Notas: ¡Feliz domingo! Siento que hace una eternidad que no actulizo, aunque simplemente hayan pasado las dos semanas reglamentarias.
Últimamente he podido retomar la escritura un poco más, aunque admito que el capítulo 49 aún no está completo, pero confío en tenerlo sin retrasos para la próxima actualización.
Siento que esta historia se ha vuelto más lenta y angustiosa de lo que pretendía, y lo siento por ello pero por ello mismo quiero comentar que el título del capítulo refleja cómo se siente una después de leerlo. Ya me comentaréis vuestras impresiones, espero que os cure tanto como a mí.
Los siguientes audios de Sesshomaru los fui escuchando a saltos entre mis desplazamientos y mis descansos en la floristería de la señora Takahashi, donde seguía trabajando a jornada reducida. El encargo para la señora Miyanishi me consumía la mayor parte de mi tiempo de casa, por lo que para cuando me obligaba a soltar el proyecto, necesitaba invertir el escaso tiempo libre en mi propio bienestar.
Aunque, a diferencia de unos meses atrás, no podía ver series ni consumir contenido en ningún otro formato. Tenía la mente demasiado enturbiada como para concentrarme en entender ningún tipo de universo ficticio.
De modo que había decidido reconectar con mis amigos Tomoki y Momoka, sumándome nuevamente a las quedadas hasta altas horas en laizakayade siempre. Escuchar sus anécdotas y hacernos reír sanaba mi alma, permitiéndome regresar momentáneamente a la mediocre normalidad de la que había disfrutado antes de conocer a Sesshomaru.
Además, comenzaba a extrañar a Ayumi, y me sentía incapaz de escuchar las canciones que su grupo había publicado en todas las plataformas destreaming. Como estaban promocionando sin parar, me constaba que habían sido invitadas a algún que otro programa de radio o televisión, por lo que no me atrevía a encender dichos medios bajo ninguna circunstancia. Aunque nada de eso impidió que me encontrase con el anuncio publicitario de una marca de cosmética con el perfecto rostro de mi exnovia como imagen comercial.
Sentía que no tenía derecho a echarla de menos cuando había elegido a otra persona a nivel romántico. Una decisión que volvería a tomar una y otra vez, aunque no por ello dejaba de frustrarme pensar en si, con ella, todo hubiera sido mucho más sencillo…
Me había convertido en una persona terrible, valorando qué relaciones me convenían más en función de su complejidad, como si se tratasen de piezas desechables.
No me sentía de humor aquella noche para encontrarme con Tomoki a solas (nuestra amiga la peluquera había anunciado que no podría acudir en aquella ocasión). No cuando él leería lo que sentía en mi interior como un libro abierto. De modo que le dije que no me esperase, que tenía que seguir trabajando en casa.
Él ni siquiera protestó o intentó convencerme, como solía hacer. Seguramente había percibido que me encontraba dispersa, y que necesitaba mucho más espacio del que me costaba reconocer.
De modo que, tras cerrar la floristería de la señora Takahashi, caminé sin rumbo por las calles de Tokyo. Sintiendo que no tenía un lugar al que regresar. Que algo muy importante faltaba en mi vida, la cual se comenzaba a sentir vacía. Recurriendo al final a lo único que podía darle un mínimo de paz al torbellino en mi cabeza…
La voz de Sesshomaru.
Mi entrenamiento como médico bajo la tutela de doctor del pueblo duró dos años, cuando una prematura muerte nos lo arrebató. Tras hacerle una autopsia, comprendí que se había debido a una parada cardiorrespiratoria.
Como siempre, la vida humana era tan frágil que podía extinguirse en un suspiro.
Comprometido con el pueblo que me había acogido como uno más, a pesar de las sospechas que solían despertar los forasteros, decidí seguir con la profesión de mi mentor. Aquella misión le daba sentido a mis interminables días, y me distraía de pensar en todo lo que había perdido.
Y lo que le daba luz eran mis frecuentes visitas a la Iglesia donde trabajaba Rinako.
Después de que yo me hubiera dedicado en cuerpo y alma a la medicina, no había podido seguir ayudándola en sus repartos de bollos europeos. De modo que había tenido que renunciar a ese puesto por salud, relegando a otra monja más joven como repartidora. Yo me había negado a dejar de ver su sonrisa llena de arrugas, por lo que nunca faltaba a mi rutina de acercarme hasta el convento a comprar los dulces que después les ofrecía a mis pacientes.
-Gracias por venir a comprar nuestros dulces todas las semanas, joven. – Me dijo la anciana mientras me tenía un cofre de madera que contenía los bollos, aún calientes en su interior. – Que sepas que nos haces el negocio con tus generosas contribuciones.
Le devolví la sonrisa, incapaz de disfrazar del todo las emociones que aquella mujer me hacía sentir. Seguía viéndose hermosa en mis ojos, a pesar de su avanzada edad y de los pliegues de su piel.
-El placer es todo mío. – Respondí con educación mientras aceptaba la cajita. – Tengo suerte de poder adquirir unos manjares así tan a menudo.
Rinako debió de intuir que estaba bromeando, porque dejó escapar una sonora carcajada ante mi comentario. No debía de haber olvidado la expresión de desagrado de mi rostro la primera vez que probé aquellos empalagosos bollos.
-Puedes ahorrarte las zalamerías conmigo, muchacho, ya estoy muy anciana para aceptar pretendientes. – Bromeó la monja con una pícara sonrisa. – No me dirás que no tienes ya una prometida, con lo apuesto que eres.
No era la primera vez que la anciana hacía insinuaciones a mi continuada soltería. Y mi corazón se resquebrajaba un poco más cada vez que lo hacía, aunque no tenía palabras para explicarle mi situación emocional.
Tampoco me hubiera creído, de habérselo explicado.
-No… No estoy muy interesado en esos asuntos. – Dije, rehuyendo el tema sin discreción alguna. Sabía de sobra que me incomodaba.
Sin embargo, en lugar de dejarlo estar como era costumbre, en esta ocasión, la expresión de Rinako se contrajo en una de preocupación.
-Deberías planteártelo seriamente al menos una vez en tu vida, sé de lo que hablo. – Sentenció de forma casi sombría, proyectando sus propias penas en mí. - Antes de que te des cuenta de que te has vuelto mayor y no tienes a nadie a tu lado. – Insistió, ante mi falta de reacción. - Las oportunidades a veces pasan frente a nuestros ojos sin ser conscientes de que jamás volverán. No me gustaría que tuvieras los mismos arrepentimientos que esta vieja.
Me forcé a responderle con una sonrisa. Comprendía que sólo estaba preocupada por mí. Aunque la mujer desconocía que yo ya había pasado el proceso de soledad y duda existencial que ella describía. En varias ocasiones y durante siglos.
Después de todo, desde su punto de vista, yo seguí siendo un joven al que le faltaba mucho por vivir.
Porque ella no sabía que yo ya había experimentado el amor de mi vida y que lo había perdido para siempre. Y que, de alguna manera, ella representaba a aquella mujer.
Puede que fuese una locura, pero si se sentía tan sola cómo decía, si tanto se arrepentía de no haber seguido la vida tradicional de una mujer casada para dedicarse a la fe…
-Lo pensaré, aunque… En realidad, sí que tengo a una persona en mente. – Me aventuré a comentar, tentado por la remota posibilidad que pasaba por mi mente.
-¿Ah, sí? – Inquirió ella, un brillo de vitalidad instalándose en sus orbes castañas - ¿Y cuál es el nombre de la afortunada?
Se me detuvo la respiración por un momento. Debía parar en ese instante. Era una locura pronunciar su nombre…
-… Rin. – Murmuré, jugándome mi mano completa con aquella carta.
La anciana me miró con incredulidad durante unos instantes, analizando aquella sencilla palabra como si se tratase de un rompecabezas. Entonces, la paz inundó sus facciones antes de compartirme su sabiduría:
-Regálale flores para demostrárselo, muchacho. A las jovencitas les encantan.
Su respuesta delataba dos cosas: la primera; que no había tomado en serio mi confesión, asumiendo que me refería a una chica del pueblo. Y la segunda…
Que a las ancianas como ella también les hacía la misma ilusión la idea de recibir un ramo de flores.
A la semana siguiente de esa conversación, me dirigí una vez más al convento para comprar bollos de miel recién horneados. Sin embargo, me encontré con una monja que no conocía atendiendo el puesto de venta al público.
Me dijo que la Hermana Rinako no se sentía muy bien, y que estaba descansando. Le imploré que me dejara pasar a verla, pero se negó a dejar pasar a un hombre dentro del complejo. Ante mis súplicas, dijo que podía esperarla en el jardín trasero de la Iglesia, donde había unos bancos donde los devotos podían tomar asiento para pensar en Dios.
Le di las gracias con una amplia reverencia y me dirigí hasta el lugar indicado. El largo asiento labrado en madera me resultaba bastante similar a los que había dispuestos dentro de la Casa del Señor, como la llamaban los cristianos.
Esperé unos interminables minutos hasta que vi a la anciana monja aparecer, sin su hábito, caminando con paso ralentizado en mi dirección. Era la primera vez que la veía en kimono, con sus largos cabellos canosos recogidos en un holgado moño sobre la nuca.
Estaba tan radiante que no pude evitar ponerme en pie de un salto al verla.
-¡Venerable Rinako…! – Jadeé, apresurándome hasta llegar a su lado para tomarla del brazo con familiaridad. – Puedo ayudaros si os cuesta andar sola…
La anciana permitió el íntimo contacto mientras sus ojos permanecían clavados en el lugar donde yo había estado sentado. Sobre la superficie del banco yacía el ramo de flores que yo mismo había confeccionado para ella.
-Sesshomaru… - Me llamó, pasando con suavidad la mano sobre mi antebrazo. - ¿Qué quiere decir esto? ¿A qué has venido? – Me interrogó, confundida.
Parecía no creerse que estaba allí por ella. No por los bollos. No por fe a la Iglesia. Ni por mi deber como médico.
Única y exclusivamente por ella.
-He venido a declararle mi amor a la mujer que adoro. – Respondí, emocionado como hacía siglos que no había estado, a la par que asustado.
Rinako suspiró, alejándote en esta ocasión de mi contacto.
-No hace falta que te burles así de esta anciana, Sesshomaru…
-No se trata de ninguna broma. – Le aseguré, serio. – Sois una persona especial para mí, y detesto ver cómo vos misma os creéis indigna del amor ajeno.
Y eso mismo sentía por ella. Aunque no terminaba de discernir si se trataba de un sentimiento romántico, yo… La apreciaba con todo mi ser. Porque me había sacado del vacío al que había estado a punto de caer cuando lo había perdido todo, porque había creído en mí, y en que podía servir para algo más que para sesgar vidas.
Era la primera vez que alguien me hacía darme cuenta de que no tenía que volver a usar mis poderes destructivos jamás. Que podía mezclarme, tratar de ser uno más, volverme…
Más humano.
Conmovida, la anciana caminó hasta el banco de madera, donde tomó el ramo de flores con ambas manos. Aspiró su aroma lentamente, y me sonrió.
-Muchas gracias, joven. – Musitó. – Siento haber malinterpretado vuestras intenciones.
Rinako se aquejó entonces de un pinchazo de dolor a la altura de los riñones, por lo que la insté a tomar asiento. La mujer exhaló un profundo suspiro al hacerlo, como si su peso le resultase demasiado como para moverse con facilidad.
-Hay algo de lo que me gustaría hablaros. – Anunció la anciana, alzando la vista al cielo.
Tenía la mirada perdida en el horizonte, como si pudiera ver algo más allá del firmamento que a mí se me escapaba.
-Os escucho.
Rinako cruzó los brazos sobre el regazo y volvió su rostro hacia mí, con la barbilla bien alta como siempre.
-Hace muchos, muchos años, cuando aún trabajaba como enfermera, y me encontraba prometida… Conocí a un soldado igualito que vos. – Todo el aire pareció salir a presión de mis pulmones en ese momento. - Con el mismo cabello plateado, con la misma mirada llena de dolor. – Contuve la respiración mientras asentía, escuchando con atención como si no tuviera ni idea de lo que me estaba contando.
Lo que más acongojaba a aquel hombre, sin embargo, no eran sus heridas físicas, sino que había perdido a su hijo en batalla. Su sufrimiento era tan palpable que hice todo lo que estuvo en mi mano por averiguar el paradero de su hijo, sin resultado…
Siempre me sentí culpable por no haber podido asistirles en su reencuentro. Culpable porque aquel soldado herido se marchase antes del alta para buscarle, perdiendo la vida en su búsqueda, seguramente…
No sé si tuvieron la dicha de llegar a reencontrarse, pero al verte… Supe que Towa Taisho debía de haber sobrevivido. Porque sólo puedes ser su hijo, ¿verdad?
Dejé al aire acceder nuevamente mis pulmones lentamente, aliviando mi sensación de asfixia. Había reconocido mi apellido cuando se lo había dicho. Pero, afortunadamente, jamás había sospechado que pudiese tratarse de la misma persona.
Había asumido que nuestro parecido debía de tratarse de la herencia genética del soldado que había atendido en su juventud.
-A… así es. – Mentí, confirmando la versión que ella creía cierta. – Mi padre me contó que me puso el mismo nombre que mi abuelo en su honor, Sesshomaru Taisho… Aunque jamás llegué a conocerlo.
La anciana Rinako sonrió, con los ojos llenos de lágrimas, aunque no llegó a derramarlas. Se las secó con las yemas de los dedos, esquivando mi mirada.
-Me enamoré profundamente de tu abuelo al verlo, ¿sabes? – Admitió con la voz tomada por la emoción. – Lejos de alejarme, su esquiva actitud y su evidente sufrimiento me despertaron el instinto de querer estar ahí para él, de protegerlo de todo aquello que le pesaba en el alma… De no haber estado prometida, quién sabe… Quizás le hubiera confesado mis sentimientos. Jamás me hubiera vuelto una monja, alejada de todos los deseos terrenales.
He soñado mil y una veces con una vida a su lado… De forma tan vívida… Que pareciera que hubiesen ocurrido en otro universo.
Mi corazón se rompió en mil pedazos mientras la escuchaba hablar sobre lo que había sentido por mí. Que me había anhelado y necesitado toda su vida.
Y yo tenía que sentarme ahí, frente a ella, fingiendo que no era el objetivo de sus afectos.
Cuando todo lo que deseaba era tomarla entre mis brazos y besarle el rostro. Confesarle que me encontraba allí, y que no pensaba marcharme a ningún lado.
Que la amaba.
Una nueva de punzada de dolor me atravesó al ser consciente de que estaba volviendo a proyectar mis sentimientos por mi fallecida esposa en aquella mujer que no tenía nada que ver.
¿Y si aquellos sentimientos sólo se trataban de una réplica de los que tenía por Rin?
No podía hacerle eso. No, cuando ni siquiera yo mismo estaba seguro. Y no volvería a cometer los mismos errores.
-Rinako… - Fue todo lo que logré pronunciar, con el corazón en un puño.
La anciana cerró los ojos, en paz. Dejó caer su mejilla sobre mi hombro, apoyándose con aquella familiaridad que por siglos había añorado.
-Sí… Hubiera sido tan hermoso casarme con tu abuelo, Sesshomaru… No sabes cuánto me alegra haber podido conocerte y tratarte como mi propio nieto.
Sentí cómo las lágrimas caían por mis mejillas mientras escuchaba los últimos segundos de los audios que Sesshomaru me había mandado.
-Pocas semanas después de aquella conversación, Rinako falleció a causa de su avanzada edad. – Explicó la voz apagada del demonio a través de mis auriculares. – No sufrió, ya que se fue a dormir, y simplemente, a la mañana siguiente no despertó.
El Padre Oliver fue el cura encargado de oficiar el acto de su despedida. Después de la misa, me acerqué al féretro para despedirme de ella, y…
Su expresión era de la paz más absoluta. Pero lejos de sentir que había completado mi objetivo, sólo pude sentir frustración.
Sí, había fallecido apaciblemente, pero… Yo la extrañaba incluso más, ahora que había establecido un vínculo real con ella durante aquella vida. Uno sano, que no le hacía daño ni la ponía en peligro. Incluso si no era del todo romántico.
De modo que, aunque no me enorgullezco de ello… Utilicé la perla púrpura para desear su regreso. Para poder volver a verla sonreír hasta el último de sus días.
Al terminar el relato, bloqueé la pantalla del teléfono y saqué mi paquete de pañuelos de la mochila para limpiarme el rostro. También me soné los mocos con un estruendoso sonido mientras calmaba mis lloriqueos.
Agradecí internamente que no quedara nadie en el parque donde me había sentado a descansar a aquellas horas.
Aquel había sido el primer final hermoso que había tenido el alma de Rin, y aun así, se me había partido el corazón al pensar en cómo Sesshomaru había tenido que ignorar la confesión por parte de Rinako. Para protegerla, para no confundirla ni hacerle daño.
Para mí, no existía prueba de afecto más puro que aquella. La dejó marcharse sin saber nada que pudiera enturbiar su partida.
Fue feliz. Tuvo una vida plena, incluso si vivió con algunos arrepentimientos, como tenemos todos los seres humanos.
Resultaba una conclusión tan hermosa, aunque a la vez tan amarga, que no podía dejar de llorar, perdida en la emoción del relato.
Sobre todo porque, en mi cabeza, no dejaban de resonar las palabras del demonio. Aquella que juraban con firmeza no confesar sus sentimientos a Rinako en vano. Porque él no quería profesarle el amor que guardaba por Rin a otra mujer, por mucho que se le pareciese.
Y, sin embargo, ese mismo miedo había impedido que yo me creyese ninguna de sus confesiones. El hecho de que se hubiera negado a sí mismo el involucrarse románticamente con Rinako hablaba mucho de cuánto debía de haber reflexionado antes de hacerme saber a mí misma lo que le hacía sentir.
Sesshomaru me quería. A mí, por quien yo era. De forma totalmente independiente de lo que sentía por Rin.
Y mis inseguridades sumadas al desafortunado orden de los acontecimientos me habían impedido confiar. Había roto mi corazón en pedazos cuando él había tomado todas las precauciones de rodearme de algodones antes de hacerme saber nada en firme.
Sus palabras no habían sido en vano. Y yo le había alejado de mí otra vez, como una idiota que no era capaz de ver la realidad frente a sus narices…
-Ka… ¿Kaori?
Alcé la vista para encontrarme con la cándida voz que me sacó de mis pensamientos. Como si se tratase de la aparición de un ser celestial, un par de ojos dorados observándome con preocupación. Vestía un conjunto deportivo en tonos grises, y algunas gotas de sudor le caían por la sien.
Parpadeé un par de veces, incapaz de procesar la visión frente a mis ojos. ¿Desde cuándo los ángeles vestían chándal?
Con el cuerpo medio ladeado, como si temiese acercarse más directamente a mí, Sesshomaru me tendió la mano con dulzura.
-¿Va todo bien? – Me preguntó, ante mi ausencia de reacción. - ¿Puedo ayudarte de algún modo?
Solo en ese momento fui consciente de que le estaba viendo de verdad, y que no se trataba de una ilusión creada por mi cabeza. Se trataba de Sesshomaru, sin lugar a dudas, pero…
Había algo que rompía con la imagen familiar que tenía del demonio que conocía. Y eso me dejaba aún más descolocada.
-Te… ¿Te has cortado el cabello? – Balbuceé, incrédula, ignorando por completo las preguntas que me había dirigido Sesshomaru en primer lugar.
-Ehm… Así es. – Respondió, algo desconcertado.
La larga cabellera del demonio había sido reemplazada por un corte con mechones no más largos que mis dedos. Sus facciones se veían rejuvenecidas con el cambio, hasta el punto de que me costaba recordar que se trataba de un demonio milenario. La nuez que se le marcaba en la garganta resultaba mucho más visible, y los pómulos se veían acentuados por los picos de cabello que le caía sobre la frente y las sienes. Incluso sus ojos parecían más rasgados, como los de un carismático modelo de revista con apariencia felina.
-Oh… Echaré de menos tu cabello largo. – Comenté alzando la mano hacia él, imitando el gesto de cuando sostenía sus largos mechones entre mis dedos.
¿Qué diantres me sucedía? El profesor de historia sólo había ido a la peluquería, como cualquier otra persona normal. Un cambio de look sin más.
¿Y por qué estábamos hablando de su cabello cuando él me había pillado llorando a moco tendido en un parque por la noche?
Tan surrealista como era la situación, él respondió con una extraña tranquilidad a mis comentarios.
-No tenía ni idea de que te gustase tanto. – Admitió Sesshomaru. – Puedo dejarlo crecer hasta que alcance el largo de antes, si quieres. – Negué brevemente con la cabeza, él era libre de estilizar su cabello como se sintiese a gusto, faltaría menos. - Siento haberte sorprendido, Kaori, pero… ¿Estás bien?
Claro, era yo quien había ignorado deliberadamente sus preguntas desde un inicio, resultando en la incómoda conversación sobre su aspecto físico… En esos momentos, quizás únicamente era capaz de mantener conversaciones banales para bloquear todo lo que había sentido al pensar en la muerte de Rinako.
Pero quería ser sincera y dejar de actuar de forma extraña a su alrededor, de modo que me aclaré la garganta antes de decir:
-Sí, sí, yo sólo… Estaba terminando de escuchar tus audios.
-Entiendo.
Su mirada se ablandó, esperando de pie mientras yo era incapaz de dejar de analizarle de arriba a abajo. Era como si de repente se viera más… Humano. Menos etéreo, de alguna forma.
Tardaría en acostumbrarme al cambio, pero… Le sentaba mucho mejor de lo que jamás me hubiera podido imaginar.
El poder de poseer una belleza sobrenatural, supuse.
-¿C-cómo…? ¿Qué haces aquí? – Quise saber, aún confundida por habérmelo encontrado frente a mis ojos. El apartamento de Towa le quedaba bastante lejos, no tenía sentido que hubiera salido a correr a tantas cuadras de casa.
-No esperaba cruzarme contigo ni mucho menos, pero… No pude evitar acercarme al percibir el olor de tus lágrimas. – Explicó, cruzando los brazos a la altura del pecho.
Fue en ese preciso momento que reconocí el lugar donde me encontraba. Se trataba del parque donde había visto el rostro surcado de líneas moradas de Sesshomaru por primera vez. Ese que se encontraba a medio camino entre su apartamento y el mío.
No me podía creer que había salido tan despistada del trabajo como para caminar en aquella dirección por inercia, en lugar de hacia el hogar de la medio demonio.
-O-oh, claro… Tiene sentido. – Tartamudeé, poniéndome colorada de la vergüenza.
Me sentía tan cómoda en su presencia que no lograba comprender cómo ni por qué le había estado evitando durante tantos días. Verle hacía que mi corazón palpitase con más fuerza, me hacía sentir viva de nuevo, como si la rutina que había vivido sin él no se hubiese tratado de más que un largo sueño.
Le había echado de menos.
-Es tarde para estar sola en la calle. ¿Quieres que te lleve en coche?
Acepté su amable ofrecimiento como si me encontrase en mitad de un trance. Casi di un traspiés al ponerme en pie, y me apoyé en el brazo de Sesshomaru para recuperar el equilibrio.
-Perdona, hoy estoy un poco… Distraída. – Me excusé, incapaz de apartar los ojos de su nuevo corte de pelo.
-Supongo que verme no ayuda. – Comentó él con una amarga sonrisa. – Siento haberme acercado cuando me habías pedido espacio, Kaori.
Le sujeté del brazo cuando intentó darme la espalda para echar a caminar. El demonio me observó ojiplático, sorprendido por mi brusco gesto.
-No, no es… Eso.
La expresión de Sesshomaru se dulcificó, relajando la tensión de su musculatura mientras esperaba pacientemente a que yo me explicase.
-Me alegro mucho de verte. – Le confesé, con mil pensamientos cruzando por mi mente. – No has hecho nada malo.
Me temblaban los labios mientras meditaba qué más podía añadir para tranquilizarle. Y, sin embargo, no logré sacar ni una sola palabra más de mi boca.
-Me tranquiliza que digas eso, Kaori. Gracias. – Dijo él, poniendo punto final al torbellino en el que se habían convertido mis pensamientos. – Vamos, te dejo en el apartamento de Towa.
Seguí al profesor Taisho hasta las inmediaciones del bloque donde residía hasta que encontramos su coche perfectamente alineado en la plaza de aparcamiento.
Al montarnos en el automóvil, el demonio arrancó el vehículo sin decir una sola palabra. Él nunca había sido muy hablador, pero en esta ocasión parecía estar actuando con cautela. Como si quisiera traspasar más límites de los que ya consideraba haber transgredido.
Mientras que yo, por mi parte, no podía dejar de mirarle, hechizada por sus facciones como si las acabara de ver por primera vez. Sentía una atracción casi magnética, pero que se veía frustrada por la distancia física entre nosotros.
Quería dirigirme a él, sentir que conectábamos una vez más, pero tenía tantos asuntos rondando por mi mente que no tenía ni idea de por dónde empezar…
-Tu hija me comentó que hablaste con ella sobre el breve regreso de Rin… - Y tenía que abrir la boca para iniciar el tema más tenso de todos. Estupendo. – No tenía ni idea de que les había dejado cartas a sus hijas, pero me alegré mucho por ella. – Sesshomaru no supo qué responder, probablemente temeroso de abrir aquel melón y hacerme daño nuevamente con el recuerdo de su esposa. ¿Por qué diantres se me había ocurrido decir eso, de entre todas las cosas?
Y… El ramen que trajiste estaba muy bueno. Gracias. – Añadí en un vergonzoso hilo de voz.
-De… nada.
Estaba claramente tenso, tratando de controlar sus emociones mientras mantenía la atención al volante.
Ya lo había vuelto a estropear todo. Muy bien, Kaori, tirando por la borda el mínimo ápice de normalidad que habías logrado recuperar con él al encontrártelo de forma inesperada.
Pasé los minutos restantes del trayecto reprochándome a mí misma mi torpeza, hasta que el coche se estacionó frente al apartamento de Towa.
-Hemos llegado.
-Sesshomaru, yo… ¿Puedes salir del coche conmigo un momento?
El profesor Taisho asintió apaciblemente, desabrochándose el cinturón de seguridad para acompañarme al exterior. Yo tragué saliva mientras imitaba su ruta en sentido opuesto, como si nos tratásemos del reflejo en el espejo del contario.
Una vez en el exterior, él me esperaba con la tenue luz de una farola derramándose sobre su figura. ¿Cómo podía alguien verse tan elegante con un simple traje deportivo?
Quizás era su porte por haberse criado en una corte imperial, quizás se trataba de su actitud reservada o del color dorado de sus ojos. Pero adoraba cada uno de los aspectos de aquel hombre.
Tanto sus puntos fuertes como sus defectos. Tanto sus aciertos como sus errores. Tanto su angelical perfección que mostraba al mundo como la fealdad en sus monstruosas acciones del pasado.
Mirando su rostro, no pude resistir el impulso de tomar sus manos entre las mías y confesarle mis sentimientos una vez más:
-Te amo, Sesshomaru. Y quiero volver a verte, como antes.
Ya no… No me siento tan mal por lo que pasó con Rin. Lo entiendo, y… Sé que trataste de ser lo más justo posible con ambas, aunque fuera difícil.
No negaré que me llegó a doler mucho cuando todo sucedió, pero… Creo que cada vez lo entiendo mejor. No estabas en una posición sencilla.
El demonio acarició mis nudillos con ternura, las yemas de sus dedos haciéndome cosquillas sobre la piel.
-Gracias. – Murmuró, con la voz tomada por la emoción. – Quiero que sepas que jamás tuve intención de herirte, Kaori, yo…
Estoy trabajando en perdonarme. En poder convertirme en una persona que te merezca. Así que te agradezco de corazón que me extiendas tu perdón en primer lugar.
-Ya lo eres. – Respondí, casi sin aliento. Sus ojos se abrieron con incredulidad antes de oscurecerse, como si no se creyese digno de aquellas palabras. No quería que volviese a esconderse de mí, como si se tratase de un ser indigno de amor. - ¿Puedo… abrazarte? – Le pregunté, ansiosa por recuperarle.
A pesar de que me moría por sentirme en el calor entre sus brazos, no quería volver a tomar decisiones de forma unilateral. Necesitaba saber que él lo necesitaba tanto como yo. Que podía sostenerme sin vacilar.
Que ambos estábamos seguros de los sentimientos del otro. A salvo, seguros.
Sesshoramru, vaciló unos breves instantes antes de asentir, extendiendo sus brazos para rodear mis hombros. Yo me aferré a su cintura, estrechándome con su cuerpo, disfrutando de su cercanía. Los dedos del demonio acariciaron mi cabello, haciéndome sentir que flotaba en una nube.
Entonces supe que él me había extrañado incluso más que yo a él. Que había dedicado todos sus esfuerzos en volverse mejor persona, en hacer lo correcto. Y que le había dado tantas vueltas a lo que había sucedido como yo misma.
Qué tontos, pensé. Quizás todo hubiera sido mucho más sencillo si nunca le hubiese pedido separarnos… Si hubiera tenido el valor de entenderle y hablar de todo esto mucho antes.
Alcé el rostro hacia él y me puse de puntillas para depositar un suave beso sobre sus labios. El corazón me dio un vuelco cuando sus ojos dorados me devolvieron una mirada llena de anhelo, observándome sin atreverme a tomar más de mí.
Aún así, se agachó para recoger un mechó rebelde de mi flequillo y recolocarlo en su sitio con delicadeza. Yo aproveché la situación para pasar la boca por la comisura de sus labios, tentándolo nuevamente. La expresión de Sesshomaru vaciló antes de rozar su boca con la mía fugazmente. El breve contacto encendió cada fibra de mi ser, dejándome más deseosa de él de lo que me había sentido jamás.
Le necesitaba.
-Más. – Le pedí con la voz ronca por el deseo.
Complaciente, el demonio me rodeó de la cintura para darme un beso incluso más dulce que el anterior. Lento, sintiendo nuestras respiraciones acompasarse, el contacto electrizante.
-Quiero más, Sesshomaru… - Susurré contra su boca, recorriendo las comisuras de sus labios con la punta de la lengua.
Como si no pudiera soportarlo por un solo momento más aquella tortura a la que nos estábamos sometiendo, el profesor Taisho me sujetó de la muñeca y me acorraló entre el lateral del vehículo y su cuerpo.
Dejándome a mí sin escapatoria.
Con las farolas de la calle parpadeando débilmente, y sin apenas luz que pudiera delatarnos, el demonio me sostuvo el rostro para comenzar a devorar mi boca apasionadamente. Su respiración era pesada y entrecortada. Mis manos lucharon por bajarle la cremallera de la chaqueta deportiva, descubriendo una camiseta de tirantas blanca de algodón a través de la cual se adivinaba su esculpido cuerpo.
Con el suéter colgando de sus brazos, dejando sus hombros al descubierto, Sesshomaru utilizó su corpulencia corporal para ocultarme de posibles miradas indiscretas. Aunque tampoco es que sospechara que pudiera haber nadie paseando a aquellas horas de la noche. Entonces, con una mirada hambrienta, deslizó sus expertas manos hacia el interior de mi pantalón.
Mi cuerpo se paralizó por completo al sentirle sobre mis pliegues. Gimoteé contra su pecho, alentándole, casi suplicándole que siguiera.
Y él no se hizo de rogar, alcanzando mi sensible centro nervioso por encima de la ropa interior. La mano que tenía libre me cubrió la boca, ahogando con los sonidos que amenazaban por salir de mi garganta, alertando a todo el vecindario en el proceso.
Arqueé mi espalda para permitirle mejor acceso mientras jugueteaba con los bordes de mis bragas, tentando mis humedecidos pliegues sin llegar a tocarlos.
Cuando estaba a punto de protestarle, apartó la tela con un experto movimiento e introdujo un dedo en mi interior. Todo mi ser se estremeció de pies a cabeza mientras me hacía llegar rápidamente a la cima. Era como si Sesshomaru fuera lo único que necesitaba para sentirme plena una vez más.
Nuestras miradas se cruzaron en mitad de esa gloriosa ascensión, transmitiéndonos sin palabras cuán ardientemente nos deseábamos. Yo, sin poder abrir la boca; él, sin aliento mientras me presionaba contra la carrocería de color blanco.
Me deshice en gemidos cuando un segundo dedo se unió al primero para torturar el punto más sensible de mi interior, ese que me volvía las piernas de gelatina, que me hacía perder la cordura.
Cerré los ojos con fuerza, sumiéndome en una tranquilizadora nada mientras me dejaba ir, confiando ciegamente en Sesshomaru. En que él no me dejaría caer si las fuerzas me fallaban.
Aunque, afortunadamente, no lo hicieron.
Sesshomaru se separó lentamente de mí, acariciando mis labios con el dedo pulgar al liberar mi boca de su mordaza. Yo le observé con los ojos entreabiertos, acertando a vislumbrar las líneas moradas que decoraban su rostro, y un levísimo rastro de color rojo desaparecer de sus ojos.
-Deberías subir a descansar, Kaori. Es tarde.
Yo me moría de ganas de invitarlo a subir para terminar lo que habíamos empezado, pero sabía que ambos nos sentiríamos incómodos. No queríamos que su hija escuchase cómo nos adorábamos hasta el amanecer.
Sabía que existía la posibilidad de pedirle que me llevase de vuelta a su piso, donde gozaríamos de plena privacidad. Pero el profesor Taisho tenía razón en que se nos había hecho tarde, y no podía olvidar que ambos teníamos que trabajar al día siguiente.
Decidí que podía esperar, como adulta responsable en la que estaba intentando convertirme. Pero eso no quería decir que mi lado más caprichoso no se estuviese pataleando en mi interior por la separación.
Asentí, y le dejé acompañarme hasta la puerta del portal.
-Buenas noches, Sesshomaru. Que descanses.
El demonio esperó a que yo entrase al interior del edificio antes de desaparecer en el interior de su vehículo y conducir hacia la noche. Mientras esperaba a perderlo de vista, no podía dejar de pensar en el color rojo que había teñido sus ojos y en su posible significado.
No era la primera vez que lo veía, aunque seguía sin comprenderlo. A pesar de haber estudiado al detalle los comportamientos menos humanos de Towa, jamás había visto esos colores teñir sus ojos.
Tras el lapsus mental provocado por aquellas cavilaciones, me encontré a mí misma en el interior del apartamento, con todas las luces apagadas y en la puerta de mi habitación. Debía de haber caminado de forma completamente automática, sin darme cuenta.
Me dejé caer sobre la cama, agotada, aunque alcancé mi teléfono móvil antes de dejarme caer en las redes del sueño. A pesar de haberlo pensado, no le había transmitido a Sesshomaru la conclusión más importante que había extraído aquel día, cegada por el incipiente deseo y el placer que me habían proporcionado sus manos. Por lo tanto, decidí mandarle un mensaje de texto a Sesshomaru, respondiendo justo a continuación de sus extensos mensajes de audio:
"Confío en lo que sientes por mí, Sesshomaru. No volveré a dudar.
Quiero volver a verte lo antes posible."
De forma casi inmediata, aparecieron tres puntos flotando junto a su nombre en el chat.
Con el corazón bailando como las mariposas en primavera, permanecí a la espera de conocer qué es lo que el demonio tenía que decirme después de un encuentro tan apasionado.
Notas: Quizás no es mi mejor capítulo, no estoy segura, pero es como sentí que tenía que evolucionar. A veces, es tan "sencillo" como terminar de entender a la otra persona, de dar otra oportunidad, de escuchar y aprender a escucharse a una misma...
Espero que esta reconciliación no se haya sentido forzada, pero creo que estos dos ya han sufrido suficiente y se merecen un respiro.
Por otro lado, la muerte de Rinako, aunque no se describe el momento específico, para mí es uno de los momento más emotivos de esta historia. Me pone el corazón calentito la relación que llega a forjar con Sesshomaru, de confianza y cercanía, aunque roza el límite de lo romántico.
Ya sólo nos queda una reencarnación y el desenlace de esta historia, así que estoy un poco nerviosa porque quiero cerrarlo todo tan bien como lo planeé en mi cabeza.
¿Quiénes seguís por aquí? ¿Desde hace cuanto? Me encantaría saberlo.
Mil millones de gracias por seguirme hasta aquí y confiar en el proceso del que yo misma no paro de dudar constantemente.
