De pronto, los tres clones, antes tan alegres y conversadores, se quedaron en silencio. Miraron al Henry de esta dimensión con una expresión más seria, incluso inquietante. Los hermanos Q'illu percibieron un cambio en el aire, un cambio que reflejaba algo más profundo.

El primer clon, con una mirada de desdén, habló nuevamente.

—Ya veo —dijo, casi con decepción—. Qué hipócrita eres.

Los otros dos clones asintieron, mostrando su apoyo sin palabras. La tensión aumentaba en la escena, hasta que el segundo clon agregó, con una frialdad que helaba el aire:

—Lo apoyo —su voz gélida cortó el silencio.

El tercer clon, mirando fijamente al Henry de esta dimensión, hizo una confesión que dejó a todos boquiabiertos.

—Al menos en mi caso, le di una muerte indolora —su tono era frío, como si hablara de una simple tarea cotidiana—. Mi hijo Bernardo no es un lisiado. Es más, ya tiene tres rangos más que yo.

Las palabras del clon resonaron en la mente de Henry y los hermanos, una mezcla de asombro, repulsión y un vacío de emociones complejas. Henry, visiblemente afectado por la referencia a su hijo, se quedó en silencio por un momento, antes de finalmente reaccionar con una mirada fulminante.

—¡Basta de esto! —gritó, su voz llena de ira contenida—. Es hora de golpearlos.

El cambio en su tono fue inmediato. Los tres clones, sorprendidos por la súbita agresividad, prepararon sus posiciones. Los hermanos Q'illu, sintiendo el giro drástico, también se pusieron alerta. La batalla que estaba por desatarse no solo sería física, sino también emocional, mientras todos se enfrentaban a las consecuencias de sus propios actos y traiciones.

La atmósfera se tensó aún más al escuchar las palabras de Henry de la dimensión original, su tono frío y calculador como si ya hubiera tomado la decisión de acabar con todo en ese instante.

—Claro, hay que mostrarles quién manda. ¿Te parece si a mi adversario lo vuelvo un eunuco? —su voz resonó en la habitación con una frialdad inquietante, sus ojos brillando con la promesa de destrucción total.

El clon, que se había mantenido en silencio hasta ahora, no tardó en asentir con una sonrisa burlona, como si la situación fuera algo trivial. La tensión aumentaba a medida que se preparaban para el siguiente acto.

—Bien —respondió de manera indiferente, como si la violencia fuera una extensión natural de su ser.

Con un movimiento casi imperceptible, el clon se materializó frente a Ryan, su velocidad apenas detectable. Sin previo aviso, lanzó un golpe devastador que sacudió a Ryan, enviándolo por los aires. La risa del clon resonó con crueldad mientras se burlaba de su oponente.

—¿O eres tú perra? —se mofó el clon, sus palabras llenas de desprecio—. Te castraré como lo hice en mi dimensión.

Ryan, aún recuperándose del impacto, sintió la furia ardiendo dentro de él. Al mismo tiempo, una presión invisible se acumulaba en el aire, mientras su cuerpo se levantaba con determinación. El agua a su alrededor comenzó a concentrarse en su punto de ataque, formando una serie de pilares de agua que avanzaron rápidamente hacia el clon.

—Inútil, igual que tu entrepierna —se burló el clon, desviando el ataque con facilidad y aislando el espacio a su alrededor. Ningún otro ser podría intervenir en este enfrentamiento entre ellos, creando una burbuja de energía pura que los rodeaba.

Ryan, determinado a no rendirse, continuó con su ofensiva, pero el clon reaccionó con una rapidez sobrenatural. Con un simple gesto, extendió su mano, moviendo la humedad del aire para generar varios pilares de agua, que Ryan intentó bloquear con la misma rapidez. Sin embargo, el clon se desmaterializó, cambiando de capa espacial en un parpadeo. En el mismo momento, apareció detrás de Ryan, y con una fuerza devastadora, descargó un golpe similar al de un mazo, golpeando con brutalidad la espalda de su enemigo.

El impacto fue como el choque de un trueno. Ryan cayó al suelo con un rugido de dolor, su cuerpo retumbando contra el piso. Los ecos de su caída resonaron, mientras el clon permanecía de pie, observando con calma la escena.

—Parece que el espectáculo ha terminado, ¿no? —comentó el clon, sin mostrar un atisbo de remordimiento.

Elsegundo clonse desplazó con una velocidad abrumadora, golpeando aPatrickcon una fuerza tal que el impacto lo dejó boqueando como un pez fuera del agua, atragantado con sus propios dientes rotos.Un rodillazo brutalen el estómago lo dobló como si fuera una rama quebradiza, seguido de una patada perfectamente colocada que lo dejó inconsciente en el acto.

Basura,—escupió el clon con desdén, mirando el cuerpo inerte de Patrick—.Parece que también debo disciplinarte, igual que en mi dimensión.

Sin perder un segundo, extendió sus manos y el espacio a su alrededor se cerró, aislando la lucha. Ahora nadie podría intervenir.

Mientras tanto, elúltimo clondirigió su atención haciaAugusto, quien trató de mantenerse firme pese al caos que lo rodeaba. Sin embargo, el clon apenas necesitó moverse: una fracción de segundo, un destello en el espacio... yla mano derecha de Augusto fue cercenada, cayendo al suelo como un trozo de carne inútil.

Me encargaré de él,—anunció con frialdad, mientras el espacio se cerraba en torno a ellos.

Lo poco que pudo verse antes de que el portal se sellara fue el cuerpo de Augusto cayendo al suelo, cubierto de heridas que parecían haber sido infligidas en un tiempo imposible de medir. Los gritos deAugustose apagaron junto con la luz que desapareció del área.

Desde lejos,Carlosrugió, su ira y desesperación transformándose en un torrente de rayos que estallaron a su alrededor.

¡Maldito seas, Henry!—gritó con una furia que resonó como un trueno.

Henry, o más bien el original, sonrió con una mezcla de arrogancia y burla al escuchar a Carlos.

—Vamos, maestro... —dijo mientras sus ojos brillaban con un destello maligno—.Quiero que vengas a matarme. Ven con la misma intención con la que apuntaste a Bernardo. Ven aquí... y mátame.

El desafío colgó en el aire como una sentencia.Carlossabía que la lucha que se avecinaba no solo definiría el destino de losQ'illus, sino que también sería un enfrentamiento cargado de odio personal y viejas heridas. Sin embargo, esta vez,Henrytenía la ventaja, y su sadismo no conocía límites.

La atmósfera se cargó con electricidad pura, mientras ambos enemigos se preparaban para lo inevitable: un enfrentamiento que sería recordado como una danza de sangre, ira y traición.

En un instante, más rápido que cualquier reacción,un puño golpeó con fuerza la cara de Henry.La sorpresa se reflejó brevemente en su rostro, un destello que no alcanzó a convertirse en preocupación.No había aislado el espacio, confiado como estaba en su aparente invulnerabilidad, y esta vez, ni siquiera se molestó en desplegar su escudo dimensional.

El ataque no se detuvo ahí.Carlos, aprovechando el momento, hundió su puño con toda su fuerza en el estómago deHenry, haciendo que el aire vibrara con la intensidad del impacto. Sin embargo, incluso con el poder de los rayos concentrado en su ataque,no logró perforar la barrera invisible del espacio que protegía a su adversario.

¿Esto es todo lo que tienes?—Henry murmuró con una sonrisa cargada de desprecio.

La burla encendió aún más la furia deCarlos, quien, sin vacilar, decidió redoblar sus esfuerzos.En un abrir y cerrar de ojos, desató una tormenta de mil golpes en apenas un minuto.Cada impacto resonó como un trueno, haciendo que el suelo bajo ellos se agrietara y temblara por la fuerza descomunal.

Henry, atrapado en el aluvión de ataques, no tuvo otra opción más que soportarlos. Su cuerpo se estremeció bajo la presión de los golpes, pero su mirada mantenía un brillo de fría determinación. Finalmente, una patada dirigida con precisión lo hizo retroceder, arrancándole una breve exhalación de dolor.

Ambos se lanzaron nuevamente al combate.Los golpes eran rápidos, brutales, y ninguno de los dos cedía terreno. En un momento decisivo,la mano de Henry apareció de manera súbita frente al rostro de Carlos.Antes de que pudiera reaccionar,un destello carmesí envolvió la escena.

Una llama sangrienta explotó contra la cara de Carlos, arrancándole un rugido de dolor. El aire se impregnó de un hedor metálico, una mezcla de sudor y sangre que parecía anunciar la ferocidad de lo que estaba por venir.

PeroCarlosno iba a ceder. Se movió con una velocidad impresionante, esquivando un nuevo golpe de Henry y devolviendo el favor conun impacto directo en la mandíbula de su enemigo.El eco del golpe reverberó, seguido de un leve crujido que sugería que inclusoHenryno era intocable.

Henry, recuperando el equilibrio, pasó la lengua por el labio ensangrentado y soltó una risa baja y amenazante.

Creo que tendré que usar más fuerza contigo, maestro.—Sus palabras, cargadas de burla y soberbia, perforaron el aire como dagas—.Siéntete afortunado... esta vez, te mostraré de lo que soy capaz.

La atmósfera se tensó.Carlos apretó los puños mientras su energía eléctrica chisporroteaba alrededor de su cuerpo, preparándose para el próximo asalto. Henry, con un brillo peligroso en los ojos, flexionó sus dedos, dejando claro que la batalla estaba lejos de terminar. Ambos eran titanes enfrentándose en un duelo donde el orgullo, la ira y el pasado colisionaban con una intensidad implacable.

Carlos se detuvo un momento, perplejo, al sentir el repentino incremento en la cantidad de maná que irradiaba Henry.Una presión abrumadora comenzó a llenar el aire, como si el espacio mismo se estuviera cerrando sobre él.

Bueno, ¿te parece si empezamos?—Henry sonrió con una confianza que parecía casi ofensiva.

Esta vez,Henry no usó habilidades espaciales.Fue solo su cuerpo en movimiento, pero el impacto de ese simple gesto era devastador. Como si un tifón hubiera sido convocado, el aire a su alrededor se tornó caótico, enloquecido por la fuerza física pura de su avance.

Carlos, sin otra opción, se cubrió.Una ráfaga invisible golpeó contra su defensa, obligándolo a retroceder. En un destello de luz, desapareció, confiando en su velocidad para ganar distancia. PeroHenry no era alguien a quien pudieras evadir con facilidad.

Antes de que Carlos pudiera siquiera percatarse de su presencia,Henry ya estaba a su costado.Su rodilla se hundió con una brutalidad implacable en la espalda de Carlos, el impacto resonando como un trueno. La fuerza del golpe lo empujó hacia los límites de una capa espacial, que comenzó a fracturarse bajo la presión titánica del ataque.

Sin darle tiempo a recuperarse, Henry descargó un golpe de mazo con ambas manos sobre la cabeza de Carlos.El cráneo del viejo guerrero vibró con el impacto, y el espacio a su alrededor pareció ondular, como si protestara ante semejante violencia.

Pero Henry no se detuvo ahí.En un movimiento fluido, su puño descendió directo hacia el estómago de Carlos, hundiéndose como si quisiera atravesarlo. El cuerpo del anciano tembló bajo la fuerza del ataque, expulsando una bocanada de aire.

Vamos, viejo, ¿solo es esto?—Henry permaneció en su lugar, su tono cargado de burla. Cerró los ojos con una calma casi insultante, como si la batalla no fuera más que un entretenimiento pasajero.

Carlos intentó reponerse, retrocediendo con rapidez.Pero algo lo inquietaba profundamente.Henry no necesitaba ver para anticiparse.Su control sobre el espacio era absoluto; cualquier cosa que se moviera, incluso el más leve cambio en las corrientes del aire, sería detectado de inmediato.

Predecible.—La voz de Henry cortó el aire como una navaja.

En un movimiento implacable,levantó su puño y lo estrelló contra la cara de Carlos.El golpe resonó como una explosión, arrojándolo hacia atrás.Carlos, ahora desesperado, intentó tomar distancia nuevamente, pero esta vez, su retirada fue detenida abruptamente.

Algo sólido bloqueó su camino.El impacto lo hizo tambalearse, y una gota de sudor frío recorrió su mejilla. Confusión y temor se mezclaron en su rostro.

¿Qué demonios...?—murmuró, girándose rápidamente para enfrentarse a lo que había chocado con él.

Fue entonces cuando escuchó la risa.

¿Qué pasa, viejo? ¿Ya no tienes fuerzas?—Henry estaba allí, justo detrás de él, con esa sonrisa burlona que parecía disfrutar cada segundo de la humillación.

Carlos apretó los puños, su rabia creciendo junto con la frustración.Pero detrás de su ira, un pensamiento se formaba lentamente:¿Cómo derrotar a alguien que no solo te supera en poder, sino que también te hace sentir que cada paso que das ya ha sido anticipado?

El aire a su alrededor estaba cargado de tensión, de energía y peligro.La batalla no había terminado, pero cada segundo parecía inclinarse más a favor de Henry.

El anciano giró con desesperación, lanzando una patada cargada de frustración y rabia.Sin embargo, antes de que pudiera conectar, el implacable"mazo de puños"de Henry impactó una vez más sobre su cabeza, con un golpe tan demoledor que el sonido resonó como una campanada fúnebre.

Esa cabeza tuya es demasiado densa, viejo.—Henry rió con burla, disfrutando de cada momento en el que su superioridad quedaba manifiesta.

Pero no se detuvo ahí.Para humillarlo aún más, Henry decidió desplazarse con movimientos normales,sin recurrir a sus habilidades espaciales,como si estuviera demostrando que no necesitaba de nada más que su cuerpo para aplastarlo. En un movimiento rápido, su puño se incrustó nuevamente en el abdomen de Carlos, haciéndolo doblarse como si su resistencia fuera irrelevante.

¡Maldita sea!—gruñó Carlos, ahogado por el dolor que recorría su cuerpo.

A pesar de todo, el anciano no se rindió.Se elevó lentamente hacia el cielo, sus ojos llenos de determinación mientras murmuraba palabras que Henry no alcanzó a comprender del todo. El viento se agitó, cargado de energía, y las nubes tormentosas comenzaron a girar con furia, alimentadas por un poder que parecía ancestral.

¡Gran tribulación relámpago!—gritó Carlos, y el cielo rugió en respuesta.

De las nubes se desprendió un pilar de electricidad dorada que descendió con una fuerza abrumadora, directo hacia ambos hombres. El impacto fue cegador, iluminando el campo de batalla con un resplandor apocalíptico.

Pero incluso ese ataque, que habría reducido a cenizas a cualquier ser normal, no fue suficiente para Henry.

Es inútil, viejo.—Henry rió, su voz cargada de una confianza inquebrantable. Su cuerpo, como si fuera uno con la energía, se sumergió en el rayo. Era como un depredador nadando en un mar dorado, avanzando con calma y precisión hacia Carlos.

El anciano apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Henry emergió ileso del ataque.Su rostro aún mantenía esa expresión burlona, que se tornó más cruel cuando su puño conectó con la mandíbula de Carlos, arrancándole varios dientes en un solo golpe.

Carlos cayó, tambaleándose, la sangre brotando de su boca mientras intentaba mantenerse de pie.

Eres basura, viejo, igual que tus hijos. O, bueno, tus dos hijos y tu nueva hija.—Henry rió con un desprecio que atravesaba cualquier límite, cada palabra diseñada para herir más que sus golpes.

Bas... bastardo.—Carlos intentó responder, su voz rota por el dolor físico y emocional. Su cuerpo temblaba, pero su mirada seguía ardiendo con una mezcla de rabia y desesperación.

El aire a su alrededor era sofocante.La tormenta continuaba rugiendo, pero parecía insignificante comparada con la intensidad de la humillación que Henry infligía. A pesar de todo,Carlos no estaba dispuesto a ceder, aunque la batalla parecía más una sentencia que una lucha.

Henry emergió del impacto del ataque de Carlos, con rayos dorados danzando erráticamente sobre su cuerpo.Aunque su expresión permanecía tan altanera como siempre, no pudo ocultar el ligero temblor que recorría sus músculos, una señal inconfundible de la parálisis provocada por el relámpago.

¿Eso es todo?—murmuró con desdén, liberando una oleada de maná que estalló a su alrededor como una tormenta propia, dispersando los rayos en un destello que dejó el aire vibrando de energía pura.

Sin perder un segundo, Henry se lanzó hacia el anciano, moviéndose entre capas de espacio con una velocidad casi imperceptible.Su puño, envuelto en un aura letal, se dirigía directo al pecho de Carlos, con la clara intención de atravesarlo.La precisión y brutalidad del ataque eran absolutas,pero en un giro inesperado, Carlos reaccionó en el último instante.

Con una agilidad que desmentía su edad, esquivó el golpe, dejando a Henry golpeando solo el aire.

¿Qué demonios?—masculló Henry, su frustración evidente.

Antes de que pudiera recomponerse, Carlos contraatacó con una velocidad sorprendente.Su pierna se alzó con precisión quirúrgica, conectando una patada directa en la cara de Henry.El impacto resonó con un crujido seco,forzándolo a retroceder unos pasos.

La burla habitual de Henry se desvaneció por un breve momento, reemplazada por una mezcla de sorpresa e irritación.Llevó una mano a su rostro, limpiando la sangre que corría por la comisura de sus labios, mientras una sonrisa torcida empezaba a formarse.

Interesante... parece que aún te queda algo de lucha, viejo.—Henry habló, su tono lleno de malicia.

Carlos, jadeando pero con los ojos llenos de determinación, lo enfrentó directamente.Sus músculos tensos y su postura eran un claro desafío, una declaración silenciosa de que aún no se rendiría, sin importar cuán desalentadora fuera la situación.

Ambos guerreros permanecieron inmóviles por un segundo eterno, el aire cargado con una tensión casi insoportable, como la calma antes de un huracán aún más devastador.

"Esto sigue siendo un sinsentido, Henry,"bramó Carlos, su voz cargada de frustración."Sabes que el sacrificio es inevitable, y aun así persistes en este acto sin sentido. ¿Qué esperas lograr?"

Henry no respondió. Su silencio era más estruendoso que cualquier palabra, un muro infranqueable de desdén. En su lugar, alzó una mano, y de su palma emergieron lanzas de sangre que cortaban el aire como filamentos mortales.

"¡Suficiente!"Carlos gritó, deteniendo una de las lanzas con un simple movimiento de su mano. El proyectil carmesí se desintegró al contacto, dejando tras de sí un rastro de vapor rojizo. Sus ojos fulminaron a Henry, quien parecía indiferente ante su reacción.

Ambos combatientes se desplazaron con velocidad inimaginable, rompiendo el aire con cada movimiento, hasta que llegaron a un pequeño cuerpo de agua. El lugar, envuelto en un inquietante silencio, parecía ser el escenario de algo más grande que ellos mismos.

Carlos permanecía en el aire, flotando con un aura de poder que electrificaba el ambiente, mientras Henry, inmóvil, estaba de pie sobre la superficie del agua. Cada uno de sus pasos había sido una declaración de desafío, pero ahora, su mirada no estaba fija en Carlos. No. Sus ojos, oscuros como el abismo, estaban clavados en su reflejo distorsionado sobre el agua ondulante.

Sus pies estaban juntos, como si el equilibrio precario sobre el agua no fuera más que una trivialidad para él. Sus brazos estaban extendidos en un gesto que combinaba vulnerabilidad y control absoluto, mientras su cabello se movía con una gracia casi sobrenatural, acariciado por corrientes invisibles. A su alrededor, en un radio de 50 metros, el espacio mismo fluía como una llama, distorsionando la luz y las sombras. El aire vibraba, y una tensión asfixiante se apoderaba del lugar, como si el mundo contuviera el aliento.

Carlos, desde las alturas, no pudo evitar sentir una punzada de inquietud."¿Qué demonios estás mirando?"pensó, pero no lo dijo en voz alta. En el fondo de su ser, comenzaba a entender que Henry estaba más allá de su comprensión, más allá de las reglas que regían cualquier lógica. La batalla aún no había alcanzado su punto álgido, pero el preludio ya prometía un desenlace que ninguno de ellos podría haber anticipado.

Henry, sin levantar la mirada de su reflejo distorsionado sobre la superficie del agua, finalmente respondió con una voz baja pero cargada de intención:"Es cierto, Carlos, el sacrificio es inevitable. Lo admito, no tengo la fuerza para detenerlo."Su tono tenía un matiz sombrío, una mezcla de resignación y determinación que erizaba la piel.

Una pausa tensa flotó entre ambos antes de que Henry continuara, su mirada aún fija en el agua, como si buscara respuestas en su propio reflejo."Pero así como Bernardo es el sacrificio hacia Peter, todos ustedes... su sangre será derramada en nombre de mi primogénito."

Carlos gruñó, su rostro una máscara de desprecio, y le respondió con dureza:"Hablas idioteces, Henry. Desde hace mucho sabías lo que iba a pasar. Tú mismo escogiste este lugar."Dio un paso al frente en el aire, su presencia aplastante como una tormenta que se avecina."¿Por qué ahora hablas de moral, cuando en los últimos veinte años no has tenido ni un ápice de ella?"

El aire se cargó de electricidad mientras Carlos continuaba, su voz ganando fuerza con cada palabra."Paternidad, dices... Ni siquiera la sentiste por Peter, y él también es un prodigio. Tu hipocresía me sigue sorprendiendo, Henry. Esto, este teatro de sangre y redención, ¿es por una toma de conciencia que jamás existió? ¿Qué cambió? ¿Acaso te están controlando?"

Henry permaneció inmóvil, inmutable, pero Carlos no detuvo su arremetida."Nunca te importó Bernardo, y lo sabes. Fuiste tú quien lo condenó desde el principio. ¿Ahora pretendes dar un giro dramático a tus acciones? Esto no es redención, Henry, es sólo otra de tus maquinaciones egoístas."

El silencio que siguió fue más pesado que el aire que los rodeaba. Las palabras de Carlos resonaron como ecos afilados en la quietud del agua, pero Henry, impasible, no mostró señal alguna de haber sido afectado. Sólo entonces levantó levemente su rostro, sus ojos oscuros como la noche fijaos en Carlos, y una leve sonrisa torcida asomó en sus labios.

"No me entiendes, Carlos..."murmuro Henry con un tono cargado de un peligro contenido, como un filo que apenas asoma."Pero pronto lo harás."

Carlosobservó con una mirada fría como Henry se veía invadido por sus propios recuerdos, aquellos que parecían atormentar su alma."Tú mismo lo dijiste..."comenzó, su voz cargada de desprecio."Venías a ver el estado de su cuerpo, asegurarte de que estuviera en condiciones óptimas para el sacrificio... para Peter."Su risa, sarcástica y llena de resentimiento, retumbó en el aire."Moral, rectitud, amor paternal... Eso es solo una mentira, Henry. Nunca tuviste tales sentimientos por nadie. Fingiste tan bien tu propia mentira que al final, la creíste."

Henry no respondió inmediatamente. Las palabras de Carlos resonaron dentro de su mente como dagas afiladas, abriendo viejas heridas que aún no se cerraban. Sabía, en el fondo, que en muchos aspectos Carlos tenía razón. No era la primera vez que se enfrentaba a la verdad que se escondía tras su fachada de poder.

Llevó su mano a su cabeza, y con ello una ola de recuerdos lo golpeó como un torrente salvaje. Imágenes de su vida, sus errores, las decisiones equivocadas que marcaron su camino."Soy una basura,"murmuró para sí mismo."Nunca podré llamarme a mí mismo un buen padre..."

Un destello de arrepentimiento cruzó por sus ojos, y su rostro se endureció al instante."Pero tal vez, solo tal vez..."Sus palabras se entrecortaron, como si una débil chispa de esperanza comenzara a arder dentro de él."Si hago esto, si todo esto tiene un propósito... tal vez pueda obtener el perdón de Bernardo. Tal vez él me perdone por mis errores, por mi falta, por mi estupidez hacia él..."

Su rostro se torció en una mueca de ira contenida, y el gruñido que escapó de su garganta fue casi animal. Con fuerza, se centró de nuevo en Carlos, su mirada fija y cargada de odio."Tú... ordenaste e interferiste en la vida de mi hijo. Lo torturaste... Te devolveré cada golpe, multiplicado por cien."

La atmósfera a su alrededor se volvió aún más tensa. Henry estaba dispuesto a sumergirse en la oscuridad más profunda si eso significaba hacer pagar a Carlos por lo que le había hecho a su hijo. Cada palabra que pronunció estaba impregnada de una furia incontenible. Sabía que el sacrificio estaba cerca, pero también lo estaba su venganza. Y nada ni nadie lo detendría.

Henryse movió con una velocidad asombrosa, dejando tras de sí una estela de agua en el aire y un espacio distorsionado que parecía retorcerse a su paso.Carlosreaccionó casi al instante, sus reflejos funcionando con una rapidez que solo los más experimentados poseían. Con un giro de su cuerpo, lanzó una patada potenciando el golpe con sus rayos, un ataque electrificado que pretendía frenar a su oponente.

Pero para su sorpresa, el impacto solo logró mover aHenryligeramente, como si el golpe fuera absorbido por algo más allá de su alcance.Henry, con una fría sonrisa, levantó una esfera de sangre en su mano, y de un solo movimiento disparó miles de finas laceraciones que se proyectaron haciaCarloscomo flechas de pura ira.

Carlos, con agilidad, se desplazaba de un lado a otro, su figura pareciendo desmaterializarse en el aire mientras esquivaba los ataques, como una sombra que juega con la luz. En un momento de claridad, el anciano se desplazó nuevamente hacia Henry y le propinó un golpe directo en la cara, un golpe cargado con su poder, pero esta vez algo cambió.Carlossintió que algo no encajaba.

Henryno se inmutó ante el golpe. En lugar de caer o tambalear, parecía... redirigir el daño. La fuerza de su golpe y la energía de la patada deCarlosno impactaban directamente en él; se desviaban hacia otro lugar, hacia un espacio más allá de su cuerpo.Carlosfrunció el ceño, algo en su intuición le decía que estaba sucediendo algo más profundo.

De repente,Henrydejó de moverse por completo. Un silencio inquietante se apoderó del ambiente.Carlos, confundido por la repentina quietud, observó aHenrycon cautela.Henrylevantó la mirada, y sus ojos se fijaron en algo en el horizonte, más allá de donde se encontrabaCarlos. Allí, a lo lejos, vio algo que captó su atención de inmediato: losclones espacialesque había creado. El aire a su alrededor vibró con tensión, yHenryobservó cómo la barrera protectora que los rodeaba se desintegraba ante su mirada.

Un sentimiento de inquietud recorrió la espalda deCarlosal ver cómo todo a su alrededor comenzaba a desmoronarse, como si la estabilidad misma del espacio estuviera siendo trastornada.Henry, con una calma aterradora, ya sabía que la batalla había dado un giro hacia lo desconocido. El sacrificio ya no era solo un acto físico, sino un juego de mentes y poder más allá de lo que ambos podían prever.

Henryse quedó en silencio al escuchar las palabras delprimer clon, pero algo en su mirada indicaba que ya sabía que no todo estaba bajo su control. La situación comenzaba a volverse más compleja, más allá de la lucha física que se libraba en su dimensión. Él lo sabía: las piezas de este juego ya no podían ser manipuladas como antes.

—¿Qué pasa? —preguntóHenry, ignorando aCarlos, cuya presencia ya no le importaba en ese momento.

Uncloncon una expresión seria se acercó y respondió rápidamente:

—Lo siento, hay una emergencia en mi mundo. —Las palabras resonaron con urgencia, como si el tiempo fuera una carga pesada sobre su hombro.

Elsegundo clon, con una sonrisa cruel, agregó mientras se alejaba con una alegría que no era compartida por los demás:

—Tengo una reunión con mi hijo. —La ironía en sus palabras era palpable. En su dimensión, la relación con su hijo era algo más que cordial, y lo peor de todo,Bernardo estaba vivoallí.

Eltercer clon, con una indiferencia que solo los seres creados para ser instrumentos podían mostrar, intervino sin siquiera mirar a los demás.

—Mi cuerpo está a punto de entrar en una batalla dura, no puedo estar aquí. —Sus palabras se deslizaban como una declaración de hechos, sin lugar a discusiones.

Losdos primeros clonesse despidieron rápidamente, y en un parpadeo, desaparecieron de la escena, sin más que la promesa de queHenryenfrentaría algo mucho más grande de lo que había imaginado. Eltercer clonse acercó alHenryde esta dimensión, su tono cambiando, se volvió más grave, como si la dimensión misma sintiera el peso de su advertencia.

—Es mejor que estés preparado. Después de esta noche, serás condenado. —Y con esas palabras, el clon desapareció, dejando aHenrysolo, sumido en un silencio inquietante.

Pero no fue solo él quien sintió la vibración del cambio. Loscuñados y suegro de Henryobservaban, con una mezcla de miedo y asombro, cómo lascapas de espaciose distorsionaban ante sus ojos. Algo más grande se estaba gestando, algo que afectaría no solo aHenry, sino a todo el que estuviera cerca de él.

El tiempo de la batalla física había terminado, y lo que venía era algo mucho más peligroso. La incertidumbre flotaba en el aire, como si las leyes mismas de la realidad estuvieran por romperse.

Unpilar de energía azul profundoemergió del suelo, proyectando un brillo cegador que atravesó el aire. Al instante,rayos doradoscayeron sobreHenrycomo si el mismo cielo quisiera castigarlo. El poder acumulado era abrumador, y la presión que ejercía sobre el entorno era tal que lasondas provocadas por su manadestruían todo a su paso, distorsionando la mismarealidaden un frenesí de caos.

El espacio que rodeaba aHenryparecía volverse inestable, como si las leyes que gobernaban la dimensión estuvieran desmoronándose. Cada onda que emanaba de él cambiaba el ambiente, y los colores del aire se transformaban en una espiral de matices imposibles: primeroazul, luegoverde, luegovioleta, hasta que los colores se mezclaron en una vorágine de luces distorsionadas que desorientaban a todos los presentes. Era como si la realidad misma estuviera siendo devorada por el poder deHenry.

"Estoy preparado."Las palabras deHenryresonaron con una frialdad calculada, mientras su cuerpo se mantenía firme, como si estuviera esperando lo peor, o tal vez deseándolo.

En ese preciso instante,Patrickapareció ante él, su presencia tan peligrosa como la de su propio padre, pero marcada por cicatrices que hablaban de batallas pasadas. Con un solo brazo y el mismo ojo queCarlosle había arrancado aBernardo, su figura reflejaba el mismo dolor y furia que su progenitor había conocido. Sin embargo, su mirada no estaba llena de miedo, sino de determinación.

"Cuidado, papá,"dijoPatrick, su voz vacía de temor, como si lo que se venía fuera simplemente una parte del destino.

Henrylo observó fijamente, y una sonrisa cargada de sarcasmo se dibujó en su rostro.

"Jeje, qué auténtico y fabuloso amor de hijo hacia su padre."Sus palabras fueron como dagas, cada una impregnada de desdén. El sarcasmo en su voz no era solo un juego de palabras, sino una condena, una burla a lo que él consideraba una farsa emocional.Patrick, con todo lo que representaba, no era más que una sombra de lo queHenryhabía sido, y eso lo sabía perfectamente.

La tensión aumentó, las luces distorsionadas que llenaban el aire parecían reflejar el conflicto interno entre padre e hijo. Lo que estaba por venir no era solo una batalla física, sino un enfrentamiento que desgarra los mismos lazos familiares.

Henryno dudó ni un segundo.Se lanzóhacia adelante con una rapidez letal, pero en un parpadeo,Carlosreaccionó y apartó aPatrick, empujándolo hacia un lado para protegerlo. Sin embargo,Henry, sin perder su concentración,apuntó con un dedo, y de su voluntad surgió unaespada de espacio, una hoja que brillaba como un cristal roto, distorsionando la realidad a su alrededor. La espada estaba destinada aobliterar por completoel ser dePatrick, borrándolo de esta dimensión.

Un destello de luz cegadora iluminó el aire, pero en un giro inesperado,Patrickse salvó, esquivando el fatal golpe en el último segundo. Sin embargo,Henryno le permitió ni un respiro. En un abrir y cerrar de ojos,su mano apareció, y lagolpeó fuertemente en la cara, enviándolo hacia atrás como un muñeco de trapo.

En ese momento, elcuartetodepadreysus tres hijosrodearon aHenry, formando un círculo, buscando una apertura, peroHenrypermaneció completamente calmado, su mirada fría y calculadora. Sabía lo que estaba por venir, y no parecía inmutarse.

De nuevo,Henryconvocó sudefensa dimensional, una barrera casi impenetrable que lo rodeó en un resplandor cegador. Como unespectroen movimiento,se sumergióen las capas de espacio, y en el siguiente segundo, apareció detrás de los cuatro, golpeándolos con tal fuerza que sus cuerpos volaron por los aires.

La reacción fue inmediata:Carlos,Patrick, y los otros doshijos de Henrycomenzaron a huir, buscando cualquier rincón en donde esconderse. PeroHenry, enfurecido, envuelto en sudefensa dimensional, los siguió sin dudarlo, persiguiéndolos incansablemente.

Finalmente, llegaron a un punto sin salida."Por fin,"murmuróHenrycon frialdad, mientras los cuatro hombres se encontraban acorralados, sinlugares a los cuales correr."Insectos,"añadió, su tono lleno de desprecio.

Carlos, con la respiración agitada, miró a sus compañeros."Debemos ganarle cueste lo que cueste,"gritó, su determinación resonando en sus palabras. La única opción era enfrentarlo cara a cara.

Henryno perdió tiempo. Avanzó, y en un movimiento brutal,su brazo tomó a Patrickpor el cuello ylo estrelló contra el suelocon una violencia indescriptible, dejando que su cuerpo se aplastara bajo su fuerza descomunal. La escena era tan brutal que el sonido de los huesos al romperse resonó en el aire.

Finalmente,Henrylo miró, una sonrisa cruel dibujada en su rostro."Todos tus hijos son una basura,"dijo, su voz grave y llena de desprecio, como si cada palabra fuera un látigo."No valen nada."

El ambiente era denso, cargado con el peso de las emociones, las luchas pasadas y los errores que nunca podrían ser corregidos. La batalla continuaba, y la verdad, tan dolorosa como era, se reflejaba en cada uno de sus golpes.

Carlosavanzó con la misma determinación de siempre, peroHenryno iba a quedarse atrás.Utilizó el espaciopara atacar aRyanyAugusto, moviéndose a través de las dimensiones como una sombra, listo para desatar su furia.

En ese instante,CarlosyHenrychocaron de lleno, el sonido del impacto resonando como un trueno. PeroCarlos, más rápido que nunca,se adelantóy con unarodillazoferoz a laquijada de Henry, lo dejó ligeramente aturdido.Henry, sin perder la compostura, sonrió mientrasbajaba la cabeza, y en un instante,tomó a Carlospor el cuello, loelevópor el aire y lopateó en la caracon tal fuerza que el impacto hizo que el cuerpo deCarlosse retorciera en el aire antes de caer al suelo.

Mientras tanto,Augustologróliberarsede la trampa espacial deHenry, pero no fue suficiente. Lamano de Henrylo atrapó del rostro, y con una fuerza abrumadora, loarrastró por el suelo, haciendo que el sonido del contacto con el piso resonara en todo el campo de batalla.

"¡Adáptate, cuñado!"gritóHenrycon una sonrisa llena de sorna, burlándose de la resistencia de su oponente. Sabía que este enfrentamiento estaba lejos de ser fácil, pero lo disfrutaba.

Con un movimiento brutal,Henrycomenzó a golpear a los hombres con una fuerza titánica.Sus puños y patadas se sumergían en el espacio, desintegrando todo a su paso, golpeando con una dureza casi sobrenatural. Cada ataque era como una onda de choque que alteraba la propia realidad a su alrededor, creando distorsiones que dejaban a sus enemigos sin tiempo para reaccionar.

Pero en medio de la violencia,Patrick, furioso y con la ira desbordada,golpeó a Henrycon una daga. La hoja brilló momentáneamente, pero justo cuando parecía que iba a perforar la defensa deHenry, ladaga se distorsionóy se rompió como si fuera de cristal, desintegrándose ante la manipulación deHenrysobre el espacio.

"Maldito monstruo infernal..."gruñóPatrick, su rostro lleno de frustración mientras observaba cómo su ataque se desvanecía en el aire.

La batalla se intensificaba, cada uno de los combatientes con sus propios miedos, deseos y resentimientos, mientras el espacio mismo parecía ceder ante la furia desatada deHenry."Esto no termina aquí,"pensóPatrick, mientras se preparaba para su próximo movimiento, sabiendo que cada segundo los acercaba más a un desenlace mortal.

Henryse mantuvo inmóvil, como una roca que no se deja alterar por las tormentas a su alrededor. Con una calma inquietante, observó a sus enemigos, esperando el momento preciso.

El primero en lanzarse al ataque fueCarlos, con su cuerpo envuelto en determinación y rabia. PeroHenryno se movió. Con susbrazos cruzadosy una postura de totalrelajación, simplementeesquivólos ataques con una agilidad sobrenatural, casi burlándose de la furia deCarlos.Augusto, al ver la estrategia deCarlos, se unió rápidamente al asalto, pero el resultado fue el mismo:cada golpeque creyeron que acertaron fue desviado,su potencia movidaa otro espacio, de manera casi imperceptible para ellos.

El cansancio comenzó a notarse en los ojos de los hombres.Henryya había tenido suficiente. *En un abrir y cerrar de ojos, le dio una bofetada brutal aCarlos, haciendo que su cabeza girara con un sonido sordo, como si fuera un muñeco de trapo.

RyanyPatrick, en un intento desesperado por cambiar las tornas, lanzaron sus ataques. Susgolpes, equiparables a lasbombas de hidrógenode la antigua humanidad, explotaron con una intensidad casi apocalíptica, pero todo resultó ser inútil.Henryse movió apenas,ileso, mientras que los ataques simplemente pasaron a través de su defensa espacial. Loscuatrohombres parecían completamente impotentes ante la fuerza y precisión deHenry.

Augusto, ahora en el suelo, fue pateado con tal fuerza que su cuerpose elevó en el aire. Justo cuando pensó que podía recuperarse,Henrylogolpeó con una bala de sangre, atravesando su cuerpo con una precisión quirúrgica.

Finalmente,Carlosquedó solo,camino hacia Henrycon paso lento, sus movimientos eran pesados, como si el peso de la derrota ya estuviera sobre sus hombros. Sin embargo,su miradaseguía siendo feroz, el último destello de esperanza que quedaba en el campo de batalla.

Henrylo observó fijamente,su presenciaaplastante, como una sombra que se cernía sobreCarlos. No había escapatoria, no había más lucha por delante. El final estaba cerca.

Henrypuso los ojos en blanco, una expresión de desdén y aburrimiento, y en unsaltode pura destreza,se lanzó al ataque.Carlos, con una última chispa de determinación, reaccionó ysaltótambién, pero al chocar, su golpe pasó a través de la barreradimensionalqueHenryhabía levantado. Sin embargo, como un reflejo imparable, el golpe deCarlosfuerepelidopor la barrera y su cuerpo se estrelló contra el suelo, dejando una granmarcaen el mismo.

Tendido en el suelo,Carlossintió la presión de la esferadimensionaldeHenryacercándose. El anciano, con un esfuerzo de voluntad, intentóalejarse, pero la esferase expandiócon una fuerza arrolladora, cubriendo todo a su paso.Henrylo siguió, imparable.

Carlos, agotado y ya al límite de sus fuerzas, cayó de nuevo, pero no se rindió.Se levantó, aunque su cuerpo mostraba signos de que labatallaestaba ya decidida.

En su desesperación, intentó correr haciaHenry, pero este, como si fuera unatormenta imparable, usó su brazo paraderribaraCarloscon brutalidad. Al caer al suelo,el codo de Henryse estrelló contra la espalda deCarlos, casirompiendo su columnaen un estallido dedolor.

Entonces, con una rapidez sobrehumana,Henrycanalizó energía hacia sus pies, formandodos esferas de podery saltó haciaCarlos. El impacto fue tandesgarradorqueCarlosse convirtió en untrampolínhumano paraHenry.

Con cada salto,Henryaumentaba la intensidad de lagolpiza.

1 salto.. saltos consecutivos.

Cada impacto queCarlosrecibía era más brutal que el anterior, sus huesos crujían bajo el poder de lossaltos. El dolor se desbordaba, peroHenryno cedía.

Basura,Henrymurmuró con desprecio.Es mejor que ya no te levantes.

La destrucción que dejó a su paso era imparable.Carlosno tenía fuerzas para responder. La humillación estaba completa.Henryhabía ganado, sin esfuerzo.

Carlosintentó levantarse una vez más, su cuerpo tembloroso y al borde de laruptura. Cada parte de su ser le pedía rendirse, pero su voluntad, aunque débil,no cedió. La mirada deHenrynunca se apartaba de él,fríay llena de burla.

Con unasonrisa macabra,Henryobservó cómo el anciano se esforzaba porrecuperarse.Carloshabía mostrado algo que se acercaba a laresistencia, pero estaba claro que ya no tenía fuerzas para seguir luchando.Henry, sin prisa pero sin descanso, avanzó, despojando aCarlosde toda esperanza con cada paso que daba.

"¿Te quedas sin fuerzas, viejo?", se burlóHenry, mientras elmanto de energía espacialque lo rodeaba cambiaba de forma, como untorbellinoque consumía todo lo que tocaba. Con undesplazamientodeespaciocasi imperceptible,Henryapareció frente aCarlos, sus manosse alzaron, y ladistorsión dimensionalcomenzó a moldearse a su alrededor, máspotenteque antes.

Carloslevantó la vista, conmucha dificultad, y lanzó ungolpe desesperado, pero todo fue inútil.Henryesquivó fácilmente su ataque y, con unmovimiento rápido, atrapó el brazo deCarlosy lorompiócon un sonido horrible, elcrujir de huesosllenó el aire.Carlosgritó de dolor, peroHenryno se detuvo. En un instante, lolevantó del suelo, como si fuera una simplemuñeca rota, y lolanzóhacia una pared cercana.

Laparedsedesintegróbajo el impacto, peroCarlosno tuvo tiempo ni de recuperarse.Henryapareció en frente de él, con su puñoenvuelto en energía oscura, y golpeó lacaradeCarloscon tal fuerza que su rostro se deformó, los dientes deCarlosvolaron por el aire.La sangrecomenzó a salir en unríorojo de su boca, pero aún no caía.Carlosseguíaaferrándose a la vida, suvoluntad férrealo mantenía en pie, pero la agonía era tanintensaque parecía que cadalatidode su corazón era una tortura.

Henryse acercó y, con una sonrisa siniestra, comenzó agolpearlosin piedad,cada puñetazoprovocaba unaexplosiónde dolor.Carlosintentó esquivar, pero era demasiado tarde.Henrylo había atrapado en suciclo de golpes. Los puños deHenryeran comomartillosquedespedazabantodo a su paso.

"Eres más débil de lo que pensaba, Carlos", dijoHenryentre risas, mientras su puño seguíadesfigurandoel rostro deCarlos. A cadagolpe, su cuerpo sedebilitabaaún más, hasta que el anciano apenas podía mantenerseen pie.

Carlosno podía pensar con claridad. Cada movimiento loagobiaba, y aunque trató de defenderse con un último esfuerzo,Henryloderribóuna vez más, pisoteando sucostillay causando queCarlossoltara ungritoahogado dedolor. El sonido de sushuesosrompiéndosellenó el aire, y su visión comenzó anublarse.La luchahabía dejado de ser una cuestión de victoria o derrota; eratortura pura.

"No te quedarás de pie mucho más, viejo", dijoHenry, su voz llena dedesprecio.Carlosaún no se rendía. Sus manos,temblorosasy sangrientas, intentaron levantarse, peroHenrylodetuvorápidamente, presionando con subotasobre su pecho.

"Y pensar que te creí un rival digno", murmuróHenry, disfrutando de cada segundo de laagoníadeCarlos. "Pero ya essuficiente. Te dejaré sentir cada golpe, cada fractura que te hice, para que puedas recordar lo quete costó desafiarme."

Carlosapenas podía respirar, surostro desfigurado, su cuerpo completamentequebrado, pero aúnluchabacontra eldolor, no quería morir de esa forma, no sin haberhecho algopara cambiar la historia. Sin embargo, era claro que sus fuerzas seagotaban, yHenryno iba a dejarle ningún respiro.

Con una última risa,Henrylevantó su mano, y conmaldaden su mirada, ladispersóen el aire, haciendo queCarlossintiera como si larealidad mismalo estuvieradevorando.El final estaba cerca.

Carlos, con el cuerpo roto y cubierto de sangre, logró apenas mantenerse en pie. Cada palabra de Henry era unapuñaladadirecta a su alma, pero ladesesperaciónque sentía al ver a sus hijos destrozados era aún más fuerte.Ryan, el más joven, parecía estar al borde del colapso, sus ojos apenas abiertos, mientrasAugustoyPatrickyacían a su lado,inconscientes, sus cuerpos cubiertos deheridasprofundas. El aire estaba cargado de tensión, de dolor, y de unaviolencia palpableque pesaba sobre todos.

Henry, completamenteserenoen su avance, dio un paso haciaRyan, sus ojos fríos brillando con una maldad sutil que reflejaba todo el desprecio que sentía por lafamiliaque Carlos había intentado proteger. Losrayos doradosde su energía chisporroteaban alrededor de él, ladimensión mismacomenzando a doblarse bajo su poder.

Carlostrató de reaccionar, pero su cuerpo, ya exhausto, apenas respondía a sus órdenes. Cada músculo parecía estar a punto de colapsar, pero suinstinto paternallo manteníaconsciente.Ryanaún no había sido alcanzado, y Carlos sabía que si llegaba hasta él, todo habría sido en vano.

¡No lo harás, Henry!—gritó Carlos, aunque su voz era unsusurro rasposo, larabiaimpregnando cada palabra.

Henrylo miró como si fuera una simpleinsectoque no merecía más atención que un molesto zumbido. Pero su sonrisasádicano desapareció. Sedetuvopor un instante, disfrutando del sufrimiento ajeno, de esaagonía silenciosaque había sembrado a su alrededor. Y luego, con un movimiento lento, apuntó haciaRyan.

Te dije que no hay lugar para la debilidad—dijoHenry, su voz resonando como unecoen el aire.

Antes de queCarlospudiera dar otro paso,Henryhizo un gesto con su mano,alterando el espacioa su alrededor. Unvórticede energía se formó justo en frente deRyan, que comenzó adesaparecerlentamente,atrapadopor la distorsión de la realidad.Carlosintentó moverse, perosu cuerpo estaba demasiado dañado, y solo pudogritarmientras veía a su hijoser consumidopor la distorsión espacial.

¡Noooooo!—gritó Carlos, su voz rasgada, llena de desesperación, pero ya era demasiado tarde.Ryandesapareció por completo, tragado por el caos y el vacío creado por Henry.

Carloscayó de rodillas, su respiración entrecortada y sus ojos llenos defuriaytristeza. No importaba cuánto luchara, no podía salvar a su hijo.Ryan, su niño, suúnica esperanza, ya no estaba.

Henry se acercó a Carlos, caminando con pasos lentos, mientras supresencia oscurase hacía más palpable. Miró al hombre en el suelo con una mezcla dedesdénysatisfacción.

¿Sabes?—dijo Henry, su voz llena de una calma cruel—. Si hubieras tenido el valor de ser más que unpadre débil, tal vez habrías podido salvar a tus hijos. Pero, al final,el sacrificioes la única verdad que queda.

Carlos levantó la cabeza, su mirada llena deira, a pesar de la devastación que sentía. No podíarendirse. No lo haría, aunque sus fuerzas lo traicionaran. Con el último vestigio de su energía, se levantó, su cuerpotembloroso, sucorazón desgarrado, pero aún con unallama de resistenciaen su interior.

¡Si es necesario sacrificarme a mí mismo para detenerte, lo haré!—rugió Carlos, su voz llena de unadeterminación desgarradora.

Henry, sin embargo, no mostrómisericordia. En un parpadeo, se lanzó hacia Carlos,rompiendo la barrera dimensionalcon ungolpeque destruyó toda resistencia. Pero antes de que el último golpe alcanzara aCarlos, elecode sus palabras flotó en el aire.

No te preocupes, viejo. A tu manera, lo has hecho todo más interesante.

Carlos sintió elhieloen sus venas, pero también unarabiaincandescente. A pesar de todo lo que había perdido, no permitiría queHenrydestruyera más de lo que quedaba de su familia. Sushijosya habían sufrido demasiado, pero él,Carlos, aún tenía unrazónpara luchar.

El aire entre ellos se cargó detensión. Henry, con suespada de energía, caminaba lentamente, supresencia ominosaexpandiéndose como una sombra implacable. Cada paso resonaba como uneco de muerteen el ambiente. Ladistorsión dimensionalse intensificaba, el espacio se contorsionaba a su alrededor, como si la realidad misma estuviera a punto de quebrarse bajo el peso de su poder.

Mi hijo morirá esta noche como un sacrificio para la familia—la voz deHenryretumbó, fría y cruel. Sus palabras caían condesdén, como si no hubieraremordimientopor lo que estaba por hacer.

Carlos apretó los dientes, mirando aHenrycon una furia indescriptible.Ryan, suhijo, aún estaba perdido en esa distorsión, y no iba a permitir que el sacrificio se consumara. No mientras tuviera algo que ofrecer.Nadade lo queHenrydecía iba a cambiar la verdad:Carlos lucharía hasta el final.

¡Bastardo!—gritó Carlos, su voz retumbando condeterminación. Sabía que cada segundo que pasaba se convertía en unadesventaja, pero no podíarendirse.

Henry, sin embargo, no mostróprisa. Al contrario, su paso era lento, calculado. Se acercaba, y con cadamovimiento, Carlos sentía cómo lapresiónen el aire aumentaba. Ladimensión mismaparecía estar a punto de colapsar bajo el peso del poder de Henry.

Viejo, ¿te has dado cuenta?—Henry sonrió, esasonrisa fría y despectivaque parecía reflejar sudesdén absoluto. —Al final, todo lo que has hecho, todo lo que has luchado, es inútil. Nada importa cuando tu hijo ya está condenado al sacrificio. Lo sabes tan bien como yo.

Carlosrespiró profundo, susmanos temblorosasse apretaron en puños.Nada de lo que decía Henryera cierto. Su hijo no iba a morir.Ryanno sería unaofrendapara nada. A pesar de laoscuridadque lo rodeaba, aún quedaba algo en su corazón que le decía que laluzaún podríaaparecer.

No, Henry. Este sacrificio no se hará.—La voz de Carlos salió con unafirmezarenovada, casi desafiando larealidad misma.

En ese momento, con unavelocidad inhumana, Carlos avanzó. Su cuerpo, ya al límite, se movió por puroinstinto. No había espacio paradudasnitemores.Ryanestaba atrapado en la distorsión, y ahora, lo único que importaba era salvarlo.¡Salvarlo a toda costa!

Henry se giró rápidamente, pero ya era demasiado tarde.Carloshabíarotola barrera de espacio, apareciendo frente a él confuerza. Con unmovimiento de desesperación, lanzó supuñodirecto hacia la cara deHenry. Laviolenciade su ataque se desplegó con laintensidadde alguien que no tenía nada que perder.¡Su hijo no moriría en vano!

¡Este sacrificio no será tuyo, Henry!—gritó Carlos mientras elgolpealcanzaba su objetivo, pero antes de que pudiera disfrutar de su victoria, ladimensión mismacomenzó a temblar.

Henrysimplemente sonrió, supoderno disminuía ni un ápice. Al contrario, ladimensióncomenzó adoblarseaún más, absorbiendo cada ataque que Carlos realizaba.

Creíste que podrías vencerme, viejo...—dijo Henry condesdén, su voz resonando como uneco eterno. —Pero en este momento, tú no eres más que un simple insecto en mi camino. Y tus hijos...—su voz se tornó aún más fría—.Ellos, igual que tú, ya están perdidos.

Y, con un movimiento rápido como un rayo,Henrylanzó unataquedirecto hacia Carlos. Lasdimensionesse retorcían alrededor de él, pero Carlos no retrocedió. En su mirada, había algo más allá delmiedo:determinación.

No, Henry no iba a ganar. No esta vez.

¡Este sacrificio no será el último!

La lucha continuaba, el destino de todos aúncolgando de un hiloen laoscura noche.

Es hora de terminar con todo esto Henry dijo y dio un paso que aterro a Carlos

Territorio espiritual—pensó Carlos, comprendiendo la gravedad de la situación. Era una habilidad espiritual difícil de comprender, y el aire a su alrededor se volvió pesado con la energía oscura que emanaba Henry.

El ambiente se volvió más denso, como si ladimensión mismaestuviera siendo estrangulada por laoscuridadque Henry traía consigo. ElTerritorio Espiritualse desplegó con unaintensidadque hizo que larealidada su alrededor comenzara a desmoronarse.Carloslo sintió en sus huesos, como unpesoinsoportable, como si el mismo aire se estuvieravacíode esperanza.

Laenergía oscuraque emanaba de Henry era palpable, y los últimosguerrerosque aún observaban desde las sombras sintieron la amenaza inminente, como si su propiaexistenciaestuviera a punto de serdesintegradabajo el poder de esa habilidad prohibida.

Carlosseaferróa su voluntad, pero algo dentro de él comenzaba aquebrarse. No era el poder físico el que lo estaba venciendo, sino la sensación de quetodolo que había luchado, todo lo que habíasacrificado, estaba a punto de seraplastadopor eldestinoque Henry había marcado. ElTerritorio Espiritualno solo era un campo de batalla físico, sinomental: todo lo que creía, todo lo que amaba, se veíadesvanecerseen laneblina de poderque Henry había desatado.

Tus hijos serán el sacrificio en nombre de mi primogénito—Henry rió, unarisa fría y cruel, que resonó como una sentencia de muerte.

Laspalabrasde Henry llegaron comodardos, perforando el corazón de Carlos. Lairónica maldadde lo que estaba a punto de hacer lo aterraba, pero aún más lo aterrabala verdadque había detrás de esas palabras: todo lo que había hecho, todo lo que había sido, noimportaba. ParaHenry, los sacrificios erancosas sin alma, simplementeintercambiospara lograr lo que se deseaba.

Elresplandorde la espada de Henry se intensificó, y laenergíaa su alrededor chisporroteaba, causando que el mismoespaciocomenzara avaciarse, como si larealidadmisma estuviera siendodevoradapor ese poder.Carlossabía que no quedaba mucho tiempo.

¡No lo permitiré!—Carlos gritó, su voz rasgando el aire como un rugido desesperado.Se lanzó hacia Henry, sin pensarlo, a pesar del miedo que sentía en sucorazón. No había tiempo paradudas. Si algo iba a salvar a sus hijos, si algo iba adeteneresta pesadilla, era él,Carlos.

Pero Henry no mostró signos dedetenerse. Con una calmaaterradora, levantó su espada y, con unmovimiento brutal, trazó una línea en el aire. ElTerritorio Espiritualseextendióyse cerróalrededor de Carlos como unajaulainvisible, desgarrando el mismo espacio a su alrededor.

Carlos sintió cómo su cuerpo se veíaatrapadopor esa energía, como si lavoluntad de Henryestuviera penetrando en cada rincón de su ser. Ladistorsiónen el aire y lapresiónen su pecho lo hacían casi imposible demover.

Es inútil, Carlos—la voz de Henry resonó a través de lassombrasque ahora se cerraban sobre él—.Tus hijos ya están marcados. No hay escape.

Carlossintió que sufuerzacomenzaba a flaquear.El sacrificioya estaba hecho, y no podía hacer nada para evitarlo. Pero algo en su interior serevolvió. No era solo un padre luchando por sus hijos. Era un hombre quehabía fallado, que había llegado demasiado lejos, pero aún podíahacer algo.

¡No!—gritó, pero ladimensiónalrededor de él tembló, como si Henryse alimentarade sudesesperación.

Con cada palabra de Henry,Carlosse sentía más cerca dela derrota. Pero mientras susúltimos vestigios de esperanzase desmoronaban, algo en su interior aún seresistía.Algo en su almaaúnardía. Sabía que, aunque todo estuviera perdido, no podíarendirse.

Carlos, conúltimos esfuerzos, comenzó acanalizartoda su energía restante, buscandoromperla prisión que Henry había creado. No seríafácil, pero la vida de sus hijos no dependía deHenry. Dependía deél.

Carlos apretó los dientes, sintiendo cómo la desesperación se transformaba en una feroz determinación. No podía permitir que esto sucediera; debía luchar por sus hijos y por el legado de su familia. Con un grito de desafío, se lanzó hacia adelante, decidido a enfrentar a Henry y detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Inutil, dijo Henry, y vio como es que carlos se desplomo.

La energía de Carlos parecía desmoronarse bajo la presión delTerritorio Espiritualque Henry había desplegado. El aire a su alrededor se sentía denso, como si eluniverso mismoestuviera conspirando contra él. A pesar de lafuerzacon la que intentaba luchar,Henryobservó con frialdad cómo su enemigo se desplomaba ante él, derrotado por el poder abrumador que había desatado.

Inútil.—La palabra de Henry fue como unlatigazoen el aire, resonando con la fría verdad de su victoria.

Carlos cayó al suelo, suspiernastemblando, el sudor empapando su frente, y su respiración entrecortada.El pesode la batalla y de los sacrificios perdidos lo aplastaba. En sus últimos momentos de conciencia, el rostro de sus hijos apareció en su mente.Ryan, Patrick, Augusto, y sus otros hijos… ¿Qué futuro les quedaba si caía ahora?

Pero en lo profundo de su ser, algo aún ardía. No podía permitirse caer. No debía dejar que Henryconsiguiera lo que quería. Sabía que aún tenía una últimachance, una últimaopciónque podría cambiar el curso de la lucha, aunque fuera lo último que hiciera.

Con unafuerza sobrehumana, Carlos forzó a su cuerpo a levantarse, aunque susmúsculosestaban exhaustos, casi rotos. Luchó contra lagravedad, contra su propiocuerpoque le decía que ya no podía más. No podía dejar que Henry tuviera laúltima palabra.

¡NO!—gritó, un rugido de puradesesperación y coraje, mientras su mano alcanzaba elsueloy su energía comenzaba a redirigirse hacia sucentro de poder.

Henry, observando laresistenciade Carlos, dejó escapar unasonrisa cruel.

¿Crees que aún tienes algo para dar?—preguntó, su voz llena dedesdén.

Pero Carlos no lo escuchaba. Lavoluntadde un padre desesperado no conocía límites. A pesar de estar al borde de ladestrucción, sucorazónlatía con fuerza, alimentando la últimachispade vida que quedaba en él.

En un movimiento sorprendente,Carloslevantó una mano y, con elúltimo alientoque quedaba en su ser, canalizó toda su energía en unrayo de luzque atravesó el aire, rompiendo las barreras que Henry había construido alrededor de él.

La explosión deluzque siguió iluminó el campo de batalla, haciendo que elTerritorio Espiritualde Henry temblara por un instante. La realidad misma se distorsionó por un breve segundo, como si el tiempo se hubieraquebrado.

Henry, sorprendido por la repentinaresistencia, dio un paso atrás, susonrisadesvaneciéndose. Algo en elcorazónde Carlos aún no estaba dispuesto a rendirse, algo que Henry no había anticipado. Pero eseinstantefue efímero, y el poder que Carlos había desatado pronto comenzó a desvanecerse.

Carloscayó de nuevo al suelo, su cuerpo finalmentecediendoa lafatigay al poder de Henry. Surostroestaba marcado por elesfuerzo, pero en sus ojos brillaba una determinacióninalterable.

Hazlo... hazlo ahora...—susurró, como si estuviera confiando asu almaal destino.

Henry lo observó por un largo momento, sumiradafija en lacaídade su enemigo. Sin embargo, no sintió satisfacción. No sentía nada. Solo unavacío profundo.

Elfuturode todo se jugaba en ese instante. El destino de los hijos, el sacrificio que Carlos había hecho por ellos, estaba a punto dedefinirse. Y mientras Carlos se desplomaba en latierraarrasada, Henry sabía que la lucha aún no había terminado.Algoen ese hombre, en esa última chispa devida, había dejado una marca en él. Una marca que quizás, algún día, tendría queenfrentar.

Sin que Henry, Carlos o la figura oculta que vigilaba el avance de Peter en su casería por su hermano mayor, dos seres más veían todo desde aún más arriba.

—Así que este humano logró aprender el Territorio espiritual siendo aún tan débil. Debo admitir que tiene potencial; si tan solo su propia codicia no lo hubiera consumido, tal vez lo hubiera reclutado y ayudaría a su primogénito —reflexionó uno de los seres, observando la escena con interés.

—Es una lástima que la naturaleza humana siga siendo la misma —continuó, su voz resonando como un eco en el vasto vacío. Aunque creo que no debo sorprenderme, si soy sincero —agregó, mirando hacia el campo de batalla donde la lucha se intensificaba

—Es curioso cómo las emociones de un ser tan insignificante pueden llegar a nublar su juicio —dijo el segundo ser, su tono cargado de indiferencia, pero también con una sutil fascinación. Su mirada, tan distante como su voz, se centró en la lucha de Henry, Carlos y los demás, pero también prestaba atención a los movimientos de Peter, cuya sombra de intenciones aún no se había desvelado completamente.

—La codicia, la avaricia… esas son las mismas debilidades que han arruinado a tantos a lo largo de los siglos —continuó el primero, observando cómo la batalla de Henry contra su propio ser reflejaba sus inseguridades internas—. Si tan solo pudiera soltar ese peso... tal vez podría ser una herramienta útil en la guerra que se avecina.

Ambos seres se mantuvieron inmóviles, como si las leyes del tiempo y el espacio no los afectaran, observando desde su dimensión superior con total calma. Parecía que para ellos el destino de los combatientes no era más que una muestra de sus propios fracasos y, quizás, del inevitable sufrimiento que siempre acompañaba a las decisiones humanas.

—Pero hay algo en su rabia… una llama que no se extingue —dijo el segundo ser, suavizando su tono por primera vez. Un leve atisbo de admiración brilló en su mirada—. Quizás este humano todavía tenga algo que ofrecer. O tal vez... no lo necesitemos después de todo.

—No subestimes la oscuridad que acecha dentro de él. La desesperación puede ser más poderosa de lo que imaginas. Si ese "sacrificio" llega a concretarse, puede que estemos presenciando algo mucho más grande de lo que proyecta esa simple lucha —respondió el primero, con una ligera sonrisa, mientras un susurro de energía se deslizaba a través de su cuerpo.

El ambiente se volvió aún más pesado, cargado de una presión que parecía acercarse poco a poco al campo de batalla donde Henry y los suyos continuaban su combate. La mirada de ambos seres se centró ahora en el rostro de Peter, observando cada uno de sus movimientos con precisión matemática.

—El verdadero reto está en lo que vendrá después... ¿no es así? —dijo el segundo ser con una ligera sonrisa. La guerra aún no había comenzado, y aún quedaba mucho por presenciar.

La atmósfera se cargó de una tensión pesada mientras las dos figuras observaban la escena. La mujer, la segunda figura, su mirada fija pero distante, como si algo en su interior hubiera ya aceptado lo que estaba sucediendo. Sin embargo, su atención se desvió hacia el norte, donde el joven Bernardo, de apenas 20 años, era torturado sin piedad por su medio hermano menor. Cada grito desgarrador parecía cortar el aire y se escuchaba incluso a la distancia.

La mujer habló con un tono cargado de resignación, como si ya no le quedara espacio para la sorpresa o el horror. Su voz resonó en el vasto vacío que los rodeaba:
Creo que es mejor de esta manera—el peso de sus palabras era evidente, pero al mismo tiempo, una extraña calma emanaba de su postura, como si estuviera acostumbrada a la crueldad que se desarrollaba ante sus ojos.

El hombre a su lado la miró con incredulidad, sin comprender completamente la frialdad de su postura. Su voz temblaba levemente mientras preguntaba:
¿Pero por qué dejas que esto suceda?
Su rostro reflejaba una mezcla de desesperación y confusión. El sufrimiento de Bernardo era palpable en cada gemido, cada movimiento. No podía entender por qué la mujer, alguien que parecía tan sabia y fuerte, permitiría tal cosa.

Ella lo observó por un momento, sus ojos inexpresivos pero decididos, y respondió con firmeza, casi como si fuera una sentencia irrevocable:
Es por el trato, y lo sabes. No se intervendrá directamente a menos que se vaya en contra del trato.
El aire se volvió más denso, el sonido de la tortura en el fondo ya no era solo un eco, sino una presencia que parecía envolverlos a ambos.

¿Aun cuando es un amado por el mundo lo dejarás así?—insistió el hombre, su voz quebrándose con cada palabra. La carga emocional del momento lo desbordaba. La tortura que sufría Bernardo, su rostro marcado por la agonía, su alma desgarrada, le resultaba inaguantable. Pero lo que más le hería era ver cómo la mujer, alguien en quien confiaba, se mantenía tan distante.

Ella giró su rostro lentamente hacia él, su mirada fija y penetrante, como si quisiera penetrar en su alma para que comprendiera lo que parecía ser una verdad inquebrantable.
¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no intervienes? Puedes hacerlo, pero no lo haces.
La acusación en sus palabras era clara, cortante como un cuchillo. Su tono no era acusador, sino más bien desprovisto de emociones, como si ambas figuras ya hubieran cruzado esa línea de lo moralmente aceptable y se encontraran en un terreno donde las decisiones no tenían vuelta atrás.

Las palabras quedaron flotando en el aire, pesando sobre ambos, mientras los gritos de Bernardo seguían retumbando a lo lejos. ¿Quién tenía la razón en este momento? ¿La mujer que aceptaba la cruel realidad de la situación, o el hombre que, por más que quisiera no podía soportar la brutalidad?

La atmósfera seguía cargada de una tensión insoportable, como si el aire mismo estuviera a punto de desgarrarse. Ambos observaban en silencio, las palabras que se habían cruzado entre ellos flotando en el aire, sin respuesta. Aunque sus miradas se cruzaban, había algo más profundo en esos ojos que entendían las implicaciones de sus decisiones. Ninguno de los dos se atrevió a dar el siguiente paso, a romper ese equilibrio frágil que mantenía a todos al borde del abismo. La intervención, cualquiera que fuera, traería consecuencias que ninguno estaba dispuesto a asumir, especialmente cuando el sacrificio de un ser humano moribundo estaba en juego.

Un peso invisible presionaba sobre ellos, y el único sonido que rompía la quietud era el lejano eco de los gritos de Bernardo. Pero esos gritos no llegaban a sus oídos como algo ajeno; resonaban en sus almas, como un recordatorio de que, incluso en su inmortalidad, estaban atados a una naturaleza que les pertenecía, una naturaleza que les obligaba a sentir lo que sucedía a su alrededor.

Mientras tanto, la lucha en el campo de batalla se intensificaba. Henry, con su poder oscuro, estaba preparado para desatar la furia de su poder una vez más, sus músculos tensándose, sus ojos brillando con la intensidad de su energía contenida. Cada movimiento que hacía, cada respiración que tomaba, estaba calculado para acabar con sus enemigos. Su furia no conocía límites, y Carlos, por otro lado, continuaba luchando no solo contra Henry, sino contra el destino mismo.¿Cómo podía salvar a sus hijos?La pregunta se repetía en su mente como una condena, mientras su cuerpo no respondía como antes. La desesperación lo consumía, pero también le daba una fuerza renovada, un último vestigio de esperanza en medio de la oscuridad.

Los seres desde lo alto, invisibles e inmortales, seguían observando como meros testigos de la tragedia humana que se desarrollaba ante sus ojos. Ellos, que podían alterar el destino con un simple gesto, se mantenían callados, como si cada acción, cada pensamiento, tuviera un peso mucho mayor que lo que podría parecer a simple vista.¿Deberían intervenir?Sabían que su intervención podría cambiar el curso de todo, para bien o para mal. Pero algo en su esencia les impedía dar ese paso. Era el mismo poder que los mantenía distantes de la humanidad, esa cualidad que los hacía ser algo más que observadores, pero a la vez algo menos que participes activos.

La naturaleza del poder, ese poder que Henry usaba con tanto descaro, y la lucha por la supervivencia, tan humana y tan real, resonaban en sus corazones inmortales. Para ellos, la tragedia humana no era solo un espectáculo lejano, sino un reflejo de la lucha interna que todos enfrentaban, incluso aquellos que ya no formaban parte de este mundo físico. La lucha no era solo externa, sino interna, en cada uno de los involucrados, y solo el tiempo diría quién prevalecería al final.

El castigo para la humanidad de hace 20 años llega a su fin el día de hoy. Deberías saber que la traición es algo que no se puede perdonar, y más cuando uno de ellos está involucrado, le dijo la silueta de la mujer a la silueta masculina.

—Ahora Bernardo este hijo amado morirá como un mero sacrificio para que esa basura incompetente que se cree mejor, siendo solo un fracaso patético. Tanto el hombre como la mujer miraron con pena al muchacho.

La oscuridad que rodeaba el paisaje se volvió aún más densa, como si el aire mismo absorbiera la desesperanza. Las palabras de la mujer resonaron con frialdad, sin misericordia, como un juicio definitivo. La figura masculina, aunque igualmente distante, parecía cargar con el peso de una condena que no había sido escrita por sus manos, pero que estaba decidida a cumplir.

La traición no tiene perdón,—continuó ella, su voz casi un susurro lleno de amargura—.No importa si es por amor o por ambición. El precio se paga siempre, y si un traidor está involucrado, el castigo es inevitable.

Los ojos de la mujer se dirigieron hacia Bernardo, que se retorcía en las manos de su hermano menor.La mirada de ambos era fría y distante, como si ya no quedara nada de humanidad en ellos, nada más que la misión de cumplir con una sentencia.

Bernardo, atrapado en su dolor y confusión, sentía cómo el mundo a su alrededor se desmoronaba.Sus gritos no llegaban a sus propios oídos, pero la carga de la pena y el peso de la traición lo inundaban. El sacrificio que le imponían era mucho más que físico; era un quiebre existencial, una sentencia que sellaba no solo su vida, sino también el destino de aquellos que lo rodeaban.

La figura masculina soltó un suspiro que resonó como un eco en el vasto vacío de la distancia."Este hijo amado", murmuró con desdén, mirando al joven con una mezcla de lástima y desprecio."Morirá como un sacrificio, un peón más en un tablero que nunca entenderá."

La fría condena continuaba.

"El mundo llorará en su muerte,"dijo la mujer, como una sentencia que ya no podía ser revertida. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y resolución, como si ese sacrificio fuera inevitable."Un millón de caminantes del vacío serán sacrificados en tu nombre,"añadió, su voz cargada con una mezcla de ironía y rencor."¿Qué importa la vida de uno cuando el sacrificio de muchos puede ser reclamado?"

Cada palabra que pronunciaban tenía la gravedad de un veredicto final, y sin embargo, no era solo la vida de Bernardo lo que estaba en juego. La humanidad entera, esa que había sido condenada por su propia corrupción, estaría marcada por este sacrificio. Y mientras los destinos se entrelazaban y la historia avanzaba, los ecos de esta tragedia se llevarían consigo las huellas de aquellos que cayeron, de aquellos que sobrevivieron, y de aquellos que nunca comprendieron el precio que debían pagar.

El hombre, con su cuerpo adornado por escamas que brillaban de forma siniestra bajo la luz tenue del entorno, hizo una reverencia solemne ante la figura de Bernardo, el joven destinado al sacrificio.Sus plumas, dispuestas en patrones que apenas sugerían movimiento, parecían absorber la tragedia que se estaba desarrollando ante sus ojos.Cada gesto del hombre era un recordatorio de que, aunque su ser estuviera marcado por la grandeza de su apariencia, su alma llevaba consigo la carga de un destino ya sellado.

Disculpa a tu estrella madre por no haberte salvado, Bernardo.—las palabras de la mujer fueron un susurro vacío, llenas de una pena que no alcanzaba a sanar la herida abierta en el joven.

El hombre levantó su rostro hacia la distancia, observando la lucha que se libraba en el campo de batalla, donde el sufrimiento de Bernardo se prolongaba."Debí saberlo cuando se ofreció el trato con los humanos,"reflexionó en voz baja, su tono grave y sin esperanza."Su soberbia y arrogancia siempre son algo que reluce en ellos."Las palabras del hombre fueron un golpe directo a la naturaleza misma de la humanidad, condenada por su incapacidad para reconocer los límites de su ambición.

A lo lejos, el sufrimiento de Bernardo se volvía cada vez más intenso, como una melodía dolorosa que resonaba en los oídos de aquellos que aún conservaban una pizca de humanidad en su interior. El joven, en su desesperación, luchaba por entender por qué su vida había sido convertida en un sacrificio, por qué sus gritos eran ignorados por aquellos que tenían el poder de cambiar su destino.

La mujer desvió su mirada del campo de batalla, de la tortura que sufría Bernardo a manos de su propio medio expresión en su rostro no reflejaba tristeza, sino una aceptación sombría, como si todo estuviera fuera de su alcance.Era el resultado de un trato antiguo, uno que ya había sido sellado y que no permitía interferencias, no permitía redenciones. El destino de Bernardo, como el de tantos otros, había sido escrito mucho antes de que él naciera.

El silencio que compartían ambos seres era pesado, como si el aire estuviera cargado con las consecuencias de las decisiones tomadas en el pasado.No había palabras que pudieran cambiar el curso de lo que se avecinaba. No había consuelo que pudiera aliviar el sufrimiento que se extendía ante ellos.

Ambos sabían que, al final, la naturaleza humana seguiría su camino, desbordando los límites del sacrificio, el dolor y la ambición. Y, mientras el sacrificio de Bernardo continuaba, los dos seres observaban desde lo alto, conscientes de que su intervención, por pequeña que fuera, no cambiaría el rumbo de una tragedia ya consumada.

Creo que es mejor de esta manera,—dijo ella, su voz apenas un susurro, pero cargada de una gravedad que hacía que el aire a su alrededor pareciera volverse más denso.La resignación en sus palabrasera palpable, como si aceptara lo inevitable, como si ya no quedara espacio para la esperanza en su corazón.

El hombre, que observaba todo en silencio,frunció el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y desdé voz vibraba con una profunda frustración al intentar comprender el motivo detrás de sus decisiones.

¿Pero por qué dejas que esto suceda?—preguntó, cada palabra impregnada con una acusación no dicha, una que atravesaba la fría cortina de indiferencia que rodeaba a la mujer.

Ella giró levemente la cabeza, su mirada fija en el horizonte,perdiéndose en la vastedad del paisaje desolado.Su rostro no mostraba ni una pizca de emoción, pero dentro de su ser,sabía que no había otro camino.

Es por el trato, y lo sabes.—respondió ella, su tono ahora más firme, como si cada palabra fuera una sentencia irrevocable."No se intervendrá directamente a menos que se vaya en contra del trato."La sombra de la decisión que había tomado se cernía sobre ellos como una espada, con un filo que no dejaba espacio para la compasión.

El hombreno pudo evitar que una ola de contradicción lo golpeara.Sentía la carga de la humanidad misma, de los millones que se verían afectados por esa decisión,pero la mujer no parecía moverse, no parecía vacilar ni un segundo.

¿Aun cuando es un amado por el mundo lo dejarás así?—insistió él, su voz temblando por la fuerza de la carga emocional.El conflicto que sentía dentro lo desbordaba,como si el sacrificio de aquel joven no fuera solo suyo, sino del mundo entero, como si estuviera siendo condenado no solo por su destino, sino también por la indiferencia de aquellos que podrían haberlo salvado.

Ellacerró los ojos por un breve instante, respirando profundamente. Sabía que el sufrimiento del hombre era genuino, pero también entendía la naturaleza del trato que los había atado a este curso de acción.

¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no intervienes?—replicó ella, su tono desafiante, aunque frío, como si desnudara la hipocresía que él mismo cargaba."Puedes hacerlo, pero no lo haces."La preguntafluyó de sus labios como un veneno lento, un recordatorio de que en este juego no hay inocentes, solo piezas sacrificadas.

El hombrese quedó en silencio, la respuesta se le atragantó en la garganta. Él también estaba atado por el trato, pero de alguna forma,esa verdad no parecía tan ojos se desviaron del horizonte, buscando alguna respuesta, alguna justificación que pudiera aliviar el peso de sus propios actos.

En ese instante, el aire se volvió aún más pesado,cargado con la verdad de que todos eran responsables de la tragedia que se desarrollaba.

Ambospermanecieron en silencio, las palabras que habían intercambiado flotando pesadamente entre ellos, sin encontrar respuesta.El aire estaba tenso, cargado con la fragorosa incomodidad de las decisiones no tomadas, de los dilemas que ambos sabían no podían eludir.Se miraron por un largo momento,pero lo único que compartían era el conocimiento de que cualquier acción podría desencadenar algo mucho peor.

La lluvia comenzó a caer con fuerza, como si el cielo mismo, al igual que ellos, estuviera llorando por la tragedia que se desplegaba ante sus ojos.Las gotas golpeaban el suelo con un estrépito sordo, como los lamentos de un mundo condenado.Cada gota que caía parecía ser una memoria, una lamentable recordatoria de los errores del pasado y la inevitabilidad del presente. Las sombras en sus corazones se hacían más densas,y el peso de las decisiones no tomadas se asentaba como una losa sobre sus conciencias.

El hombremiró hacia el horizonte, sus ojos vacíos de esperanza, sabiendo que no importaba cuán profundamente deseaba intervenir, el trato que había sellado con su propia existencia lo mantenía atrapado en este ciclo cruel.Su rostro se endureció,las escamas de su piel brillaban tenuemente bajo la lluvia, como si la naturaleza misma lo marcara por su inacción.Por su parte, la mujer, que había mantenido la mirada fija en el sufrimiento de Bernardo,volvió sus ojos al cielo gris, sintiendo el peso de todo lo que se había perdido y todo lo que aún estaba por perderse.Los relámpagos cruzaban el firmamento, iluminando las sombras de sus figurasmientras la tormenta arremetía en su furia, como si el mismo universo tomara partido.

Ambos sabían que sus corazones estaban rotos, pero aún así, su lealtad a ese tratado los mantenía inmó tormenta no parecía solo una manifestación de la furia del cielo, sino también una manifestación de su propio conflicto interno,de la lucha que se libraba dentro de ellos mismos, entre la moral y el deber, entre la compasión y la razón.El futuro de todos colgaba de un hilo tan delgado como la tormenta misma.

Y mientras Bernardo continuaba su agonía, en la tierra y en los cielos, el mundo parecía resoplar una última advertencia,una señal de que las cosas no podían continuar así.

La escena era desgarradora, un espectáculo que desgarraba el alma de quien fuera capaz de mirar.Bernardo, atrapado entre las manos de su medio hermano, parecía más una marioneta que un ser humano,su vida suspendida en un hilo tan fino como el eco de un grito que jamás alcanzaría a ser escuchado. Las sombras del destino lo envolvían, y cada instante parecía una condena sellada.Era el símbolo de la impotencia humana, de cómo la esperanza puede ser aplastada sin piedad, un sacrificio que resonaba a través del tiempo, como un eco sordo que se negaba a desaparecer.

Los seres desde lo alto permanecieron como testigos silenciosos, observando sin intervenir, como si el peso de la eternidad los hubiera convertido en meros observadores de la tragedia humana.Sus ojos, impasibles, brillaban con una frialdad inmensa, conscientes de que sus decisiones, aunque alejadas de la tierra, tenían el poder de alterar el curso de los acontecimientos. Cada mirada que intercambiaban estaba cargada de un conocimiento ancestral, de una comprensión que solo ellos, en su infinita existencia, poseían.La lucha por la supervivencia humana, por el control, el poder y el destino, resonaba como un himno en sus corazones inmortales,mientras observaban cómo la tragedia se desarrollaba frente a sus ojos con una calma inquietante.

Los ecos de su reflexión se entrelazaban con la desesperación palpable de la escena, dondeBernardo, al borde de la muerte, representaba la fragilidad de la vida humana frente a la maquinaria despiadada del destino. Y a pesar de la distancia física, los seres sentían cada golpe, cada suspiro del joven, como si formaran parte de esa lucha, como si el dolor humano fuera también suyo.El sacrificio de Bernardo, aunque cruel, era solo una pieza más en un tablero de ajedrez mucho más grande, donde las vidas humanas no eran más que peones movidos por manos invisibles.Sin embargo, el sufrimiento de ese joven, su agonía,era una sinfonía amarga que resonaba en lo más profundo de los seres inmortales.

Nada podría detener lo que estaba por venir.

Henry no hizo mucho, solo golpeó una vez más, con la brutalidad que ya había mostrado tantas veces antes, pero su simple accióndejó una marca imborrable en este día oscuro. La escena era desoladora;los hijos de Carlos estaban al borde de la muerte, sus cuerpos rotos por el sufrimiento, y la desesperación se apoderaba del aire como un manto pesado. La batalla, aunque aún no concluida, ya parecía haberse llevado lo más valioso que Carlos tenía.

Carlos, que ahora ordenaba a sus hombres que llevaran a sus hijos lo más rápido posible para que fueran sanados, se encontraba completamente devastado.Su mente estaba dispersa, su corazón acelerado, mientras su visión se nublaba por la angustia. Cada orden que daba sonaba vacía, como un eco lejano en su propio ser.El peso de la impotencia lo aplastaba, y no podía evitar sentir que todo estaba desmoronándose a su alrededor.

La sombra deese demonio con forma de hombreseguía acercándose, cada paso de Henry parecía arrastrar consigo la esperanza que quedaba en el corazón de Carlos.Una presión invisible, pero implacable, lo ahogaba.La sensación de haberlo perdido todo lo envolvía por completo.El agotamiento, tanto físico como emocional, había drenado su energía, y se dio cuenta de que su maná se había agotado por completo. Sin fuerzas para seguir luchando,Carlos se mordió la lengua con fuerza hasta que la sangre brotó de sus labios.El dolor, agudo e inmediato, lo sacudió y lo devolvió a la realidad, si tan solo fuera por un segundo. Pero no había tiempo para lamentarse.No había tiempo para nada más.Solo quedaba seguir adelante, aunque cada paso se sintiera como el último.

A lo lejos, Henry observaba, su sonrisa fría y arrogante nunca abandonando su rostro.Sabía que la caída de Carlos era inminente, y la agonía de ese hombre no era más que un espectáculo que disfrutaba sin piedad.

Estaba aislado.La tormenta que azotaba el campo de batalla no solo empapaba la tierra, sino que también calaba en lo más profundo de su ser.La lluvia caía como un presagio,como si el propio cielo lo estuviera abandonando, adelantando la tragedia que se avecinaba.Carlos sabía que el tiempo se le agotaba.El peso de la desesperación lo aplastaba, y el latido de su corazón parecía cada vez más errático, como si su vida estuviera corriendo junto al reloj que, implacable, lo llevaba al abismo.Miró a sus hijos, heridos y vulnerables,sus cuerpos una manifestación de la brutalidad que Henry había desatado sobre ellos.Cada segundo era un hilo que se rompía, y la vida de su familia pendía de él como una daga afilada.

¡No puedo dejar que esto termine así!gritó Carlos, su voz resonando con una furia desesperada, pero sonando más como un eco perdido en la tormenta.No había esperanza, pero su corazón seguía latiendo, buscando alguna chispa de resistencia. Algo, lo que fuera, que le permitiera salvar a los suyos.Pero el destino no era amable, y la realidad le golpeaba con cada segundo que pasaba.

Mientras tanto, la figura oscura deHenry se erguía imponente,como un titán que aguardaba el momento de su derrota final. Sus ojos, fríos y calculadores, brillaban con una intensidad maligna, y su presencia era una fuerza casi tangible.Estaba listo para desatar su poder una vez más,dispuesto a romper a Carlos de una vez por todas. No le importaba la lucha;esa falsa batalla era solo una excusa tonta para no enfrentar la verdadera razón de su presencia allí: la muerte de su primogénito.

La atmósfera estaba cargada de un maná denso y poderoso,cada respiración de Carlos se sentía más difícil, como si el aire estuviera siendo succionado por la misma oscuridad que rodeaba el campo de batalla. Cada movimiento de ambos hombres se volvía crucial;todo lo que quedaba era un último esfuerzo por lo que quedaba de familia, por lo que quedaba de esperanza.Pero Henry, con su eterna calma, sentía que ya nada importaba. Este momento, este juego, no era más que una sombra comparado con la verdad que tanto había esperado.

Carlos podía percibir sus alrededores.Aunque rodeado de sus leales guardias personales,se sentía completamente aislado,como si el resto del mundo se hubiera desvanecido en un mar de desesperación. Cada sonido, cada respiración, parecía provenir de un lugar lejano, distante, casi irrelevante.El único ser que importaba en ese instante era Henry.

Henry se había detenido.Su presencia era casi opresiva, y su mirada fría y calculadora se clavó en Carlos como una daga afilada.Un silencio espeso colmó el aire.Henry observó a los nuevos refuerzos que se habían atrevido a intervenir en este conflicto.Su mirada se tornó de hielo,llena de desprecio y hastío. "ME he cansado de ustedes," sus palabras resonaron en el aire con la misma autoridad y poder que su presencia emanaba.

A su lado,una sustancia de color azul profundo comenzó a formarse.Se moldeaba con rapidez, tomando la forma de un insecto,un insecto que en el pasado no pasaba de una mano humana,pero que ahora era algo mucho más mortal, más letal.La figura se alzó en el aire, tomando forma como una enorme mantis,de proporciones monstruosas.Medía cerca de 2.5 metros,sus afiladas extremidades brillando bajo la luz sombría.Era una bestia mágica de núcleo sangriento.Una criatura creada para la destrucción, alimentada por un poder oscuro y brutal.

El aire se tensó aún más.Los guardias de Carlos retrocedieron instintivamente, sus rostros pálidos ante la visión de la monstruosidad que Henry había desatado.Carlos sintió la presión aumentar,su cuerpo tenso ante la perspectiva de la carnicería que se avecinaba.La mantis se movió lentamente,sus ojos centelleando con una inteligencia inhumana, mientras avanzaba con una gracia mortal.El destino de todos en ese campo de batalla parecía sellado.

La mantis se erguía imponente,sus ojos de unrojo carmesíbrillaban con una inteligencia fría y despiadada.Sus patas delanteraseran largas yafiladas como cuchillas, resplandeciendo con un brillo metálico que reflejaba la tenue luz de la tormenta.Cada paso que dabahacía que el suelo temblara ligeramente, como si la tierra misma temiera el peso de su presencia.

Su cuerpo,alargado y segmentado,estaba cubierto por unaexoesqueleto negroybrillante,salpicado conmarcas de un verde iridiscenteque parecían moverse, como si la criatura estuviera viva en cada célula.Las alasque se desplegaban a su espalda no eran de un insecto común;eran membranosas,casi como si fueran hechas de un material oscuro y etéreo,donde chispas de maná pulsaban en su interior,como si la propia esencia mágica de la bestia fluía a través de su ser.El zumbido bajode las alas resonaba como un presagio de muerte, prometiendo un sufrimiento indescriptible para cualquier ser que se atreviera a desafiarla.

El abdomen de la mantisera una masa grotesca, inflada y bulbosa,donde un líquido oscuro y espesose movía como si fuera el veneno de la misma criatura, capaz de desintegrar la carne y arrasar con todo a su paso.A lo largo de su cuerpo, habíanmarcas de heridas cicatrizadas, signos de batallas anteriores, y aunque su apariencia era de una máquina de destrucción, había algo profundamenteunnaturalen su existencia, como si cada parte de su ser fuera diseñada para causar el mayor sufrimiento posible.

Sus mandíbulas, grandes y curvadas,mostraban afilados colmillos que goteabanun veneno espeso y negro,un veneno que podía pulverizar huesos y disolver carne con facilidad.El hedor a azufre y podridoque emanaba de su boca solo aumentaba la sensación de peligro inminente. Cada uno de sus movimientos erapreciso, calculado,un presagio de la carnicería que estaba a punto de desatarse.

La mantis fijó su miradaen los guardias de Carlos, sus ojos brillando con un deseo predador,una sed de sangre que parecía insaciable.La criaturase movió hacia adelante, sus pasos lentos pero llenos de una fuerza abrumadora, como si el aire mismo se apartara de su paso.El terror palpablese esparció entre los hombres de Carlos, quienes retrocedían instintivamente, sus corazones palpitando con el conocimiento de que nada en este mundo podría salvarlos de la furia que Henry había desatado sobre ellos.

Carlos, paralizado por la visión, pudo sentir cómo el miedo comenzaba a apoderarse de él,pero la desesperación no lo dejaba rendirse.Sabía que el tiempo se agotaba.Los ojos de la mantis brillaron más intensamentecomo si hubiera olido su temor, y su cuerpo se tensó, listo para lanzarse a la acción, como unamáquina de muerte,un monstruo nacido de la oscuridad misma.

Carlos sintió terror al reconocer a la bestia mágica que estaba junto a Henry: una Mantis de Hierro Negro. Era una bestia de rango 3 y parecía estar en la octava etapa del mismo rango.

—Esto no puede estar sucediendo —murmuró Carlos para sí mismo, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de él. La lluvia caía con más fuerza, como si el cielo mismo llorara por el inminente desastre.

La Mantis de Hierro Negro se movió con agilidad, sus ojos multifacéticos brillando con una luz ominosa mientras observaba a los guardias con avidez. El aire vibraba con la energía oscura que emanaba del monstruo, y Carlos supo que estaban ante un enemigo formidable.

La atmósfera, que ya de por sí estaba impregnada con lagravedad del conflicto, ahora se volvía insoportable. Lapresencia de la Mantis de Hierro Negrose hacía más palpable con cada segundo que pasaba, como si la mismatierray elairetemieran a la criatura. Cada vibración en el suelo, cada ráfaga de viento que cruzaba el campo, parecía estar bajo el control de esabestia monstruosa. Laluz de la tormentacaía en ángulos extraños, iluminando los destellos de lasgarras afiladasde la mantis, como si la misma naturaleza temiera estar cerca de una criatura de tal magnitud.

Carlosobservaba con ojos desorbitados, viendo cómo lafigura oscura de Henryse mantenía tranquila, como si no estuviera presenciando la escena más aterradora de su vida. Carlos, un hombre que había enfrentado todo tipo de desafíos, sentía cómo sus fuerzas se desmoronaban ante elpoder abrumadorque emanaba de la mantis.

Sabía lo que eso significaba:Henry no solo había traído una bestia más, sino unadesgarradora y oscura aberraciónque parecía superar todas las demás en términos depoder destructivo.Carloshabía estudiado cada informe, cada detalle sobre losseres contractualesde Henry, pero este monstruo era algonunca antes visto. Las otras bestias eran poderosas, sin duda, perola Mantis de Hierro Negrono solo sobrepasaba a las demás, sino queemergía como una aberración de la naturaleza, como si fuera una de esasbestias del abismoque jamás deberían haber sido desatadas sobre la tierra.

Elmanáque se filtraba en el aire no solo se sentía diferente;era más denso, más corrosivo, impregnado de una fuerza primitiva que parecía envolverlo todo.Carlospodía sentir cómo esa energía cortante atravesaba su piel, se metía bajo su carne y atacaba sus nervios, como si estuviera presagiando unacatástrofe inminente.

"Esto no es solo un desafío… esto es una sentencia de muerte."

Carlos trató decalmar su respiración, pero latensión en el aireera insoportable. La bestia a su alrededor parecía estar hecha para desmembrar todo lo que tocara, yHenry, como su invocador, parecía disfrutar de ese poder inhumano, sabiendo perfectamente lo que su criatura estaba destinada a hacer. LaMantis de Hierro Negroavanzó un paso más, y en su movimiento,los ojos multifacéticosde la bestia captaron la luz de la tormenta, reflejando en ellos laluz de la desesperaciónde aquellos que esperaban su final.

La criatura se acercó lentamente a los guardias, cuyosrostros pálidosreflejaban la inevitabilidad de lo que estaba por suceder. Uno de ellos intentó, sin éxito, mover su espada, pero elbrillo ominosode la mantis hizo que su cuerpo se paralizara de terror.Las garras de la bestiase alzaron, como si preparara un ataque mortal, y lasilenciosa fatalidadse cernió sobre todos como una espada de Damocles.

Carlos se mantuvo firme, aunque ladesesperación lo envolvía, luchando con todas sus fuerzas porconcentrarse. Laextraordinaria fuerza del manáque rodeaba a la bestia lo había dejado sin energía, y los guardias apenas podían reaccionar. Cadasutil movimiento de la mantishacía que la atmósfera sesintiera más pesada, como si el propiouniversotemiera que, si la criatura atacaba, el equilibrio entre la vida y la muerte sería arrasado.

"Esto es más de lo que puedo soportar,"pensó Carlos, sin embargo, su mente no se daba por vencida. Labatalla no había terminado, al menos no por ahora. Pero sabía que solo un milagro podría salvarlos a todos.

La Mantis de Hierro Negroera un ser de unaferocidadypoderque desbordaba todas las expectativas, unasesino natocuya existencia desafiaba las leyes de la naturaleza. MientrasCarlosobservaba, sus pensamientos no podían evitar compararla con las otras bestias que Henry había invocado a lo largo de los años. Las tres anteriores eran sin duda temibles, peroninguna se acercabaa lamajestuosidad mortalde esta criatura.

Laprimer bestia, elÁguila del Extremo Polar, era famosa por suhabilidad en el manejo del hielo, un ser capaz de invocar elcero absoluto, un poder tan helado que podíacongelar hasta el tiempo mismo. Su poder era temido en las batallas a gran escala, capaz de detener ejércitos enteros con una ráfaga de frío glaciar. Sin embargo, la criatura que tenía frente a él, la Mantis de Hierro Negro, parecíadesterrar a cualquier otra bestiacon solo su presencia. El hielo dela Aguilaparecía algoinofensivoante la malicia pura que emanaba de este monstruo.

Luego estaba laDragón Emperador Venenoso, un descendiente deltemido Dragón de Komodo, preservado por lamadre primordialjunto a otras bestias prehistóricas como elTirano del Cretácico. Esta criatura, con su veneno mortal y su fuerza abrumadora, representaba un adversario formidable en su propio derecho. Sin embargo, aunque su veneno y su tamaño lo hacían temible, elinstinto de cazade la mantis, su agilidad y su podersuperaban todo eso.Henryno había traído a esta criatura como un simple enemigo más;la mantis estaba hecha para cazar, no solo para destruir.

Y finalmente, estaba laSerpiente de Roca Temporal, una bestia mágica que dominaba los elementos detierra y tiempo. Esta criatura era conocida por suhabilidad para manipular el flujo temporal, haciendo que las batallas se inclinaran a su favor de manera casiinvisible, atrapando a sus enemigos en un ciclo interminable detiempo distorsionado. Sin embargo, a pesar de la intrincada belleza de esta habilidad, laMantis de Hierro Negroera algomás primitivo y mortal. Era unacazaviviente, diseñada para ser eldepredador definitivo.

LaMantisno necesitaba trucos o manipulación del entorno; ellaera el entorno. Susgarras afiladaspodían destrozar piedra con facilidad, susojos multifacéticosbrillaban con una inteligencia despiadada, y sucarapachode hierro negro reflejaba la luz de la tormenta, creando un halo deterrora su alrededor. Cada movimiento de la bestia eraun asalto mortal, y su agilidad superaba cualquier expectativa, convirtiéndola en un adversario imparable.

Carlossentía elterror invadir su pecho. Sabía que Henry había invocado muchas bestias, pero laMantis de Hierro Negroera algoincomparable, algo más allá de todo lo que había enfrentado antes.La criatura estaba en la cima de la cadena alimenticia, undepredador primigeniocuyo único objetivo eracazarymatar. No había espacio para la esperanza en esta batalla.

"¿Qué puedo hacer ante algo como esto?"Pensó Carlos mientras su mente trataba de encontrar algunaestrategia, pero en lo profundo de su ser sabía queesta batalla ya estaba perdida. Elinstinto de supervivenciay lavoluntadde luchar por sus hijos lo mantenían firme, peroel poderde esta criatura parecía desafiar las leyes mismas de la existencia.

LaMantisavanzó, sucolosal figuraoscureciendo el campo de batalla,el aire pesadocon la amenaza de supróximo movimiento, y Carlos, aunque agotado, se mantuvo de pie, decidido a darlo todo parasalvar lo que quedaba de su familia.

La Mantis de Hierro Negrose movió con una velocidad aterradora, suslargas patas delanterascortando el aire como cuchillas afiladas. Cada paso que daba resonaba con un sonido metálico, como si elhierro de su cuerpochocara con la tierra misma, dejando una marca de desesperación en el aire.El brillo de sus ojos multifacéticoscentelleaba en la oscuridad, unaluz roja y penetranteque parecía devorar todo a su alrededor. El monstruo no necesitaba más que esa mirada para que losguardias de Carlossintieran el peso de la muerte acechando cada uno de sus movimientos.

Carlos, observando con horror,sentía cómo el pánicose apoderaba de su pecho. Nunca pensó que tendría que enfrentarse a una criatura de tal magnitud.La Mantis de Hierro Negroera una de las bestias más temidas en todo el mundo, unacosa de pesadillacreada por la magia más oscura.Con su exoesqueleto negro, casi imperceptible en la penumbra de la tormenta, el monstruo parecía más una sombra que una criatura, como sila oscuridad mismase hubiera materializado para devorarlos.

La bestia se acercó lentamente,sus movimientos eran imponentes, pero no apresurados. Cada uno de sus pasos reflejaba laseguridad de su poder, sabiendo que no necesitaba apresurarse.Las patas traseras de la mantisse movían con la gracia de un depredador, pero lo que más aterraba a Carlos eran susmandíbulas curvadas, que se cerraban con uncrujido metálicoal ritmo de la tormenta, como si esperara el momento adecuado para devorar a su presa.

El venenoque emanaba de su cuerpo se sentía en el aire, denso, viscoso, como una presencia intangible que se infiltraba en los pulmones de quienes se atrevían a respirar cerca.Carlos sabía que la fuerza de la Mantis de Hierro Negro no residía solo en su enorme tamaño, sino en su capacidad para aniquilar con precisión, dejando solodespojos de sus víctimas.

En la distancia, el sonido de la tormenta se mezclaba con losgritos de los hombresque intentaban reagruparse, pero sabían que nada los salvaría ahora. El aura de desesperación que emitía la criatura era inconfundible.Con cada movimiento, la Mantis no solo avanzaba en el campo de batalla, sino queconstruía una atmósfera de muertea su alrededor.

Carlos, desesperado, sentía como si la tierra misma se estuviera desmoronando bajo sus pies. Sabía que la criatura estabamás allá de cualquier capacidad humanapara detenerla. Lasarmas de los guardiaseran inútiles, los hechizos que podrían haber utilizado se desvanecían ante el aura oscura de la bestia. Era solo cuestión de tiempo para que la Mantis de Hierro Negro se lanzara sobre ellos.

"No puedo dejar que esto termine así,"pensó Carlos, sintiendo que el suelo bajo sus pies temblaba. Laimponente figura de Henryobservaba desde su lugar, sabiendo que el espectáculo estaba por comenzar.La sombra de la Mantisse alzaba aún más grande a medida que avanzaba, sus ojos centelleando con unasangre fríaque auguraba un final inminente para todos los que osaran desafiarla.

Latormentacontinuaba su furia, unamarea de agua y vientoque parecía reflejar la batalla interna de Carlos. La sensación deinevitabilidaden el aire se intensificaba, como si todo estuviera fuera de su control.Henrymantenía su postura desafiante, su sonrisa cruel al ver cómo ladesesperaciónse apoderaba de su oponente, deCarlos.

Tus esfuerzos son inútiles—dijo Henry, con una frialdad casi humana, mientras sus ojos brillaban con una malicia que congelaba el alma. —Estesacrificio es inevitable, y lo sabes.

Carlos sintió cada palabra como ungolpe físico, un recordatorio doloroso de lo que estaba por venir. Lapresenciade la Mantis de Hierro Negro a su lado, suinmenso tamaño,su agilidad aterradora, lo dejaba sin opciones. Pero su corazón no se rendía.La desesperaciónpodía ahogar su cuerpo, perosu voluntadno moriría tan fácilmente.

"No puedo dejar que termine así... ¡No lo haré!"El pensamiento se repetía en su mente, unafuerzaque lo mantenía erguido. Sabía que cada segundo que pasaba era una oportunidad menos, perono podía darse por vencido. Si lamuertehabía marcado el futuro de su familia,élse encargaría de dar la última pelea.

A lo lejos,la figura de sus hijosheridos lo mantenía con vida, como un faro en medio de la oscuridad. El sacrificio de Bernardo resonaba en su pecho, cada resquicio de su dolor como un eco imparable, perono era el final, no podía serlo.

La lucha no solo era por sus hijos. El destino del mundo, de la humanidad, detodo lo que amaba, pendía de un hilo frágil.Carloslo sabía, y laresoluciónlo consumía.La esperanzaseguía viva, en su alma y en sus pensamientos, como una llama que nunca se apaga.

El aire estaba cargado detensión, y laMantisobservaba con sus ojos multifacéticos, disfrutando del sufrimiento humano. Sucuerpo temblabadeansiedad, susgarras afiladaslistas para destrozar cualquier obstáculo en su camino. Carlos lo sentía en su carne, cada segundo más cerca del abismo.

¡Aún hay tiempo!—gritó, buscandovalentíaen medio de la tormenta, su voz quebrada pero llena de furia.¡No lo permitiré!

Lalluviacayó más fuerte aún, como si el cielo desbordara sus propiossentimientos de condenahacia la tierra. Pero Carlosno retrocedió. Al menos en ese momento,éldecidiría elfinalde esta historia.

El aire estaba denso, cargado de unatensión palpableque parecía estar a punto de estallar en cualquier momento. Cada gota delluviaque caía sobre el suelo era un recordatorio de queel tiempo se agotaba, que cadainstante que pasabaloshijos de Carlosse acercaban más a la muerte.Henry, con una sonrisa de superioridad, se mantenía impasible ante la angustia que se reflejaba en el rostro de su enemigo. Ladesesperaciónde Carlos solo alimentaba sumaldad.

Tus esfuerzos son inútiles—dijo Henry, su voz tan fría como el hielo, cortante como un cuchillo, como si ya viera el futuro del hombre frente a él escrito consangre.

Cada palabra de Henry era unasentencia, ungolpe directoal corazón de Carlos, que sentía elpeso del destinooprimirlo cada vez más.La luchano solo era por sus hijos, sino por elfuturo de su familia.Cada respiraciónde Carlos, cada latido de su corazón, resonaba con el eco de laesperanzaque todavía se negaba a morir.

La desesperación se apoderaba de él; no solo veía el sufrimiento de sus hijos, también sentía cómo laoscuridadde Henry comenzaba a envolver todo lo que amaba. Pero a pesar de la tormenta que lo rodeaba, Carlos no podía rendirse.La lucha por el futuroestaba al alcance de su mano, y sufuerza interiorse intensificaba.

Elruido de la lluviase mezclaba con los ecos de la batalla, creando una atmósfera pesada, en la que cada segundo que pasaba era crucial. Loshijos de Carlosestaban al borde de la muerte, y el sacrificio deBernardoaún retumbaba en su mente,pero Carlosno podía dejar que ese sacrificio fuera en vano. Tenía que luchar por ellos, por sufamilia, por lahumanidad misma.

¡No puedo perderlos!—gritó Carlos con todo su ser, su voz rasgada por la desesperación, pero llena de una determinación feroz.

El tiempo parecía haberse detenido por un segundo.Henryobservaba con diversión cómo Carlos se tambaleaba entre elmiedoy laresolución, pero algo en los ojos del padre hizo que su sonrisa se desvaneciera.Carlos no estaba dispuesto a rendirse. Laesperanzaaún ardía en su corazón, como una llama que no se apagaría fácilmente.

El destino podía estar escrito, pero Carlos estaba dispuesto apelear por él. A pesar de la oscuridad que lo rodeaba, a pesar de los monstruos que se alzaban ante él, lavoluntad de un padreno podía ser ignorada.Nada podría detenerlo ahora.

Elaire se volvió pesado, cargado de una presión opresiva mientras lamantisde hierro negro se deslizaba, suslargas patasrozando el suelo con una elegancia mortal.Henryobservaba con una sonrisa fría, saboreando ladesesperaciónen los ojos de Carlos y de sus hombres. Cada movimiento de la bestia era un recordatorio de queel sacrificioestaba a punto de suceder, y todos los presentes serían solopeonesen el juego macabro de su poder.

Carlos sintió que elpánicolo invadía momentáneamente, pero algo en su interior se rebeló contra esasensación de impotencia.Las sombras del miedocomenzaban a disiparse, dando paso a lafiera determinaciónque había nacido en él al ver laagónica situaciónde sus hijos. Sabía que este no era el momento para rendirse; cada segundo que pasabasu familia estaba más cerca del abismo, yno podía permitir que eso sucediera.

A pesar de la amenaza palpable de labestia, que ahora estaba a escasos metros de él, y de laoscura presenciade Henry,Carlos comenzó a concentrar su energía. Su corazón latía con fuerza, bombeandoadrenalinaa través de sus venas. El miedo aún lo acechaba, pero lavoluntad de salvar a sus hijoslo empujaba hacia adelante, hacia lalucha, hacia laesperanzaque aún albergaba en su pecho.

No permitiré que esto suceda—murmuró con voz firme, mientras sus manos comenzaban a emitir unaluz tenue, un destello débil que crecía a medida que concentraba todo sumaná. Sabía que debía ser rápido; lamantisno tardaría mucho en atacar.

Henry no pareció preocupado.El disfrute en su rostroera palpable mientras observaba cómo eldesesperode Carlos se transformaba enresolución. Lamuerte de los suyosya estaba asegurada en su mente, y ahora solo quedaba esperar a que elpoder de su bestiaaniquilara todo a su alrededor.

Es inútil, Carlos—dijo Henry con voz suave, casi como una burla—.Nada puede detener lo inevitable.

Pero Carlos ya no lo escuchaba.Cada célula de su sergritaba poractuar, porluchar, por hacer lo que fuera necesario para proteger a sus hijos. Labestiaestaba cerca,Henryestaba cerca, pero en ese momento, algo dentro de él despertó, y lafuerza internaque había ignorado por tanto tiempo comenzó afluir con furia.

Con un rugido que resonó en su pecho,Carlos lanzó el primer ataque, sumanáardiendo con una intensidad renovada. Lalluviaparecía detenerse por un segundo, como si el mundo en torno a él también estuviera conteniendo la respiración. Labestia, al igual que Henry, se preparaba para la ofensiva. PeroCarlos no estaba dispuesto a perder. La batalla por el futuro de su familia no había hecho más que comenzar.

—Todos los aquí presentes serán sacrificados en su nombre —dijo Henry con desdén, disfrutando del pánico que emanaba de su suegro y de sus hombres, los cuales estaban horrorizados.

La atmósfera se volvió aún más densa, como si el mismo cielo estuviera presagiando la carnicería que estaba por desatarse. Lalluviagolpeaba con furia sobre el campo de batalla, aumentando la sensación de desesperanza en el aire. Lamantis de hierro negrose mantenía en su posición, susojos multifacéticosreflejando una intensidad mortal, como si esperara la orden para consumir a todos los presentes con su furia desmedida. Cada uno de sus movimientos hacía retumbar el suelo, y suaura oscuraera palpable, como una sombra que se cernía sobre todo.

Carlos sintió sucorazón acelerado, y por un instante, todo se detuvo en su mente. La orden deHenryllegó como un golpe brutal en su pecho, helando su sangre. Lamirada fríadel hombre estaba fija en él, sin rastro de emoción alguna. Lamantis, observando su objetivo, se preparaba para actuar, y Carlos sabía que su vida, y la de sus hijos, pendían de un hilo.

Córtale las extremidades—las palabras de Henry fueron como unsentencia de muerte, y aunque la voz de Henry era tranquila,su fuerzadetrás de ellas era imparable. Labestiase agitó, como si entendiera perfectamente el alcance de la orden.

Carlos, viendo que el tiempo se desvanecía rápidamente, comenzó a reunir todo elmanáque podía. Losnerviosrecorrían su cuerpo, pero ladeterminaciónlo mantenía firme.No podría rendirse. No lo haría. No mientras sus hijos, su familia, estuvieran en juego. Lalluvia caía más fuerte, como si el mundo entero tratara de ahogar la desesperación en sus venas, pero Carlos luchaba por mantenerse enfocado.

Lamantis, por su parte, se adelantó con una rapidez sobrehumana, sus enormes patas extendiéndose hacia Carlos,destellos de violenciaen su mirada. En ese instante, el aire se volvió denso y lapresencia de muertese hizo insoportable.El destino de todospendía de un solo movimiento, y Carlos tenía quetomar la decisión correcta.

No voy a dejar que esto termine así—murmuró, sus dientes apretados con fuerza. Lalluviano era lo único que caía del cielo, ya que las gotas parecían ser el preludio de un desastre aún mayor.

A lo lejos, losgritosde los demás hombres de Carlos comenzaron a disiparse en el ruido de la tormenta, pero la verdadera batalla apenas comenzaba. Lamantisde hierro negro estaba a punto de ejecutarla, y Carlos sabía que si noactuaba ahora, sus hijos y él no sobrevivirían a la pesadilla desatada por Henry.

La mantis, que un segundo antes estaba al lado de Henry, desapareció en una sombra. Milésimas después, a espaldas de Carlos, un tono azul medio brilló por todo su cuerpo.

Esa luz representaba su mayor defensa como usuario del rayo: las diversas capas de escudos de maná. Sin embargo, esos escudos se desmoronaron como piezas del cristal más frágil. Los escudos que había construido para resistir los ataques de Henry con su habilidad A fueron rotos en un instante.

Cuando los diversos escudos se fragmentaron, Carlos sintió un terror profundo¿.

La atmósfera se llenó de desesperación. Carlos sintió que el peso de la muerte se cernía sobre él, su mente trató de aferrarse a cualquier esperanza, pero la fría realidad le golpeó con la brutalidad de un rayo. Los escudos de maná que había construido con esfuerzo y dedicación, los mismos que le habían mantenido con vida en innumerables batallas, se desmoronaron con una facilidad aterradora. No importaba cuán fuerte fuera su voluntad, no podía detener lo inevitable.

La mantis, cuya presencia había sido casi etérea, ahora se materializó como un monstruo de pesadilla a sus espaldas. La bestia se movía con tal agilidad que parecía desafiar las leyes de la física, su cuerpo alargado y las afiladas extremidades listadas con líneas de energía pura brillaban de forma amenazante.

El rayo azul que había iluminado su cuerpo ya no ofrecía refugio, y la muerte se acercaba con pasos silenciosos pero seguros. Carlos podía escuchar la vibración de los mandíbulas de la mantis, deseando desgarrarlo, sentir la calidez de su sangre mientras la carne se desgarraba bajo su fuerza imparable.

Carlos intentó reaccionar, pero sus piernas parecían no responder. El miedo lo paralizaba, el terror se filtraba en cada rincón de su ser."Muerte,"pensó con desesperación, la palabra resonando en su cabeza como una sentencia.

La mantis avanzaba, su sombra envolviendo a Carlos, y él no podía evitar preguntarse si realmente tendría una oportunidad de sobrevivir a esta pesadilla.

La Mantis de Hierro Negro avanzó en un destello de oscuridad y velocidad. Carlos apenas tuvo tiempo de girar antes de sentir el pesado aire desplazado por el brutal movimiento de la bestia. Las patas, afiladas como cuchillas, cortaron el viento, reflejando la luz en destellos metálicos, y sus ojos multifacéticos brillaban con una hambre fría y letal.

Carlos, aún con los restos de sus escudos desmoronados a su alrededor, apenas tuvo tiempo de reaccionar."¡No!"gritó, levantando las manos con la esperanza de bloquear el golpe fatal, pero sabía que su destino ya estaba sellado.

La Mantis saltó hacia él con una rapidez indescriptible. El aire se comprimió a su alrededor mientras sus enormes patas se hundían en el suelo con un estrépito. Con una precisión mortal, la bestia extendió sus garras hacia el torso de Carlos, su fuerza era un torrente imparable. El acero de sus patas atravesó el aire con un chillido ensordecedor, y una ráfaga de viento acompañó su embestida, haciendo que Carlos retrocediera con la sensación de estar atrapado entre las sombras de la muerte.

El dolor fue inmediato. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras las garras de la mantis cortaban a través de su defensa con una facilidad aterradora. La piel se desgarró como si fuera tela, dejando profundas marcas rojas que brotaron sangre a borbotones. Carlos tambaleó, el suelo se volvió inestable bajo sus pies, y su respiración se aceleró al borde de la desesperación.

Pero la mantis no se detuvo. Un giro brutal de su cuerpo y la bestia volvió a atacar, esta vez buscando cortar sus extremidades. El terror llenó la mente de Carlos mientras la visión se le nublaba por el dolor, pero en lo más profundo de su ser, sabía que no podía rendirse, no aún.

Henry observaba la escena con una calma aterradora, disfrutando cada segundo de la desesperación que emanaba de su suegro."Cada sacrificio tiene su precio,"pensó mientras los rugidos de su criatura resonaban, saboreando la inevitabilidad de la caída de Carlos.

La atmósfera se llenó de un silencio sepulcral, roto únicamente por el sonido de la lluvia que golpeaba la tierra empapada.Carlos, con su pierna destrozada y la sensación de su fuerza desvaneciéndose, miraba fijamente a la Mantis de Hierro Negro.La bestiaparecía disfrutar del sufrimiento que causaba, su cuerpo destellando con una siniestra belleza, como un monstruo forjado en las sombras.

El grito de Carlos resonó en el aire, desesperado, pero la respuesta fue cruel. La garra de la mantis descendió con una precisión letal, alcanzando su brazo en un corte limpio que arrancó la extremidad de un solo golpe. La sangre brotó en un chorro espeso, tiñendo el suelo mientras el dolor atravesaba cada fibra de su ser. La sensación de frío lo invadió, su visión se desdibujó mientras caía de rodillas, el maná que había estado acumulando para defenderse se desmoronaba en una frágil niebla ante la imparable furia de la bestia.

¡No!—gritó, su voz quebrándose mientras veía su brazo caer al suelo. La pérdida de sangre era brutal, y el caos en su entorno no hacía más que incrementar la angustia. Los gritos de sus guardias, que intentaban reaccionar ante la feroz embestida de la mantis, se mezclaban con el sonido del viento, creando una sinfonía de desesperación.

Pero la desesperación no podía ser el final.Carlosapretó los dientes, sintiendo cómo la fuerza de voluntad, aquella que siempre había mantenido oculta, comenzaba a surgir.La luchaaún no había terminado. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad, buscando en el rincón más oscuro de su ser algún recurso que pudiera usar para cambiar el curso de la batalla. El sacrificio no era una opción.

"Mis hijos... no..."Pensó con furia renovada, observando cómo sus soldados luchaban por contener el pánico que amenazaba con desbordar todo el campo. La lucha apenas comenzaba, pero cada segundo que pasaba, la sombra de la muerte se acercaba con más fuerza."No me rendiré... no los dejaré."

Con un esfuerzo titánico,Carloslevantó la mirada, su rostro bañándose en sudor y sangre, pero su determinación más fuerte que nunca. El campo de batalla, teñido por la desesperación, parecía un lienzo de horror, pero en los ojos deCarlos, la chispa de esperanza aún brillaba con fuerza. La vida de su familia dependía de ello, y en sus venas corría la última fuerza que necesitaba para desafiar al destino.

La violencia del impacto hizo queCarlossintiera como si el mundo entero se desmoronara a su alrededor. Su cuerpo, destrozado por la furia de la Mantis de Hierro Negro, se hundió en el barro, cubierto por la lluvia y la sangre que brotaba de su brazo amputado. Cada centella de dolor, cada estremecimiento de su ser, le recordaba lo cerca que estaba de la muerte.

LaMantis, imponente y macabra, permaneció allí, su silueta oscura bajo la tormenta, aguardando una señal. Pero el monstruo no se apresuró, no necesitaba hacerlo. Sabía que la derrota deCarlosera inevitable, y su hambre por la sangre del hombre era insaciable.

Conel último aliento de esperanza,Carlosintentó levantar su mirada, su respiración entrecortada y su corazón palpitando con fuerza en su pecho. Lasensación de fatalidadlo aplastaba como una montaña, el peso de la muerte acechando cada segundo que pasaba. Los ecos de su grito resonaron en sus oídos, perola sombra del destinoparecía más oscura y profunda, como una manta que se deslizaba hacia él.

"No… no puedo... dejar que termine así..."pensó, apretando los dientes con una rabia que surgió desde lo más profundo de su ser. La desesperación lo invadió momentáneamente, pero lafuerza internaque siempre había albergado en su pecho volvió a encenderse como una chispa en medio de la tormenta.No podía rendirse. La vida de su familia, el futuro de sus hijos, todo lo que amaba estaba en juego.

Los recuerdos de sus hijos, de su familia, vinieron a su mente en una oleada de desesperación."Debo resistir... por ellos."Su resolución, a pesar de la oscuridad que se cernía sobre él, le dio el último respiro de fuerza. Pero la Mantis ya estaba demasiado cerca. La distancia entre vida y muerte se reducía a un solo segundo. La bestia se detuvo, sus ojos, como dos orbes de desesperación, lo miraban fijamente. Era como si estuviera juzgando su destino.

Un sonido casi imperceptible salió de las fauces de la criatura. Un siseo bajo, casi imperceptible, pero suficiente para helar la sangre de cualquiera que lo escuchara. Con un movimiento que desafió la comprensión humana, las patas de la Mantis se elevaron, listas para golpear con una precisión letal. Carlos cerró los ojos, preparando su cuerpo para lo inevitable.

La Mantis de Hierro Negro se lanzó hacia él con una velocidad tan fulminante que el aire mismo pareció comprimirse bajo su peso.Carlosapenas tuvo tiempo de reaccionar; todo su ser se llenó de un pánico indescriptible mientras la bestia se abalanzaba con una fuerza que haría temblar a cualquier ser vivo. En ese breve instante, el mundo se detuvo. El rugido del viento, el golpe constante de la lluvia contra el suelo, e incluso el latido frenético de su propio corazón, resonaban con una intensidad aterradora en sus oídos.

El impacto fue inminente, y la bestia no mostró piedad. Con un chasquido brutal, las patas de la mantis rasgaron el aire como cuchillas afiladas, dirigidas directamente a su cuerpo. Carlos sintió la presión del viento, el estruendo que lo precedía y, en ese segundo suspendido en el tiempo, el terror se apoderó de él."No… no voy a morir aquí."Pensó, su mente luchando por encontrar un resquicio de esperanza en medio de la oscuridad.

El maná que había reunido se desintegró en una fracción de segundo, como si fuera nada ante el poder de la criatura. En su mente, un grito de desesperación se alzó, pero su cuerpo, congelado por el miedo, no pudo moverse. Sabía que estaba al borde de la muerte, pero no podía rendirse. No podía permitir que todo terminara allí, no mientras sus hijos, su familia, aún dependieran de él.

La Mantis, como una sombra impía, se acercaba con una precisión aterradora. Cada paso de la criatura era un eco de la condena que se avecinaba. El suelo temblaba bajo el peso de su avance, y la lluvia que caía sobre ellos parecía espesa, como si todo estuviera siendo absorbido por la gravedad del destino.

Pero, en el último segundo, cuando todo parecía perdido, un destello de luz, más fuerte que la oscuridad misma, surgió de su interior. La luz del rayo, la última reserva de su poder, iluminó la escena en un resplandor cegador. Con un rugido desafiante, Carlos extendió sus manos, canalizando lo que le quedaba de energía."¡No! ¡Esto no es el final!"gritó en su mente, mientras el escudo de maná se formaba de nuevo, más frágil, pero decidido a resistir la embestida final de la Mantis.

El escudo de maná brilló con una intensidad cegadora, pero antes de que pudiera resistir el embate de laMantis de Hierro Negro, las afiladas extremidades de la criatura lo atravesaron como si fuera papel. El sonido del impacto fue ensordecedor, una mezcla de ruptura y fricción que resonó en los oídos deCarloscon una violencia abrumadora. Su defensa, que había sido su última esperanza, se desintegró al contacto, dejando su cuerpo expuesto ante la furia de la bestia.

La lluvia, que había caído durante toda la batalla, ahora parecía estar desatada, aumentando su intensidad en cada segundo. El agua se mezclaba con las lágrimas que brotaban de los ojos deCarlos, como si el mismo cielo compartiera su dolor y desesperación. Cada gota que caía sobre su rostro era una condena silenciosa, un recordatorio cruel de lo que estaba a punto de suceder.

Carlosno podía creerlo. Había luchado con todo lo que tenía, había sacrificado todo por su familia, pero en ese momento, frente a él, la muerte era una certeza inminente. Con el último aliento de su voluntad,Carlosgritó:

¡No!—El grito salió de su garganta, pero esta vez, no era un grito de desafío. Era un grito ahogado por la desesperación, una rendición silenciosa ante lo inevitable.

LaMantisavanzó, yCarlossintió la presión de las extremidades de la bestia acercándose a su cuerpo. La sensación de impotencia lo embargó por completo. Sus fuerzas se desvanecían y el maná se disipaba, dejándolo completamente vulnerable. La oscuridad se cernía sobre él, como una sombra que nunca podría escapar.

El mundo a su alrededor se desvaneció en una explosión de luz y dolor, como si el universo entero estuviera colapsando en un solo instante.Carlossintió la agonía atravesar cada fibra de su ser mientras laMantis de Hierro Negrose acercaba implacable, sus extremidades afiladas brillando con una amenaza mortal. La fuerza del golpe estaba por llegar, y su cuerpo ya no respondía. Cada músculo parecía paralizado, incapaz de moverse o resistir lo que se avecinaba.

En ese preciso momento,Carloscomprendió algo que nunca antes había entendido tan profundamente. No solo luchaba por su propia vida, sino por el futuro de todo lo que amaba. Las imágenes de su familia, de sus hijos, pasaron por su mente en un torrente de pensamientos desesperados. No podía permitir que esta monstruosidad acabara con todo lo que había protegido durante toda su vida.

Lasombra del sacrificiose cernía sobre él como una amenaza inevitable, como una oscuridad que no podía evitar. Las palabras deHenryresonaban en sus oídos, recordándole la cruel misión de laMantis de Hierro Negro: destruir todo lo que se interpusiera en su camino. El sacrificio queCarlostemía tanto no era solo el suyo; el destino de su familia, de su gente, estaba en juego. Su vida se estaba desmoronando frente a él, pero la voluntad de proteger a los suyos aún brillaba con fuerza.

La lluvia caía con más fuerza, como si eluniverso mismollorara por la tragedia inminente, por la injusticia que estaba a punto de suceder. Cada gota que tocaba su piel era como un recordatorio de la impotencia del momento, pero también del amor que aún luchaba por mantenerse vivo en su corazón.

La lucha apenas comenzaba, peroCarlossabía que debía encontrar una manera de revertir el destino antes de que fuera demasiado tarde. Aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso, su mente seguía luchando, buscando una salida, una esperanza en medio de la oscuridad. Cada segundo que pasaba parecía un siglo, y la sensación de estar atrapado en una red invisible lo consumía. Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia ardía con fuerza.No podía rendirse.

Carlosintentó huir, pero el tiempo se desvaneció como arena entre sus dedos. En ese instante, comprendió la magnitud de su error: jamás imaginó queHenrysería capaz de ordenar tal brutalidad. El caos lo envolvía, pero su cuerpo no respondía. Cada fibra de su ser quería moverse, escapar, hacer algo, pero laMantis de Hierro Negroera imparable.Carlosnunca imaginó que el hombre al que había llamado su yerno pudiera ser tan despiadado. La orden deHenryhabía sido clara: destruir, mutilar, destruir todo lo que quedaba de él.

Los guardias, que hasta ese momento parecían estar sumidos en una confusión mortal, finalmente reaccionaron, pero demasiado tarde. Al escuchar el sonido de las extremidadescaer al piso, un silencio mortal se apoderó del campo de batalla. Los ojos de los hombres se abrieron con horror al ver lo que había sucedido, pero su parálisis los dejó atrapados en un mar de impotencia. Nadie pudo hacer nada.Carlosno entendía por qué se sentía tan impotente. Se debatía entre el dolor físico y el terror psicológico.

Lamantismovió susextremidades superiorescon una precisión macabra, lanzando losbrazos y piernasdeCarloshaciaHenry. La imagen era grotesca, como un espectáculo macabro en el que las partes de su propio cuerpo volaban por el aire, pero ni siquiera la agonía le dio tiempo para reflexionar.Henry, con una sonrisa fría y calculada, levantó la mano y, con un gesto siniestro,exprimió la sangre de las extremidadescomo si fuera el jugo de una fruta madura. La escena era tan brutal que el eco del horror se extendió en el aire, mientras la vida deCarlosse desvanecía a cada segundo.

El campo de batalla se tornó aún más macabro, los guardias, atónitos, miraban como espectadores de una tragedia que no entendían. Sin embargo, la desesperación no les dio tiempo para lamentar lo que veían; laMantiscontinuó su ataque, y la sombra de lamuerteparecía cubrir todo a su alrededor. Lasangreen el aire fue como un recordatorio de que no había piedad en este lugar. Cada vida en ese campo parecía estar a merced de un destino cruel e implacable, yCarlos, atrapado en su propia impotencia, aún intentaba aferrarse a la esperanza, aunque sabía que estaba al borde del final.

Elmiedoera palpable en el aire. En los rostros de losguardias, un terror profundo y puro se reflejaba, congelado en el tiempo. Sus ojos, vidriosos y aterrados, observaban cómo el horror se desataba a su alrededor, sabiendo que ya no había forma de escapar. Las sombras de lamuertese alzaban sobre ellos, y en ese instante, el sonido del viento y la lluvia parecía callarse en señal de respeto por la tragedia que estaba por ocurrir.

Es hora de decir adiós, basuras—la voz deHenrycortó el aire como un cuchillo. La frialdad de sus palabras era una sentencia de muerte, una sentencia que resonaba en las almas de los que quedaban con vida. En sus ojos brillaba la satisfacción de la crueldad cumplida, mientras observaba a los tres sobrevivientes.

Poco a poco, laMantis de Hierro Negrose retiró, su trabajo concluido, dejando a los cuerpos destrozados en su camino. Los tres hombres restantes eran unavisión grotescade lo que una vez fueron.Ryan, quien había sido el primero en caer, ya estaba casi reducido acenizas, su cuerpo desintegrado por el poder destructivo de la bestia. Su rostro, o lo que quedaba de él, era solo una masa ennegrecida, sin rasgos reconocibles.

Augustono estaba mejor.Un 30% de su cabezahabía sido arrancada, y lasextremidades de su cuerpoya no existían, como si laMantislo hubiera despojado de todo lo que lo hacía humano. Sus ojos, perdidos en la inmensidad de su sufrimiento, se mantenían abiertos por pura fuerza de voluntad, pero el miedo en ellos era inconfundible.

Patrick, el más afortunado, si es que se podía llamar así a alguien que aún respiraba, había quedado reducido a unlisiado. Sus piernas y brazos habían sido pulverizados, su cuerpo marcado por cicatrices profundas que lo hacían parecer más una sombra de lo que alguna vez fue que un ser humano. La desesperación en su rostro era palpable, pero su voluntad de seguir con vida aún lo mantenía consciente, aunque casi incapaz de moverse.

Finalmente, estabaCarlos.Solo un torso con una cabeza, una visión macabra de la brutalidad que Henry había orquestado. La lluvia, mezclada con lasangrey el sudor, caía sobre él como una condena implacable. Aunque su cuerpo ya no respondía, su mente seguía viva, aferrándose a los recuerdos, a la lucha por su familia, a la esperanza de que algo, en algún rincón de ese infierno, podría salvarlos. Pero, a medida que sus ojos se cerraban, se dio cuenta de lo que todos ya sabían: no había salvación. Solo había unasombraque se cernía sobre ellos,la muerteque los rodeaba.

YHenry, observando su obra con una calma inquietante, no parecía tener la menor duda de lo que había hecho.

Lalluviacaía sin cesar, como si el mundo entero estuviera derramando suslágrimaspor la tragedia que se desataba. Lasangreque manchaba la camisa deHenryse mezclaba con las gotas de agua, creando un caos visual que reflejaba ladesesperacióny eldesgarrode aquel momento. Sudecisiónestaba tomada, y en ese acto, sellaría su destino y el de todos los presentes.

Que este sea el único acto bondadoso que tenga hacia Bernardo—dijoHenry, su voz fría como el hielo, pero con un destello de algo más profundo en sus ojos. Lapromesaque hizo no era más que unafarsa; un intento por dar una apariencia de humanidad en medio de la brutalidad que acababa de desatar. Sus palabras no eran más que un eco vacío, una burla al sufrimiento ajeno.

Con un gesto imprevisto,Henrylevantó su mano y, sin vacilar, se la cortó con unaprecisión mortal. Lasangrebrotó de su muñeca, salpicando su rostro y empapando aún más la camisa que ya estaba impregnada de la vida que había sido arrancada de sus víctimas. El dolor le recorrió el cuerpo, pero no mostró signos de debilidad. Era un sacrificio que aceptaba como parte de sucamino oscuro, un precio que estaba dispuesto a pagar por lo que estaba por hacer.

Desgarró su camisacon un solo movimiento, dejando que la tela rasgada cayera al suelo en unaexplosión de sangreydesesperación. El sonido de la tela desgarrándose era como un preludio a lo que vendría.Henryno sentía arrepentimiento. No para él, no para su causa.

Con lamano cortada, susdedoscomenzaron a formar una extrañamarcaen el espacio sobre su pecho. Unsímboloque no era visible para todos, pero que susojossabían de memoria. Sumanácomenzó a arder con una intensidad peligrosa, llenando el aire con unapresencia palpableque parecía aplastar el ambiente a su alrededor. Laenergíaoscura recorría su cuerpo, iluminando su rostro con una expresión de absolutadeterminación.

El dolor le atravesaba el cuerpo, pero paraHenry, ese dolor no era más que unapruebade sucompromiso. Era el sacrificio que había elegido para alcanzar suspropósitos oscuros. Este acto, lamarcaque estaba formando, no solo sellaba sujuramento, sino que también lo conectaba con algo mucho mayor y más aterrador.

Con la marca finalizada, el aire parecía tensarse aún más, como si eluniversomismo hubiera respondido a su llamada. En esemomento,Henryno era solo un hombre; era una fuerza desatada, una sombra con la que no se debía jugar. Lamuertey ladestrucciónhabían dejado de ser conceptos para él. Ahora, era lo que los otros veían al final de su camino.

Lasombra del sacrificiose cernía sobre todos ellos, peroHenryla abrazaba con una calma fría. No había marcha atrás.

Laatmósferase volvió aún más opresiva, pesada como unamanta negraque sofocaba el aliento. Cada gota de lluvia que caía parecía más densa, como si elcielo mismollorara por lo que estaba a punto de suceder. El aire se cargaba de una sensación palpable defatalidad, como si el destino hubiera sellado su veredicto y no quedara espacio para laesperanza. Latragediaya no era una posibilidad; era unacertezaque se cernía sobre todos ellos, imparable.

Losguardias, paralizados por lavisiónde la escena ante ellos, apenas podían procesar lo que veían. Su mente estaba en un estado deshock; sus cuerpos, rígidos, incapaces de reaccionar. Solo podían ser testigos de laoscuridadque se desataba. Laviolenciay lamuerteeran inminentes, y ellos se hallaban atrapados en laespiralque Henry había desatado.

En medio de latormentay elcaos, Carlos sintió que elterrorlo invadía, cubriéndolo como una segunda piel. Su voz salióroncay temblorosa, como si su propiaalmaestuviera siendo arrastrada hacia el abismo.

No...—susurróCarlos, las palabras apenas saliendo de su garganta.El terrorlo consumía mientrasobservaba los ojosde Henry, reflejo de unadeterminación inquebrantable. Sabía lo que eso significaba. No era solo su vida la que estaba en juego, sino la de sufamilia, suhija, sufuturo. Ellegadoque habían luchado por construir estaba siendo destruido ante sus ojos, como uncastillo de arenaarrasado por una marea imparable.

Henry, sin perder sufrialdad, levantó sumano ensangrentadahacia elcielo, y el aire vibró con unpoder oscuroque parecía sacudir lasmismas entrañas del mundo. Sumarca, aquella que había sellado con supropio sacrificio, comenzó abrillarintensamente, como si todo su ser estuviera siendoconsumidopor unaenergía primitiva. Un resplandor profundo y siniestro emana de su pecho, expandiéndose enondasque alteraban laestructura misma de la realidad.

Elcampo de batallase llenó de unaneblina ominosa, como una capa desombraque envolvía todo a su alrededor, oscureciendo laluz, apagando laesperanzade cualquier resistencia. Laenergíaoscura de Henry se sentía como unapresencia tangible, como si elmismo aireestuviera empapado enmalicia.

Carlos no podía respirar. Podía sentir sucorazón aceleradomientras la desesperación lo envolvía. Sabía que ya no había marcha atrás. El sacrificio de Henry no solo los había marcado comovíctimas, sino que había abierto unapuertaa algo mucho más aterrador.La muerteno era solo un destino; era ahora laúnicarealidad que podían esperar.

Laneblina oscuralos rodeaba, y Carlos, con su último aliento de resistencia, sintió cómo elfuturoque había soñado se desmoronaba como unatorre de cristalbajo el peso de undestino irreversible.Todoestaba perdido.

Que la sangre de los sacrificios fortalezca mi juramento—declaróHenrycon vozpoderosa, cargada de unaintensidadque hacía que el aire mismo pareciera vibrar. Sumandatoresonaba con lafuerza de un decreto inquebrantable, como si cada palabra estuviera sellada conmaldiciónycondena. LaMantis de Hierro Negro, su imponente y terrible bestia, se erguía a su lado, sucuerpocubierto dellamas oscurasbajo la tormenta, lista para cumplir la orden con unaprecisión mortal.

Carlos, elterroren sus ojos, sintió cómo cada pedazo de su humanidad se desmoronaba al escuchar esas palabras.La desesperaciónse apoderó de él, invadiéndolo por completo. El pánico se transformaba en algo mucho peor: unasensación abrumadora de impotenciaque lo dejaba sin aliento. Sabía que elfuturode su familia, suviday suesperanzapendían de unhilo muy frágil, pero eldestinoparecía haberlodejado atrás.

Con cada fibra de su sergritando por resistir, Carlos reunió lopoco que le quedabade maná. Era todo lo que podía hacer, pero al mismo tiempo, sabía que no sería suficiente para enfrentar laoscuridadque se le venía encima.La tormentarugía con furia mientras los ecos de suúltimo alientoresonaban con desesperación.

¡Con mi sangre te prometo que este pecado mío nunca será perdonado!—gritóCarloscon todas sus fuerzas, sus palabras casiahogadaspor la tormenta, como uneco lejanoque se perdía en laneblina. Sabía que su grito no alcanzaría a cambiar nada, pero no podía dejar deluchar. En ese instante, el único enemigo que sentía era eldesgarro en su alma, elsacrificioya hecho, y lamaldiciónque se sellaba con cada instante de silencio.

Lasombrade laMantis de Hierro Negrocaía sobre él como un juicio final, y suintenciónde acabar con la vida de Carlos era larealidadque ya no podía evitar. La lucha por sufuturo, por sufamilia, estaba siendodevoradapor laoscuridadque Henry invocaba. Lafuerzade esamaldiciónera palpable, como si elmismo aireestuviera condenado a ser aplastado por el peso de la decisión que ya había sido tomada. Elruidode la tormenta, elsilenciode la desesperación… todo se fundía en lainevitablecaída de undestinoal que nadie podría escapar.

Lalluviacaía implacable, como unmanto de desesperaciónque envolvía la escena con su peso sombrío. Cada gota parecía ser unrecordatorio crueldel sacrificio que se estaba consumando, mientras lasombra del sacrificiose cernía sobre ellos, oscureciendo el aire y el corazón de todos los presentes. Eldestinode Carlos y los suyos pendía de unhilotan frágil que parecía desintegrarse con cada latido de sudesesperado corazón.La oscuridadinvadía la tierra, como si el mismocielollorara por lo que estaba a punto de ocurrir.

Carlos sabía que este sería el último enfrentamiento.La última oportunidadpararevertirlo irreversible, paradetenerla tragedia que ya parecía inminente. En sus ojos ardía ladeterminación, una llama que brillaba con fuerza pese a laopresiónde la tormenta y ladesesperaciónque lo envolvía. Cada parte de su ser le gritaba que luchara, no solo por él, sino portodos aquellos a quienes amaba.El futuro de su familia, sus hijos, su vida, estabanal borde de ser arrebatadospor las manos deldemoniofrente a él.

Con ungrito desgarradorque rasgó la atmósfera, Carlos levantó susmanos temblorosas, su cuerpo completamente drenado, pero suvoluntadaún intacta.El sacrificioparecía inevitable, pero no dejaría queHenrylo destruyera sin que le dierabatalla. En ese instante,desafióal destino que se le imponía, decidido a no ceder sin unalucha feroz.Nada más importaba. La lluvia no solo era el telón de fondo de su sufrimiento, sino elgritodeluniversoque presenciaba cómo el último acto de lucha se desataba.

Laatmósferase volvió una prisión depesadez, cada respiro cargado de unatragedia inminenteque parecía desbordar la realidad misma.La lluviagolpeaba la tierra con una violencia imparable, como si elcielollorara por laperdida irreparableque estaba por suceder. Cada gota que caía parecía marcar elfin de un ciclo, una señal de que eldestinoestabaa punto de cumplirsey no había forma de detenerlo.

Las palabras deHenryresonaban en sus oídos, frías y llenas de unadeterminación implacableque quemaba más que cualquier herida física. Carlos sentía cómo ladesesperaciónlo envolvía como unamanta pesada, y, sin embargo, en medio de su propio dolor, algo más nacía en su interior:incredulidad. No podía comprender que elesposo de su hija, el hombre que alguna vez había sido parte de su familia, pudiera estar detrás de semejantetraición, de tanhorrible destino. Ladesconfianzay eldesgarrose entrelazaban, pero algo dentro de él seguía resistiéndose a larealidadde lo que estaba viviendo.

A pesar de estargravemente herido, casi al borde de perder laconciencia, Carlos sabía queno podía rendirse. Estabaaislado, rodeado desombrasydolor, pero laluchadentro de él era más fuerte que nunca. Sufuerza de voluntadera lo único que le quedaba, y concada fibrade su ser,sintió la necesidadde resistir, de no dejar que elsacrificiofuera en vano. Aunque su cuerpo le gritaba que ya erademasiado tarde, sumenteno se rendiría. Debía encontrar unaformade resistir, dedesafiarlo que parecía el final.

Lamantis, con supresencia imponente, era la personificación delpoder absolutodeHenry, una bestia que parecía no solo desafiar las leyes de la naturaleza, sino también las de lavida misma. Sumaldiciónera inminente, una sombra que se cernía sobre todo lo que alguna vez fue amado por Carlos. La criatura, creada para destruir, se erguía con una quietud temerosa, esperando la orden de sumaestro.

Sin embargo, en lo profundo de su ser, algo se encendió. Undestello de esperanza, tan pequeño como una chispa en medio de la tormenta,se mantenía vivodentro de él.Carloslo sintió, como uneco lejano, mientras las palabras deHenryreverberaban en sus oídos. "La lucha no había terminado", pensó, aunque sucuerpole pedía rendirse. Laresistenciaaún tenía unlugar en su alma. Mientras hubieravida, incluso con los ojos llenos desangre, aún podríaluchar.La esperanzano moría tan fácilmente.

Aunque sabía que había cometido unerror fatalalprovocar a su yerno, ese pensamiento ya se desvanecía, eclipsado por la necesidad urgente deenfrentar la oscuridadque los rodeaba.No podía rendirse.No podía permitirque la desesperación lo consumiera. La batalla se había convertido en algo más queun enfrentamiento físico. Era una prueba devoluntad. Carlos nodesistiría. Al menosno sin dar la última lucha.

Con la muerte y sacrificio de mi primogénito, corto todos los lazos con la madre y de mis hijos menores —declaróHenrycon una frialdadescalofriante, su voz resonando en la noche tormentosa como una sentencia irreversible. Las palabras salían de su boca con ladesgarradora certezade un hombre que ya no tenía nada que perder.Recibiré todo el odio de ellos, pensó, su mente vacía de remordimientos, completamenteconsumida por su propio destino oscuro. Sabía que al romper este juramento, alromper su propia humanidad,la maldicióncaería sobre él y su alma se perdería en lo más profundo de la oscuridad.

Si rompo este juramento, pensó con intensidad,que nuestro planeta madre tome todo lo que me dio. Las palabras resonaban con unavibrante amenaza, como un eco que retumbaba en su pecho.

Unarunase formó en el aire, dibujada con una precisión perfecta, representandomandíbulas abiertasdispuestas a devorar lo que quedaba de su humanidad. La runa comenzó a girar, tomando forma, yel aire mismo temblabaa su alrededor. Finalmente, con unaexplosión de energía oscura, la runa se asentó en elcuello de Henry, marcando su destino de manera visible yabsoluta.

Elhombre sintiócómo algo invisible, unafuerza inquebrantable, loatabaa cumplir con su juramento,atado al manáde su propia alma. Como si latierra mismalo hubiera reclamado, su cuerpo y almaquedaban encadenadosa unasombra de sacrificioque ya no podía deshacer. Sabía queno había vuelta atrás.

Que así sea.Aceptarás tu GUERRA—pronunció una voz firme, tan profunda que parecía venir de las mismas entrañas deluniverso. La voz retumbó en el aire con una fuerzaindomable, como si todo en el mundo se hubiera detenido para presenciar ese momento.La lluviaseguía cayendo, pero ahora parecía acompañar esa voz, como unmanto oscuroque cubría la tierra, eltestigo sombríode una condena irrevocable.

La madre primordial, unaentidad insondable, había escuchado su juramento, sudesgarrador compromiso. En lo más profundo de su ser, aceptó laofrenda de Henry,su almasellada para siempre en elpacto de sacrificio. Era un contrato con el mismoalma del hombre, un acuerdo al que no podíadesapegarse, uncamino sin retornohacia una oscuridad que lo consumiría poco a poco.

Lalluvia, que había comenzado como una simple tormenta, ahora era lamanifestación del sufrimientoque había llegado con eljuramento de Henry, lapresencia de la madre primordial, latejedora del destino, y el precio de ladecisión final.

Laenergíaen el aire se volvió densa, casi tangible, como si elmismo universoestuviera conteniendo la respiración ante lo que estaba por suceder. Carlos sintió lapresiónde esejuramentoaplastándolo, un peso que le atravesaba el pecho, como si las palabras de Henry hubieran sidoflechazosque perforaban el mismofundamento de su ser. LaMantis de Hierro Negro, al lado de Henry, se mantenía ensilencio, su presencia como unasombraesperando el momento justo para actuar,inquieta, casisintiéndolotambién.

El aire estaba impregnado de algo más quemaldición y destino; era eleco de vidas rotas, el precio de unpactoque no tenía vuelta atrás. Carlos podía sentirlo con una claridad aterradora:el sacrificio de Henryno era solo un acto dedestrucción física, sino unaruina más profunda, unamarca en las almasde todos los involucrados, de cadaserque estuviera cerca de aquel oscuro juramento. Latensiónaumentaba con cada palabra que salía de la boca de Henry. Cada sonido del viento parecía gritar lainevitabilidaddel fin.

Carlos, aún con su cuerpo lacerado, sintió que elvacíose apoderaba de su alma. Su mente,nublada por la desesperación, trataba de aferrarse a laúltima chispa de esperanzaque quedaba en su interior. Sabía que tenía que actuarrápido, antes de que el destino de todos fuera sellado para siempre. Mientras latormentaparecía desatarse con mayor furia sobre ellos, conrayosiluminando elhorizonte, el tiempo parecía desvanecerse en una carrera contra lo imposible.

Carloscerró los ojospor un momento, concentrándose.Respiró profundo. Si existía una oportunidad para cambiar el curso de los acontecimientos, ahora era el momento de aprovecharla. Sabía que su próxima acción sería la que definiría elfuturo de todos.

Elrugidode la tormenta parecía perder fuerza por un momento, como si elmundo enterosuspendiera su aliento ante elgritode Carlos. Sus palabras resonaron en el aire, imponentes, con unafuerza brutalque retumbó en los corazones de aquellos que aún tenían lavoluntad de escuchar. LaMantis de Hierro Negrose detuvo, sus ojosbrillandocon una intensidad casi sobrenatural, como si algo en su naturaleza primitiva estuvierainquietoante la determinación humana. Fue solo uninstante, un parpadeo fugaz en el vasto universo, pero suficiente paraencenderuna chispa en los corazones de los que aún no se habían rendido.

—¡Mi perdición fueron mis decisiones y mi salvación será en mi muerte! ¡Lucharé por mis hijos hasta el final! —gritó Carlos,su vozcomo unrelámpago, rasgando la oscuridad que lo rodeaba. Esadeclaraciónno era solo ungrito de resistencia, era unjuramento. El peso de sus palabras transformó la atmósfera, haciendo que la lluviacayera más fuerte, como si el mismocieloestuviera celebrando o lamentando esa última rebelión contra el destino.

Losguardiasque quedaban, paralizados por el terror y el caos, comenzaron a mirarse entre sí, como si esachispa de corajepudiera infectarlos con una últimavoluntad de luchar. La lluvia parecía golpear el suelo con una furia renovada, como si eluniverso mismoestuvieradesgarradopor la lucha que se libraba en ese mismo momento. LaMantis, aunquetemida, parecía detenerse ante la furia humana, esa llama dedeterminaciónque aún ardía en el corazón de Carlos, un hombre que se negaba a rendirse, incluso cuando todo parecíaperdido.

Laneblinade desesperación que los rodeaba parecía disiparse levemente.Carlos sabíaque ese no era el final, que todavía podía cambiar algo. Había dado un paso adelante, un paso hacia lo quedebía ser su destino, pero aún quedaba mucho por hacer.

Laluchacontinuaba, aún más intensa y peligrosa que antes.Carlossabía que el tiempo se deslizaba entre sus dedos enexistentes como un río que no puede detenerse. Con cadalatido, sentía cómo latensiónse acumulaba en su cuerpo, preparándose paraenfrentar lo inevitable. Eldestinomarcado por Henry parecía unaprisiónde hierro, pero en el corazón de Carlos ardía ladeterminación.Mientras hubiera vida, habría lucha, pensaba, y esa creencia lo mantenía en pie, aunque la sombra del sacrificio ya comenzaba a envolverlo.

Laatmósferaestaba cargada de unatensión palpable. Lalluviaseguía cayendo con fuerza, golpeando el suelo como si la misma tierra llorara la tragedia que estaba por suceder. Sin embargo, Carlos no dejaba deluchar. Su cuerpo estabacansadoy marcado por la batalla, pero su espíritu seguía siendofirme.Henry, por otro lado, sentía algo que no podía comprender. Unpeso, unamirada invisibleque parecía pesar sobre él. No era la mirada de sus enemigos, ni siquiera la mirada de laMantis de Hierro Negro, sino algo más profundo, algo que provenía delmismo tejido del universo.

Ladecepciónera lo que Henry percibía en ese instante, un sentimiento oscuro y desgarrador que lo alcanzaba con una fuerza inesperada. Era como la mirada de un padre que ve a su hijocometer un acto irreversible, un acto que no tiene vuelta atrás. Ladecepciónno solo provenía de latraiciónde su juramento, sino también de laelecciónque había hecho, de cómo sudecisiónlo había arrastrado hacia un camino del que no podría regresar.Henrysentía esa mirada, esa condena que venía de un lugar lejano, peroconstante. Era como un eco deculparesonando en su ser, una realidad que, aunque invisible, se hacíairresistible.

Por primera vez,Henrydudó. Lamirada invisiblelo seguía, pesaba sobre su alma con la fuerza de mil tempestades, y por un instante, lacertezade su camino sequebró. Pero ya era demasiado tarde. Loshilos del destinoestaban entrelazados, y no había forma de escapar. Ladecepciónera solo un reflejo de laelección irreversibleque había hecho.

La voz mundial, lavoluntad del planeta, resonó con un poder abrumador, lleno defrialdadydesdén. Sus palabras, que solían ser llenas decuidadoysabiduría, ahora eran frías ydesapegadas, como unjuicioinevitable. Cada palabra calaba hondo en el corazón de Henry, cuyaarroganciahabía sido sucaída. Lasconsecuenciasde sudecisiónlo alcanzaban ahora con unafuerza imparable.

Uno de las mayores decepciones que han nacido entre mis hijos humanos—la voz mundial habló con un tono dedesprecio."Tu arrogancia ha llevado a esta tragedia, y ahora te enfrentas a las consecuencias."Aquellas palabras parecían helar el aire que los rodeaba, sumiendo el campo de batalla en unaatmósfera opresiva.

Elcorazón de Henryse hundió con el peso de la indiferencia que ahora provenía de esaentidad primordial. Había esperado comprensión, o al menos una justificación, para elsacrificioque había hecho. Pero no había nada más quevacíoycondena. Lavoluntad del planetalo veía como unadecepción, un error que había llevado a esta tragedia, y eso lodesgarrabamás que cualquier herida física.

Sin embargo, la voz cambió de tono, y lafrialdadde la voluntad se transformó por un momento, como si reconociera unmérito en su acción.

Sin embargo, —continuó la voz con unanota de reconocimiento—,puedo sentir el poder de tu mantis. Bien hecho, mi niño. Has forjado un vínculo con una criatura digna; su lealtad es admirable. La voluntad de la tierra se comunica con ella, y su fuerza será un reflejo de tu propia ambición.

LaMantis de Hierro Negrose erguía a su lado, su presenciaimponenteypoderosa, como un símbolo de laambiciónde Henry. El poder que emanaba de la criatura parecía alinearse con lavoluntaddel planeta, como si, por un momento, sudestinoy el de la mantis estuvieraninterconectadosen una única danza depoderyoscuridad. La relación entre ellos, aunquesiniestra, parecía ser unaalianzaque lavoluntadmisma aceptaba.

Pero, ¿a qué precio? ¿Quécostosocultos acompañaban estaalianza? Elpeso de sus decisionesseguía colgando sobre él, pero, por un breve instante, Henry se permitiósentir una chispadesatisfacción. Había sido reconocido, al menos en este aspecto. Sin embargo, algo en su interior le decía queeste podertenía unpreciomucho mayor de lo que había anticipado.

LaMantis de Hierro Negrolevantó su cabeza hacia el cielo, sus ojos brillando con una intensidad casiinhumanamientras aceptaba lavoluntadde la estrella madre. Su cuerpo,imponenteyletal, parecía aún másdesgarradorbajo la lluvia torrencial que caía sin piedad sobre el campo de batalla. Unsutil movimientoen su cuello, casi imperceptible, indicaba elrespetohacia lavoluntad cósmicaque ella misma representaba.

Henry observó la criatura condeterminaciónpero también con unasombra de pesaren su rostro.El sacrificioque había hecho, laalianzacon la mantis, eljuramento oscuro, todo le pesaba, pero no podía permitir que la situación se descontrolara aún más. Latragediaestaba más cerca de lo que quería admitir.María, al enterarse de todo, sería un peligro mucho mayor que cualquier criatura que pudiera invocar. Su furia eraimparable, y su corazón estaba lleno de unairaque nada podía contener.

Vamos—dijo Henry, con una voz áspera, llena de urgencia, dirigiéndose a la mantis. Elcaminoque tenían por delante era incierto y peligroso.Peterdebía ser sacado de ese lugar, o de lo contrario, su destino también estaría sellado.

La mantis no dijo palabra alguna, pero su actitud desumisiónhacia sucontratistaera evidente. Un brevemovimientode sus patas hizo que seadelantaracon rapidez, y Henry, con una mirada dedesdén hacia sí mismo, la siguió.

Es mejor que me lleve a Peter de este lugar antes de que María llegue e intente matarlo junto a mí—murmuró Henry, su voz impregnada con unamelancolía amarga. No tenía duda alguna de queMaríaharía todo lo posible paradestruirlo, comocastigopor las decisiones que había tomado, las cuales ahora sentía comotraicionesyerrores.

Su alma se sentíavacía, como si estuviera siendoconsumido por la oscuridad. Lareconciliación con su propia culpaera algo que nunca podría alcanzar, porque en su mente ya sabía lo que merecía.

Aunque es mi merecido castigo por ser una basura.—pensó en voz baja, como un susurro a su propiocorazónroto. Laautocríticalo devoraba, pero al mismo tiempo, sabía que no había marcha atrás. Las decisiones tomadas habíancambiado todo, y ahora, eldestinode todos parecía estar entrelazado con lasangreque había derramado.

Lalluviaseguía cayendo con una intensidad implacable, cubriendo el suelo con una capaoscurayresbaladiza, como si la tierra misma estuvieraempapada en la tragediade lo que acababa de ocurrir. Cada paso que Henry daba junto a lagigantesca Mantis de Hierro Negrohacía que elsuelo temblaralevemente, como si lamagnitude de su destinoestuviera grabando una marca en eluniverso. Lapresencia de la mantisa su lado era inconfundible: lagran bestiaparecía una sombra que se deslizaba de manerasilenciosa, pero a la vezimponente, como un símbolo de lo que Henry había desatado con sujuramento.

La atmósfera estaba cargada de unatensión palpable, como si el aire mismo estuvieraahogadopor ladesesperacióny el peso de lasdecisionestomadas. Cada paso parecía un eco delsacrificioinminente, un recordatorio constante de lo que ya no podía cambiarse. Henry sentía lapresióndel mundo sobre sus hombros, como si eldestino de sus hijosestuvieraal borde del abismo, colgando de un hilo tan fino que ni él mismo podría evitar que se rompiera.

Lavoz mundialresonó en su mente, clara y fría, sin compasión alguna. No era la mismavoz cálidaque Henry había conocido antes, sino unapresencia heladaque dejaba claro el desdén con el que lo observaba:

Tu arrogancia ha llevado a esta tragedia. Has roto los lazos que te unían a tu propia sangre, y ahora, el futuro de tus hijos y el tuyo propio están sellados por las decisiones que tomaste.

Las palabras parecían no soloreproches, sinosentencias. Henry cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo ladesilusióny elpesode sus propios errores lo arrastraban hacia unaoscuridad internade la que no había salida. Pero lapresencia de la mantis, tan firme y sólida, lo manteníaen movimiento, como si lafuerza de su vínculocon la criatura fuera lo único que pudiera mantenerloen pie.

Eljuramentoque había hecho con la criatura y con lavoluntadde la tierra era ahora su carga más pesada. Sabía que, en algún momento, tendría que enfrentarse a lafuria de María, pero por el momento, solo podía seguir adelante. Había cruzado unumbraldel que no podía regresar.La lucha por redimirseera algo que parecíainalcanzable, peroseguir adelanteera la única opción que le quedaba.

El futuro que habíaconstruidopara sí mismo y sushijosestaba destrozado, y lagravedad de sus actospesaba tanto sobre él que ya no podíacontemplar el camino de vuelta. Eljuramentoestaba hecho, y el destino de todos estaba entrelazado con elsacrificioque había aceptado.

Cada paso hacia lo desconocido era unadecisiónque sellaba su destino y el de su familia, y no sabía si encontraría redención. Pero elcamino de vueltaya no existía.

El sonido de lalluviaseguía retumbando en el aire, como uneco inquebrantablede ladestrucciónque rodeaba a Henry y suleal Mantis de Hierro Negro. La atmósfera se había vuelto densa, cargada demaldición y sacrificio. Las palabras de lavoluntad mundialseguían resonando en su mente,increíbles y desconcertantes, llenas defrialdad y juicio. Era como si, a cada paso, ladecepciónde todo el universo estuvierapresionando sobre sus hombros, recordándole una y otra vez lo que había perdido.El preciode sus decisiones ya no era solouna cuestión de sangre, sino dealma, un precio que se estaba cobrando sin piedad.

Henry no podíaevitar pensaren el pasado, en susdecisionesy en elcaminoque había tomado. Laculpaloconsumía, untorbellino de arrepentimiento y frustraciónque le impedía encontrar paz. Cada paso que daba hacia elfuturo, cadamovimientoal lado de la bestia que había invocado, era un recordatorio de laselecciones irreversiblesque había hecho. Aun así, en lo profundo de su ser, algo más comenzaba a formarse, como unfuego oscuroalimentado por lairay ladeterminación. Esa chispa, aunque pequeña, ledaba fuerzaspara seguir adelante.

"Cada acción tiene su precio", pensó mientras avanzaba, como un eco de las palabras de la voz mundial. Sabía que, al haber sellado su destino con esejuramento, no había vuelta atrás. Pero a pesar de ladecepciónque sentía por él mismo, algo dentro de él se negaba arendirse.La mantis, ahora a su lado, era el último vestigio de sugrandezao suruina, unreflejode lo que era capaz de lograr. Cada acción de la criatura, cada movimiento, estaba ligado directamente a su propiavoluntad, y ese vínculo era ahora lo único que le quedaba paraaferrarsea un propósito.

Con unadeterminación sombría, Henry ajustó elpasoy miró hacia el horizonte. El destinoinevitableestaba por alcanzarlos, y sabía que, aunque ladecepciónlo seguía como una sombra,la batalla por su redenciónno había terminado. Había tomado decisionesirrevocables, sí, pero el futuro no estaba escrito por completo.El preciode laruinaaún no había sido completamente pagado, y Henry Guerra, el hombre marcado por su propiosacrificio, sabía que si su vida debía tener algúnsignificado, sería enfrentando lasconsecuenciasde sus actos, sin importar lo que eso le costara.

Lalluviaazotaba sin piedad, un recordatorio constante del caos queHenryhabía desatado con su propia mano. Cada gota que caía parecía pesarle en el alma,recordándole las decisiones irreversiblesque había tomado. Pero a pesar de laoscuridadque lo rodeaba, no se detendría. Sabía que no podía, que su viaje estaba marcado por algo más grande que su propia supervivencia. Eleco de la voz mundialseguía retumbando en su mente, como unreproche constante, unasentenciaque le pesaba sobre el corazón.

La mantis, su leal bestia, caminaba a su lado, cada paso resonando en la tierra empapada. Era lacompañeraque había elegido para sellar su destino, pero también lamanifestaciónde lo que había hecho: unvínculoque lo ataba al sacrificio y alpoderque había invocado. Mientras avanzaban, Henry sentía lapresenciade la criatura como una extensión de sí mismo, y laconexiónentre ellos se profundizaba con cada movimiento.

Se acercaba a sudestino final, el momento en que tendría que enfrentarno solo a sus enemigos, sino a losdemoniosque siempre lo habían acechado desde el fondo de su alma. Esa lucha interna, esa guerra que había evitado durante tanto tiempo, ahora no podía ser ignorada. Sabía que, al final,su verdadera batallasería con él mismo, con lasdecisionesque había tomado, con laculpaque arrastraba, con lasombrade sus actos que siempre lo perseguiría.

"La redención está fuera de tu alcance", la voz de lavoluntad mundiallo había advertido, pero Henry no podía aceptar esa sentencia.El destino, aunque marcado por el sacrificio y la tragedia, aún le ofrecía una última oportunidad. Había roto muchos lazos, pero no con todos.Aún quedaba algo por salvar: su alma, su humanidad, la posibilidad dearrepentirsey enfrentar lasconsecuenciasde sus actos conhonor.

Cada paso hacia el futuro era un enfrentamiento con sus propiosmiedos, susfallos, y lapesada cargade su responsabilidad. Labatalla externaque se avecinaba no solo definiría sudestino físico, sino también laúltima oportunidadde redimir su alma. Aunque la tormenta continuaba, Henry sabía quela mayor tormentaestaba dentro de él, una tormenta que solo él podía calmar,si se atrevía a enfrentarsea supropio reflejoen el final de su viaje.

La lluviagolpeaba con fuerza el pavimento del callejón, deslizándose por las paredes manchadas de sangre.Bernardo, tendido en el suelo, luchaba por mantener la consciencia. Lacuenca ocular vacíaera un recordatorio brutal de lo que había perdido. Cada respiración era un esfuerzo doloroso, yla sangrefluía por su rostro, mezclándose con las gotas que caían del cielo como si el universo mismo llorara por su suerte. Diversasarmassobresalían de su cuerpo, fragmentos de una lucha que ya no tenía sentido, pero que él había enfrentado con la esperanza de salir vivo. El eco de latraiciónaún resonaba en su mente mientras su medio hermano menor se acercaba, sudesdénpalpable en cada palabra.

Eres un imbecil, Bernardo—la voz de su hermano menor era cruel, casi deshumanizada. La distancia entre ellos parecía infinita, como si el odio que lo separaba los hubiera transformado en dos seres completamente diferentes. Su mirada era fría, como la de undepredadorque ya no veía al otro como un hermano, sino como una presa.

Bernardoapenas podía mantener los ojos abiertos, pero las palabras de su hermano llegaron con claridad. Su mente, aunque nublada por el dolor, trataba de aferrarse a algo. Un pensamiento le atravesó como un rayo: no era solo lavenganzalo que estaba en juego, sino algo mucho más grande.

El abueloya le había arrebatado suojo izquierdo, un golpe profundo en su identidad. Pero ahora, el objetivo de su hermano parecía mucho más oscuro y definitivo. Queríadespojarlode sucristal del almay de lasraíces de su maná primordial. Esos eran los cimientos de su poder, lo que le otorgaba fuerza y conexión con el universo mismo.El hermano menorquería destruirlo desde las raíces, arrancar de él no solo lo físico, sino lo más profundo de su ser, lo que lo definía.

Hace mucho tiempo que esto se decidió—continuó el hermano menor, con una sonrisa cruel que se formaba en sus labios. No había remordimiento en su voz, solo unafría certezade que lo que hacía era inevitable. Laspalabraseran como cuchillos que hundían más profundamente en el corazón deBernardo.

Pero Bernardo no se rendiría, no sin antes pelear por lo que quedaba de él. Sabía queel sacrificiode todo lo que había sido lo había dejado al borde de la muerte, pero aún había algo en su interior que se negaba a ceder. Las raíces de sumaná primordialpalpitaban conun último vestigio de poder. Si bien sus fuerzas se desvanecían con cada segundo,la voluntad de no ser destruidoaún ardía en su interior.

Te equivocas—dijo con voz quebrada, aunque cargada de determinación—. No todo está decidido. El destino no seacaba por un golpe, hermano.Aún puedo lucharpor lo que me queda.

La sangre seguía fluyendo, peroBernardolevantó lo que quedaba de su mano, lasúltimas fuerzasque poseía buscando tocarsu alma. Sabía que si moría allí, su legado no sería olvidado, sumaná primordialno seríaroto tan fácilmente. Su lucha era pormás que su vida, era porsu existencia misma.

El hermano menor se acercó,las armaslistas para terminar con lo que quedaba de su hermano, sinremordimiento, con la cruel certeza de que lo que hacía era inevitable. Pero laluzque aún brillaba en los ojos deBernardono se apagó.

Peterse inclinó más hacia adelante, su rostro contorsionado en una sonrisa dedesdénque desbordabasatisfacción. Cada palabra que salía de su boca era como undardolanzado directamente al corazón deBernardo. Laburlaera palpable, una muestra de la profundaarroganciacon la que miraba a su hermano herido, arrodillado en el suelo, incapaz de defenderse. Lasonrisade Peter se alargó, como si disfrutara con cada segundo de la agonía de su hermano.

No me mires de esa manera, hermano—su tono era irónico, teñido de unamaldadque solo un ser que no sentía remordimientos podría pronunciar. Se acercó más, su aliento cálido y cargado de desprecio en la cara deBernardo, como si quisiera aplastar cualquier vestigio de resistencia que quedara en él—.Debes estar sonriendo, hermano mayor. Sonríe, sabes que si no sonríes nunca estarás completo.

La sonrisa en el rostro dePeterse intensificó, disfrutando la humillación de su hermano, como si sus palabras fueranla última bofetadaque podía darle,finalmentedejando claro quién tenía el control.Bernardo, con sus ojos vacíos de esperanza, con su cuerpo destrozado por las armas y lastraicionesque se habían acumulado a lo largo de los años, miraba a su hermano sin respuesta. ¿Sonreír? ¿Qué quedaba de él que pudiera sonreír?

Petercontinuó, acercándose más, disfrutando del espectáculo.

Mira lo que has perdido, Bernardo—las palabras de su hermano resonaron en el aire,venenosasyfrías—.Todo lo que tenías se ha desvanecido. Tu poder, tu dignidad... incluso tu propio ojo.¿Y ahora qué te queda?Solo un cuerpo destrozado y un alma marchita.

Cada palabra fue como ungolpeque penetraba más y más profundamente en lapsiquedeBernardo, quien ya no sentía sucuerpo, pero sí su alma rasgada por la brutalidad de la verdad.Peterno dejaba de repetir lo mismo, como si quisiera arrancar de su hermano la última pizca dedignidadque pudiera quedarle.Bernardointentó reaccionar, su corazón palpitando con rabia, condesesperacióny con laterrible certezade lo que había perdido, pero algo en su interior, algo profundo, lo mantenía en pie. Quizás no podía recuperar lo que había sido arrebatado, pero aún quedaba una parte de él dispuesto ano rendirse.

El hermano menor,Peter, no esperaba una respuesta. Ya había ganado. Para él,Bernardoera solo una sombra de lo que había sido,un juguete rotoa quien podía destruir sin esfuerzo.

PeroBernardono se dejó vencer.

No me subestimes, Peter—dijo, con una voz rasposa, pero llena de una determinación que sorprendió incluso a su propio ser—.No he perdido todo.

Aunque su cuerpo ya no respondía como antes, lallamainterna de sumaná primordialaún ardía,tímidamente, pero con la promesa de que aún no todo estaba acabado.

La risa dePeterretumbaba en las paredes del callejón, sueco cruelintensificando laagoniadeBernardo. Cada palabra era unapunzadaque se clavaba en su ya desmoronado espíritu. Lasonrisaen el rostro dePeterera una mezcla detriunfoysádico placer, disfrutando al máximo de la humillación de su hermano.

¿No es irónico?—su voz era unsusurro venenosoque se extendía como el veneno en las venas deBernardo—.Siempre te consideré superior a mí, pero aquí estás,a punto de ser despojadode lo poco que te queda.¿Qué pensarán los demás de ti?

Cada palabra dePetertenía la intención de romper cualquiervestigio de dignidadque aún pudiera quedar enBernardo. La lluvia caía, pero el verdadero tormento era eldesdény ladespreciativa burlade su hermano.Bernardocerró los ojos, sintiendo cómo su cuerpo y alma se desgarraban por dentro, pero, aún en su dolor, se negó a caer ante la humillación.

¿Qué pensará de ti tu estúpida madre?—la burla dePeterera como ungolpe final, una patada al suelo dondeBernardoyacía destrozado, incapaz de defenderse.

Las palabras dePeteratravesaron el aire comoflechasenvenenadas, apuntando no solo a su hermano, sino a su madre, a su propiaidentidad. Había algo en esa frase que hirió más profundamente que cualquier otra cosa.Bernardo, con la poca fuerza que le quedaba, levantó la mirada, encontrando en su hermano menor solo unasombrade lo que él había sido, alguien quehabía perdido su humanidaden su búsqueda de poder.

No sabes nada de ella—respondióBernardo, su voz temblorosa pero firme, como un últimoecode resistencia. A pesar de la sangre, el dolor y lahumillación, en su interior aún ardía unachispaque no se apagaría tan fácilmente.Peterhabía tocado algo profundo en su interior, algo que lo manteníavivo, aunque su cuerpo estuviera al borde de ladestrucción.

La mirada deBernardoera la de un hombre que había sido empujado al abismo, pero que se negaba a caer sinluchar. Aunque todo parecía perdido, aún quedaba algo dentro de él:su voluntad, intacta.Peterse detuvo un momento, observando a su hermano, y aunque su rostro seguía marcado por ladesdény lasuperioridad, había algo en el rostro deBernardoque le dabamiedo.

Bernardosintió que ladesesperaciónse cernía sobre él como unasombraaplastante, invadiendo cada rincón de su ser mientras lasburlasdePeterlo desgarraban desde adentro. Las palabras de su hermano eran comopuñaladas, cada una más afilada que la anterior, atravesando su pecho herido. El dolor físico era insoportable, pero el dolor emocional era aún más profundo, más devastador.Peterse estaba divirtiendo, disfrutando de cada segundo de su sufrimiento, yBernardosentía cómo su alma se desmoronaba bajo el peso de esa crueldad.

Pero en el silencio de la tormenta, algo comenzó adespertardentro de él. Una chispa, débil al principio, pero suficiente para desafiar la oscuridad que lo rodeaba. Recordólos momentos felicescon su madre, cómo ella habíacreído en él, cómo había puesto sufeen su futuro, en suscapacidades. Esafeera un lazo que, a pesar de todo, no se había roto. A pesar del desdén, de las traiciones, de latragediaque se desataba en su vida, aún había algo que lo manteníafirme: ladignidadquePeterintentaba arrebatarle.

Bernardocerró los ojos por un momento, dejando que eldolorde su cuerpo y laspalabras cruelesde su hermano lo atravesaran. Pero, a través de todo eso, algo dentro de él empezó aresistir. Recordó cómo su madre siempre le decía que elvalorno se medía por la fuerza física, sino por lacapacidad de mantenerse de piecuando todo parecía perdido."No seré tu juguete, Peter".

Con un esfuerzo titánico,Bernardolevantó la cabeza, enfrentando lamirada burlonade su hermano conojos llenos de furia y desafío. Elmiedoy lahumillaciónestaban presentes, sí, pero ahora también había algo más: unadecisiónque se forjaba en su corazón.

No me vas a despojar de mi dignidad, hermano—dijo, con la vozronca, pero firme. Aunque el dolor lo doblaba, lafuerza de su voluntadera más fuerte.Peterpodía arrebatarle su cuerpo, sus ojos, sus recuerdos, pero jamás podría arrancarle lo querealmente era.

La lluvia seguía cayendo, como si eluniverso enterolamentara la tragedia que se desplegaba, pero en ese instante,Bernardosintió algo nuevo dentro de él. No se rendiría. Mientras quedara aliento en su pecho, lucharía.Por su madre, por lafeque ella había puesto en él.Por su dignidad, quePeternunca podría robar.

Bernardosostuvo la mirada dePetercon unafirmezaque sorprendió incluso a su hermano menor. El dolor de su cuerpo era insoportable, las heridas sangraban, pero en sus ojos brillaba unaluzque ni siquiera eldesdéndePeterpodía apagar. Con cada palabra de su hermano,Bernardosentía el peso de latraición, pero también lafuerzanaciendo en su interior. El eco de las risas burlonas dePeterapenas alcanzaba su mente, porque en su corazón resonaba otra cosa: unjuramentosilencioso, el último vestigio de su humanidad que no permitiría que su hermano le arrebatara.

Puede que me haya perdido muchas cosas... pero no te permitiré llevarte mi alma—dijo, su voz temblorosa pero cada vez másdecidida. Aunque sus fuerzas flaqueaban, larabiay latristezase transformaban en unafuerza inexplicable.

Peterfrunció el ceño ante la inesperadaresistencia. La burla se desvaneció momentáneamente, pero pronto, esasonrisa arroganteregresó a su rostro, como si las palabras de su hermano no significaran nada.

¿Alma? ¿Qué alma?—replicó condesdén, su voz cargada de desprecio—.Solo eres un cascarón vacío ahora. No hay nada que puedas hacer para cambiar eso.

El eco de suarroganciahizo vibrar el aire, peroBernardono retrocedió. Cada palabra de su hermano parecía querer despojarlo de lo último que le quedaba, pero él se negaba a ceder. No importaba si estaba moribundo, si su cuerpo ya estaba al borde del colapso, suespírituno sería doblegado.Peterpodría haberle arrancado su ojo, su poder, sufuerza física, pero jamás podríarobarle su alma.

Lalluviacaía, implacable, mientras los dos hermanos se miraban en unjuego de fuerzasque parecía detener el tiempo.Bernardorecordó todo lo que había perdido, pero también lo que todavíapodía salvar: sudignidad, suhonor.

No es el cascarón lo que importa, Peter—dijo, sus palabras llenas de unfirme desafío—.Es lo que queda adentro, lo que no puedes destruir.

Larisa burlonadePeterse apagó por un momento, y unsutilaire de duda empezó a filtrarse en su rostro.Bernardono estaba acabado, no por dentro. Aunque el exterior parecía destrozado, algo en su alma seguíafirme.

Puedes quitarme todo, hermano, pero jamás me quitarás lo querealmente soy.

ElvacíoquePeterintentaba crear dentro de su hermano no era algo que pudieracompletarcon sudesprecio.Bernardohabía llegado a comprender que lascosas materialesno eran lo que lo definían. Aunque el dolor lo consumiera,su voluntadno permitiría que el vacío se apoderara de él.

Con un último esfuerzo,Bernardoseerguíaante su hermano, un hombre roto, sí, pero aúnintacto en su interior.

Bernardosintió cómo lairareemplazaba el miedo que había sentido en un principio. Ladesesperaciónque lo había invadido se desvaneció poco a poco, y una determinación feroz comenzó a llenar su ser. Cada palabra dePeterlo empujaba más allá de sus límites, como si intentaraprovocaralgo que no comprendía.Bernardohabía tenidomuchos sacrificiosa lo largo de su vida, y no permitiría que su hermano lo despojara de lo último que le quedaba: suvoluntad. Esafuerza internaera la que lo había mantenido con vida, a pesar de lasheridasfísicas y losgolpes emocionales.

Quizás no tenga poder ahora... pero aún tengo mi voluntad—dijoBernardo, su voz más firme con cada palabra. Aunque sus fuerzas eranmínimas, sudeterminaciónno flaqueaba.El dolorno podía apagar lo que había en su corazón—.Y eso es algo que nunca podrás quitarme.

Peterfrunció el ceño ante ladeclaraciónde su hermano. La burla en su rostro desapareció por un instante, reemplazada por unaduda fugaz. A lo largo de su vida, siempre había visto aBernardocomo alguien que podía serdoblegado, alguien que, al final, sería derrotado por ladesesperación. Pero ahora, con su hermanoherido, con su cuerpodestrozadopor las armas que él mismo había arrojado, lafirmezaen sus palabras lo hizo vacilar.

Por un momento, el mundo alrededor deBernardose detuvo. El sonido de lalluviaparecía ser el único ruido en el aire, yPeterquedó inmóvil ante el poder de laspalabrasde su hermano. Aquelhombre destrozadose mantenía erguido con unavoluntad indomable, unfuego internoque ni siquiera el más grande de los dolores podía extinguir.Bernardoentendió, al fin, que la verdaderafuerzano residía en elpoder físico, sino en lo quepersistíaen su interior, lo que no podía serarrancadoni destruido por nada.

Puedes destrozarme físicamente, Peter, pero hay algo que jamás podrás tocar: mivoluntad. —La voz deBernardoresonó confirmezamientras miraba a su hermano, con unarabia contenidaque crecía más y más—.Eso es lo único que realmente importa.

Un pesado silencio llenó el callejón.Peter, por primera vez en mucho tiempo, sintió unapesada incertidumbresobre lo que estaba sucediendo. ¿Realmente había vencido a su hermano, o había algo más enBernardoque aún no comprendía? Laspalabrasde su hermano no eran las de alguien que ya había sidoderrotado. Eran las palabras de alguien que, a pesar de todo,seguía luchando.

La lluvia caía con fuerza sobre los dos hermanos, cada gota golpeando el suelo como un recordatorio del peso de latragediaque se desarrollaba ante ellos. El sonido del agua era como una sinfonía dedesesperaciónque acompañaba elconflictointerno que ambos llevaban consigo.Bernardocerró los ojos por un instante, absorbiendo lasensaciónde la tormenta, como si el cielo mismo estuviera ensintoníacon su lucha porsupervivencia.

A pesar de lasituación desoladora, Bernardo sabía que debía aferrarse a lachispa de esperanzaque aún ardía en su corazón.Era la únicaque le quedaba en medio delcaos, y no permitiría que suhermanoo las circunstancias lo apagasen.La traición familiarle había dejado cicatrices profundas, pero en ese mismo dolor, encontró sudeterminación.

Peter, al verlo tan firme, no pudo evitar sonreír con unasonrisa burlona. Había visto a su hermanosufrir, humillado,roto, pero lafirmezaen su mirada lo desconcertaba. ¿Por qué no se caía? ¿Por qué no cedía almiedoy a ladesesperación? ¿Qué quedaba enBernardoque no pudiera ser destruido?

Sonríe, Bernardo—dijoPeter, con tono venenoso—.Porque hoy te conviertes en parte de algo más grande... o en un mero sacrificio olvidado.

Las palabras dePeterestaban cargadas dedesdényarrogancia, pero paraBernardo, no eran nada más que eleco de un hombre perdido, tratando de justificar su propiatraición.El sacrificiodel que hablabaPeterno era el deBernardo; era el desu alma.

Bernardo, a pesar de lasangreque empapaba su cuerpo y eldolorque lo invadía, levantó la cabeza y miró a su hermano, esta vez sin una sola muestra demiedo.Peterpodía intentar burlarse,menospreciarlo, pero lo que no podía quitarle erasu voluntad, suderecho a existiryluchar.

No seré parte de tus juegos, Peter—respondió Bernardo, con unavoz firmeque atravesó el aire como ungrito silencioso—.Si mi final está cerca, no será un sacrificio para ti. Mi vida tiene más valor que tus falsas promesas.

Las palabras deBernardoresonaron en el callejón, un desafío inquebrantable que caló hondo enPeter. La batalla no solo se libraba encuerpos rotos, sino en elalmade cada uno.Peterpodía despojar a su hermano de susraíces, de supoder, pero no podíaquitarlelafuerzade suespíritu.

La lluvia no cesaba, como un manto sombrío que envolvía el destino deBernardo. Cada gota parecía llevarse consigo una parte de su esperanza, pero en lo más profundo de su ser, una chispa deresistenciacomenzaba a arder, feroz y desafiante. A pesar de los golpes, a pesar de ladesesperación, no podía permitir quePeterpresenciara su derrota. No era solo su cuerpo lo que estaba siendo destrozado, sino también suidentidad. Pero aún quedaba algo más, algo quePeterno podía arrebatarle: sudignidad.

La risaburlonadePeterresonaba en su mente, un sonido venenoso que intentaba penetrar su alma, peroBernardoya no escuchaba. Laoscuridada su alrededor se volvía más densa, pero no podía sucumbir a ella. No aún.

Con unesfuerzo titánico,Bernardolevantó la cabeza. El dolor era insoportable, como si cada movimiento estuviera desgarrando más sus entrañas, pero algo dentro de él se negaba a ceder. Forzó unasonrisa temblorosa, unasonrisa rotapor el sufrimiento, perollena de desafío.Peteresperaba ver en él solohumillaciónyrendición, pero lo que encontró fue algo que ni él mismo había anticipado: la voluntad inquebrantable de un hombre que, aunque estaba al borde de lamuerte, seguía luchando por lo único que aún le quedaba: suhonor.

No me verás rendido, Peter—dijo Bernardo con voz baja, pero cargada de una firmeza que lo sorprendió a él mismo—.No me importa lo que me hayas arrebatado, porque lo que no puedes quitarme es lo que aún está dentro de mí.

Peter lo observaba, sus ojos llenos dedesdén, pero algo, undestello, pasó por su rostro. No comprendía cómoBernardoaún podía mantener esa chispa deresistencia. Pensó que estabaroto, que solo quedaba unacáscara vacía, pero lafuerzade su hermano parecía desafiar toda lógica. Y esa chispa, aunque pequeña, comenzaba abrillar con intensidad, como unallamaque se niega a ser apagada, por más que el viento intente extinguirla.

Bernardono estaba dispuesto a perderse en laoscuridad. Y aunque sabía que lamuertelo acechaba, se mantenía erguido, desafiando a undestino cruelcon unasonrisaque, a pesar de todo, era un acto derebeldía.

La lluvia caía con más fuerza, empapando todo a su paso mientrasBernardomantenía la mirada fija enPeter, su hermano, el hombre que alguna vez consideró cercano, pero que ahora se había transformado en el mismo monstruo que condenaba.

Bernardoestaba exhausto, su cuerpo destrozado, pero en sus ojos aún brillaba lafuerzaquePeternunca había logrado entender.

Si ser parte de algo más grande significa ser tu sacrificio—respondió con voz apagada, pero cargada defirmeza,—entonces prefiero ser olvidado que vivir como un monstruo como tú.

La respuesta lo dejó en silencio por un breve instante. El eco de sus palabras resonó en la tormenta, una verdad dolorosa que tocó un nervio enPeter, quien por primera vez en mucho tiempo sintió una punzada deincertidumbre.

PeroPeterera quien era, y suarrogancialo dominaba más que cualquier otra cosa. En cuanto recuperó su compostura, susonrisa burlonavolvió a su rostro. Era una expresión cargada dedesdénysuperioridad.

¿Olvidado?—replicó, la burla evidente en su voz—.No te engañes. Tu sufrimiento será recordado por todos. Serás el ejemplo de lo que sucede a aquellos que se atreven a desafiarme.

Bernardosintió el peso de esas palabras, pero no se dejó doblegar. Podía sentir cómo latormentaque se desataba sobre él era solo un reflejo de la tormenta interna que lo consumía. A pesar del dolor físico que lo atormentaba, sualmaseguía intacta, se mantenía desafiante, como un faro en medio de la oscuridad.

Que me recuerden como quieran—dijo, su voz ganandointensidada medida que las palabras se formaban en su boca—.Lo que importa no es lo que tú hagas, sino lo que yo decida ser. Y nunca seré como tú, jamás.

El suelo bajo él tembló ligeramente, como si el mismomundoreaccionara a su desafío. La lluvia seguía cayendo, peroBernardosentía que, en esa tormenta, había encontrado algo más: una chispa deredenciónque, aunque pequeña, le daba fuerza para seguir adelante.Peter, por su parte, no entendía lo que había despertado en su hermano. Para él, todo estaba claro: la victoria era suya. Pero lo que no sabía era queBernardo, a pesar de estar al borde de la muerte, había tocado algo queni él ni su arrogancia podían destruir.

Bernardoapretó los dientes, sintiendo el dolor desgarrar su cuerpo, pero esachispade resistencia seguía ardiendo en su interior, desafiante ante la oscuridad que lo rodeaba. Ladesesperacióntrató de envolverlo nuevamente, sus garras intentando arrastrarlo a laruina, pero se aferró con toda su fuerza a lo que aún le quedaba: suvoluntad.

Peterlo observaba, con susonrisa crueldibujada en el rostro, como si todo estuviera decidido, como si la vida deBernardono fuera más que un juego. Pero las palabras deBernardolo hicieron vacilar, aunque por un segundo.

No importa lo que piensen los demás—dijo condeterminación, su voz firme a pesar de laagoníaque lo envolvía—.Mi valor no depende de tu opinión ni del miedo que intentas infundir.

Lalluviaque caía sobre ellos se volvió másintensa, como si el mundo entero estuviera reaccionando a laresistenciadeBernardo, como si las fuerzas que lo rodeaban se alinearan con él en ese último acto derebeldía.Peterfrunció el ceño, undestello de incomodidadatravesó sus ojos, pero rápidamente lo ocultó tras una nueva capa dearrogancia.

¿Valor?—rió, la burla en su voz más fuerte que nunca—.No tienes nada. Sólo queda el eco de tus fracasos y la vergüenza de tu derrota.

PeroBernardono flaqueó. Sus palabras resonaban en su mente, reafirmándose con cadalatidode su corazón.

No soy lo que tú dices que soy—respondió, sumiradafija enPetercomo si quisiera perforar su alma con esa mirada llena dedesdén—.No me harás ser lo que deseas.

Unsilenciopesado cayó entre ellos, mientras el viento y la lluvia agitaban la escena. Aunque suscuerposestaban rotos, sualmaseguía en pie, luchando.Peterno comprendía cómo podía alguien tan destrozado aún tener esafuerza. PeroBernardosabía lo que estaba en juego: sudignidad, suidentidadcomo ser humano, suvoluntad de vivira pesar de todo lo que lo había llevado a ese punto.

Me iré de aquí sabiendo que, al menos, me quedé con lo único que importa—dijoBernardo, con una última mirada desafiante—.Mi decisión.

Y aunque elfinalde esa batalla parecía inevitable,Bernardohabía tocado algo más grande que lamuertemisma: supropio poderde decidir su destino, sin importar el sufrimiento que enfrentara.

La lluvia caía como unmanto de lamentos, empapando a ambos hermanos, pero laluzque aún brillaba en el corazón deBernardono podía ser apagada, por más que eldestinointentara borrarla. En ese momento, entre elsilencioy elruido de la tormenta, algo dentro de él comenzó atransformarse.Cada gotade lluvia, cada doloroso latido de su corazón, lo conectaba más profundamente con esa fuerza interior que se había despertado.

Bernardosabía que ya no había marcha atrás. Estemomentopodía ser el final de todo, o el principio de una nueva lucha. En sus ojos brillaba unaresolucióna la que no se había aferrado antes.Peterlo observaba, aún con esasonrisa burlona, pero algo en él comenzaba avacilar. Elpoderde su hermano, aunque debilitado, aún poseía una llama quedesafiaríalo que parecía ser inevitable.

Este no es tu final, Peter. No es el mío.—Las palabras deBernardofueron como ungolpeal aire, resonando en el callejón sombrío, alejando las sombras que intentaban envolverlo.

Peterse detuvo por un instante, la duda nublando su mente. Pero larabiay ladesilusiónpronto lo recobraron, y susonrisavolvió, más amarga que antes.

¿Qué más puedes perder?—respondió, su voz cargada devenenoydesdén—.Tu cuerpo ya está roto, tu alma perdida. Sólo queda la nada.

Bernardodejó escapar una risa baja, casi burlona, mientras se esforzaba por mantenerse erguido. Eldolorera insoportable, pero su espíritu no estaba dispuesto a ceder. Lavoluntadque había quedado dentro de él era más fuerte que cualquier herida física.

No he perdido nada.—dijo, su voz tanfirmecomo eltruenoque resonó en el cielo—.Lo único que has logrado es mostrarme cuán vacío eres por dentro.

Unallamaderesentimientobrilló en los ojos dePeter, pero aún no comprendía lo que su hermano le había dicho. En su arrogancia, pensaba que todo estaba ya decidido, que lavictoriasobreBernardoera solo cuestión de tiempo.

PeroBernardo, aunque al borde de la muerte, había encontrado algo más fuerte que cualquier golpe o herida. Había encontrado elsentido de su lucha. En sucorazón destrozado, un resplandor deesperanzayredencióncomenzaba a formarse.

Latormentarugía alrededor de ellos, como si todo el universo estuviera esperando eldesenlacede esta trágicaconfrontaciónfamiliar. Sin embargo,Bernardono temía lo que pudiera venir. En su alma destrozada,la luzde la verdad y el sacrificio se encendía con fuerza.

No eres mi destino.—dijo, sus ojos desbordandofuerzaydeterminación, a pesar de su cuerpo roto. —Lo que hagas conmigo, no cambiará lo que soy.

Peter, ante esas palabras, vaciló. Por un momento, latormentaque había desatado se volvió contra él. El juego ya no era solo el de poder, ni el de control. Era el deresistencia, el deidentidad.

Bernardo, aunque en el límite de laviday lamuerte, había reclamado algo más grande que su cuerpo roto:su voluntad. Y nada, ni siquiera la traición de su hermano, podría arrebatárselo.

La lluvia seguía cayendo, cada gota un recordatorio de ladesesperaciónque acechaba, pero también de laresistenciaqueBernardoaún mantenía. En sus ojos, aunque empañados por el dolor y la fatiga, ardía unallamaque no podía ser extinguida.Peter, aún de pie ante él, con esasonrisa burlonaen su rostro, creía tener el control total sobre la situación. Pero no comprendía lo que acababa de desencadenar.

Sonríe, hermano. Porque el día de hoy, por primera vez, fuiste útil.—La voz dePeterse deslizó condesprecioyalegríacruel, como si finalmente estuviera logrando quebrar la resistencia de su hermano.

Pero en ese momento,Bernardolevantó la cabeza, ignorando el dolor que se intensificaba en su cuerpo.El despreciode su hermano, su ironía, sus burlas... todo eso solo alimentaba lafuerzaque seguía creciendo en su interior.Peterpodía ver ladebilidaden su cuerpo, las heridas abiertas, la sangre que seguía cayendo sin cesar. Sin embargo, lo queno veíaera elfuegoque ardía en el interior deBernardo.

Condeterminación,Bernardosonrió, pero no con la humillación quePeteresperaba. Fue una sonrisa cargada dedignidad, un desafío implícito ante la ironía de su hermano. No era la sonrisa de un hombre derrotado, sino la de unguerreroque, aunqueal borde de la muerte, no dejaría que lamaldadde su hermano lo quebrara.

Te equivocas.—dijoBernardo, su voz firme a pesar de ladebilidadde su cuerpo. La tormenta seguía su curso, pero las palabras de su hermano ya no le afectaban de la misma manera.Peterno comprendía lo que había tocado, lo que había desatado.

No eres tú quien decide mi valor.—continuó, su mirada fija en los ojos dePeter, desafiando laoscuridadque trataba de consumirlo.Peterdio un paso atrás, incómodo por la reacción de su hermano.Bernardoestabaherido, pero lo que estaba en juego era mucho más grande que un simple cuerpo roto.

Hoy no eres mi verdugo. Hoy me convierto en mi propio destino.—dijo, cada palabra impregnada de unafuerzaque sorprendió incluso a él mismo. Lallamaque ardía dentro de él no era solo por su lucha; era por ladignidadque aún podía mantener, por laidentidadque nadie podría arrebatarle.

A pesar delsangreque cubría su rostro, a pesar del dolor que le atravesaba,Bernardosabía que este era el momento de enfrentarse a su propio destino.Peterhabía subestimado lo querealmenteimportaba.

La tormentarugía más fuerte, pero en ese momento,Bernardocomprendió que, por mucho que eldestinotratara de aplastarlo, él seguía siendo el dueño de su alma. YPeter, por primera vez, dudó.

El silencio que siguió a las palabras deBernardofue ensordecedor, como si el mundo mismo hubiera hecho una pausa, un breve respiro antes de que todo estallara nuevamente.Peterpermaneció inmóvil, sus ojos fijos en su hermano, incapaz de entender lo que acababa de suceder. El viento se levantaba, y lalluviaarremetía con furia, como si la misma naturaleza estuviera también testificando esa última confrontación entre ellos.

Bernardosentía su cuerpo al límite. Lasheridaslo consumían, pero elfuegoen su interior seguía intacto, alimentado por sus palabras, por sudecisiónde no rendirse. Había sido derrotado muchas veces en su vida, pero este momento no sería uno más en su larga cadena de fracasos.Peterpodía burlarse de su sufrimiento, pero lo que no entendía era queBernardoya no temía a la muerte. La verdadera derrota era vivir sindignidad.

Es irónico, hermano—dijoBernardo, su voz tranquila, pero llena de una fuerza casi sobrenatural—.Tú que siempre te has creído superior, hoy eres quien queda vacío.

Peterapretó los dientes, sintiendo cómo la burla se le volvía en contra, y su arrogancia comenzaba a desmoronarse.Bernardono estaba quebrado. Estabarenaciendo.

Peterdio un paso adelante, su ira creciendo, su paciencia agotada, pero antes de que pudiera replicar,Bernardose incorporó con lo poco que quedaba de su fuerza, sumiradafija y desafiante. La tormenta no era nada comparado con lo que se estaba librando en sus corazones.

Por primera vez en tu inútil vida...—dijo, su voz firme y clara como una espada, el brillo de laresistenciaen sus ojos—.Fuiste útil.

Elecode sus palabras se hizo sentir, y por primera vez,Peterentendió lo que había desatado: no solo la ira de un hermano, sino unafuerzaque había estado esperando mucho tiempo para salir.Bernardo, en su último aliento, había ganado algo mucho más valioso que su vida. Había recuperado sualma, y eso era algo quePeternunca podría comprender.

La lluvia siguió cayendo, pero ahora,Bernardoya no temía al final. Porque había luchado, y en su lucha, había encontrado su verdadera victoria.