"La función más grave del racismo... es la distracción. Te impide hacer tu trabajo. Te obliga a explicar, una y otra vez, tu razón de ser. Alguien dice que no tienes reinos y lo sacas a relucir. Nada de eso es necesario".
-Toni Morrison
Aquella noche, Draco no se fijó en lo que comía, ni siquiera miró su plato. Estaba demasiado distraído observando el Gran Salón en busca de Theo y Granger, sin ver a ninguno de los dos. Tan distraído que si le preguntabas qué había cenado, ni siquiera podía hacer una conjetura.
Tampoco podía nombrar las otras clases que se extendían a lo largo de su tarde de martes, habiéndose limitado a seguir a Daphne durante horas sin importarle si había otros Soscrofas de séptimo u octavo curso presentes. No parecía importar porque los profesores nunca plantearon un problema. Nunca le dijeron que se fuera. O si lo hacían, él no escuchaba.
Pero ahora aquí estaba: moviendo mecánicamente un tenedor arriba y abajo mientras sus ojos vagaban. Mientras su mente se fijaba en encontrar al bicho raro y a la Sangre sucia.
Al final, una voz atravesó su confusión.
—¿Hola? ¿Puedes oírme, Draco? Quería preguntarte qué pasó esta mañana. Daphne mencionó que la clase de Pociones fue... agitada. ¿Puedes contármelo? Me muero por saber los detalles, ya que ella no me explica nada.
Draco levantó la vista para encontrarse con los ansiosos ojos azules de Astoria. Tenía un pequeño dedo estirado a lo largo de la mandíbula y lo miraba fijamente, esperando una respuesta, o varias. ¿Cuánto tiempo llevaba hablando?
—Probablemente Daphne no te contaría lo que pasó porque implica violencia y no quería ofender tu sensibilidad bondadosa, —dijo, frotándose ambas sienes.
Daphne resopló.
—Lo que quiere decir... —Astoria frunció el ceño.
—Significa que un grupo de séptimo año atacó a Hermione Granger en plena clase, —contestó Draco brevemente—. Mientras el profesor se quedaba sentado en su silla sin hacer nada.
A Goyle se le cayó el cuchillo de mantequilla y Blaise soltó una risita:
—¿Lo hicieron delante de un profesor? Para eso hay que tener cojones.
—En realidad, eran todas chicas. Tirones de pelo. Se arañaban. Esa lamentable mierda femenina. Parecía que me iban a sangrar los oídos con tanto grito, —contestó Draco resoplando.
—¿Alguien intentó pararlas? —preguntó Astoria en voz baja.
—No.
—Pues yo me habría unido a ellas, —se echó a reír Pansy, frotándose los dedos enérgicamente en una servilleta de la cena. Las diez uñas estaban manchadas de un pútrido tono verde por su primera lección de Magia de Sangre. Draco recordaba vagamente haberla oído quejarse de ello antes, pero no le prestó atención. Pero ahora lo hacía.
—Oí hablar de ello a algunos de nuestros compañeros de casa. Decían que Granger solicitó ser admitida en Durmstrang a pesar de que el Ministerio de Magia británico estaba en contra. Está loca, ¿no? Así que, si desaparece o la atacan antes de la graduación, es culpa suya. Debería haber sabido que no debía sobrepasar los límites solo para... para... ¿quién demonios sabe la razón? ¿Quién sabe lo que pasa en ese cerebro muggle? Yo seguro que no, —continuó Pansy.
—¿De verdad el profesor de Pociones no intervino para ayudar? —repitió Astoria. Su rostro estaba tenso—. ¿Cómo se llama?
—¿Por qué? ¿Vas a denunciarlo a la directora por abuso de muggles? —dijo Draco—. Pansy tiene razón. Granger se lo buscó. No la obligaron a estar aquí como al resto de nosotros. Siempre puede dejar de hacerse la mártir e irse.
Daphne, que había permanecido callada hasta ese momento, se inclinó para susurrar al oído de su hermana:
—Es el profesor Ellingsbow.
—Gracias, —respondió Astoria—. Solo tenía curiosidad.
Draco volvió a perder la concentración y abandonó su intento de comer para estudiar a la multitud. La larga y serpenteante mesa se iba vaciando a medida que los estudiantes terminaban de comer y se marchaban a las salas comunes de sus casas antes del encierro nocturno.
Todavía nada de Theo o Granger.
—
Draco salió del Gran Salón con los demás, y estaba considerando si debía seguirlos al dormitorio de los Wolverine, cuando Pansy lo apartó.
—¡Seguid adelante! Os alcanzaré más tarde, —sonrió a Goyle y Blaise, que se encogieron de hombros y siguieron avanzando. Desapareciendo por el pasillo con una multitud de otros estudiantes de Durmstrang que bostezaban.
Entonces Pansy se agarró a la manga de la camisa de Draco y lo condujo a un ala contigua que estaba expuesta a los elementos. En las paredes había ventanas arqueadas y sin cristales. Soplaba un viento gélido que le roía los huesos y le ponía de mal humor.
—¿A dónde demonios me llevas, Pansy? —gruñó Draco, soltando el codo del firme agarre de la bruja.
Su sonrisa vaciló, antes de reír.
—Hay algo que quiero enseñarte. No te preocupes, no llevará mucho tiempo y nadie notará nuestra ausencia. Te lo prometo.
Suspiró, sospechando ahora la dirección en la que se dirigía Pansy, aunque no supiera su destino real. ¿Cómo no iba a adivinarlo si habían tonteado juntos durante años? Nada ni remotamente parecido a algo serio, solo de vez en cuando por aquí y por allá. Aunque habían pasado años desde la última vez. No podía recordarlo, para ser honesto. ¿Tal vez en marzo? ¿Abril?
Pero esta noche estaba demasiado cansado.
Pansy, sin embargo, estaba empeñada en quedarse a solas con él. Prácticamente lo maniató a través de la fortaleza vacía, doblando esquinas cerradas y bajando un tramo de escaleras de piedra curvas. Recorriendo un camino que ella parecía conocer, que probablemente había explorado antes. Haciendo callar a su gruñido mientras tiraba de él hacia una alcoba oculta junto al pasillo, casi idéntica a aquella en la que se había enfrentado a Theo esa misma mañana.
Luego lo sentó en un banco helado tallado en la pared, que estaba jodidamente frío incluso a través de la tela de sus pantalones. Frunció el ceño y estaba a punto de levantarse de nuevo cuando ella se encaramó a su regazo, frente a él, con ambos brazos colgados alrededor de su cuello como una bufanda en forma de Pansy Parkinson.
Después de eso, se quedó mirando a Draco, como si preguntara sin palabras: "¿Está bien?". O tal vez estaba esperando a que él la dejara plantada por completo. No habría sido una reacción sin precedentes.
Por un momento fugaz, Draco consideró hacer exactamente eso: arrojarla de su regazo y luego dejarla en la estacada, acalorada y molesta. Después de todo, no le debía nada a la chica. Nunca se lo había debido.
Pero ahora sus muslos se sentían tan suaves contra los suyos. Tan suaves y cálidos. Un calor que no había sentido ni una sola vez en este páramo de escuela. Y ella ya se había desabrochado los tres primeros botones de la túnica del uniforme. Podía ver la turgencia de sus tetas, el contorno rosado de sus pezones mirándole, burlándose de él a través de una camisa delgadísima.
Draco soltó una larga exhalación y se movió para repartir el peso de ella entre sus caderas.
Pansy le dedicó una sonrisa.
Sus rodillas cayeron sobre el banco, enmarcando las piernas de él mientras ella empezaba a hacer rodar su coño contra él, que se sentía húmedo y sofocante incluso a través de las capas de tela. Se frotaba contra la creciente dureza que tenía debajo. Un movimiento ondulante, acompañado de gemidos en su oído.
Draco la rodeó por el culo con una mano y la acercó mientras ella seguía apretándose contra él como una gata callejera en celo.
Con la otra mano le cogió el pelo, corto y suave como la seda, y le acercó los labios al cuello inclinado de él. Ella se dejó llevar, sabiendo cómo solían ser las cosas, los lugares de su piel que él prefería que ella tocara y los que odiaba.
Mientras su babosa lengua subía y bajaba por la columna de su garganta, él apoyó la mejilla en su cuero cabelludo, respirando el aroma limpio del jabón sin perfume.
Su polla se crispó y se puso rígida. La sangre corría desde su cerebro hasta la palpitante longitud de sus pantalones. Sus pensamientos se nublaron cuando empezó a acercarse a la liberación, estirándose aún más con cada movimiento ondulante.
Ahora estaba goteando sobre su muslo, y podía sentir cómo su miembro se tensaba dolorosamente contra los afilados dientes metálicos de su cremallera mientras ella se apretaba contra él más deprisa. Más fuerte, con una fricción ardiente. Las bragas se le arrugaban bajo la falda de lana y la raja se le abría de par en par. Lo suficiente para que su húmedo coño empapara la tela.
Y fue tan jodidamente caliente.
Hasta que Pansy lo arruinó hablando, como siempre hacía. De la forma que él detestaba.
—Sabes por qué ellas están aquí, ¿verdad, Draco? Tienes que saber por qué las Greengrass están aquí. Porque sus padres quieren... —le susurró en el cuello con la piel de gallina.
Su mano voló hacia la cara de Pansy y forzó una palma contra su boca. Se concentró en la sensación de sus caderas y no en su voz.
Pero no se callaba, joder.
En lugar de eso, apartó la cara de su agarre y dijo:
—Sus padres las enviaron a Durmstrang por tu culpa y la de los demás. Quieren hacer arreglos con tus padres. Compromisos, quiero decir. Astoria me lo dijo en el tren, aunque yo ya lo había adivinado. ¿Por qué si no elegirían esta escuela entre todas las demás? Por eso me envió mi padre. Para volver a casa con un buen partido. Volver a casa con un prometido. Volver a casa con alguien como tú.
Pansy acentuó las palabras presionando contra su rigidez.
Draco volvió a acercarse a su boca.
Ella lo esquivó.
—Vamos, Draco. No sería tan malo. Incluso podríamos hacer esto todos los días hasta que tomes una decisión. Esto y más, como solíamos hacer en Hogwarts. Estoy dispuesta.
Incapaz de seguir bloqueando su insistencia, Draco dejó de moverse y respiró hondo, irritado.
Ambas manos fueron a la cintura de Pansy, y él la levantó de su regazo. Colocándola firmemente en el suelo. Su falda seguía enganchada en el cinturón, las bragas de algodón se habían vuelto hacia un lado. Estaba temblando.
Draco se recostó en el banco. Miró a la bruja mientras sentía que su polla seguía palpitando. Pero lo ignoró. Estaría condenado antes de dejar que Pansy tonteara con él por una asquerosa moneda de cambio. Y una mierda.
Habló en tono sombrío.
—No actúes como si te importara, Parkinson. No te importo una mierda. Nunca te he importado y nunca te importaré.
—¿Y qué si no me importa? Nos hacemos mayores y tú eres mejor que las otras opciones. No es que hubiera muchas, para empezar. Al menos te conozco de verdad. ¿Quién no elegiría eso antes que a una persona que no conoce? Discúlpame por querer algún control sobre mi futuro, —resopló, ajustándose la falda.
Draco puso los ojos en blanco sin ninguna simpatía.
—¿Tu futuro? Al menos no te condenarán si metes la pata buscando marido. Si fracaso en Durmstrang, si suspendo una sola asignatura, el Ministerio se quedará con todo.
—Parkinson. Malfoy.
Una voz inexpresiva hizo que ambos se giraran.
La profesora Ivanov estaba allí de pie: su rostro pétreo y su toga se fundían en las sombras del oscuro pasillo, sus mangas ondeaban con una brisa imperceptible. Se adelantó y dijo:
—Ya ha pasado un cuarto de hora del toque de queda y todos los alumnos deben estar dentro de sus respectivos dormitorios.
Pansy se sonrojó. Luego se apresuró a abrocharse los botones del uniforme y se escabulló más allá de la Jefa de la Casa Soscrofa, que no intentó detenerla, ni siquiera pestañeó. Desapareció por el pasillo antes de que pudiera ser detenida.
Draco se levantó, apoyando la palma de la mano sobre el bulto de sus pantalones y la mancha húmeda que el coño de Pansy había dejado en la tela. Aunque en realidad no le importaba si Ivanov sospechaba lo que habían estado haciendo. Probablemente ya era demasiado tarde para hacerse el inocente.
Arqueó una ceja hacia Ivanov, que hizo lo mismo. Pero ninguno de los dos habló. Más bien, le hizo un gesto para que la siguiera.
Mientras recorrían los pasillos vacíos, Draco empezó a distinguir los contornos borrosos y brillantes de los fantasmas. Hasta ahora no había visto ni uno solo en la fortaleza, tal vez porque los muertos solo salían por la noche, cuando los vivos estaban confinados en sus dormitorios. Ahora había cientos de fantasmas, flotando en el viento como imágenes borrosas. Creaban la sensación de hundirse en el fondo de un océano de medusas plateadas.
Luego ascendieron por una escalera de caracol y salieron al exterior. El negro barranco que se extendía bajo ellos parecía aún más oscuro que durante su primer viaje a través de la muralla.
A mitad de camino hacia el lado opuesto, una fría ráfaga de viento rasgó el bajo parapeto y Draco tensó todos los músculos del abdomen para mantener el equilibrio. Las piedras bajo sus pies estaban traicioneramente resbaladizas por la escarcha, y se preguntó cuántos fantasmas de la fortaleza eran simplemente víctimas de caídas.
Sin embargo, Ivanov era completamente estable, pues llevaba décadas recorriendo el mismo camino. Hizo una pausa para esperar a Draco, hablando a su enervante y llana manera.
—Recibirá dos deméritos por romper el toque de queda, Sr. Malfoy. Reciba diez deméritos y será...
—Suspendido, —cortó Draco bruscamente, recordando las palabras de su instructor de lucha a Granger—. Y me expulsarán después de veinte. Ya sé cómo funciona.
—Entonces no necesito explicar las consecuencias de romper las reglas de la escuela. La pena por estar fuera más allá del horario de cierre, faltar a clase, negarse a dormir dentro de la habitación asignada... y agredir a un compañero de casa.
Los pasos de Draco vacilaron y estuvo a punto de resbalar por el borde.
Frunció el ceño.
Por supuesto, Theo fue y denunció el altercado. Eso no había sido inesperado. Sin embargo, otra cosa que dijo Ivanov le cogió por sorpresa.
—¿Qué hay de malo en dormir en la sala común? —preguntó.
—Es una falta de respeto para los demás alumnos que tengan que quedarse hasta tarde estudiando, además de una molestia para los elfos domésticos. Llevan dos noches sin poder ordenar la sala común de Soscrofa debido a su presencia. He recibido varias quejas.
Ivanov reanudó la marcha.
—Dormirá en su dormitorio de ahora en adelante. También recibirá otros siete deméritos por el incidente con el señor Nott. Por último, prepárese para recibir noticias del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Tengo la intención de escribirles mañana por la mañana para explicarles la situación.
Precioso.
Draco no expresó el pensamiento.
Llegaron al final de la muralla y se detuvieron ante la pared de ladrillo en blanco que conducía a la sala común de Soscrofa. Draco se estaba levantando la manga para dejar al descubierto la cicatriz aún intacta del Ritual de Selección cuando Ivanov lo apartó a un lado.
—La puerta está cerrada desde ambas direcciones. Solo los profesores pueden acceder a ella fuera de horario. —Se levantó la manga de la túnica y presionó con el antebrazo el arco sin pomo, que se materializó al contacto.
Mientras Draco subía, Ivanov volvió a hablar.
—Permanecer en Durmstrang es un privilegio temporal, señor Malfoy. Nunca una garantía permanente. Recupere el control, o váyase por su propia voluntad. Corra antes de que lo agarren a rastras, llorando y gritando por una segunda oportunidad que no merece.
Entonces Ivanov selló la puerta, atrapándolo dentro.
Al menos hasta la mañana.
—
Esta ducha fue superficial. Nada de temperaturas abrasadoras, de frotar ni de consumir pastilla tras pastilla de jabón. Pansy, aunque sucia en un millón de otras formas, estaba físicamente limpia. Lo único que esa chica tenía a su favor, en realidad.
Sin embargo, Draco permaneció largo rato en la alicatada cabina. Dejando que el vapor llenara el baño mientras pensaba. Finalmente cambió los grifos a agua fría mientras alejaba con voluntad su erección aún palpitante. Mientras resistía el impulso de acabar él mismo en el suelo de la ducha. No le daría a Pansy la satisfacción, ni siquiera ahora. Aunque ella nunca notara la diferencia.
Así que, en lugar de eso, dejó que su mente vagara como el espectro de una fortaleza, y pronto estuvo pensando en la advertencia de Ivanov. O tal vez había sido un consejo condenatorio.
Por mucho que se resistiera a admitirlo, Ivanov tenía razón. Si seguía sobrepasando los límites y andando por ahí medio dormido, estaba pidiendo que lo volvieran a condenar. Estar en Durmstrang era mejor que la alternativa. Él lo sabía. Joder que lo sabía. Pero ahora estaba a un solo demérito de ser suspendido. Peor que suspendido.
Así que tendría que hacer lo mínimo.
Mordazmente resuelto, Draco cerró los grifos y salió de la ducha. Luego, tras tomar otra poción refrescante para calmar el estómago, se dirigió al dormitorio. Sabiendo que no había otra opción, y resintiéndose por ello.
No había nadie dentro. Ni la Sangre sucia ni el bicho raro. Ambos debían de estar sangrando, recibiendo gritos o haciendo algo igual de improductivo.
Draco inspeccionó el espacio, confirmando que las únicas dos camas con indicios de uso permanecían en lados polares opuestos: la de más a la derecha para Granger y la de más a la izquierda para Theo, con cinco vacías en medio. Estaba a punto de reclamar la del medio cuando se detuvo, golpeado por un impulso repentino.
Se rindió, caminó a grandes zancadas hasta la cama de Theo, levantó los baúles y los lanzó por la habitación hasta salir por la puerta. No le importó que los cierres metálicos se abrieran y la ropa saliera despedida en todas direcciones. Cuando terminó, el vestíbulo parecía haber sido golpeado por un tornado.
Entonces Draco trasladó sus propios baúles a un armario y ocupó aquella cama: la que pertenecía a la persona que había intentado amenazarle. Intimidarlo. Controlarlo. Así que aquí estaba: robando la mierda de Theo.
No se podía negar que era un concurso de meadas infantil. Y tal vez no debería estar orgulloso de ser tan mezquino, pero no estaba orgulloso. No, estaba furioso. Furioso con todos ellos... con Theo... Pansy... Ivanov... el Ministerio...Albus Dumbledore...
Todos le amenazaron... intentaron intimidarle... controlarle... y estaba agotado.
Draco daba vueltas bajo las sábanas cuando vio aparecer una figura oscura en la puerta.
Parpadeó.
Granger cruzaba de puntillas el umbral a contraluz, con el brazo lleno de libros de texto y la cesta de la ducha. Iba vestida con una camiseta muggle lo bastante larga como para cubrirle las rodillas nudosas, e iba descalza a pesar de que el suelo debía de estar helado. La vio temblar mientras cruzaba la habitación. Se escabullía con tanta cautela que parecía que estaba robando sus propias cosas.
Antes de que Draco pudiera evitarlo, resopló.
Dio un respingo y se giró lentamente.
Sus ojos se encontraron: gris sobre marrón. Granger se quedó boquiabierta mientras sus pupilas se adaptaban a la oscuridad.
Y se dio cuenta de que no era Theo.
—¿Qué... qué haces en esa cama, Malfoy? —tartamudeó.
Una pausa.
De repente, sus ojos se volvieron redondos como platos y se ruborizó.
—¿Está Nott ahí dentro contigo?
—¡NO! —replicó Draco, desapareciendo todo cansancio—. ¡Claro que no! ¿Por qué haces esa pregunta?
—Puedo irme si queréis estar solos, —dijo Granger, sonrojándose más.
—¿Qué? No. Ya te dije que Nott no está aquí.
La habitación se quedó en silencio. Lo suficiente como para oír crujir las tuberías.
Entonces, sin previo aviso, Granger estalló en carcajadas. Tan fuerte que le temblaron los hombros y casi se le cae la cesta. Fue a dejarla sobre la cama, dejando libres las manos para secarse las lágrimas de risa.
Molesto, Draco cerró las cortinas de la cama con un chasquido de dedos. Se deslizó más abajo bajo las sábanas, con las manos aplastadas contra ambos oídos. Intentando amortiguar el alboroto de la Sangre sucia.
Por fin, Granger se calmó lo suficiente como para hablar. Su voz penetró con facilidad en la fina tela que lo cubría.
—Es solo que, has estado actuando muy raro con toda la situación de la habitación compartida. Como si estuviera infectada con viruela de dragón o algo así. Prometiste que no era por las pesadillas. Entonces, ¿qué otra cosa se supone que debo pensar? Agrega que tal vez tú y Nott queríais algo de privacidad para... oh... ya sabes...
Su frase terminó con una risita.
Draco se mofó.
Abrió de golpe las cortinas y agitó un brazo sobre el edredón vacío a modo de demostración.
—Compruébalo tú misma. Nott no está aquí. De hecho, no tengo ni idea de dónde está, y no me importa. Así que puedes dejar de suponer mierdas.
—Un poco a la defensiva, ¿no, Malfoy? —se burló—. No soy de las que juzgan cuando se trata de relaciones. No hace falta que te pongas así.
—Por Salazar, no tiene gracia.
—De acuerdo, está bien, —cedió Granger, tragándose la risa y encaramándose a la esquina del colchón.
Empezó a pasarse un peine por el pelo, que estaba empapado por el baño. Goteaba agua directamente sobre su edredón desordenado, que era un amasijo sombrío de libros, papeles y otros desperdicios. Para ser una chica, era un caos.
Cuando Granger lo sorprendió mirándola con aire crítico, le preguntó:
—Ya que los dos estamos despiertos, ¿puedo encender una luz para prepararme para ir a la cama? Apenas puedo ver.
Draco la fulminó con la mirada, sin gastar saliva en preguntas estúpidas.
Granger dio unos golpecitos a un orbe blanco de su mesilla de noche, iluminando la habitación.
Él parpadeó.
Y ahora no podía apartar la mirada. Ahora miraba a Granger e intentaba no sentirse mal al ver el mosaico de moratones que tenía en la piel. Los anillos azul negruzco alrededor de la muñeca; las profundas marcas moradas que le recorrían todo el brazo izquierdo como salpicaduras de pintura. Una de las ronchas de la clavícula aún sangraba.
Era repugnante, y él no lo entendía. Desde luego, él no le había hecho ninguna de esas heridas durante la pelea de ayer; apenas la había tocado. Y no habían parecido tan graves en Pociones, así que debía de haberse hecho daño algún tiempo después.
Sus ojos bajaron y vio que los moratones estaban por todas partes. También en sus delgadas piernas. Podía verlas. Ver...
Granger tosió con fuerza.
Draco levantó la vista. Había renunciado al peine y se frotaba las muñecas hinchadas cohibida, como si no apreciara la atención.
Habló con voz molesta.
—Haz una foto, gilipollas. Durará más.
Frunció el ceño.
—¿Qué se supone que significa eso?
—No importa.
La luz se oscureció. Granger se metió en su cama, cerrando las cortinas de terciopelo con un movimiento de varita. Poco después, todo el armazón de la cama empezó a brillar en rojo mientras lanzaba un encantamiento protector tras otro, probablemente todos los hechizos de alarma de su enorme cabeza, y solo se detuvo cuando el aire zumbó con tanta magia que se le erizó la piel.
Draco aseguró sus propias cortinas y se dio la vuelta.
Fue excesivo. Como si él fuera a intentar algo con la Sangre sucia mientras dormía. O alguna vez.
Draco rodó hacia el otro lado, agotado, pero incapaz de dejar de pensar. La rabia que sintió tras su enfrentamiento con Theo había disminuido, pero ahora no podía dejar de pensar. Por fin tenía la cabeza despejada después de años de niebla cerebral, y lo resentía. Tampoco conseguía que sus músculos se relajaran, se sentía rígido como un tronco. Como si cada nervio le pidiera a gritos que saliera de esta maldita habitación a pesar de las sanciones.
Frustrado, se puso boca arriba para estudiar las sombras del techo. Como eso no le adormecía, se tapó la cara con una almohada.
Habló.
—¿Quién te hizo eso?
El sonido de un edredón moviéndose. Su voz apagada recorrió el dormitorio.
—Esas chicas de clase. Oleandre, Aaldharg, Morosova y sus amigas. Luego más tarde algunos Wolverines... No sé todos sus nombres.
Bueno, eso no fue exactamente impactante. No era noticia. Aun así, Draco se encontró haciendo una lista mental que no tenía intención de usar. Tan sin sentido como contar ovejas.
—¿Por qué no te defendiste? —preguntó—. ¿O al menos por qué no te libraste de los moratones? Seguro que como sabelotodo has memorizado mil hechizos curativos.
Granger habló de inmediato.
—Quiero que vean cada marca que dejan en mi cuerpo cuando aparezca mañana lista para más. Quiero que vean que nada de lo que hagan me alejará.
Draco sacudió la cabeza en dirección a Granger. Qué motivación tan clásicamente Gryffindor para cojear como una víctima de tortura. Por servirse a sí misma en bandeja de plata, suplicando que abusaran de ella.
Ella se quedó callada después de eso, haciendo que Draco se preguntara si ella estaba esperando que él dijera algo más. Y así lo hizo.
—Dime por qué estás aquí.
Suspiró amargamente.
—No es tan simple, Malfoy. Ni siquiera hay una sola razón por la que elegí Durmstrang. Hay unas cuantas, y no me apetece compartirlas.
Draco se arrancó la almohada de la cara, apoyándose para mirar a las cortinas, exigiendo:
—Dime una de las razones por las que has venido.
Un silencio ensordecedor.
Su tono se volvió feroz.
—Porque dijeron que no podía.
