Notas: ¡Felices fiestas a todas! Feliz Navidad atrasada y Feliz Año Nuevo. Acabo de caer que estamos en la misma época que Kaori y Sesshomaru en el presente, me resulta muy curioso que haya coincidido.

La verdad es que es la primera vez que subo el último capítulo que tengo en el tinterio, pero intentaré aprovechar las vacaciones para ponerme las pilas y tener la próxima actualización sin demora!

Tengo muchas ganas de finalizar y cejar cerrada esta historia, espero que os guste la dirección que va tomando, y siento mucho si se me alarga más de la cuenta, ay,

Os dejo con la lectura, siguiendo por donde dejamos el flashback anterior!

Marin y yo viajamos de forma itinerante en dirección al sudoeste, alejándonos lo máximo posible de Kyoto. Cada noche que pasábamos en una posada, la joven insistía en que no derrochase mi dinero en habitaciones separadas, cuando cabían hasta dos futones perfectamente en una.

Me preocupaba que pudiera sentirse incómoda con mi cercanía, aunque en el fondo agradeciese poder recortar nuestros costes de alojamiento. Después de todo, tenía que emplear mis limitados (aunque abundantes) fondos para sustentarnos a los dos hasta encontrar un lugar en el que establecernos. Y también necesitaríamos dinero para ello, por supuesto.

Los humanos eran avariciosos, y había aprendido que nunca regalaban nada de buena fe, sobre todo cuando corrían tiempos duros.. Todo tenía su precio.

Todas las veces que Marin y yo compartimos habitación yo me tumbaba dándole la espalda, dándole el mayor espacio y privacidad que me fuera posible. No quería remover los dolorosos sentimientos de lo que podía haber vivido en casa de su tío, de modo que nunca le pregunté. Incluso si se revolvía en sueños o si se despertaba con un sudor frío empapando sus sábanas, preferí fingir que no me había dado cuenta o que no le daba más importancia.

Al menos hasta que, una noche, fue ella quien buscó hablar sobre ello.

-¿Doctor Taisho…? – Me llamó su dulce voz en la penumbra.

Llevábamos meses viajando juntos, y aún no había conseguido que se deshiciera de la manía que tenía de tratarme de forma tan cortés. Suspiré, sin volverme hacia ella en ningún momento.

-¿Sí?

-¿Podría… dormir más cerca de usted esta noche?

Negué con la cabeza, categórico.

-No creo que sea apropiado por mi parte, Marin. Soy un hombre adulto, y no estaría bien visto que compartiese lecho con una jovencita como tú.

La joven permaneció en silencio unos segundos. Podía escuchar unos frenéticos latidos tamborileando en su pecho. Preocupado por aquel síntoma, me pregunté si la joven pudiera estar sufriendo algún tipo de ataque de pánico como alguno de los que había sufrido en sueños, de modo que rodé hasta colocarme mirando hacia el techo para vigilarla de reojo.

Su pálida mano se estiró sobre el suelo del tatami, tratando de alcanzarme.

-¿Podríais darme la mano… al menos?

Giré el rostro hacia ella para encontrármela tumbada sobre su costado, con los ojos vidriosos y envuelta de forma casi hermética dentro del futon.

Conmovido por la ternura de aquella petición, alargué el brazo hasta rozar sus dedos con los míos. Estaban fríos.

Los envolví despacio, intentando calentarlos con mi piel.

-Gracias. – Musitó ella con una débil sonrisa.

-No es nada…

Los segundos pasaban en silencio entre nosotros. Yo no podía dormir, encantado con la cercanía de su aroma y maravillado con el tacto de su tersa palma, la cual comenzaba a entrar en calor.

-Doctor Taisho, como ya sabéis… - Comenzó a decir ella de repente, con la voz ahogada. - Mi tío...

-No tienes por qué forzarte a hablar de ello. – La interrumpí, aferrándome a sus dedos con firmeza. – Debe de ser muy doloroso para ti recordar algo así…

-Lo es. – Admitió Marin, con expresión solemne, dibujando una dulce sonrisa con sus labios. – Pero, precisamente por eso… Siento que necesito sacarlo de mi pecho, para poder aceptarlo y pasar página. ¿Le importaría ser mi confidente, doctor Taisho?

Su sencillo petición removió algo en el interior de mi pecho, haciéndome estremecer. Si aquello era lo único que podía hacer para darle un mínimo consuelo, no tenía intención de negarme.

Aunque en el fondo me horrorizaba lo que sospechaba que estaba a punto de escuchar.

-Sólo si empiezas a llamarme por mi nombre. - Le pedí, como única condicionó.

-… Lo intentaré. - Musitó ella, aferrándose a la manta del futon desde el interior con sus delicadas manos.

La joven me narró entonces cómo su tío había abusado de ella física y verbalmente casi a diario, la había esclavizado con las tareas de la casa hasta el punto de lo absurdo y cómo en el instituto se burlaban de ella por ser huérfana y pobre. Dijo que la noche que su tío trajo a varios amigos para hacer con ella lo que quisieran, no pudo aguantar más la situación. Envalentonada por el terror que había tomado las riendas de su mente, decidió urdir un plan para servirles sake a los hombres hasta que se quedaron dormidos y fue entonces cuando ella podría huir de la casa.

Aunque sus maquinaciones no lograron evitar que aquellos cerdos se repartieran y turnasen su cuerpo como si se tratase de ganado, a cambio de unas monedas que le pagaron a su tío frente a los ojos de la joven. No fue hasta entrado la noche que el grupo de abusadores quedó inconsciente por el alcohol. Un trauma del que aseguraba la acompañaría por el resto de sus días.

Fue debido al pánico a que cualquiera de ellos recuperara el conocimiento que Marín echó a correr con lo puesto, sin molestarse en recoger sus pertenencias o ni siquiera un cambio de ropa. Ni siquiera había ideado un rumbo fijo, pues sólo quería alejarse lo máximo posible del alcance de las despiadadas garras de su tío. Cuando tropezó con las vías del tren, no tuvo fuerzas para ponerse en pie porque no había comido en todo el día, con la fatiga física y mental de todo el día hundiendo su cuerpo contra el suelo. Mareada y con el subidón de adrenalina frenado de golpe, la joven perdió el conocimiento justo donde me la encontré.

La ira que me corría en las venas iba en aumento mientras la escuchaba con atención, sin hacer preguntas y dejando que compartiese conmigo únicamente los detalles que quisiera desenterrar de su pecho. Pero deseé haber despedazado a su tío con mis garras cuando tuve la oportunidad, porque para aquellos momentos no tenía el corazón de dejarla sola mientras regresaba a cobrarme su miserable vida.

No cuando Marín necesitaba mi consuelo y mi compañía, no mi ira.

-De modo que te agradezco mucho que me salvases la vida, Sesshomaru. - Murmuró ella, finalizando su relato. - Y que me dieras una casa, e incluso que me hayas tratado como una más de tu familia… No sé cómo podría pagarte por todo lo que has hecho… - Añadió, con lágrimas de emoción asomando a sus ojos.

Alcé mi mano, tentado de acariciar sus mejillas y enjugar sus lágrimas con mi pulgar. Sin embargo, detuve mis dedos en el aire.

Quizás tocarla era lo peor que podía hacer en aquellos momentos.

-¿Y por qué no trabajas para mí? - Le ofrecí.

-¿Cómo? - Inquirió ella mientras se secaba las lágrimas con los puños.

-Esta ciudad parece tan buena como cualquier otra para establecer una nueva clínica, ¿no te parece?

Adquirí una villa modesta pero suficientemente grande como para poder ubicar todos los espacios necesarios de forma claramente diferenciada: un discreto despacho para mis investigaciones, una amplia sala de estar que funcionaría como consultorio, una modesta cocina que contaba con todos los utensilios necesarios, un aseo, una sala de baño y dos habitaciones individuales.

A pesar de que Marín ya había tomado por costumbre dormir en la misma alcoba que yo, no era una rutina que yo desease seguir perpetuando. Sin importar cuan decepcionada se mostrase la joven por mi decisión, tras lo apegada que se había vuelto a mi compañía desde la noche en la que me había hablado de la terrible historia sobre su tío.

No, porque identificaba en sus ojos una emoción extremadamente conocida, y a la que no quería tener que enfrentarme. Resultaba que la adolescente había comenzado a lanzarme indiscretas miradas llenas de la misma adoración y tierna emoción que mi esposa, siglos atrás. Y no podía permitirme ningún desliz más.

No, cuando Marín rondaba la misma edad que la princesa Airin cuando me involucré con ella. No, cuando yo la había adoptado y acogido como si se tratase de mi propia hija. No, cuando yo no era una opción, sino lo único que tenía en la vida.

Y mucho menos, sabiendo el terrible destino que podía aguardarle si le mostraba mi verdadero ser, el que escondía debajo de la gruesa coraza de la que me había armado para tratar con ella.

Sólo quería verla feliz. Y no permitiría que nada, mucho menos mis propios deseos, se entrometiesen en mi cometido.

-¡Cuídese mucho el brazo, señor Obata! - Exclamó Marin para despedir al paciente que abandonaba la clínica con el brazo envuelto en un cabestrillo.

El hombre, al que apenas le quedaban cuatro pelos sobre la cabeza, agachó el rostro en una silenciosa reverencia, con los ojos alzados en dirección a la adolescente. La chica vestía un vestido de cuadros naranjas y amarillos que le caía justo sobre la rodillas, dejando al descubierto unas finas piernas blancas, las cuales parecían haber acaparado toda la atención del hombre. Le lancé una mirada fulminante mientras cruzaba los brazos sobre el pecho, y solo entonces apartó sus groseros ojos de la figura de Marin.

-Gracias, doctor. - Gruñó el paciente, encogido sobre sí mismo.

Y solo entonces el pobre diablo se decidió a salir por la puerta, perdiéndose en la espesa bruma de la madrugada.

-No deberías mostrarte tan simpática con desgraciados como ese, Marín. - Le advertí a la joven sin alzar la voz, observándola de reojo.

La chica puso los brazos en jarras y se giró hacia mí con un enérgico brinco, inclinándose hacia adelante con los labios fruncidos.

-No hay por qué tratarlos mal simplemente por vivir al margen de la legalidad, Sesshomaru. No está bien ser prejuicioso.

Mientras iba dejando atrás sus heridas y miedos, la joven había dejado entrever una personalidad juguetona, vivaracha y una férrea determinación. La adolescente, aún pura e incrédula, siempre saltaba en defensa de los desfavorecidos. Quizás porque en el fondo, le hubiera gustado que alguien hubiese abogado por ella de la misma manera en el pasado.

Aunque gozar de mi protección también podía formar parte de las circunstancias que le habían permitido volverse tan osada, sabiéndose protegida y consentida por mi parte.

Un corazón benevolente y generoso con un carácter incontrolable. En eso se había convertido la asustadiza y callada Marín. Una fascinante mujer aún en camino de la madurez. Una que podía aportar mucho al mundo, si sólo se lo propusiera.

Sin embargo, ella se había negado en rotundo a regresar a las aulas para terminar su educación. En cambio, se había empeñado en convertirse en mi ayudante, tanto en lo que concernía a las tareas de la casa, como en mi labor como doctor. Un alma indomable a la que había sido incapaz de hacer entrar en razón.

Decía que era lo mínimo que podía hacer para compensarme por todo lo que la había ayudado, más a mí no me cabía duda de que lo que pretendía era pasar la mayor cantidad de tiempo posible cerca de mí. Por ese motivo, me pasaba las horas encerrado en mi despacho, aislado con el pretexto de continuar con mi investigación. Aquella noche no fue distinta.

Aunque hacía mucho que me había estancado, sin encontrar nuevas líneas de investigación y experimentación por las que seguir.

El sonido de la puerta me distrajo de mis interminables cavilaciones, preguntándome sin descanso cuál debía ser mi próximo paso.

-Sesshomaru, la cena está lista. - Me llamó la voz de Marín a mis espaldas.

Se me erizó el vello de la nuca al sentirla pasar por mi lado. La adolescente depositó la bandeja que cargaba suavemente sobre mi escritorio. Antes de que pudiera pasarle mi taza de té vacía, ella se me adelantó, alargando el brazo con una complaciente sonrisa.

Nuestros ojos se encontraron en ese momento, haciendo que se me cortase la respiración por un instante.

Estaba DEMASIADO cerca.

Mucho más de lo que ella sabía que yo le permitía.

Y, sin embargo, como me temía, no pude atreverme a apartarla.

Marín se inclinó sobre mí, dejando bandeja y taza olvidadas sobre mi escritorio. Sus ojos de cervantino me hipnotizaban, sus pupilas dilatadas creando una deslumbrante oscuridad en la que podría perderme por horas.

-¿Estás bien, Sesshomaru? - Me preguntó ella en un débil susurro. - No deberías pasar tanto tiempo aquí encerrado, te ves pálido…

Sus dedos se acercaban a mi frente, dispuesta a retirar unos mechones de cabello para comprobar mi temperatura corporal. Sacudido como si me hubiesen rociado un chorro de agua fría, me puse en pie mientras arrastraba la silla con un sonoro crujido.

Marín retrocedió, intimidada por mi altura.

-Me encuentro bien, sólo… Necesito darme un baño antes de cenar. - Murmuré, con la vista fija en mi escritorio, sufriendo una punzada de culpabilidad al pensar en su corazón dolido por mi brusco rechazo.

-¿Ahora? - Inquirió, sin ocultar su decepción. - Pero se va a enfriar la cena…

-Lo siento. - Me disculpé, retirando la silla de mi camino para evitar en toda la medida de lo posible rozar su cuerpo. - Puedes ir cenando sin mí, si quieres.

Más mis palabras no fueron consuelo alguno para ella. Justo antes de salir de la estancia la escuché susurrar, con el ánimo completamente apagado:

-¿Por qué trabajas tanto…?

La vida en la clínica con Marín resultaba apacible, ignorando aquellos encontronazos cuando se mostraba demasiado coqueta y yo me veía obligado a rechazarla. Los pacientes que nos visitaban la percibían como mi hija o mi pupila, y así debía seguir siendo.

Incluso cuando aquella tensión sin palabras me ahogaba cada día un poco más.

-¡Joder, me haces daño, capullo! - Gritó el joven al que estaba augurando una herida de bala en el hombro.

Sentado sobre la camilla, el joven me observaba con ojos desafiantes.

-Si dejaras de meterte en problemas, no tendría que estar te cosiendo en primer lugar. . - Gruñí, malhumorado. - Así que ahora deja de lloriquear como un bebé y estate quieto.

Takashi Matsuura. Uno de los pocos pacientes de los cuales había logrado memorizar su nombre, únicamente porque se trataba de uno de los visitantes más frecuentes. Siempre aparecía lleno de rasguños, con alguna torcedura o cualquier otro tipo de lesión física.

Por su forma de hablar y las compañías que le habían traído hasta la clínica en alguna ocasión, el muchacho parecía estar metido en algún tipo de banda callejera, e incluso me atrevería a decir que tenía conexiones con los yakuza de la zona.

Al final, se trataba de un mequetrefe que solo quería verse como un tipo duro, algo un poco complicado uniforme escolar de estilo gakuran. No era más que un niño inconsciente en un mundo más violento del que podía manejar.

Eso pensaba al principio, al menos, aunque comenzaba a sospechar que había otro motivo que había aumentado la frecuencia de sus visitas…

-Doctor Taisho, traigo el ungüento y los vendajes. - Anunció mi protegida, cargada con los materiales que le había encargado.

-Gracias, Marín. - Dije, cerrando el último punto de costura y dejando la herida completamente sellada. - Voy a lavarme las manos, ¿te importa terminar tú?

-¡Sin problema! - Respondió ella, entusiasta.

Salí con paso cansado de la consulta y esperé junto a la puerta, escuchando la conversación entre los jóvenes.

-¡Juraría que tú padre disfruta cada día más haciéndome daño durante las curas, Marín! Es un sádico. - Se lamentó Takashi, sin ocultar su enojo.

La adolescente le respondió con una risa ligera como el trino de un ruiseñor.

-Por supuesto que no. Sólo es muy serio, pero el doctor Taisho no disfruta el dolor ajeno en lo absoluto.

-Sea como sea, me sentiría mucho más cuidado si siempre me atendieras tú.

-¡Qué bromista! Yo jamás podría alcanzar el nivel de maestría de Sesshomaru…

Ambos rieron, pasándolo realmente bien en compañía del contrario, como siempre. No era común que Marín pudiera interactuar con otras personas de su misma edad, de modo que no habían tardado en forzar un tierno vínculo de amistad.

Apreté los puños, conteniendo mi energía demoníaca y la punzada de celos que amenazaba con hacerla explotar.

Así era como debía ser.

No hubiera podido desear que ocurriese de ninguna otra forma.

Los párpados de Kaori parpadeaban pesadamente, como los pétalos de una flor anegados por la lluvia. Me recosté hacia atrás perezosamente, con el cuerpo relajado en el distendido ambiente de la habitación de hospital.

-Quizás estaría bien dejarlo aquí por hoy.

El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, marcando el alba de un nuevo día, en el que aquella ciudad comenzaría a moverse con su bulliciosa rutina.

-Me parece bien. - Concedió ella, dejando escapar un adorable bostezo. - Me quedo bastante tranquila en el punto en el que lo has dejado… Creo que hiciste lo correcto, Sesshomaru.

Agaché el rostro, deseando por un instante recuperar mi larga melena para poder ocultar tras ella mi expresión.

-Lo sé. - Murmuré.

Kaori se revolvió con incomodidad en la cama, consciente de que había metido el dedo en la llaga. Pero no pensaba recriminarle, no.

Porque había sido la forma óptima de proceder, indudablemente.

Vislumbré el halo blanquecino de la escayola que envolvía el brazo derecho de la humana. Agitaba sus desconchadas uñas con vigorosidad para llamar mi atención, por lo que me obligué a alzar los ojos hacia ella.

-Sé que no tuvo que ser fácil. Y está bien que sientas que fue injusto tener que tomar ese curso de acción, Sesshomaru.

Contuve una amarga risa en la base de mi garganta, obligándome a tragar antes de contestarle. Me llevé la mano al pecho, justo sobre el punto en el que palpitaba mi inagotable corazón.

-Es tan… humano. Este tipo de conflictos… - Dije, estirando mi Palma abierta hacia ella. - Negarse a lo que uno más anhela por el bien de los demás. Con la tranquilidad de hacer lo correcto, pero con la quemazón de lo que podría haber sido… - Las puntas de mis dedos rozaron los suyos en una tímida caricia antes de cerrarse en un puño. - Tan irracionales a la par que siguen una clara lógica basada en sus sentimientos y emociones…

Es curioso cómo me he ido convirtiendo en lo que mi Madre y yo mismo siempre hemos criticado más de los mortales.

Kaori me dedicó una sonrisa llena de esperanza y de comprensión. Con un leve dejé de compasión entremezclado con melancolía.

-Yo creo que te has vuelto en lo que siempre estuviste destinado a ser: tú mismo.

Luché contra el impulso de estrecharla entre mis brazos. Quería fundirme con ella para no volvernos a separar. Atesorarla, repetirle una y mil veces que era la criatura más hermosa en cuerpo y alma que había conocido jamás.

Aunque, sabía que, si me dejaba llevar, nos metería en un problema a ambos.

Me puse en pie en contra de mi voluntad y me incliné para besarla sobre la frente, enredando mis dedos entre las revueltas hebras de su flequillo.

-Gracias. - Susurré, escondiendo la empalagosa sonrisa que asomaba a mis labios.

Ella murmuró mi nombre, alzando la barbilla con los iris brillantes, bañados en anhelo. Sus labios suplicaban de forma silenciosa que los devorase hasta la extenuación.

Habíamos estado distanciados físicamente por tanto, tanto tiempo que no podía culparla por reaccionar exageradamente a la cercanía. Además, habiendo estado al borde de la muerte, sin certeza de volver experimentar compañía alguna, era fácil sentirse atraído de sobremanera por el deseo de volver a sentir el roce piel a piel.

Tentado, recorrí su carnoso labio inferior con el dedo pulgar. Su textura era sedosa, húmeda y caliente. Justo el tipo de ambiente en el que deseaba enterrarme por siempre jamás…

-He de irme. - Le anuncié, obligándome a dejar escapar su rostro de entre mis manos. - Escucho pasos en los pasos, así que dudo que tardan en pasar a revisar cómo has pasado la noche.

Y, por supuesto, como yo me había infiltrado fuera del horario de visitas, no era buena idea que me encontrasen allí sin explicación alguna.

-Está bien. - Accedió ella, con las mejillas arreboladas y la somnolencia totalmente borrada de su semblante. - Nos vemos pronto, espero.

-En cuanto termine mi jornada lectiva estaré de vuelta. - Le prometí, permitiéndome pasar el dorso de la mano por el sonrojo de sus mejillas. – Te lo prometo.

Pronunciado aquel voto, me dirigí a la ventana de la habitación y la abrí de par en par. Apoyé el pie izquierdo sobre el alféizar y me impulsé hacia el exterior mientras mi estola se materializaba a mis espaldas.

Floté a través del cielo carmesí del amanecer, ajeno a las cabezas que clavaban la vista en el suelo o en las pantallas de sus dispositivos móviles. Hipnotizados, arrastrando los pies bajo el invisible yugo de la rutina. La energía demoníaca comenzó a replegarse hacia el interior de mi estómago, haciendo desaparecer la evidencia de mis poderes. Los extremos de mi estola se arremolinaron alrededor de mis tobillos mientras se desdibujaban al ritmo de mi aterrizaje.

Mis zapatos se posaron sobre la azotea desierta de un bloque de apartamentos de aspecto poco cuidado y desmejorado por el tiempo. Clavé los ojos en el sol y observé fijamente cómo se iba alzando sobre un fondo cada vez más azul celeste.

Respiré una bocanada de aire helado mientras hundía las manos en los bolsillos. Yo mismo no tardaría en tener que incorporarme a mi rutina de trabajo para mantener mi fachada de ser humano, pero, por un momento, solo necesitaba respirar.

Pensar.

Asimilar.

Y dejar marchar.

Aunque no estaba del todo seguro de que fuese buena idea no tomar represalias contra Inukimi. Y por más racional que fuera el pensamiento de acabar con ella para asegurarme de que no volvía a hacer daño, una parte de mí se retorcía de congoja.

Jamás creí que me iba a sentir tan contrariado ante la tesitura de tener que arrancar una vida. Y no sabía si se debía al vínculo sanguíneo que inevitablemente compartía con ella, o si había algo más que me limitaba.

Entonces arrugué la nariz al percibir un nauseabundo olor invadir mis fosas nasales. Me di la vuelta sobre mis talones, atisbando sin sorpresa alguna una mata de cabello rojo rizado frente a mí.

-¿Quieres uno? - Me preguntó Kirinmaru, ofreciéndome un cigarrillo encendido entre sus dedos.

No me molesté en contener una mueca de disgusto.

-No, gracias, aún no he tomado la decisión de matar mi olfato del todo.

El respondió con una sonrisa seca, devolviendo el pitillo a sus labios. Su gabardina marrón aleteaba contra sus piernas, insuflado de vida por el viento que soplaba a contracorriente.

Tras que el psicólogo expulsara otra repugnante calada de humo, me hice a un lado para escapar de su trayectoria. Malhumorado, le esperé:

-¿Qué haces aquí, Kirinmaru?

El viejo antiguo de mi padre me miraba con la expresión vacía, sin la característica sonrisa astuta que solía asomar a sus labios.

-Tu hija me ha contado lo sucedido. - Explicó escuetamente, con la expresión ensombrecida. - Jamás hubiera imaginado que Inukimi se involucraría de forma tan personal por una simple humana. - El doctor Komaeda comenzó a caminar con la mirada perdida en el horizonte acercándose a mí con zancadas lentas y pausadas. - Pensaba que se creía demasiado por encima de ellos como para prestarles atención…

Kirinmaru de detuve justo a mi lado, sus ojos esmeraldas reflejando el ardiente sol del amanecer.

-Estaba desesperada, inestable… - Balbuceé, incluso sin comprender yo mismo por qué estaba tratando de justificar nada de lo que mi Madre había hecho.

-Como mi hermana. - Señaló él sagazmente.

Cerré la boca de inmediato, sin saber cómo responderle. Entonces clavé la vista en el suelo y cerré los puños con fuerza contra mis costados. Yo mismo había sido implacable cuando el doctor Komaeda dijo algo parecido sobre Zero, de modo que…

No tenía derecho a responder a aquella pulla cargada de segundas intenciones.

-… Lo siento. - Musité, avergonzado de mi actitud en el pasado.

A pesar de mi dolor, debería haber sido más comprensivo con los sentimientos de Kirinmaru, en lugar de haberme dejado llevar por el rencor. Me merecía aquel dardo envenenado por su parte.

En ese momento, la repentina liberación de una densa aura maligna me hizo levantar la vista hacia él. Entonces tuve que obligarme a parpadear más de dos veces para asegurarme de que la imagen que se estaba formando frente a mis ojos era real. Unas protuberancias a ambos lados de sus sienes se ramificaron hacia el cielo en forma de cuernos. Sobre la piel visible de su rostro comenzaron a formarse relucientes escamas transparentes con el cristal, y sobre su mejilla izquierda se dibujaron unas líneas azules como venas que simulaban el contorno de unas lenguas de fuego mecidas por el viento.

-Fue ella, ¿verdad? - Gruñó, sin rebajar en lo más absoluto las intensas emociones que bullían en su interior. - Quien… La hizo meterse en todo esto. La que causó que tus gemelas terminarán por darle caza a mi hermana, ¿no es así?

Dejé escapar un suspiro entrecortado. Aquel hombre era mucho seguía siendo tan perspicaz como mi Padre siempre había dicho de él. Y también un tipo honesto, el cual no se molestaba en ocultar lo que sentía o pensaba desde lo más profundo de su ser.

Y lo que veía era que toda la aceptación sobre el trágico asesinato de su hermana se había transformado en una inconmesuble ira y ansia de justicia.

-… Tal y como imaginas. - Le confirmé, apesadumbrado.

La melena carmesí de Kirinmaru parecía más larga por momentos, aunque quizás se debía a que se había deshecho de su habitual coleta. Sus rizos se contorneaban en el aire con el conteneo propio de una serpiente, bailando en silencio justo antes de lanzarse a por su presa.

-¿La has matado? - Preguntó el demonio volviendo sus ojos hacia mí, vigilando cada uno de mis movimientos para asegurarse de que no tenía dónde esconder la verdad.

-No. No he tenido… Valor

El aura demoníaca de Kirinmaru comenzaba a hincharse por momentos mientras una siniestra sonrisa comenzaba a dibujarse en su rostro, revelando unos prominentes colmillos blancos como el marfil.

-Estupendo. Así podré ejecutar mi más que legítima venganza. - Siseó, liberando cada vez más poder, como si surgiera de una fuente inagotable. - ¿Vas a intentar defenderla, Sesshomaru?

La amenaza quedó suspendida entre nosotros durante unos tensos segundos, como si el tiempo se hubiera detenido. Resultaba tan intimidante que me costó reaccionar por unos instantes, a pesar de ya tenía más que clara mi respuesta:

-Por supuesto que no.

Los tensos hombros de Kirinmaru se hundieron ligeramente, como si encontrarse aliviado de no tener que enfrentarse a mí. Y no era porque no albergase poder suficiente para plantarme cara, ni mucho menos.

-Bien, veo que nos entendemos. - Sentenció Kirinmaru, implacable.

Entonces devolvió la vista al horizonte y dejó caer al vacío, como si no le importase nada más, Apenas unos segundos más tarde, resurgió volando en dirección ascendente, rodeado por unas oscuras alas confeccionadas con tentáculos de su propia energía demoníaca y mechones de su erizada melena.

Frente a mis ojos marchaba el antiguamente conocido como el Lord del Este, dirigiéndose a lo que probablemente se convertiría en su último derramamiento de sangre.

-Mamá, hazme el favor de soltarme el brazo, me haces daño. - Protesté por segunda vez.

-Claro, hija, perdona…

Mis padres se habían plantado en mi habitación del hospital a primera hora de la mañana, tan pronto como lo había permitido el horario de visitas. Aún me encontraba adormilada por los analgésicos que la enfermera acababa de inyectarme en la vía cuando ambos habían entrado como un huracán.

No era que no agradeciese su preocupación, cuando incluso mi padre se había pedido un día libre en el trabajo para poder venir a verme y asegurarse de que me encontraba estable, pero yo lo único que quería era dormir.

Y no responder millones de preguntas para las cuales no tenía una respuesta que pudiera decir en voz alta.

Todo se había complicado incluso más cuando una agente de policía había cruzado el umbral de la puerta para comenzar a interrogarme, seguramente, avisada por mi doctor, al cual no parecieron convencerle mis excusas.

En realidad, todos estaban haciendo bien su trabajo, mis padres estaban siendo un encanto y no tenía nada que reprocharles, pero…

Me venía muy, muy mal todo lo que estaba pasando. Y que mi madre se aferrarse a mi brazo enyesado porque la intimidaba la presencia de la detective no hacía más que tensarme más en aquella comprometida situación.

La agente de policía frente a mi carraspeó, ofendida por la interrupción.

-Como iba diciendo… ¿Se bajó usted del taxi y caminó completamente sola hasta la mansión de su clienta? - La mujer frunció el ceño, pensativa. - ¿Por qué no le pidió que la dejase frente a la entrada? ¿Acaso el conductor la estaba haciendo sentir incómoda de alguna manera?

Fruncí los labios, sintiendo el nerviosismo burbujear en mi interior. Lo último que quería era involucrar en una investigación al pobre taxista que no tenía nada que ver con el incidente.

Pero tampoco quería mandar a una comitiva de agentes de policía a interrogarla. A saber lo que podía hacerles Inukimi si decidía descargar su rabia y frustración con ellos. La había sentido en mis propias carnes, y no se lo deseaba a nadie más.

-No, yo creo que me mareé y por eso le pedí que parase… - Ante la sospecha reflejada en la ceja alzada de la agente decidí recalcular, dado que ni yo misma sabía hasta dónde podía llevar esa historia. - Mire, la verdad que no recuerdo nada con claridad. Son todo lagunas e imágenes sin sentido…

Crucé los dedos mentalmente, deseando que en mi informe médico se encontrase reflejado algún golpe en el cráneo que pudiera justificar mi confusión y lagunas de memoria.

En ese momento, fue mi padre quien salió al rescate, interviniendo en la conversación:

-Mire, agente… Le agradecemos su labor, pero creo que mi hija aún se encuentra demasiado conmocionada, y quizás convendría dejarla descansar.

Suspiré de alivio, dedicándole la más amplia de las reverencias internamente por su ayuda.

-Está bien, la dejaré descansar de momento… - Accedió la detective con una irritada expresión mientras cerraba su bloc de notas. - Pero aquí está sucediendo algo extraño y no pienso parar hasta encontrarlo, sobre todo si puede poner a más jovencitas como ésta en peligro. Vamos a investigar los alrededores de esa mansión Miyanishi hoy mismo.

Mi breve remanso de tranquilidad se disolvió de un plumazo con aquella diligente decoración de intenciones.

Notas: Creo que aquí pasa un poco de todo. Ya conocemos casi todo el pasado de Sesshomaru hasta el , faltan unas pinceladas de nada (me gusta mucho cómo ha ido quedando su evolución progresiva, si se me permite).

En el presente, se debate sobre cómo gestionar la situación de su Madre y se muestran los sentimientos de ira que Kirinmaru había estado prácticamente reprimiendo por siglos.

Y ahora Kaori tiene que lidiar con las consecuencias de la vida moderna tras haber sido atacada e ingresada...

Inukimi está en el punto de mira, pero ¿quién creéis que la encontrará primero y la hará pagar por sus acciones?

Me encanta ir cerrando tramas poco a poco.

¡Nos leemos en dos semanas, cuidados mucho!