Notas: ¡Siento la tardanza en la actualización de hoy! No paro últimamente, a decir verdad, pero tenía muchas ganas de traeros esta escena.
Para mi gusto, se encuentra cargada de sensaciones y emociones, así que espero que la disfrutéis tanto como yo al escribirla!
La mujer frente a mi esbozó una sonrisa astuta con sus labios perfectamente delineados. Aunque esta expresión no alcanzó sus ojos en ningún momento. Su expresión resultaba casi maligna, como la de una villana de un cuento de hadas.
- No tiene mérito que me reconozcas a estas alturas, humana. – Entonó con su refinado acento aristocrático.
Me sentí como una completa boba. Sesshomaru había estado tan obcecado en Zero, cuando sabíamos de sobra que Towa y Setsuna habían acabado con ella, que ambos habíamos terminado por pasar completamente por alto a la única otra persona capaz de todo lo que había estado aconteciendo por siglos...
El profesor Taisho ya me había advertido de que era fácil ocultar su cabello con un accesorio tan sencillo como una peluca. ¿Por qué nunca me había parado a analizar su cuero cabelludo en nuestras frecuentes citas? No debería haber bajado la guardia solo porque sus ojos no coincidiesen con los de la hermana de Kirinmaru...
Me había confiado en exceso.
No, yo había sido más que consciente de su sospechoso comportamiento. Quizás es que no había querido verlo. No había querido creer que mi vida podría estar realmente en peligro, que seguramente todo acabaría en una falsa alarma...
Porque no se sentía justo que mi encargo más importante a nivel laboral se fuese a convertir en mi lúgrubre ataúd.
Las piernas comenzaron a temblarme incontrolablemente, con la sombra de la muerte nublando cada uno de mis pensamientos. ¿Acaso ese era el final que me había estado aguardando desde aquel día que entré en la facultad de historia? ¿Desde que le devolví a la llamada perdida al profesor Taisho?
¿O quizás mi destino había sellado incluso antes? ¿Fue acaso al momento de nacer, o cuando Ayumi y yo terminamos nuestra relación?
Como fuera, no quería morir. No de esta manera. No a manos de aquella malvada mujer que había atormentado a Sesshomaru y a tantas otras personas por siglos.
- Ah, el olor del miedo... Un placer tan básico. – Siseó la señora Miyanishi, dando una amplia bocanada de aire en mi dirección, deleitándose con el aroma que describía. – Al final, los demonios nos debemos a nuestros instintos, ¿no crees? – Permanecí completamente petrificada ante sus crueles palabras, aterrorizada ante la perspectiva de provocarme la muerte instantánea si daba un solo paso en falso. Tenía que pensar rápidamente en cómo salir de allí de una pieza. - ¿Qué ocurre?
¿Ya no eres tan valiente como antaño, humana?
Las restricciones que había estado limitando mis movimientos aflojaron su agarre y flotaron serpenteando hasta rodear los hombros de la madre de Sesshomaru, la cual seguía observándome impasible. Solo entonces pude identificar que se trataba de una estola recubierta de suave pelaje, idéntica a la que había visto al profesor Taisho portar en sueños del pasado.
- ¿Dónde ha quedado ese espíritu desafiante...? – Me recriminó en tono reprobatorio. - ¿No eres tú acaso la arpía que encantó a mi hijo, la que me lo terminó arrebatando todo...?
Mis rodillas cedieron casi en cámara lenta, dejándome caer sobre la moqueta del suelo sin hacer ni un solo ruido. Ahora que no había ninguna fuerza externa para sostenerme, me sentía incapaz de permanecer en pie por mis propios medios.
Si no hacía nada, iba a morir allí. Tenía que ganar tiempo, como fuera, sólo los segundos suficientes hasta que mis piernas reaccionases al impulso de salir corriendo.
- Ha-hablas de Rin... - Balbuceé con torpeza, empleando toda mi fuerza de voluntad por no romper a llorar.
Un brillo furioso refulgió en los ojos dorados de la madre de Sesshomaru. Lentamente, sobre sus pómulos comenzaron a dibujarse las mismas líneas púrpura que recorrían su impertérrito rostro. En el centro de su frente, apareció la característica media luna que simbolizaba su clan.
- Por supuesto que me refiero a la ramera que osó dar a luz a dos monstruos con los que tengo la desgracia de compartir sangre. – Respondió sin alzar la voz, pero con una rabia latente hacia aquella mujer.
A la que había insultado llamando de aquella forma tan despectiva.
- Yo no... No soy yo. – Traté de argumentar, tratando de calmar sus posibles intenciones asesinas mediante un diálogo civilizado. - Ella... Murió hace mucho. – Añadí masticando cada una de las palabras de modo que fuera perfectamente comprensibles.
Como si una bestia como la que tenía delante pudiese llegar a entenderme...
El ceño de la señora Miyashini se contrajo en el más auténtico gesto que le había visto expresar nunca: puro desdén.
- ¿Crees que acaso he vivido en una caverna aislada del mundo todos estos siglos? – Gruñó, con los colmillos asomando entre sus labios mientras mantenía las manos cerradas sobre su regazo, escondidas en las largas mangas del kimono. - Fue yo la que orquestó su muerte, ingenua criatura.
Aquella confesión me dejó la boca completamente seca, llegando a conclusiones que nunca antes se me había cruzado por la mente.
- Tú... Zero... Eráis cómplices.
¿Cómo podíamos haber estado tan ciegos para ni siquiera pensar en aquella posibilidad?
Que había más de una maquiavélica mente maestra en aquella larga cadena de dolor y desesperación.
- Créeme, ojalá hubiera podido estrangularla con mis propias manos, - Declaró casi con orgullo, acercándose en mi dirección con lentas pisadas. - pero el pacto que Sesshomaru me obligó a jurar me lo impedía. – Esbozó una pérfida mueca, clavando su mirada en mí, aún arrodillada sobre el suelo, sin agacharse ni un centímetro para igualar nuestras alturas. Parecía disfrutar enormemente del hecho de poder observarme desde arriba. - A cambio, he tenido la oportunidad de desquitarme con su alma a lo largo de todos estos siglos.
En ese momento, el miedo quedó relegado a un segundo plano mientras una nueva emoción comenzaba a incendiar mis venas.
Una rabia tan potente que rozaba el odio más ferviente.
- Las reencarnaciones... ¿Tú las mataste a todas? – Pregunté, solo para estar segura.
Aquella víbora era demasiado cruel como para molestarse en edulcorar los hechos. No iba a mentir, mucho menos si con ella alimentaba mi miedo.
Pero de nada servía sacarle información alguna si no salía viva de aquella.
- Ojalá hubiera tenido el placer, algunas se me escaparon de las manos... Pero te adelanto que tú no vas a tener esa suerte. – Un sudor frío me recorrió la espalda mientras observaba sus pupilas dilatarse, y sus ojos fundirse en el color de la sangre. Su mirada era la de un monstruo sediento.
Jamás deberías haberte involucrado con Sesshomaru... Si tienes que culpar a alguien por este final, ódialo a él... Por el resto de tu lamentosa existencia en el más allá.
Aquella amenaza de muerte directa terminó por devolverle las fuerzas a mis músculos, y yo no iba a quedarme esperando como una idiota a que la cumpliese. Como atravesada por una corriente eléctrica, me puse en pie y eché a correr por donde había venido.
Los vellos se me pusieron de punta al escuchar su histérica risa resonar a mis espaldas.
- Conque quieres jugar a cazar al ratón, ¿eh? ¡Eres una presa muy, MUY graciosa...!
- ¡No soy la presa ni el juguete de nadie...! – Chillé presa del pánico mientras descendía las escaleras a toda velocidad, a pesar de que estaba segura de que iba a ser ignorada.
En apenas una fracción de segundo, acerté a vislumbrar unas puntas afiladas en dirección a mi cara. Di un traspié para tratar de esquivarlas, pero mis reflejos eran demasiado lentos contra una criatura sobrenatural como ella. Sentí cómo unas afiladas garras rozaban mi mejilla, dejando tras de sí un hilo carmesí. Antes de que el corte pudiera hacerse más profundo, mis pies aterrizaron sobre el siguiente peldaño con tan mal atino que me torcí el tobillo con un escalofriante crujido.
Entonces caí hacia adelante rodando por las escaleras, hecha una bola tratando de protegerme el torso con los brazos y piernas. Con el corazón latiéndome en los oídos, fui incapaz de discernir si había llegado a emitir algún chillido, o si había enmudecido por completo.
A pesar del dolor que me atravesó todo el cuerpo para cuando acabé al final de la escalinata, no pude más que estar agradecida por mi propia torpeza, puesto que muy probablemente me había salvado la vida.
Gimoteé mientras intentaba ponerme en pie, notando cómo mis medias se habían rajado a la altura de las rodillas, las cuales se encontraban en carne viva a causa de la caída.
- Me muero por desfigurar esa cara de cordero degollado que tienes, ¿sabes?
Esa misma con la que hechizaste a MI hijo.
Con los músculos trabajando a base de adrenalina pura, me arrastré como pude mientras luchaba por ponerme en pie desesperadamente.
- Rin amaba a Sesshomaru... - Conseguí afirmar con firme intención, aunque mis desesperados jadeos me restasen credibilidad. Recordé la ca calidez y la dulzura de aquella voz que me había pedido que le cuidase, que no podía significar ninguna otra cosa que no fuese el más profundo de los afectos. - Estás buscando venganza por el simple hecho de que ellos se habían enamorado. Como madre, deberías haberte alegrado de que hubiera encontrado la felicidad. – La reprendí, aun tratándola de hacer entrar en razón.
Porque sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar aquella batalla, porque lo que solo me quedaba esperar convencerla de cesar en su empeño...
- ¡JAMÁS AL LADO DE UN PATÉTICO SER HUMANO! – Rugió la mujer, con su grito convirtiéndose en un escalofriante aullido.
Eché a correr ignorando el delicado estado en el que había quedado mi tobillo izquierdo tras la caída. La adrenalina que invadía mis venas se encargó de anular el dolor, permitiéndome avanzar sin pausa hacia la supervivencia. En aquel punto, era o huir o morir, dado que no parecía nada propensa a dar su brazo a torcer.
A pesar del caos en que le había convertido mi cabeza, logré alcanzar el portón por el cual había entrado a la mansión. Sin embargo, al agarrar el picaporte, para mi completa desesperación, comprobé que se encontraba cerrado a cal y canto.
¿Cuándo lo había hecho? ¿O acaso tenía algún otro cómplice en aquellos momentos...?
¿Dónde se habían metido todas las mujeres del servicio de aquella casa...?
- Como iba diciendo, para esta ocasión había pensado desfigurarte y despiezarte para mandarle tus restos a Sesshomaru. ¿Crees que así aprenderá la lección de una vez por todas?
La ponzoña envenenaba cada una de sus amenazas, las cuales iban claramente. encaminadas a hacer escarmentar a su hijo.
Yo no era más que un prescindible daño colateral para aquella implacable cazadora.
- ¡Estás loca, demente! – Exclamé, poniendo toda la distancia que podía entre nosotras. - ¡Déjame marchar!
La madre de Sesshomaru agarró la peluda estola sobre sus hombros y la lanzó hacia mí, atrapándome una vez más, rodeando mi cuerpo como el asfixiante abrazo de un boa constrictor. La fuerza con la que el objeto había sido lanzado me hizo perder el equilibrio, más luché por no caer al suelo. No sabía si sería capaz de permanecer consciente si la veía acercarse a mí con intenciones asesinas desde una vulnerable posición inferior.
No quería volver a verme en esa situación por nada del mundo.
Los delgados dedos de la mujer sujetaron el extremo lacio de sus ataduras y, con una fuerza sobrenatural, me lanzó volando hacia arriba, dejándome suspendida unos instantes en el aire. Antes de que pudiera gritar por auxilio siquiera, la yokai se había transportado a toda velocidad hasta rebasarme, rozando el techo de la vivienda con su lacio cabello. Al instante siguiente me disparó hacia el suelo con un elegante puntapié.
Sentí cómo todo el aire se me escapaba de los pulmones con el impacto, con el estruendo resonando en mis oídos. Apenas podía ver nada, pues todo se había vuelto oscuro, y sólo podía pensar el dolor que me atravesaba el costado sobre el que había aterrizado. Estaba completamente segura de que me había doblado el brazo derecho, el que usaba para coser.
Si es que sobrevivía a aquello, me temía que aquel ángulo antinatural en el que se había partido no tenía solución.
- Así me gusta, quietecita en el sitio. – Dijo la mujer con aires de superioridad, recuperando su estola de alrededor de mi cuerpo. – Tanto ejercicio me ha dado hambre.
¿Y si me ofreces algún tentempié, querida?
Cuando su mandíbula comenzó a alargarse, mostrando unos ojos rojos como la sangre supe que el aperitivo del que hablaba no era otra que yo misma.
Me retorcí, tratando de liberarme inútilmente de las ataduras que había conjurado sobre mi cuerpo. A pesar del mullido material, sin embargo, la estola se mantenía firme. Tampoco me quedaban fuerzas para luchar por mi libertad, con los pulmones desprovistos de oxígeno tras la caída y el brazo quebrado como el de una muñeca rota.
Para cuando la madre de Sesshomaru hubo adoptado su descomunal forma de bestia, supe que había llegado el final para mí. Las lágrimas comenzaron a descender por mi rostro, aterrorizada por la visión de la enorme pata peluda descendiendo sobre mí.
Las afiladas garras se hundieron en mi clavícula, dejando caer todo su peso sobre mi pecho para asfixiarme. Aquellos irises inyectados en sangre me observaban sin pestañear, llenos de furia animal y malicia. De sus enormes fauces goteaban gruesos hilos de saliva que caían a mi alrededor, cálidas sobre mi helada piel.
No había forma de escapar de aquella bestia asesina. Cerré los ojos, apretando los muslos para contener la orina. Incluso si había huido sin dignidad alguna, al menos no quería morir empapada en mis propios deshechos.
Se trataba de la única dignidad que podía conservar.
Era lo único que podía hacer para evitar partirle el corazón aún más a Sesshomaru.
Deseé que me encontrase lo menos descompuesta posible.
Que se olvidase de mi existencia.
No. En realidad, quería regresar a su lado. Verlo sonreírme una vez más.
Regalarle a Towa el videojuego que la esperaba en mi apartamento como regalo de Navidad.
Tomarme unas cervezas con mis amigos y ponernos al día.
Quería preparar un último ramo de flores con la señora Takahashi.
Terminar el boceto del último diseño a medias en mi libreta...
Mandar a la mierda a mi casero y mudarme a un apartamento mejor.
Arreglar la relación con mis padres. Presentarles a Sesshomaru.
Que saliéramos adelante... juntos.
Tenía tanto por hacer todavía...
Y cuando el orín se me comenzó a escapar, cuando ya había asumido el inminente final...
En la sala resonó un terrible aullido que se estampó contra la bestia sobre mí, arrancando sus garras de mi maltrecho torso. Rodé por el suelo, impulsada por el impacto, y me obligué a mí misma a abrir los ojos y alzarlos hacia el techo.
Allí, dos gigantescos perros demoníacos de pelajes plateados peleaban enzarzándose con garras y dientes. Ambos tan parecidos que resultaba casi imposible diferenciarlos.
Y, sin embargo, vislumbré la delgada línea rosada que rodeaba una de las patas delanteras de uno de ellos, y supe con total certeza que se trataba de Sesshomaru. Aquella era la cicatriz que me dijo que le había causado Inuyasha en una ocasión...
La garganta me ardía y tenía la cara llena de mucosidad y lágrimas, pero no pude hacer más que sonreír.
Él había venido a buscarme. A salvarme de las garras del que parecía un inevitable destino.
En ese momento, una sombra se cernió velozmente sobre mí y me tomó en brazos como si yo fuera más ligera que una pluma. Entonces la figura echó a correr en dirección contraria a la encarnizada pelea que estaba teniendo lugar a nuestras espaldas.
- ¡... ri! – Escuché de forma borrosa, como si la voz de la persona que me sostenía me llegase desde muy lejos. - ¡Kaori! ¡No cierres los ojos! ¿Me oyes?
- To... Wa... - Musité, reconociendo finalmente a la joven que me cargaba a cuestas. – Tienes que ayudar a... Sesshomaru... Es... peligrosa...
Antes de darme cuenta, el mundo se había oscurecido por completo, ausente de sonidos, imágenes, y sobre todo...
Libre de dolor.
Tenía que detenerla.
Nunca jamás perdonaría a Inukimi por todo el dolor que había causado, y por el que aún estaba dispuesta a infringir.
Poseído por la rabia, atenacé su cuello entre mis colmillos y apreté con fuerza, haciéndola rugir de dolor. La obligué a adoptar una posición de sumisión contra el suelo en ruinas, y la garganta vulnerablemente expuesta y acorralada entre mis fauces.
Tenía su vida entre mis manos. Acabar con ella era tan sencillo como cerrar mis mandíbulas por completo y tirar para desgarrarle la garganta.
Y una parte de mi se moría de ganas de seguir aquel macabro plan, cegado por la rabia.
Por el rabillo del ojo, percibí una luz blanquecina que indicaba su transformación. Y solo en ese momento decidí enfriar mi mente e imitarla para poder confrontarla verbalmente.
Me merecía una explicación, como mínimo, incluso si provenía de sus ponzoñosos labios.
La figura de mi Madre se presentó con un porte mucho menos elegante del que recordaba. Se encontraba ligeramente encorvada a la vez que se sostenía la herida sangrante en el cuello que yo mismo le había provocado. Su mirada había perdido el fuego interior que siempre había refulgido en ella con determinación. Su maquillaje, siempre impecable, se veía ligeramente desdibujado, distorsionando las dimensiones de su boca prieta.
Entonces me fijé en que sus labios estaban temblando.
Ninguno de los dos dijimos nada, escrutando los cambios físicos que presentaba el contrario tras tantos siglos. Me alegré de haberme deshecho del ridículo jersey navideño antes de haber partido hacia allí.
En vista de que ella no tenía intención alguna de romper el silencio, no me quedó más remedio que iniciar mi interrogatorio:
-¿Por qué? – Gruñí, enseñándole mis colmillos en gesto amenazador.
Los ojos de Inukimi parecieron recuperar algo del vivaz brillo que siempre la habían caracterizado.
-... Quería recuperar a mi hijo. – Musitó ella, con la voz hecha añicos.
Presa de una ciega ira, extendí mis garras y cargué contra ella para agarrar su delgado cuello. Lo estrujé con firmeza, y noté cómo el aire dejaba de entrar a sus pulmones.
-Me perdiste por completo el último día que puse pie en el Palacio del Oeste, Madre.
Entonces la levanté del suelo para acelerar el proceso de asfixia, para aumentar su desesperación por la vida que se le escapaba entre los dedos.
No obstante, para mi sorpresa, mi Madre no batalló lo más mínimo. Cerró los ojos de forma sumisa, y sus pies se balancearon suavemente en el aire mientras aceptaba su destino.
No tenía ni la más mínima intención de resistirse.
Mi visión se tiñó de rojo, enfurecido por su aceptación de la situación. No podía irse de forma tan pacífica. No. Tenía que asegurarme de hacerla sufrir por todos y cada uno de los pecados...
"Nunca... no vuelvas a matar a nadie", resonó la voz de Kaori en mi mente. "No solo por mí, sino porque... Creo que a quien le pesa más todo el horror de esos actos es a ti mismo. Así que, bajo ningún concepto, sea cual sea el motivo... No te manches más las manos de sangre".
Con aquellas palabras resonando en mis oídos, deposité los pies de Inukimi sobre el suelo y deshice mi asfixiante agarre sobre su garganta. Por mucho que odiase admitirlo, mi compasiva mortal tenía razón.
Yo no ganaría nada con su muerte, salvo clavarme una nueva estaca sobre el corazón. En cambio, si la dejaba con vida podría obtener las respuestas al millón de cuestiones que me habían torturado por siglos.
-Si es que te queda algo de verdadera deferencia por tu hijo, yo, Sesshomaru... - Recité mi propio nombre de forma reverencial, como había hecho en tantas audiencias dentro de la corte frente a ella. Más me negué a arrodillarme en esta ocasión. - Responderás mis preguntas con honestidad. – Ordené de forma implacable, como si jamás hubiese renunciado al título de Lord del Oeste.
Para mi asombro, una devoción que jamás había visto apareció en sus pupilas, aceptando sin rechistar aquella autoridad perdida hacía tanto.
-Dime, Sesshomaru... ¿Qué es lo que quieres saber?
La voz de Inukimi no había sonado tan dulce desde que yo había sido un cachorro. ¿Por qué se mostraba tan trastornada? ¿Qué diablos le había sucedido a aquella arpía para haberse vuelto casi irreconocible?
-Quiero que me confieses todos tus crímenes contra mi esposa. Uno por uno, y sin dejarte detalle.
Mi Madre agachó la cabeza en señal de respeto sin dejar de sujetarse la herida abierta en el costado de su cuello. Entonces, empezar a relatar con claridad:
-Siempre quise consentirte, Sesshomaru. Desde la muerte de tu Padre. – Se me erizó el vello de la nuca al evocar aquel recuerdo, el momento en el que había abandonado el nido para encontrarme a mí mismo. – La primera vez que regresaste al Palacio del Oeste después de su pérdida... Fue acompañado de esa mujer humana.
Me obligué a mí misma a aceptarla de forma temporal, como parte de tu proceso de recuperación... Pero no pude contener mis escalofríos cuando dejaste de refugiarla entre mis muros para ocultarla con oscuro recelo.
Dejé escapar un suspiro, derrotado.
-Llegaron hasta ti los rumores, ¿verdad? De que estaba embarazada.
Inukimi asintió con la cabeza gacha.
-No sabes cuánto deseé que esa corrupta gestación jamás se diera a término. Cuánto recé porque la poderosa sangre de nuestro linaje la destrozara desde dentro...
Y, sin embargo, no regresabas a casa de forma definitiva, a mi lado. Únicamente informabas de tus avances de forma fugaz y regresabas a perderte en el mundo de los mortales.
-Entonces ya sospechabas que las estaba ocultado, ¿no es así?
-Por supuesto. Era la única explicación a tus largas ausencias y a tu recelo a hablar de aquella humana de la que te habías encaprichado. Pero sabía que no podía mandar a ninguno de nuestros rastreadores a seguirte la pista, puesto que lo habrías detectado de inmediato.
Inukimi era demasiado consciente de nuestros propios poderes como para cometer un error semejante, por supuesto.
-¿Y se te ocurrió desviar la atención mandando un agente externo en su lugar? Uno que jamás iba a asociar contigo...
Mi Madre asintió, uniendo sus manos hasta que quedaron ocultas entre las mangas de su kimono, rasgado y sucio por la sangre que brotaba de su cuello.
-En tus largas ausencias, yo misma tuve encargarme de afrontar las negociaciones militares con Zero. – Explicó, con la mirada gacha. - Simplemente le confesé mis preocupaciones como madre, y fue ella quien tomó la determinación de darles caza a esas gemelas abominables.
En ese momento fruncí el ceño, desconfiado. Ella no era el tipo de mujer que compartía sus sentimientos en busca de empatía, sino que únicamente los expresaba con algún tipo de intención oculta.
No era el tipo de persona que realizase movimientos sin haberlos planificado al detalle de antemano.
-Tú sabías que Zero odiaba a los medio demonios... - Mascullé entre dientes, conteniendo el impulso de lanzarme contra su cuello nuevamente. – Y que siempre estuvo locamente enamorada de Padre.
Te aprovechaste de sus sentimientos. Sabías que eso la haría actuar.
Inukimi cerró los ojos brevemente en actitud solemne.
-Hice lo que debía por nuestro clan. – Dijo, sin negar el crimen del que se le acusaba.
-¿Para obligarme a desposar a algunas de las nobles a las que les debía algún tipo de favor?
Ella frunció el ceño, molesta.
-Era tu deber. Igual que fue el mío algún día.
Su matrimonio con mi Padre había sido concertado, aquella información no me llegaba de nuevas. Lo que no alcanzaba a comprender era por qué querría hacerme pasar por el mismo calvario que la había conducido a su infeliz vida. Siempre rodeada de presiones de la corte, de expectativas y de una autoridad que mantener.
Inukimi no tenía ni idea de cómo sabía la libertad. Incluso había llegado a sentirse como pez en el agua dentro de la vida cortesana, disfrutando de sus placeres y del poder.
Por lo tanto, no había forma de que entendiese lo que Padre y yo habíamos sentido al escapar de allí.
-No pienso volver a tener esta discusión. – Suspiré, cansado de un debate que ya había tenido el mismo final en demasiadas ocasiones. – Incluso asumiendo que hiciste lo que creías que debías...
Quiero que sepas que precisamente por eso me marché del Palacio del Oeste. Quería liberarme de las cadenas del liderazgo, dejar que el sistema se resetease y diera paso a una nueva dinastía que te devolviese tu individualidad a ti también.
-Me condenaste, Sesshomaru. – Me interrumpió Inukimi por primera vez, la voz llena de resentimiento. – Me abandonaste en aquel nido de víboras... Y pagué el precio.
Los machos se peleaban por obtener mi mano hasta matarse entre ellos. Nuestra sociedad se debilitó, ya nadie seguía las normas de la Corte... Y para rematar, los humanos terminaron localizando nuestro paradero.
Adivina cuál fue el presente que les entregaron a cambio de una tregua indefinida.
Callé, dejando que sus pesadas palabras calasen en mi conciencia, una a una. El caos que describía, el terror y el dolor eran...
Casi insoportables.
-A mí. – Masculló ella. – A la cabeza política del Clan de la Media Luna. A la que nunca habían enseñado a luchar. A la que únicamente habían alentado a cultivar sus poderes premonitorios y a manejar los orbes que todo lo ven.
Entonces me arrancaron de mi puesto de vigilante de las puertas del Más Allá para obligarme a jurar lealtad a un sucio y rastrero general humano.
Él me encerró bajo tierra, aun sabiendo que los Inugami no podemos traicionar a nuestros juramentos. A pesar de mi agotamiento diario tras hacerme buscar un futuro donde él salía victorioso, ese soberbio humano me exigía una profecía tras otra. Todo para anticiparse a sus enemigos. Todo para ganar una estúpida guerra entre los de su especie.
Para cuando al fin comenzó a requerir menos de mis servicios, a escondidas, utilicé el orbe para poder asomarme al mundo exterior... Para informarme de los cambios que iba sufriendo el mundo, ver cómo casi toda nuestra especie había sido exterminada o domesticada...
Y entonces te busqué a ti, Sesshomaru. Quería asegurarme de que al menos tú no habías caído en su poder, y me encontré... Con que estabas coqueteando con una humana de nuevo. Una con el mismo rostro que la que había dado a luz a dos abominaciones, así que...
-... Le diste una profecía a ese violento general que te tenía cautiva de que debía casarse con ella para alzarme con la victoria, ¿no es así?
Para alejarla de mi lado. Para que sufriera a manos de Hitohide.
No necesitaba más información para deducir de quién se había tratado. No había conocido hombre más desagradable y egocéntrico que aquel.
Uno que, además, no se había amedrentado al verme en mi verdadera forma tras haber masacrado a sus hombres. Una falta de temor que únicamente podía explicarse si ya conocía de la existencia de los Inugami.
Y nada le había dado mayor falsa sensación de poder que tener a una tan poderosa como mi Madre esclavizada bajo su yugo. Seguramente creía que podía pacificarme con la misma facilidad, y por eso había intentado atacarme por la espalda.
Al pensar en eso, más que nunca me alegré de haberle rematado con la crueldad que lo hice. No merecía menos el ser humano más monstruoso que había conocido jamás.
-Y para que vinieras a liberarme, maldito ingrato. – Rezongó Inukimi, sin ocultar su decepción. - Pero ni siquiera eso funcionó. Sí, asesinaste a mi Amo y Señor, anulando el contrato que tenía con él.
Pero ni siquiera te paraste a reparar en mi presencia entre las ruinas de aquel castillo que habías destrozado hasta sus cimientos, no. Porque te distrajiste una vez más recuperando el cuerpo sin vida de ESA humana...
Y entonces supe que tenía que castigarte por tus incontables trasgresiones, Sesshomaru. Ya había sido demasiado indulgente contigo, y tú fuiste el causante de toda esa masacre, de la desintegración de la corte Inugami... Del rencor que te he estado guardando desde entonces.
Una punzada de culpabilidad me atravesó el pecho.
Era cierto que le había causado tantas desgracias a mi Madre, y para más inri, ni siquiera había sido consciente de ello. Pensé en mis hijas, y cómo las había perjudicado tanto por haber vivido obsesionado con la mujer que me había sacado del oscuro pozo del duelo por la pérdida de mi Padre y su herencia, la Tessaiga.
Una vez más, había sido mi propia ceguera la que había puesto a mi familia en mi contra, y con motivo...
Pero eso no justificaba ninguna de las atrocidades que sospechaba que Inukimi había cometido bajo esa determinación.
-¿Y qué es lo que hiciste con esa ansia de venganza, Madre...? – Pregunté, a pesar de que no me cabían dudas de lo que iba a contestarme a continuación.
-Darle cacería al alma de esa humana, por supuesto. Hasta que entrases en razón y vinieras a buscar consuelo, en mí, tu madre. La única que siempre ha velado por ti...
La bilis me ascendió por la garganta y los ojos comenzaron a arderme. Quería vomitar, quería llorar y quería gritar hasta quedarme deshecho.
El niño insatisfecho que habitaba en mí, el cuál jamás había percibido un atisbo de calor por parte de mi madre, quería abrazar a la debilitada mujer frente a mí. El adolescente herido que había perdido a su Padre por culpa de un hermano ilegítimo quería reducir el mundo a cenizas hasta lograr reunirse con él.
Sin embargo, el hombre adulto en el que me había convertido se obligó a mantener la calma. Respiré profundamente una, dos, tres veces.
Siguiendo el ejemplo de Kaori, decidí no juzgar sus acciones hasta que no supiera la historia completa. Hasta entonces, no tenía ni idea de cómo podía enfrentar a mi madre. A su pasado, su presente, y su posible futuro.
De modo que me obligue a sentarme sobre el desvencijado suelo cruzando las piernas. Apoyé las manos sobre las rodillas y alcé los ojos hacia Inukimi, quien se observaba llena de asombro.
No podía comprender cómo había elegido voluntariamente rebajarme frente a ella. Mostrándome apacible, relajado y sin intenciones de atacar.
-Toma asiento, Madre. – Le dije, señalando la moqueta hecha jirones bajo sus pies. – Quiero escuchar todo lo que has hecho durante estos siglos.
Y sólo entonces podré decidir cómo proceder contigo.
Una sombra de desconfianza cruzó su mirada, como si estuviera intentando descifrar mis planes ocultos.
Sus dudas eran más que comprensibles, de modo que decidí darle todo el tiempo que necesitara en silencio.
Finalmente, al no encontrar ningún motivo para negarse a mi razonable petición, mi Madre se alisó la falda del precioso kimono que Kaori había cosido para ella, y se sentó sobre sus rodillas. Estiró los hombros hacia atrás y depositó sus cuidadas manos sobre su regazo, recuperando el aire sofisticado que siempre la había caracterizado.
Ambos nos miramos a los ojos, compartiendo nuestros sentimientos sin necesidad de palabras. Ella proyectó inmensas cantidades de dolor, rabia y un incontrolable desquicie.
Yo intenté devolverle a cambio algo de tranquilidad, comprensión y una ínfima parte de mi enfado.
Tras analizar aquellas emociones por unos instantes, Inukimi finalmente volvió a abrir la boca:
-Tras la ejecución de Hitohide, escapé de entre los escombros y cuando vagaba en busca de un lugar seguro, entonces me encontré...
Con Jaken, aquel que había sido tu incansable y leal siervo.
Todo mi cuerpo se tensó inevitablemente ante la mención de aquel nombre casi olvidado.
Notas: Y no quedamos con esta tensa conversación a medias. ¿Cómo os habéis quedado? ¿Os han sorprendido las acciones de Inukimi?
Tengo que confesar que, aunque sea la villana, me resulta muy divertido meterme en su papel para entender sus sentimientos y escribir sus diálogos, es toda una experiencia.
Os prometo que tendréis la resolución de este enfretamiento madre e hijo en dos semanas~
Pero... ¿Y Kaorir? ¿Qué créeis que pasará con ella?
¡Os leo en comentarios!
