Nota de la autora:
Gracias por la paciencia, ya que este capítulo se ha publicado más tarde de lo que prometí en un principio. Y bienvenidos a los que están aquí gracias al maravilloso tráiler de Year of the Lioness de dramione_iv, que fue toda una sorpresa y por el que estoy muy agradecida. Si no habéis visto su tráiler, podéis encontrarlo en Tik Tok. No dejéis de felicitarla por su espectacular trabajo.
Hablando más en serio, en mi vida real trabajo como abogada en Estados Unidos, y hoy ha sido... demasiado. Para poner un ejemplo concreto de nuestra nueva realidad, esta tarde nos hemos enterado de que mi cliente pro bono, un niño de Sudamérica, podría ser deportado en su próxima vista sobre el Estatus Especial de Inmigración Juvenil. En lugar de editar el capítulo antes de tiempo, me he pasado el día apresurándome a presentar mi notificación de comparecencia ante el tribunal con la esperanza de mantenerlo en Estados Unidos con su familia. Aún no confiamos en que pueda quedarse, dada la línea dura del nuevo gobierno en materia de deportación.
Este capítulo es conmovedor, porque trata de la reacción negativa contra la primera directora de Durmstrang y la violencia contra su primera alumna nacida de muggles. La ironía no se me escapa ni un segundo.
Los fanfics es una forma de evasión para muchos de nosotros. Gracias a ello he tenido el privilegio de relacionarme con gente increíble, tanto de todo el mundo como de mi propio país. Que sepáis que estoy muy agradecida de que estéis aquí. Pero si lo estáis pasando mal, sabed también que lo comprendo.
HeavenlyDew
.
"La acción es el único remedio contra la indiferencia: el peligro más insidioso de todos".
-Elie Wiesel
Draco no recordaba haberse despertado, como tampoco recordaba haberse dormido. Pero allí estaba: rodando sobre el banco, frotándose los brazos, que se sentían tan rígidos como la piedra que tenía debajo. Había sido un error renunciar a un amuleto amortiguador y ahora le chirriaban las articulaciones por haber pasado toda la noche sobre la dura roca en vez de sobre su cama con dosel.
Sin embargo, mientras observaba cómo el sol se ocultaba lentamente sobre la muralla, cayó en la cuenta como un dardo: hacía siglos que no dormía tan profundamente. Ni sueños ni recuerdos, y al principio estaba demasiado desorientado para recordar por qué se había quedado dormido precisamente aquí. Entonces recordó.
Se incorporó bruscamente, sin ver a nadie más en la sala común circular, ni a ella. Lo que le hizo preguntarse si realmente había estado solo toda la noche y solo había alucinado aquel improbable encuentro. Porque en ninguna versión de la realidad sería tan tonto como para dormir tan cerca de Hermione Granger.
Excepto que lo había hecho.
Draco decidió que todo había sido obra de Dornberger. Su sádica lección de Legeremancia debía de haberle trastornado el cerebro hasta el punto de que ahora actuaba de forma irracional. Eso, y el whisky de fuego, que persistía como un sabor amargo en su boca y seguía nublándole la cabeza. No había otra explicación para compartir no solo una conversación medio civilizada con la Sangre sucia, sino también el peor colchón de Noruega.
Incluso los silenciosos murmullos de sus compañeros de casa al arrastrar los pies por el pasillo, el suave crujido de las bisagras de las puertas al abrirse, bastaron para hacerle palpitar el cráneo. Sin embargo, su paso era firme cuando cruzó la habitación y se dirigió al dormitorio, donde no se encontró con Granger, sino con Theo.
El monstruo de ojos verdes seguía vestido con un pijama holgado en lugar de su uniforme, ya que era fin de semana. Le dio un amplio margen a Draco cuando se cruzaron en el estrecho pasillo.
Entonces Theo exclamó inesperadamente, haciendo que Draco y varios Soscrofas demasiado entrometidos se detuvieran a escuchar.
—¿A dónde fuiste con Granger anoche? Ninguno de los dos entró en el dormitorio.
—Ve a molestarla para obtener una respuesta, —le despidió Draco sin volverse.
—No puedo. No la he visto desde ayer, —admitió Theo, sonando frustrado.
Aquello dio que pensar a Draco, que se encontró adivinando la ubicación de una persona que no le importaba. No pudo evitar sentir curiosidad.
A lo mejor, en un arrebato de ira renovada, Granger había salido furiosa a enviarle un Vociferador a la Comadreja por arruinarle el cumpleaños. Por supuesto, después de la lechucería bajaría cuatro pisos hasta el Gran Salón para desayunar, comiendo temprano para evitar las multitudes, como siempre hacía; nunca la había visto cenando dentro con los demás. Y aunque era domingo, eso no impediría a Granger merodear por la biblioteca. O tal vez se escabullera a un campo vacío para prepararse para su próxima lección de Duelo Marcial. Krum debía de haber enumerado todo el horario del trimestre en su carta novelada que ella estaba leyendo anoche.
La perspectiva inquietó tanto a Draco que decidió buscar a Blaise y repasar todos y cada uno de los movimientos que había omitido mientras estaba inconsciente. Cualquier cosa que significara una ventaja durante la revancha de mañana.
Draco abrió la puerta del dormitorio y entró, ignorando las insistentes preguntas de Theo como si fueran poco más que el zumbido de una mosca molesta. Lo mismo que había hecho durante siete años.
Theo no le siguió ni volvió a hablar, y desistió de intentarlo. Como siempre hacía.
—
El resto del día transcurrió sin rastro de la Sangre sucia. Ni de su melena alborotada mientras se escabullía por el agujero de la entrada en su prisa por ir a la biblioteca; ni de sus ruidosos pasos al entrar en el dormitorio, a medio vestir y despeinada. Era como si se hubiera esfumado por completo, lo cual estaba bien, ya que Draco no la quería cerca.
De hecho, aquel domingo resultó ser el más tranquilo que había disfrutado en mucho tiempo. Después de tomarse un buen desayuno, con el estómago más tranquilo de lo que había estado en semanas, invitó a Blaise y a Goyle a practicar combate en el exterior.
Hacía el frío más espantoso que cabía esperar para finales de septiembre. Las horas de pleno sol eran cada vez menos a medida que el mes se acercaba a su fin, y la mayoría de los estudiantes habían comenzado a encender sus varitas cuando navegaban por los pasillos de la oscura fortaleza.
También corría el desagradable rumor de que todos los años, sin falta, un Soscrofa resbalaba por la muralla de camino a la sala común. Al menos según Renée Dolohov, que se había pasado antes por su mesa con el único propósito de transmitirle esa información y luego marcharse. Ella siempre había sido extraña cuando eran niños, así que Draco no le dio mucha importancia a la advertencia. Pero se alegró de que sus zapatos tuvieran buena suela.
Aquí, en el césped, también era difícil mantenerse vertical. La luz del día empezaba a escasear tanto que él, Blaise y Goyle no eran los únicos que pasaban la mañana al aire libre. Mientras se calentaban en el campo cubierto de escarcha, otros estudiantes holgazaneaban en las escaleras del patio cercano, charlando y con termos calientes en la mano. A cuarenta metros de distancia, algunas chicas se apiñaban alrededor de una patética excusa de muñeco de nieve, encantándolo para que se moviera y fracasando estrepitosamente. Lo único que habían conseguido era reducir su cabeza al tamaño de una taza de té.
Dos equipos de Quidditch también estaban allí, preparándose para un partido de pretemporada. Incluso a lo lejos, en el lejano campo, sus coloridos uniformes contrastaban fuertemente con el liso telón de fondo de abedules blancos. Vulpelaras contra Ucilenas, según sus túnicas azules y negras, mucho más gruesas que las que llevaban en Hogwarts y acolchadas contra el clima hostil.
Mientras terminaba de estirarse, Draco miró a los jugadores con vago interés, intentando ver si veía a la chica Golpeadora conmocionada que había sido su vecina en el ala del hospital.
Fue suficiente para que Blaise comentara:
—Dicen que están buscando nuevos jugadores para todas las casas. Cuando Kuytek se enteró de que yo era Cazador, me convenció para que probara con Wolverine. ¿Te interesa unirte al equipo de Soscrofa? Eras un Buscador decente en nuestras vidas pasadas en Hogwarts. A menos que te esté confundiendo con Potter y en realidad fueras una mierda.
Goyle se rio, contento de no ser el blanco de las incesantes burlas de Blaise.
—Eso es mucho decir viniendo de alguien que se ponía amarillo con solo mirar una escoba. Si no recuerdo mal, en la primera lección no conseguiste levantarte del suelo más allá de las tetas caídas de Hooch, —replicó Draco rotundamente, apartando la mirada de los equipos que practicaban.
Blaise respondió con un amistoso chasquido de lengua mientras se quitaba la chaqueta de mohair. Se tomó la molestia de tenderla sobre una rama de árbol sin hojas convertida en perchero. Siempre había sido absurdamente meticuloso con su aspecto. El más vanidoso del grupo. Le trajo a la memoria una lejana visita veraniega al viñedo de la familia Zabini en la Toscana. Había ciertas cosas que era mejor que los amigos no supieran el uno del otro, entre ellas que Blaise tenía un vestidor del tamaño de un país pequeño. No podía ver a Blaise igual desde que descubrió que el hombre codificaba sus calcetines por colores.
Luego estaba Goyle, que no se había molestado en quitarse el uniforme escolar ni los restos de avena que se había echado encima en el desayuno. Draco también estaba bastante seguro de que el imbécil se había puesto la capa de piel al revés. Una túnica, al parecer, era lo máximo que Goyle podía manejar.
Goyle lo sorprendió con una mirada crítica y preguntó:
—¿Qué tal el pueblo muggle al que viajasteis ayer? Longyardben, o como se llame.
—Longyearbyen, —se rio Blaise—. Y también me encantaría oír la crítica de Malfoy. Siempre se puede contar con él para encontrar un millón de cosas que odiar sea cual sea el destino. Es un capullo insufrible, pero coherente.
Sin esperar respuesta, Blaise empezó a demostrar los complicados signos manuales de la Maldición Reductora, que recordaban a una araña tejiendo su tela.
Draco frunció el ceño mientras seguía los movimientos, esforzándose por memorizar los ángulos de los dedos de ébano del hombre. Se movían tan deprisa que parecían borrosos. Era un hechizo de nivel avanzado; si no hubiera aprendido a lanzar la maldición en tercer curso, habría sido ridículo intentarlo con las manos desnudas.
Frustrantemente, la magia sin varita no formaba parte de sus ÉXTASIS oficiales, sino que era un talento del que Durmstrang se enorgullecía desde hacía siglos. Otra costumbre arcaica heredada de los fundadores, aún más estúpida que la prohibición de encender fuego para calentarse.
Draco se sentía cada vez más irritado, así que decidió responder a la pregunta de Goyle.
—Fue un buen viaje hasta que Zabini fue y nos involucró con sus travesuras para salvar a la Sangre sucia. Si algún profesor hubiera visto lo que hizo, ya estaríamos los dos a medio camino de vuelta al Departamento de Seguridad Mágica.
—Siendo un poco dramáticos, ¿no? Como te dije ayer, no hice una mierda. Simplemente vi la oportunidad de divertirme con Wolf y la aproveché. Que Granger estuviera allí no significó nada.
—Me resultaría más fácil de creer si no hubieras delatado también al profesor Ellingsbow la semana pasada, —replicó Draco.
Goyle balbuceaba confundido, girando la cabeza entre sus amigos. Habían abandonado las señas con las manos mientras se enfrentaban en el campo cargado de nieve.
—Todos sabemos que eres un mentiroso impresionante, —se mofó Draco—, pero al final todo el mundo se vuelve descuidado. También podrías confesar que fantaseas con que Granger te la chupe o alguna fantasía igual de asquerosa. No veo por qué más te arriesgarías por una sucia muggle.
Blaise enarcó una ceja, totalmente imperturbable.
—Y no entiendo por qué Parkinson se interesó en esa boca, considerando que solo sirve para hablar cómo tu puto culo.
Entonces Blaise se giró en el acto y fue a recoger su chaqueta del árbol. Poniendo fin a su sesión de entrenamiento.
—Realmente eres un cretino, Malfoy, acusándome de arriesgar mi futuro. Todos tenemos una razón para hacer lo que hacemos. ¿Qué tal si yo no pregunto por la tuya, si tú dejas en paz la mía?
Blaise se fue antes de que pudiera reaccionar.
—
Los sueños de aquella noche alcanzaron un nuevo nivel. No eran solo aquellas conversaciones con Burbage que volvía a revivir una tras otra en una castigadora repetición. No, los recuerdos se extendían mucho después de su muerte. Había otros guardados en aquella habitación. Ella no había sido la única. Pero había sido la primera de una larga cadena de arrepentimientos e indecisiones.
Después de que las pesadillas despertaran a Draco por enésima vez, se deslizó sobre el cabecero y decidió renunciar al sueño en favor de la Oclusión. Aparte de aquella primera lección de Psicometría Mental, hacía años que no intentaba reforzar sus escudos. No desde que tenía dieciséis años.
Nunca debería haber dejado que su mente se volviera tan perezosa, pero sobre todo con solo tres días más hasta su próximo enfrentamiento con Dornberger.
Así que Draco cerró los ojos, y pronto el dormitorio se desvaneció mientras él se hundía en los recovecos solitarios de su mente.
Era un lugar sin sol y cautivador. No había ninguna fortaleza de cuatro pisos, ni arcos ni muros de piedra helada. No se parecía en nada a la ciudad laberíntica que había imaginado la propia directora. Era más bien un océano de aguas negras y profundas. Un reino tan silencioso como oscuro. Uno donde siempre era verano, pero el otoño nunca llegaba.
Y descansaría en aquella playa, arrullado por el suave batir de las olas mientras se hundía en la suave arena aterciopelada, dejando que consumiera sus recuerdos. Contemplaba el cielo sin estrellas hasta que sus pensamientos se desvanecían.
Era tan apacible que comprendió por qué la Oclusión podía volverse fácilmente adictiva con el empujón equivocado. Un sanador se lo había advertido en la lamentable ocasión en que dejó escapar su dependencia del arte.
Sin embargo, no había nadie aquí ahora para verlo Ocluirse. Ser absorbido por las aguas adormecedoras de su mente. Excepto... que tal vez había alguien más.
Porque a veces, cuando la cabeza de Draco empezaba a embotarse, sentía una presencia más tenue que la brisa del océano llegando desde el horizonte. No un recuerdo, sino la huella de otra persona tumbada a su lado en la arena. Un susurro cálido y tranquilizador en su oído que le recordaba que no siempre estaba solo en Tenby.
—
—Llega veinte minutos tarde, lo que significa que hoy trabajará conmigo, Malfoy. Guarda esa varita y empieza a estirar.
Kuytek le dedicó una fina sonrisa a Draco, que apenas le prestaba atención. Distraído inspeccionando el abarrotado campo en busca de Granger. Ayer no la había visto volver al dormitorio, así que supuso que había pasado una segunda noche en la sala común durmiendo en aquel mismo banco frío. Aunque en realidad no se había aventurado a salir para comprobarlo.
Draco se quitó la túnica exterior, dejándola caer sobre la hierba mientras escrutaba de nuevo la cara de todos los alumnos, sin encontrar aún a su compañera de sparring asignada. Asombrado por algo tan poco característico de Granger. La idea de que alguna vez llegara tarde a algo, pero especialmente a una clase obligatoria, era inconcebible.
Ahora Kuytek soltó un suspiro.
—La muggle usó este truco la semana pasada, cuando estabas de baja. Faltó a nuestra clase del miércoles y le echó la culpa a un accidente que, por supuesto, se negó a describir.
La fina sonrisa del hombre se torció.
—Teniendo en cuenta que aquel día apenas podía andar, y mucho menos luchar, estaba claro que alguien ya le había dado una lección. Así que lo dejé pasar, —concluyó generosamente.
—¿Quién atacó a Granger la semana pasada? —exigió Draco.
Kuytek lo ignoró y se agachó a un lado para evitar un destello de luz azul celeste que le rozó el lóbulo de la oreja e hizo volar por los aires un árbol cercano: una Wolverine había disparado mal su Maldición Reductora sin varita y se acercaba corriendo para disculparse. Las mejillas picadas de viruela de la chica estaban sonrojadas por la vergüenza y arrastraba los pies de un lado a otro en previsión de ser reprendida por su instructor de combate militar.
Sin embargo, Kuytek se desentendió de la chica y se volvió hacia Draco.
—Enséñeme lo que puede hacer, Mortífago. Cada vez que hago mis rondas por la casa, Zabini canta sus alabanzas. Dice que se le dan bien las maldiciones, así que ahora es su oportunidad de demostrarlo. Puedo decir que ha estado siendo suave con la muggle. Siga así, y cuando vuelva a clase, se la daré a un compañero que entienda su tarea.
—¿La única regla es no matarse unos a otros? —preguntó Draco con un bufido.
Los ojos de Kuytek se tornaron violentos.
—Técnicamente. Pero no puedo prometer ningún daño. Por otra parte, no sería el primer profesor que le envía al ala hospitalaria. Siga así y tal vez le asignemos una cama permanente.
El instructor, al parecer, no era demasiado viejo para decir tonterías, y Draco se alegró de haber pasado tantas horas practicando la tarde anterior a pesar de su pelea con Blaise.
Puso una mueca de confianza y se crujió el cuello.
Luego ambos se colocaron en posturas ofensivas, preparándose para golpear. Los pies en ángulo de cuarenta y cinco grados con las manos desnudas extendidas. Y mientras esperaba a que comenzara el combate, Draco visualizó los diagramas paso a paso que Granger había dejado junto a su lecho de enfermo. Los dibujos infantiles que no habían tenido sentido hasta que los probó con Goyle.
Su oportunidad llegó cuando Kuytek miró hacia abajo para estornudar.
Draco aprovechó aquella fracción de segundo para juntar los pulgares y retorcer las manos. Con la mirada fija en el instructor, recurrió al manantial de magia que había sentido desde los siete años. Pronunció la maldición en voz alta para garantizar un golpe limpio.
Pero Kuytek era increíblemente rápido.
En un momento había estado de pie frente a Draco, y al siguiente estaba respirando aire caliente en su cuello. El implacable filo dentado de un cuchillo presionándole la yugular.
—Se llama finta, —reprendió Kuytek—. Una obviedad que debería haber predicho. ¿O de verdad no enseñan a los mortífagos lo básico antes de quemar esas marcas en sus brazos y enviarlos a matar insectos?
Draco se tensó.
—No he matado a nadie.
Kuytek dejó caer el cuchillo. Se puso frente a Draco, con los brazos cruzados. Dirigió a su alumno una mirada prepotente que habría acobardado a un oponente menor.
—Yo no le juzgaría por sacrificar al rebaño, —sonrió Kuytek—. Quizá la directora le haya dado la falsa impresión de que nos hemos ablandado con el noventa y nueve por ciento inferior. Eso no podría estar más lejos de la verdad. Dornberger es una anomalía que no llegará al año completo sin descubrir de primera mano lo que ocurre cuando se escupe a la cara de la tradición.
A medida que el hombre hablaba, su piel de cera se oscurecía de resentimiento, y Draco imaginó que ese debía de ser el tipo de sermón que daba a los Wolverine antes de su viaje a la aldea muggle. No era de extrañar que su alumno Munter fuera y atacara a la Sangre sucia a la primera oportunidad.
—Dornberger no lleva aquí mucho tiempo, ¿verdad? —preguntó Draco, y Kuytek lo confirmó con un movimiento de cabeza. Y continuó—: No veo qué podría llevar a los gobernadores a nombrar a esa mujer después de Igor Karkaroff. Ella fue un error, claramente. Este lugar era mejor con Igor, a quien consideraba un amigo íntimo. Pero todos los errores se pueden arreglar, y podemos volver a las viejas costumbres. Recuerde mis palabras.
Con el anuncio, Kuytek se volvió para gritar a la clase que "dejara de holgazanear y siguiera luchando".
Sin embargo, siguieron ignorando la orden. Una multitud se había reunido a veinte metros del campo, todos mirando algo que Draco no pudo distinguir hasta que se acercó.
Frunció el ceño.
Se había formado una enorme zanja en la hierba, extendiéndose en una amplia trayectoria que se extendía mucho más allá de la línea de árboles. Como si un proyectil hubiera atravesado la nieve y se hubiera clavado en la tierra quemada. Parecía provenir de la dirección en la que se encontraba cuando se batió en duelo con Kuytek.
Una mano rígida palmeó la espalda de Draco, y Blaise se materializó a su lado un instante después.
—¿Qué demonios te enseñó Goyle después de que me fuera? —Blaise carcajeó, toda la tensión desapareció mientras observaba el campo con ojos redondos—. Parece más un titán lanzando una roca que una maldición. Nunca había visto un Reducto hacer eso, y menos sin varita.
Draco frunció el ceño.
—No fui yo, —decidió.
Blaise entrecerró los ojos.
—Nunca te ha gustado la modestia, Malfoy. Además, todavía te sale humo de las palmas de las manos.
Draco bajó la mirada para contemplar su piel carbonizada mientras Kuytek se acercaba.
—Una maldición impresionante, —dijo Kuytek con orgullo, como si hubiera sido él quien la lanzó en lugar de Draco—. Si no me falla la memoria, los Soscrofas están cursando Magia de Sangre este curso. Tengo la sensación de que sobresaldrá en las Artes Oscuras con el debido... refinamiento.
—
No en la hora del almuerzo.
No en su primera lección de Magia de Sangre.
No en la cena.
Granger no estaba en ninguna parte y Theo ya no era el único que se hacía preguntas sobre su desaparición. La profesora Ivanov había entrado en la sala común tres cuartos de hora antes del toque de queda, con su larga túnica ondeando a sus espaldas y el rostro solemne como un cementerio. Su jefa había pasado la última media hora entrevistando a los alumnos solo para confirmar que Granger no había sido vista desde el sábado por la noche.
Entonces Ivanov cruzó la cámara para enfrentarse a Draco. Escuchó con frialdad, intentando no mirar el gran lunar negro que le crecía entre las cejas.
—Múltiples estudiantes han informado que usted fue el último individuo visto con la señorita Granger. Dígame todo lo que sabe.
Draco accedió, aunque había poco que compartir que Ivanov no hubiera investigado ya. La biblioteca, la lechucería y las salas de estudio ya habían sido visitadas por la propia Ivanov ese mismo día sin éxito. Nadie más estaba interesado en ayudarla a encontrar a su indeseada compañera de clase. En una escuela con mil rincones, escaleras y pasadizos ocultos, no era de extrañar que un único profesor no hubiera encontrado a la Sangre sucia.
Y aunque el rostro liso y pétreo que Ivanov llevaba como una máscara no se descompuso al salir por el orificio de entrada sin una sola pista sobre su alumna desaparecida, Draco pudo percibir su consternación.
Se quedó en una mesa mientras la sala común se vaciaba lentamente. Recostado contra la fría pared, su mente repasaba lo que Granger le había dicho durante su conversación inusualmente civilizada. Una conversación que no había acabado con ninguno de los dos gritando o enfureciéndose, pero sí con Granger dejando de existir.
Draco empezó a rascar el hielo que se formaba en la superficie de la mesa, trazando las líneas que dejaban las puntiagudas plumas mientras reflexionaba.
No era la primera vez que Granger se escapaba y cometía una imprudencia, aunque probablemente fuera la primera sin la compañía de los idiotas de sus amigos. Durante seis años había arrastrado a Potter y Weasley por aquel castillo como si fueran equipaje, buscando pelea con trolls de las cavernas. Invadiendo lugares que no debía como si todo el puto universo estuviera sobre sus hombros. Jugando con su vida como una adicta a la adrenalina en busca de una dosis. Disfrutando de la forma en que todos adoraban sus heroicidades salvadoras del mundo. Creyéndose invencible hasta que dejó de serlo.
A lo mejor realmente se estaba ablandando por dedicarle incluso un pensamiento pasajero. Porque Blaise, Kuytek, todos tenían razón en que no le sobraban pensamientos. Porque si se sentaba en ese mismo momento y le escribía a Charity Burbage esa carta inútil sobre sus esperanzas para después de la graduación, seguiría siendo nada más que una página en blanco.
Así que no, no se levantó de la silla, cruzó la sala común y se coló por el agujero de la entrada antes de que se cerrara hasta mañana.
Y no se desilusionó para evitar que lo pillara un profesor mientras vagaba por los pasillos con los fantasmas, rompiendo el toque de queda y arriesgándose a un décimo demérito. No se detuvo de repente tras horas de búsqueda, recordando cómo Granger había dicho que iba a encontrarse con la Directora en el balcón que daba al este.
No subió las escaleras a toda velocidad y encontró su cuerpo inconsciente tirado en el suelo. No se arrodilló junto a ella para comprobar si su corazón latía, aunque débilmente. No intentó curar las profundas heridas de sus pantorrillas, que seguían sangrando. No fue a recuperar todos y cada uno de los fragmentos de su astillada varita de madera de vid. No la llevó a través de la oscura fortaleza hasta el ala del hospital, con cuidado, con delicadeza, como si en cualquier momento pudiera desmoronarse en sus brazos.
No, no hizo nada de eso por Hermione Granger.
Excepto que lo hizo.
