Sinopsis:

Aquí tenemos al Tóxico Draco Malfoy.

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Nota de la autora:

Cuidado con las etiquetas y recordad que los cambios son lentos.

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"Actuaremos como si todo esto fuera un mal sueño. Un mal sueño. Para la persona en la campana de cristal, en blanco y parada como un bebé muerto, el mundo en sí es el mal sueño. Un mal sueño. Lo recordaba todo".

-Sylvia Plath


Draco no tenía ni idea de cuánto tiempo se habían pasado mirándose el uno al otro, aunque en su mayor parte era unilateral. Potter parecía más o menos indiferente hacia su antiguo compañero de clase. En el mejor de los casos, se compadecía de él, lo que no hacía más que aumentar el resentimiento de Draco. Lo suficiente como para que saltaran chispas de su varita, que el mayor de los Aurores confiscó con un rápido encantamiento de invocación. El mango se le escapó de los dedos cuando Potter rompió por fin el contacto visual.

Parecía una trampa.

El Santo de Oro en persona estaba situado en el rincón más alejado del despacho de Dornberger, dejando el escritorio vacío. Estaba allí de pie con sus escuálidos brazos cruzados. Ahora parecía tranquilamente complacido al ver que Draco era conducido a través de la puerta y empujado a un taburete.

Draco miró hacia atrás y se dio cuenta de que la puerta ya estaba cerrada y solo quedaban ellos tres en la cámara de piedra de techos altos. Dornberger se había quedado en el vestíbulo con los demás presos en libertad condicional.

El Auror tomó asiento detrás del obelisco que era el escritorio de Dornberger, apretó los dedos y se presentó.

—John Dawlish, Vicejefe del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, División de Terrorismo Doméstico. ¿Creo que nos vimos una vez después de su comparecencia?

Draco ignoró la pregunta. Sus ojos habían vuelto a Potter, que era la última persona con la que quería volver a encontrarse en ningún sitio, pero especialmente aquí, en Durmstrang: siendo interrogado como un degenerado pedazo de mierda.

La cara delgada de Potter parecía estresada por las largas noches revolviendo papeles, mientras que su pelo negro y desordenado le caía como una fregona sobre la cabeza, en un contraste hilarante con su pulcra túnica de Auror. Aunque, por lo visto, entrar en el lugar de trabajo no había sido suficiente para hacerle cambiar la cinta adhesiva muggle que luchaba por mantener unidas sus gafas.

Habían pasado seis meses desde su último encuentro, cuando Draco fue llevado ante el Wizengamot para ser juzgado y Potter intervino. Explicando cómo él y Narcissa habían traicionado al Señor Tenebroso en el transcurso de aquel año, en la mansión cuando Potter fue capturado y, por segunda vez, en la batalla de Hogwarts. Había sido suficiente para que ambos recibieran la indulgencia que a su padre no se le había concedido. Y ahora siempre estaría en deuda con Potter. Un hecho que odiaba.

Dawlish tosió para recuperar su atención.

—Como hay cuatro de ustedes para pasar hoy, no debemos perder más tiempo.

Con un chasquido, una gran carpeta amarilla se materializó en la palma extendida de Dawlish. Estaba llena hasta los topes de tantos formularios sueltos que varios se salieron cuando el Auror empezó a hojearlos.

—Antes de empezar, ¿necesita que le recuerde cómo funciona todo esto? Tengo entendido que han pasado varios meses desde su último examen, —preguntó.

—Siga los pasos de su pequeña y tonta guía del Ministerio, —espetó Draco con rudeza.

Potter se aclaró la garganta y los ojos de Draco brillaron en su dirección.

—Bajo los términos de su acuerdo de culpabilidad, usted aceptó inscribirse en una escuela de magos para repetir sus ÉXTASIS, ya que los Carrow fueron juzgados no aptos como profesores. También accedió a mantener unas notas por encima de la media y a recibir visitas periódicas de un oficial del Departamento de Seguridad Mágica durante los próximos siete años, o someterse a una nueva sentencia.

Draco dejó caer la cabeza hacia atrás mientras miraba las claraboyas.

—Si quiere saberlo, todo sigue bastante confuso. Probablemente porque habría aceptado cualquier cosa antes que pudrirme en una puta celda.

—Entonces, ¿prefiere oír más sobre lo que le ocurrirá a usted y a todo el patrimonio de su familia si incumple una sola de esas estipulaciones? —replicó Dawlish.

Draco se rio.

—¿Dónde está la diversión en arruinar cada sorpresa? Seguro que un día me lo echará en cara.

Potter dejó su lugar en la esquina y dijo:

—No te vendría mal mostrar algo de gratitud, Malfoy. Quizá incluso algo de perspectiva.

—¿No es por eso por lo que estás aquí? ¿Para ayudarme a ver la luz? Ya me imagino los titulares de El Profeta: El famoso Harry Potter se toma un descanso de salvar el mundo para reformar a los más infames de Durmstrang.

Draco seguía mirando el techo, pero a través de su periferia vio a Potter paseándose por la habitación de esa forma frenética que siempre hacía: encorvado y frotándose la cicatriz torcida en forma de rayo.

Se tragó un bufido.

—Tendrás que perdonar mi falta de previsión. Debería haber sabido que Harry Potter espera la bienvenida de un héroe dondequiera que vaya, y hacer que los elfos preparen una comida de diez platos. Me aseguraré de que lo hagan para tu próxima visita.

Los comentarios no consiguieron inquietar a Potter, que se había detenido frente al escritorio y murmuraba algo con el Auror de más edad. Draco observó su intercambio con los ojos entrecerrados. Hablaba como un niño desobediente a la espera de ser golpeado.

Pero podía discernir una palabra aquí o allá: inestable... descarriado... trastornado. Las mismas tres palabras que estaban escritas en su expediente del Ministerio.

Le ponían los nervios de punta.

Como era de esperar, Dawlish estaba abriendo la carpeta amarilla que contenía sus expedientes. El hombre pasó a una página marcada y leyó en voz alta.

—15 de junio de 1998: Hoy D.L. Malfoy rechazó una evaluación psiquiátrica de San Mungo, citando sus derechos bajo el Artículo Seis de las Doctrinas Fundamentales del Wizengamot. Sin embargo, los Sanadores observaron múltiples comportamientos preocupantes durante su período de reclusión antes de la sentencia y las entrevistas posteriores con el Departamento de Seguridad Mágica, todo lo cual merece una revisión más profunda.

Dawlish pasó a la página siguiente.

—13 de julio de 1998: Hoy D.L. Malfoy ha vuelto a negarse a una evaluación, alegando sus derechos según el Artículo Seis de las Doctrinas Fundamentales del Wizengamot. Se produjo un breve, aunque hostil, intercambio a las puertas de la finca de su familia en Wiltshire, donde el Sr. Malfoy está detenido durante el verano hasta su traslado al Instituto Durmstrang de Artes Antiguas. A pesar de que los Sanadores Mentales le ofrecieron la posibilidad de una condena con libertad condicional reducida, no les concedió la entrada... 13 de agosto de 1998: Esta es la quinta vez que D.L. Malfoy rechaza una evaluación, y su última oportunidad de indulgencia antes de matricularse en Durmstrang. Los funcionarios del Ministerio que realizaron esta visita observaron que tanto la falta de cooperación como la disposición del Sr. Malfoy parecen haber empeorado con el paso de los meses.

Inclinándose hacia atrás en su silla sin respaldo, Draco decidió:

—Así que esa es la razón por la que está aquí: para hurgar en mi cerebro y averiguar por qué soy un fracaso como ser humano. Por suerte para usted, la Directora lleva haciendo eso desde nuestra primera semana de Psicometría. No pierda el tiempo.

Detrás de Dawlish, Potter permanecía de pie como un lacayo ilegible, observando con los brazos cruzados y la frente arrugada detrás de las gafas. Hacía tanto frío en la habitación que su respiración se convertía en nubes. Aquellas absurdas túnicas de Auror sin forro que llevaba puestas no proporcionaban calor contra la temperatura bajo cero, o al menos Draco esperaba que no lo hicieran. Tal vez Potter aprendería por fin a dejar de meter su santurrona nariz donde literalmente se congelaría.

—Puede que sea así, —replicó Dawlish—, pero su trayectoria desde que llegó ha sido pésima. Falta a clases y se duerme las pocas a las que se molesta en asistir. Agredir físicamente a Theodore Nott hasta el punto de hospitalizarlo, y más recientemente, ser suspendido tras acosar sexualmente a una compañera de casa.

Draco se incorporó y gruñó:

—Yo nunca...

Sin embargo, ahora Potter estaba ante él, haciendo girar su varita de espino entre dos dedos.

—Puedes pensar que estás por encima de las reglas, Malfoy. Pero no lo estás. Fue una mala idea desde el principio dejarla a menos de cien kilómetros de este sitio, pero especialmente cerca de alguien como tú.

La ira surgió en las entrañas de Draco, caliente e hirviendo.

Potter ni siquiera había terminado.

—Sea cual sea el juego al que estás jugando, no metas a Hermione en él ni la vuelvas a tocar. Se merece algo más que ser el blanco de una escuela llena de aspirantes a Mortífagos. No es difícil leer entre líneas y ver su realidad.

—¿Y cuál es exactamente esa realidad? —siseó Draco—. ¿Qué te dijo Granger sobre mí?

—No se puede negar que estás involucrado en la situación de acoso de la señorita Granger. Posiblemente algo aún más inapropiado según los informes, —contestó Dawlish.

Los penetrantes ojos negros del hombre se dirigieron al antebrazo de Draco, oculto bajo la manga de su uniforme.

—¿Sigue arañando esa Marca todas las noches, o fue un acto para ganarse la simpatía de sus guardias antes de ese falso juicio del Wizengamot? Movimientos repetitivos... autolesiones... paranoia al borde del delirio... realmente lo intentó todo, Sr. Malfoy. Y habría funcionado si no lo hubiéramos sabido. No vimos las manchas de sangre en el sótano de su familia. No contamos a cuántos estudiantes torturó voluntariamente bajo los Carrows. Pero sabemos más que eso.

Draco miró con desprecio a Potter mientras se dirigía al hombre.

—Si fue un acto, funcionó lo suficiente para que lo comprara y ofreciera testimonio en mi audiencia. Incluso para un aficionado, fue un error estúpido.

—A lo mejor lo fue, —aceptó Potter con demasiada calma.

La habitación se enfrió cuando los tres hombres se callaron, y Draco necesitó toda su fuerza de voluntad para no levantarse en ese momento e irse. Comportarse de la forma vergonzosa que ellos tan claramente querían.

En cambio, exigió:

—¿Qué dijo Granger? ¿Que fui yo quien le rompió la varita en el balcón? ¿Que la forcé cuando rompimos el toque de queda? Te habrá enumerado todos los detalles como la rata favorita del Ministerio.

Potter se acercó hasta que estuvo hablando directamente a la cara acalorada de Draco. La suya era un lienzo inexpresivo y en blanco.

—Por supuesto que informó sobre ti y los demás. Por eso está aquí, Malfoy. La única razón por la que Kingsley aprobó que se arriesgara viniendo a esta odiosa escuela.

Potter se inclinó hacia delante, con la cicatriz en forma de rayo brillando bajo las tenues claraboyas.

Para vigilarte.

Los siguientes acontecimientos se sucedieron en confusos fragmentos de color y movimiento. En un momento, Draco estaba cogiendo de las manos de Potter la varita que le había confiscado, abriendo de un tirón la puerta del despacho e ignorando los gritos que le pedían que volviera dentro mientras se alejaba furioso.

Al minuto siguiente estaba bajando las escaleras de caracol lo bastante rápido como para ahogar el sonido de sus voces, que continuaban siguiéndole piso tras piso. A través de la planta baja, buscando. Apenas oía nada por encima del torrente de sangre que le corría por los oídos. Todos sus pensamientos estaban consumidos por la ardiente necesidad de encontrar a Hermione Granger.

Una asquerosa... sucia... repugnante soplona.

Todo tenía sentido. Todo. La respuesta había estado ahí todo el puto tiempo: el plan que había utilizado para entrar en Durmstrang le había estado mirando a la cara desde el primer viaje en tren. Estaba demasiado ciego para creer que esa podía ser la verdadera explicación.

Excepto que era tan dolorosamente propio de Granger jugar a ser espía para el Ministerio. Someterse a un año de abusos como parte de un plan para mantenerlos bajo vigilancia constante.

Lo explicaba todo. Cada maldita cosa. Por qué se plantó en la misma escuela que él y Nott, los dos con las condenas de libertad condicional más largas, y solo fingió intentar cambiar. Por qué lo acosaba incesantemente con preguntas, lo encontró enfermo en el suelo del baño y lo vigiló en el ala del hospital. Lo acompañó a ese duelo y luego se quedó con él en la biblioteca. Por qué siempre estuvo allí desde el principio.

Porque no tenía elección.

Sin embargo, esta vez buscó primero a Granger. La encontró sentada en un banco de piedra al final del pasillo, con los rizos sueltos a la espalda y una brisa que entraba por una ventana sin cristales. Estaba mirando por ella con la página de un libro atrapada entre los dedos. Atrapada por algo que se veía a lo lejos en el oscuro paisaje, no se dio cuenta de que él se acercaba.

No hasta que la agarró por la muñeca, apretando con tanta fuerza que pudo oírla jadear de dolor. Incluso cortas, sus uñas estaban lo bastante afiladas como para arrancarle un poco de sangre.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, con los ojos desorbitados. Como si no se hubiera imaginado que la enfrentarían así después de haberle contado todo a Potter.

Draco no respondió mientras la sacaba del banco y la empujaba a través de la atestada ala inferior del colegio. Susurró un Alohomora para abrir el aula vacía más cercana antes de meterla dentro.

Cerró la puerta.

Ahora Granger parecía... asustada. Vio que la otra mano se arrastraba furtivamente hacia una varita que no estaba allí; debía de habérsele caído la mochila por el camino.

Arriesgó una mirada hacia atrás para confirmar que su única salida estaba sellada, luego repitió:

—¿Por qué me trajiste aquí, Malfoy? ¿Terminaron tu suspensión? ¿Qué pasa?

Draco dejó que aquellas preguntas flotaran en el espacio que los separaba durante un largo e incómodo instante. Seguía agarrándole la muñeca con fuerza suficiente para cortarle la circulación.

Entonces los ojos de ambos bajaron para ver cómo un hilillo de su sangre goteaba de la uña de él al suelo de piedra. Y mientras Draco la observaba congelarse lentamente, un horrible plan empezó a tomar forma, como un parásito excavando en lo más profundo de su cerebro.

Liberó la mano de Granger, que cayó sin fuerzas a su lado.

Luego, por un momento, ninguno de los dos se movió y permanecieron en un tenso silencio. Ahora estaban tan cerca que él podía ver el vaho en cada exhalación; los círculos cansados bajo los ojos de ella, que se negaban a mirarle mientras apartaba obstinadamente la mirada.

Se inclinó para susurrar sombríamente:

—No finjas que esto no es exactamente lo que te has ganado.

Granger estaba abriendo la boca para hablar cuando él se adelantó lentamente y ella retrocedió. Su distancia se fue reduciendo centímetro a centímetro hasta que los omóplatos de ella se vieron forzados contra la puerta cerrada del aula. Atrapada entre el panel de madera y el pecho de él.

Cerró la boca, tragándose sus pensamientos.

Con una súbita sensación de pesadez en la mano, Draco se estiró para apartar la cortina de pelo, aspirando el aroma que se había vuelto reconocible de encontrarlo en todas partes a las que iba, todo el tiempo en todas sus mierdas.

Luego su nariz rozó el borde de la mandíbula, que se esforzaba por inclinarse. Tan cerca, podía ver los moratones que quedaban bajo su piel. Tan débiles que dudaba que alguien más los hubiera visto a través de la ocultación.

Los ojos de Granger se dispararon hacia delante, notando por fin las venas rojas de magia que arañaban sus iris. Pasarían horas antes de que las secuelas de su maldición disminuyeran y volvieran a ser grises.

Volvió a tragar saliva, con el pecho agitado. Él podía sentir su miedo floreciendo lentamente y era adictivo. Como un nuevo estimulante irresistible... porque se merecía lo que estaba a punto de ocurrir... porque se parecía demasiado al monstruo de aquella cueva, desgarrándolo con mil acusaciones de lengua bífida.

Porque mintió.

—¿Qué estás haciendo? —exigió Granger. Pero ahora su voz era más fuerte y su miedo se había convertido en una curiosidad insaciable.

Sin inmutarse, su rodilla se acercó hasta enterrarse en los pliegues de su falda. Le separó las piernas poco a poco mientras murmuraba contra su garganta:

—Solo les doy la razón.

Se le cortó la respiración.

—Sobre... ¿qué?

Todo, —dijo Draco.

No era una respuesta real. Ni una explicación. Y, aun así, Granger no lo apartó.

No. Alargó la mano para agarrarle el hombro. Lo miraba intensamente, ferozmente, en un desafío sin palabras mientras se mordía el labio inferior. Sin hablar, pero incitándole a mostrarle lo que vendría después.

Joder, pues lo hizo.

Rozando con las yemas de los dedos el espacio de piel desnuda que quedaba por encima de las medias y deslizándolos luego hacia arriba, por debajo del dobladillo de la falda. Apoyó la palma de la mano en la sutil curva de su rodilla mientras seguía trazando círculos con el pulgar, acelerando los latidos de su corazón.

Entonces inclinándose y no besándola. O al menos no donde ella esperaba.

No todavía.

Más bien, sus labios vagaron para encontrar todos los lugares que habían encontrado en la biblioteca, como si nunca hubieran sido interrumpidos. Recorrieron ese camino familiar hacia la hendidura poco profunda en la base del cuello de ella, siguiendo los ángulos suaves y las líneas inclinadas.

E incluso aquí, incluso sin el alivio de un conjuro susurrado, ella soltaba los mismos ruiditos inconscientes mientras él recorría el paisaje de su garganta. Consumiéndola suave, tiernamente y con un hambre que apenas podía contener.

Fue perfecto. Devastador. Como un veneno que solo podía tragar sin nadie a su alrededor para cuestionar o juzgar.

Pero no era suficiente.

Así que, mientras él seguía acariciándole el cuello, sus dedos se aventuraron a subirle la falda hasta hundirse entre el valle de sus muslos, que se sentían sofocantes contra su piel helada.

Sus caderas se agitaron ante la frialdad, pero luego se relajaron cuando la mano de él se calentó y empezó a moverse hacia arriba, a paso lento y pausado. Y ella también le dejó hacer, no era más que arcilla que moldear. Se dejaba llevar por cada pequeño movimiento.

Al menos hasta que llegó a sus bragas, y su mano se extendió posesivamente alrededor de la curva interior de su muslo. Los dedos jugaban con el fino borde de algodón sin cruzar la línea.

Sus ojos se encontraron.

Luego los de ella se cerraron de golpe mientras él se deslizaba hacia arriba para respirar en su oreja, pellizcando ligeramente el cartílago.

—Hay un rumor de que algunas chicas no nacen iguales. Pero últimamente... —Soltó un suspiro acalorado, dejando que su mano subiera otro centímetro—, últimamente he estado pensando que me engañaron sobre las diferencias físicas entre nuestras especies.

Hizo una pausa mientras acariciaba la suave curvatura de sus pliegues, sintiendo el algodón húmedo. Casi deseando arrodillarse para conocer su sabor. En lugar de eso, susurró:

—Verás, he empezado a sospechar que esos rumores nunca fueron ciertos. Que siempre fueron mentiras contadas por niños tontos, pero no pude confirmarlo hasta que te toqué.

Separó dos de sus dedos para arrastrarlos por el contorno de su coño, sonriendo ante la creciente humedad. Al ver cómo Granger se apretaba contra él, estremeciéndose al soltar otro gemido silencioso.

Su sonrisa se oscureció.

—Resulta que yo tenía razón. Los coños muggles no van de lado.

PAM

El aula se desdibujó.

Draco se tambaleó hacia atrás mientras se agarraba la mejilla, atónito y sin habla. Incluso su mente se entumeció.

Al menos hasta que un dolor punzante le recorrió la cara en el lugar exacto donde Granger acababa de abofetearle. ¡A ÉL! Le había golpeado con toda la fuerza de que era capaz su asquerosa y pequeña mano.

Volvió a levantar la palma de la mano.

—No te ATREVAS a hablarme así, asqueroso... malvado... —Granger tenía el pecho tan agitado que no pudo terminar la frase.

La fulminó con la mirada, obligando a la habitación a dejar de dar vueltas.

—Diré lo que quiera porque te has ganado algo mucho peor. Por el infierno que nos hiciste pasar durante años. Por seguirnos hasta aquí y luego vendernos por una razón que aún ocultas. Por utilizarme.

Algo en la cara de Granger se rompió. Se hizo añicos ante sus palabras como si fueran piedras arrojadas, y admitió en voz baja:

—No lo entiendo.

—Entonces te lo explicaré, —espetó Draco, forzando la voz—. Sé lo del trato con Shacklebolt que te hizo cruzar las puertas de un lugar donde los de tu clase nunca han sido aceptados. El trato de vender a tus propios compañeros.

Sus ojos marrones se abrieron de par en par.

—Esa no es la historia completa, pero...

—Pero es la verdad, —insistió Draco en un gruñido tan bajo que apenas se oyó.

—Sí.

Se adelantó, ofreciendo vacilante:

—Hace meses te dije que estoy aquí por tres razones. Esta es la última: ayudar a seguirte la pista para el Ministerio. A ti y a los demás. Pero te equivocas en el resto. Nunca te utilizaría, Malfoy. —Y si Draco no lo supiera mejor, habría creído que ella estaba siendo sincera.

Que ella era la única herida.

Excepto que no estaba listo para ser lógico en este momento confuso, con el corazón acelerado y mil pensamientos viles desgarrando su cerebro. No intentaba pensar. Así que se apartó para mirar por una ventana en el lado opuesto del aula.

Quiero que te vayas.

Por supuesto, Granger no escuchó.

—Te arrepentirás de no haberme dado la oportunidad de explicártelo.

—De lo que me arrepiento es de no haberte dado una lección antes, en lugar de esperar tanto tiempo para recordarte que las Sangre sucia solo sirven para lo que tienen entre las putas piernas, —espetó Draco, con la voz tan fría como el hielo que cubría la ventana. Pudo ver el reflejo distorsionado de Granger. Ver que se había colocado justo detrás de él y oír su inconfundible tristeza.

—¿Así que por eso me has traído a esta aula? ¿Para demostrar que no valgo nada? O tal vez solo intentas convencerte de que es verdad.

Cuando Draco no respondió, ella habló con más descaro.

—NO tienes ni idea de lo que es ser yo. Cada día alguien encuentra una nueva forma de recordarme que no valgo nada. No por cómo me veo, visto o actúo, sino porque por el simple hecho de estar aquí, le estoy robando a alguien que lo merece más.

Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo, antes de decir:

—Nunca entenderás el cansancio de que me pidan constantemente que justifique por qué estoy aquí, como si necesitara una razón, o tres. Como si fuera incomprensible que solo haya venido aquí para ser alumna con el resto de vosotros. Que no quiero ser especial. Que solo quiero existir.

Siguió un silencio estrepitoso, tan fuerte que Draco sintió que sus oídos habían dejado de funcionar. Y cuanto más duraba, más luchaba contra el impulso de darse la vuelta... porque tal vez se arrepentiría.

Entonces ya era demasiado tarde.

Habían aparecido nuevas voces.

Se oyeron pasos fuera y la puerta se abrió de par en par. Se estrelló contra la pared con un BANG que sacudió el polvo del techo.

Los dos se giraron.

Dawlish estaba allí: su cara era una mezcla de fatiga y conmoción por lo que había descubierto en el aula. Las gotas de sudor le rodaban por la barba a causa de la persecución, y ya estaba apuntando con la varita al centro del pecho de Draco, preparado para enviar un maleficio al primer signo de agresión.

Nadie se movió, todos permanecieron completamente quietos mientras oían el eco de otro par de pasos acercándose.

Pronto Potter apareció detrás del Auror en el marco de la puerta. También estaba sin aliento de tanto correr y parpadeaba estúpidamente ante Granger, que permanecía en silencio mientras él contemplaba el retrato de su pelo enmarañado. Los moratones en forma de media luna en la garganta y la sangre en la muñeca. La forma en que tenía la falda recogida para dejar al descubierto sus piernas desnudas y temblorosas.

Parecía avergonzada hasta las lágrimas.

Los ojos verdes de Potter brillaron amenazadores y preguntó:

—¿Qué le has hecho?

Draco volvía a sonreír, a punto de lamentarse por la injusticia de su situación, o tal vez de mandarlo todo al infierno y echarse a jodidamente reír, cuando vio que Dawlish apuntaba más alto con la varita. Las palabras murieron en su garganta.

Una repentina ráfaga de luz atravesó la habitación.

Entonces no quedó nada.

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Nota de la traductora:

¡Nos hemos puesto al día! Ahora mismo acabamos de alcanzar a la obra original, sed bienvenidos al camino lento, hay mucho sitio por aquí donde mordernos las uñas esperando un nuevo capítulo, sobre todo después de este último...

Creo que esta semana subirá capítulo, de ser así lo intentaré publicar el viernes y sino unos días después...

A partir de ahora capítulo nuevo cada dos semanas, uno, dos o tres días después del original, espero poder empezar pronto la traducción de These Selfish Vows, tengo muchas ganas de seguir con este mundo, pero cambios en el trabajo no me están dejando el tiempo que merece.