Notas: ¡Siento mucho la tardanza! He tenido una semana muy frenética y no me ha dado tiempo a pararme a nada (me duele mucho la espalda por ello, de hecho).

Pero bueno, aunque sea un día más tarde de lo esperado, os traigo la actualización Muchas gracias por vuestra paciencia y fe esta historia, de la que ya me queda tan poquito por contar...

Un agudo dolor del que no supe localizar el origen me arrancó de las garras del sueño. Me encontré a mí misma tumbada en una camilla de hospital, bien sujeta con correas y rodeada de un corro de personas que no conocía.

Al menos, hasta que reconocí el corto cabello plateado con una mecha rojiza justo a mi lado.

- ¡Aguanta, Kaori...! – Exclamó ella, estrechando mi mano con la suya, presa del pánico. – Ya estamos llegando al hospital, te vas a poner bien...

Lancé una mirada de reojo a mi brazo derecho, el cual seguía retorcido en un ángulo extraño. Un intenso ardor se extendía desde la extremidad hacia el resto de mis terminaciones nerviosas, como si de veneno se tratase.

Clavé los ojos en el techo de la ambulancia que me transportaba a toda velocidad, y apreté las mandíbulas al sentir las ruedas botar sobre algún tipo de bache en la carretera. El sonido de la sirena era distante y se encontraba distorsionado, como todos los ruidos y voces a mi alrededor. Un nuevo latido de dolor azotó todo mi cuerpo, dejándome sin respiración por unos instantes.

Cuando las turbulencias pasaron, traté de dar una amplia bocanada de aire, pero me ardían los pulmones en contacto con el oxígeno. Derrotada, solté la mano de Towa.

Qué más daba si sobrevivía, pensé. Tampoco podría volver a dedicarme a mi pasión.

Sin fuerzas, volví a cerrar los ojos y a sumirme en la oscuridad.

Por ese breve instante, realmente no me importaba lo más mínimo si vivía o moría.

Y, sin embargo, no podía parar de tener visiones sobre un hilo rojo del destino que me llevaba de vuelta una y otra vez hasta Sesshomaru.

-Jaken... - Musité para mí mismo.

Recordaba claramente cómo, después de haber recuperado el cadáver de Airin, mi siervo había tratado de consolarme. Y yo le había obligado a marcharse, incluso mientras él prometía serme útil incluso en la distancia.

El corazón se me encogió por un instante al recordar el dolor en su mirada.

-Sí, ese pequeño sapo... Me dijo que ya no le queríais a su lado. – Explicó mi Madre. – Pero que deseaba seguir sirviendo a la estirpe de Inu no Taisho, de modo que decidió acompañarme... Bueno, él y ese dragón de dos cabezas.

De modo que no sólo Jaken, sino que Ah-Un también habían encontrado un nuevo hogar junto a Inukimi... Desde luego, aquel era un resultado que jamás había esperado.

-Juntos, ocupamos una pagoda abandonada y nos instalamos allí, sin perturbar la paz nadie. Pudimos desahogar todas nuestras palabras de resentimiento contra ti entre copas, mientras intentábamos olvidar...

Pero una noche, llámalo instinto de madre o como quieras... Acudí al orbe que todo lo ve para poder comprobar cómo te iba. Para mi decepción, estabas en un bar de fulanas observando embobado a aquella mujer, con la misma lujuria que el resto de humanos de la sala.

No entendía qué parte de aquella muchacha lograba encandilar tanto a los de tu sexo, de modo que decidí emplear mis poderes para susurrarle al oído a una mortal que rezumaba odio hacia ella... De modo que preparó un veneno para acabar con su vida.

-Kiku... - La cortesana que había trabajado codo con codo con Himawari, la que la había tratado con desdén incluso delante de clientes como yo. - La envenenó bajo tus órdenes.

Inukimi se encogió de hombros.

-Simplemente avivé los sentimientos de envidia que ya existían en ella, y no dudó en hacer el trabajo. ¿Pero para qué sirvió? – Exclamó, estirando los brazos como un dramático actor de teatrokabuki. - Mi influencia terminó por revelarle de la existencia de los demonios y enloqueció, alertando a los humanos, que comenzaron a darnos más caza que nunca; y esa condenada joven no murió porque TÚ le salvaste la vida. – Gruñó de forma incriminatoria.

Contemplé cómo la cargabas hasta una roñosa cabaña de la que parecías haber hecho tu hogar. Me quedé observando la escena a través del orbe, hasta que la dejaste sola, y entonces supe que tenía que ser menos ortodoxa en mis métodos si quería que abrieras los ojos de una vez por todas.

Usando el poder del orbe, le hablé a la mente de aquella chica con ropas de furcia... Y conseguí que se mirara al espejo. Cuando vio las marcas de tus colmillos la paranoia creció rápidamente dentro de ella, y no tuve que avivar mucho sus temores para que decidiera colgarse ella misma.

Sus palabras trajeron de vuelta a mi mente los recuerdos de aquellos pies descalzos pendiendo sobre el tatami de mi cabaña. El rostro de terror, los bocetos tirados por todas partes, y las dos perforaciones de mis colmillos sobre su cuello...

Y el espejo sobre el tocador de Setsuna, tan intacto sobre su tocador que jamás lo hube considerado como un factor de lo sucedido.

-Así que sí que fuiste la responsable directa del suicidio de Himawari... - Mascullé, apretando los puños hasta dejarme los nudillos blancos.

Mi Madre se rodeó el cuerpo con los brazos, agachando la vista como si un niño regañado se tratase.

-Puedes pensar lo que quieras. – Murmuró entre dientes.

Aquella revelación dolía. Y no solo por lo atroz de sus acciones, sino porque no podía evitar sentir una punzada de traición...

-¿Y Jaken? ¿Le pareció bien aquello que hiciste? – Hasta donde me constaba, el duendecillo había terminado por tomarle un extenso cariño a mi esposa, de modo que me costaba imaginarle permanecer impasible ante aquel evento.

Inukimi alzó el rostro hacia mi, con una diabólica sonrisa deformando sus facciones.

-Sí que me la jugó bien ese miserable. Me acompañó en mi histérica risa tras enterarse de los ocurrido. Dijo que le estaba bien empleado por arrebatarle a su Amo Sesshomaru.

Pero no frunzas el ceño, hijo, mío, pues eran todo falacias. Me pedía constantemente que consultase el orbe para vigilar tu estado anímico tras haber encontrado el cadáver de la prostituta. Incluso corrió a tu encuentro cuando trataste de acabar con tu propia vida, la que YO te di. Al sapo no le quedó más remedio que recurrir a tu "medio hermano" Inuyasha para sacarte de aquel empalamiento.

Y entonces esperó, el muy ladino, hasta que volví a intentar utilizar el orbe para acabar con esa costurera que acababas de conocer... Y entonces me traicionó, partiendo la gema en dos con su báculo.

Nunca he estado más rabiosa en mi existencia, hijo mío. Su lealtad por ti siempre fue más fuerte que la amistad que había forjado en falso conmigo. Acabé con él y su preciada montura. De modo que no me quedó otra opción, tenía que acabar con aquella mujer con sus propias manos...

Y así era cómo el asesinato de Iori había tenido lugar. Todas las piezas comenzaban a encajar una por una, creando una realidad aún más cruel de lo había creído por siglos.

-Los... Mataste a todos... - Musité, casi sin aire, tomando conciencia de los eventos que habían tenido lugar sin que yo hubiera sido consciente.

-Así es. Todas las personas que te aman acaban de forma desdichada, ¿no crees?

Parpadeé, confundido.

-¿Amarme, dices...?

Mi madre puso los ojos en blanco.

-Por favor, no seas espeso. Hasta para ti debía de haber sido evidente que ese Jaken estaba colado por ti hasta las trancas. ¿A qué se iba a deber sino esa devoción incondicional?

Los crímenes de mi madre se iban acumulando, pero me obligué a no perder la calma. Si quería descubrir todo lo que se me había pasado por alto, tenía que escuchar su relato hasta el final.

-Está bien, Madre... Y después de perder el orbe y tus últimos secuaces... ¿Qué hiciste? – Le pregunté en tono sombrío.

Inukimi juntó las manos sobre su regazo, ocultando sus dedos bajo las largas mangas del kimono.

-Convivir con los humanos, está claro. – Admitió casi con vergüenza. - Labré mi propio camino engatusando y asesinando a los hombres correctos, mientras seguía buscándote. Para hacerte pagar por todo. – Añadió con la bilis ascendiendo por su garganta.

Pero este país es mucho más basto de lo que jamás hubiera podido imaginar... Y solo con la llegada del internet pude localizar de nuevo, gracias a que no te habías molestado ni en cambiarte el nombre. – Para ese momento, su expresión pareció suavizarse ligeramente, dejando atrás la turbulenta tormenta de emociones negativas.

Descubrí que te habías vuelto el profesor "más joven" en la universidad de Tokyo, y como Madre, decidí dejarlo estar. Creía que por pasado página, estabas intentando seguir con tu vida, como yo misma estaba haciendo...

-Entonces... ¿Por qué has intentando matar a Kaori también? – La interrumpí con tono acusatorio.

Inukimi suspiró, hundiendo los hombros ligeramente.

-Yo también me sorprendí cuando me la recomendaron los demás inversionistas. Decían que la habían conocido tras un desfile de la marcaBlue Dragony que tenía buenas ideas.

Al principio, intenté tratarla como una humana más, ignorarla como el insecto que seguía siendo a mis pies... Hasta que, un día... Vino marcada con tu esencia, hijo mío. Entonces supe que habías vuelto a caer de nuevo.

Y ese error debía de ser corregido una vez más.

Mientras terminaba de hablar, sentí cómo mi alma se disociaba de mi cuerpo. No podía soportar seguir en presencia de aquella mujer. Nada de lo que había hecho tenía justificación.

Y no podía perdonarlas por todas las muertes que había causado, directa o indirectamente. Ni la de Rin, ni la de Airin, ni la de Hiwawari, Jaken, Ah-Un o Iori.

Pero no iba a matarla. No. Merecía vivir con sus pecados y con las consecuencias de sus actos hasta el último de sus días.

Me puse en pie lentamente y ella esperó, probablemente, a que le diera el golpe de gracia.

En cambio, todo lo que hice fue dibujar en el aire un círculo con el meñique la de mano izquierda, y entonces apunté con la uña hacia el techo. En ese momento, un hilo de color carmesí apareció alrededor del pequeño dedo. El otro extremo de la cuerda desaparecía en el aire, impidiendo visualizar a qué me ataba ese lazo.

No obstante, mi Madre pareció comprenderlo de inmediato, a juzgar por el asombro dibujado en su rostro.

-¡E-eso es...!

-Así es. El mismo conjuro que Zero le lanzó a Rin para evitar que yo la ejecutase. – Murmuré, observando el haz de luz que flotaba en el aire. – De modo que, si finalmente has tenido éxito en tu empresa, y ella pierde la vida...

Yo también desapareceré para siempre, Madre.

Contra todo pronóstico, mi progenitora se deshizo en lágrimas frente a mí. No podía soportar la posibilidad de perder aquello por lo que se había desvivido, por quien había luchado unilateralmente por siglos: su único hijo.

Habiendo desvelado aquella carta, adquirí la certeza de que no volvería a atacar a la mujer que amaba nunca más. No se arriesgaría a convertirse en mi verdugo ahora que conocía el encantamiento que nos unía.

-P-pero Sesshomaru... Si haces eso... Ella es humana, a-así que cuando muera... - Sollozó la Inugami, deshecha como jamás la había visto.

-Sí, pereceré con ella. – Confesé, sintiéndome en paz con aquella idea. – Es lo que tenía en mente cuando pedí este deseo a la última perla arcoíris que quedaba en mi poder...

Aunque, dada la maldición que el Seiryuu me había transferido, no estaba del todo seguro de que fuera a funcionar. Pero era la única posibilidad que me quedaba de abandonar este mundo y descansar al final, de una vez por todas.

Mi madre siguió llorando desconsolada, incapaz de pronunciar palabras. Sus esperanzas de que regresara a ella una vez Kaori muriese acababan de esfumarse, sumiéndola en la más profunda de las desesperaciones.

-H-hijo... Perdóname. Estaba equivocada, por favor... - Gimoteó, arrastrándose a mis pies. – No me dejes sola, te lo suplico...

No me abandones por una humana, como hizo tu Padre...

La parte de mí que siempre había sentido lástima por ella dada la traición de mi Padre terminó por darle la espalda. Le dediqué una mirada fría como el hielo.

-No quiero volver a verte jamás. – Espeté, dando un paso hacia atrás para huir de sus ponzoñosas garras. – Pero, si al menos quieres conseguir mi perdón, deberás jurar que jamás volverás a hacerle daño a Kaori ni atentarás contra su vida. – Alcé el dedo meñique de forma casi amenazadora.

No te quepa duda de que lo sabré si lo intentas.

-S-si es lo que deseas... Desapareceré de tu vida de una vez por todas... Sesshomaru.

Su voz resquebrajada sacudió los latidos de mi corazón, por mucho que me esforzarse en permanecer impasible. Entonces me di la vuelta sobre mis talones para dejar de mirarla, antes de que pudiera llegar a arrepentirme de aquella drástica decisión.

-Si por fin te ha quedado claro... Hasta nunca, Madre. – Me despedí, mucho más apesadumbrado de la última vez que le dije algo así, dentro del Palacio del Oeste.

Esta vez sentía una opresión en el pecho, más allá del enfado, más allá de la compasión...

Sentía una gran tristeza.

-Espera... ¿Puedo... decirte algo más? – Gimoteó ella.

-No. – Mascullé-

No podía darle la oportunidad de que fuera a cambiar. No podía confiar en ella, no importaba que fuera mi Madre, lo que había hecho era, simplemente... Monstruoso.

Incluso si había cometido todos aquellos errores porque se sentía sola y herida.

-Toga... Estaría orgulloso de ti, hijo mío. – Murmuró ella, sabiendo que mis desarrollados sentidos captarían el timbre de su voz a la perfección. Me quedé clavado en el sitio unos instantes, escuchando las que decidí que serían las últimas palabras que me dedicaría en lo que me quedaba de vida.

Te has convertido en el mismo tipo de hombre que él: uno que no soporta la crueldad de este mundo y protege a sus seres queridos hasta el último aliento...

Finalmente, las lágrimas comenzaron a rodas por mis ojos, llenas de dolor.

Hubiera deseado que él hubiese seguido vivo para decirme eso.

Y, sobre todo, hubiera deseado no haber tenido que heredar las formas mezquinas de Inukimi antes de convertirme en alguien digno de llamarse el primogénito de Inu no Taisho.

Sin darle ni una sola palabra en respuesta, emprendí la marcha hacia el exterior de aquella vacía mansión. Una vez atravesé la verja, me detuve para observar el cielo, tratando de reprimir el llanto.

Sin embargo, no fui capaz. Lloré como un niño, desconsolado y abandonado, ocultando mi rostro entre las manos.

Porque sabía que, a pesar del invierno, hacía mucho más frío dentro de la casa que había dejado atrás que donde yo me encontraba, al aire libre. Y que mi Madre ya jamás podría abandonar aquella congelada prisión en la que se había confinado ella misma.

Un molesto pitido llegó a mis oídos. No sonaba demasiado fuerte, pero se repetía a intervalos regulares. Respiré con pesadez. Sentía la boca seca.

Entonces comencé a abrir los párpados despacio, deslumbrada por la cegadora iluminación que me recibió. Aún desorientada, escuché un coro de voces llamando mi nombre, y varias manos posándose cuidadosamente sobre mis extremidades. En todas, salvo mi brazo derecho, el cual sentía completamente rígido y envuelto en una crisálida de yeso endurecido.

Poco a poco, el mundo comenzó a dibujarse con nitidez frente a mis ojos: identifiqué a Towa, Tomoki, Momoka y Ayumi. Todos ellos me observaban con enorme preocupación en los ojos, y disparaban millones de preguntas que yo era incapaz de desgranar una a una.

- Un... momento... - Les pedí, con la lengua pastosa. – N-no os entiendo... - Tosí con fuerza, haciendo que todo mi cuerpo convulsionase por el esfuerzo. – A-agua...

Fue la hija de Sesshomaru quién salió disparada de la habitación en busca de la hidratación que pedía, como probablemente de un médico.

Después de todo, no tardé en darme cuenta de que me encontraba entubada en una habitación de hospital.

- Kaori... Kaori, ¿me escuchas? – Me llamó mi mejor amigo, Tomoki, tomando mi mano izquierda entre las suyas, largas pero huesudas. Asentí débilmente, con la voz atrapada en la garganta. – Vale... ¿Entiendes lo que digo? – Volví a sacudir la cabeza de arriba abajo, en gesto afirmativa. – Oh, vale, vale, perfecto, no te fuerces a hablar, entonces...

No sabes el susto que nos has dado.

Fruncí los labios en un intento de sonrisa, estrechando su mano con toda la firmeza que fui capaz. Quería decirle que lo sentía.

Que no había sido mi intención hacer que se preocuparan por mi...

- No es momento de reprenderla. – Intervino Momoka, dedicándole una mirada de reproche a nuestro amigo. – Lo importante es que estás de una pieza, Kaori. – Su mirada se dulcificó como la de una madre al dirigirse hacia mí. - Los médicos han dicho que la operación ha salido bastante bien y sin complicaciones, así que no te preocupes, ¿vale? Vas a estar bien.

Sentí unos dedos juguetear con mi cabello, peinándolo con mimo. Al girar la cabeza en esa dirección me encontré con el semblante de Ayumi. Mi exnovia me observaba al borde del llanto, con los labios temblándole mientras me atesoraba con sus suaves caricias.

Dejé escapar un suspiro.

- Esta chiquilla está tardando mucho. – Se quejó Tomoki, depositando mi mano sobre la camilla. – Voy a ir a buscar al doctor.

- ¡Oye, espera...!

Escuché los pasos de Momoka seguir a los de Tomoki, saliendo por la puerta con el escándalo que les caracterizaba.

Cuando el silencio se hizo en la sala, Ayumi y yo permanecimos con los ojos clavados en los de la otra, sintiendo nuestras respiraciones acompasarse. La joven idol se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano, provocando que el oscuro rímel de sus pestañas se corriera por su rostro.

A juzgar por el temor que asomaba sus ojos, podía intuir que sabía lo que realmente me había sucedido, y que un demonio había estado a punto de asesinarme...

- Sesshomaru... ¿Dónde está? – Pregunté con la voz rasposa. – E-estaba luchando...

- Shh... - Me pidió Ayumi, depositando un dedo sobre mis labios. – Él es fuerte, Kaori. Seguro que vuelve sano y salvo. Ahora no hables, te vas a dañar las cuerdas vocales.

Fruncí los labios, convencida de que lo que decía era cierto. Tenía que confiar y creer en él.

En ese momento regresó Towa con una botella de agua y el doctor pisándole los talones. Di unos desesperados sorbos con la ayuda de Ayumi, y entonces el médico desalojó a todos los visitantes para examinarme en privado.

Mientras me auscultaba y ponía a prueba mis reflejos, el médico explicó que me habían ingresado al quirófano con el brazo derecho casi destrozado: había sufrido de una luxación de codo, una fractura de cúpula y una fractura de coronoides. Además, presentaba múltiples hematomas en los hombros y costados, y habían tenido que limpiar la sangre de la piel en carne viva de mis rodillas. También me habían envuelto el tobillo hinchado con vendas, y tras evaluar mi nivel de dolor y restricción de movimiento decidió que se trataba de un esguince leve.

- Por lo pronto, como eres joven, estoy bastante convencido de que con unas semanas de reposo y algo de rehabilitación, podrás volver a hacer vida normal. – Dijo el doctor mientras hojeaba los informes de mi operación. – Sin embargo, hay algo en la historia de la chica que llamó a la ambulancia que no nos termina de cuadrar... Dijo que te encontró abandonada en la cuneta mientras iba con su padre a una cena familiar... Pero no hemos sabido nada de ese hombre que la acompañaba. Y tus heridas parecen fruto de algún tipo de agresión...

¿Quieres que llamemos a la policía para que puedan tomarte declaración de la sucedido? – Inquirió el doctor alzando una ceja, preocupado por mi caso.

Di una amplia bocanada de aire. Una parte de mi aún burbujeaba con el terror que había pasado horas antes, y deseaba chillar a los cuatro vientos el nombre de la mujer que había intentado acabar con mi vida. Sin embargo, la otra sabía que era más prudente callar y esperar.

Aquella noche me había quedado más que claro que no había nada que un simple humano pudiera hacer para defenderse de las fauces de un demonio.

- En realidad, tengo una gran laguna al respecto... No me acuerdo de nada. – Mentí, a sabiendas de que sólo pondría más vidas en peligro si los mandaba tras los pasos de la monstruosa Madre de Sesshomaru. Tenía que confiar en que él sabría mantenerla a raya. – Pero ese hombre jamás me ha puesto la mano encima. No tiene que preocuparse.

El doctor no pareció muy convencido por mi explicación, pero sabía que no podía obligarme a denunciar, de modo que, muy a su pesar, decidió dejarlo estar.

Mis amigos volvieron a pasar a la habitación tan pronto como el doctor terminó de examinarme, y permanecieron haciéndome compañía hasta que una enfermera me trajo amablemente una bandeja con comida.

No tenía demasiada hambre, pero me obligué a tomar algo para poder recuperar algo de energía.

Les pedí a mis amigos de la infancia que no avisasen a mis padres de lo que había sucedido, dado que tampoco quería preocuparlos, pero los tres admitieron con una sonrisa culpable que ya era demasiado tarde para eso. Los habían llamado mientras el médico me examinaba, y probablemente se presentarían allí mismo lo antes que pudieran.

Suspiré. Hubiera preferido que jamás lo supieran.

Tomoki y Momoka me marcharon al poco para dejarme descansar, mientras que Towa y Ayumi permanecieron a ambos lados de la cama, más como centinelas que a modo de acompañantes.

Ninguna de las tres nos atrevimos a hablar de lo ocurrido por temor a que alguien pudiera escucharnos, de modo que al final terminé cerrando los ojos y dejándome arrastrar por los medicamentos intravenosos hasta el pacífico mundo del sueño...

Para cuando volvía despertar, la oscuridad se había hecho a mi alrededor. Las sillas que habían ocupado la exorcista y la medio demonio se encontraban vacías. El aire a mi alrededor se sentía frío e impersonal, desprovisto de la familiaridad de un hogar.

Aunque tenía sentido que una habitación que debía de haber alojado a tantos pacientes de forma temporal no guardase retazos de ningunos de ellos.

En el momento en el que mis ojos lograron acostumbrarse a la oscuridad, logré discernir una enorme sombra al fondo de la habitación me hizo que mi corazón diese un vuelco en el pecho. El brillo de unos ojos dorados me observaba como la fija mirada de un depredador al acecho.

Tragué saliva y me aferré a las sábanas, buscando a tientas el botón de emergencia para llamar a la enfermera. Prefería pecar de cauta que de ingenua. No volvería a bajar la guardia ante aquellos ojos malignos.

Incluso si se trataban únicamente de una alucinación creada por mi cabeza, no podía arriesgarme a que Inukimi hubiera vuelto para rematar su tarea...

- Kaori... Soy yo. – Susurró una rasposa voz masculina.

Dejé escapar una amplia bocanada de aire, jugueteando con el cable del botón de emergencia entre los dedos.

- ¿Se... sshomaru? – Pregunté en un hilo de voz.

La siniestra silueta se acercó lentamente, revelando con mayor nitidez su imagen a la par que la luz de la luna se vertía sobre su coronilla, sus hombros y su rostro.

- ¿Cómo has entrado...? – Susurré, temerosa de que alguien pudiera escucharnos. – No creo que acepten visitas a estas horas de la noche...

Sesshomaru me dedicó una débil sonrisa, alzando su enorme mano para acunar mi mejilla.

- Necesitaba asegurarme de que estabas a salvo.

El demonio desvió los ojos un momento hacia el monitor que parpadeaba justo al lado de la cama. El pitido que marcaba los latidos de mi corazón se ralentizó perezosamente a medida que yo me iba relajando, sintiéndose segura en su presencia.

Yo no pude refrenar el impulso de estirar los brazos para palpar su torso, a tientas.

- ¿Tú no estás herido, verdad...?

El profesor Taisho se volvió hacia mi para sujetar mi rostro con ambas manos y depositó un tierno beso sobre mi frente. Noté el rubor ascender hasta la punta de mis orejas.

- No. – Susurró, con la voz grave. – Estoy bien, Kaori.

Dejé caer mi peso hacia adelante, apoyando la frente contra su pecho. Puede que físicamente no hubiera resultado herido, pero yo había aprendido a percibir el sangrado de su corazón.

Y se le notaba terriblemente dolido por la situación. Por haberme encontrado al borde la muerte, por haber tenido que enzarzarse en una pelea física con su Madre tras todo el daño que le había causado en el pasado...

No podía extrañarme lo más mínimo que sonase tan derrotado. Además...

Recordé que había sido testigo de cómo Marin se marchitaba en una habitación muy similar a aquella. Verme en aquel estado no debía de estar haciendo más que hurgar en aquel trauma del pasado...

- Lo siento... - Musité, abrazándome a su estrecha cintura. - Verme así tiene que despertarte muy malos recuerdos...

En ese momento sentí los brazos del demonio sostenerme por debajo de los omóplatos, estrechándome con delicadeza mientras enterraba los dedos en mi enredado cabello.

- No es de mí de quién tienes que preocuparte, por lo más sagrado. – Dijo, con la voz tomada. - Eres tú quien ha pasado el mayor susto de su vida por mi culpa... - Gimoteó. - Siento no haber sospechado antes de esa misteriosa clienta tuya, Kaori.

O, al menos, si hubiera llegado a tiempo... No tendrías que haber acabado en este estado.

El cuerpo del demonio temblaba como una hoja, débil y a la merced del temporal. Su abrazo resultaba tan frágil que no me atreví a moverme, con el brazo escayolado estirado como un palo tieso en el aire.

- Sí que llegaste a tiempo. – Le aseguré, notando los latidos de su corazón en mi oído. – Me salvaste la vida, por eso estoy aquí. Y lo médicos han pronosticado una buena recuperación...

Sesshomaru me sostuvo por los hombros mientras se separaba de nuestro abrazo para poder observar el rostro.

- Gracias. – Dijo, notando mis esfuerzos por hacerle sentir mejor. – Aunque no deberías ser tú quien me esté consolando en estos momentos. Lo siento.

Le dediqué una tímida sonrisa, anclando el dedo pulgar de mi mano sana en la trabilla de sus vaqueros.

- Ambos lo hemos pasado mal, Sesshomaru. Es normal que nos apoyemos el uno en el otro.

Él asintió, cabizbajo, aceptando casi a regañadientes aquel consuelo. Si pensaba que no se lo merecía, al menos no lo dijo. Quizás estaba gestionando consigo mismo el sentimiento de culpa tal y como había estado trabajando con el doctor Komaeda.

Esa parte quedaba fuera de mis manos, pensé.

- Kaori... ¿Sabes que fue mi Madre quien...? – Suspiró antes de continuar. - ¿.. Quien andaba detrás de todas esas muertes?

Asentí, apesadumbrada.

- Sí... Me lo hizo saber.

Él frunció los labios en una delgada línea.

- Ha hecho cosas terribles, yo... Creo que me hubiera gustado perdonarla. – Admitió, dolido. – Después de tantos siglos sin verla, pero... Sus crímenes han ido demasiado lejos.

Alcé los ojos hacia él, preocupada.

- Sesshomaru, ¿tú...? – La pregunta quedó suspendida en el aire, incapaz de salir por mi garganta.

- No, no la maté. – Me aseguró. – Aunque una parte de mi sentía que era el castigo justo, en realidad... No quiero volver a convertirme en el causante de la muerte de ningún miembro de mi familia.

Sonreí de ligeramente, orgullosa de su decisión.

- Lo entiendo. No creo que haya sido una mala decisión, pero... ¿Cómo podemos estar seguro de que no va a volver... por mi vida?

El profesor Taisho retrocedió, escapando de mi alcance y tomando asiento en el mismo taburete que había ocupado Ayumi horas atrás.

- Puedes estar tranquila. Sabe que no puede hacerte daño de ahora en adelante.

Y no romperá esa promesa por nada del mundo.

El dorado de los iris de Sesshomaru refulgían con decisión en la penumbra. Se veía fiero y poderoso como un dios de la guerra.

- No es que quiera dudar de tu palabra, pero... Me quedaría más tranquila si me explicaras exactamente por qué tienes esa certeza.

Él esquivó mi mirada, dirigiendo su rostro hacia la ventana por la que se colaba la escasa luz lunar.

- Es una historia un poco larga... Y sucedió poco después de lo de Marin, así que sería adelantarme a los acontecimientos...

- Entonces cuéntame sobre ella. – Repuse, cruzando los brazos sobre el pecho y recostándome contra el respaldo de la camilla. – He tenido mucha curiosidad por su historia desde que tuve la oportunidad de conocerla.

El gesto del profesor de historia se torció en uno de completa incredulidad, como si no pudiera creer que lo que le estaba pidiendo bajo aquellas circunstancias.

- ¿A-ahora...? – Carraspeó. – Tendrías que estar descansando...

- Llevo todo el día en la cama, Sesshomaru. – Le respondí, con tono juguetón. – No tengo nada de sueño a estas alturas, y prefiero escucharte que estarle dando vueltas a las cosas. – Cosas como recordar lo cerca que había estado de la muerte o la inevitable visita por parte de mis padres al hospital en los próximos días.

Sesshomaru dejó escapar un suspiro, con las comisuras de sus labios curvándose ligeramente hacia arriba.

- No tienes remedio, Kaori. Tú y tu curiosidad inagotable.

Notas: Se han tocado tantos temas que no sé ni por dónde empezar.

Bueno, lo de Jaken... Me parte el corazón, a mi la primera :') así que al menos agradezco no haber tenido que describir su final, pero todo mal.

Inukimi ha cometido muchas barbaridades en nombre de su amor por Sesshomaru y del calvario que ha sufrido por parte de su clan... ¿Qué pensáis al respecto? ¿Sentís que todo el mundo merece redención o el perdón? Que sea su madre solo lo complicado todo más...

Mi pobre Kaori, que ha quedado tan mal parada, le deseamos una pronta recuperación... Y se viene la historia de la última reencarnación, aunque ya os he contado un poquito sobre ella.

¿Tenéis curiosidad? ¿Cómo creéis que va a ser su historia?

¡Nos leemos en comentarios y hasta dentro de dos semanas! (Esta vez no me retrasaré)