Historia Paralela 7


Las calles de la ciudad eran un laberinto de neón y sombras, donde el murmullo de los autos en la lejanía apenas lograba opacar el vacío que reinaba en los callejones.

En medio de este paisaje frío y despiadado, una figura solitaria se movía con pasos tambaleantes, cada uno más pesado que el anterior.

Algunos transeúntes aseguraban haber visto a ese extraño hombre cruzar las avenidas en la penumbra.

Unos decían que era un forastero perdido, mientras otros lo describían como un espectro, un alma condenada que deambulaba entre los vivos.

Sin embargo, los rumores más realistas apuntaban a algo mucho más terrenal: un ladrón.

Las denuncias de comida desaparecida de despensas y refrigeradores se acumulaban, dejando a los habitantes de la ciudad con un temor silencioso.

¿Quién se atrevería a meterse a los hogares solo por comida?

Era aterrador.

Pero pocos sabían que, lejos de ser un criminal, Shun estaba librando una guerra invisible contra su propio cuerpo.

—Solo... un poco más... —Murmuró entre dientes, aferrándose al muro de un edificio para no desplomarse.

El abrigo pesado que llevaba, azul oscuro y manchado de polvo y sangre seca, colgaba de su cuerpo como una armadura inútil.

Bajo el abrigo, su complexión fuerte y musculosa, forjada en años de batalla, parecía traicionarlo. La herida en su abdomen, profunda y mal tratada, palpitaba con un dolor que lo quemaba desde dentro.

Cada movimiento era como si un cuchillo girara dentro de él, desgarrando lo poco que quedaba de sus fuerzas.

—Esto... no puede... detenerme. —Las palabras salieron entrecortadas, pero su convicción no se apagaba.

Se recostó contra una pared, sus piernas temblando bajo el peso de su propio cuerpo.

En el suelo frente a él había vendas y gasas teñidas de rojo.

Había intentado detener la hemorragia, pero los recursos improvisados no eran suficientes.

—No puedo detenerme... No ahora. —El susurro era más para sí mismo que para alguien más, como un mantra desesperado que intentaba mantenerlo despierto.

El frío de la noche comenzó a filtrarse a través de su abrigo. Aunque la ciudad estaba llena de luces y movimiento, para Shun todo parecía un mundo aparte, distante, indiferente.

Recordó la promesa que había hecho: encontrar a su hermana. Traerla de vuelta.Y en el fondo de su mente, otra figura apareció, alguien que había jurado no olvidar.

—Yuto... —El nombre escapó de sus labios como un eco de algo perdido, algo que se aferraba a su corazón incluso cuando su cuerpo amenazaba con rendirse.

Pero el dolor y el agotamiento eran demasiado.

Lentamente, su visión comenzó a nublarse, y las luces de la ciudad se convirtieron en manchas borrosas que bailaban ante sus ojos.

—Solo un momento... solo necesito descansar... —Dejó que su cuerpo se deslizara hasta el suelo, sentado contra el muro con la cabeza inclinada hacia un lado.

El silencio lo envolvió, pero no por mucho tiempo.

Apenas unos minutos después, un grupo de figuras emergió de las sombras.

Se movían con precisión, sus pasos amortiguados por el pavimento.

Los cascos que llevaban brillaban bajo la luz artificial, y las armas en sus manos reflejaban un peligro inminente.

—Objetivo localizado. —La voz de uno de ellos sonó firme a través de un comunicador.

Se acercaron al cuerpo inerte de Shun, evaluándolo con rapidez.

—Está vivo, pero apenas. —Un segundo hombre revisó su pulso, su expresión imperturbable.

El líder del grupo asintió, levantando un dedo para indicar al resto que se movieran con cuidado.

—Llévenlo. —

Sin dudar, lo levantaron con un manejo sorprendentemente delicado para hombres armados.

Shun, inconsciente, no supo nada del mundo que lo rodeaba, ni del destino que lo aguardaba.


El frío blanco del techo lo recibió cuando abrió los ojos.

La luz artificial era cegadora, y un pitido constante resonaba en sus oídos.

Shun pestañeó varias veces, tratando de enfocar su mirada mientras el olor a desinfectante se colaba en su nariz.

Sus manos intentaron moverse, pero su cuerpo se sentía pesado, como si algo lo estuviera anclando a la cama.

Fue entonces que lo notó: las vendas que cubrían su abdomen y el sutil ardor que las acompañaba.

—¿Dónde… estoy? —Preguntó con un hilo de voz, luchando contra la sequedad en su garganta.

Se incorporó con dificultad, arrancándose los cables conectados a su brazo.

Su respiración se aceleró al mirar a su alrededor y reconocer las máquinas, las paredes estériles, los instrumentos médicos.

Un hospital.

El pánico lo golpeó como un balde de agua helada.

—¡No! ¡No puedo estar aquí! —Jadeó, llevándose una mano al abdomen como si pudiera contener el dolor que lo atravesaba.

Buscó a tientas algo con qué defenderse, pero lo único que encontró fue su propio reflejo distorsionado en el cristal de una vitrina.

—Tranquilo, Shun Kurosaki. Nadie va a tocarte… al menos, no sin mi permiso. —

La voz resonó desde la puerta, baja y calculada, cargada de una calma intimidante que logró congelar sus movimientos.

Al girarse, encontró a un hombre de estatura similar a la suya, cuya presencia llenó el cuarto con una autoridad inquebrantable.

Era Akaba Reiji.

El cabello gris corto y perfectamente peinado, la bufanda roja que caía con elegancia sobre su pecho y un traje caro que gritaba poder.

Todo en él, desde su postura erguida hasta la mirada helada que lo atravesaba, hablaba de alguien acostumbrado a controlar cualquier situación.

—Tú… —

Shun apretó los dientes, cada músculo de su cuerpo en alerta a pesar de su estado.

Reconocía perfectamente a aquel hombre, el director de la Corporación Leo, el mismo que había sido su enemigo durante un tiempo a la fecha.

—Yo, efectivamente. —Reiji cerró la puerta detrás de él, avanzando con pasos lentos pero seguros, como si el cuarto entero le perteneciera.

Se detuvo al pie de la cama, mirándolo con una mezcla de burla y curiosidad clínica.

—¿Qué quieres? —Shun gruñó, aunque su voz carecía de la fuerza que usualmente tenía.

Reiji inclinó ligeramente la cabeza, su expresión apenas cambiando.

—Sabes muy bien lo que quiero. —Levantó una ceja, como si esperara una respuesta inmediata, pero al no obtenerla, continuó con un tono más afilado—. Sé que estuviste detrás de los incidentes recientes. No te molestes en negarlo.—

—No tengo por qué negar nada. —La respuesta de Shun fue firme, aunque el temblor en sus manos lo traicionó.

Reiji dejó escapar un leve suspiro, uno que estaba cargado de sarcasmo.

—Es curioso, ¿no crees? Un solo hombre, al borde de la muerte, logró hacer más estragos que mis propios agentes con años de entrenamiento. —Sus palabras eran una daga dirigida no solo a Shun, sino también a sus propios aliados.

El comentario hizo que Shun lo fulminara con la mirada, pero Reiji no mostró reacción alguna. En cambio, dio un paso más cerca, inclinándose ligeramente hacia él.

—Dime, Kurosaki, ¿dónde están las personas desaparecidas? —

Shun apretó los labios, desviando la mirada por un momento. No tenía caso mentir.

—Las convertí en cartas. —

La confesión fue directa, pero no recibió la reacción que esperaba. Reiji no se sorprendió ni mostró el más mínimo atisbo de horror.

En cambio, su rostro permaneció tan frío como una noche sin luna.

—¿Eso es todo? —La indiferencia en su tono golpeó a Shun como un balde de agua fría.

—¿Qué… esperabas? —Gruñó Shun, entre la ira y la incredulidad.

Reiji sonrió apenas, un gesto que no alcanzó sus ojos.

—Más. Siempre espero más, Kurosaki. —

Shun sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Había algo profundamente inhumano en ese hombre.

No era un monstruo en el sentido tradicional, pero tampoco alguien a quien se pudiera entender.

Era como mirar al abismo y darse cuenta de que el abismo te estaba evaluando.

—No te creo. —Shun finalmente escupió, su mirada fija en los ojos grises de Reiji—. Tu maldita Corporación Leo es aliada de Academia. Ustedes destruyeron mi hogar. ¡Convirtieron mi mundo en una zona de guerra! —

Por primera vez, algo parecido a una emoción cruzó el rostro de Reiji: desdén.

—¿Aliados? —Rió suavemente, su tono cargado de una burla gélida—. No te confundas, Kurosaki. Academia y nosotros no somos aliados. Es verdad que tenemos algo en común, pero amistad no es. —

Shun se quedó en silencio, tratando de descifrar las palabras.

—¿Qué quieres decir? —

—Que ambos queremos la caída de Academia. Tú por venganza, y yo porque se interponen en mis planes. —Reiji se inclinó un poco más cerca, su voz un susurro cargado de veneno—. No soy un monstruo, Kurosaki, pero no soy tu salvador. Tengo una propuesta para ti. —

—¿Qué propuesta? —La desconfianza en la voz de Shun era evidente.

—Poder. —Reiji dejó caer la palabra con calma, como si fuera una promesa inevitable—. Estás al borde de la muerte, lo sabes. Sobreviviste por un milagro, pero milagros como ese no se repiten. Puedo darte lo que necesitas para continuar tu lucha. —

Shun lo miró con recelo.

—¿Y a cambio? —

—Información. Todo lo que sabes sobre tus aliados, tus enemigos, Academia… y las cartas. —

El silencio que siguió fue ensordecedor.

Shun sabía que Reiji no estaba mintiendo, pero tampoco podía confiar en él.

—¿Por qué debería creerte? —Gruñó Shun, entrecerrando los ojos.

Reiji soltó una breve carcajada, seca y vacía de humor.

—No tienes que hacerlo. Pero observa tu estado, Kurosaki. Estás al límite. Tus camaradas muertos no te juzgarán si aceptas sobrevivir un día más. —

Shun cerró los ojos, dejando que las palabras se hundieran en su mente. Pensó en su estado, en la promesa que no podía cumplir si moría allí mismo.

Pensó en su hermana y en la necesidad desesperada de terminar lo que había comenzado.

—Acepto. —La palabra salió con un amargo peso.

Reiji asintió, como si ya hubiera previsto esa respuesta.

—Pero con una condición. —Shun levantó la mirada, sus ojos ardiendo con la misma determinación que le quedaba—. Quiero algo a cambio. Información. Sobre mi hermana… y todo lo que sabes de Academia. —

Reiji se inclinó un poco más cerca, su voz bajando a un susurro afilado.

—Entonces entrégate a mí, Kurosaki. No solo como aliado, sino como lo que eres: un arma. —

Shun sintió cómo el peso de las palabras caía sobre él. Había perdido tanto, pero si esto le daba una oportunidad…

—Mi lealtad es tu garantía. —

Reiji sonrió, un gesto que parecía más calculador que auténtico.

—Trato hecho. —


El tiempo desde entonces, había pasado como un río incesante desde que Shun aceptó el trato con Reiji.

Su cuerpo, antes al borde del colapso, había sanado completamente, gracias a los mejores recursos médicos que la Corporación Leo podía ofrecer.

Aunque la cicatriz en su abdomen era un recordatorio constante de cuán cerca había estado de la muerte, su fuerza y habilidades se habían elevado a un nivel que nunca antes había alcanzado.

Ahora, bajo una identidad nueva y cuidadosamente construida, Shun era el mejor duelista del LDS, el orgullo silencioso de su sector de entrenamiento.

Su destreza y precisión en los duelos no tenían rival, y cada victoria consolidaba su posición.

Pero la libertad que alguna vez había sentido luchando por su cuenta había desaparecido.

El LDS era como una correa invisible, una cadena que ataba cada uno de sus movimientos.

Aunque la carga pesaba sobre él, Shun estaba dispuesto a soportarla.

Había aceptado este camino, y no se permitiría flaquear.

Esa tarde, en la oficina principal del LDS, Shun se encontraba de pie frente a Reiji.

El aire estaba cargado de tensión, como si el director siempre supiera más de lo que decía, como si su mente estuviera diez pasos adelante de cualquiera.

—¿Por qué me llamaste? —Preguntó Shun, cruzándose de brazos.

Reiji, sentado tras su enorme escritorio de cristal, ajustó ligeramente su bufanda roja antes de hablar.

—Porque hay algo que debes hacer. —

—¿Otra misión? —La voz de Shun estaba teñida de cansancio y desconfianza.

Reiji negó con la cabeza, su mirada fija en Shun.

—No exactamente. Vas a participar en el torneo que se llevará a cabo la próxima semana. —

Shun frunció el ceño, dando un paso adelante.

—¿Un torneo? No estoy aquí para jugar. —

—No es un juego. —Reiji entrecerró los ojos, su tono gélido como una brisa cortante—. Academia va a atacar durante el torneo. —

La declaración cayó como una piedra en el estómago de Shun.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —

Antes de que Reiji pudiera responder, la puerta de la oficina se abrió lentamente.

El sonido de unos tacones resonó en el suelo pulido, y una figura femenina entró en la habitación.

Era una mujer joven, de cabello azul atado en una coleta alta, y llevaba un uniforme militar que, aunque claramente funcional, parecía diseñado para imponer respeto.

Sus ojos, de un verde profundo, parecían analizar cada rincón de la sala con la misma intensidad que un depredador en su territorio.

—Te presento a Serena. —Reiji se levantó de su asiento con un aire solemne, como si estuviera presentando a una pieza clave en el tablero—. Es una desertora de Academia. —

Los ojos de Shun se entrecerraron, sus instintos en alerta al instante.

—¿Una desertora? ¿Por qué debería confiar en ella? —

Serena lo miró directamente, su postura firme y desafiante.

—No tienes que confiar en mí. —Su voz era tan cortante como el filo de una espada—. Pero sé cosas que tú no. Sé cómo piensa Academia, cuáles son sus estrategias y, lo más importante, qué planean hacer. —

Shun no respondió de inmediato, pero su mirada no se suavizó.

Giró hacia Reiji, buscando algo en su expresión que pudiera confirmarle si todo esto era una trampa más.

—Ella nos será útil. —Reiji habló como si la decisión ya estuviera tomada—. Y tú la necesitarás si quieres enfrentarte a lo que viene. —

Shun apretó los dientes, sintiendo el peso de esa cadena que lo ataba al LDS volverse aún más pesada.

—Espero que tengas razón, Reiji. —Finalmente habló, aunque la desconfianza seguía latiendo en sus palabras.

Reiji sonrió levemente, un gesto tan calculado como todo lo que hacía.

—Siempre la tengo. —

Serena cruzó los brazos, mirando a Shun con una mezcla de curiosidad y desdén.

—Espero que puedas seguir mi ritmo. —Le lanzó un desafío velado, como si intentara medirlo antes de confiar en él.

Shun no respondió, pero sus ojos hablaron por él.

Si algo había aprendido en todo este tiempo, era que en este mundo no podía permitirse bajar la guardia, ni siquiera por un instante.

El torneo sería su campo de batalla, y la Corporación Leo, su única opción para sobrevivir al caos que estaba por desatarse.