Notas: ¡Feliz domingo! Disculpad la tardanza, pero he tenido una semana realmente completita emocionalmente, y nivel artístico también he estado bastante atareada con las publicaciones del SessRin Smut Week.
Hoy seguimos indagando en el pasado, dando más detalles de la evolución de nuestro protagonista, y dando algunas pinceladas de cómo va todo en el presente, también...
¡Espero que os guste!
Respiré hondo antes de subirme al autobús. Pagué mi billete y caminé hasta los asientos del fondo. Me esperaba un largo camino hasta las afueras de la ciudad, hasta donde la extensa red de metro no alcanzaba.
De modo que me puse los auriculares y observé la pantalla de mi teléfono. En mi chat con Sesshomaru me esperaban largos minutos de mensajes de voz, los cuales había estado procrastinando por días. A pesar de que, irónicamente, era yo quien se los había pedido.
No podía dejar de pensar en Rinako y en cómo debía de haber acabado su vida. Aunque la intriga que sentía a veces me robaba el sueño, no me atrevía a enfrentarme cara a cara con el profesor Taisho, al no tener ni idea de cómo me iba a sentir todavía. Era por eso que le había pedido que me hablase de su historia de forma remota.
Y todo para que luego me produjese ansiedad enfrentar el contenido de esos audios.
Sin embargo, en el contexto de aquella excursión laboral, en la cual había sido enviada por Mai (representando a la marcaNadeshiko) para entrevistarme con una clienta muy exclusiva, la voz del demonio se me antojaba como el mejor ansiolítico del universo.
En el fondo, me reconfortaba que, ante la adversidad, él se siguiera sintiendo como un espacio seguro. Me daba esperanzas en nosotros.
Por el rabillo del ojo percibí cómo la luz del semáforo se ponía en verde, haciendo que el autobús reanudase la marche. Solo entonces me armé de valor para pulsar el botón de reproducción que parpadeaba entre mis manos.
El entrenamiento al que nos sometimos Towa y yo a diario durante años era extremadamente exigente a nivel físico, incluso para criaturas no mortales como nosotros. No pude evitar admirar en secreto a los humanos que había sobrevivido con nosotros a tantas batallas manteniendo un alto grado de fortaleza mental.
Probablemente, ellos también habían perdido algo tan importante como más que todo lo demás perdiera el sentido, incluso sus vidas.
La invasión extranjera a nivel cultural e ideológica por parte de los occidentales ya era una causa perdida, dado que muchos japoneses habían adquirido un gusto por su comida, ropajes y religión. Pero lo que muchos no pensábamos tolerar era que reclamasen ni una pizca de territorio.
Aquella campaña nos encaminó dirección a Hokkaido, tierra ancestral de los ainus. Al norte de aquella región, se habían avistado anómales asentamientos holandeses (a pesar de que se les había permitido acceder legalmente con el fin de comerciar por el sur del archipiélago), así como los rusos habían proclamado la conquista de diversas islas cercanas a sus costas.
Nuestra misión era proteger aquellas tierras de lo que podía tratarse una complicada estrategia para atacar por diversos flancos. Pero a medida que avanzábamos nos sentíamos más inquietos, y el motivo residía en la inquietante quietud que nos seguía a todas partes. Un silencio y una calma que no resultaban normales.
A pesar de nuestra cautelosa formación, terminamos cayendo en una inesperada emboscada, arrinconados en la escarpada cordillera. Lo que nos hizo retroceder sin remedio fueron las monstruosas armas que portaban los extranjeros, las cuales emitían un ruido infernal y provocaban destrucción a distancia.
Era la primera vez que nos enfrentábamos a armas de fuego. Y quienes las habían importado a nuestras tierras no habían sido los avariciosos mercaderes holandeses, sino los portugueses.
El tronar de sus disparos provocaron que cundiera el pánico entre nuestras filas, inutilizando todas las maniobras militares que habíamos ensayado. Pero no sentía que pudiera culpar a los mortales por temer por sus vidas.
Era como si se estuviesen enfrentando a un demonio hambriento de sus vísceras, y ese era un terror que conocía más que de sobra, como depredados que había sido toda mi existencia.
Una bala silbó entre Towa y yo, impactando contra el hombro izquierdo de mi hija. Ella gritó con una mezcla de dolor y furia, apretando sus dientes hasta hacerlos rechinar. A punto de perder el control y dejar escapar todo su poder demoníaco.
Entonces supe que tenía que actuar, posicionándome delante de ella a modo de escudo.
-¡Aparta, Padre! – Rugió ella, tratando de apartarme de un empujón. - ¡Los pienso hacer pedazos…!
-No, Towa. – Le espeté, bloqueándola firmemente con el brazo. – Ya hemos perdido a Setsuna. No pienso tolerar que te maten a ti también.
Mi hija mayor dejó caer su arma al suelo, impactada por mis palabras. Yo siempre había sido un padre que las había dejado aventurarse al peligro sin supervisión alguna, de modo que mi repentina sobreprotección era completamente nueva para ella.
Quizás, incluso se sintió conmovida por ella, porque su tono se suavizó hasta el punto de sonar femenina cuando añadió:
-Pero… ¿Cómo diantres planeas enfrentarte a eso sin descubrir tus poderes…?
-Te recuerdo que no puedo morir. – Le dije con la mandíbula apretada, recibiendo un tiro en la base del cuello. Aunque estaba tan acostumbrado a dolores tan atroces que apenas me inmuté, clavando los pies en el suelo para ocultar por completo la figura de Towa tras de mí. – Te imploro que te quedes a mi sombra, y si termino por desplomarme en algún momento… Huye. Corre por tu vida y abandona esta guerra que no tiene nada que ver contigo ni conmigo.
Volveré a buscarte cuando despierte, hija mía.
Escuché el grito de mi hija perforar el aire cuando varias balas alcanzaron mi pecho. Más no cedí ni un solo paso. Sin darnos tiempo a discutir, un nuevo soldado extranjero apareció a nuestra derecha, apuntando directamente a Towa con un arcabuz entre las manos.
Le propiné un codazo a mi hija para hacerla caer al suelo, asegurándome de que quedaba fuera de la trayectoria del arma de fuego. Sin embargo, el hombre de nariz afilada no disparó, sino que siguió corriendo hacia nosotros con fuego en la mirada.
Entonces me interpuse entre aquel miserable y mi hija.
-¡Vete! – Ordené a Towa. - ¡Márchate, y no mires atrás!
-¡Pero, Padre…!
No pude escuchar el resto de la réplica de mi hija porque el occidental disparó a escasos palmos de mi frente. Aunque me reconfortaba saber que aquellos dioses de la muerte sólo disponían de una única munición, así que Towa podría apañárselas a puñetazo limpio con aquel desgraciado.
Solo esperaba que me hiciera caso por primera vez en su vida y huyese de aquella masacre de forma inmediata.
El habitual dolor de cabeza que seguía a mi resurrección me sacó del oscuro abismo cercano a la muerte. Respiré hondo, acostumbrando a mis pulmones a recibir oxígeno nuevamente, acompañado del ardor habitual que esto suponía.
Abrí con pesadez mis párpados, y por un instante creí que aún no había regresado al mundo de los vivos. Porque frente a mi tenía el rostro angelical de Rin, con sus grandes ojos marrones mirándome fijamente.
Sin embargo, el encantamiento fue roto tan pronto como ella abrió la boca:
-¿Caballero, puede oírme? – Apenas logré asentir, confundido. – Perfecto, ¿cuántos dedos le estoy mostrando?
La mujer levantó su índice, corazón y anular para colocarlos frente a mis ojos. Contuve el aire unos instantes, antes de que su perfume a jazmín me hiciese perder la cabeza y respondí, casi sin aliento.
-… Tres.
-¡Tachibana, dale algo de beber a ese pobre hombre antes de atosigarlo a preguntas! – La reprendió otra mujer que llevaba el mismo kimono de color rosa pálido que ella.
Mientras ella se daba la vuelta para seguir las órdenes de la otra mujer, eché un vistazo a mis alrededores para evaluar la situación. Me encontré con varias hileras de camillas dispuestas en a lo largo de la sala, aprovechando cada rincón de espacio disponible. La mayoría se encontraban ocupadas por soldados heridos, entre los cuales logré reconocer a varios compañeros de escuadrón; las demás, que se encontraban vacías, tenían restos de sangre de su anterior residente.
Un par de camastros más allá del mío, vi a otra mujer vestida igual que las dos de pie a mi lado, vendando el brazo amputado de un hombre que no paraba de gimotear y entonces todos los puntos se unieron en mi mente. Los kimonos rosas identificaban a las curanderas.
La sensación de una repentina fría superficie rozando mis labios me hizo dar un respingo, sobresaltado. Sentí unas gotas de contenido verterse sobre mi pecho.
-D-disculpe… - Tartamudeó la llamada Tachibana, poniéndose colorada con la misma expresión tímida de mi difunta esposa. – Beba un poco de agua para poder continuar con la exploración. – Me ofreció, siguiendo la sugerencia de quien parecía su mentora.
Negándome a ser alimentado por ella, tomé el vaso de cerámica entre las manos y tragué el fresco líquido, evitando el contacto visual directo. Había prometido no acercarme a Rin en ninguna de sus próximas vidas, por lo que no quería interactuar con ella más de los estrictamente necesario en aquella situación.
Ni siquiera le di las gracias cuando le devolví el recipiente completamente vacío.
-Vale, ahora… - Comenzó a instruir la enfermera desconocida, con aires de superioridad, como si se tratara de su mentora o supervisora. – Deberías comprobar si puede levantarse por su propio pie sin sufrir mareos y si le funcionan correctamente los reflejos. – Un grito de terr cruzó la estancia. Todos volvimos nuestras cabezas hacia el origen del sonido: un soldado aferrándose a su pierna, carcomida por la gangrena hasta casi la rodilla. – Mejor voy a ayudar a Ogura con ese testarudo paciente del quirófano. – Bufó la mujer, notablemente molesta por la falta de cooperación de los enfermos. Aunque resultaba más que comprensible que a nadie le fuera sencillo acceder a perder uno de sus miembros, incluso cuando la extensión de la podredumbre podría acabar con su vida a la larga. - Encárgate de éste tú sola por el momento, Tachibana.
-¡Sí, señora! – Asintió la enfermera Tachibana, sudando a causa del nerviosismo.
Debía de tratarse de una novata. Con tantos heridos en combate, no era de extrañar que hubiera necesitado unas manos extra para ayudar, incluso si carecían de la maestría de las más veteranas.
Me limité a seguir las instrucciones de la jovencita con el rostro de Rin, negándome a iniciar conversación de ningún tipo con ella. La tal Tachibana realizó un examen exhaustivo de que me encontraba en buenas condiciones. Con la conciencia tranquila de que así era, rastreé la sala una vez más en busca de un atisbo del cabello plateado de Towa.
Pero no logré atisbarla por ninguna parte, produciéndome un escalofrío que resultaba casi imposible de controlar.
-Salvando ligeras dificultades respiratorias, diría que se encuentra usted perfectamente, caballero. – Me informó la enfermera con la actitud más optimista que permitía aquel lugar. No le respondí, buscando todavía por encima de su coronilla, desesperado por atisbar a mi hija entre la multitud de heridos, esta vez buscando el cabello castaño de su forma humana, en caso de que se me hubiera podido pasar por alto por ese motivo. No tenía ni idea de qué día o qué hora era, por lo que no podía descartar esa posibilidad. - ¿Señor? – Volvió a llamarme la Tachinaba, obligándome a descender mi mirada hacia ella. – No habéis perdido el habla, ¿verdad? Antes habéis contestado a mi pregunta.
Maldije para mis adentros. De verdad que no quería establecer ningún tipo de contacto con ella. Pero necesitaba información lo antes posible para poder saber cómo actuar.
-Estoy buscando… A mi hijo. – EL ceño de la muchacha se relajó al creer que comprendía por qué me encontraba tan tenso, y que no tenía nada que ver a título personal con ella. – Estaba conmigo en la batalla, y… Necesito saber si está bien.
Aunque también era una posibilidad que hubiera huido del campo de batalla, tal y como le había implorado. Pero aún no podía descartar la posibilidad de que se encontrase con el resto de heridos. Después de todo, desconocía si había más pabellones como aquel en los alrededores.
La enfermera Tachibana curvó sus labios en una amarga sonrisa, llena de piedad.
-¿Cómo se llama?
-Towa. – Mi hija había mantenido su nombre al ser de género ambiguo, por lo que no tuvo necesidad ninguna de inventarse uno nuevo para ocultar su sexo.
-¿Apellido? – Inquirió la muchacha, alzando una ceja.
-Taisho. – Y también hacía decidir mantener el nombre de familiar que hacía referencia al abuelo que nunca había conocido, por algún motivo.
-Hmm… - Reflexionó ella, cruzando los brazos bajo su pecho. – No le conozco personalmente, pero puedo intentar averiguarlo.
Mi corazón se llenó de una calidez indescriptible, a pesar de que me estaba esforzando por ignorarla.
-Se lo agradecería enormemente. – Respondí de forma escueta.
Pasé el día profundamente inquieto, sin atreverme a mostrar signos de recuperación completa por temor a ser devuelto al campo de batalla inmediatamente. Y no porque me asustase pelear o perder la vida, sino porque si me destinaban a otro batallón podrían separarme de Towa indefinidamente. Y si ella quería seguir sus días como soldado, prefería poder continuar a una distancia desde la cual pudiera seguir protegiéndola.
No fue hasta bien entrada la noche que recibí noticias por parte de la enfermera Tachibana.
-Buenas noches, señor Taisho. – Me saludó ella, recordando el apellido falso que le había dado. – Siento molestarlo a estas horas.
-No podía dormir mientras aguardaba por usted. – Le contenté con más anhelo del que me hubiese gustado mostrar.
La muchacha se sonrojó, posiblemente malinterpretando mis palabras.
Un soldado herido a lo lejos comenzó a estornudar un par de camas más allá. Era difícil determinar si lo había hecho a propósito o si se trataba de sus síntomas tras haber inhalado pólvora.
-Iré al grano para no perturbar el descanso del resto de pacientes. – Susurró ella en esta ocasión, haciendo su voz mucho más dulce e íntima con aquel tono. – Mire, he estado preguntado a todas mis superioras, he consultado todas las listas de pacientes registrados, y…
No figuraba por ningún lado el nombre de Towa Taisho. – Admitió, frunciendo los labios. – Lo siento muchísimo…
Contuve la respiración unos segundos, tratando de contener el pánico. Si mi hija había huido, podía ser que se encontrase a salvo en otro lugar. Siempre y cuando… No hubiera muerto en batalla.
-¿Y los informes de bajas? – Inquirí. - ¿Sabes si ha llegado el cuerpo de algún muchacho con el cabello plateado como el mío…?
La mujer negó con la cabeza lentamente, cruzando las manos sobre el regazo.
-Lo comprobé también, por si acaso, pero… Tampoco pude averiguar nada.
Respiré profundamente. Si no había cadáver, aún existía la posibilidad de que estuviese a salvo. Cerré los párpados y apreté los puños con fuerza mientras me concentraba en aislar todos los estímulos que me rodeaban.
Si Towa seguí viva, tenía que ser capaz de sentirla, de percibir al menos su rastro. Por lejano que fuese, confiaba en que mis capacidades me permitieran asegurarme de que estaba bien.
Todo mi cuerpo se tensó al percibir que me costaba distinguir esencias. El don que me había permitido reconocer mis alrededores desde que tenía memoria se sentía significativamente atrofiado. Era como si la pólvora de los disparos occidentales hubiera taponado mis fosas nasales, produciéndome un desagradable picor en toda la vía respiratoria. El empalagoso olor a jazmín de la mujer frente a mí se superponía a todo lo demás, impidiéndome distinguir nada con claridad.
Apreté la mandíbula, frustrado. Me estaba volviendo débil. No tanto como un humano, pero sí una sombra de lo que yo había sido. Y justo ahora cuando más necesitaba de mis habilidades para encontrar a la persona que más atesoraba en el mundo entero.
Mientras mi mente daba vueltas en una espiral de autocompasión, sentí unos brazos rodear mis hombros con delicadeza y no pude evitar sobresaltarme. Retrocedí como un maldito herbívoro asustado. Y para más inri, el causante había sido el tierno abrazo de la mujer con el rostro de mi esposa frente a mí.
-¡¿Qué diablos pretendéis arrojándoos sobre mí, mujer?! – Exclamé, furioso conmigo mismo, fuera de mí.
La joven se encogió sobre sí misma, con el arrepentimiento dibujado en el rostro. Varios ojos curiosos se habían vuelto hacia nosotros para observar la escena, alterados por el escándalo.
-N-no es lo que piensa, yo… - Balbuceó la enfermera Tachibana, a punto de una crisis nerviosa. – Estoy prometida, solo… He pensado que podía necesitar un abrazo después de la noticia que le acabo de dar… Se le veía tan des…
-No lo necesito. – La reprendí duramente, interrumpiendo sus explicaciones. – Sólo quiero estar solo. Marchaos.
Tachibana me observó con los ojos al borde de las lágrimas, y supe que me que estaba comportando como un auténtico imbécil con ella sin motivo.
-L-lo siento. – Musitó antes de darse media vuelta y desaparecer de mi vista.
Algunos se quejaron de que el espectáculo hubiese acabado tan pronto como había comenzado. Los enfermos tenían demasiado tiempo para aburrirse mientras se recuperaban, sin duda.
Yo me di la vuelta en el catre, ocultando mi rostro lo máximo posible entre las sábanas. Aunque no podía negar la punzada de culpabilidad que acosaba mi pecho, en realidad, sabía que aquello era lo mejor para ambos.
Si siendo desagradable podía alejarla de mí antes de que convirtiera su vida en un infierno, podría al menos salvarla. Además, estaba prometida…
De modo que era mejor que no volviera a dedicarme un solo pensamiento, y se centrara en la vida tan corriente y humana que tenía por delante.
No necesitaba a un monstruo como yo dándole la vuelta a todo su universo, rumbo a una inevitable tragedia.
Me escabullí en mitad de la noche, incapaz de afrontar la posibilidad de tener que ver a la enfermera Tachibana de nuevo. Además, tampoco dejaba de pensar en qué había sido de Towa, por lo que mi prioridad debía ser encontrarla, con o sin la ayuda de mi sensible olfato.
Más perdido de lo que nunca me había sentido en mi vida, peiné las zonas adyacentes al lugar donde había tenido lugar la batalla, sin obtener ni rastro de ella. Ni un solo cabello, ni restos de su esencia medio demoníaca.
Desesperado, me sumí en una espiral de paranoica locura, buscando día y noche; en forma de humano y de demonio; poniendo todas mis habilidades a prueba para encontrar a Towa. Las estaciones se sucedían unas tras otras sin éxito. Tuve que rebajarme incluso a preguntarlo a humanos y demonios por igual, en busca de cualquier mínima pista que me condujese hacia ella.
Un grupo de tanukis con su madriguera en la base de un árbol me aseguraron que habían avistado inugamis en las cavernas que rodeaban una cascada al otro lado del bosque, de modo que me dirigí a aquel lugar sin pensarlo dos veces.
La luna llena se deshacía sobre mi cabeza, dando paso a un tímido amanecer, cuando finalmente encontré la cascada que me habían indicado los asustadizos yokais. A pesar de la humedad del lago que rodeaba la cascada, mi nariz logró capaz un olor que se le hacía extremadamente familiar. Tanto, que ni siquiera intenté rodear el aluvión para mantenerme seco.
Atravesé el aluvión con paso firme, evitando que mis pies resbalasen. Mis ropajes doblaron su peso al quedar empapadas, pero nada de eso importaba. Solo podía pensar en lo que iba a encontrarme dentro de esa caverna…
-¡Towa! – Llamé con desesperación al acceder al escondite de piedra.
Pero lo único que me respondió fue el eco de mi propia voz. Mis ojos se ajustaron rápidamente al cambio de iluminación, y entonces fue cuando lo vi.
El rastro de Towa que había captado conducía hacia un rastro de color carmesí que salpicaba el suelo y las paredes. En el centro de aquella macabra escena con un desagradable regusto metálico, yacía la perla plateada que Towa había cargado en su ojo por siglos. Un tesoro del que ella no se separaría por nada en el mundo.
Me acerqué con paso deliberadamente lento, tratando de procesar la situación. Me agaché para recoger la joya y mis dedos se mancharon de sangre. El fluido vital de mi hija.
Destrozado hasta la médula, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas al saberme completamente solo en el mundo. Aunque preferí pensar que el líquido que goteaba por mi rostro se trataba del agua que se escapaba de mi empapado cabello.
Qué estúpido fui al pensar que eso podía hacer desaparecer el dolor sordo que atravesaba mi alma de un extremo al otro.
-Al reencontrarme con Towa en este siglo le pregunté cómo logró darme esquinazo hasta que llegué a creerla muerta. - Continuó la voz del profesor Taisho a través de mis auriculares. – Me explicó que ocultó su esencia y la de Inuyasha a diario con ayuda de la receta que le dejó Rin… ElKaorique ya le escuchaste mencionar una vez.
Eso sumado a que mi olfato nunca volvió a ser el mismo desde aquella batalla… Me dificultaron rastrearla con precisión, incluso cuando el efecto de la fragancia comenzaba a diluirse con el paso de las horas. Ni siquiera pude notar el regusto metálico de su sangre hasta que no la tuve prácticamente frente a mis ojos, camuflada bajo la humedad del agua que rodeaba la cueva… - El volumen de sus palabras se iba apagando, como si le costase mucho reconocerse a sí mismo que había perdido facultades.
Aunque a mí me seguía pareciendo increíble que pudiera notar mi presencia segundos antes de que me presentara en la puerta de su casa. Pero no pensaba que era fuera a darle consuelo alguno, sobre todo si siempre había confiado en su sentido del olfato como decía…
Imaginé que yo me sentiría parecido si perdiese movilidad en algunas de mis piernas o brazos. Podría seguir viviendo, pero seguramente notaría en cada actividad cotidiana cómo se habían mermado las facultades físicas que había dado por sentado desde mi nacimiento. No sonaba como una situación agradable que enfrentar, desde luego.
Un tenso silencio siguió hasta el final de la nota de voz del profesor Taisho. Sin pensármelo dos veces, pulsé el botón de reproducción del siguiente audio…
-Bueno, perdona que me ya ido un poco por las ramas con mis cavilaciones. – Se disculpé con la voz mucho más clara y potente. – Centrándonos en Rinako, como te habrás imaginado, su nombre completo era Rinako Tachibana.
A pesar de que traté de alejarme de ella lo máximo posible cuando la conocí como enfermera, eso no evitó que nuestros caminos se volviesen a cruzar años más tarde…
Me arranqué los auriculares de los oídos de un tirón, escuchando cómo por megafonía se anunciaba el nombre de mi parada. No podía permitirme saltármela, puesto que la siguiente estaba a kilómetros de distancia a través del campo. Me puse en pie de un salto y presioné el botón de "parada solicitada".
Aprovechando los últimos segundos antes de que el autobús se detuviese, aproveché para guardar mis auriculares y teléfono móvil en el bolso rápidamente.
Tendría que dejar los audios de Sesshomaru para otro momento, había llegado la hora de regresar al trabajo.
Seguí las indicaciones que me había dejado Mai por escrito hasta llegar a una enorme mansión de estilo occidental. Una imponente verja se alzaba alrededor del prístino edificio, adornado con enredaderas que trepaban hasta lo más alto de la muralla de acero. Me recordaba a cómo describían los palacios en los cuentos de hadas.
Al acercarme al portón frontal me encontré con una mujer vestida con un uniforme oscuro y que cargaba con un walkie talkie en el cinturón. La visera de su gorra oscurecía las facciones de la mitad superior de su rostro, pero la agria línea de sus labios era perfectamente visible. Tenía el perfecto semblante de un guarda de seguridad centrado en sus deberes.
-¿Quién va? – Me increpó la mujer con firmeza. - ¿Tienes cita con la Señora Miyanishi?
Tragué saliva antes de asentir, intentando controlar la sudoración de las palmas de mis manos. Con dificultad, extraje de mi bolso la tarjeta de identificación que me debería haber colgado al cuello desde que me había bajado del autobús (lo cual se me había olvidado por completo).
-S-sí. – Respondí con menos convicción de la que me hubiera gustado. – Mi nombre es Kaori Hanazono, vengo en representación de la marcaNadeshiko. Habíamos agendado una cita hoy para…
Pero la mujer de seguridad ya no me estaba escuchando. Había tomado su walkie talkie y se comunicaba con alguien probablemente de rango superior. Tras explicar el motivo de mi presencia, rápidamente escuché cómo la autorizaban para dejarme pasar al interior, para mi alivio.
La señora Tsubame Miyanishi se trataba de una adinerada viuda que había invertido mucho en acciones deNadeshiko, motivo por el cual era tratada como una clienta VIP y preferente. Esa misma mujer era la que me había interesado por mis diseños tras la salida de la colección de otoño. Y ahora quería que crease un kimono exclusivo para ella porque quería llevarlo para presentar sus respetos al templo en Año Nuevo.
Apenas podía creerme que me hubieran encargado a una clienta tan especial como ella. Y mucho más me costaba creer que la señora Miyanishi me hubiese pedido a mí expresamente para la ideación de las galas de una velada tan especial como la de fin de año.
Era como un sueño hecho realidad. Un gran paso en la dirección que había querido seguir toda mi vida.
A pesar de mi enorme ilusión por aquel proyecto, no dejaba de pensar que aquella mujer estaba acostumbrada al refinamiento de la ropa tradicional deNadeshiko, por lo que me preocupaba no estar a la altura de sus expectativas. Me sentía completamente fuera de mi elemento, pero no pensaba permitir que eso me echase hacia atrás. Si una marca tan reconocida estaba confiando en mí, no podía comenzar a dudar de mis capacidades, sin las cuales jamás se me habría presentado aquella oportunidad.
Dejé que otra mujer del servicio me recibiera a las puertas de la mansión y me condujese por sus innumerables pasillos. El interior resultaba más impecable incluso que el exterior, decorado como un museo de arte, con pinturas de diferentes épocas y estilos adornando las paredes. El suelo era de mármol, haciéndome temer resbalar en cuanto me descuidase. Me preguntaba cómo la persona que me estaba guiando no perdía el equilibrio sobre sus tacones que repiqueteaban a toda velocidad.
Después de subir varias escaleras forradas con alfombras de terciopelo plateado, llegué a lo más alto de la mansión. Una vez allí la ama de llaves llamó a una puerta con los nudillos, cuando una voz femenina respondió desde el interior:
-Adelante.
Su voz sonaba poderosa, densa y llena de soberbia. Con el corazón en un puño, accedí a la sala donde me esperaba una mujer de refinada belleza.
Tsubame Miyanishi aparentaba mucha menos edad de la que tenía, según Mai, la mujer se encontraba en sus cincuenta. Y sin embargo, su piel de porcelana le confería un aspecto etéreo, como si los años no pudieran pasar por ella. Sus labios estaban pintados de carmín y sus pestañas se veían largas como los pétalos de una flor. Su cabello azabache contrastaba con el color pálido de su piel, cayendo como una cascada sobre sus hombros y hasta cubrirle el pecho. Emanaba un rico perfume floral que llenaba cada rincón de la estancia con su distinguida presencia. Me observaba con ojos de color ámbar que se asemejaban al tono del oro viejo fundido, con los que parecía que podía ver a través de mi alma.
Un urgente sentido de alarma despertó en mi al compararla con la descripción de la asesina de Iori. A pesar del terror que amenazaba con poseerme, me obligué a enfrentar su penetrante mirada. La estudié con detenimiento, buscando en sus ojos las marcas circulares que pudieran delatar que llevaba lentillas, y la escudriñé en busca del color esmeralda que podía subyacer bajo aquellos irises meloso.
Sin embargo, la tensión comenzó a abandonar mi cuerpo lentamente al darme cuenta de que no llevaba ningún tipo de lente de contacto. De modo que no tenía nada que temer de aquella mujer, y por eso mismo no corría peligro alguno, me repetí a mí misma.
-Encantada de conocerla, señora Miyanishi. – La saludé, dedicándole una amplia reverencia. – Mi nombre es…
-Kaori, ¿verdad? – Completó ella con una sonrisa encantadora. – He visto tus trabajos, querida, tu fama te precede.
El rubor se instaló a toda velocidad en mis mejillas ante el inesperado cumplido.
-No merezco tales halagos, Señora…
-No seas tan modesta. – Me animó la mujer, ampliando la sonrisa que le alcanzaba hasta los ojos. – Bien, ¿qué propuestas me traes para mi kimono de Año Nuevo?
Tras haber concretado los detalles sobre diseño y materiales, procedí a tomar las medidas necesarias para que le encajase como un guante. La mujer se desvistió mientras yo sacaba mi bloc de notas y mi cinta métrica para anotar los resultados.
A pesar de que ese método permitía una mayor exactitud, siempre que debía acercarme a alguien con tan poca ropa para realizar mediciones procuraba lanzar el menor números de miradas indiscretas posibles. No me gustaba incomodar a la otra persona, de modo que mantenía una actitud lo más profesional posible.
Sin embargo, no pude evitar que me llamase la atención la forma del vientre de aquella mujer. Era la única parte de su cuerpo que no se veía tersa como la porcelana, y que mostraba disimuladas estrías siguiendo la dirección de su ingle.
Parecían los signos de un anterior embarazo.
-¿Tiene hijos, señora Miyanishi? – Le pregunté de forma casual. Vivía en una casa demasiado grande para una sola persona.
Mi única intención era darle un tema de conversación sin más importancia, de modo que eso la pudiera distraer de su estado de semi-desnudez mientras tomaba sus medidas.
Sin embargo, supe que había sido una equivocación cuando me respondió con tono sombrío:
-Tuve uno, sí, pero lo perdí. Igual que a mi marido.
-Lo… lo siento mucho. – Reculé, decidida a cerrar el pico durante el tiempo que me quedaba allí para evitar volver a meter la pata.
Para mi fortuna, la dama no pareció molestarse por mi intromisión. A cambio, fue esta vez ella quien inquirió de forma indiscreta:
-¿Y tú, muchacha? ¿Algún hombre en tu vida que te quite el sueño?
Tragué saliva, nerviosa.
-¿Por qué lo pregunta…? – Traté de desviar el tema mientras apuntaba casualmente en mi bloc de notas.
-Reconocería ese tipo de círculos oscuros bajo los ojos en cualquier lado, querida. – Añadió con gesto divertido. – Yo misma he pasado muchas noches en vela por uno que no correspondía mis sentimientos.
La señora tenía razón en que me costaba mucho dormir desde lo sucedido en el ryokan, pero ni podía ni quería explicarle nada sobre mi vida privada. Se trataba de una clienta y nada más.
Ante todo, cordialidad.
-Es usted la sabia voz de la experiencia. – Comenté con una sonrisa amable. – La verdad es que sí… Las relaciones son muy complicadas hoy en día.
-Y en todas las épocas. – Espetó la mujer.
-Claro, claro… Por supuesto. – Le di la razón, tratando de calmar su temperamento. -Siempre nos quedaran la familia y las amigas, ¿verdad? Ellas nunca traicionan.
La señora bufó, con una sonrisa divertida en los labios.
-¿Quién necesita a esas víboras envidiosas alrededor?
Problemas familiares y misoginia interiorizada. Aquella señora tenía el pack completo.
Sin embargo, aunque no se mostrase afectada por ello, la soledad había hecho una mella más que patente en la mente de aquella mujer. En ocasiones su mirada me atravesaba como si quisiera taladrarme con ella; y un momento más tarde, sus ojos se perdían en la nada más absoluta. Extrañada por sus excéntricos comportamientos, pensé que podía tratarse de alguna enfermedad neurodegenerativa en sus estadios más tempranos.
No pude evitar sentir lástima por ella, recluida en esa mansión con la única compañía de las empleadas a las que les pagaba por estar allí. Era como si no conociera otro tipo de conexión más genuina en el mundo.
Y sus pertenencias, claro. Todo lo que la rodeaba era exquisito.
-Puede vestirse, señora Miyanishi. – Le dije, aliviada de poder terminar aquella incómoda conversación en la que no tenía intención de involucrarme más de lo necesario. – A mediados de noviembre volveré a citarla para realizar la primera puesta con sus correspondientes ajustes, ¿de acuerdo?
La mujer sonrió con los ojos llenos de una emoción vivaz. Su atuendo de Año Nuevo parecía lo único que le brindaba felicidad en aquel momento de su vida.
-Estaré deseando recibir su llamada, querida.
Notas: Espero haber innovado un poco el formato de los relatos de Sesshomaru intercambiando las conversaciones en persona por las notas de voz vía chat. No quería que se hiciera repetitivo el modus operandi, y tampoco tenía mucho sentido que él y Kaori se vieran demasiado, por lo que quiero pensar que ha sido una buena solución.
El momento en el que Sesshomaru asume la muerte de Towa y su consucuente soledad eterna... Os prometo que me parte el corazón, y tuve que volver a releer su reencuentro en el presente porque ES para estar dolido con ella. Es lo único que le puedo conceder al hombre que tiene derecho a reclamar, sinceramente.
Admito que también me dolió escribir a un Sesshomaru tan reactivo y reacio al contacto con la nueva reencarnación de Rin, aunque me resulta de lo más coherente llegados a este punto.
¿Qué opináis de momento de la enfermera, Rinako? He mencionado brevemente que su muerte fue pacífica, ¿pero no os da curiosidad saber un poco más sobre cómo acabó su vida? Se descubrirá en la siguiente actualización, jejej.
Por el lado de Kaori, tenemos a la pobre muchacha extremando precaciones y saltando a la mínima señal sospechosa, y no la culpo por ello... Aunque al menos parece que su vocación profesional está comenzando a encaminarse, y me alegro mucho de poder dejar que le vaya bien al menos en ese aspecto.
Nos leemos en dos semanas, y a ver si consigo ponerme un poco las pilas con la escritura. ¡Mil gracias por seguir mi historia hasta este punto!
