Notas: ¡Feliz domingo a todos! El título de la actualización de hoy lo he puesto en referencia a Towa, ya que vuelve a cobrar relevancia en esta parte de la historia.
Espero que este ligero cambio de aires ayude a superar el mal trago de las difíciles conversaciones que acaban de vivir nuestro protagonistas, y nos adentramos una vez más en hechos que tuvieron lugar en el pasado...
¡Que disfruteis de la lectura!
- ¿De verdad crees que Zero sigue viva, y está tras la vida de Kaori, Sesshomaru? – Preguntó Kirinmaru.
- Es una posibilidad que no podemos descartar. – Mascullé.
Kaori esperaba en la recepción de la consulta del doctor Komaeda, porque no me había atrevido a dejarla sola, no después de la información que me había dado sobre el asesinato de Iori, la costurera.
El hecho de que todas las desgracias que habían acontecido al alma de Rin había sido obra de un tercero me hacía hervir la sangre. ¿Cómo podía haber estado tan cegado por mi propia culpabilidad como para no haber barajado nunca aquella posibilidad? ¿Cómo podía haber llegado al punto de egocentrismo de creer que todo se debía a las consecuencias de mis acciones?
No volvería a permitirme ser tan inepto. No con Kaori. Tenía que protegerla, por todos los medios. A toda costa. No podía permitirme fallarle.
A ella, no.
- Aun así… - Rebatió el demonio frente a mí, contrariado. – Soy consciente de todo el daño que Zero le hizo a toda tu familia, y por consecuencia a ti también, Sesshomaru. Pero no entendería por qué mi hermana os perseguiría por siglos de esta manera, escondiéndose de mí, su único pariente con vida… - Expresó Kirinmaru con una profunda decepción, dolido por la perspectiva de que aquella mujer no hubiera intentando contactarle en siglos. Comprendía ese sentimiento mejor que nadie, después de todo, yo mismo había creído a Towa sin vida durante más de cien años.
Entiendo que la percibas como un monstruo, - Continuó él. - pero déjame decirte Zero nunca tuvo nada personal en tu contra. Actuó de mala forma por una rencilla del pasado con tu padre. No tendría sentido que se dedicase a torturaros de forma tan personal por algo en lo que os visteis envueltos, sin ser realmente vuestra culpa…
Por esa burda justificación sí que no iba a pasar, por mucho que pudiera empatizar con parte de su dolor.
- Si lo hizo una vez, no se me ocurre por qué iba a detenerse en su empeño de alejar al hijo de Inu no Taisho de sus compañeras humanas. – Recalqué sin piedad alguna. – Desde que todo esto comenzó, su comportamiento fue irracional y obsesivo en lo que a mí me concierne. Nunca tuvo motivos para empezar esta guerra, tampoco los necesita para continuarla.
Kirinmaru apretó los puños contra la mesa, conteniendo el impulso salvaje de hundir la superficie con un golpe. No era nada fácil para nosotros mantener la compostura y el civismo requeridos en la sociedad humana contemporánea cuando sentíamos emociones muy intensas.
- Estoy de acuerdo en eso último, - Admitió entre dientes. - pero no significa que tuviera motivos para seguir esa rencilla de forma infinita.
Además, te recuerdo que fue asesinada por tus hijas… - Puntualizó, severo. - No hay forma de que ella sea responsable de nada que sucediera a posteriori.
Sin embargo, yo no recordaba haber visto su cadáver. Cuando logré alcanzar a Towa y Setsuna para asistirlas en el combate, Zero se había desvanecido y sólo quedaba la mayor de las gemelas sosteniendo el cuerpo de la menor.
No había ni el menor rastro de la hermana de Kirinmaru, por lo que no podía estar seguro de que no hubiera escapado a su destino con alguna triquiñuela de las que la habían caracterizado siempre. Aquella mujer sólo sabía usar trucos sucios.
- Entiendo que te cueste creerlo al tratarse de tu sangre, Kirinmaru. – Insistí, tragándome mi opinión sobre los tejemanejes de Zero, únicamente por el respeto que se había ganado en los últimos meses. - Pero te pido que indagues al respecto, y te asegures de si sigue viva o no. Es lo único que te pido, en honor al recuerdo de mi Padre.
El doctor suspiró, abatido. Sabía que seguía teniendo una gran debilidad por la mención de aquel que había sido su mayor rival, pero también su mejor amigo.
- Haré las comprobaciones pertinentes, solo por si acaso. – Cedió el demonio, sin ganas de alargar aquella discusión en la que yo no pretendía ceder ni un ápice. – A cambio, te imploro que no ensucies con más calumnias el recuerdo de mi hermana, Zero. Me pondré en contacto contigo con los resultados de mi investigación.
- Gracias. – Musité, aliviado de poder contar con su cooperación.
- ¿Y Kaori? – Inquirió entonces el doctor Komaeda. - ¿Qué vas a hacer para asegurar que se mantenga a salvo hasta que haga mis averiguaciones?
- Ella… Tomará la decisión que considere más apta.
El anciano demonio me mostró una débil sonrisa, orgulloso de mi recién adquirida capacidad de dejar a mi compañera humana tuviese potestad completa sobre su vida.
Incluso cuando me sentía aterrado por perderla si cometíamos cualquier error.
- Seguiremos trabajando en terapia, Sesshomaru.
Mientras Sesshomaru discutía con Kirinmaru en el interior de la consulta, yo era incapaz de concentrarme en intentar escuchar a escondidas su acalorada conversación.
No dejaba de pensar en lo tentadora que me resultaba la idea de pedirle a Ayumi que me dejara mudarme con ella. Aunque no podía dejar de pensar que no sería más que un estorbo para su recién iniciada carrera. Además de que no quería ponerla en peligro. Y encima, para rematar era más que posible que su ocupada agenda como idol tampoco le permitiese… Protegerme.
No sonaba muy viable, por mucho que mi corazón se inclinase directamente en aquella dirección.
No, ni siquiera podía plateárselo. Si ya me había dicho que convivía en un dormitorio compartido con sus compañeras de grupo… No tenía sentido que la empresa fuera a hacerle hueco a una persona completamente desvinculada del negocio.
De modo que, muy a mi pesar, Ayumi quedaba completamente descartada como opción. Kirinmaru, por supuesto, también. Aunque fuese un profesional agradable y que me había tratado con mucha amabilidad, no me agradaba la idea de vivir a solas con otro hombre que ni siquiera era mi amigo. Más allá de la conversación que habíamos tenido en su clínica, no éramos más que desconocidos.
Así que Towa realmente era la única persona apta protegerme… A la par que podía sentirme cómoda compartiendo techo con ella, sin duda. Se trataba del término medio perfecto, salvo por un pequeño detalle.
Me preguntaba cómo le afectaría a ella ver el rostro de su madre a diario. No quería confundir más sus sentimientos, así como tampoco estaba segura de si podría llegar a ser perjudicial para mí.
Porque yo tampoco sería capaz de dejar de pensar en Sesshomaru cada vez que viese el pelo plateado de la joven. Aunque, bueno… Quizás eso estaba más en mi poder que en el de nadie más.
A pesar de mis reservas iniciales, al día siguiente terminé haciendo las maletas para mudarme con la hija de Sesshomaru de forma provisional. Al menos hasta que pudiéramos discernir con seguridad si había una yokai rabiosa en busca de cobrarse mi vida o si ya había desistido en su empeño.
Después de todo, según me había dicho Marin, Rinako y ella habían tenido un final pacífico… Y esperaba que eso significase que no tenía nada que temer, pero no estaba de más cerciorarse antes de bajar la guardia.
La convivencia con Towa me recordaba a mis días de universidad y a las acampadas de estudiantes. Su estilo de vida seguía siendo un poco desastroso, pero tenía un carácter muy dulce que hacía agradable incluso el enseñarle a hacer las tareas de la casa cuando no era capaz de completarlas satisfactoriamente. Aprovechando que aún me quedaban algunos días libres más (los que había pedido para pasar con Sesshomaru en el ryokan), le estaba enseñando a la medio demonio a cocinarse un buen curri.
Los ojos de Towa se iluminaron al instante de probar una cucharada de la cena que habíamos preparado.
- ¡Esto está buenísimo, Ka…! – La joven cerró la boca de golpe y porrazo, dejándome extrañada.
No comprendía qué podía haber cortado su entusiasmo de aquella manera.
- ¿Va todo bien? – Le pregunté, extrañada.
El rostro de la muchacha comenzó a enrojecerse justo antes de que se pudiera en pie y saliera disparada hacia el cuarto de baño. Ahora preocupada, la seguí dando las zancadas lo más grandes que mis piernitas me permitían.
- ¿T-Towa…? – La llamé, asomándome por el marco de la puerta con timidez mientras la escuchaba devolver. – L-lo siento si no tenía buen sabor, no tienes que fingir por mí… - Sabía de sobra que era una cocinera bastante mediocre.
Aunque no recordaba haber hecho vomitar de esa manera a nadie nunca antes. Tampoco era como si hubiese cocinado muchas veces para otras personas aparte de mí, a decir verdad.
- ¡N-no es eso…! – Jadeó Towa antes de dirigirse al grifo para enjuagarse la boca. Hizo gárgaras de forma ruidosa antes de escupir dentro de la pila. – De verdad que sabía estupendo, pero de repente… Ha comenzado a quemarme la lengua. – Añadió la joven, secándose el rostro húmedo con una toalla.
Me apoyé sobre la cadera en el marco de la puerta, con la conciencia algo más tranquila.
- Quizás deberías haber esperado a que se enfriase un poco antes de comer… - Comenté, aunque no recordaba los boles de comida humeando para cuando los habíamos servido en la mesa.
La hija de Sesshomaru dejó la toalla en su sitio antes de dirigirse hacia mí.
- No se trataba de la temperatura… - Insistió, frustrada por no haber podido explicarse correctamente. – Era el sabor, algo en las especias…
- Oh. ¿Te refieres al picante? - Towa asintió con vehemencia, como si no hubiese sabido cómo nombrar al culpable de la situación hasta aquel preciso instante. – Pero tampoco era para tanto, yo misma soy débil ante el picante, me hubiera dado cuenta si se hubiese tratado de un sabor tan fuerte como para hacerte…
- No es tu culpa. – Me interrumpió, consternada. – Verás, tengo el paladar acostumbrado a sabores menos… Recargados. – Explicó ella, tomando su cepillo de dientes con la mano derecha. – Voy a lavarme bien la boca, dame un segundo…
Asentí, cruzándome de brazos mientras esperaba a que se enjuagase el mal sabor en la lengua. Mientras la observaba distraídamente me fijé en lo prominente que resultaban sus colmillos fuera de sus labios. Al igual que su padre, seguramente tenía cuidado de que pasaran por caninos comunes en su vida cotidiana, pero aquella característica ponía más que de manifiesto que no eran humanos. O, al menos en el caso de Towa, no del todo.
En los días que habíamos estado conviviendo había sido más consciente de su naturaleza demoníaca de lo que nunca me había permitido observar. Cuando se emocionaba viendo algún programa en la televisión, en ocasiones extendía tanto sus uñas que estas se quedaban enganchas al sofá inintencionadamente (ya había dejado algún que otro descosido por aquel motivo).
En otras ocasiones, cuando comenzaba a anochecer, la joven olvidaba encender las luces, acostumbrada a vivir sin corriente, y en parte también porque no lo necesitaba. Su visión nocturna resultaba tan nítida y precisa como a la luz del día, una habilidad que me fascinaba. No era extraño pillarla asaltando la cocina en penumbra a altas horas de la mañana.
Además, como si se tratase de un animal carnívoro, sentía bastante rechazo por todo lo que no fuese carne o pescado (a excepción de snacks tanto dulces, como salados, por lo cuales sentía una fijación similar a la de un niño de primaria). Al parecer, podía digerirlo, pero no le hacía especial ilusión comer verduras o arroz como acompañamiento. Decía que no le saciaba el hambre lo más mínimo.
Todos aquellos comportamientos me hacían pensar cómo Sesshomaru lo había enmascarado con naturalidad en el tiempo que nos conocíamos. Lo único que me había manifestado abiertamente era su desarrollado sentido del olfato, rasgo que también compartía con Towa (ella parecía incluso más sensible a cualquier mínimo cambio en el aire).
Así que supuse que debía añadir una especial vulnerabilidad al picante a la larga lista de peculiaridades de los Inugamis. Jamás invitaría a ninguno de ellos a comer a un restaurante coreano, mexicano o de comida india, sin duda. Completamente descartados a riesgo de provocarles una indigestión.
- Perdona, ay… - Se disculpó Towa, volviéndose en mi dirección. – Cuando mi madre cocinaba para Setsuna y para mí estaba un poco más acostumbrada a los condimentos, pero después de su muerte siempre me resultó más cómodo simplemente comer carne cruda. – Admitió, rascándose la nuca. – No era mi intención devaluar el sabor de tu cocina.
- No te preocupes, si… Lo entiendo… - Tragué saliva al imaginarme cómo sus colmillos debían de hundirse en la comida para desgarrarla con facilidad. Tenía bastante sentido. – Podemos preparar otra cosa…
La hija de Sesshomaru caminó hacia el marco de la puerta, por lo que retrocedí para dejarle paso.
- No, no, de verdad… - Insistió, aún con mala cara. - Estoy segura de que puedo volver a acostumbrarme, por eso no te había dicho nada… Sólo es que no esperaba que me pegase tan fuerte el sabor.
Le puse una mano en el hombro y la conduje de vuelta a la cocina, donde preparamos unos sencillos filetes a la plancha para que tuviese algún plato de su agrado. La joven me lo agradeció en voz baja antes de que regresáramos al comedor, donde los platos de curri ya se habían enfriado. Los calentamos brevemente en el microondas (bendito invento que facilitaba la frenética rutina del siglo XXI), y sólo en ese momento nos acomodamos en la mesa del comedor para almorzar de una vez por todas.
- Que aproveche. – Dije, blandiendo la cuchara antes de atacar mi plato.
Towa contestó con una sonrisa, intercalando bocados de carne con probaditas de curri y arroz.
- Te agradezco mucho tu consideración, Kaori. – Dijo, notando que cada vez podía tolerar mayores concentraciones de especias. – Sé que seguramente no está bien que te diga esto, pero… Cuando me cuidas tanto, no puedo evitar que me recuerdes a mi madre.
Deposité mis cubiertos junto al plato, sintiendo un nudo en el estómago.
- Supongo que es inevitable. – Di un sorbo al vaso de agua para obligarme a disimular mi repentina falta de apetito. – Mientras no se te olvide que no soy ella, puedes pensar en mi como una amiga a la que le gusta consentirte. – Bromeé, en un intento de restarle hierro al asunto.
La joven de cabello plateado dejó escapar una risa, divertida.
- Como una hermana mayor.
Sentí una punzada en el pecho. Towa siempre había sido la mayor de las hermanas, y ahora que no tenía a Setsuna a su lado, quizás la reconfortaba más reubicarme en una figura que jamás había tenido.
- Sí… Puedes considerarme de ese modo si quieres, Towa. – Le concedí, incapaz de negarle un deseo que se sentía tan íntimo.
La medio demonio siguió comiendo alegremente, mientras que yo no me veía capaz de hacer más que remover la comida en mi plato con la cuchara.
Sesshomaru me había pedido que no le hablase a su hija sobre cómo Rin había habitado mi cuerpo durante unas horas… Pero su sola mención hacía que me sintiese culpable por ocultarlo, a pesar de que él me había asegurado de que se encargaría personalmente de hacérselo saber a su hija, puesto que le había dejado unas últimas palabras para ella.
Lo que no tenía idea era de cuándo pensaba hacerlo, ni a qué estaba esperando.
- ¿Te ocurre algo, Kaori? ¿Te duele el estómago o algo?
Oh, no. La joven se había dado cuenta de que no estaba comiendo.
- Sólo estaba pensando… - Aquello era cierto, pero no podía explicarle por qué me costaba presenciar la mención de su madre en esos momentos. – Towa, ¿tú crees que existe la posibilidad de que Setsuna y tú no acabaseis con Zero del todo?
Sus ojos centellearon con una emoción salvaje antes de clavarse en la mesa, pensativa.
- Pienso que es bastante improbable. – Aseguró con el tono certero de su padre.
No había ni rastro de duda en su expresión. Sus ojos eran dos pozos de llamas, con las del pasado resucitadas por mis palabras.
- ¿Estás… segura de ello? – Pregunté en un hilo de voz, temerosa de ofenderla con mi falta de convencimiento. - No es que quiera dudar de ti, pero… Tengo mucho miedo de que esa mujer pueda seguir, ya sabes… En mi busca.
Me temblaban las rodillas y todo el cuerpo de sólo imaginármelo. No quería ser abusada, llevada al límite de la cordura, ni mucho menos morir asesinada a manos de una extraña. El sólo recuerdo de aquellas muertes me hacía estremecer, preguntándome si podía haber algo aún peor viniendo a por mí.
La mirada de Towa se templó al percibir el terror subyacente a mis palabras. Aunque seguía irradiando una intensidad tan arrolladora que parecía que fuese a estallar en cualquier momento.
- Comprendo cómo te sientes… Pero te aseguro que no tendría ningún sentido que esa mujer siguiera con vida. – La joven apretó los nudillos sobre la mesa con la mirada gacha. Respiró profundamente para liberar su cuerpo de la tensión antes de continuar. - Verás, en nuestra batalla contra Zero… Setsuna, quien podía ver los lazos rojos que unen a las personas gracias al poder de su nagitana, dijo que la maldición de Zero había unido su vida con la de nuestra Madre. De ese modo, esa bruja se aseguraba de que nuestro Padre no intentase atentar contra su integridad física, pues era más que consciente de que él no correría el riesgo de matar a su esposa.
Mi hermana me aseguró que podía deshacer esa conexión, que había aprendido la manera… Pero me mintió, no era del todo cierto. – Ante mi silencioso interrogante, la medio demonio se apresuró a explicar. - Si un lazo entre dos personas es cortado, ambos extremos perderían la vida, dado que comparten energía vital a través de ese vínculo. De modo que lo que Setsuna hizo fue interferir en su conexión, posicionándose a sí misma a medio camino del lazo entre Zero y mi Madre.
No me lo dijo, por supuesto; y por eso, cuando le di el golpe de gracia a esa víbora, mi preciada hermana se desplomó en el mismo instante que la villana se desvanecía. ¿Lo entiendes? – Negué con la cabeza, confundida. - Si no hubiese acabado verdaderamente con ella, Kaori, no habríamos necesitado usar la Tenseiga para traer a Setsuna de vuelta. No había perecido con ella al cortarse el vínculo.
Por eso estoy bastante segura de que la asesiné… - La joven colocó sus palmas abiertas hacia arriba, examinándolas como si aún pudiera ver las manchas de sangre de aquel día. - Con mis propias manos.
Tenía sentido lo que explicaba. Si el mismo destino aguardaba a las criaturas conectadas por el hilo rojo… No tenía sentido que una falsa muerte hubiera afectado a la menor de las gemelas.
- Entiendo, Towa… - Murmuré, incapaz de disimular mi falta de ánimo.
Si realmente no había sido obra de Zero, ¿todas las extrañas muertes de las reencarnaciones habían sido pura coincidencia?
¿Y por qué se habían detenido de forma tan abrupta, entonces?
¿Qué era lo que había cambiado? ¿Y acaso había algo que pudiera asegurarme que yo no iba a sufrir una muerte prematura y grotesca?
- A pesar de mis palabras, sigues albergando dudas, ¿no es así? – Inquirió la joven, reclinándose hacia atrás.
Asentí de forma casi imperceptible, avergonzada por mis sentimientos.
- No se trata de que no te crea, pero… - Me mordí la lengua, sin saber muy bien cómo continuar. – No sé, siento que hay algo que no cuadra en todo este asunto, y no logro discernir de qué se trata.
Towa asintió con gesto grave, perdida en sus propios pensamientos.
- No estoy muy segura de si puedo ayudarte al respecto, la verdad… - Admitió la muchacha, derrotada.
Primero, Airin. Luego, Himawari. A continuación, Iori. Y después… Rinako.
Marin había asegurado que Rinako, la cuarta de las reencarnaciones había tenido una muerte pacífica. Incluso parecía muy segura de que la causa hubiese sido natural, en concreto debido a su longevidad.
- Hm… Es posible. – Le respondí a Towa, aferrándome a aquel débil hilo de esperanza. - ¿Llegaste a conocer a Rinako?
- ¿Te refieres a una de las reencarnaciones? – Preguntó ella con los ojos muy abiertos, como si se tratase de la primera vez que escuchaba aquel nombre.
Aquella reacción no parecía un buen indicio, pero no me quedaba más remedio que intentarlo, al menos.
- Sí. Siento que la clave que puede ayudar a resolver este misterio comienza con ella. – Expliqué con mayor resolución de la que sentía.
Towa se encogió en su asiento, recuperando su mal hábito de apoyar los pies sobre la silla para abrazarse a sus piernas. Un gesto que parecía reconfortarla cuando se trataban temas complicados para ella.
- Lamento no poder ser de ayuda, Kaori. – Respondió, meciéndose ligeramente. - Supongo que ya debía de haberme separado de mi Padre para entonces…
No hacía falta que pronunciase una negativa clara para comprender que jamás había llegado a cruzar caminos con ella. Sin embargo, esto me hizo recordar su reencuentro con su padre apenas unos meses atrás.
Ella se había mostrado tan emocionada por verle, mientras que él se había mostrado tan dolido… ¿En qué punto de la historia la mayor de las gemelas se había separado de Sesshomaru?
- Es verdad… Él pensó que habías muerto, ¿no? – Towa asintió, aunque podía notar que no se sentía orgullosa de sus acciones. - ¿Podrías contarme cómo llegó a suceder?
Este asunto ya no tenía nada que ver conmigo, pero, en parte, eso me ayudaba a dejar de pensar en el riesgo inminente de muerte. Y, genuinamente, quería conocer la versión de Towa de aquellos sucesos, incluso cuando ya sabía que salvar a su tío Inuyasha había sido el motivo que la había motivado a tomar aquella decisión.
- Después de la muerte de Setsuna, mi padre y yo… - Comenzó la joven, jugueteando con la comida entre sus palillos con aire distraído. – Los dos nos tomamos un tiempo para procesar todo lo que había sucedido. Nos acompañamos en silencio, dirigiéndonos el uno al otro sólo cuando era estrictamente necesario. Pero no hablábamos de cómo nos sentíamos. Nunca habíamos tenido esa dinámica, y yo no me sentía cómoda abriéndome con él.
Sin embargo, después de pasar toda la pena y el dolor por la pérdida, una explicable rabia comenzó a gestarse en mi interior, la cual no tenía ni idea de cómo apaciguar. Entonces fue cuando decidí, en un impulso inmaduro, alistarme al ejército. Sólo porque sentía que necesitaba tener algún lugar en el que poder desfogar mi ira. Creía que la violencia era lo único que podía hacerme sentir mejor.
Se me vino a la mente la imagen de la desaliñada Towa que había conocido. Una a la que le constaba seguir las normas sociales, y que había aprendido a cuidar de sí misma. Una loba solitaria que no podía confiar en nadie más. Ni siquiera en su propio Padre.
- ¿Y Sesshomaru te permitió hacerlo, sin ponerte impedimentos? – Pregunté, extrañada.
Después de haber perdido a su esposa y a una de sus hijas, me costaba creer que no se comportase de forma sobreprotectora con la única familia que le quedaba.
- Claro que no, ya sabes cómo es él. – Bufó Towa, tratando de ocultar una sonrisa. -Mi Padre insistió en acompañarme. Y como había aprendido a tolerarle, le dejé alistarse conmigo con tal de no discutir. Siempre y cuando no se interpusiera en mi camino, claro.
Como te imaginarás, la guerra era un mundo exclusivamente de hombres, por lo que para aquel entonces abandoné la poca feminidad que pudiera quedarme y me convertí en un varón a ojos de todo el mundo. Mi padre siempre me ayudó a mantener aquella mentira para protegerme de los demás, incluso si no aprobaba el motivo que me había llevado a alistarme, refiriéndose a mi como "su hijo".
Después de todo, él entendía mejor que nadie la impotencia que me provocaba la pérdida de mi alma gemela… Y las locuras que uno puede llegar a hacer cuando se encuentra dolido por una pérdida.
Me reconfortaba escuchar que el Sesshomaru de aquel entonces ya había madurado lo suficiente como para aprender a empatizar con las emociones de los demás. Y, sobre todo, me tranquilizaba saber que él jamás había tenido intención de separarse de su hija, y mucho menos de dejarla vivir en las deplorables condiciones en la que nos la encontramos viviendo en el siglo XXI.
La nueva casa en la que vivía Towa era una prueba más de cuándo el Lord del Oeste quería lo mejor para ella, y daría todo lo que fuese necesario para asegurarse de que se encontraba a salvo y no le faltaba nada.
- ¿De modo que os volvisteis un poco más cercanos durante aquella época? – Quise saber, perdida en mi tierna ensoñación de su dinámica paterno-filial.
- Sí. Aprendí a coexistir con su presencia, siempre y cuando no interfiriese en sus asuntos. – Añadió la joven, negándose a aceptar del todo que, probablemente, había llegase a sentirse cómoda con su compañía. – En ocasiones, incluso lograba olvidar todo el daño que me había hecho, y llegué a perdonarlo en gran parte. Ya nos hablábamos con normalidad, y eso ya era un paso.
Hasta que tuve que abandonar todos los progresos que habíamos hecho, claro.
Hasta que ella tuvo que tomar la dura decisión de seguir caminos separados. Ese punto lo conocía.
- ¿Por tu tío Inuyasha?
Towa asintió.
- Durante una batalla… Mi padre utilizó su propio cuerpo como escucho para protegerme del inesperado ataque de armas de fuego, importadas de Occidente. – Me cubrí la boca con las manos, incapaz de imaginar el desconcierto que debieron sentir al enfrentarse con ese tipo de armas por primera vez.
Mientras escapaba del ataque para que su sacrificio no fuese en vano, uno de los soldados me persiguió hasta un barranco, donde me acorraló al borde de una muerte segura, al menos para un mortal. Como no había nadie en los alrededores para ser testigo de mis poderes, los empleé para acabar con mi contrincante.
Sin embargo, tras haberlos suprimido por tanto tiempo, no logré controlar mis fuerzas y terminé despeñándome por el desfiladero.
Se me cayó el pulso al suelo al imaginarme su cuerpecillo cayendo en picado. Imaginármela amoratada y bañada en su propia sangre no resultaba una imagen agradable, por lo que únicamente logré musitar:
- Eso suena… Muy doloroso.
Towa emitió una risotada bravucona, quitándome hierro al asunto.
- Y lo fue. – Admitió. - Pero sobreviví. – Añadió con el pecho henchido de orgullo. - Desperté con un rostro familiar olfateándome de cerca. Se trataba de mi tío, que había reconocido mi olor y me había arrastrado hacia su cueva. Para entonces, Inuyasha ya había perdido gran parte de su humanidad, y con ella su capacidad para expresarse con palabras. Pero sus ojos aún no estaban idos, y me reconocía, tratándome como si fuera uno de sus propios cachorros. – Una tierna sonrisa asomó a mis labios al imaginármelo.
Al menos, la mayor parte del tiempo. – El tono ominoso de la joven me borró la expresión apacible de un plumazo. - En ocasiones, sobre todo cuando se acercaban las noches de luna llena, Inuyasha perdía el control de sus acciones y llegó a atacarme en diversas ocasiones. Fue entonces cuando supe que no podía abandonarlo a su suerte, ni tampoco dejar que mi Padre lo supiera. Estaba segura de que lo sacrificaría al verlo en ese estado de semi-locura.
Tal y como terminó sucediendo, en realidad. Solo que siglos más tarde, y después de haber sufrido el deterioro de su tía día a día.
Pensar en Inuyasha seguía rompiéndome el corazón, incluso después de tanto tiempo. Aunque para los demonios debía de haberse sentido como apenas un suspiro.
- Entiendo… Así que Sesshomaru no conoció a Rinako hasta después de separarse de ti. – Concluí, retomando el tema inicial por el cual había surgido aquella conversación. No me sentía con fuerzas de revivir el día que Sesshomaru había tenido que acabar con la vida de su medio hermano.
Towa pareció apreciar aquella decisión por mi parte.
- Eso me temo. De modo que si es más información la que necesitas… Quizás deberías preguntarle a él sobre este tema.
Agaché el rostro mientras extraía mi teléfono móvil del bolsillo. No me sentía capaz de verle ni enfrentarla en absoluto en aquellos momentos, pero…
¿Por cuánto tiempo más podía seguir evitándole?
Me quité las gafas y las deposité en el escritorio antes de cerrar mi carpeta, llena de los trabajos por escrito que me habían entregado mis alumnos esa semana. Había corregido buena parte de ellos, pero no lograba concentrarme ni un solo segundo más.
Kirinmaru ya me había asegurado que, en sus amplios círculos de conocidos inmortales, no había nadie que pudiera testificar haberse cruzado con Zero a lo largo de los últimos quinientos años. Y si eso era cierto, Kaori no tenía razón para temer por su vida, pero no lograba apaciguar mi conciencia sin pruebas irrefutables de su muerte.
Y sólo su cadáver podría convencerme de que realmente ya no había nada que temer.
No pensaba parar hasta llegar al fondo del asunto, y, aunque fuese siglos tarde, necesitaba saber quién había asesinado a Iori, y por qué. Nunca debí de haberlo dejado pasar, pero sólo ahora que no me encontraba cegado por el dolor era cuando tenía la claridad mental para investigar al respecto.
Tomé el teléfono móvil y le escribí un mensaje a Ayumi, la cual se había puesto en contacto conmigo poco después del verano. Desde entonces, había mantenido alguna que otra conversación esporádica con ella (en la que seguramente me mantenía a raya, desde su punto de vista), y en ese momento necesitaba de sus amplios conocimientos sobre espíritus, aunque yo realizaría mis propias averiguaciones como yokai mientras tanto.
Me tranquilizaba saber que Towa se estaba haciendo cargo de la protección de Kaori en mi incapacidad para proporcionarle seguridad. La extrañaba con todo mi ser, pero sabía que era lo mejor para ambos dejar algo de espacio, después de lo sucedido con Rin.
Conociéndolas a ambas, seguro que estaban haciendo buenas migas. Seguramente mucho mejores que el quebradizo vínculo que formé con mi hija en nuestros días como ronin.
Oponerse a abandonar las tradiciones que hacían honorables el estilo de combate de nuestro país frente a la invasión cultural extrajera se convirtió en nuestro extravagante objetivo común durante la restauración Meiji.
Towa y yo nos retiramos a la tienda de campaña que compartíamos para cerrar aquel día de adiestramiento. Ella se dejó caer sobre el futón y deshizo los nudos que aseguraban el uniforme de entrenamiento. Una vez se hubo quedado en paños menores, mi hija emitió un quejido al comenzar a desenroscar las vendas que aprisionaban su pecho.
- Ah… - Gimió, aliviada. – Por fin, qué descanso… - Franjas de color rojo surcaban su piel debido a la presión que había ejercido la prenda durante todo el día para comprimir las suaves curvas de su torso. – Gracias por haberme arruinado la diversión un día más, Padre. – Comentó irritada, sin ocultar el sarcasmo en su voz. – Creía que había quedado claro que sólo podías acompañarme si no te metías en mi camino.
Mi hija tenía la voz rasposa tras haber pasado todo el día agravando el tono a propósito. La hacía sonar mucho más lamentable junto a la mezcla de tonos rojizos y morados que presentaba su piel. Se veía herida, casi frágil, como si estuviese poniendo a prueba hasta dónde podía soportar su cuerpo.
Pero yo no me olvidaba en ningún momento de que Towa seguía siendo medio mortal. Aunque parecía que retoño, sí.
- No tendría que interferir si aprendieras a reservarte tus fuerzas para luchar contra el enemigo, en lugar de enfrentarte a nuestros aliados por cualquier estupidez. – La reprendí con dureza.
Aunque me abstuve de explicarle por qué no era buena idea llamar la atención, ya tenía madurez suficiente para saber que no debían descubrir nuestras verdaderas naturales.
Y, sin embargo, a pesar de que mis más que razonables argumentos, mi hija se crispó ante mi regañina, su vello erizándose como el de una fiera acorralada.
- ¿Estupidez? – Arrugó la nariz, ofendida. – Sabes de sobra que no puedo dejar que nadie sospeche que no soy un hombre, no puedo dejar pasar comentarios como "nenaza". – Gruñó, cruzándose de brazos.
- Existen hombres sabios que saben ignorar las palabras de personas necias. – Insistí, cruzando los brazos sobre mi pecho. – No hace falta empezar una pelea para demostrar virilidad, Towa. Sólo lo haces porque cualquier excusa es buena para desquitarte. – Y lo sabía de sobra porque se trataba de un error que yo mismo había cometido.
La joven se quedó sin palabras, consciente que había dado en el clavo. Me dio la espalda y procedió a cambiarse a unas mudas limpias para poder dormir. Yo esperé por su réplica en silencio, puesto que no deseaba presionarla ni empezar una discusión.
Únicamente quería hacer que se diera cuenta del motivo por el hacía las cosas. Estaba bien que no fueran los moralmente correctos, pero no iba a permitir que se engañase a sí misma.
Resoplando de disgusto, Towa se sentó cruzada de piernas sobre el andrajoso futon. Sus ojos refulgían llenos de furia cuando masculló:
- Ojalá Setsuna estuviese aquí conmigo en tu lugar.
Un golpe bajo que me destrozó por dentro, sin duda. Mi hija había ido a matar con aquel comentario envenenado. Pero comprendía que estaba rabiosa con el mundo entero por habérsela arrebatado. Y no podía culparla por cargarme a mi la responsabilidad de lo que había pasado, pues yo mismo sentía que me lo merecía.
A pesar de todo, yo conocía a aquella muchacha demasiado bien para no ver claro como el día el hilo que conducía sus oscuros pensamientos. Se sentía sola sin su gemela y le dolía tanto que no sabía cómo gestionarlo. Una sensación a la que yo mismo me había acostumbrado en exceso, por desgracia.
De modo que suspiré profundamente antes de responder, en la voz más calmada que logré emitir:
- No se te hubiera ocurrido meterte en el ejército en primer lugar si ella siguiera viva, Towa. Sabes que estamos aquí para lidiar con el recuerdo en quienes partieron antes que nosotros.
Con aquellas palabras, finalmente, Towa pareció bajar la guardia, permitiéndose derrumbarse un poco. Ella se abrazó las rodillas, encogiéndose sobre sí misma. Tal y como hacía Setsuna como era niña. Un gesto que debía haber aprendido a imitar de ella.
- En parte, así es… - Admitió, aún a regañadientes. – Aunque… Por otro lado, también he decidido tomar este camino porque no quiero vivir como mujer, mucho menos en los tiempos que corren. Pensé que en un sitio como este no llamaría demasiado la atención y nadie cuestionaría mi fuerza física, ni indagaría en mi pasado. – Se justificó con voz decadente.
Pero mi rostro sigue resultando demasiado afeminado como para ser tomado en serio, supongo.
Sus hombros se hundieron en gesto de derrota. Estaba cansada de una manera que me resultaba tan familiar que me prometí a mí mismo impedir que la tristeza se apoderase de ella por todos los medios.
- Puedes vivir como quieras, Towa, no tienes que complacer a nadie.
Ella me sonrió de lado. Apenas lo había hecho desde la muerte de su hermana, por lo que me sentí algo reconfortado de haber acertado con mis palabras por una vez. Algo más tranquilo, me desvestí para asear mi cuerpo con paños secos, retirando el frío sudor de todo el día. Esperaba que nos dejaban tomar un baño en breve, aquella rutina rudimentaria de aseo era insostenible por mucho tiempo.
- Creo que… Ahora te entiendo mucho mejor, padre. – Comentó Towa, de la nada.
La estudié sin ocultar mi desconcierto. Su forma de dirigirse hacia mi se sentía mucho más dulce de lo que había sido en siglos.
- ¿A qué te refieres? – Pregunté, confundido.
- Aunque ha pasado mucho tiempo… Aún sigues sin superar lo de mamá, ¿verdad?
Me revolví en el sitio, incómodo. Era un tema que cuanto más enterrado estuviese en el interior de mi corazón, mejor.
- No hay día que no la extrañe. – Respondí, tratando de ser lo más escueto posible.
- No me puedo imaginar lo duro que debe ser para ti pasar por lo mismo una y otra vez. No sé cómo eres capaz de soportarlo sin romperte en mil pedazos.
Le di a espalda a Towa para tumbarme de espaldas a ella. Su mirada llena de emoción me revolvía demasiado mis adentros. Y no estaba acostumbrado a hablar de este tema con ella.
- Lo único que puedo hacer es tratar de involucrarme lo menos posible con su alma, y mentalizarme de que cada reencarnación es una persona nueva, por mucho que mantengan su rostro y esencia… - Expliqué con el tono más frío que pude, conteniendo todas mis emociones bajo llave. No quería decir nada que pudiera hacerla molestarse conmigo nuevamente.
- Pero entonces, si piensas así… ¿por qué sigues devolviendo su alma al Samsara una y otra vez?
- …
No me sentía contestarle con una mentira, pero resultaba demasiado doloroso admitir que…
- Aún no te has dado por vencido, ¿verdad? Quieres que ella te recuerde.
- Por encima de todo, – Me apresuré a matizar. – siento que le debo una vida feliz y que no tenga un final trágico. Aunque no sea a mi lado.
Sentí un toque en mi hombro llamándome. Me giré para quedar frente a mi hija, quien me ofrecía en sus manos dos perlas: la plateada y la dorada.
- Yo ya no voy a necesitarlas. – Me dijo. – Puedes quedártelas, te concederán dos deseos más.
Observé en tensión aquella familiar mirada compasiva. A pesar de que aquel color de ojos y el pelo plateado eran características que me pertenecían, toda expresión de sus facciones resultaba idéntica a las de otra persona. Era una imagen tan preciosa y nostálgica que me oprimió el pecho. Rechacé su oferta educadamente alejando las ofrendas con la palma de mi mano.
- Esas perlas te servirán como protección, así que prefiero que las conserves, Towa. Sabes que yo no puedo morir.
Asentí, formando el amago de una sonrisa. Sabía que me las ofrecía por el valor emocional que acarreaban esas perlas. Ni siquiera tanto por su utilidad, sino porque siempre relacionarías aquellas joyas de colores con ella y con su hermana.
Suponía un regalo tan precioso cuando ella también había perdido a Setsuna, que todo mi ser se estremeció ante la ternura de su gesto.
- Te pareces mucho a tu Madre, Towa. – Comenté, invadido por una nostálgica sensación.
- ¿Yo? – Inquirió con sorpresa. La joven enredó un mechón de su flequillo en el dedo índice para examinarlo, confundida. – Pero quien heredó su cabello castaño fue Setsuna…
- Te aseguro que esa consideración y compasión que tanto te caracterizan no son rasgos propios de mi linaje. – Respondí, serio.
Towa se quedó cabizbaja unos instantes, recolocándose la perla plateada en la cuenca del ojo. Después, observó el memento de su hermana unos segundos, probablemente dudando de si introducirla en su otra pupila, o si simplemente conservarla como recuerdo. Sin embargo, tras unos interminables segundos de vacilación, mi hija volvió a ofrecerme en esta ocasión la perla dorada, esta vez a punto de romper en llanto.
- Por favor, padre… - Rogó, con la voz tomada por la emoción. - Tú, que no puedes morir y reunirte con quien más amas… - Agachó el rostro, como si no pudiera soportar estar dirigiéndome esas palabras. - Quiero que te quedes al menos con esta perla… Porque sé que Setsuna lo había querido así también… - Me suplicó entre sollozos.
Definitivamente había heredado toda aquella empatía de su madre. Ese llanto que estaba emitiendo no le pertenecía, sino que era un reflejo de mis propios sentimientos, los cuales yo era incapaz de materializar.
Aunque dudoso, me atreví a rodearla con un brazo de forma cariñosa, frotando mi frente contra su sien. No nos habíamos abrazado desde la muerte de su hermana, y se sentía muy bien poder hacerlo. Sobre todo porque no me rechazó en ningún momento.
- Gracias, Towa. – Susurré, aceptando la perla dorada. – A partir de ahora te prometo que nos tendremos siempre el uno al otro.
Mi hija me estrechó entre sus brazos como no hacía desde que era un cachorro. Yo apreté la joya entre mis dedos para asegurarme de que no la perdería jamás. Esa perla que había convivido con Setsuna por tanto siglos. Resultaba un tesoro de valor tan incalculable para Towa que no podía permitirme volver a cometer ni un solo error en su perjuicio.
No con la hija que estaba aprendiendo a perdonarme a pesar de haber sido la mayor causa de desgracia de su vida. Tal y como sabía que Rin y Setsuna habrían hecho en su lugar.
El zumbido de mi teléfono móvil me sacó de mi enfrascamiento. Dejando atrás el pasado, encendí la pantalla del dispositivo para comprobar si Ayumi había respondido a mi mensaje.
Sin embargo, para mi completo asombro, el nombre que figuraba ante mis ojos era el de Kaori.
Notas: La verdad es que no tenía muy claro cómo narrar esta parte del pasado, dado qeu Sesshomaru no vivió toda la verdad, y quería que también tuviéramos el punto de vista de Towa al decidir proteger a Inuyasha... Pero creo que estoy bastante satisfecha con el resultado, medio en formato conversación con Kaori, medio relatado en los recuerdos de Sesshomaru.
Aunque se van acumulando incógnitas y misterios, al menos ya tenéis un poco más de desarrollo entre la tortuosa relación entre esta chica y su padre. Espero que podáis comprenderla tal y como yo lo he concebido en mi mente, la quiero demasiado y me encanta escribir escenas donde Towa hace aparición. Como dato curioso, la última escena de flashback entre Sesshomaru fue de los primetos borradores que redacté sobre esta historia, hace ya... ¿año y medio? ¿Dos años?
Ya ni lo recuerdo, pero me alegro mucho que finalmente haya salido a la luz~
Nos vamos acercando a la recta final y me pongo nerviosa porque espero conseguir dar un cierre digno a esta historia, y que me de tiempo a contar todo lo necesario. Aunque me da miedo que os lleguéis a aburrir si lo extiendo demasiado, así que haré lo que pueda porque sea lo más interesante posible.
Muchísimas gracias a quienes me habéis seguido hasta aquí, y no leemos de nuevo en dos semanas!
PD: Sigo currando a tope entre esta historia y el Sesshrin Smut week, espero que me de tiempo a todo T_T
