Capítulo 11
Mientras avanzábamos en silencio a través de la espesura del bosque, el aire se volvía más fresco y el sonido del follaje crujía bajo nuestros pies. La luz de la luna se filtraba entre las ramas, guiándonos hacia un lugar que parecía brillar en la distancia.
Finalmente, llegamos a un lago cuya superficie resplandecía como un espejo de plata bajo la tenue luz lunar. Era un espectáculo sobrecogedor, pero lo que llamó mi atención no fue solo la belleza natural del lugar. En el centro del lago, dos figuras se movían con una intensidad palpable, sus siluetas reflejadas en el agua cristalina.
Eran un hombre y una mujer, sus cabellos rojos como el fuego y sus ojos brillantes como brasas. Cada gesto, cada mirada que compartían, dejaba en claro su conexión, tanto por su semejanza física como por la intensidad de su interacción. Pero más que la pasión evidente, era la identidad de estos dos individuos lo que capturaba mi atención.
La Diosa de la Guerra, Enio.
El Dios de la Guerra, Ares.
Hermanos gemelos, hijos de Hera y Zeus, figuras temibles del panteón olímpico. Y allí estaban, entregados a un deseo carnal que siempre se encendían dentro de ellos.
Mi compañera y yo nos detuvimos a pocos pasos del agua. Mientras ella permanecía en silencio, yo no pude evitar expresar mi pensamiento con una mezcla de indiferencia:
"Ojalá dejaran de comerse entre ustedes, par de hermanos."
Mi voz cortó el silencio como un cuchillo, haciendo eco en el claro. Los movimientos de los gemelos se detuvieron de inmediato. Enio giró su cabeza hacia mí, sus ojos ardían con un destello de furia contenida. Ares, por su parte, se limitó a sonreír, un gesto peligroso que hablaba de su deleite ante la interrupción inesperada.
"Eres tú." La voz de Enio resonó grave y desafiante en el claro, pero algo en su mirada torcida de furia comenzó a disiparse al reconocerme. Su postura rígida se relajó apenas un instante, aunque el filo de su presencia seguía ahí, latente. "Supongo que vienes por algo."
Ella tenía razón, como siempre.
"Es algo pequeño, algo que pueden hacer sin dificultad." Mi tono era directo, dejando en claro que no estaba allí para jugar con su paciencia.
"Si es eliminar un Panteón, no podremos hacer eso. No estamos a tu nivel." La voz grave de Ares cortó el aire con una mezcla de burla y resignación. A pesar de su tono, su mirada mostraba una chispa de respeto —o tal vez miedo bien disimulado—.
"Pero ya que mataste a nuestro padre, Zeus, que, seamos sinceros, siempre fue una completa mierda... completaremos tu pedido."
El silencio cayó sobre el claro, roto únicamente por el suave murmullo del agua y el crujir de las hojas bajo sus pies mientras ambos se acercaban. Enio cruzó los brazos, observándome con una mezcla de curiosidad y desdén.
"Habla. ¿Qué es lo que quieres de nosotros?"
Sus palabras eran simples, pero la intensidad en su voz dejaba claro que no le gustaba estar en deuda conmigo, ni siquiera por algo tan grande como la muerte de Zeus.
"Tranquila. Solo es algo fácil de hacer."
Mi respuesta salió acompañada de una sonrisa amplia y casi burlona.
••
El aire en el sótano de la iglesia estaba cargado de tensión.
Rias, con una mirada firme y decidida, lanzó un ataque mágico directo. La energía ardiente se estrelló contra uno de los Ángeles Caídos, arrancándole un grito de dolor mientras caía al suelo, gravemente herido.
Akeno, sin perder un instante, invocó su magia de relámpago. Los destellos azules iluminaron el espacio oscuro, golpeando en un área amplia y alcanzando a varios Ángeles Caídos a la vez. Sus cuerpos se estremecieron violentamente, inmovilizados por la descarga durante unos preciosos segundos.
Kiba aprovechó la oportunidad. Su figura se movió con velocidad y precisión, como una sombra imparable. Con su espada en mano, atravesó a sus enemigos con movimientos letales y elegantes, uno tras otro. La combinación perfecta de técnica y ferocidad lo convirtió en un depredador en medio de la batalla, sin darles ni un momento para recuperarse.
Los Ángeles Caídos restantes comenzaron a retroceder, conscientes de que estaban siendo superados por el implacable trabajo en equipo de los demonios.
Shirone, con movimientos rápidos y ágiles, se lanzó al ataque. Su pequeña figura se convirtió en un borrón apenas perceptible mientras sus golpes certeros alcanzaban a los Ángeles Caídos que intentaban retroceder. Cada ataque parecía premeditado, demostrando su letal precisión y entrenamiento impecable.
El ambiente quedó en silencio tras el último impacto. Los cuerpos inmóviles de los enemigos yacían en el suelo, y el sótano oscuro de la iglesia parecía aún más frío y desolado.
Rias, observando el resultado con calma. Invocó un círculo mágico de un rojo brillante que comenzó a formarse, expandiéndose y llenando el espacio con su cálido resplandor. Era un portal de teletransportación.
"Volvamos a casa," dijo Rias con voz firme.
El grupo no tardó en cruzar el portal, dejando atrás la escena de su victoria. En su mente, cada uno sabía que esta noche era solo el inicio de lo que vendría.
En otro lugar…
Raynare estaba furiosa. La frustración y el enojo ardían en su interior como un fuego descontrolado. Había enviado a un grupo de Ángeles Caídos a infiltrarse en la Ciudad Kuoh, un plan cuidadosamente trazado para conseguir lo que deseaba. Sin embargo, todo había salido terriblemente mal.
Antes de que todo se derrumbara, había estado en comunicación con ellos, escuchando los reportes de su progreso. Pero, de repente, la comunicación se cortó de manera abrupta. No hubo explicación, solo silencio. Aunque, antes de perder la conexión, logró captar una voz femenina, seria y autoritaria.
Raynare apretó los puños con fuerza, su mente trabajando rápidamente. Rias Gremory… o Sona Sitri. No podía ser otra persona. Sabía que alguna de ellas estaba detrás de la intervención, arruinando su meticuloso plan.
"¡Mierda!" gritó, golpeando con fuerza la mesa frente a ella, haciendo que el sonido resonara en la sala. "¡El Sacred Gear que quiero robar ahora está más lejos con estos malditos demonios metiéndose en mi camino!"
Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y determinación. No podía permitirse fallar. Robar el Sacred Gear era crucial para sus planes, y ahora, los demonios habían elevado las apuestas.
Raynare respiró hondo, tratando de calmar su rabia, pero la sombra de una sonrisa torcida apareció en sus labios. "Si quieren guerra, la tendrán. No voy a dejar que me detengan tan fácilmente."
••
Otro día había llegado.
Issei Hyoudou, conocido por su mente llena de pensamientos perversos y su obsesión por las chicas hermosas, había fijado un nuevo objetivo: conquistar a la deslumbrante senpai de último año, Kuroka Toujo.
Desde su perspectiva, era un plan perfecto. Una belleza misteriosa como Kuroka era la clase de sueño que Issei no podía ignorar. Sin embargo, sus aventuras previas le habían enseñado que no todas las chicas eran tan fáciles de abordar como él imaginaba.
Un claro ejemplo era su intento con Izayoi Saigou, la mejor amiga de Kuroka Toujo. Pensó que, al ser compañero de la misma clase, tendría cierta ventaja… pero subestimó por completo a Izayoi. Su osadía de insinuarse con sus típicos comentarios sugestivos le valió un golpe devastador.
La escena quedó grabada en la mente de los presentes: Issei volando por el salón como si hubiese sido expulsado por un cañón, aterrizando inconsciente en el suelo, mientras el eco del impacto se perdía en el aire.
Ahora, solo con recordar aquella experiencia, un escalofrío le recorría la espalda. Desde entonces, ni siquiera se atrevía a acercarse a Izayoi. El miedo y el terror eran demasiado para él.
"Mejor me concentro en Kuroka… al menos ella no me ha noqueado todavía," murmuró Issei, intentando animarse mientras caminaba por los pasillos.
Pero la realidad era que Kuroka tampoco parecía del tipo que aceptaría fácilmente las intenciones de alguien como Issei. La pregunta era: ¿cuánto tiempo tardaría en aprender esa lección esta vez?
El sonido del timbre anunciando el almuerzo resonó por toda la escuela. Issei Hyoudou respiró profundamente, intentando reunir valor mientras caminaba por los pasillos con determinación. En su mente, esta era su oportunidad de oro.
Kuroka Toujo, la senpai que había capturado su corazón (y su imaginación), estaba sentada tranquilamente en el jardín de la escuela, disfrutando de una bebida fría bajo la sombra de un árbol. La luz del sol resaltaba su cabello negro y sus ojos dorados que, a pesar de su amabilidad, parecían mirar directamente a través de las personas. Para Issei, era simplemente divina.
"¡Esta vez, no fallaré!" se dijo, aunque su nerviosismo era evidente en cada paso que daba.
Finalmente, se plantó frente a ella, apretando los puños con fuerza para que no temblasen.
"Kuroka-senpai… ¿puedo hablar contigo un momento?"
Kuroka alzó la vista de su bebida, sonriendo levemente. "Claro, Issei-kun. ¿Qué sucede?"
Era ahora o nunca.
"¡Me gustas! ¡Quiero que seas mi novia!" exclamó de golpe, cerrando los ojos como si estuviera preparándose para un golpe, un grito o, en el peor de los casos, un "no" aplastante.
Sin embargo, no ocurrió nada de eso. Cuando abrió los ojos, vio que Kuroka seguía sonriendo. Pero su sonrisa no era de aceptación ni de burla. Era suave, incluso cálida, pero cargada con un sentimiento que Issei no quería enfrentar.
"Issei-kun, lo siento mucho," respondió con amabilidad, inclinando ligeramente la cabeza como muestra de respeto. "Eres un chico increíble, pero… no estoy interesada en tener una relación ahora. Espero que puedas entenderlo."
Issei sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Sus piernas parecieron perder fuerza mientras veía cómo Kuroka se levantaba con gracia, agarraba su bebida y se alejaba tranquilamente.
No hubo gritos, ni golpes, ni explosiones dramáticas. Pero eso lo hacía aún más doloroso.
Desplomándose en el césped, Issei miró al cielo con una mezcla de tristeza y admiración.
"Es… una mujer increíble," murmuró, sin poder evitar sonreír ante el recuerdo de su sonrisa amable. "Quiero casarme con alguien así algún día…"
Unos minutos después, sus amigos lo encontraron tirado en el césped, sin energía y con una expresión derrotada.
"¿Otra vez rechazado?" preguntó Matsuda con una sonrisa burlona.
"Pero esta vez no lo golpearon," añadió Motohama, tratando de buscar algo positivo en la situación.
"Cállense," respondió Issei débilmente. "Todavía estoy procesando mi futuro… con una hermosa mujer…"
Terminando su bebida fría, Kuroka lanzó el envase vacío con precisión al bote de basura más cercano antes de internarse en los pasillos del edificio escolar. Los murmullos de estudiantes hablando sobre clases, actividades y rumores eran el telón de fondo mientras ella avanzaba con pasos ligeros, su aura relajada y confiada atrayendo las miradas de quienes la cruzaban.
Al girar en uno de los pasillos, una figura familiar captó su atención. Izayoi Saigou, su mejor amiga, estaba revisando un tablón de anuncios junto a unas estudiantes que cuchicheaban entre sí.
"¡Izayoi!" llamó Kuroka con una sonrisa, levantando una mano para saludar.
Izayoi se volteó y le devolvió la sonrisa. Sus ojos morados brillaron como amatistas bajo la luz del pasillo, y su cabello dorado caía en suaves ondas que enmarcaban su rostro impecable. Los dos años que habían pasado desde la desaparición de Senji, habían transformado aún más la belleza natural de Izayoi, haciéndola destacar incluso entre las chicas más admiradas de la escuela.
"¿Kuroka? Ya era hora de que aparecieras," dijo Izayoi con su tono habitual, una mezcla de picardía y confianza.
Kuroka se acercó rápidamente, notando con satisfacción cómo su amiga seguía siendo tan imponente como siempre. Sin embargo, había algo en Izayoi que la hacía única: su elegancia natural combinada con una chispa salvaje que rara vez se veía en las demás.
"¿Por qué estás revisando ese tablón? ¿Pensando en unirte a algún club nuevo?" preguntó Kuroka, cruzando los brazos.
"¿Club nuevo? Ni loca," respondió Izayoi, rodando los ojos. "Solo estaba viendo si ponían algo interesante... aunque conociendo esta escuela, lo dudo."
Kuroka rió, aunque no pudo evitar notar algo. La atención de algunos chicos que pasaban no estaba solo en ella esta vez. Izayoi había crecido, no solo físicamente sino también en presencia. Sus movimientos sutiles, el vaivén de su cabello y el ligero movimiento de su pecho cada vez que hablaba parecían hipnotizar a cualquiera que la mirara, aunque Kuroka, siempre observadora, sabía que no buscaba esa atención.
"Ya veo que te están mirando mucho últimamente, Izayoi," comentó Kuroka con un toque de humor, arqueando una ceja.
"¿Eh? ¿Eso importa?" Izayoi respondió con un encogimiento de hombros. Su tono despreocupado era típico, pero Kuroka sabía que a su amiga no le interesaba el coqueteo.
"Bueno, no me sorprende. Aunque, sinceramente..." Kuroka le lanzó una mirada cómplice. "Sigues teniendo menos que yo."
Izayoi soltó una carcajada corta. "¿Eso es todo lo que tienes para presumir? Qué básica, Kuroka."
"Básica o no, seguimos siendo las mejores," dijo Kuroka con una sonrisa burlona, colocando un brazo alrededor de los hombros de Izayoi mientras continuaban caminando juntas por el pasillo.
A pesar de sus bromas, ambas compartían una conexión profunda que iba más allá de las apariencias. Eran un dúo inseparable, complementándose mutuamente con sus fortalezas y defectos. Y aunque los pasillos de la escuela parecían llenos de rumores y trivialidades, ellas siempre encontraban su propio camino para destacar.
El sol bañaba los campos con un brillo cálido mientras Kuroka guiaba a Izayoi lejos de los pasillos abarrotados y las aulas bulliciosas. Las dos caminaban por un sendero de tierra que se abría paso entre altos pastizales, dejando atrás el ruido y el caos de la escuela.
Kuroka se mantenía en silencio, algo inusual en ella. Su rostro, normalmente despreocupado, mostraba una seriedad que captó la atención de Izayoi.
"¿A dónde me llevas? Esto parece más una excursión que una conversación," comentó Izayoi con una sonrisa, intentando romper el silencio.
"No es algo que pueda hablarse dentro de la escuela," respondió Kuroka, sin girarse. Su tono firme y decidido hizo que Izayoi alzara una ceja.
Mientras avanzaban, Kuroka sintió un cosquilleo inquietante recorriendo su cuerpo. Su instinto Nekoshou, siempre en sintonía con las energías que la rodeaban, se disparó como una alarma. Un leve brillo apareció fugazmente, casi revelando su verdadera naturaleza.
Izayoi, quien observaba atentamente, sonrió con una mezcla de curiosidad y emoción.
"Estás inquieta," dijo Izayoi, colocando las manos detrás de la cabeza en una postura relajada. "Eso solo significa una cosa: algo grande está sucediendo."
Kuroka finalmente se detuvo en un claro. Sus ojos dorados brillaron bajo el sol mientras se giraba hacia Izayoi.
"Sentí algo... algo que no había sentido en mucho tiempo," admitió Kuroka, su tono más bajo, como si estuviera compartiendo un secreto. "Dos presencias divinas han entrado a la ciudad. Su energía es intensa, como un fuego que quema el aire."
Izayoi ladeó la cabeza, claramente intrigada.
"¿Presencias divinas? ¿Qué tan intensas?"
"Como si la guerra misma hubiera tomado forma," respondió Kuroka con franqueza. "Esas dos entidades no están aquí para pasar desapercibidas. Están cargadas de intención, de violencia."
Izayoi cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente como si intentara percibir lo que Kuroka había sentido. Entonces, abrió los ojos con una chispa de emoción.
"Déjame adivinar..." dijo Izayoi con una sonrisa amplia y peligrosa. "Dioses de la Guerra."
Kuroka asintió lentamente.
Izayoi rió entre dientes, como si acabaran de darle la noticia más emocionante del día.
"Así que han decidido llegar a esta ciudad." Sus ojos amatista brillaban con un fervor intenso. "Hace tiempo que no cruzo golpes con alguien de su calibre. Esto podría ser divertido."
Kuroka frunció el ceño.
"La ciudad será eliminada del mapa si no controlas tu fuerza al enfrentarlos, Izayoi. No necesito recordarte lo que eres capaz de hacer cuando pierdes el control."
Izayoi se detuvo un momento, sus ojos amatista brillaron con un destello travieso, pero su sonrisa no se desvaneció.
"Tranquila, Kuroka. Recibí un entrenamiento para controlar mi fuerza. Además, ellos son Dioses de la Guerra. No me voy a contener tanto; quiero ver cuánto pueden soportar."
Kuroka chasqueó la lengua con frustración y cruzó los brazos, su mirada afilada como una daga.
"Ese es el problema, Izayoi. Aunque puedas controlar tu fuerza, sigues siendo una fuerza demasiada aterradora. Y si decides que esta pelea es 'divertida', terminarás destruyendo todo a tu alrededor. No estamos hablando de un campo abierto, ¡es la ciudad!"
"¿Y qué?" Izayoi respondió con una sonrisa más amplia, flexionando los hombros como si ya estuviera lista para el combate.
Kuroka cerró los ojos un momento, tratando de contener su frustración. Sabía que no podía razonar con Izayoi cuando tenía esa actitud.
"Por favor, Izayoi," murmuró ella con un tono más suave, aunque su mirada seguía cargada de preocupación. "Si decides luchar, asegúrate de que la ciudad siga en pie al final."
La sonrisa de Izayoi se suavizó un poco, pero no perdió su confianza.
"No te preocupes, Kuroka."
Kuroka suspiró. Confiaba en la palabra de Izayoi, pero la ciudad era otra cosa. No tenía forma de saber si saldría bien de las ondas que puede provocar las fuerzas de Izayoi y los Dioses.
En las tranquilas calles de Kuoh, dos figuras caminaban lado a lado. A simple vista, podrían parecer gemelos normales, pero la energía que irradiaban era suficiente para hacer que cualquiera a su alrededor se mantuviera a distancia.
Ares, con su cabello corto y rojo, alborotado y sin intención de ser peinado, llevaba una camiseta negra sencilla y pantalones holgados oscuros que combinaban con sus zapatos deportivos. Su andar era relajado, pero cada paso transmitía una fuerza contenida, como si un volcán estuviera listo para erupcionar en cualquier momento.
Enio, a su lado, compartía el mismo color de cabello, pero lo llevaba largo y atado en una cola de caballo alta, con algunos mechones curvados en su cabeza. Un voluminoso mechón caía en medio de su rostro, mientras que dos mechones largos descendían a ambos lados, rozando sus pechos. Su atuendo era similar al de su hermano, aunque su camiseta era de un tono rojo oscuro que contrastaba con sus pantalones grises y zapatillas blancas.
Mientras caminaban, las luces de los postes iluminaban sus semblantes idénticos, pero con diferencias sutiles. Ares mantenía una expresión seria, sus ojos ardían con intensidad, mientras que Enio tenía una sonrisa ligera en sus labios, casi como si disfrutara del paseo nocturno.
"Entonces, ¿qué tan fuerte es esta chica?" preguntó Ares, rompiendo el silencio, su tono era directo y sin rodeos.
"Dicen que es bastante fuerte," respondió Enio con un deje de diversión en su voz. "Izayoi Saigou... Su nombre ha estado resonando últimamente, y no por algo insignificante. Incluso entre las entidades divinas, algunos parecen cautelados por su fuerza."
Ares soltó una risa corta. "¿Cautelados? No me hagas reír. Si tanto hablan de ella, será mejor que valga la pena. No quiero haber venido hasta este lugar solo para encontrarme con una decepción."
"Paciencia, hermano. Si los rumores son ciertos, Izayoi no es alguien que te decepcione." Enio giró la cabeza para mirar a Ares, sus ojos rojos brillaban bajo la tenue luz. "Además, ¿no sientes que esto podría ser interesante? Una pelea que no sea contra humanos insignificantes, sino contra alguien que tal vez pueda soportar nuestra fuerza."
Ares permaneció en silencio por un momento, antes de asentir. "Espero que tengas razón. Si no, será otra pérdida de tiempo."
Ambos continuaron caminando, sus pasos resonaban en la calle vacía mientras la noche avanzaba. Aunque no habían dicho mucho, su destino estaba claro: encontrar a Izayoi Saigou.
Y mientras la ciudad dormía, una batalla de proporciones épicas comenzaba a gestarse en las sombras.
