Sinopsis:
Nuestro poco amistoso grupo de inadaptados Slytherin obtiene sus nuevas casas.
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Nota de la autora:
Gracias por todo el apoyo al capítulo 1. Como se ha adelantado, esta historia se adentra en la historia de Durmstrang, que en gran medida no existe, por lo que requiere mucho trabajo desde el principio. Pero estoy disfrutando con el proceso de explorar un ambiente académico oscuro que creo que encaja con el estado mental de Draco. Espero que vosotros también.
HeavenlyDew
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"No es algo superficial... Esa actitud se lleva en la sangre y hay que educar al respecto".
-Nannie Helen Burroughs
Desde el muelle, Draco tenía una visión borrosa de la superficie lisa y negra del puerto. Ni una ola u ondulación a la vista. Entrecerró los ojos con más fuerza a través de la niebla, sin encontrar nada más interesante que un bote desgastado por el tiempo.
Pansy, que también lo estaba mirando, soltó un bufido.
—¿De verdad se supone que tenemos que apretarnos todos en eso?
Había cientos de estudiantes de Durmstrang varados rodeándoles por todos lados, apiñados como pingüinos. Ni siquiera un puñado cabría en un barco tan destartalado.
Goyle se rascó la nuca, preguntando inútilmente:
—No lo entiendo. ¿Por qué el tren no nos llevó hasta Svalbard?
—Porque, idiota, Svalbard es una roca mágica flotante conocida como isla, —respondió Blaise con voz seca—. ¿Has oído hablar de ellas?
—No lo entiendo... —murmuró Goyle frunciendo el ceño.
—¿Oís algo? —interrumpió Draco.
Todos se callaron y escucharon.
Un ruido fuerte y extrañamente inquietante se dirigía hacia ellos desde el fondo de la niebla: un ruido sordo y seco, como si una inmensa aspiradora se moviera por el lecho marino.
—El agua, —comentó Daphne, señalando hacia abajo—. Mirad el agua.
Y ahora el puerto no era en absoluto un espejo liso. Se estaban formando grandes burbujas en la superficie, las olas cubrían los bancos de lodo... y entonces, en el centro del puerto, apareció un remolino, como si un tapón gigante hubiera sido arrancado del fondo del océano.
Lo que parecía un mástil negro empezó a elevarse lentamente desde el corazón del remolino. Cuando Draco vio el aparejo, su mente galopó hasta cuarto curso; a estar junto al Gran Lago mientras esperaban la llegada de Durmstrang para el torneo.
—Ese es nuestro billete, —susurró Blaise, y Draco asintió.
Lenta e inquietantemente, el barco emergió del agua, apenas visible a la débil luz del día. Tenía un aspecto extrañamente esquelético, como si fuera un pecio resucitado, y las tenues y brumosas luces que brillaban en sus ojos de buey parecían ojos espectrales.
Finalmente, con un gran ruido de chapoteo, el barco emergió por completo, meciéndose en las turbulentas aguas, y comenzó a deslizarse hacia el muelle de madera.
Unos instantes después, oyeron el chapoteo de un ancla que se lanzaba a las aguas poco profundas y el ruido sordo de un tablón que se bajaba al muelle.
Los alumnos de Durmstrang que regresaban no lo dudaron y ya estaban subiendo a bordo. Draco pudo ver sus siluetas al pasar entre las luces que iluminaban los ojos de buey del barco.
El contingente de ex-Slytherins se unió a la cola, serpenteando hacia delante, subiendo a un barco que los llevaría en la última etapa de su viaje. El resto del camino hacia un lugar que sería su hogar durante los próximos diez meses.
Al ser mucho más pequeño que el tren, el barco estaba lleno hasta los topes. Solo pudieron encontrar sitio de pie en lo alto de la cubierta; la gente se desbordaba por la escalera que conducía abajo, así que ni siquiera intentaron descender.
Por desgracia, hacía mucho frío al aire libre. Draco se puso un par de guantes de cuero y se ajustó la gruesa capa de piel a los hombros. Su túnica roja se parecía mucho más a un uniforme militar ajustado que a una túnica escolar, y apenas le proporcionaba calor. No era el único que temblaba.
Draco se frotaba ambos brazos y estudiaba a sus nuevos compañeros con ojos aburridos, cuando Blaise llamó su atención. Señaló hacia algo.
—Tienes razón. Esa ES Granger. No puedo creer que se haya forzado a entrar a Durmstrang de todos los lugares. Te garantizo que el Consejo se resistió... y perdió. Qué mala suerte tenemos.
Draco observó a Granger cruzar la pasarela y subir al barco. Apenas se le veía la cara bajo el pasamontañas de punto y su melena estaba más alocada que nunca: sobresalía por todas partes de su gorro de piel redondo.
Extrañamente, ahora no estaba sola. Un mago de pelo castaño caminaba a su lado, charlando en voz baja. Aunque parecía una conversación unilateral, la Sangre sucia permaneció callada como una tumba.
Goyle también se dio cuenta y comentó:
—¿Qué se cree que hace ese bicho raro de Nott hablándole como si fueran viejos amigos?
Draco desvió la mirada y decidió fríamente:
—Estoy seguro de que solo lo hace por su padre. Probablemente se le ocurrió un plan descabellado para follarse a la Chica Doraday reducir su cadena perpetua.
Las hermanas Greengrass se rieron.
—Si a Nott le funciona, deberías intentarlo tú, —sonrió Blaise—. Estoy seguro de que Lucius estaría dispuesto a pasar por alto que su hijo deshonrara el nombre de la familia si eso significaba menos cárcel. Ni siquiera sería difícil. Todo el mundo sabe que Granger se abrió de piernas ante cualquier Gryffindor con media polla. Potty, Comadreja, todo el equipo de Quidditch...
—¡Es verdad! —bromeó Pansy, colgándose de la manga de Draco. Él se apartó de un tirón, pero ella continuó—: He oído que la Sangre sucia incluso tenía un trato con nuestros profesores. Por eso siempre era la primera. Les hacía favores especiales. ¡AGH!
La bruja de mandíbula fuerte chilló cuando el barco se balanceó violentamente y empezó a moverse. Navegando lejos del puerto y hacia el océano abierto.
Por instinto, Draco alargó una mano para sujetar a Pansy y la soltó en cuanto estuvo de pie. Luego volvió a mirar las olas, que eran de color gris pizarra y se arremolinaban como el vapor de una Recordadora.
El mar se agitaba cada vez más a medida que se adentraban en aguas más profundas, meciéndolos de un lado a otro. La mayoría de los estudiantes que habían tenido la mala suerte de quedar atrapados en la cubierta habían optado por sentarse en el suelo. Algunos ya habían empezado a marearse por encima de la barandilla. Granger no estaba entre ellos, se había desvanecido en el aire como un fantasma de sangre asquerosa. Un vil sueño.
Draco sintió que se le relajaban los hombros.
Contempló los tres enormes mástiles negros, ondeando al viento. La vela estaba desgastada y hecha jirones. Esperaba que no fuera una señal de lo que podía esperarse en Durmstrang, que databa de la Edad Media.
No era el único que pensaba en su nuevo colegio.
—No tienen Sombrero Seleccionador, así que podemos elegir nuestras casas, ¿no? —dijo Goyle.
Daphne olfateó con aire distante.
—Eres tan denso, Greg, que dudo que te dejen entrar más que en un establo.
—No seas así, —dijo Blaise—. Nadie conoce las casas de Durmstrang, y mucho menos cómo se selecciona. Karkaroff y todos los suyos no dijeron nada cuando vinieron al Torneo de los Tres Magos. No me dijeron nada más interesante que el castillo tenía tres pisos.
—Cuatro pisos.
Una voz desconocida.
Todos se giraron para ver a un hombre corpulento apoyado despreocupadamente en el mástil de madera del barco, con los brazos cruzados. Llevaba la cabeza rapada bajo el sombrero y sus ojos entrecerrados presentaban profundas ojeras.
Dio un paso adelante.
—Durmstrang, que es una fortaleza, no un castillo de cuento, tiene cuatro pisos. Es más pequeño que Hogwarts, de donde supongo que venís todos. —Hizo una pausa para observar al grupo, sin parecer impresionado—. También tenemos cuatro casas a juego: Wolverine, Vulpelara, Ucilena y Soscrofa. En cuanto al ritual de selección... Bueno, pronto lo veréis.
Al principio nadie respondió. Abrumado por el volcado de información. Draco miraba con el ceño fruncido al mago, que ahora mostraba una expresión de superioridad. Extendió una mano enguantada, acercándose:
—Me llamo Malfoy. Draco Malfoy.
El mago enarcó una ceja gruesa, luego tomó la palma de Draco, agarrando tan fuerte que sus nudillos crujieron.
—Beowulf Munter, aunque podéis llamarme Wolf. —Enseñó al grupo una amplia sonrisa, toda dientes blancos y afilados caninos—. Admito que ya sabía lo de vuestra transferencia. Ha habido rumores durante meses. Por eso he venido: para dar la bienvenida a mis nuevos compañeros.
Su sonrisa era de todo menos acogedora.
—Entonces, ¿qué casa es como Slytherin? —preguntó Goyle, pasando completamente por alto la hostilidad.
Wolf rugió de risa.
—¡Ninguna! —Cruzó para colocarse frente a Goyle, quien, a pesar de ser una cabeza más alto, se encogió ante la intimidación—. Desciendo de uno de los fundadores originales, Harfang Munter, y él te habría arrancado la piel de la garganta por sugerir siquiera que copiáramos Hogwarts. La sola idea es ofensiva.
—Entonces, ¿te importaría explicarnos lo de las cuatro casas? —dijo Draco con frialdad, metiendo los dedos dentro de la capa hacia el mango de su varita de espino.
Después de enviarle a Draco una mirada apreciativa, Wolf contestó:
—Pertenezco a Wolverine, por si no lo habéis adivinado. La casa creada por mi antepasado. Nuestro color es el verde, por lo que los de mente pequeña nos han comparado con vosotros, los Slytherin. Sin embargo, se nos considera por nuestra fuerza y poder. Nuestra ferocidad. No podríamos estar más lejos de vuestro nido de víboras de dos caras.
Blaise, que había estado holgazaneando en cubierta, escupió ante el insulto. Se levantó de un salto, con la varita en alto, listo para luchar.
Wolf se limitó a reír y siguió hablando.
—Vulpelara está simbolizada por un zorro ártico azul. Se les conoce como los más amistosos entre nosotros. Los más amables. Los más débiles.
Un trío de magos cercano hizo una mueca ante la afirmación, sin duda Vulpelaras, aunque era imposible saberlo ya que todos los alumnos llevaban el mismo uniforme rojo.
—La tercera es la orca negra Ucilena. Admito que son inteligentes, quizá demasiado racionales para su propio bien, equilibrando el conocimiento con la razón.
—Sí, esa es justamente Ravenclaw, —se quejó Blaise.
Ignorándole, Wolf terminó:
—Y por último está Soscrofa, que toma el color gris y el símbolo de un jabalí. Son una casa solitaria, por lo que nadie sabe realmente qué se esconde tras sus máscaras. Un rompecabezas sin solución clara.
Pansy soltó un largo suspiro. Sus ojos furiosos recorrieron el grupo y se posaron en Draco.
—Esto es una mierda total. Básicamente, todos podríamos estar separados. Si lo hubiera sabido, al menos me habría ido a un puto sitio más cálido.
—Siempre tan distinguida, Parkinson. Apuesto por ti en la casa amistosa, Vultara, —entonó Blaise.
—Vulpelara, —corrigió Daphne.
Blaise se encogió de hombros, con los ojos aún clavados en Pansy. Se dio un golpecito en la sien en un falso pensamiento, reflexionando:
—Por otra parte, tal vez la selección sea más bien una aspiración. Quizá estar rodeado de cabezas huecas sonrientes te enfríe el carácter. Limpia lo desagradable.
Pansy se miró los zapatos.
Draco reanudó el estudio del océano, notando que el agua negra estaba dividida por gigantescos trozos de hielo. Lo suficientemente grandes como para hundir el barco si lo golpeaban. Pero su casco parecía estar hechizado para repeler las placas de hielo y atravesaba las olas como una espada afilada.
Finalmente, Wolf se fue, probablemente para asustar a algunos de primer año. Ahora los demás discutían sobre tonterías que Draco no se molestaba en escuchar. Estaba jugueteando con su varita, deslizando el mango por los dedos enguantados. No era su espino original, ya que Potter se lo había robado.
Una leve tos llamó su atención.
Astoria estaba encaramada a la barandilla, a su izquierda. Sus ojos azul zafiro apuntaban hacia las nubes, que se deslizaban sobre sus cabezas mientras navegaban por el agua.
Había que reconocer que Draco no conocía muy bien a la bruja de pelo rubio, ya que era dos años mayor que ella. Y nunca le había dado una buena impresión. En Hogwarts, tendía a esconderse a la sombra de su hermana mayor y a actuar de forma enfermiza. Era un misterio por qué los Greengrass enviaban a sus hijas tan lejos para terminar sus estudios. No había tinta condenatoria en su piel y el Ministerio no había impuesto ninguna sentencia a ninguna de las dos.
Volvió a toser y luego le dijo a Draco:
—¿Tú también te arrepientes de haber venido?
—No importa lo que yo piense.
—A mí sí, —respondió Astoria amablemente—. Por eso pregunté.
Draco hizo rodar la varita entre las palmas de las manos.
—No importa.
—
Un sol pálido se ocultaba en el horizonte cuando apareció tierra firme. Al principio, Draco pensó que se trataba de otra plataforma de hielo ártico. Sin embargo, a medida que el barco se acercaba, distinguió un laberinto de montañas nevadas y valles en picado bajo un cielo de color púrpura intenso.
Una voz incorpórea flotaba en el aire helado, hablando en noruego, búlgaro y, finalmente, inglés.
—Llegaremos a Svalbard en diez minutos. Dejen sus pertenencias en el muelle. Serán transportadas a la escuela por separado.
La nave aminoró la marcha y se detuvo.
Los estudiantes se abrieron paso hacia la pasarela y bajaron a un pequeño astillero desierto. Draco y los demás se movieron para unirse a ellos, temblando en el aire nocturno mientras arrastraban sus baúles hasta el muelle, y luego subieron por un sendero empinado. Intentando no patinar en la resbaladiza escarcha que cubría sus adoquines.
Estaba oscureciendo tanto a ambos lados que Draco iluminó la punta de su varita y Blaise hizo lo mismo. La luna era inexistente.
En algún momento, se oyeron exclamaciones en el frente que se propagaron a través de la fila de estudiantes. El camino se había abierto de repente al borde de un nudoso bosque negro. Y en lo alto se alzaba una imponente muralla de cuatro lados tallada en la ladera de la montaña. Una fortaleza con muchas almenas y torres que atravesaban el cielo sin estrellas como un conjunto de lanzas de piedra.
La estructura en sí era más pequeña que Hogwarts, pero los terrenos que la rodeaban eran enormes, llanuras blancas de nieve y lagos completamente helados.
—Ahí está, —dijo Blaise, observando la tenebrosa fortaleza. Apretó los dientes—. Recemos para que tengan calor centralizado, o al menos una chimenea.
—No tienen.
Draco y Blaise se apartaron del camino cuando Granger pasó por en medio de ellos, con la barbilla en alto. En lugar de una varita, sostenía un manojo de brillantes llamas azuladas. Parecía más un fuego fatuo que una chica. Proyectaba un extraño y espeluznante resplandor sobre su piel.
—En Durmstrang, las hogueras se encienden solo con fines mágicos, no para calentarse, —continuó Granger.
A Draco le invadió un frío que no tenía nada que ver con el tiempo. Agarró la varita con tanta fuerza que se le astilló, y estaba decidiendo cómo responder cuando Blaise le espetó:
—¿Cómo lo sabes, Sangre sucia? Además, ¿qué estás haciendo en Durmstrang de todos los malditos lugares?
Pero Granger no contestó y continuó por el sendero sin mirar atrás. Todos los alumnos con los que se cruzaba se apartaban como asustados. Tropezaban para mantener la distancia y susurraban en voz baja. Sus murmullos cayeron en oídos sordos, pues a Granger no parecía importarle su aversión y avanzaba con rapidez. Muy pronto Draco solo pudo ver el resplandor decreciente de sus llamas azules.
Exhaló.
En las horas transcurridas desde su enfrentamiento inicial, la presencia de Granger no había hecho más que asombrarle. Por mucho que había intentado ignorarla, no pensar en absoluto en la Sangre sucia, había pasado gran parte del viaje oceánico escrutando el barco en busca de ella o de otros Gryffindors, sin encontrar a nadie.
Si Draco hubiera sido un paranoico, que no lo era, habría creído que Granger era un topo. Una infiltrada colocada para vigilar una clase plagada de traidores. Observarlos desde las sombras e informar a Kingsley Shacklebolt y al resto del Ministerio. Aunque no le extrañaría que la zorra Sangre sucia jugara a ser espía, le parecía una estratagema demasiado obvia.
Draco sacudió la cabeza, desterrando los pensamientos risibles.
Tras kilómetros de caminata, llegaron a un tramo de escalones de piedra que conducían a unas puertas lo bastante grandes como para albergar a un goliat.
—¡Los de primer año y los trasferidos, seguidme! —gritó alguien.
Se separaron de la procesión, serpenteando entre un bosquecillo de árboles hasta una entrada lateral mucho más pequeña, que desembocaba en una oscura antecámara.
Otra puerta se abrió para revelar a una bruja alta y enjuta con un lunar entre las cejas negras. Vestía una túnica gris que combinaba a la perfección con las paredes rocosas que tenía a sus espaldas, mimetizándose con las piedras. Su cara era extraña, carente de la más mínima sombra de emoción. Como esculpida por un escultor que nunca hubiera visto un rostro humano.
Su voz era plana.
—Bienvenidos al Instituto Durmstrang de las Artes Antiguas. Soy la profesora Ivanov, instructora de Magia de Sangre y jefa de la Casa Soscrofa. Los estudiantes que regresan ya se están retirando para pasar la noche, pero antes de que os unáis a ellos, seréis ubicados en vuestras respectivas casas.
Murmullos nerviosos recorrieron la multitud. Ivanov levantó la mano para pedir silencio.
—El Ritual es una ceremonia muy significativa porque, mientras estéis aquí, vuestra casa se convertirá en vuestra identidad. Compartiréis las clases con el resto de vuestros compañeros de casa, dormiréis en el dormitorio de vuestra casa y estaréis confinados en los aposentos de vuestra casa todas las noches. Además de mi propia casa, también están Wolverine, Vulpelara y Ucilena. Cada una tiene su propia historia y tradiciones. Seréis seleccionados individualmente. Vuestro nombre será anunciado cuando estemos listos para cada uno de vosotros. Por favor, esperen aquí pacientemente.
Ahora Ivanov señaló con un dedo enjuto a la estudiante más cercana: una chica joven y llena de granos que temblaba como una hoja.
—Empezaremos con usted. Venga conmigo.
Se fue, seguida por su primera víctima.
Un silencio ensordecedor llenaba el ambiente. Draco mató el tiempo inspeccionando la antecámara, que estaba húmeda, fría y completamente apagada. No había ni una sola vela y mucho menos una chimenea. Entonces, un resplandor llamó su atención y se esforzó por verlo. Haciendo que sus pupilas se adaptaran a la oscuridad.
Había un símbolo carmesí grabado en las piedras: un ojo triangular con una línea bisecando su centro.
Las Reliquias de la Muerte.
—La tarjeta de visita de Gellert Grindelwald, —sonrió Blaise—. Oí un rumor de que lo grabó a fuego en la pared como regalo de despedida antes de ser expulsado. Han pasado cien años y nadie ha podido quitarla. Me hace preguntarme por su casa. Podría ser esa espeluznante... Soscrofa o lo que sea.
—Estoy seguro de que lo sabrás antes de que acabe el año, —dijo Draco, apartándose para ver a Astoria tirando de la bufanda de su hermana, con la boca torcida por la preocupación.
—Tengo un mal presentimiento sobre el Ritual de Selección. ¿Por qué tenemos que hacerlo en privado? ¿Y si nos separan, Daph? —murmuraba.
La otra bruja le dio un apretón tranquilizador en el hombro a Astoria, pero su tono era sombrío.
—Intenta mantener la calma. No podemos hacer nada más que esperar los resultados. Aunque nos seleccionen en casas diferentes, hagamos planes para encontrarnos fuera mañana por la mañana. —Daphne miró alrededor del círculo y decidió—: Todos. Nos encontraremos al amanecer junto a la puerta principal.
Asintieron conformes.
La antesala se fue vaciando poco a poco. Goyle fue el primero de su grupo en ser llamado. Desapareció tras las puertas de hierro y no regresó, sin duda enviado a su nuevo dormitorio de la casa. Blaise fue el siguiente, seguido de Pansy y Daphne, de modo que solo quedaron Draco y Astoria, aparte de un par de búlgaros que se parecían tanto que podrían haber sido gemelos. Granger, Nott y todos los demás transferidos habían sido llamados hacía horas.
Luego fue el turno de Astoria. Le envió a Draco una pequeña sonrisa antes de salir de la cámara.
Draco consultó su reloj y vio que era más de medianoche.
Suspiró, yendo a sentarse en el suelo bajo el símbolo de las Reliquias de la Muerte, apoyando la cabeza en la línea inferior. Dejó caer la mirada y cerró los ojos. Aparte del lejano aullido del viento, no se oía ningún ruido. Empezó a dormirse.
—Malfoy, Draco.
Se despertó bruscamente.
La sala contigua era mucho más grande de lo que esperaba: una arena cavernosa y hundida, excavada en la tierra como un foso de combate. Se parecía mucho al estadio de Quidditch de Hogwarts, excepto en que estaba completamente cerrado y sus asientos escalonados no eran de madera, sino de una brillante piedra negra que podría haber sido ónice. También era enorme. Una caverna tan alta que su techo de roca se extendía hasta perderse de vista, fundiéndose en las sombras tenebrosas.
Draco bajó los escalones con cuidado. Una precaución necesaria, ya que el aire era casi tan oscuro como la antecámara. La única luz provenía del centro del espacio, donde una palangana, parecida a un pensadero, descansaba sobre un pedestal. Un resplandor amarillento y brumoso salía de la pila, iluminando a la profesora Ivanov, que estaba de pie junto a este. Su rostro ilegible parecía aún más extraño a la luz que se derramaba desde el pedestal.
Cuando Draco estaba en el suelo de la arena y a solo unos metros de distancia, Ivanov extendió la mano. Se oyó un destello metálico y vio una daga curva empuñada entre sus dedos.
—Utilizamos una antigua forma de adivinación de la sangre para seleccionar las casas. Se cortará el brazo hasta que sangre en el cuenco. Entonces mirará dentro y describirá lo que vea reflejado para que yo pueda emitir un juicio, —explicó.
Un asentimiento.
Draco se acercó mientras se subía la manga derecha.
—No, el otro, —ordenó Ivanov. Sus miradas se cruzaron y la mujer dijo con firmeza—: Su brazo izquierdo.
Draco exhaló lentamente.
—Bien.
Se levantó la manga opuesta, dejando al descubierto su piel moteada. Renunciando al cuchillo, utilizó una uña afilada para cortar a lo largo de su Marca Tenebrosa, trazando la línea torcida de la serpiente. La sangre empezó a manar. Draco inclinó el brazo hacia abajo y la superficie del agua se salpicó de gotas oscuras y brillantes.
Después de varios latidos largos, se empezó a formar vapor plateado dentro del cuenco, incorpóreo y sin sentido. Draco se concentró más, incapaz de discernir una sola forma. Era como mirar el ojo de un huracán.
—¿Y bien? ¿Qué ve? —preguntó Ivanov.
Draco levantó la vista.
—Nada.
Por fin, la suave máscara de la bruja se rompió y sonrió.
—Casa Soscrofa.
