplicante, rogándome en silencio que hiciera cambiar de opinión a su hermana. Sin embargo, no pude hacer más que suspirar con la cabeza gacha.

- Esto es lo que yo deseo. – Dije en tono monótono y sin alzar la voz, amplificada por el silencio del bosque. – Aunque ojalá hubiera podido evitar que tú también presencies algo tan...

- Tenía derecho a saber. – Me interrumpió Setsuna, colocándose al lado de Towa. – Y a despedirse. A ser consciente de cuándo sería la última oportunidad que tendría de hacerlo.

- ... Entiendo.

En realidad, no estaba nada de acuerdo, puesto que opinaba que era un mal trago que al menos ella se podía haber ahorrado. Pero no merecía la pena discutir, puesto que ya no era posible prevenir la situación.

- ¡¿Cómo podéis estar tan tranquilos los dos?! – Exclamó Towa, frustrada por no conseguir disuadirnos a ninguno de los dos. – Estamos hablado de... Estáis a punto de...

La mayor de las gemelas se quedó sin palabras al sentir cómo nuestros ojos se clavaban en ella de forma impasible. Le costaba mucho rendirse, a pesar de que resultaba más que evidente que nuestra resolución era firme.

No lo habíamos estado planeando durante años en vano.

- ¿Hay algo más que quieras añadir antes de que empecemos, Towa? – Preguntó la portadora de la naginata.

A pesar de la frialdad de su tono, yo pude percibir la tristeza y preocupación por su hermana mayor. Simplemente estaba poniendo su deber por encima de sus propias emociones hasta que todo acabase.

- Y-yo... - Balbuceó la andrógina joven, al borde de la desesperación.

- Towa. – La llamé, provocando que sus ojos enrojecidos se dirigiesen hacia mí. – Aprecio mucho que estés aquí, después de todo. – Confesé, forzándome a mostrarle una sonrisa llena de melancolía. – Te has convertido en una auténtica luchadora, capaz de conseguir todo lo que te propongas. Espero que sigas creciendo y enriqueciéndote como persona durante mucho más tiempo, hija mía.

La joven de cabello plateado se mordió el labio antes de darme la espalda. Dio grandes zancadas en dirección a su hermana menor y le propinó un empujón con el hombro antes de desaparecer en la espesura. A pesar de la distancia, atisbé a percibir en el aire el olor salado de sus lágrimas.

Hubiera sido demasiado para ella presenciar esa escena.

- Setsuna. – Me dirigí en esta ocasión a mi hija menor, la cual se había quedado absorta tras la violenta reacción de Towa ante mi despedida. – Gracias por haber sido un gran apoyo para mí durante todos estos años. Mereces dedicarte el resto de tu vida a misma. Por cuidar siempre de la familia. Te deseo lo mejor de ahora en...

- Padre. - Me interrumpió ella, con la voz ahogada. – Te quiero. – Parpadeé ante su repentina verbalización de afecto. No le había escuchado decirme algo así desde que era una niña. – Pero no me pidas unas palabras más conmovedoras que esas... O puede que sea incapaz de llevar a cabo lo que hemos acordado.

Asentí con suavidad, dando un paso hacia atrás para refrenar el impulso de abrazarla. No recordaba cuándo había sido la última vez que lo había hecho. ¿Tras separarla de su madre en el Palacio del Oeste, quizás?

Supuse que ya era demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido.

- Está bien. – Me llevé la mano al cinto, extrayendo la Tenseiga de su vaina y arrojándola contra el suelo, de modo que quedó clavada a los pies de Setsuna. – Cuando derroté al Seiryuu, separé sus órganos vitales de su cabeza de forma que no tuviesen tiempo a reagruparse gracias al poder interdimensional de esta espada. - Cerré los ojos, permitiéndome relajar cada fibra de mi ser, extendiendo los brazos a cada lado de mi cuerpo. – Aunque supongo que cualquier otro método que impida mi regeneración será más que válido, así que... Lo dejo a tu libre elección.

Escuché cómo el filo de la katana era extraído del suelo y el acero cortaba a través del aire.

- Espero que no te duela demasiado. – Musitó mi hija, la duda comenzando a asomarse en su voz.

- No te preocupes. – Respondí, calmado. – A estas alturas ya no hay daño que me resulte insoportable. Puedes desquitarte a gusto.

Hubo un tenso silencio antes de que el grito de guerra de Setsuna brotase de su garganta. Su voz delataba que se sentía angustiada, desorientada y confusa. Pero no tenía intención de que ninguna de esas emociones mermara su férrea determinación.

No supe distinguir si cargaba contra mi con su propia arma o la Tenseiga, pero entonces sentí cómo un filo rebanaba mi cuello de lado a lado y todo se volvió oscuro.

Sentía un cosquilleo en la punta de los dedos. Hubiera pensado que había alcanzado el descanso eterno de no ser porque me martilleaba el lado derecho del cráneo a la par que me pulsaban las sienes.

El resto de mi cuerpo se sentía entumecido, aunque no adolorido, como recubierto por una mullida manta que me aislaba del exterior por completo.

Poco a poco, comencé a registrar estímulos con nitidez. Había una voz llamándome desesperada. Sus chillidos eran agudos, acentuando el pulsante dolor de cabeza. Unas pequeñas manos se acunaron el rostro, dando palmadas en mis mejillas con cuidado.

Como si alguien estuviese tratando de despertarme.

Entonces comencé a abrir los párpados, desorientado. El cielo seguía tan despejado como había estado en el amanecer de mi último día. Lo único que me ocultaba el sol era el rostro que se cernía sobre mí.

Lo reconocí en el mismo instante en el que sentí húmedas lágrimas caer sobre mi piel, sacándome de mi estado de aturdimiento.

- ¿T-Towa...? – Musité con la voz ronca, como si hubiese estado dormido por mucho tiempo. - ¿Q-qué...?

Antes de poder llegar a formular una pregunta siguiera, la joven de cabello plateado se abalanzó sobre mí, abrazándose a mi pecho con tanta fuerza como para dificultarme la respiración.

- ¡Padre...! – Sollozó era, hundiendo el rostro en mi hombro. - ¡Oh, Padre...!

Mi hija se deshizo en lágrimas, temblorosa y completamente descompuesta. Instintivamente, quise devolverle el gesto, puesto que no había sentido la cercanía de Towa en siglos, pero el dolor en el lado derecho de mi cráneo era tan insoportable que no pude evitar llevarme los dedos hasta allí, como si ese gesto pudiera lograr contenerlo. Gruñí, sintiendo cómo la molesta pulsación se arrastraba dentro de mi sien en dirección a la cuenca de mi ojo derecho, pujando por salir, atraído de forma casi magnética hasta la palma de mi mano.

Entonces, el dolor desapareció a la vez que un pequeño objeto con forma de canica comenzaba a materializarse entre mis dedos. Lo sostuve en silencio, confundido durante unos instantes, hasta que la luz del sol de mediodía le arrancó un destello dorado.

Se trataba de la perla que Setsuna había portado por siglos en su pupila derecha.

- ¡S-S-Setsuna...! – Gimoteó Towa, recuperando el habla por unos instantes antes de echarse a llorar en mis brazos de nuevo.

Aquello no tenía sentido. Mi hija menor debía de haberme ejecutado. ¿Por qué había aparecido en mi cuerpo una de las posesiones que guardaba con más recelo?

Observé a mis alrededores, tratando de encontrarla, de atisbar siquiera un mechón de su cabello castaño, más no quedaba nada. Sólo una naginata sanguinolenta junto a la Tenseiga, ambas abandonadas en el suelo como unos esclavos sin dueño.

En aquel momento sentí que había obtenido la última pieza que me faltaba para resolver aquel rompecabezas. Con todos los engranajes moviéndose a toda velocidad, las ideas terminaron de encajar en mi cabeza.

El por qué seguía vivo después de tantos intentos de suicidio, por qué era incapaz de cesar mi existencia con mis propias manos.

Era el mismo motivo que explicaba que el cuerpo de Setsuna no estuviese por ninguna parte. Por el cual su perla dorada había aparecido en mi ojo derecho.

El por qué el Seiryuu había puesto tantas pruebas preliminares a quien quisiera arrebatarle su poder, a pesar de que estaba desesperado por abandonar la inmortalidad y alcanzar la paz eterna.

Y eso era porque...

- El poder de invencibilidad del Seiryuu, en realidad, no consiste en una habilidad absoluta que se traspasa de unos a otros al ser derrotados en combate. – Explicó Sesshomaru, sus ojos dorados clavados en el suelo, mientras sostenía la mano de su hija con firmeza sobre su regazo. – Sino que radica en la absorción de los poderes más débiles por parte del sujeto más poderoso. La impasible cadena alimenticia en sí misma.

Cuando derroté al Seiryuu, sentí cómo todo su poder invadía mi cuerpo, y la transferencia acabó correctamente porque yo tenía potencial suficiente para abarcar toda la energía que aquel monstruo había acumulado y robado a otros por siglos. – El demonio hizo una breve pausa para tomar aire. – En el caso de Setsuna, quien no era más poderosa que yo, al tratarse de un medio demonio... Su cuerpo no pudo soportar la transfusión, de modo que este poder la engulló por completo antes de regresar a su antiguo portador y reconstruirlo con energías renovadas.

Es decir... Su fuerza se sumó a la mía, haciéndome aún más difícil de eliminar. Volviéndome aún más inmortal de lo que ya era antes.

Me llevé las manos a la boca, completamente horrorizada.

Era el relato más cruel que había escuchado de boca del profesor de historia. No solo Setsuna había sido incapaz de darle el final que deseaba, sino que, además, le había separado aún más de la oportunidad de que hubiera nadie que pudiera liberarlo de su eterno sufrimiento algún día. Y por encima de todo eso, aunque hubiese sido de forma involuntaria, aquel experimento le había convertido en el verdugo de su propia hija. De aquella a la que le había deseado la mayor felicidad en el mundo. Minutos antes de su muerte.

En ese momento, recordé los desesperados esfuerzos del demonio por esquivar los golpes de Ayumi cuando le atacó en el puerto. En cómo la había advertido de que no podía hacerle daño, y que era mejor para ambos que cejase de intentar asesinarlo.

No se había estado burlando de ella ni la había subestimado. La había estado protegiendo de su involuntario poder de destrucción.

Me había salvado a mí también de ver cómo se la tragaba a la mujer más importante de mi vida hasta convertirla en parte de sí mismo.

Porque no había forma de que una mortal, por mucho que se tratase de una exorcista, albergase el poder suficiente como para acabar con su existencia para siempre.

- Cuando la escuché gritar, yo... - Comenzó a hablar Towa, alzando la vista hacia mí por primera vez en toda la conversación. – Bajé del árbol desde el que me había quedado vigilando la escena, pero... En realidad, no había nada que pudiera hacer... – Dos gruesos goterones de lágrimas rodaron por sus mejillas, amargos como la pérdida irreparable que había experimentado. – Setsuna me rogó, me imploró, mientras su cuerpo era absorbido por aquella masa de carne amorfa... Que no culpase a nuestro Padre. Que ninguno de los dos había contemplado que algo así podía llegar a suceder si ella fallaba. Que no le guardase rencor... Y que la perdonase a ella también.

Me abracé a mis rodillas, sobrecogida por aquella escalofriante historia que parecía sacada de una película de terror. Ni siquiera me salía la voz para agradecerles que hubieran revivido aquella escena para que yo pusiera comprender la oscura sombra que cruzaba sus rostros al recordar a la joven de cabello castaño.

El destino había sido tan cruel con ellos que no supe qué decir a modo de consuelo.

No había nada que pudiera apaciguar el dolor que suscitaba la herida abierta bajo el nombre de "Setsuna".

Notas: Y esa sería la historia. Tenía muchas ganas de poder daros una explicación, pero no había llegado el momento adecuado para que Sesshomaru y Towa se sintieran preparados para hablar de ello. Se trata de un tema muy delicado para ambos, donde cada uno tiene sus propios arrepentimientos al respecto.

Además, por fin tengo la oportunidad de explicar en detalle cómo afecta a la vida de Sesshomaru en realidad el poder que obtuvo del Seiryuu. Tiene algunas características algo específicas y me costó bastante definirlo en un inicio pero creo que encaja muy bien después de darle tantas vueltas. Os recomiendo releer la batalla entre Sesshomaru y Ayumi por si queréis apreciar los matices de su maldición de inmortalidad, puesto que los tuve que tener tan presentes en todo momento como el mismo Sesshomaru para que actuase en consecuencia.

¿Esperábais algo distinto? No sé si es demasiado rebuscado o si más o menos teníais esa idea sobre la muerte de Setsuna, y sobre la maldición del Seiryuu.

A partir de la siguiente actualización se va a poner muy intenso el panorama, tengo que decir que he estado haciendo muchos preparativos para llegar a una de las cúspides de esta historia (40 capítulos no son pocos, desde luego). La verdad es que no esperaba que se fuera a alargar tanto, pero es que no se me da bien sintentizar así que lo siento por obligaros a tomaros esta historia con calma.

Pronto tendréis más respuesta a todas vuestras incógnitas (amo que me compartáis vuestras teorías en comentarios).

¡Nos leemos de nuevo en dos semanas!