Notas: ¡Feliz domingo! Os traigo este capítulos recién salido del horno, para variar. Lo cierto es que he estado muy enferma esta semana y he dudado si me iba a dar tiempo o no, pero aquí está. Siento mucho si no está tan pulido como en otras ocasiones por este motivo.

Espero que hayáis empezado el año mejor que no, que no termino de levantar cabeza en cuanto lo que a salud se refiere, al menos.

Me ha quedado un poco más largo de lo normal este capítulo, pero espero que eso haga que las esperas sigan mereciendo la pena. Os sigo comentando al final.

Cuando Sesshomaru apareció finalmente a través de la ventana de mi habitación del hospital, mi creciente ansiedad comenzó por fin a relajarse. Había pasado todo el día sin que él se presentase por allí, a pesar de haberme prometido estar de vuelta tan pronto como pudiese.

Sin embargo, no había tiempo que perder en pedirle explicaciones.

- ¡Sesshomaru...! - Le llamé con voz ahogada, tratando de levantarme de mi camilla de hospital.

- Shh, sh... - Me chistó él, llevándose un dedo a los labios. El demonio se acercó con su velocidad sobrenatural al borde la cama, devolviéndome con suavidad a mi posición de reposo con sus manos sobre mis hombros. - Sé que he venido muy tarde, lo siento mucho... - En sus ojos brillaba una chispa de remordimiento mientras me acariciaba el cabello con suavidad.

El cosquilleo que me producían sus caricias me tentaba a entrecerrar los ojos y simplemente dejarme acunar contra su pecho, dócil y somnolienta.

- No se trataba de eso, Sesshomaru. - Noté cómo mis mejillas se sonrojaban mientras le empujaba suavemente con las dos manos, repentinamente consciente de la cercanía de su cadera y mi rostro. - Tengo... Ha ocurrido algo importante de lo que debo hablarte.

La expresión de Sesshomaru reflejó un nuevo estado de alerta. Sus manos se entrelazaron con las mías antes de que tuviera el detalle de arrodillarse frente a mí, dirigiendo su intensa mirada hacia mí.

- ¿Qué ha sucedido, Kaori?

- La policía... - Di una amplia bocanada de aire antes de proseguir, perdiéndome en el dorado de su mirada. - Esta mañana vino una agente a interrogarme... - La expresión del profesor se tensó, frunciendo sus labios en una fina línea. - Le dije que no recordaba nada, no quería exponer la existencia de los yokais, pero... Se han empecinado en seguirle el rastro a tu madre para interrogarla. Me preocupa lo que pueda llegar a hacerles si llegasen a meterse en su camino...

El demonio se alzó sobre sus pies, exhalando un suspiro que parecía de... ¿Alivio?

- No tienes que preocuparte por eso. - Murmuró, hundiendo los hombros. - Seguramente Kirinmaru ya se haya encargado de ella para cuando consigan tramitar un permiso para acceder a esa mansión...

Un tenso silencio se instaló entre nosotros, enrareciendo el ambiente de la habitación.

- ¿...Qué quieres decir? – Inquirí en voz baja, casi temerosa de preguntar.

- No creo que se encuentre con vida para abrirles la puerta, Kaori.

Un nuevo silencio siguió a su contundente respuesta.

- O-oh, pero... ¿Por qué el doctor Komaeda...?

- Kirinmaru seguía queriendo venganza por la muerte de su hermana, después de todo. Quizás no sentía que tuviera derecho a culpar a Towa y Setsuna porque eran unas cachorras defendiendo a su propia madre, pero el hecho de que Inukimi la engañó para mancharse las manos en su lugar... No le ha dejado motivos para perdonarle la vida.

Una parte de mí comenzó a regocijarse de júbilo, ante aquella noticia, aunque la expresión consternada de Sesshomaru, por otro lado, me oprimía el corazón.

- Tú querías que ella viviera, ¿verdad?

- No... no estoy seguro. Sé que se merece todo lo malo que le pueda llegar como consecuencia a sus acciones, aunque yo me niegue a ser su verdugo, pero... No sé si, en el fondo de mi ser, creo que Inukimi podría haber reflexionado, haberse convertido en una mejor persona... Aunque sé que suena como una locura, una causa perdida...

Alargué el brazo para alcanzar su hombro. Los músculos del demonio se tensaron bajo mi contacto, demostrando cuán complicada era aquella situación para él.

- Tú cambiaste, Sesshomaru. – Le recordé, en tono consolador. - Comprendo que una parte de ti se resistiera a rendirte con ella sin haberlo intentado.

Sesshomaru cubrió mi mano con la suya, apretando mis nudillos con suavidad. Su mirada se clavó en el suelo, con el rostro compungido.

- No lo sé, no... - Sacudió la cabeza, contrariado. - Quizás fue una temeridad por mi parte dejarla con vida.

- Pero dijiste que... Ella respetaría el pacto que hizo contigo, ¿no? Que no podría hacerme daño.

- Eso he querido pensar, pero... Maldición, me siento tan estúpido e ingenuo. - Sus mandíbulas se cerraron con fuerza, frustrado en mitad de sus conflictivos sentimientos.

- Incluso si ha hecho cosas malas, supongo que sigue siendo tu madre... - Repetí de forma así inconsciente el mismo argumento que siempre me habían repetido cuando había expresado a alguien mis problemas familiares, aún a sabiendas de que no era consuelo...

- No, no. No tiene por qué ser así. - Bufó. - Necesito tiempo para procesar todo el asunto de Inukimi, pero... Lo importante es que no tienes que preocuparte por ella. No volverá a hacerle daño a nadie.

- Supongo...

Me hice a un lado en la camilla antes de palmear el espacio vacío junto a mí. No me quedaban fuerzas ni ganas de continuar con aquella conversación. Y, a juzgar por su irritado semblante, yo no sería la única que agradecería dejar aquel tema aparcado.

- Ven, túmbate conmigo y descansa un poco. – Le ofrecí, reclinándome hacia atrás en la camilla. - Te ves cansado.

Los labios del demonio se curvaron en una sonrisa llena de nostalgia. En efecto, parecía aliviado de poder dejar de hablar sobre su madre.

- Menuda proposición incidente en una camilla de hospital. - Murmuró con el atisbo de una risa maliciosa asomando a sus comisuras. - Me recuerda mucho a Marin.

Un cambio de tema bastante radical, sin duda...

- Oh, cierto... - Musité. - No terminaste de contarme su historia, me tienes en ascuas.

Sesshomaru se descalzó con elegancia felina antes de encaramarse a la cama, pensativo.

- A ver, por dónde me había quedado...

Tragué saliva, consciente de que el relato de las memorias de Sesshomaru se encontraba muy cercano a su fin.

El grito desgarrador que atravesó el silencio de la noche me hizo abrir los ojos, inyectados en sangre por la falta de sueño.

Otra vez más.

Salí del futon de un salto y me apresuré hasta llegar al origen del ruido, en la habitación de Marin. Allí, la joven se retorcía entre las mantas, con los párpados abiertos mientras miraba al vacío con expresión de terror.

Me agarré para sostenerla por los hombros con suavidad, impidiendo que pudiera acabar con el rostro enterrado en la almohada y asfixiarse por accidente. La joven comenzó a llorar y gimotear, tratando de liberarse mientras perdía perdón.

-Marin... - La llamé en voz baja, impotente al saber que intentar despertarla podía empeorar sus pesadillas. - Estás a salvo. - Susurré, manteniendo la voz calmada. - Tu tío no ha venido a buscarte. Estás bien.

Lentamente, la tensión de su cuerpo comenzó a relajarse hasta que cerró los ojos, exhalando un profundo suspiro. La muchacha se rodeó la cintura con ambos brazos y frunció el ceño antes de alzar sus dilatadas pupilas hacia mí.

-Sesshomaru... - Musitó con voz temblorosa, además de ronca por los alaridos que había proferido en sueños.

-Has vuelto a tener una pesadilla, Marin. - Le expliqué, retirando su flequillo de la frente perlada de sudor. - ¿Has estado pensando mucho en todo aquellos estos días?

La adolescente sacudió la cabeza en gesto de negación antes de hundir su rostro en mi pecho, aferrándose a mis brazos como si se tratasen de un salvavidas.

-No especialmente...

Fruncí los labios, preocupado. Si ella no quería hablar sobre ello no había mucho más que pudiera hacer para calmarla. Llevábamos ya casi dos años instalados en la nueva clínica, pero en los últimos meses había por lo menos dos episodios como aquel por semana. Y aunque no había encontrado el origen ni una medida eficiente para prevenirlos, al menos había aprendido que mi presencia y mi voz solían sacarla del trance y reconfortarla.

Mis dedos trazaron círculos sobre sus omóplatos, analizando cómo evolucionaba la cadencia de su respiración. Al principio, sus bocanas de aire eran superficiales y apresuradas. Poco a poco, se ralentizaban y volvían más profundas.

Tomé las pequeñas manos que se aferraban a las mangas de mi kimono y las retiré con suavidad, observando sus rasgos en la penumbra. Tenía los ojos y las mejillas enrojecidos por las lágrimas.

-¿Crees que puedes volver a dormir tú sola, Marin?

-Me da miedo. - Expresó ella, sin reparo alguno. - ¿Puedo quedarme contigo...?

Suspiré. No quería pensar que Marin se aprovechaba de la situación, dado que sus trastornos de sueño eran más que reales, pero comenzaba a sospechar que no necesitaba realmente de mi cercanía. Simplemente, sabía que no accedería bajo ninguna otra circunstancia a pasar la noche cerca de ella, y no dudaba en tomar la oportunidad cuando esta se presentaba.

-Puedo quedarme acompañarte un poco más hasta que te de sueño, si quieres. - Le ofrecí, ayudándola a recostarse sobre su futon.

-Pero me despertaré en cuanto te levantes para marcharte... - Replicó, rechazando la manta que intentaba extender sobre ella. - Por favor. Me llevaré mi propia almohada y te dejaré espacio para no molestarte, lo prometo.

Su voz temblorosa y llena de pavor era la que siempre terminaba por derrumbar mis férreas convicciones. Agotado por las escasas horas de sueño que había podido descansar en las últimas noches, resolví que no me quedaba otra más que rendirme.

-No es apropiado que un adulto como yo comparta lecho con una muchachilla como tú... - Gruñí entre dientes, chasqueando la lengua. - Vamos, levanta, te ayudo a llevar el futon hasta mi habitación.

Visiblemente aliviada por la concesión, la adolescente cargó vigorosamente todo lo que necesitaba para pasar la noche en mi habitación. La distancia que nos separaba era la misma que cuando viajábamos de una posada a otra.

Y, sin embargo, al llegar la mañana, no era extraño encontrarme el cuerpo de la joven pegado al mío, rodeándome con sus delgados brazos mientras su rostro dormido reflejaba un alivio inefable.

Me deslicé fuera de su agarre, silencioso como una serpiente mientras fruncía los labios, consternado. Tenía que hacer algo para liberarme de los sentimientos de Marin, los cuales cada día se volvían más evidentemente románticos, a pesar de que había tratado de convertirme en un padre para ella.

Tenía que poner freno a aquella situación antes de que yo mismo cediera ante la tentación de consumirla entre mis brazos.

-¡Esto no es justo, Sesshomaru! - Exclamó Marin, tirando los cuadernos de mi escritorio con el rostro colorado por la ira. - ¡Yo nunca he querido dejar de trabajar en la clínica contigo!

Hundí los hombros, con el corazón en un puño. Sabía que no iba a tomar nada bien aquella medida, por lo que había sido un acierto comentárselo en privado.

-La decisión ya está tomada. La señorita Asano será mi asistente a partir de hoy mismo, así que podrás hacer lo que quieras con tu tiempo, Marin. – Expliqué una vez más, tratando de que aquella idea se asentase como definitiva en su cabeza.

-¿Pero por qué...? – Preguntó en un hilo de voz, profundamente herida al sentirse apartada de mi lado. - Aún puedo aprender y mejorar, si lo que hago ahora mismo no es suficiente para ti...

-No se trata de eso, Marin. La señorita Asano no está pasando por un buen momento y necesitaba un trabajo. Y tú... No quiero que te resignes a vivir encerrada entre estas paredes. Deberías salir más y relacionarte con jóvenes de tu edad.

La adolescente temblaba de rabia, al borde de una pataleta.

-Ya te he dicho que no tengo interés en regresar a la escuela. - Bufó ella, completamente a la defensiva.

Su carácter combativo era tan similar al de Towa que me resultaba sencillo navegar la situación. Tenía mucha experiencia discutiendo con chicas tozudas como ella...

-Y yo no pienso obligarte a hacer nada que no quieras. Pero ya no hace falta que te cargues la responsabilidad de cuidar a mis pacientes...

Unos tímidos golpecitos en la puerta de la consulta hicieron que Marin se girase en aquella dirección, con los ojos abiertos como platos.

-Adelante. - Dije en voz bien alta mientras me acercaba a recibir a mi nueva asistente.

-Buenos días. - Saludó educadamente una mujer de cabellos castaños, con sus mechones ondulados recogidos en un pulcro moño. - Mi nombre es Sara Asano. E-esto sigue siendo la clínica Taisho, ¿verdad...?

Sara era la hermana mayor de uno de nuestros pacientes más recurrentes, Kiyomaro Asano. Huérfanos desde muy jóvenes, Sara fue la que se ocupó de criarlo, y en cuanto él tuvo edad para valerse por sí mismo, acabó involucrado con la yakuza como medio de subsistir y que Sara pudiera dejar de ser explotada en trabajos precarios.

Sin embargo, para aquel entonces Sara ya era considerada demasiado madura para buscar un pretendiente, y los pocos que se dignaban a conocerla terminaban por rechazarla al conocer su condición de salud.

Y es que Sara no podía quedarse embarazada.

Dado que todos los hombres parecían obsesionados en buscar jovencitas que pudieran proporcionarles numerosos hijos, la mujer había acabado sin propósito en la vida. Kiyomaro se encargaba de cubrir los gastos de ambos, y ella no tenía más familia ni amigos con los que relacionarse. Se la veía muy sola cada vez que acompañaba a su hermano a la clínica, arrastrando los pies por detrás de su magullado hermano, motivo por el cual le ofrecí el trabajo a ella en específico.

Jamás había visto los ojos de Sara llenarse de vida hasta aquel mismo momento. Y su hermano confiaba lo suficientemente en mí como su doctor para confiarme a su preciada Sara, de modo que le permitió trabajar para mí sin oponer resistencia.

-Así es, disculpe por este recibimiento tan poco profesional. - Le dediqué una cortés reverencia, invitándola a pasar. - Soy Sesshomaru Taisho. - Señalé a la joven al fondo de la estancia, la cual seguía paralizada en la puerta de mi despacho. - Y ella es mi hija, Marin...

-¡Sesshomaru, eres un idiota! - Exclamó la joven mientras echaba a correr.

En su carrera, la adolescente empujó a la señorita Asano en el hombro de forma deliberada antes de marcharse descalza a la calle. Yo retuve a la mujer del codo, ayudándola a mantener el equilibrio.

-¿Se encuentra usted bien? Lamento el comportamiento de Marin, no le ha sentado demasiado bien que vayáis a reemplazarla como mi asistente...

-No se preocupe, doctor, los adolescentes son complicados. Mi hermano se comportaba igual a su edad.

-Sí... Ya se le pasará, tarde o temprano... - Dije en voz alta para mí mismo como un mantra, alejado mi atención de la puerta. - Pase, señorita Asano, le enseño el interior la consulta.

A pesar de esforzarme por mostrarme todo lo profesional que pude frente a mi nueva empleada, mi mente permaneció compungida, conteniendo el impulso de salir corriendo al exterior en busca de Marin.

Con el pasar de las semanas, a Marin se le fue pasando el mal humor y comenzó a tolerar cada vez más la presencia de Sara en nuestra casa y la clínica. Cuando mi asistente no le prestaba atención a la adolescente en la misma habitación que ella, Marin le dedicaba duras miradas llenas de recelo y desaprobación, aunque no volvió a montar ningún escándalo a su alrededor.

Sin embargo, la adolescente parecía no querer que mi consciencia descansara en paz, puesto que no tardé en notar cómo comenzaba a escabullirse con Takashi hasta su habitación a altas horas de la madrugada.

Al principio la escuchaba lloriquear, desquitarse y desahogarse, pero después comenzó a haber mayores intervalos de silencio. Y más tarde, llegué a pecibir el frufrú de las mantas contra el tatami.

Oscuros pensamientos me corroían por dentro mientras intentaba dormir, atento a cualquier mínimo indicio de que el muchacho se pudiera estar sobrepasando con ella para usarlo como pretexto para echarlo de mi casa.

Sin embargo, para mi alivio, a la par que muy a mi pesar, jamás sucedió un solo episodio de aquella índole bajo mi techo.

Es más... Las pesadillas de Marin terminaron por remitir gracias a la compañía nocturna del muchacho.

Aunque no tenía intención ninguna de revelar que conocía cuán íntima se había vuelto la relación de los adolescentes, no pude posponer mi fingida ignorancia por más tiempo, cuando hubo un atardecer que los encontré besándose sobre una de las camillas de la enfermería. A Marin le colgaban las piernas a ambos lados del camastro, y entre sus muslos abiertos se erguía el cuerpo del joven, que la apretaba contra sí con manos sudorosas.

Ambos se separaron de un sobresalto al verme aparecer.

-Se-Sesshomaru... - Los ojos de Marin me observaban con nerviosismo, a la vez que con un leve destello de anhelo, como si hubiera estado deseando en secreto que los encontrase así tarde o temprano...

-Este, Señor, yo... - Carraspeó el joven. - Quería decirle que voy en serio con su hija, y prometo cuidarla y respetarla...

-Espero que la estés tratando con el cuidado y el respeto que cualquier dama merece. - Le interrumpí, seco.

Mi mirada se clavó en el joven, insinuando con mi semblante lo que no decía en voz alta. Que estaba tomando precauciones, que se aseguraba de que ella no sufría daño, que todo acto entre ellos era consensuado...

Que la atesoraba con el mismo mimo que yo mismo hubiera puesto, de haber podido estar en su lugar.

-Por supuesto que sí, mi Señor. - Fue su inmediata respuesta, sin dudarlo por un instante.

Los ojos de Marin parecieron apagarse al notar mi calmado semblante, aparentando que no le daba más importancia a la escena que acaba de interrumpir.

Si hubiera sido consciente de cuánto se me partía el corazón al saber que yo jamás podría darle el mismo tipo de amor que Takashi expresa abiertamente, con tanta pureza y sin segundas intenciones...

-... Bien. Espero que así siga. - Me di la vuelta, devolviéndoles la intimidad en la que se habían creído todo aquel tiempo. - Ni se te ocurra hacer llorar jamás a mi hija, Takashi, o te prometo que sufrirás las consecuencias.

Escuché cómo Marin profería un sollozo tan pronto como salí de la estancia. Me clavé las garras en las palmas, sabiendo que quien realmente la hacía sufrir de aquel modo era yo mismo.

Aquel día, fui consciente de que el mío no era el único corazón roto en aquella casa.

Pasaron cuatro años, y no sólo la relación romántica de Marin y Takashi fue la que se consolidó, sino también lo hizo la mía con Sara. Ni siquiera yo mismo atinaba a entender cómo aquello había comenzado, pero lo hizo. Me sentía cómodo con la compañía de mi asistenta, y al contrario que lo sucedido con Yui, decidí darle una oportunidad cuando ella me confesó su atracción.

Y no me había arrepentido de ello.

Sara era una mujer inteligente, atractiva y encantadora. El empeño que ponía en su trabajo iluminaba la cara de los pacientes con una sonrisa, y sus delicadas caricias lograban distraerme de mis sentimientos por Marin, los cuales me empeñaba por ahogar día a día en mi interior.

Quizás podría llegar a enamorarme de una humana que no tenía nada que ver con mi fallecida esposa, quería pensar. Solo necesitaba tiempo para dejar ir mis sentimientos previos. Tenía que ser eso.

Apenas habían transcurrido unos meses desde que Marin debía de haber alcanzado la mayoría de edad, cuando la escuché levantarse en mitad de la noche con mi oído sobrenatural. Corrió hasta el baño, y allí se encerró por unos largos minutos.

Preocupado por su salud, me acerqué para comprobar su condición.

-Marin... - La llamé, dando unos golpecitos en la puerta. - ¿Estás bien? – Escuché el sonido de unas desagradabes arcadas dentro de la habitación, lo cual hizo que un escalofrío me recorriese el espinazo al instante. - Oh, Marin, voy a pasar a ayudarte.

La joven se recogía el cabello con ambas manos mientras observaba con los ojos abiertos como platos mientras se agachaba para socorrerla.

-N-no hace falta... - Su lastimero gimoteó fue interrumpido por una nueva arcada, justo antes de doblarse para vomitar sobre el aseo.

Lo que más me llamó la atención fue percatarme de que no había comida saliendo de su estómago, solo bilis líquida.

Esperé pacientemente a que la joven terminase de devolver, retirándole el cabello del rostro y acariciándole la espalda. Había tenido un día tan ocupado y había regresado a casa tan tarde tras haber cenado con Sara que no había estado supervisando sus comidas.

Una punzada de culpabilidad me atravesó el pecho, creyéndome responsable de la situación.

-¿Cuántas horas llevas sin comer, Marin? ¿Es porque no te encuentras bien, te duele el estómago?

La joven sacudió la cabeza, con los labios temblando y los ojos cerrados.

Le tendí un pañuelo para que pudiera limpiarse las comisuras de la boca.

-Vamos a la consulta, voy a examinarte. - Le imploré en tono suplicante, temeroso de que su vida se me pudiera estar escurriendo de entre los dedos sin apenas darme cuenta.

-Estoy bien, Sesshomaru. - Gruñó ella, con la boca finalmente despejada para poder responder con palabras. - No es nada de lo que debas preocuparte.

-No digas eso. Claro que voy a preocuparme si te encuentro así a altas horas de la noche... Y necesito saber qué es lo que pasa para poder recetarte el mejor tratamiento posible.

Los ojos de Marin se anegaron de lágrimas, aunque la joven se negó a dejarlas correr por sus mejillas a base de pura fuerza de voluntad.

-¿Me prometes que no te enfadarás si te lo cuento...?

-¿Si me cuentas el qué? – Inquirí, frunciendo el ceño.

Marin se mordió el labio mientras me observaba con los ojos brillantes, sobrepasado por la inmensa cantidad de emociones que se acumulaban en forma de lágrimas.

-Ya he contado la ausencia de tres períodos. Creo que estoy embarazada de Takashi.

Me quedé completamente petrificado por la noticia. En estado de shock, comencé a balbucear...

-Por todos los dioses, Marin... Tenemos que ir al hospital entonces. Tienen que realizarte exámenes para asegurarse de que todo está bien. De que tanto el bebé como tú... Estáis sanos.

Recordé el embarazo de mi esposa siglos atrás, y aunque Marin no fuera a sufrir las complicaciones de cargar con dos criaturas medio demonio en su vientre, eso no quería decir que su proceso fuera a estar exento de riesgos.

Marin suspiró, exasperada.

-Por esto no quería decírtelo... - Protestó, con expresión de desaprobación. - No voy a ir a hospital, Sesshomaru.

-¿Y por qué no? – Pregunté, inquisitivo.

-Porque sé que Sara y tú podéis llevar el control médico de mi embarazo sin problemas, no hace falta ser tan dramático.

Frustrado, agarré a Marin por el hombro para obligarla a enfrentar el enfado en mi mirada. No era ni lo más mínimamente consciente de lo frágiles que eran las vidas humanas, con qué velocidad podía deteriorarse hasta marchitarse por completo...

-Sabes mejor que nadie que nunca he tratado un caso clínico de esta índole. – Le recordé, más serio que nunca. - Sería mucho más seguro para ambos que te viera un especialista del área de ginecología.

-Y yo te digo que me niego. – Me rebatió una vez más, con tono firme a pesar de su aún inestable estado. - No podría soportar que ningún otro médico que no seas tú me toque, Sesshomaru. Creía que lo entenderías. – Sollozó, comenzando a derrumbarse.

-... Maldición. – Gruñí, a sabiendas de que no podía negarme cuando me imploraba de aquel modo.

Y de aquel modo, no me quedó más remedio que pasar numerosas noches en vela para estudiar todo lo que pude absorber sobre el proceso de la gestación humana.

A pesar de todas mis preparaciones, el parto de Marin llegó demasiado pronto. Gracias al adelanto, sin embargo, el bebé se deslizó con mayor facilidad hacia fuera del cuerpo de su madre, dado su reducido tamaño. Sara recogió a la criatura con sumo cuidado y la cargó hasta una pila de toallas para limpiar la enrojecida piel del niño.

Marin exhalaba grandes bocanadas de aire mientras apretaba la mano de su ahora esposo, Takashi, recuperándose del espantoso dolor que la había torturado durante horas.

Yo me retiré los guantes quirúrgicos y me acerqué a mi asistente para lavarme las manos. No me pasó desapercibido cómo Sara observaba al hijo de Marin y Takashi con un brillo especial en los ojos.

-El milagro de la vida, lo llaman... - Susurró ella, frotando una suave toalla contra el vientre del infante con el cordón umbilical recién cortado. - Es precioso.

Asentí, con una amarga sonrisa en los labios. Ambos sabíamos que su cuerpo jamás le permitiría ser madre, a pesar del ansia con la que parecía desearlo. Le di un breve beso en la sien a Sara, mientras observaba al bebé sin mostrar ninguna emoción.

-Sí que lo es. - Musité, observando de reojo a unos lagrimosos Marin y Takashi, los cuales se abrazaban con fuerza a la espera de que les permitiésemos sostener en sus brazos al bebé.

Mi hija adoptiva se mudó definitivamente a la casa de su esposo apenas se hubo recuperado del parto, llevándose a su hijo consigo. Se la veía más ilusionada que nunca, feliz de dar comienzo a su nueva vida.

Sin embargo, mi clínica comenzó a sentirse solitaria sin ella, mientras Sara parecía esperar ansiosamente a que yo diera el paso de pedirle la mano en matrimonio... Aunque la idea no podía estar más lejos de mi mente.

Lo único que sentía era un abandono desgarrador, unos celos brutales de que Marin ya no me observase con el mismo anhelo que antaño... Ahora esas miradas de amor habían quedado completamente reservadas para su marido, y la visceral bestia de mi interior era incapaz de asimilarlo. Por supuesto que sabía que Marin me seguía apreciando, pero su amor se parecía más al que sentía por su hijo, una relación meramente fraternal...

Y yo no podría soportar la certeza de que jamás llegaría a nada más.

Mientras mi carácter se agriaba y yo lo escondía bajo una máscara de indiferencia, el hijo de Marin y Takashi, llamado Nobutoshi, cumplió los tres años. Y fue a partir aquel día que todo comenzó a caer en picado.

La madre del niño comenzó a mostrar una debilidad extrema, la cual había estado ocultándome desde el nacimiento del bebé. Me vi obligado entonces a arrastrar a Marin hasta el hospital más cercano en contra de su voluntad, para que pudiera ser examinada con el equipamiento médico más avanzado del que pudiéramos disponer, antes de que fuera demasiado tarde.

Aunque ya lo era.

Marin sufría de cáncer en un estado muy avanzado. No había nada que los médicos o yo pudiéramos hacer para salvar su vida. Solo esperar por su inevitable final.

Un día como otro cualquiera, me levanté temprano para ir a visitar a Marin. Al entrar en la habitación, la joven aún yacía profundamente dormida en su camilla, con un gotero inyectado en la cara interior de su muñeca y una inquietante palidez.

Pero aún respiraba.

Junto a la mesilla había un incensario con restos de ceniza, completamente frío y apagado. Aquella costumbre me recordó a algo que la vieja Rinako había mencionado alguna vez, que aquel incienso la ayudaba a conciliar el sueño...

Suspiré para sacudir aquel recuerdo de mi mente y me forcé a concentrarme en la tarea que me traía entre manos. Sara me había dado un nuevo ramo de flores como obsequio para Marin, de modo que coloqué el arreglo floral sobre el alféizar de la ventana, dejando que los primeros rayos de sol alimentasen a los moribundos pétalos en sus últimas horas.

-¿Doctor Taisho? – Escuché una débil voz a mis espaldas, hacia la que me volví inmediatamente. - ¿Otra vez estás aquí?

Esquivé su mirada directa, inquieto. Casi como un castigo, Marin había dejado de llamarme por mi nombre de pila desde su ingreso en el hospital, haciéndome sentir una insalvable distancia entre nosotros, a pesar de que muy posiblemente me merecía aquel trato por haberla obligado a ingresar.

-Sólo quería dejarte unas flores. – Me excusé, obviando que el regalo venía de parte de Sara. Una parte egoísta de mi anhelaba que Marin creyese que era completamente de mi parte. – Ya me marchaba, no era mi intención despertarte.

Sacudí la cabeza mientras me dirigía a la puerta, reprochándome internamente por mi errático y estúpido comportamiento. En aquel punto, ni siquiera yo mismo sabía lo que quería o necesitaba...

Únicamente podía ser consciente de que la vida de Marin se me escapaba, sin remedio, flotando tan alto que algún día me iba a resultar imposible alcanzarla...

-Ya que estoy despierta, ¿por qué no me acompañas un rato...? - Su susurro me hizo detenerme en seco, con el corazón palpitando en la garganta.

Aquel repentino intento de acortar la distancia me puso inevitablemente tenso. Era demasiado bueno para estar sucediendo. Tenía que haber alguna trampa.

No tenía pruebas, ni tampoco dudas.

A pesar de mis sospechas, arrastré mis pies hasta quedar frente a ella. Frágil, quebradiza, y con los ojos casi carentes de vida.

-¿Cómo te encuentras? – Fue lo único que pude preguntar, enterrando el resto de mis turbulentas emociones.

-Un poco mejor. – Murmuró ella, sonriendo débilmente. – El incienso que me trajiste el otro día olía muy bien. Me ayudó a conciliar el sueño con facilidad, por lo que quería agradecerte.

No tenía nada que agradecerme a mí, sino a Rinako, pensé casi con rabia. Yo sólo me había limitado a imitar lo que le había hecho bien a su alma en el pasado... Nada más.

-Me alegro. – Mentí, tragándome todo el veneno que pujaba por salir de entre mis labios.

-¿Y sabes qué? - Añadió ella, como para retenerme junto a su cama un poco más. - Tuve un sueño de lo más curioso...

-¿Qué tipo de sueño? – Le pregunté, sin más interés que escuchar su voz, sin importarme el tema del que estábamos hablando.

-Uno en el que tú y yo éramos amantes. – Reveló con tono inquisitivo antes de dejar escapar una risotada. - ¡Como si eso pudiera ocurrir! Quizás en otra vida.

Algo en mi interior comenzó a retorcerse de forma inquietante. Algo sonaba definitivamente extraño. Rinako había hablado de algo parecido poco antes de morir...

Se me formó un nudo en el estómago mientras mis ojos seguían en silencio el rastro de cenizas sobre el incensario.

¿Podía ser...? ¿Acaso...?

¿El incienso despertaba los recuerdos de vidas pasadas y los manifestaba en sus sueños?

Entonces... ¿Ella podía recordar quién había sido yo para ella alguna vez?

Era la primera vez en mis siglos de calvario que aquella posibilidad se me pasaba por la cabeza.

Incluso si no era la misma persona que Rin... ¿Podía conseguir que recordase...?

-Doctor Taisho. – Volvió a llamarme Marin, sacándome de mis profundas reflexiones.

-¿Hm...? - Inquirí, mi cerebro trabajando a toda velocidad en las posibilidades que aquella nueva información ofrecía.

-En realidad... Al principio, estaba enamorada de ti. Demasiado.

Mi hilo de pensamiento analítico se vio cortado con aquella confesión. Alcé los ojos hacia ella, sorprendido. Jamás hubiera esperado que, después de tantos años... Me lo reconociese en voz alta.

-¿Y por qué no dijiste nada? - En mis palabras sonaba un reproche silencioso que fui incapaz de reprimir.

-Bueno... Tampoco parecía que tú tuvieras interés alguno en mí, me tratabas como a una mocosa. – Admitió Marin con una risa nerviosa. - Me avergüenza admitirlo, pero quizás empecé a tener sentimientos por Takashi por despecho. Aunque ahora soy muy feliz con él.

Aspiré una amplia bocanada de aire antes de dejarla salir de mis pulmones. Siempre había sido más que consciente de todo aquello, y aun así... Me sanaba el alma escucharla decirlo en voz alta.

Yo también quería confesarme, si es que aún no era demasiado tarde. Que la había anhelado a cada momento, que estaba enamorado, que ojalá hubiese tenido el valor para explicarle quién era yo en lugar de haberme escondido como un cobarde.

Aunque...

En realidad, qué más daba. Había perdido mucho tiempo. Ya nada de lo que dijera podía cambiar las cosas, pensé con amargura.

De modo que no tenía sentido cargarle con el peso de aquellas verdades tan complicadas de digerir.

-Ya veo. – Murmuré de forma casi automática, evitando dejar entrever una mínima parte de todo lo que estaba atravesando mis pensamientos en ese momento.

-Dime, doctor... Como médico, ¿sabes cómo es la muerte? ¿Duele?

La vulnerabilidad que mostró Marin al hacerme aquella pregunta hizo que se me derritiese algo por dentro. Algo que me llevó a alargar el brazo para rozar sus dedos, sin pudor ni restricción alguna. Como si quien se encontrase postrada en su lecho de muerte en esos instantes se tratase de mi preciosa Rin.

-No es algo de lo que debas tener miedo, Marin. Las almas humanas siempre regresan. – Le expliqué, siendo completamente sincero en base a mis experiencias.

-¿Ah, sí? – Inquirió ella, incrédula. – No sabía que tuvieras esas creencias, como científico que eres. – Se burló ella con una juguetona risilla. - Entonces... Si la reencarnación es real, espero que nos volvamos a encontrar una vez más.

Una sonrisa amarga se instaló en mis labios mientras sentía cómo el collar del que nunca me separaba me quemaba justo por debajo de la clavícula.

Podía hacerlo. Aún me quedaban las perlas doradas y plateada.

Si ese era su deseo, yo...

No.

Se trataba de mi propio anhelo.

Si podía hacerla recordar, si conseguía explicarle...

Tenía que encontrar una manera de traerla con todos los recuerdos del pasado y quizás solo entonces... Podía encontrar la manera de reencontrarme con mi esposa sin repetir ninguna de las tragedias.

Se lo debía a Towa y Setsuna.

Se lo debía a Rin.

Y yo mismo lo necesitaba desesperadamente.

Notas: No sabéis cuánto me he quebrado la cabeza para resumir la historia de Marin lo suficiente como para comprimilar en este capítulo. En realidad, es la reencarnación que más tiempo ha pasado junto a Sesshomaru, por lo que quizás no era realista esperar que me ocupase lo mismo que el resto de historias del pasado, pero no quería detenerme por más tiempo en esto.

Aún así, me ha dado un poco de pena no describir más interacciones entre Sesshomaru y Sara, y que también fuera más visible cómo Takashi estaba totalmente enamorado de Marin, pero espero que de todas formas, las emociones de todos los personajes hayan quedado reflejados de forma cristalina.

Y con este capítulo ya tendríamos las historias de todas las reencarnaciones previas a Kaori relatadas. ¿No os huele a final?

Es la primera vez desde que empecé que voy publicando tal cual escribo, así que no voy a negar estoy un poco preocupada, pero seguiré dando mi mayor esfuerzo para cerrar lo poquito que queda lo mejor posible.

¿Esperábais que Sesshomaru tuviera alguna relación con alguna humana que no fuera reencarnación de Rin al final? ¿El progreso del personaje hace que tenga sentido el hombre que os presenté al comienzo de esta historia?

Espero que sí, que todas esas piecitas y detalles encajen si os pusiérais a releer esos primeros capítulo... Eso me gusta pensar.

Y con esto cerrado, a partir de ahora nos centraremos por completo en el presente, en cerrar círculos, y dejaros con el mejor sabor de boca posible.

Os leo en comentarios y espero estar actualizando de nuevo en dos semanas, os mantendré informadas si hubiera cualquier imprevisto!