Capítulo 4:Hermano contra Hermano

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Bernardo se levantó, cada movimiento un grito silencioso que resonaba en la batalla entre su voluntad y el pesoinsoportable del dolor. Su cuerpo, tambaleante, era un mapa de cicatrices abiertas y hematomas oscuros, una oda macabra a lasupervivencia en medio de lo imposible. Las heridas profundas que lo cruzaban, abiertas como bocas insaciables, parecían clamar por rendirse, pero Bernardo seguía, forzando un pie tras otro.

Lasangre, espesa y oscura, serpenteaba en hilos lentos sobre su piel agrietada, empapando las vendas improvisadas que hacía horas habían dejado de ser útiles. Cada gota parecía contener una parte de su alma, resbalando con la desgarradora lentitud de un reloj de arena que se agotaba. Un pensamiento atravesó su mente como un rayo:No puedo permitirme desperdiciar ni una gota más... aún no es mi hora.

A su alrededor, el ambiente era sofocante, un silencio roto solo por el sonido de su respiración entrecortada y el eco de algo acechante en la distancia. El aire olía a óxido y cenizas, como si el mundo mismo compartiera el peso de su agonía. La vista se le nublaba por momentos, pero seguía adelante, empujado por una fuerza que ni siquiera él lograba comprender del todo.

Desde un rincón oscuro, un susurro pareció tomar forma, acompañado de un ligero crujido de escombros:

Mira cómo sigue de pie...—musitó un guardia, su tono cargado de incredulidad y admiración.
No debería estar vivo... no después de eso—respondió otra voz, quebrada por el miedo.

Bernardo no escuchó las palabras, o quizá decidió ignorarlas. Lo único que importaba era seguir avanzando. Cada paso era una pequeña victoria, un desafío al destino que ya lo había condenado una y otra vez.El tambor de su propio corazón, desacompasado y agónico, era el único sonido que lo conectaba con la vida que aún luchaba por sostener.

Sus dientes rechinaban, no por miedo, sino por una furia visceral que surgía de lo más profundo de su ser, la rabia desesperada de un hombre que se negaba a caer, incluso cuando todo a su alrededor se desmoronaba. Sus mandíbulas parecían al borde de romperse, apretadas con tal fuerza que el dolor era un eco insignificante comparado con la tormenta que rugía dentro de él.El aireque llenaba sus pulmones era denso, impregnado del hedor acre de la sangre, el sudor rancio y la muerte latente, una mezcla nauseabunda que apuñalaba sus sentidos a cada inhalación.

Pero lo que realmente perforaba su mente erael sonido, ese crujido húmedo y pegajoso que acompañaba cada movimiento, como si la misma carne se resistiera a seguir funcionando. Con cada paso que daba, el constante goteo de su sangre marcaba el tiempo, gota tras gota, un metrónomo macabro que contaba loslatidos que le quedaban. El suelo, frío y manchado, parecía registrar su sacrificio, absorbiendo esas gotas como un testigo indiferente de su lucha.

De repente, un eco se alzó desde las sombras cercanas. Unos ojos se asomaron entre los escombros, observándolo con la mezcla de horror y fascinación que se le otorga a alguien que desafía la muerte.

¿Por qué sigue avanzando? Debería estar muerto...—murmuró otro guardia en un tono ahogado, apenas un susurro.
Es como si no fuera humano... No puede ser humano—respondió otra voz, impregnada de miedo y admiración reprimida.

Bernardo apretó los puños, ignorando los murmullos que no podía discernir del todo, o tal vez prefiriendo no hacerlo. La furia lo mantenía erguido, una llama que no se apagaba pese al vendaval que intentaba sofocarla. Cada crujido de su cuerpo era un recordatorio de su fragilidad, pero también un desafío a la misma existencia. Con los dientes todavía rechinando, sus labios se separaron para dejar escapar un gruñido que parecía una advertencia al universo.
—No hoy... —murmuró, su voz ronca y cargada de furia primigenia.

Y el goteo continuó, inexorable, como un reloj de arena hecho de sangre, marcando su camino hacia un destino que aún se negaba a aceptar.

Cada pasode Bernardo era un desafío a la lógica, una declaración de guerra contra el destino. El peso delmetal fríoque perforaba su carne no solo le recordaba la cercanía de la muerte, sino que lo marcaba como un guerrero condenado que aún se negaba a caer.El acero, anclado en su cuerpo, ardía con una intensidad que casi lo hacía gritar, pero no era un fuego común; era un calor interno que lo mantenía consciente, enfocado. Aquella tortura constante era más que un recordatorio del daño: era un susurro oscuro que lo instaba a continuar. Laagonía, lejos de debilitarlo, era su única aliada, esa voz interna que lo forzaba a seguir, como una amante cruel que no lo dejaba descansar.

El escenario alrededor era un caos de sangre y miedo, con cuerpos dispersos como trofeos de una batalla desigual. Los que aún quedaban de pie,espectadores involuntariosde su resistencia, lo miraban con una mezcla de horror y asombro. Sus rostros pálidos, cubiertos de sudor y polvo, parecían pertenecer a figuras congeladas en el tiempo.Un murmullo, como el siseo de serpientes, se propagó entre ellos:
¿Cómo sigue vivo?—preguntó uno, sus ojos agrandados por el miedo mientras retrocedía instintivamente.
Eso no tiene sentido... ese hombre ya debería estar muerto—replicó otro, su voz temblorosa, incapaz de ocultar la incredulidad.

Bernardo los escuchó, aunque no les dio importancia. Esas palabras eran ecos lejanos, inútiles frente al rugido ensordecedor de su propia voluntad. Dio otro paso, y el goteo de sangre que seguía al movimiento dibujó un sendero oscuro en el suelo. Los clavos de dolor perforaron su conciencia una vez más, pero él lo aceptó con los dientes apretados, como si esa tormenta fuera todo lo que quedaba para sostenerlo.

Los murmullos comenzaron a transformarse en gritos desesperados entre los testigos.
—¡No es humano! —gritó uno de ellos, señalándolo con un dedo tembloroso.
¡Corre! ¡Ese hombre está maldito!—exclamó otro antes de perderse entre las sombras.

A pesar de todo, Bernardo no flaqueó. Con cada paso parecía más un espectro que un hombre, una manifestación del dolor y la furia, un avatar de la muerte que caminaba entre vivos y muertos por igual. Su respiración era pesada, cada exhalación un reto, cada inhalación una promesa de que aún tenía fuerzas para desafiar lo inevitable.

Bernardo no escuchaba. El mundo a su alrededor, con sus gritos, susurros y sonidos de agonía, era solo un eco distante, irrelevante ante el huracán que se desataba en su interior.Su mente, fracturada por el dolor, no cedía; al contrario, cada punzada era combustible para ese incendio que lo consumía por dentro. Era untorbellino, un caos de emociones brutales: recuerdos confusos que lo asaltaban como dagas, imágenes de un pasado que se negaba a dejarlo ir.

Larabia, cruda y visceral, era el único hilo que mantenía su cordura unida. Era como si su cuerpo fuera una máquina rota que seguía funcionando únicamente por el peso de su furia.Necesitaba devolver cada herida, y no de manera equitativa: lo haría con creces,multiplicada, cargada con el veneno de su sufrimiento. A cada golpe que había recibido, a cada grieta que su carne había soportado, él respondería con un diluvio de violencia que no dejaría rastro de sus enemigos.

Los recuerdoslo golpeaban mientras avanzaba, destellos incontrolables: un rostro amado cubierto de lágrimas, una risa olvidada, el frío de una despedida que nunca quiso aceptar. Pero esos destellos no lo detenían, no lo debilitaban; eran brasas que alimentaban el fuego que rugía en su pecho.

Los que lo observaban, incapaces de entender cómo seguía en pie, comenzaron a retroceder aún más, sus rostros transformados por una mezcla de terror y fascinación.
¡No está luchando por su vida! ¡Está aquí para destruirnos!—gritó uno de ellos, sus palabras llenas de pánico.
No es un hombre... ¡es un monstruo nacido del dolor!—susurró otro, su voz quebrándose mientras caía de rodillas.

Otro guardia puso los ojos en blanco y miro con desdén a Bernardo.

Bernardo avanzó, con el peso de su sufrimiento transformado en una fuerza imparable. No había espacio en su mente para el miedo ni para la duda; había borrado todo rastro de humanidad que pudiera interferir en su propósito. El torbellino en su interior era lo único que le quedaba, y estaba dispuesto a desatarlo con una ferocidad que marcaría ese lugar como una tumba para quienes osaron desafiarlo.

El muchachovolvió a tambalearse, su cuerpo cediendo bajo el peso de un tormento que no era únicamente físico, sino un reflejo desgarrador de sudesesperaciónmás profunda.Cada paso, cada respiro, era una lucha contra una marea que amenazaba con arrastrarlo hacia el abismo.La sangre, espesa y tibia, brotaba sin descanso de lasheridasque marcaban su cuerpo como cicatrices frescas de una guerra que nunca había pedido pelear.

El sudor frío, que se mezclaba con el líquido carmesí, era como un río silencioso que hablaba de su fragilidad, mientrassu piel, pálida y temblorosa, parecía una tela rota al borde del desgarro definitivo.La visión, borrosa e inestable, lo traicionaba a cada instante; cadaparpadeoera una batalla en sí misma, un esfuerzo que drenaba lo poco que quedaba de su fuerza.

El mundo a su alrededorera un caos indistinguible, un escenario que se retorcía ante sus ojos como un espejo distorsionado de su propio sufrimiento. Los colores perdían su forma, los sonidos se apagaban, y el aire, cargado de un pesoopresivo, parecía negarse a entrar en sus pulmones.El silencio, un manto inquietante que lo envolvía, no era pacífico; al contrario, era un vacío lleno de presagios oscuros, unominoso recordatoriode lo inevitable.

Un jadeo escapó de sus labios agrietados, y en ese instante, sus rodillas flaquearon.
No puedo más...—murmuró, pero su voz se perdió en el vacío, tragada por el peso de una realidad que parecía burlarse de él.

Desde las sombras, algunas figuras observaban, sus rostros oscurecidos por la penumbra.
Míralo, aún lo intenta...—comentó uno, su tono cargado de una mezcla de incredulidad y desprecio.
No llegará lejos. Esa sangre que pierde no lo dejará ni terminar su próximo aliento.

El muchacho, ajeno a esas voces que lo sentenciaban, apretó los dientes. Su cuerpotemblaba, cada músculo al borde del colapso, pero en el fondo de su ser, algo todavía ardía. No era esperanza; no era fe. Era una furia silente, un grito enterrado en lo más profundo de su alma que se negaba a sucumbir sin pelear hasta el último respiro.

Y entonces,Peter desaparecióde sucampo de visión, como si el mismo aire lo hubiese devorado. Un instante antes estaba allí, con su figura tambaleante pero inconfundible, y al siguiente... el vacío. El muchacho parpadeó frenéticamente, sus ojos nublados buscando entre sombras y destellos de dolor alguna señal de que no todo estaba perdido, de que Peter seguía siendo real, presente, una ancla en medio de la tormenta.

¡Peter!—su voz, rota y desesperada, se alzó como un eco contra la densidad ominosa que lo rodeaba.

No hubo respuesta.El silencio, esa entidad maldita que parecía reírse de él, fue lo único que le devolvió el llamado. La idea de que Peter, su compañero, su amigo, pudiera haber caído, se clavó en su pecho como una daga envenenada.

Tu..—murmuró, tambaleándose hacia adelante, ignorando el fuego que consumía sus músculos y el acero que le perforaba el alma.Cada paso, aunque torpe y vacilante, era una declaración de resistencia.

Desde las sombras, algo se movió. Un crujido sutil, casi imperceptible, que desató un torrente de adrenalina en su sistema agotado. Su mente luchaba por decidir: ¿era Peter? ¿O era algo más? Sus piernas, como si actuaran por cuenta propia, lo llevaron hacia el origen del ruido, mientras su corazón martillaba un ritmo salvaje contra su pecho.

Y entonces lo vio.No era Peter.Era algo más. Algo que no debería existir. Una figura oscura, deformada, que lo observaba desde las penumbras con un brillo malévolo en sus ojos inexistentes.

Bernardo en su perdida de sangre veía alucinaciones, veía a su hermano como una sombra negra y ser horrido similar a los caminantes del vació en este fin del mundo.

Bernardo, envuelto en un manto de dolor y locura, tambaleándose al borde del abismo, comenzó a verformas que no debían estar allí. Entre los escombros y las sombras, emergió una figura que su mente no pudo distinguir de la realidad. Su corazón dio un vuelco, porque lo reconoció al instante, aunque lo que veía no tenía sentido.

Su hermano, su carne y sangre, estaba allí... perono era él. Era una sombra deformada, grotesca, una amalgama de horror y oscuridad que recordaba a los Caminantes del Vacío que habían traído el fin del mundo. Su silueta era vaga, envuelta en destellos turbios, como si la misma luz temiera rozarlo.Un rostro humano se asomaba, pero su piel estaba pálida, rota, y sus ojos eran pozos oscuros, sin fondo.

Jaja...—la risa de su hermano resonó, aunque la boca de la criatura apenas se movía.Era un eco, un sonido cargado de maldad y sarcasmo.
Sabía que esto pasaría, Bernardo...—La voz era inconfundible, pero estaba teñida de un tono etéreo, como si no perteneciera a este mundo.
Bernardo parpadeó, luchando contra el sudor y la sangre que nublaban su vista, pero la figura seguía allí, acechante, burlona.

Me matarás, ¿no es cierto, hermanito?—La sombra avanzó un paso, su figura amorfa cambiando con cada movimiento, como si la realidad no pudiera contenerla.
Deseas mis dotes marchitos... para poder ser alguien en este mundo.—La burla en sus palabras era un veneno que Bernardo sintió arder en su mente.

Pero Bernardo, aun tambaleante,rió entre dientes, su voz un eco débil pero cargado de desafío.
¿Alguien en este mundo?—jadeó,una risa amarga desgarrándole la garganta.
Mírame, hermano. Este mundo está muerto. Si necesitara tus dotes, estaríamos acabados... igual que tú.

La sombra rió nuevamente, un sonido distorsionado, como si múltiples voces lo acompañaran.
Sigues siendo el mismo. Necio, orgulloso, creyendo que todo gira en torno a tu fuerza. Pero te estás desangrando, Bernardo. Me necesitas. Sin mí, caerás... y serás igual que el resto: polvo para el abismo.

Bernardo apretó los dientes, el calor de la sangre perdida haciéndolo tambalear, perono cayó. Levantó la mirada hacia su hermano, hacia esa cosa que lo desafiaba, y en sus ojos brilló algo que no era esperanza, sino una ira profunda, primitiva, indomable.
Prefiero caer como humano que sobrevivir como tú... una sombra de lo que alguna vez fuiste.

La figura se detuvo.Sus bordes se oscurecieron aún más, su rostro deformado pareció contorsionarse en algo que podría haber sido furia. Pero antes de que respondiera, Bernardo dio un paso adelante, apenas sosteniéndose.

Así que adelante... ríe, burla, predica. Pero no importa cuánto sangré, no importa cuántas veces caiga.—Su voz, aunque débil, era una promesa.
Yo... no... seré... tú.

Ese breve instante se estiró como una cuerda al borde del quiebre,un momento suspendido en un abismo sin fin. Para Bernardo, el mundo entero pareció detenerse, dejando solo el palpitar irregular de su corazón como único testigo del tiempo.El eco de su respiraciónllenaba el aire, un jadeo entrecortado que llevaba consigo todo el peso de su desesperación y su lucha por mantenerse consciente.

El goteo de su sangre, espeso y lento, resonaba como un metrónomo macabro, marcando cada segundo que se le escapaba.Cada gota era un recordatorio, un golpe de tambor que acompañaba la marcha implacable hacia un final incierto.

Su pecho dolía, no solo por las heridas físicas, sino por una presión invisible que parecía comprimirle las costillas desde dentro, como si una mano espectral apretara su alma. La incertidumbre se alojó en su mente, cruel y fría, escarbando en sus pensamientos como un cuchillo.¿Seguir? ¿Caer?Esa pregunta, simple y devastadora, lo atormentaba, mientras su cuerpo luchaba con cada gramo de energía restante.

El sonido de su sangre golpeando el sueloera su único acompañante, una gota tras otra cayendo en un ritmo que parecía burlarse de él, como un contador de vida implacable que no tenía piedad.Cada latido de su corazón era una cuenta regresiva, un tamborileo interno que le recordaba que la batalla no era solo contra lo externo, sino contra el reloj que se desangraba dentro de él.

En medio de ese silencio brutal,una idea cruzó su mente, fugaz y abrasadora:
"¿Es este el final? ¿Es aquí donde todo termina?"

Pero el eco de esa pregunta no trajo miedo, sino algo más profundo, más oscuro:una furia que no podía morir mientras él respirara.

Peter se movió, Bernardo no pudo percibir el movimiento debido a su perdida de sangre y su mareo constante.

El impacto fueimplacable, brutal, devastador.El puño de Peter, cargado con una fuerza sobrehumana, se hundió profundamente en el estómago de Bernardo, como si estuviera atravesando no solo carne, sino la esencia misma de su ser.El aire salió disparado de sus pulmonesen un jadeo seco que rápidamente se convirtió en un grito sofocado,ahogado por el propio colapso de su cuerpo.

El sonido fueatroz, un golpe sordo que resonó en la inmensidad como el eco de una sentencia.La carne cedió, los huesos crujieron como ramas bajo el peso de una tormenta, y el impacto dejó una huella tan profunda que parecía borrar cualquier posibilidad de resistencia.

El dolor lo atravesó como un rayo inclemente,un destello de agonía que se expandió desde su vientrehacia cada nervio de su cuerpo.Era un dolor que no se podía describir, solo sentir, como si su interior hubiera sido desgarrado y consumido por un fuego que ardía sin piedad.

Bernardo se dobló sobre sí mismo, sus rodillas cediendo al peso de la destrucción que Peter había infligido.La sangre brotó en una explosión roja, mezclándose con el sudor que empapaba su piel y formando un charco oscuro a sus pies.

—¿Es todo lo que tienes? —Peter susurró con una crueldad glacial, inclinándose hacia él, su aliento como un viento helado en el rostro de su hermano. Su voz era una mezcla de burla y decepción, como si el acto de destrozarlo no fuera más que un juego aburrido.

Bernardo no podía responder,su garganta luchando por emitir algo más que un gorgoteo ahogado. Pero incluso mientras su cuerpo temblaba al borde de la inconsciencia, sus ojos, vidriosos y desbordados de rabia,se clavaron en Peter con una intensidad casi inhumana. No necesitaba palabras para transmitir su desafío; su mirada gritaba lo que su cuerpo no podía:"Aún no he terminado."

Sin embargo, Peter no retrocedió.Su sonrisa torcida reflejaba una sombra de satisfacciónmientras se preparaba para golpear de nuevo, cada movimiento suyo resonando con una calma aterradora, como si el fin ya estuviera escrito en la sangre que manchaba el suelo.

El rostro de Bernardo se torció en un mudo alarido, una máscara de sufrimiento puroque parecía gritar lo que sus labios no podían articular.El fuego abrasador en su abdomen era una tormenta implacable, una mezcla de dolor físico y la punzante agonía de la traición. El golpe no solo había destrozado su cuerpo, sino que había desgarrado algo más profundo, más esencial.

El vínculo que una vez compartió con Peter, el hermano que había jurado protegerlo, ahora yacía hecho trizas.Cada fibra de su ser clamaba su nombre, pero no como un llamado de esperanza o reconciliación, sino como un lamento cargado de rabia y desesperación.

Peter lo había destruido, no solo físicamente, sino también en el plano intangible de sus recuerdos y emociones. Las risas compartidas, los secretos murmurados en la infancia, los momentos de apoyo cuando todo parecía perdido...todo había sido aplastado bajo el peso de ese puño brutal.

Bernardo, jadeando, sintió que el mundo se estrechaba en torno a él. El suelo bajo sus pies parecía ceder, como si el universo mismo estuviera rechazándolo. Y aun así,en medio de esa tormenta, algo en su interior se negó a morir.Era más que rabia; era la chispa de una resolución salvaje que ardía con un odio tan puro que amenazaba con consumirlo por completo.

¿Así termina todo, Peter?murmuró entrecortadamente, su voz débil pero cargada de un filo gélido, como el último resplandor de un fuego antes de apagarse.—¿Esto es lo que siempre quisiste?

Peter lo miró sin emoción aparente, su rostro frío como el acero.
—No siempre, hermano. Pero así tenía que ser.Solo uno puede sobrevivir... y no serás tú.

El silencio cayó entre ambos, roto únicamente por el goteo persistente de sangre y el eco distante de los gemidos del viento, como si el mismo planeta lamentara el fin de algo irrecuperable.

La palabra "justicia" salió de los labios de Peter con un veneno tan venenoso que parecía cortar el aire a su alrededor.Cada sílaba era como un golpe más en el cuerpo de Bernardo, quien luchaba por mantenerse consciente, por no rendirse ante el abismo que lo arrastraba. La sangre seguía fluyendo de su boca, su cuerpo se encorvaba por el dolor, pero su espíritu no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.

¡Maldito!—balbuceó Bernardo, su voz quebrada, pero llena de odio.El sabor metálico de la sangre le quemaba la garganta,y cada respiro era un recordatorio cruel de su fragilidad. Sin embargo, aún en ese estado, en la orilla misma de la muerte, algo dentro de él ardía.El fuego de la venganza no podía extinguirse tan fácilmente.

Peter lo miró con una serenidad aterradora, sus ojos como dos pozos oscuros que no reflejaban ni piedad ni remordimiento.
Esto no es traición, Bernardo.—murmuró con una calma glacial que hacía que el aire a su alrededor se volviera aún más gélido.—Esto es justicia.
El eco de sus palabras reverberó en la mente de Bernardo como un martillo golpeando el hierro.Peter nunca había creído en los lazos de sangre, en la fraternidad o en los sentimientos humanos. Para él, todo había sido un juego, una estrategia fría. Bernardo siempre fue el medio para un fin, y ese fin estaba al alcance de su mano.

Mi justicia.—La voz de Peter se llenó de una quietud aterradora, como si estuviera revelando una verdad dolorosa.—Desde hace mucho sabías que esto pasaría. Serías el peldaño que me llevaría a la supremacía.

Bernardo, aunque a duras penas, levantó la vista hacia él.Cada músculo de su cuerpo temblaba, y sin embargo, sus ojos brillaban con una ira que no se extinguía.La traición que acababa de presenciar, el asesinato de todo lo que alguna vez fue su hermano, no era algo que pudiera aceptar sin luchar.

Supremacía...—dijo, con una risa entrecortada que fue más un susurro gutural que una carcajada.—¿Qué supremacía? No hay poder que valga la pena cuando el precio es tu alma, Peter.

El vacío entre ellos se expandió, las palabras flotando en el aire como fantasmas de lo que alguna vez fue una relación, ahora hecha añ , por un breve instante, pareció vacilar, como si esas palabras lo alcanzaran de algún modo.Pero solo fue un suspiro, rápido y efímero, y su fría máscara volvió a caer con total indiferencia.

Lo que busco, Bernardo, lo he deseado desde siempre. Y ahora, nada podrá detenerme.

Elmuchachointentó mantenerse en pie, aferrándose aldolorcomo su única ancla en un mundo que ahora parecía desmoronarse ante él. Cada respiración era una batalla, el aire rasgando su pecho como si el mismo universo estuviera en su contra. Su cuerpo,tambaleante y quebrado, temblaba bajo el peso de laagonía. Los músculos le fallaban, y la sangre, espesa y caliente, recorría su piel, dejando un rastro de evidencia de su sufrimiento.

Sin embargo, a pesar de la debilidad que intentaba consumirlo, susojos—aunque vidriosos por eldolor, la fiebre y la fatiga—brillabancon una mezcla deodio,rabiaydesesperanza. Era la mirada de alguien que no iba a ceder, de alguien que ya había cruzado el umbral donde la muerte no era el final, sino el principio de algo mucho más oscuro. Su mente, nublada por el sufrimiento, se aferraba a la única certeza que quedaba: que no dejaría que lo aplastaran, no sin luchar.

El mundo parecía a su alrededor como un eco lejano y distorsionado. Los murmullos, las sombras que se deslizaban entre las grietas del suelo, las figuras que se acercaban... todo eso ya no importaba. Solo existía eldolor. Solo existía larabia. Cada latido de su corazón era un acto de desafío, cada respiración un recordatorio de que, a pesar de todo lo que le habían hecho, aún seguía ahí.

¡Malditos!—musitó entre dientes, aunque las palabras se desvanecían en el aire, perdidas en un grito mudo, ahogado por elesfuerzo.El suelo bajo élparecía moverse, como si estuviera al borde de caer en una grieta que lo arrastraría a lo más profundo del abismo, pero sumirada, ahora fija y decidida, seguía viendo hacia adelante, aunque el resto de su cuerpo le implorara lo contrario.

Lafuerza del odiolo mantenía de pie.

Elgrito ahogadodeBernardose mezcló con el sonidohúmedoy espeso de lasangreescapando de su boca, como si cadalatidode su corazón fuera una condena más. La esencia roja se derramaba de su garganta, una corriente cálida y espesa que marcaba sudeteriorocon cada gota que caía al suelo. Un reguero macabro, casi como si fuera una firma de loinevitable,se extendía por el terreno, elhorrorpintando el escenario de su caída. El rastro que dejaba la sangre era un preludio a sudestruccióninminente, pero no era solo unsímbolo de su sufrimiento, sino de una resistencia que aún se negaba a ceder.

Peter, con suagarrón feroz, lo mantenía bajo control. Sus dedos,casi enterradosen la carne de Bernardo, eran laprueba de su victoriaaplastante. Lo sostenía como a unapresa, sin darle espacio para huir, asegurándose de que elúltimo aliento de su hermanono fuera otra cosa que un suspiro inútil en medio de la carnicería.La furiaque lo mantenía aferrado a él era tanviciosaque incluso lasangreque se desbordaba de las heridas abiertas parecíaalimentarlo, un festín cruel para un hombre que ya había sellado su destino.

Laluz tenueque caía sobre ellos resaltaba labelleza macabradel momento: lasangre, brillando comoun símbolo perversode la agonía,relucíacon un brillo enfermizo, como si de alguna forma celebrara laresistencia de Bernardoa pesar de la tormenta de dolor que lo consumía. Cadagota caídaera unapromesa rota, una manifestación tangible de unhombre que se negaba a rendirse, a pesar de la dureza del castigo. En esos instantes, el tiempo parecíaralentizarse, como si el universo se detuviera para observar la lucha interna deBernardo, su cuerpo cayendo lentamente mientras su alma permanecía desafiante.

Pero el silencio erapesado, denso, unapresencia tangibleque absorbía todo a su alrededor, dejando solo el eco lejano deldolory laviolenciaen el aire.

Peter no mostrópiedad. Su mirada era la de un depredador,fría y despiadada, mientras sus manos,marcadas por la violencia, se posaban sobre la cabeza deBernardocon unafuerza implacable, como si el joven fuera solo un objeto más en su camino hacia ladominación. Losdedos de Peterse clavaron en su cuero cabelludo, atravesando la piel,convirtiéndolo en un grillete de dolor. Bernardo, sin poder reaccionar, sintió la presión de los dedosromper las fibras de su pielmientras su cuerpo sesintió completamente a mercedde su hermano.

En uninstante, tan rápido como un rayo que corta el cielo en un destello cegador, Peterlo arrastróhacia su rodilla derecha. Elimpacto fue brutal. El crujidodesgarradordel tabique nasal de Bernardo al romperse resonó como unestruendo visceral, un sonido tanhorribleque el aire mismo parecía temblar ante la violencia desatada.La sangrecomenzó a brotar enchorros, cayendo en cascada desde su rostro, tiñendo la tierra a su alrededor de unrojo profundo, mientras eldolorlo consumía en cada segundo. Elimpacto secode su cara contra la rodilla de Peter reverberó en el aire, untrueno ensordecedorque rompió el inquietante silencio que los envolvía, como si latierra mismatemiera lo que estaba por suceder.

Bernardo no podía gritar, no podía reaccionar; su rostro estaba deformado por ladolorosa fractura, su nariz ahora irreconocible, y elairese le escapaba como si su cuerpo estuviera siendo desterrado de la vida misma. Cadalatido de su corazónera ahora un recordatorio cruel de lo que había sido y lo quePeterle había hecho, un eco de latraicióny laviolenciaque habían marcado su destino.

Y sin embargo, mientras lasangreseguía cayendo, el resplandor deodioen los ojos de Bernardo seguía allí.A pesar de todo, no cedió.

El golpe loparalizó. Fue como si eltiempomismo hubiera dejado de existir por un momento, sumergiendo aBernardoen unvacío absoluto. El mundo a su alrededor sedesvaneció en un borrón de sombras, y todo lo que pudo sentir fue el dolor, un dolor tanagudo y despiadadoque borró toda su conciencia de la realidad.Su cráneoexplotó enllamas, un fuego abrasador que seextendiópor cada fibra de su ser, convirtiendo cada pensamiento encenizasvolando al viento. Laspulsacionesde su mente, frenéticas y descontroladas, parecían ahogarse en la espiral de dolor que lo consumía desde dentro.

Eleco del impactoresonó en su cerebro como untrueno lejano, pero mucho más cercano y cruel. Cadaonda de choqueque recorría su cuerpo lo hacía sentir como si fuera desmembrado, como si lamuertemisma estuviera al acecho, esperando el momento adecuado para llevarse su vida. Laintensidaddel dolor le arrebató hasta el aliento, dejándolovacío, incapaz de mover siquiera un dedo.

Una advertencia sombría se coló en su mente, casi como un susurro del destino:el final estaba cerca, tancercanoque podría sentirlo en suespalda, como unaliento gélidorozando su piel. Lamuertese acercaba, no con lasuavidadque algunos esperaban, sino con laferocidadde unanimal salvajeque ya había olido su miedo y estaba listo para devorarlo.

Bernardo intentó reaccionar, pero su cuerpo ya no respondía, estabaroto, sus huesos crujían como el sonido de ramas secas bajo una tormenta.Solo quedaba la oscuridadque lo rodeaba, unabismodel que no sabía si podría salir.

Peter losoltócon un gesto de absolutodesprecio, dejando que el cuerpotambaleantede sumedio hermanocayera al suelo con laligerezade un muñeco de trapo.La carne de Bernardogolpeó el suelo con unsonido sordo, unecoque resonó en lasparedes del vacíoque se había abierto entre ellos.La sangrebrotaba de surostro destrozado, unacascada oscuraque se deslizaba por su piel, marcando unrastro macabroque parecía reclamar la vida de quien alguna vez fue unapromesade hermandad. Lasangreseextendíabajo él, como un testamento cruel de su derrota, cada gota una marca de su sufrimiento, un recordatorio de que elfinalno era unpaso silencioso, sino unacaída estruendosahacia lanada.

El aire, denso y viciado,palpitabacontensión. Lossusurroscomenzaron a levantarse entre las sombras que rodeaban la escena, comoespectros observando desde su refugio. Los que se ocultaban, los quepresenciabandesde la penumbra, no sabían si lo que veían erarealidado siestaban siendo testigos de una pesadilla. Elmurmullose alzó, unacorte de vocesque se entrelazaban, incapaces decomprenderel horror que acababan de presenciar.

¿Está... está vivo?—preguntó una voz temblorosa, un eco de incredulidad en un mundo que parecíahaberse congelado.
No puede ser...—murmuró otro,horrorizado, con el rostropálidoante la brutalidad de lo que acababa de suceder.

Pero lo único queimportabaera elruido constantede lasangregolpeando el suelo, y elgoteoincesante de lavidadeslizándose lejos del cuerpo deBernardo, como si eldestinomismo le estuviera arrebatando todo lo que una vez había sido.

¿Qué demonios está haciendo?—susurró alguien desde las sombras,horrorizado, incapaz de apartar la vista deldesgarrador espectáculoante él.

Lo está destruyendo... lenta y metódicamente, así es como se hace.—respondió otra voz,serena, casiclinicaen su tono, mientras los ojos observaban el fin de unaexistencia rota.

Unsilencio inquietanteenvolvía el ambiente, mientras los susurros continuaban entre los quepresenciabanla carnicería. Uno de losguardias, con la miradafría, observaba el sufrimiento deBernardocomo si se tratara de un espectáculo lejano, ajeno a cualquier tipo deemoción humana. Sus palabras erangélidas, como una sentenciainevitable,puro desdén.

El joven señor sabe lo que se debe hacer. No duda, simplemente lo realiza. Este mundo es para losfuertesy no para loslisiadoscomo Bernardo.—Elguardiahabló conintención asesina, su voz impregnada de unafrialdadque calabahondo. Las palabras caían comohachas, sin piedad, saboreando ladestrucciónde lo que alguna vez fue algo más que unasimple víctima.

Los ojos de Bernardo,bajo el peso de la tortura,se endurecían. Cada palabra, cada gesto delguardia, eranpuñaladasque cruzaban el umbral de su sufrimiento físico,transformándoseen algo más profundo, algoinhumano.Este mundoal que se referían, donde lafuerzagobernaba, no era el suyo, nunca lo había sido. Pero en ese instante,Bernardoentendió algo crucial:la vida misma le estaba siendo arrancada, pero sualmase negaba a morir, aunque lasangrefuera el precio.

Elsonidode lasangrecayendo al suelo era ahora unhorror palpable, mientras lassombrasrodeaban su cuerpo. Laindiferenciade aquellos que observabansolo aumentabael peso de su condena.

Bernardo intentó respirar, pero cadajadeoera unsuplicio. Su pecho subía y bajaba con un esfuerzotitánico, como si el simple acto de inhalar y exhalar fuera unaluchacontra eluniverso mismo. Cadamovimientoque hacía, cada pequeño ajuste de sucuerpodestrozado, lerecordabaque estaba al borde, a punto de romperse por completo. Lamuertese cernía sobre él,inminente, pero aún no había llegado, aún no lo había vencido.

Sin embargo, en un rincón oscuro de sualma, donde ladesesperaciónintentaba ahogar cualquier vestigio de voluntad,algoseguía ardiendo,indomable. Un atisbo defuria, tan primitivo y visceral como unabestia acorralada, se mantenía vivo en él, alimentado por el odio quebrotabade cada herida, de cada insulto que sus ojospresenciaban.

Era unarabia ferozque lo mantenía aferrado a su propia existencia,resistiéndoseal fin. Lamaldiciónde su propio cuerpo no podía apagar esa llama interna. Aunquesu carnese desmoronaba y eldolorlo arrastraba hacia lanegruradel olvido, esa chispa deiraseguía siendo su únicacompañera.

Lafuriaera lo único que lo mantenía de pie, lo único que leimpedíarendirse ante el abismo que lo llamaba.Aguantar,resistir, aunque fuera solo uninstantemás. En su mente,Bernardosabía que su batalla no era solo contraPeter, ni contra los que lo observaban condesdén. Su verdadera batalla era contra sí mismo, contra eldesgastede su alma y elfinque lo acechaba.

No lo dejaría ganar. A pesar de lamuerteque se acercaba, su espíritu aún eraindomable.

Elimpacto fue devastador, untruenoque rompió la frágil quietud del aire. Lafuerzacon la quePeterhundió su rodilla en el rostro deBernardofue tan brutal que sucuerpo destrozadosalió disparado hacia atrás, como si todo su ser estuviera siendodesgarradopor unafuerza cósmica. Lagravedadmisma pareció dudar por un momento, reticente a recibir a una víctima tan quebrada, suspendiendo su caída en el aire, como si el tiempo se hubieradetenidopara ofrecer un cruel espectáculo a los que observaban desde las sombras.

Por un instanteeterno, Bernardoflotóen la nada, sufigura débil y ensangrentadadesafiando larealidad, despojándose de cualquier resto de humanidad. Susmiembros rotos, susojos vidriososy suboca abiertaeran testigos de un sufrimiento tan extremo que el mismo aire parecíadesgarrarsecon cada segundo que pasaba. La escena era tan surrealista que bien podría haber sido arrancada de unapesadilla, como si larealidadmisma hubiera perdido el control, dejándole una última oportunidad paraversu caída.

El mundo setorcióalrededor de él, pero sus ojos,nublados por la sangre, aún alcanzaban a ver lafigura de Peter, inmóvil, como undios vengativoque observaba su creación. Y en ese breve instante, Bernardo no pudo evitar preguntarse si este era sufin, si sus últimos pensamientos serían una mezcla defuriaydesesperación, esperando que algo, o alguien, pudieraromper el cicloque lo había llevado hasta aquí.

El aire sepesó, cargado de una tensión palpable, mientras eltiempoparecía avanzar solo por el deseo de lassombras.

Eltiempopareció detenerse, suspendido en lainfinitudde un momento donde todo lo que importaba se desmoronaba. En eseabismode silencio y dolor, lospensamientosdeBernardose desataron como un torrenteimparableque arrasaba con todo a su paso. Recuerdos fragmentados de suinfanciaconPeteratravesaron su mente, cortantes y efímeros, comodestellos fugacesque brillaban antes de desvanecerse: risas compartidas, losjuegos inocentesde hermanos, promesas hechas a la luz de días más simples. Y luego, como unacicatriz invisible,el silencio gélidoque comenzó amarcar la distanciaentre ellos, la separación que se fue extendiendo con cada paso, con cada palabra no dicha, hasta que todo se rompió.

Esos recuerdosfelicespronto se diluyeron, se desvanecieron en el aire comopolvoarrastrado por un viento implacable, dejando solo un vacío que parecía devorar cualquier esperanza defuturo. Un futuro que ya no existía, un futuro que seborróen el instante en quePeterlo había despojado de todo lo que alguna vez significó algo.

Visiones rotas comenzaron a inundar su mente:vidas salvadas, elsacrificiode aquellos que pudieron haber sidoredimidospor la luz de sus decisiones,redenciones logradasen labatalla contra el destino, y elcalor de la pazque alguna vez fue posible, pero que ahora se desvanecía en lanada. Todo aquello que pudo haber sido, quedebería haber sido, se desintegraba ante él comofragmentos de un sueño roto.

El futuro que había soñado ahora era uneco lejano, unaquimeraperdida en un mundode tinieblas, dondela esperanzase transformaba en lasombrade lo que ya no se alcanzaría jamás.

Fue entonces cuando, justo delante de él, algoimposibleocurrió. Unapartícula de luzemergió del aire mismo, como si elmismo universohubiera decidido, en ese instante, desafiar la lógica y la razón. La luz no era solo una simpleiluminación, sino un resplandorpuro, intenso, capaz de perforar lapenumbraque envolvía el lugar, esa oscuridad densa que parecía consumirlo todo. El resplandor brilló, reverberando en el aire como unapromesade algo más allá del sufrimiento que lo mantenía cautivo.

La luztomó forma, esculpiéndose conprecisiónen el espacio que parecía dispuesto a devorarlo todo. En un parpadeo, la figura ante él adquirió una silueta familiar, una figura que no necesitaba ser reconocida para entender su significado. EraPeter, pero no el Peter que lo habíadestruido. No el hombre que lo habíatorturadoytraicionado. No el monstruo que había dado paso a laoscuridaden su alma. Era elPeterque alguna vez había sido suhermano, el niño que jugaba a su lado, el que lo habíaprotegidoy guiado en los días más inocentes.

Este Peterbrillabacon unaintensidad casi sobrenatural, como si su existencia misma fuera una manifestación de labondad perdida, un eco distante de lo que alguna vez fue una promesa deconfianzaycompañerismo. Su luz no era solo física, sino una vibración que resonaba en lo más profundo del ser de Bernardo, desnudando todas sus emociones: amor, ira, traición. Una chispa de lo que fue y lo que ya no podría ser.

EsePeterluminoso, lleno de lapurezade tiempos pasados,se negaba a ser olvidado, reclamando un lugar en un presente marcado por lasombrade lo irremediable. Era laúltimadefensa de la esperanza de Bernardo, elúltimovestigio de su humanidad, brillando en medio de la devastación. Pero, como unaquimera, era solo un reflejo de un amor que se habíaperdido en el tiempo, dejando a Bernardo atrapado entre lo que era y lo que nunca podría ser.

Bernardo, aún suspendido en el aire, sintió algo que no había experimentado en todo el combate:duda. Esa sensación tan humana, tan frágil, se abrió paso en su mente, atravesando laniebla de desesperaciónque lo había mantenido anclado a su sufrimiento.¿Era esto un delirio, unailusiónnacida de lasalucinacionesprovocadas por la pérdida de sangre y el dolor insoportable? ¿Una cruelbromade su mente rota, tratando de aferrarse a los últimos vestigios de sucordura? O,¿era realmente un mensaje, un destello de algo quetrascendía este mundo,algo que venía de un lugar más allá de la comprensión humana?

La figura de luz lo observaba,inmóvil, pero en su presencia se sentía unaprofundidadque desbordaba toda lógica. No era una simple ilusión; había algo en su resplandor queconectabacon lo más profundo de su ser, como si esa visión representara no solo su hermano perdido, sino también todo lo quehabían sido juntos. Aquella luz lo observabafija y callada, como un reflejo de todo lo que había quedado atrás.Todo lo que él y su hermanohabían perdido,todo lo que pudo haber sidoy que había desaparecido con el paso del tiempo, lasdecisiones equivocadasy lastraicionesque los habían llevado a este punto de no retorno.

Un sentimiento amargo se apoderó de Bernardo, y no pudo evitar pensar si este fue el últimoecode un hermano que ya no existía, unaadvertenciade que lassombrassiempre consumen a aquellos que alguna vez fueronluz.El presentese desdibujaba, desvaneciendo las fronteras entre lo real y lo irreal, entre lo que era y lo quepodría haber sido, dejando a Bernardo suspendido en esevacío existencial, entre los recuerdos del pasado y la implacable realidad del momento que vivía.

El aire se volviópesado, denso, como si la misma atmósfera estuvierareteniendoel aliento de la tierra. Una energíainvisiblelo rodeaba, unapresiónque parecía hacer que el tiempo se detuviera.Cada latido de su corazónse volvía másdificultoso, y la sangre que escapaba de su cuerpo parecía coagularse, como si el mismo dolor quisieraretenerloen ese abismo de agonía, en ese espacio suspendido entre lo real y lo irreal. El mundo a su alrededor se desvanecía, borrándose poco a poco bajo el peso de ladesesperacióny eldolor físicoque lo consumía.

Y entonces,como una sentencia,Bernardo cayó. El sonido sordo de su cuerpo chocando contra el suelo resonó como ungolpe final, un impacto que parecía anunciar que laluzque había visto se desvanecía, que losecos de un pasado perdidoya no podían alcanzarlo. Lagravedadlo reclamó, devolviéndolo al cruel presente, dondeel peso del mundoparecía estar sobre sus hombros, aplastándolo. Pero aunque su cuerpo ya tocaba el suelo,la imagen seguía allí, intacta, suspendida en el aire, como unapresencia inalcanzableque lo observaba en silencio, esperando,como una sombrade lo que nunca fue,de lo que podría haber sidosi las circunstancias hubieran sido diferentes.

En ese momento, mientras su visión se desvanecía y su mente luchaba por mantenerse consciente, Bernardo supo queesa luzera unfantasmade su propio deseo, una representación de todo lo que había perdido, de lasdecisionesque lo habían condenado a este final. Una visión fugaz de algo que nunca alcanzó, unapromesa rotaque ya no importaba.

Bernardoimpactó contra el suelo con unestruendo seco, el sonido retumbando en el aire como un golpe fatal. Su cuerpo,dócilydestrozado, rebotó débilmente antes de quedarseinmóvil, tendido en el suelo como un muñeco roto, ya sin la fuerza ni la voluntad para luchar contra lo que se le venía.La caídafue definitiva, elúltimo actoen su agonía, como si elpeso del mundolo hubiera aplastado de una vez por todas. Elecode su colisión con el suelo se alzó, tan fuerte que logróahogarincluso los susurros de los testigos que se ocultaban en las sombras, aquellos que habían sido testigos de la tragedia, pero que ahora se mantenían al margen,observando en silencio.

Sin embargo, lo que más resonó en ese momento fue lamiradade Bernardo.Borracho de dolor y desesperación, con los ojosvidriososy casivacíos, pero aún aferrados a lo único que parecía relevante en ese instante: la figura de luz que flotaba frente a él. Laluz, unfaroen medio de la negrura, undestello de esperanzaque no comprendía, que su mente, desgarrada por la agonía y el delirio,no lograba procesar. Era como una ilusión en medio del tormento, algo tan fuera de lugar que parecía burlarse de la brutal realidad que lo rodeaba.Era su hermano, o al menos eso creía. La figura brillaba con una intensidad que le desbordaba la mente, un resplandor sobrenatural que parecía venir de otro plano, de otra dimensión, más allá de los límites del sufrimiento.

El espacio a su alrededor se tornótensoyextraño, como si el tiempo mismo se hubieraquebrado, dejándolo atrapado entre elpasadoy elpresente, entre laviday lamuerte.La luzparecía ofrecerle algo que ya no podía alcanzar, algo que eldestinole había negado: un últimoresquicio de redención, una últimaoportunidadque él no podía comprender, pero que su alma anhelaba.

Peter avanzaba con la serenidad de un depredador que ya había asegurado su presa.Cada paso resonaba húmedo y pesado, aplastando los charcos de sangre que teñían el suelo como un testimonio del brutal combate. Su mirada era un retrato defría satisfacción, los labios curvados en una sonrisa que no podía disimular el regocijo de su victoria. Sin embargo, mientras la distancia entre él y el cuerpo maltrecho de su hermano se acortaba, su expresión comenzó a vacilar.

Sus ojos se desviaron, atrapados por el resplandor sobrenatural de la figura que había aparecido frente a ellos.La luz era intensa, un contraste casi insultante en ese escenario de penumbra y violencia. No tenía voz, pero no la necesitaba. Su juicio era evidente, una presencia implacable que penetraba más allá de la carne, hasta lo más profundo del alma de Peter.

Por un instante que se extendió más de lo que él habría querido,Peter se detuvo, su aplomo tambaleándose. "¿Qué es esto?" pensó, y aunque su rostro intentaba mantener la máscara de dominación, sus ojos traicionaban una chispa de incertidumbre. "No puede ser... ¿Una alucinación? ¿Un truco?" Su mente buscaba una explicación lógica, pero el peso invisible de aquella mirada luminosa le presionaba el pecho, arrancándole cualquier certeza.

Detrás de él, los murmullos de los testigos se mezclaban con el ruido sutil de gotas de sangre cayendo al suelo.

—¿Está dudando? —susurró un hombre de entre la multitud, sus palabras cargadas de asombro.

—¿Quién podría no dudar? Esa cosa... no es normal —respondió otro, su voz temblorosa, sin saber si debía admirar o temer lo que veía.

Peter apretó los puños, tratando de sofocar el escalofrío que se extendía por su espalda.Era el vencedor, el fuerte, el juez en este campo teñido de muerte.¿Por qué ahora algo lo hacía detenerse? Apretó los dientes, intentando recuperar la compostura, pero la figura permanecía inmóvil, inquebrantable, como si disfrutara exponiendo esa fracción de humanidad que él había intentado sepultar.

—¡Despierta, Peter! —se dijo a sí mismo en un susurro apenas audible, su mandíbula tensándose mientras apartaba la vista de la aparición. "Esto no es real. No puedo permitirme flaquear ahora..." pensó, esforzándose por ignorar el nudo que se formaba en su estómago.

Desde el suelo,Bernardo observaba aquella interacción a través de su visión borrosa, apenas consciente pero lo suficiente como para percibir algo más allá del dolor. "¿Lo ve también?" pensó, aunque la respuesta era evidente en la rigidez de su hermano. Y entonces, aunque su cuerpo estaba roto, una diminuta chispa de esperanza se encendió dentro de él. "Quizá... quizá no todo esté perdido."

El silencio entre ambos era un campo de batalla invisible, una lucha entre la sombra que Peter había elegido ser y el eco de la luz que una vez habitó en él.

—¿Qué diablos es eso?—susurró uno de los guardias ocultos, su voz apenas un hilo mientras sus ojos permanecían clavados en la figura luminosa que flotaba frente a Peter y Bernardo.

—Parece... como si fuera una manifestación... ¿De él?—respondió otro, su tono tembloroso, entre el asombro y el miedo. Las palabras salían con dificultad, como si temiera que cualquier ruido rompiera el frágil equilibrio de aquel momento.

Pero entonces, un nuevo guardia, más joven y menos impresionable,interrumpió el murmullo con un aire de desprecio.
—Es solo una habilidad secundaria —dijo, cruzándose de brazos con arrogancia. Su tono, lleno de condescendencia, contradecía el sudor que perlaba su frente—.Peter ha creado un clon de las partículas de maná de luz.No es la gran cosa.

Los otros guardias lo miraron con incredulidad, pero nadie se atrevió a responder de inmediato.El aire estaba cargado de tensión, y aunque las palabras del joven intentaban racionalizar lo que veían, el peso de la escena era demasiado evidente.

—¿Eso crees? —replicó finalmente el primero, su voz baja y cargada de escepticismo—. Entonces, ¿por qué Peter está... dudando?

La pregunta quedó flotando en el aire como una daga. Incluso si lo que decían era cierto, había algo en aquella figura que superaba cualquier habilidad común.No era solo una manifestación de maná; era algo más profundo, más perturbador.

—Cállate —espetó el joven guardia, aunque su voz había perdido algo de la seguridad inicial. Giró la cabeza hacia la escena, forzándose a creer en su propia explicación—. Peter sabe lo que está haciendo. Siempre lo sabe.

Sin embargo, sus palabras no lograron disipar la creciente sensación de inquietud. La figura de luz permanecía inmóvil, irradiando una fuerza que no podía ser reducida a una simple habilidad. Y aunque los guardias intentaban entender lo que ocurría, algo en lo profundo de sus almas les decía que estaban presenciando algo más grande, algo que no podían controlar ni comprender.

Bernardo, con un esfuerzo titánico, intentó mover su cuerpo destrozado.Cada músculo era un campo de batalla, desgarrado por la agonía, y cada herida latía con un pulso implacable, como un tambor que marcaba el compás de su inminente final. Sin embargo, en medio de la tormenta que era su cuerpo, su espíritu se negó a rendirse.Con una voluntad que parecía más allá de lo humano, extendió su mano temblorosa hacia la figura de luz.

Sus dedos apenas podían mantenerse firmes, pero esa acción, diminuta y heroica, era todo lo que le quedaba.La figura luminosa, etérea y serena, pareció reaccionar.Se inclinó ligeramente hacia él, como si entendiera su intención, como si aquella conexión silenciosa fuese un lenguaje en sí mismo.

Y entonces ocurrió. Una ráfaga de calor invadió el cuerpo de Bernardo, suave al principio, como un susurro que acaricia una llama moribunda, pero luego se expandió con una fuerza arrolladora. Era un calor distinto al dolor abrasador que ya conocía, más profundo,casi maternal, como si la figura estuviera infundiéndole algo que iba más allá de lo físico.Algo antiguo y poderoso.

En ese instante, su mente se llenó de imágenes.No eran visiones claras, sino fragmentos difusos de momentos olvidados: el sonido de una risa infantil, el eco de una voz familiar susurrando palabras de aliento, y una sensación de pertenencia que hacía mucho había perdido. Era como si aquella luz le estuviera devolviendo un recuerdo enterrado, uno que llevaba consigo una verdad esencial:"Aún no es el final."

¡Míralo! ¿Qué está pasando?—exclamó uno de los guardias, su voz cargada de incredulidad mientras retrocedía un paso, como si lo que presenciaba fuese una aberración.

—Es imposible. No debería poder moverse... no después de eso —dijo otro, sus palabras teñidas de miedo.

Pero Bernardo no escuchaba.Sus ojos, nublados y al borde de cerrarse para siempre, se aferraban a la luz con una devoción absoluta.Era su última esperanza, su único faro en un océano de desesperación. La figura seguía ahí, inmóvil pero imponente, como si quisiera transmitirle un mensaje que iba más allá de las palabras.

Y Bernardo lo sintió.No era solo un recordatorio de lo que había sido, sino de lo que aún podía ser.Era una chispa de algo que se negaba a extinguirse, incluso en las peores condiciones.

El rugido de Peter fue un estallido que resonó como un trueno en el silencio tenso del lugar.Su bota, manchada de sangre y suciedad, se alzó con una intención brutalqueparecía devorar incluso el aire a su alrededor, reflejando su deseo de borrar cualquier rastro de lo que quedaba de su hermano. Los músculos de su pierna se tensaron, y con un movimiento cargado de odio puro, inició su descenso, buscando aplastar lo que consideraba un vestigio débil e inútil.

Sus movimientos, antes metódicos y fríos, ahora estaban impregnados de rabia descontrolada.El sonido de su bota cortando el aire al descender era un preludio de la violencia absoluta.

¡Levántate, hermano!—gritó Peter, su voz desgarrando el aire, su voz estaba llena de un odio tan profundo que apenas parecía humano, sino algo más primitivo, visceral. Era un mandato, pero también una burla, una declaración que contenía tanto desprecio como rabia.

El pie de Peter descendió con una fuerza brutal, dirigido directamente hacia el torso ya destrozado de Bernardo.

Los guardias observaron la escena en un silencio aterrador.Algunos desviaron la mirada, incapaces de soportar la inminencia de aquella ejecución, mientras otros, más endurecidos, miraban con una mezcla de fascinación y miedo.

—No hay honor en esto —murmuró uno de ellos, su voz apenas un susurro.
—Honor murió con el débil, y aquí solo quedan los fuertes —respondió otro, más frío, justificando la crueldad con una lógica de hierro.

Bernardo, tendido en el suelo, apenas consciente, percibió el impacto inminente. No tenía fuerzas para esquivar, ni para protegerse, pero sus ojos, medio cerrados, no se apartaron de la figura de luz.Ella seguía allí, inmutable, como si la furia de Peter no pudiera tocarla.

El tiempo pareció ralentizarse nuevamente.El pie de Peter descendía como un martillo, mientras el murmullo de los guardias se hacía más agitado.

—¡Está acabado! ¿Por qué seguir con esto? —susurró uno, incapaz de apartar la vista.

—Porque no se trata de vencer, sino de destruir —respondió otro con voz grave, como si entendiera el propósito retorcido de Peter.

Cuando la bota estaba a punto de conectar, algo inesperado sucedió.La figura luminosa de repente pareció intensificarse, como si respondiera al ataque.Su luz no solo brillaba más, sino que vibraba, pulsando con una energía que se extendió por el aire como una onda invisible.

Peter sintió el impacto antes de que su pie tocara el suelo.Una presión invisible lo golpeó en el pecho, obligándolo a retroceder con una exclamación de sorpresa. Su mirada, cargada de ira, se fijó en la figura de luz, que ahora se había interpuesto entre él y Bernardo.

¿Qué es esto?—gruñó Peter, su rostro deformado por la confusión y el enojo. Sus manos se cerraron en puños mientras trataba de recomponerse, pero por primera vez,su seguridad inquebrantable se tambaleó.

Mientras tanto, Bernardo, apenas consciente, sintió cómo aquel calor que antes lo había recorrido ahora se concentraba en su pecho.Era tenue, como una chispa al borde de apagarse, pero suficiente para mantenerlo aferrado a la vida.Su mano, aún extendida, tembló, pero no cayó.

El equilibrio en el campo de batalla había cambiado.Los observadores, antes seguros de la victoria de Peter, ahora miraban con ojos llenos de incertidumbre y temor.La figura luminosa había tomado un papel que nadie había anticipado,y aunque no hablaba, su presencia lo decía todo:Bernardo no estaba solo.

El destello cegador transformó la escena en un caos momentáneo. Los gritos de los testigos resonaban en todas direcciones, llenos de confusión y miedo, mientras trataban de entender lo que sus ojos acababan de ver.Algunos cayeron de rodillas, creyendo que estaban presenciando algo divino o, peor aún, maldito.

Peter retrocedió tambaleándose,una mano cubriendo sus ojos mientras el gruñido gutural de su frustración resonaba como un eco en el ambiente.Cuando finalmente bajó la mano, sus ojos ardían de furia, clavados en Bernardo con una intensidad que prometía venganza.

¡Maldita sea! ¿Qué clase de truco es este?—rugió, golpeando el suelo con fuerza, como si el acto de destrozar la tierra pudiera calmar la furia que lo consumía.

Cuando la luz finalmente se desvaneció,el escenario volvió a llenarse de sombras, pero algo había cambiado.Bernardo seguía allí, postrado en el suelo, jadeando y sangrando,pero sus ojos ya no eran los de un hombre derrotado.Había en ellos un brillo tenue, apenas perceptible, pero que irradiaba una firmeza renovada.Era como si la figura de luz le hubiera entregado algo más que protección: una chispa de fuerza que aún no entendía, pero que comenzaba a encenderse en lo más profundo de su ser.

Un guardia, incapaz de contener su asombro, murmuró:
—¿Viste eso? Esa luz... ¿lo protegió?

No lo protegió. Le dio algo más, algo que no debería tener... —respondió otro, sus palabras cargadas de un miedo que intentaba ocultar.

Bernardo, aún incapaz de levantarse, apretó los dientes mientras trataba de entender lo que sentía.El dolor seguía ahí, desgarrador, implacable, pero ahora algo más latía dentro de él, algo que no era puramente físico.Una energía desconocida, un recordatorio de que todavía respiraba, de que aún podía hacer algo.

Peter, al observar el cambio en su hermano, sintió que su rabia comenzaba a mezclarse con otra emoción más peligrosa: duda.
—¿Qué estás mirando, hermano? —espetó con veneno, pero por primera vez, su voz no sonó tan firme.

La chispa en los ojos de Bernardo parecía crecer, como una llama que, aunque débil, se niega a extinguirse.Trató de hablar, pero sus labios solo emitieron un susurro que apenas él pudo escuchar:
—Aún... no... se acaba...

La frase fue casi inaudible, perosu significado era tan claro como el dí combate, la lucha, su historia: nada había terminado todavía.

Peter lo observó con cautela,su expresión una mezcla de rabia y desconcierto.
—¿Bernardo, maldita sea, que has hecho? —espetó, apretando los dientes mientras su mirada oscilaba entre Bernardo y el lugar donde la figura había estado momentos antes.

Bernardo no respondió.No podía. Pero en lo más profundo de su ser,algo había cambiado.Su cuerpo seguía roto, pero ahora su mente estaba encendida, aferrándose a una verdad que no podía ignorar:aún no era el momento de rendirse.

Peter se acercó con pasos lentos, calculados, cada movimiento resonando como un presagio de destrucción.Sus puños temblaban, no solo de ira, sino también de una duda que lo carcomía por dentro.Sus ojos, cargados de una mezcla de furia y desconcierto, escudriñaban el rostro maltrecho de Bernardo, buscando una respuesta, un rastro de debilidad que pudiera explotar.

¡Te hice una pregunta, maldita sea!—gritó, su voz reverberando en el ambiente cargado de tensión.Peter golpeó el suelo con fuerza, dejando una grieta visible que hizo que algunos guardias retrocedieran involuntariamente.

Bernardo permaneció en silencio,sus labios entreabiertos, pero incapaces de emitir una palabra.Su cuerpo estaba destrozado, cada fibra de su ser gritaba por alivio, pero su mente...su mente era un torrente de pensamientos y emociones, un remolino de recuerdos y una nueva fuerza que comenzaba a tomar forma.

En lo profundo de su mirada, una chispa brilló: tenue, pero constante.No era desafío, no todavía, sino una promesa silenciosa de que la lucha no había terminado.La figura de luz que había aparecido, fuera un delirio, un milagro o una habilidad desconocida, había dejado algo dentro de él, una verdad que no podía ignorar.

Uno de los guardias susurró al compañero a su lado:
—¿Por qué no lo remata? ¿Qué está esperando?
—No lo sé... pero mira sus ojos.Algo en ese tipo cambió.

Peter los escuchó y giró bruscamente, fulminándolos con la mirada.
¡Cállense! ¡Esto es entre mi hermano y yo!—vociferó, aunque su voz tembló ligeramente.

Volvió a mirar a Bernardo, su frustración alcanzando un nuevo nivel al no obtener respuestas.Lo que más lo enfurecía no era el silencio de su hermano, sino esa chispa, esa maldita chispa que no debería estar allí.

¿Sigues aferrándote a algo, Bernardo? ¿Incluso después de todo esto?—Peter se inclinó hacia él, su rostro tan cerca que Bernardo podía sentir el calor de su aliento.—No tienes nada. No eres nada.

Y aun así, Bernardo no apartó la mirada.En su mente, una sola frase resonaba, una y otra vez: "Aún no es el momento".Su cuerpo estaba roto, pero su espíritu comenzaba a reconstruirse, como un edificio cuyas ruinas se negaban a ser olvidadas.

Un leve jadeo escapó de sus labios, apenas audible, pero suficiente para que Peter lo escuchara. Fue un sonido pequeño, pero cargado de significado, como el primer latido de algo que estaba renaciendo.Peter se enderezó, su rostro endureciéndose aún más, pero en sus ojos, la duda seguía creciendo como una sombra que no podía ignorar.

Esto no ha terminado, hermano. Ni para ti... ni para mí.—Las palabras de Peter sonaron más para convencerse a sí mismo que para Bernardo.

Y mientras la sangre seguía fluyendo, mientras los ecos de la batalla aún vibraban en el aire, la chispa en Bernardo se convirtió en una promesa silenciosa: esto apenas comenzaba.

Peter apretó los puños,su rabia ardiendo como un fuego descontrolado al ver que, incluso en ese estado,Bernardo osaba levantarse otra , tambaleante,extendió su mano temblorosa hacia el aire, y frente a él comenzaron a surgirfragmentos brillantesde una barrera, como si aquella luz que había aparecido antes estuviera respondiendo a su llamado.

Peter observó con incredulidad cómo los fragmentos luminosos comenzaban a materializarse frente a Bernardo.Eran pequeños al principio, chispas titilantes que parecían dudar entre existir o desvanecerse, pero en cuestión de segundosse transformaron en piezas flotantes de una barrera translúcida, vibrante con una energía que parecía provenir de algo mucho más profundo que el simple mana.

¡¿Qué demonios estás haciendo ahora, Bernardo?!—rugió Peter, dando un paso hacia adelante, su voz cargada de furia y frustración.La visión de su hermano, roto y desangrado, aún teniendo la audacia de levantarse y convocar algo tan improbable, era como una herida en su propio ego.

Bernardo, tambaleándose, apenas podía mantenerse en pie.Cada músculo en su cuerpo temblaba con el esfuerzo de sostenerse, pero su mano seguía extendida, firme a pesar de su debilidad.Los fragmentos de luz giraban lentamente a su alrededor, uniéndose como piezas de un rompecabezas que no solo protegía su cuerpo, sino también su voluntad.

Los guardias retrocedieron instintivamente, sintiendo la presión de aquella energía que hacía vibrar el aire.

—¿Eso es... una barrera? —susurró uno, su voz temblorosa.
—No puede ser. Está demasiado herido... debería estar muerto. —El tono del otro estaba cargado de incredulidad y miedo.

Peter alzó una mano, señalándolos sin mirarlos.
¡Silencio! No necesito sus comentarios.

Se giró nuevamente hacia Bernardo, y aunque la furia ardía en sus ojos, algo más comenzaba a infiltrarse: una sombra de duda.Aquella barrera no era normal. No era el simple resultado de una habilidad cualquiera. Había algo en su brillo, en la forma en que parecía pulsar al ritmo del corazón de Bernardo, que hablaba de una conexión más profunda.

¿Esto es lo que te dejó esa maldita luz, hermano?—Peter chasqueó la lengua con desdén, aunque sus ojos seguían fijos en la barrera.—¿Un truco barato para alargar tu miseria?

Bernardo finalmente levantó la mirada, sus ojos ahora iluminados por un brillo tenue pero decidido.No habló, pero su silencio era más elocuente que cualquier palabra.

Peter rugió de frustración y cargó hacia él, levantando un puño cargado de energía negra, dispuesto a aplastar la barrera y a Bernardo junto con ella.El impacto resonó como un trueno, pero en lugar de romperse,la barrera absorbió el golpe, sus fragmentos brillando con una intensidad cegadora antes de repeler a Peter, obligándolo a retroceder varios pasos.

¡Imposible!—gritó Peter, observando su propia mano, ahora temblando levemente por el impacto.

Bernardo respiró profundamente, sintiendo cómo la barrera no solo lo protegía, sino que también le devolvía una pequeña parte de su fuerza.En su mente, una idea comenzaba a tomar forma, una comprensión instintiva de que aquella energía no provenía solo de él.Era algo que había sido depositado en su interior, un legado que ahora se manifestaba como su única defensa.

No... no es imposible, Peter,—murmuró Bernardo, su voz apenas un susurro, pero suficiente para llegar a los oídos de su hermano.—Es... el principio.

Y mientras los fragmentos de luz seguían danzando a su alrededor, formando una barrera que parecía indestructible, la chispa en su interior creció, transformándose en una llama que se negaba a ser extinguida.

Los fragmentos se unieron,formando un muro irregular, translúcido, pero con una energía palpable que vibraba en el ambiente. La barrera, aunque incompleta, se erguía entre ellos, un último intento dedetener la brutalidad de Peter.Bernardo se apoyó en una rodilla, jadeando con esfuerzo,su sangre dibujando un patrón irregular bajo su cuerpo.

—¿Eso es todo lo que tienes? —Peter gruñó, dando un paso hacia adelante. Su figura parecía más grande, más intimidante bajo la luz que iluminaba tenuemente la escena. Con un grito de furia,Peter cargó directamente contra la barrera,su hombro chocando con una fuerza que hizo temblar el suelo.

Los fragmentos brillaron con un destello vibrante, resonando como campanas de cristal al recibir el impacto de Peter. La barrera crujió, su superficie ondulando como agua bajo una presión inmensa, pero no se rompió. El choque lanzó ondas de energía por el aire, empujando polvo y escombros en todas direcciones, mientras los testigos observaban en silencio, sus rostros congelados entre el asombro y el terror.

Bernardo levantó lentamente la cabeza, sus ojos medio cerrados por el cansancio y la pérdida de sangre, pero en ellos brillaba algo más que mera resistencia: una determinación primitiva, casi instintiva."No retrocederé. No ahora."Sus pensamientos eran un torbellino caótico, pero esa idea era clara, firme como el muro frente a él.

Peter retrocedió un par de pasos, sacudiendo el brazo con desprecio, como si el impacto hubiera sido apenas un obstáculo menor.
¿Esto es lo que me estás ofreciendo, Bernardo? ¿Chispas y espejismos? ¡Patético!—rugió, su voz reverberando como un trueno en el vacío que había dejado la batalla. Los guardias ocultos intercambiaron miradas nerviosas, susurrando entre ellos:

¿Viste cómo resistió? Eso no es normal...
Tal vez no sea solo un truco. Algo más está pasando aquí.

Peter ignoró las voces a su alrededor, su enfoque clavado únicamente en su hermano. Las venas en su cuello y brazos se marcaban con fuerza, un recordatorio vivo de su poder brutal y su furia descontrolada.

—¡No puedes esconderte detrás de eso para siempre!—gritó, cargando de nuevo, esta vez con ambos puños extendidos, envueltos en un aura oscura que parecía devorar la poca luz que quedaba en el lugar.

Bernardo apretó los dientes, usando todo lo que le quedaba para concentrarse. La barrera respondió, sus fragmentos reluciendo como estrellas al unísono, y un eco bajo surgió desde sus profundidades, como un susurro de la figura luminosa que antes había estado allí. Cuando Peter impactó, el muro se encendió con un estallido cegador, enviándolo de vuelta con una fuerza igual a la que había descargado.

Peter cayó sobre un costado, golpeando el suelo con un rugido de incredulidad. Mientras se ponía de pie, tambaleante pero aún lleno de furia, su rostro se deformaba en una máscara de desprecio y frustración.
¿Qué demonios estás haciendo? ¡No tienes derecho a oponerte a mí!—vociferó, su voz cargada de una mezcla de odio y desesperación.

Desde el suelo, Bernardo, aún arrodillado, respiraba con dificultad, pero en su rostro empezaba a dibujarse una leve sonrisa, rota y manchada de sangre. Su mirada, por primera vez en mucho tiempo, no estaba vacía. Señaló hacia Peter con un dedo tembloroso, su voz apenas un susurro:
No... es... suficiente...

Las palabras, aunque débiles, resonaron con un peso que silenciaba todo lo demás. Los murmullos se detuvieron, y Peter, aunque no lo admitiera, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Frente a él, su hermano no era más que un hombre roto... y, sin embargo, algo en esa barrera, en esos fragmentos de luz, en la resistencia misma, parecía burlarse de su poder.

La barrera resistió, pero apenas. Grietas comenzaron a expandirse desde el punto de impacto, propagándose como telarañas sobre su superficie. Bernardo apretó los dientes, levantando la otra mano para intentar reforzarla, pero su cuerpo ya no respondía.Sus fuerzas se agotaban, y cada segundo era una lucha por mantenerse consciente.

—¡Vamos, maldito! —gritó Peter mientras retrocedía unos pasos, preparándose para otro golpe.Sus ojos estaban llenos de rabia,pero había algo más: una necesidad desesperada de destruir no solo a Bernardo, sino también lo que aquella barrera representaba.

La atmósfera se tensó al máximo, como una cuerda a punto de romperse. Peter, con los músculos tensos y el rostro contorsionado por la furia, observó las grietas en la barrera, como una marca de su victoria inminente."No me detendrás, hermano,"murmuró para sí mismo, sus palabras llenas de desdén, como si esa pared de luz fuera una simple molestia que pronto desaparecería.

El suelo tembló con cada uno de sus pasos, como si la tierra misma temiera lo que estaba por venir. Con un rugido gutural, Peter cargó nuevamente. El aire se distorsionó por la velocidad de su movimiento, su figura oscura como una sombra que se tragaba la luz.

Bernardo, medio consciente y casi incapaz de mantenerse erguido, apenas pudo enfocar su vista cuando vio el segundo impacto acercándose. El tiempo parecía ralentizarse, y en su mente, una pequeña chispa de desesperanza comenzó a arder. La barrera crujió, agrietándose aún más, pero Bernardo levantó su mano como un reflejo de su última voluntad.

"Solo un poco más,"pensó, sus labios sangrientos murmurando aquellas palabras. El vínculo con la luz aún permanecía, aunque apenas perceptible. Sabía que si sucumbía a la oscuridad de su agotamiento, no habría vuelta atrás. La imagen de la figura resplandeciente apareció fugazmente en su mente, un faro de esperanza en medio de la oscuridad."No puedo rendirme."

Peter, al ver la resistencia de la barrera, estalló en furia."¡Muere, ya!"rugió, descargando todo su peso contra la pared, su hombro atravesando el aire como un martillo. El impacto fue brutal, y esta vez, la barrera no solo crujió: explotó. Las piezas de luz se desintegraron en fragmentos deslumbrantes, cayendo como cenizas al viento. El aire se llenó de un resplandor cegador que hizo que los ojos de los testigos se llenaran de lágrimas, mientras el sonido de la ruptura retumbaba como un trueno.

En ese instante, Bernardo sintió que el suelo bajo él cedía. El dolor lo atravesaba, pero la sensación de fracaso era más fuerte que todo lo demás. No podía detenerlo."¿Por qué? ¿Por qué no me rindo?"Pensó, mientras su mente se nublaba."Es... la luz..."

Pero cuando todo parecía perdido, un retumbar profundo se sintió en el aire. No era el eco del impacto de Peter, sino algo más. Una vibración. Lejos de ser el final, ese retumbar era solo el comienzo de algo mucho más grande. La figura de luz, en algún lugar distante, comenzó a brillar más intensamente, su forma materializándose con una fuerza abrumadora.

¡Peter!—la voz de Bernardo, ahora más firme, emergió de lo profundo de su ser, como un grito contra la desesperación. A pesar de todo, algo dentro de él no estaba dispuesto a rendirse.

La luz que lo había tocado antes, la chispa que no se apagó, comenzó a elevarse desde su corazón. Y esta vez, no fue una barrera. Fue un poder, una ola de energía cruda y vibrante que comenzó a llenar sus venas. El aire mismo parecía hacerse más denso, como si algo, alguna fuerza primordial, se levantara junto a él.

Peter se detuvo en seco, sus ojos llenos de incertidumbre al ver que algo se movía en el aire a su alrededor, algo que no entendía. De repente, una explosión de luz blanca lo envolvió, cegándolo momentáneamente. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que, por primera vez, estaba frente a algo que no podía controlar.

Peter, con los músculos tensos y los dientes apretados, observó cómo la barrera de luz que Bernardo había levantado empezaba a ceder bajo su fuerza. Su rabia, alimentada por el dolor del pasado y la desesperación, lo impulsaba a destrozar todo lo que se interpusiera en su camino. Sus ojos, ardientes de furia, buscaban la debilidad en su hermano, ese último resquicio de vulnerabilidad que lo haría caer al suelo, rendido.
¡Levántate, hermano!—rugió Peter, su voz reverberando con la furia de un animal acorralado. Cada palabra era una amenaza, una burla hacia la debilidad de Bernardo, hacia la luz que parecía burlarse de su dolor.
El cuerpo de Bernardo seguía cayendo hacia la desesperación, sus fuerzas menguaban a cada respiración. Las grietas en la barrera se expandían como venas rotas, un presagio de la inminente caída. Pero, en su mente, algo comenzó a arder: una chispa, como una llama vacilante en la oscuridad.

A pesar de todo, Bernardo levantó la mano. El contacto con la luz antes le había dado fuerza, y ahora era su última esperanza. Con cada movimiento de su brazo, la barrera brillaba de nuevo, aunque de manera inestable, como un grito de resistencia ante la brutalidad que se avecinaba.
¡No puedo caer!—pensó Bernardo, con los ojos llenos de furia."No importa lo que haga, esto no terminará así..."
Peter vio cómo la luz se reflejaba en los ojos de su hermano, notando el brillo de algo inquebrantable. La furia que lo consumía se intensificó, y su siguiente paso fue un golpe tan feroz que hizo que el aire se comprimiera a su alrededor.
—¡Esto termina ahora!—su voz era una mezcla de rabia y determinación.No solo destruiría a su hermano, sino también esa barrera que lo había desafiado, esa luz que parecía desafiar su existencia.

El suelo tembló bajo la intensidad del impacto. Cuando el hombro de Peter chocó contra la barrera, el estruendo retumbó como el rugido de una tormenta. El muro de luz crujió, las grietas recorriendo su superficie como una tela de araña fracturada. En ese instante, algo cambió. La energía de la barrera comenzó a responder a la presión, y Bernardo, exhausto, sintió como si todo su ser estuviera al borde de la rendición.

Pero entonces, una fuerza inesperada brotó dentro de él. La luz que parecía tan lejana comenzó a moverse, se elevó desde su corazón con una intensidad cegadora, como una ola de energía pura. Bernardo gritó, no de dolor, sino de desafío.
¡No te detendrás, Peter!—gritó con toda su fuerza, sintiendo que la luz lo transformaba, lo empujaba a un nivel de poder que desconocía.Y en ese mismo instante, el aire a su alrededor se cargó con una electricidad palpable.

Peter, cegado por el resplandor, se vio obligado a dar un paso atrás. Algo en su interior, esa arrogancia que siempre lo había definido, vaciló por primera vez. El suelo tembló con la intensidad de la energía liberada, y la luz, ahora más brillante que nunca, comenzó a rodear a Bernardo, envolviéndolo en un halo resplandeciente.

La furia de Peter se transformó en incertidumbre.¿Qué estaba ocurriendo?Las palabras se quedaron atascadas en su garganta mientras observaba a su hermano levantarse de nuevo, no con desesperación, sino con una fuerza renovada. La luz que había sido su enemiga, su maldición, ahora era su salvación.

Bernardo, con los ojos fijos en su hermano, ya no sentía dolor, ya no sentía miedo. Solo había una verdad: había algo dentro de él que Peter no podía destruir. El odio y la furia, la necesidad de venganza, comenzaron a disolverse, reemplazados por un propósito más grande. No solo se levantaba para sí mismo, sino para desafiar la oscuridad que siempre había querido consumirlo.

El suelo tembló bajo la fuerza del impacto. Peter, con los ojos llenos de furia, había lanzado su golpe con tal violencia que la barrera de luz no tuvo oportunidad de resistir. Los fragmentos de energía brillaron en el aire, como estrellas fugaces que se desvanecían al instante, disipándose sin dejar rastro. La vibración de la explosión se sintió en el pecho de todos los presentes, como un latido feroz y doloroso.

Bernardo fue catapultado hacia atrás por la onda expansiva, su cuerpo golpeando el suelo con un estruendo sordo. Las heridas en su torso se abrieron aún más, su sangre salpicando la tierra fría mientras sus huesos crujían bajo el impacto. El dolor era insoportable, pero en algún rincón de su mente, algo se mantenía intacto: su deseo de resistir.

El silencio que siguió fue absoluto, como si el mundo entero hubiera dejado de girar. Solo el aire pesado y los jadeos de Peter rompían esa quietud mortal. El enorme poder que había desatado parecía envolver la escena, cegando momentáneamente a los testigos con su fuerza. El eco de la explosión aún retumbaba en sus oídos, como si la propia tierra se hubiera estremecido ante la magnitud del golpe.

Peter permaneció inmóvil, observando el cuerpo de Bernardo con una calma inquietante. Su respiración era pesada, casi animal, pero había algo más en su rostro: una satisfacción que rozaba la obsesión. Como si destruir a su hermano, aplastar cualquier vestigio de esperanza, fuera lo único que pudiera calmar la tormenta de ira que lo consumía.

—Esa fue tu última voz de Peter cortó el aire con frialdad, su tono lleno de desdén. Cada palabra era un peso, un castigo que esperaba derribar lo que quedaba de la resistencia de su ó lentamente, sus botas dejando huellas marcadas en la tierra, acercándose al cuerpo de Bernardo con una seguridad aterradora, como si ya estuviera saboreando la victoria.

Bernardo, aunque abatido, luchó por mantener la consciencia. Su cuerpo, devastado por los golpes, era un campo de batalla. Sin embargo, algo en su mirada no cedía: una chispa de desafío seguía viva. A pesar de la desesperación y el dolor que lo inundaban, había algo más profundo que lo mantenía de pie. El odio de Peter, por su parte, lo arrastraba hacia una fuerza aún mayor. Esa fuerza que Bernardo sentía en lo más profundo de su ser, como una marea que, aunque se viera sometida por un momento, se levantaba con más furia al siguiente.

—No he terminado...pensó Bernardo, sus labios temblorosos pronunciando palabras casi inaudibles, pero llenas de una verdad que ni la furia de Peter podría sofocar.*

Peter no escuchó sus palabras. No importaban. Para él, ya había ganado. En su mente, Bernardo no era más que un obstáculo que había sido reducido a escombros, una sombra que debía ser borrada de su existencia. Pero aún cuando se acercaba a su hermano, algo en el aire parecía cambiar. Algo no estaba bien.

Bernardo levantó la vista, sus ojos medio cerrados, pero había algo en su mirada que fue como un puñal directo al corazón de Peter. No era el temor que siempre esperaba ver en aquellos a quienes derrotaba, no era la rendición ni la desesperanza. Era desafío. Un desafío tan puro, tan palpable, que Peter sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Un desafío silencioso, pero lo suficientemente profundo como para que incluso él, un hombre acostumbrado a aplastar la voluntad de los demás, se detuviera un instante.

—Aún no...La voz de Bernardo apenas alcanzó a salir, pero fue como un grito en medio del caos, un susurro que cargaba con el peso de todo lo que había soportado, todo lo que aún no estaba dispuesto a ceder. Esa frase se hundió en el alma de Peter como una daga afilada, retumbando en su mente.*

Peter rugió de furia, la explosión de rabia haciendo que el aire a su alrededor se tornara espeso, casi pegajoso. Su paciencia se había agotado por completo, su autocontrol había llegado a su límite. En un movimiento brutal y feroz, levantó a Bernardo del suelo, apretando su cuello con una fuerza tan salvaje que los músculos de su brazo se tensaron, deformando su rostro en una mueca de pura furia. Bernardo, colgando de la mano de Peter, no podía respirar, pero a pesar de la asfixia, sus ojos nunca dejaron de brillar con esa misma chispa desafiante.

—¡Deja de aferrarte a lo imposible!La voz de Peter rugió como un trueno, su rostro ahora a centímetros del de Bernardo, una mirada llena de odio y desdén. Su aliento caliente rozaba la piel de su hermano, y en ese instante, el mundo entero pareció detenerse, el tiempo suspendido en un grito contenido. Bernardo no cedió. No se quebró. A pesar de la incomodidad y el dolor insoportable, sus ojos brillaban con un fuego inquebrantable. Cada fibra de su ser le decía que no se rendiría, que aún quedaba algo dentro de él que podría desafiar incluso a la muerte.*

Peter apretó aún más su agarre, como si quisiera arrancar ese desafío de los ojos de Bernardo, aplastar cualquier rastro de resistencia que quedara. Pero algo en la postura de Bernardo, en la manera en que su cuerpo, destrozado y a punto de colapsar, aún desafiaba la mirada de su hermano, comenzó a desafiar también a Peter. No a su fuerza, sino a su razón. Y por un momento, algo en su mente vaciló.

Bernardo, a pesar de la presión en su garganta y de la amenaza inminente de la muerte, mantuvo su mirada fija en Peter, como si cada palabra, cada respiro que aún le quedaba, fuera un acto de resistencia. Su vida estaba colgando de un hilo, pero en su mente, todo lo que necesitaba era esa chispa de desafío. Esa luz que había encendido en su interior, una llama que ni la muerte misma podría apagar.

Pero Bernardo, incluso en su agonía, sonrió débilmente, como si un pedazo de su alma se negara a sucumbir. Era una sonrisa rota, una que hablaba más de resistencia que de alegría, y aún así, estaba ahí, desafiando la desesperación misma. En ese momento, algo extraño ocurrió. Algo detrás de él, en la oscuridad que los rodeaba, comenzó a brillar con una intensidad casi insoportable.

Peter, con el cuerpo tenso y los músculos preparados para destruirlo todo, se detuvo, un escalofrío recorriéndole la espalda. El brillo era sutil al principio, pero aumentaba rápidamente, transformándose en un resplandor cegador que obligó a sus ojos a entrecerrarse. No era la luz común que había visto antes, ni una simple manifestación de mana o energía. Esta vez, la luz tenía una forma, una esencia propia.

¿Qué más podría tener aquel hombre roto?La pregunta resonó en la mente de Peter como un eco que no podía acallar. Sus puños aún apretados, su agarre sobre el cuello de Bernardo, se tensaron aún más, pero algo dentro de él, algo muy profundo, comenzaba a dudar. La figura brillante que surgió detrás de Bernardo tomaba forma lentamente, envolviendo al hombre como una sombra etérea, una presencia que no parecía de este mundo.*

No sería una barrera. No esta realización golpeó a Peter con la fuerza de un rayo. Había algo más en Bernardo. Algo que no había calculado. Algo que lo hacía más peligroso que cualquier defensa material. El resplandor comenzó a moldearse, tomando una forma humanoide, una figura imponente que parecía fusionarse con el aire mismo, la luz brillando a través de su ser como si fuera una extensión del mismo universo.*

Peter retrocedió un paso, sus ojos clavados en aquella figura luminosa que ahora tomaba una postura desafiante junto a Bernardo. Su confianza, siempre inquebrantable, comenzaba a resquebrajarse ante lo desconocido. La energía emanaba de esa entidad con tal poder que hacía que el suelo bajo sus pies temblara ligeramente, como si el mismo espacio estuviera de alguna manera subyugado a su presencia.

El corazón de Peter latía con más fuerza, su mente inundada por preguntas sin respuesta. ¿Qué era eso? ¿Cómo podía Bernardo, tan cerca de la muerte, estar convocando algo tan... grande? Esta no era solo una manifestación de luz o un hechizo común. No, esto era algo mucho más antiguo, algo que desafiaba la lógica misma.

Bernardo, aún aferrado a su última gota de fuerza, respiró entrecortadamente, pero esa sonrisa se mantenía allí. No era solo un gesto de desafío hacia Peter, sino una afirmación de que, a pesar de todo, él había encontrado un camino, una fuerza interna capaz de trastocar la realidad. Y mientras la figura detrás de él tomaba forma, Peter, por primera vez en mucho tiempo, sintió el peso de una duda que amenazaba con desmoronar su arrogancia.

La risa de Peter resonaba como un eco cruel, reverberando en el aire cargado de tensión, un sonido desprovisto de humanidad que parecía desgarrar el espíritu mismo de quienes lo escuchaban. Cada carcajada era un golpe invisible que aplastaba lo poco que quedaba de esperanza en el corazón de Bernardo.

El cuerpo del muchacho, suspendido del cuello como una marioneta rota, temblaba con espasmos irregulares. No solo era el dolor físico lo que lo sacudía, aunque este era insoportable: la presión de los dedos de Peter alrededor de su garganta era como una mordaza de hierro ardiente. Era algo más profundo, algo mucho más cruel. Cada palabra de Peter, cargada de veneno, era una flecha que atravesaba las capas ya debilitadas de su voluntad, perforando su alma con precisión despiadada.

Peter se inclinó hacia él, sus ojos brillando con un deleite sádico mientras su risa comenzaba a disiparse.—¿De verdad creíste que esto terminaría diferente? —susurró, con un tono tan afilado como una cuchilla. Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio—. Todo este tiempo, toda esta resistencia inútil... no has sido más que un entretenimiento para mí, hermano.

Bernardo intentó hablar, pero solo un gorgoteo débil escapó de su garganta comprimida. Su visión comenzaba a nublarse, pero aún podía distinguir el rostro de Peter: un rostro distorsionado por la furia y la aire se volvía pesado, sofocante, mientras la sombra de la derrota parecía cerrarse sobre él como una prisión inescapable.

Y entonces, algo profundo dentro de Bernardo se encendió. No era fuerza física, pues su cuerpo estaba destrozado más allá del límite de la resistencia humana. Era algo más primitivo, más intenso: una chispa que había permanecido oculta en las grietas de su espíritu.A pesar de todo, había algo que Peter no podía aplastar: un fuego que no podía extinguir.

Con un esfuerzo sobrehumano, Bernardo levantó ligeramente su brazo, sus dedos temblorosos alcanzando hacia nada en particular, como si estuviera intentando asirse de algo invisible. La figura luminosa que antes había aparecido detrás de él, aún vaga en su forma, comenzó a brillar con más intensidad, como si respondiera al llamado mudo de su voluntad.

Peter frunció el ceño, un destello de incertidumbre cruzando su rostro. La luz creció, parpadeando con un ritmo irregular pero imponente, proyectando sombras danzantes a su un instante, su risa se apagó, sustituida por una mueca de irritación.

—¿Otra vez con esto? —gruñó, sacudiendo a Bernardo como si quisiera apagar aquella molesta luz con pura brutalidad—. No importa qué intentes. No puedes ganar. ¡No puedes detenerme!

Pero Bernardo, colgado como un muñeco inerte, apenas perceptiblemente, sonrió. Una sonrisa débil, cargada de una determinación inquebrantable. Y aunque su voz apenas era un murmullo, sus palabras resonaron como un trueno en el corazón de la batalla:—No... puedes... matarme... si no me rindo.

La luz explotó en una onda expansiva, lanzando a Peter hacia atrás con una fuerza inesperada. El suelo tembló bajo sus pies, y un grito de rabia escapó de sus labios mientras intentaba recuperar el equilibrio. Frente a él, Bernardo cayó al suelo, pero esta vez no parecía vencido. Algo en su postura, en la energía que lo rodeaba, le daba un aire de resiliencia que parecía imposible en un hombre tan destrozado.

Y la figura luminosa, ahora más definida, se alzó tras él, irradiando un poder que parecía no tener lí aire vibraba con energía pura, una fuerza antigua y brutal que convertía a Peter en el único espectador de su propia incertidumbre.

—Siempre has sido un fracaso, Bernardo —escupió Peter, sus ojos fulgurando con un placer oscuro que parecía alimentarse del sufrimiento ajeno. Sus dedos se cerraron con más fuerza alrededor del cuello de su hermano, un agarre que era tanto físico como simbólico, aplastando no solo su cuerpo, sino también cualquier atisbo de esperanza—. Incluso ahora, ni siquiera puedes mantenerte de pie por ti mismo. ¿Y ahora? ¿Qué te queda? ¡Nada!

Las palabras golpearon como martillos, cada una más pesada que la jadeó, su cuerpo sacudido por espasmos mientras sus pulmones luchaban por captar algo de aire. Su mente estaba al borde del colapso, pero en medio de la bruma, algo persistí pensamiento. Una verdad. Una chispa.

"Nada," repitió en su mente, no como una aceptación, sino como una pregunta. ¿Era cierto? ¿Realmente no quedaba nada?Pero entonces, recordó. No eran los recuerdos felices los que lo sostenían, ni las promesas de un futuro brillante. Era la rabia, el dolor acumulado, y esa pequeña parte de él que aún se negaba a ceder.

Con un esfuerzo monumental, levantó la mirada hacia Peter. Su visión estaba borrosa, pero logró enfocar lo suficiente como para ver el rostro de su hermano, iluminado por esa arrogancia desquiciada.Y entonces, algo en Bernardo cambió. Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue, quebrada, pero innegablemente desafiante.

—¿Nada? —murmuró, su voz ronca y apenas audible, pero cargada con un peso que detuvo a Peter en seco.

Peter entrecerró los ojos, su expresión pasando de la burla a una ligera irritación.—¿Qué acabas de decir?

Bernardo no respondió de inmediato. Sus manos, débiles y temblorosas, buscaron apoyo en el suelo. Algo dentro de él parecía encenderse, un calor que no era físico, sino una fuerza naciente, un eco de lo que una vez fue y lo que aún podía ser.—Todavía estoy aquí... y mientras esté aquí, tú no ganas.

La sonrisa de Peter se desdibujó.Por un momento, su agarre titubeó, pero rápidamente lo reforzó, sacudiendo a Bernardo con brutalidad.—¡Basta de tonterías! —rugió, su furia creciendo ante la audacia de su hermano.

El resplandor detrás de Bernardo comenzó a intensificarse nuevamente, no como un estallido, sino como un ascenso constante, inevitable, una presencia que Peter no podía ignorar.

—¿Qué demonios...? —Peter apartó la mirada hacia la luz que se formaba, su voz cargada de desconcierto, aunque intentara ocultarlo tras su tono agresivo.

Bernardo aprovechó la distracción, reuniendo las últimas fuerzas que le quedaban.—Lo que me queda... es suficiente —susurró, pero esta vez, su voz parecía resonar, no solo en el aire, sino en el espacio mismo que los rodeaba.

El resplandor estalló como una ola imparable, liberando a Bernardo del agarre de Peter y lanzándolo hacia atrá cuerpo de Bernardo cayó al suelo, agotado, pero su postura, incluso mientras yacía allí, hablaba de resistencia.Y detrás de él, aquella figura luminosa se alzó una vez más, ahora completa, como una fuerza antigua que había respondido a su llamado desesperado.

Peter, tambaleándose por la fuerza de la explosión, levantó la vista hacia su primera vez, la furia y el placer cruel en sus ojos dieron paso a algo más: una sombra de duda.

Bernardo jadeó, su garganta ardiendo como si las palabras de Peter fueran brasas que lo sofocaban desde adentro. Intentó respirar, pero el aire parecía negarse a entrar. Sus pulmones luchaban, pero cada esfuerzo lo hundía más en la desesperación.

La oscuridad comenzó a colarse en los bordes de su visión, un velo que amenazaba con devorarlo por su mente, una cacofonía de recuerdos lo asaltó sin piedad. Escuchó la voz de Peter, cruel y cargada de desprecio, entremezclada con ecos del entrenamientos bajo el sol abrasador, donde siempre quedaba atrás; las miradas condescendientes de los demás mientras Peter brillaba con arrogancia; las palabras mordaces que perforaban más que cualquier golpe físico.

"Nunca serás suficiente, Bernardo."

Esas palabras se repetían como un tambor de guerra en su cabeza, cada golpe sincronizado con los latidos erráticos de su corazó recuerdos fluían, cada uno más doloroso que el anterior, hasta que... una chispa.

Entre la negrura que lo rodeaba, un fragmento distinto emergió. No era una burla, ni una derrota. Era algo má rostro joven, un juramento, y una promesa que había hecho con todo su ser.

"Algún día seré más que una sombra. No importa cuánto me empujen hacia abajo, siempre me levantaré."

Esa promesa resonó con fuerza, cortando el ruido ensordecedor de sus inseguridades. La oscuridad vaciló.¿Había sido un reflejo toda su vida? Quizás. Pero incluso los reflejos podían volverse luz si se les daba la oportunidad.

Un nuevo calor comenzó a nacer en su era físico, ni provenía del resplandor que ahora lo rodeaba. Era algo más profundo, algo que ni Peter ni nadie más podía determinación que había estado enterrada bajo años de derrota, pero que ahora surgía, imparable y feroz.

Los bordes oscuros de su visión se replegaron, aunque aún yacía en el suelo, roto, pero esa chispa interna creció. Levantó ligeramente la cabeza, y por primera vez, el peso de los recuerdos no lo aplastó.

Peter lo observaba, su rostro ahora una mezcla de rabia y algo más difícil de identificar: impaciencia teñida de incertidumbre.

—¡Sigues aferrándote a fantasías! —gritó Peter, avanzando un paso, sus botas resonando contra el suelo como martillos contra piedra.

Pero Bernardo no respondió.Sus labios, agrietados y ensangrentados, formaron una sonrisa débil pero cargada de desafío. Una sonrisa que no necesitaba palabras para gritar lo que su mente repetía: "No he terminado."

El resplandor detrás de él, como si respondiera a esa chispa interna, comenzó a intensificarse una vez má luz que no solo iluminaba la escena, sino que parecía emanar directamente de aquello que había permanecido inquebrantable dentro de Bernardo.

Peter, por primera vez, se detuvo.—¿Qué demonios... qué más podrías hacer?Su voz, aunque llena de desprecio, cargaba una sombra de duda.¿Cómo podía alguien que había sido derrotado tantas veces seguir levantándose?

Bernardo, con un esfuerzo que desgarraba cada fibra de su ser, apoyó una mano en el suelo. Sus piernas temblaban, sus músculos gritaban por descanso, pero algo dentro de él simplemente no le permitió caer.—No soy más fuerte que tú... —susurró, apenas audible—. Pero tengo algo que tú nunca entenderás.

El resplandor explotó.No como una fuerza destructiva, sino como una ola que llenó el espacio con una presencia que no podía retrocedió un paso, alzando un brazo para protegerse del brillo cegador.

—¡¿Qué es esto?! —rugió, su voz cargada de frustración.

Bernardo no respondió.Pero su sonrisa, débil pero viva, era todo lo que necesitaba decir.

Bernardo jadeó, cada aliento como un cuchillo desgarrándole el pecho, pero su mano temblorosa se aferró al brazo de Peter como si en ese gesto residiera toda su voluntad de vivir.

—¿Qué me queda? —repitió, su voz rota pero impregnada de un desafío que cortó el aire como una hoja afilada—. Me queda... esto.

El brillo detrás de Bernardo explotó con renovada fuerza, como un fuego avivado por un último soplo de determinació luz no solo iluminaba la escena, sino que se sentía viva, palpitante, un latido que resonaba en el suelo, en el aire y en las entrañas de los resplandor creció, rodeando el cuerpo destrozado de Bernardo con un aura casi celestial que contrastaba grotescamente con la sangre y el sudor que cubrían su piel.

Peter retrocedió un paso instintivamente, sus ojos entrecerrados por la intensidad de la burla habitual se desmoronó, reemplazada por una mezcla de irritación y una sombra de algo que rara vez sentía: desconcierto.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gruñó, su voz baja pero cargada de una furia contenida, mientras intentaba comprender lo que estaba presenciando.

El resplandor parecía alimentarse de Bernardo mismo, de su dolor, de su resistencia y de esa chispa que se negaba a fragmento de su cuerpo maltrecho era una ofrenda a aquella energía, una última apuesta que lo apostaba todo.

Peter apretó los dientes, sus ojos clavados en la figura de su medio ía sentir cómo algo en el ambiente cambiaba, cómo aquella luz, más que un fenómeno físico, era un desafío directo a su autoridad, a su poder, a todo lo que siempre había representado.

—¡Deja de jugar, Bernardo! —rugió Peter, avanzando un paso y alzando su puño con la intención de acabar con todo de una vez.

Pero en el instante en que lanzó el golpe, la luz alcanzó su clí fue un estallido destructivo, sino una expansión envolvente que lo detuvo en fuerza intangible lo repelió, lanzándolo hacia atrás con tal violencia que su cuerpo chocó contra el suelo, dejando una grieta en la tierra bajo él.

Peter jadeó, aturdido, mientras trataba de mirada, ahora cargada de incredulidad, se alzó hacia Bernardo, quien permanecía de pie, sostenido por aquella energía que lo envolvía como un escudo viviente.

—¿Qué es esto...? —susurró Peter, su voz temblando por primera vez.

Bernardo respiró hondo, aunque cada inhalación era una batalla.—Es todo lo que soy, Peter... —murmuró, su voz todavía débil, pero con una firmeza que perforó el aire—. Es lo que no puedes quitarme.

La luz comenzó a tomar forma, densa y no era solo un resplandor; era algo más tangible, algo que parecía moverse al ritmo del latido errático de arma, un símbolo, un fragmento de su propia esencia que se materializaba en su mano.

Peter observó aquello con los ojos entrecerrados, ahora más alerta que nunca.—Esto... no es posible... —musitó, pero su voz ya no cargaba la misma seguridad.

Bernardo avanzó un paso, tambaleándose pero sin luz en su mano pulsaba con intensidad, y aunque su cuerpo seguía al borde del colapso, su espíritu brillaba más fuerte que batalla aún no había terminado, y en esa chispa de luz estaba su respuesta.

El estallido de luz convirtió el entorno en un caos cegador, borrando sombras y detalles, dejando a Peter aturdido mientras sus sentidos eran bombardeados por aquella energía impacto lo obligó a soltar a Bernardo, cuyo cuerpo se desplomó pesadamente al suelo, golpeando con un sonido sordo que contrastó con la intensidad del momento.

Pero la luz no se desvaneció.En su lugar, comenzó a condensarse, girando y retorciéndose como si obedeciera una voluntad el aire, frente a Bernardo, la energía tomó era simplemente una herramienta de combate; era un símbolo de resistencia, un reflejo de la voluntad que se negaba a ser arma forjada de pura esencia, vibrante, casi orgánica, pulsaba en el aire con un latido que resonaba en cada rincón del campo de batalla.

Peter retrocedió un paso, su rostro contorsionado en una mezcla de incredulidad y una furia que se veía teñida por un miedo apenas disimulado.—¿De dónde salió eso...? —gruñó, su voz perdiendo la usual arrogancia, sustituida por un desconcierto palpable.

La respuesta no vino en palabras, sino en la forma en que Bernardo, tambaleante y aún cubierto de sangre y sudor, levantó la vista hacia aquella arma ojos, antes apagados, ahora brillaban con una intensidad un esfuerzo titánico, estiró una mano temblorosa hacia el arma.

—De mí... —susurró, su voz débil, pero cargada de un poder que ni él mismo había conocido antes—. De todo lo que he soportado. De todo lo que me has quitado.

El arma respondió como si lo ó lentamente hacia Bernardo, y cuando su mano se cerró alrededor de ella, el resplandor envolvió su figura, curando algunas de sus heridas superficiales y llenándolo de una energía arma era un espectáculo en sí misma: un filo etéreo que parecía compuesto por millones de destellos en movimiento, cambiando de color y forma con cada segundo, pero constante en su letalidad.

Peter apretó los dientes, sacudiendo la cabeza como si intentara despejar el peso de lo que acababa de presenciar.—Esto no cambia nada... —escupió, aunque su voz traicionaba su incertidumbre—. Sigues siendo un debilucho. Solo un fracaso que se aferra a migajas.

Bernardo, todavía tambaleante, dio un paso suelo pareció vibrar bajo sus pies, no por fuerza física, sino por la presencia que irradiaba.—Quizás lo era... —admitió, su tono sereno, pero cortante como el filo del arma que ahora empuñaba—. Pero ya no.

La tensión en el aire era palpable, cargada con la promesa de un desenlace que ninguno de los dos podía , movido por su orgullo y su necesidad de demostrar su superioridad, rugió con furia y cargó hacia impacto parecía inevitable, pero esta vez, algo había cambiado.

El arma en manos de Bernardo brilló con un destello renovado, y con un movimiento instintivo, él levantó el choque fue atronador, un estallido de energía que envió ondas de choque en todas luchadores se encontraron en el centro de una tormenta de pura voluntad, y aunque Peter seguía siendo más fuerte físicamente, por primera vez, su poder se encontró con algo que no podía romper fácilmente.

La lucha apenas había comenzado, pero Bernardo ya no era el mismo.

Bernardo, jadeando y tosiendo, se arrastró hacia la figura luminosa. Sus dedos se cerraron en torno al mango del arma, y un temblor recorrió su cuerpo al sentir el calor de la energía fluir hacia él.

—Lo que me queda... —dijo, su voz ganando fuerza con cada palabra.

—Es lo que tú nunca entenderás, Peter.

Y con un movimiento inesperadamente rápido, Bernardo se levantó, el arma destellando en su mano. La sonrisa cruel de Peter se borró al instante, reemplazada por algo que jamás había sentido frente a su medio hermano: miedo.

El aire pareció detenerse mientras Bernardo se levantaba, tambaleante pero imparable, con la energía del arma fusionándose con cada fibra de su calor que irradiaba no solo quemaba la atmósfera a su alrededor, sino que parecía quemar también las certezas de Peter, que por primera vez titubeó.

—¿Miedo, Peter?—preguntó Bernardo, sus labios esbozando una sonrisa amarga, cargada de desafío.—No es tan fácil cuando el que está frente a ti no se rompe, ¿verdad?

El arma en la mano de Bernardo brillaba con una intensidad que hacía que las sombras bailaran a su alrededor, proyectando figuras fantasmales en el suelo un giro, levantó el filo, apuntándolo directamente hacia Peter, quien dio un paso atrás, sus músculos tensándose como si cada parte de su ser quisiera negarse a lo que estaba ocurriendo.

—¡No intentes intimidarme con trucos baratos!—rugió Peter, su voz retumbando con furia contenida, aunque el miedo aún latía en el fondo de su garganta.—No importa qué tengas en las manos. ¡Yo soy más fuerte, siempre lo he sido!

Bernardo avanzó, su respiración aún pesada, pero su determinación inquebrantable. Cada paso era un recordatorio de todo lo que había soportado: las humillaciones, las derrotas, los años de sentir que nunca sería ahora, con el arma en su mano,se sentía completo de una forma que Peter jamás podría comprender.

—Eres fuerte, sí...—admitió Bernardo, sus palabras cortantes como el filo que empuñaba.—Pero nunca fuiste indestructible. Y ahora, lo vas a descubrir.

Peter gruñó, su orgullo herido empujándolo hacia adelante con un ataque ó un golpe con toda la fuerza de su cuerpo, buscando aplastar a Bernardo de una vez por todas. Pero esta vez,el filo del arma de energía cortó el aire con una precisión impecable, bloqueando el ataque en un estallido de chispas y luz.

El impacto resonó como un trueno, sacudiendo el terreno bajo ellos, pero Bernardo no retrocedió.Por primera vez, su postura era firme, sus pies arraigados al suelo como si toda la fuerza del universo lo miró la escena con incredulidad, sus ojos abiertos de par en par mientras retrocedía unos pasos más.

—¿Qué... qué demonios eres ahora?—preguntó Peter, su voz cargada de una mezcla de rabia y desconcierto.

Bernardo no respondió de lugar de palabras, dejó que su mirada hablara: una mezcla de desafío, dolor, y una voluntad que parecía infinita. Luego, levantó el arma una vez más, apuntándola hacia Peter, y finalmente habló.

—Soy todo lo que intentaste destruir... y todo lo que nunca podrás vencer.

Peter rugió de nuevo, esta vez con un tono más desesperado que furioso, lanzándose hacia Bernardo en una embestida mientras sus figuras se encontraban, el brillo del arma se intensificó, envolviéndolos en un destello que prometía una conclusión donde ya nada sería igual.

Peter retrocedió un paso, su cuerpo rígido y su rostro congelado en una mezcla de sorpresa y algo que rozaba el pá arma de luz en la mano de Bernardoparecía desafiar las leyes de lo conocido; su resplandor oscilaba como una flama viva, y el aire alrededor crepitaba con una energía que hacía vibrar el suelo bajo sus pies.

—¿Miedo, Peter?—murmuró Bernardo,su voz ahora firme, casi frí arma brilló con más intensidad,como si respondiera a sus palabras. —No te reconozco así. Siempre creí que eras intocable, que eras invencible... pero mírate ahora.

El silencio que siguió a las palabras de Bernardo era pesado, cargado de tensión, como el momento antes de que una tormenta , el hombre que siempre había dominado con una confianza aplastante, parecía ahora un reflejo roto de su habitual arrogancia.

—¡Cállate!—rugió, pero su voz carecía de la fuerza de antes. Era un grito que intentaba imponerse, pero que traicionaba la grieta que se había abierto en su interior.—¡No tienes idea de lo que estás diciendo! Yo soy el fuerte, el único que merece estar aquí. ¡Tú eres nada!

Bernardo avanzó un paso, y el suelo pareció estremecerse bajo é luz que emanaba del arma oscilaba como una llamarada hambrienta, y por primera vez, Peter no retrocedió porque quería, sino porque no pudo evitarlo.

—¿Nada?—replicó Bernardo, su tono cargado de una calma peligrosa, como la quietud previa a un terremoto.—¿Eso crees que soy? Entonces, ¿por qué tiemblas, Peter?

El comentario cayó como un golpe, arrancándole un tic involuntario a la mandíbula de hombre apretó los puños, intentando controlar el temblor que lo traicionaba.

—No me provoques.—Su voz sonaba amenazante, pero en sus ojos había algo que no podía esconder: miedo, no solo hacia la luz que rodeaba a Bernardo, sino hacia lo que representaba.

Bernardo giró el arma lentamente en su mano, como si estuviera probando su dedos parecían fundirse con el mango, la energía fluyendo a través de él como si siempre hubiera estado destinada a ser parte de su ser.

—Toda mi vida has intentado aplastarme, hacerme sentir pequeño.—Bernardo levantó la mirada, y en sus ojos había algo que Peter jamás había visto: una determinación tan feroz que era casi tangible.—Pero ahora, no soy el que está temblando.

Peter soltó un rugido gutural y cargó hacia adelante, movido por una mezcla de rabia y desesperació pasos resonaban como martillazos en el suelo, cada uno más pesado que el esperó, inmóvil, hasta el último segundo.

Cuando el golpe de Peter cayó, el arma de energía en la mano de Bernardo lo bloqueó en un estallido de luz y impacto resonó en el aire como un trueno, y las ondas de choque se propagaron por el campo, arrancando polvo y fragmentos del gritó, empujando con todas sus fuerzas, pero el filo de la luz no cedió.

—¡¿Qué eres ahora, Bernardo?!—gruñó Peter, su voz rasgada por el sudor resbalaba por su frente, y sus músculos temblaban bajo la tensión.

Bernardo sostuvo su mirada, sus palabras cortando más que el filo del arma que empuñaba.

—Soy todo lo que intentaste destruir.

Con un grito que parecía arrancar fuerzas de lo más profundo de su ser, Bernardo giró la hoja, desviando el ataque de Peter y obligándolo a movimiento fue fluido, preciso, como si hubiera nacido para ese trastabilló, apenas recuperando el equilibrio, mientras la luz del arma brillaba más fuerte, proyectando la sombra de Bernardo sobre él como una sentencia inminente.

Por primera vez, Peter estaba acorralado.Y ambos lo sabían.

Peter apretó los dientes,su semblante cambiando de nuevo a una máscara de desprecio. —¿Crees que una chispa de energía puede cambiar algo? —gruñó,intentando recuperar el control. —Siempre has sido débil, Bernardo. Eso no cambiará jamás.

Bernardo no respondió de lugar de ello, sus ojos permanecieron fijos en los de Peter, y un ligero brillo de confianza se reflejó en su mirada, como si las palabras de su medio hermano no pudieran alcanzarlo más.

La luz del arma osciló, expandiéndose por un instante, como si respondiera al desafío de campo de energía chisporroteaba, dejando destellos como estrellas fugaces que iluminaban la tensión entre ambos.

—Tienes razón en algo, Peter.—Bernardo dio un paso adelante, cada palabra resonando con un peso inesperado.—Siempre fui débil. Pero ¿sabes cuál es la diferencia ahora?

Peter frunció el ceño, incómodo ante la calma de su medio hermano.

—Ahora he aprendido que no se trata solo de fuerza.

El suelo bajo ellos vibró cuando Bernardo levantó el arma, el resplandor transformándose en un aura que casi parecía un latido vivo.

—Tú piensas que soy el mismo chico que podías aplastar, pero esa versión de mí murió hace mucho.

Peter soltó una carcajada seca, aunque había algo forzado en ella, un intento desesperado por mantener su fachada.

—Vaya discurso, Bernardo. Pero las palabras no cambian la realidad. Al final del día, seguirás en el suelo, como siempre.

Sin embargo, cuando Peter intentó avanzar, algo lo aire alrededor de Bernardo había cambiado, volviéndose denso, casi opresivo. Cada paso que Peter intentaba dar se sentía como si estuviera atravesando una tormenta invisible.

Bernardo dio otro paso hacia adelante, su voz ahora firme como el acero.

—No, Peter. Esta vez, serás tú quien caiga.

La luz del arma estalló en un destello que iluminó el campo como un amanecer repentino, arrancando sombras largas de las ruinas entrecerró los ojos, levantando un brazo para protegerse de la intensidad.

—¡Basta de juegos!—rugió Peter, cargando con toda su fuerza, su puño destellando con la energía oscura que siempre había utilizado para imponerse.

El choque entre ambos fue un hoja de luz y el puño de Peter colisionaron, generando una explosión de energía que hizo temblar el suelo bajo de roca y destellos de luz salieron disparados en todas direcciones.

Pero esta vez, algo era Peter empujaba con todas sus fuerzas, gritando en un esfuerzo casi sobrehumano, la luz del arma no cedía. Por el contrario, parecía crecer, absorbiendo la oscuridad de Peter como si la estuviera desintegrando.

El rostro de Peter comenzó a torcerse en incredulidad y luego en miedo puro.

—¿Qué...? ¿Qué estás haciendo?

Bernardo apretó los dientes, sus manos firmes en el mango del arma mientras respondía con una intensidad que resonó en cada rincón del lugar.

—Estoy terminando con esto.

La luz se intensificó, devorando todo a su alrededor, y Peter, por primera vez, sintió algo que nunca había conocido verdaderamente: la derrota.

Con un rugido gutural, Peter lanzó un puñetazo directo al rostro de su hermano. El aire pareció estallar por la fuerza del golpe, pero Bernardo levantó el arma en un movimiento preciso, y el puño de Peter chocó contra un escudo de pura luz que se materializó frente a él.

El impacto resonó como un trueno,enviando ondas de energía a través del campo. El puño de Peter, envuelto en su oscura y densa energía, tembló al entrar en contacto con el escudo radiante. La barrera de luz onduló, como la superficie de un lago golpeada por una piedra, pero no cedió.

Bernardo no titubeó.Con los pies firmemente plantados en el suelo, sostuvo el arma como si fuera una extensión de su propio ser. Su mirada perforó la de Peter, llena de una convicción que contrastaba con el salvajismo de su medio hermano.

—¿Eso es todo?—preguntó Bernardo, su voz impregnada de una calma desafiante.

Peter rugió de frustración, golpeando de nuevo, una y otra vez, cada impacto más feroz que el energía oscura que emanaba de sus puños se intensificaba con cada golpe, pero el escudo de luz parecía fortalecerse en lugar de quebrarse.

La tensión en el aire era de ellos, el suelo se agrietaba bajo la presión de sus fuerzas opuestas. Fragmentos de roca se levantaban en el aire, suspendidos por el choque de energías descomunales.

—¡No puedes resistir para siempre!—gritó Peter, su rostro deformado por la ira.

Bernardo respiró profundamente, sintiendo cómo la luz del arma fluía hacia él, llenándolo de una fuerza que nunca había experimentado.

—No necesito resistir para siempre, Peter,—respondió con un tono bajo, casi como si hablara para sí mismo.—Solo necesito resistir el tiempo suficiente.

De repente, Bernardo avanzó.Su movimiento fue inesperado, directo, como un relámpago atravesando la oscuridad. La barrera de luz que había utilizado para bloquear los ataques de Peter se transformó, compactándose en la hoja del un giro fluido, Bernardo contraatacó.

La hoja de luz cortó el aire, dejando un rastro apenas tuvo tiempo de levantar un brazo para protegerse, y cuando lo hizo, el impacto lo lanzó hacia atrás, arrastrándolo varios metros antes de que lograra recuperar el equilibrio.

Un profundo corte resplandecía en su brazo, la energía oscura alrededor de él tambaleándose como una llama a punto de extinguirse.

—¿Qué demonios...?—murmuró Peter, mirando su herida, incrédulo. Por primera vez, su fortaleza parecía insuficiente.

Bernardo no dio lanzó hacia adelante, su arma brillando con una intensidad cegadora, como si fuera el faro de una tormenta que no podía ser golpe que propinaba era preciso, cada movimiento lleno de propósito, forzando a Peter a retroceder.

En medio de la pelea, Bernardo habló, su voz clara como una campana en la noche:

—La diferencia entre tú y yo, Peter, no es la fuerza.—Lanzó otro ataque, obligando a Peter a bloquear desesperadamente.—Es que tú solo luchas para destruir. Yo lucho para proteger.

Las palabras resonaron en el aire, golpeando a Peter tan fuerte como el filo de la hoja.

El impacto generó una onda expansiva, un estruendo que hizo temblar los cimientos del lugar. Peter fue empujado hacia atrás, y por primera vez, su confianza tambaleó.

—¿Qué es esto...? —susurró, mirando sus manos como si hubieran perdido su avanzó, sus pasos lentos pero decididos, su cuerpo aún herido pero sostenido por una voluntad inquebrantable. —No es solo una chispa, Peter. Es todo lo que soy, todo lo que he perdido, todo lo que has intentado destruir.

La onda expansiva desató un caos que reverberó en cada rincón del paredes temblaron, pequeñas grietas comenzaron a expandirse, y el aire se llenó de polvo y destellos de energía , empujado hacia atrás, jadeaba, su mirada dividida entre confusión y algo que nunca antes había sentido: duda.

Sus manos temblaban, sus dedos intentando aferrarse a la fuerza que parecía escapá rugido habitual en su pecho era un eco distante, ahogado por el estruendo de algo mucho más grande.
—¿Qué es esto...?—murmuró, observando sus manos como si le pertenecieran a un extraño. La oscuridad que lo envolvía parpadeaba, quebradiza, como una llama a punto de extinguirse.

Bernardo avanzó, cada paso una declaración en sí silueta, iluminada por el arma de luz que sostenía, se veía al borde del colapso, pero su mirada hablaba de algo que ningún golpe podía quebrar. La sangre aún corría por su frente y se mezclaba con el polvo, pero sus pasos eran firmes, su voluntad implacable.

—No es solo una chispa, Peter,—dijo, su voz resonando en el silencio que había seguido al impacto.—Es todo lo que soy, todo lo que he perdido, todo lo que has intentado destruir.

La energía del arma en su mano crepitó, creciendo en intensidad, como si respondiera a las palabras de su destello, cálido y feroz, iluminó el rostro de Peter, exponiendo cada línea de rabia y, debajo, una sombra de temor.

—¡Basta de tus discursos patéticos!—gritó Peter, su voz temblando con una mezcla de ira y desesperación.—Siempre has sido débil. Esto es solo un truco, y lo aplastaré como todo lo demás.

Con un rugido, Peter se lanzó hacia adelante, su oscuridad arremolinándose a su alrededor como un manto ataque era rápido, feroz, una embestida cargada de toda su furia acumulada.

Pero Bernardo no retrocedió.

Con un movimiento fluido, levantó su arma y bloqueó el choque entre luz y oscuridad generó un destello cegador, una explosión que obligó a ambos a empujar más allá de sus lí hoja de luz tembló bajo la presión, pero no cedió.

—Esa es la diferencia entre tú y yo, Peter,—dijo Bernardo mientras sostenía el bloqueo, sus palabras cortando a través del caos.—Tú destruyes porque tienes miedo. Yo resisto porque sé lo que es perderlo todo... y seguir adelante.

La declaración fue como una herida invisible, un golpe más profundo que cualquier apretó los dientes, pero no pudo ignorar la verdad que latía en esas palabras. La oscuridad alrededor de él vaciló nuevamente, como si algo en su interior comenzara a fragmentarse.

Peter rugió de nuevo, su grito resonando como un trueno, una explosión de rabia que reflejaba la furia acumulada a lo largo de los añ ó toda su fuerza, cada músculo y cada pensamiento envueltos en un solo propósito: romper la barrera que lo separaba de Bernardo. Su puño chocó contra la energía en un impacto devastador,la barreraquebrándose con un sonido estridente, como cristal rompiéndose bajo el peso de un golpe mortal. Elataque desató una lluvia de escombros, fragmentos de luz y energía que se desintegraron al contacto, dispersándose por el aire como si el propio espacio se viera alterado por la magnitud del choque.

En ese instante,el polvo y el caos cubrieron todo, como un manto oscuro que borraba la vista y el sonido,sumergiendo la escena en una atmósfera de incertidumbre. Cada segundo que pasaba era un recordatorio de laviolenciade la confrontación, de la intensidad de la batalla que se libraba en un terreno que parecía a punto de colapsar bajo el peso de tanto dolor acumulado.

Pero cuando la nube se disipó,allí estaba pie, su figura erguida como un faro de resistencia,el arma brillando con una intensidad cegadoraque deslumbraba a Peter. La luz emanaba de él, creando una figura que parecía casi irreal, como si Bernardo hubiera trascendido los límites de su propio cuerpo. Peter, que se había acostumbrado a ser el imparable,el invencible, ahora se veíadiminutoante el resplandor de su medio hermano.

—No... puede ser—las palabras salieron de su boca, entrecortadas, mientras sus ojos recorrían la escena, intentando procesar lo imposible que tenía frente a él. Su respiración se volvió errática,el miedo y la sorpresamezclándose en su mente como un cóctel venenoso.

Bernardo,herido pero desafiante,alzó el arma, unmovimiento firmeque no dejó lugar a dudas de la determinación en su ser. Apuntó directamente al corazón de Peter, la luz que emanaba del arma pulsando con un poder ojosreflejaban algo más allá de la furia de la batalla:un vacíolleno de años de sufrimiento,un desafíoque nunca había sido escuchado.

—Siempre fuiste más fuerte, Peter, pero nunca entendiste queno todo es fuerza bruta. —La voz de Bernardoera un susurro de viento helado,cargada de emociones profundas, una verdad sellada en su tono estaba lleno de una serenidad oscura, como si finalmente hubiera comprendido algo que su hermano nunca llegaría a entender.

Con un movimientoque parecía fundir el tiempo y el espacio, Bernardo desató un corte luminoso, unalínea de energía puraque se extendió en el aire como una cicatriz en la tela del universo. El resplandor que lo acompañaba era cegador, como si el propio sol hubiera sido canalizado en esa única acció luz cruzó la distancia entre ambos en un abrir y cerrar de ojos, tan rápida que Peter no tuvo ni el más mínimo segundo para reaccionar, como si la misma existencia hubieradoblado las leyes de la naturalezaen favor de la furia de Bernardo.

Peter intentóesquivar el golpe, un movimiento desesperado y automático, pero la energía lo alcanzó de lleno. El impacto fue tan violento que su cuerpo fue lanzado hacia atrás con unafuerza abrumadora, su alma destellando de onda expansiva de la energíadestrozó el aire a su alrededor, generando unruido sordo y vibranteque llenó el espacio con una sensación decaos palpable.

Peter chocó contra el muro más cercano, el sonido de su cuerpo golpeando la roca resonando con una brutalidad roca se partióbajo el peso de su caída, dejando unaprofunda grietaque se extendió como una herida en la pared,el eco de su impactosacudiendo la estructura misma del luz de la energíaque aún brillaba en el aire parecía rebotar en la grieta, como si toda la escena estuviera cargada con la fuerza del choque.

El aire estaba pesado, tenso,lleno de la electricidad del combate, mientras Peter intentaba recuperar la compostura, su rostro marcado por una mezcla desorpresa y respiración se volvió errática, su cuerpo golpeado pero aún capaz dealimentar su ira, una ira que no entendía de límites ni de la magnitud de lo que estaba sucediendo.

El cuerpo dePetercayó al suelo, el impacto resonando en el aire, su cuerpo temblando como si cada movimiento le costara más que el polvo se elevó en una nube densa, pero la forma de su cuerpo permaneció fija, casi derrotada. Sus ojos, que antes brillaban con arrogancia, ahora reflejaban algo diferente, algo que nunca había mostrado: duda. La intensidad de su mirada, cargada de desconfianza, se encontró con la firmeza deBernardo, quien lo observaba como si todo su ser estuviera centrado en ese único momento.

—Esto no ha terminado, Bernardo—gruñóPeter, su voz rasposa, arrastrada por la respiración agitada que no podía controlar. Era un gruñido, una amenaza que palidecía ante la incertidumbre que se reflejaba en sus poder que siempre había tenido sobre su hermano se desmoronaba lentamente, como si los cimientos de su propia arrogancia estuvieran siendo destruidos uno a uno.

Bernardorespiró profundamente, como si estuviera absorbiendo cada latido de su corazón, la tensión palpable en su pecho. Aún sosteniendo con ambas manos elarma brillante, un resplandor que parecía reverberar con la energía acumulada de sus esfuerzos y sacrificios, su mirada se fijó con una intensidad inquebrantable enPeter. No era solo desafío lo que emanaba de él; era unafuerza pura, una determinación brutalque había crecido en su interior desde el primer día en que había sido menospreciado.

—Tienes razón. No ha terminado.—La voz deBernardoresonó,firme, decidida, cortante como un filo. El peso de sus palabras parecía intensificar el resplandor del arma, que ahora pulsaba con un poder casi luziluminaba su rostro, reflejando la determinación de quien ya no teme lo que está por venir. —Pero esta vez... no seré yo quien caiga.

La atmósfera vibraba con la tensión de ese momento, como si el aire mismo temiera lo que sucedería a continuació palabra de Bernardoestaba cargada con la ira de años de sufrimiento, de lucha, de no era la amenaza invencible que había sido, yBernardolo sabí batalla había lafuerzase manifestaban en su postura, en su mirada, en cada movimiento que hacía,como un hombre que ha conocido la oscuridad y ahora sabe cómo traer la luz.

Bernardo no dijo nada má ojos brillaron con una furia desatada, y la luz que emanaba del arma en su mano parecía arder como un incendio incontrolable. El silencio que había dominado el enfrentamiento se rompió con un grito desgarrador, un rugido primitivo que surgió desde lo más profundo de su ser.

Con un movimiento explosivo,Bernardo se lanzó hacia adelante, el arma trazando un arco de luz cegadora mientras se dirigía directamente hacia primer impacto fue hoja luminosa atravesó el aire con un zumbido ensordecedor, impactando contra el brazo de Peter y arrancándole un grito que resonó en todo el lugar

La violencia del golpe fue tan intensa que Peter, a pesar de su resistencia, se vio obligado a dar un paso atrás, su brazo ahora ensangrentado y marcado por el corte. La energía que irradiaba del arma parecía consumirlo, como si cada fragmento de su ser estuviera siendo desgarrado, y por un breve segundo, la arrogancia que siempre había definido su mirada vaciló.

Peter apretó los dientes, la rabia volviendo a dominar su rostro. —¡Maldito!—gritó, pero su voz estaba vacía de la confianza habitual, cada palabra teñida de desesperación. Miró su brazo, el dolor punzante y la quemadura de la luz lo dejaban vulnerable, algo que nunca había experimentado.

Bernardo no dejó espacio para un respiro. Avanzó rápidamente, el brillo de su arma iluminando el lugar con una intensidad cegadora. El zumbido de la luz cortante reverberaba en el aire, como si el tiempo mismo se doblara alrededor de la energía pura que ahora controlaba.

—Esto es por todo lo que me quitaste—murmuró Bernardo, sus ojos ardían con una furia que no podía ser contenida. En ese momento, la luz del arma no era solo un destello de poder, sino una manifestación de todo el sufrimiento que había soportado, de todas las heridas profundas que Peter le había infligido, tanto físicas como emocionales. La espada de energía brillaba con una fuerza casi viva, como si la propia voluntad de Bernardo estuviera forjando cada golpe.

Peter, tambaleante, intentó evadir el siguiente golpe, pero la luz lo alcanzó nuevamente, cruzando su torso. El impacto fue tan violento que su cuerpo fue lanzado hacia atrás, estrellándose contra el suelo con un estrépito que resonó en las paredes, dejando una marca imborrable. El dolor era insoportable, como si cada hueso de su cuerpo estuviera siendo desgarrado, pero lo peor era el terror que se asentaba en su pecho, una sensación extraña que nunca había experimentado frente a Bernardo.

A pesar del daño, Peter se levantó, con los ojos desorbitados por el dolor y la furia. —¡Te mataré por esto!—su voz sonaba como un rugido ahogado. Pero al hacerlo, la duda seguía acechando en sus ojos. Algo había cambiado, y esa chispa de duda era una grieta que ni siquiera él podía ignorar.

Bernardo, por su parte, no mostró ninguna misericordia. Avanzó sin dudar, los pasos firmes sobre el suelo, y con cada movimiento, el resplandor de su arma iluminaba el espacio como una amenaza palpable, ardiendo con la promesa de que esta vez no habría que le quedabaya no era solo supervivencia; era la furia de todo lo que había tenido que soportar, la rabia de la vida rota que finalmente exigía su precio.

Cada golpe que daba era una pregunta sin respuesta, cada movimiento una condena que esperaba ser ejecutada.

Peter intentó contraatacar, pero Bernardo no le dio tregua. Con un giro salvaje, la luz del arma golpeó su costado, dejando un corte profundo que hizo que la sangre brotara en un torrente oscuro. El sonido del metal cortando carne se mezcló con los jadeos de Peter, que ahora luchaba por mantenerse en pie.

El aire se llenó con el hedor metálico de la sangre, un recordatorio tangible de la brutalidad del , tambaleándose, apretó los dientes con un gruñido que destilaba furia y desesperación. Su mirada, antes imponente y llena de desprecio, ahora era un torbellino de frustración y miedo ó con pasos decididos, su arma brillando con un resplandor que parecía palpitar al ritmo de su propia rabia contenida.

—¿Esto es todo lo que tienes? —la voz de Bernardo era un eco frío, cargado de una intensidad que no admitía piedad. Cada palabra parecía cortar a Peter más profundamente que la propia hoja.

Peter, respirando entrecortadamente, intentó alzar un brazo ensangrentado para bloquear el siguiente ataque, pero su fuerza ya no era la misma. Aun así, dejó escapar una risa amarga.
—Crees que esto es suficiente para derrotarme... —escupió, sus labios manchados con rastros de sangre. —Aún no has ganado.

Bernardono respondió con palabras. En cambio, levantó su arma con un movimiento deliberado, y el destello que emanó de ella iluminó la sala como un relámpago en medio de una tormenta. Peter, con el cuerpo inclinado y la sangre goteando sobre el suelo, lanzó un grito visceral y cargó hacia adelante, su cuerpo movido más por terquedad que por estrategia.

El impacto siguiente fue , con precisión calculada, desvió el ataque de Peter y contraatacó en un único movimiento fluido. La luz de su arma trazó un corte limpio, esta vez en el hombro de Peter, arrancándole un alarido desgarrador. El suelo tembló con la fuerza de la colisión, y una lluvia de sangre pintó la escena en tonos de rojo carmesí.

Desde las sombras, el eco de voces lejanas comenzó a resonar, murmullos de asombro y horror de aquellos que, ocultos, habían presenciado la masacre.
—¿Es este el fin de Peter? —murmuró uno de los observadores, su voz apenas audible.
—Nunca pensé que Bernardo pudiera enfrentarse así... —añadió otro, sus palabras teñidas de incredulidad.

Pero Bernardo no se dejó distraer. Sus ojos permanecieron fijos en su adversario, en la figura tambaleante que aún se negaba a arma en su mano parecía viva, una extensión de su voluntad, y con cada paso que daba, el suelo bajo sus pies parecía vibrar con el peso de su determinación.

—Esta no es una batalla que puedas ganar, Peter. —Las palabras de Bernardo resonaron como una sentencia inapelable, cada sílaba cargada de un poder que desafiaba cualquier réplica.

—¡Así se siente, Peter! —rugió Bernardo, su voz resonando como un trueno en medio de la destrucción. Era un grito derabia acumulada, una explosión de años de humillación y dolor contenida en cada palabra. Los golpes que seguían eran implacables, cargados no solo de fuerza física, sino del peso emocional de una vida en la sombra. Con una patada brutal,su pie impactó directamente en el pecho de Peter, el sonido de los huesos quebrándose resonó como un eco macabro en el lugar.

Peter se desplomó, jadeando y escupiendo sangre que manchaba el suelo con un rojo oscuro, mientras sus dedos temblorosos intentaban encontrar apoyo. Su respiración era un gorgoteo irregular, pero incluso así, un atisbo de desafío brilló en sus ía levantarse, quería volver a luchar, pero su cuerpo parecía haberle traicionado.

—¿Eso es todo? —murmuró Peter con un hilo de voz, tosiendo entre palabras. Sin embargo, el sarcasmo de su tono no pudo ocultar el terror que empezaba a colarse en su semblante.

Bernardo no respondió. Su silueta era la de un hombre transformado por el fuego de su propósito. Lahoja de luzen su mano vibraba, emitiendo un zumbido ensordecedor, casi como si sintiera la furia de su dueñ brillo de la energía crecía, volviéndose más intenso, proyectando sombras fantasmales en las paredes agrietadas.

Con un movimiento calculado, Bernardo levantó el arma sobre su cabeza. Sus músculos tensos, su rostro marcado por una mezcla de dolor y resolución, se convirtieron en una estatua viva de justicia tiempo pareció detenerse, como si incluso el universo aguardara el desenlace.

—Esto es por todo lo que robaste... —murmuró, su voz cargada de una solemnidad que helaba la arma cayócon una fuerza descomunal, impactando contra el suelo a centímetros del cuerpo de Peter, pero no sin intención: el golpe desató una onda expansiva de energía que sacudió el lugar de piedra y polvo volaron por los aires, mientras un destello cegador llenaba la sala.

Peter gritó, el sonido desgarrador de alguien que finalmente se encontrabasuperado no solo en fuerza, sino en voluntad. La explosión de luz lo envolvió, arrojándolo contra los escombros una vez más. Por primera vez en su vida, sintió lo que nunca había conocido: la impotencia.

—¡Maldito mocoso! —gruñó Bernardo, su voz resonando como un trueno de furia. El arma de luzse movió con precisión cruel, apuntando directamente a las piernas de destello fue fulminante, y el grito desgarrador de Peter llenó el lugar mientras sentía cómo su carne se desgarraba, sus músculos quemándose bajo el poder implacable de la energía.

Peter se desplomó, sus piernas temblando, incapaces de sostener su sangre brotaba en charcos viscosos, manchando el suelo bajo él, mientras intentaba formar palabras entre jadeos entrecortados y una cascada de sangre que escapaba de sus labios. —¡Es... suficiente! —jadeó, su voz rota por el dolor y la desesperación.

Bernardo se detuvo solo un instante,el filo de su mirada perforándolo como una daga invisible. —¿Suficiente? —repitió, su tono impregnado de una amarga incredulidad. Entonces,rió, una carcajada áspera y desquiciada que reverberó en las paredes ojos, inundados de lágrimas que ardían como brasas, se clavaron en Peter con una intensidad devastadora. —Nunca fue suficiente para ti, ¿verdad? Ni mi sufrimiento, ni mi te bastó jamás, ¡pero ahora... ahora lo sentirás todo!

Con un movimiento brutal, Bernardo extendió su brazo, envolviendo el cuello de Peter con una fuerza que no parecía aire se escapó del cuerpo de Peter en un jadeo sofocado, mientras era levantado del suelo, sus pies colgando sin vida. El resplandor del arma de luz ahora era casi insoportable, como si compartiera el odio incandescente de su portador.

Bernardo acercó su rostro al de Peter, su voz un susurro que contenía siglos de rabia reprimida. —Mírame, Peter. —Sus dedos se cerraron con más fuerza alrededor del cuello de su medio hermano, arrancándole un gorgoteo de dolor. —Mírame... y dime si reconoces al "fracaso" que tanto despreciaste.¡Mírame bien y arrodíllate ante lo que creaste!

Peter, colgando como un muñeco roto,forcejeó débilmentemientras sus ojos, desbordados de temor y una rabia impotente, se fijaban en los de primera vez, el hombre invencible estaba completamente a merced de alguien más.

Bernardo lo sostuvo allí, como si en ese instante estuviera decidiendo el destino de algo mucho más grande que su hermano caído. El brillo del arma pareció palpitar al compás de su furia, mientras todo a su alrededorse envolvía en un silencio ensordecedor, el preludio de lo inevitable.

Peterintentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. Su rostro, marcado por una mueca de dolor, reflejabauna batalla interna entre el miedo y el polvo y los escombros cubrían su cabello y piel, mientras su respiración se volvía un jadeo irregular. Por primera vez, su habitual arrogancia estaba destrozada, reemplazada por una expresión de vulnerabilidad que apenas lograba ocultar.

Bernardodio un paso al frente, su silueta iluminada por el resplandor iracundo del arma que sostenía. Cada paso resonaba como un martillo golpeando el suelo, llenando el lugar con una tensión insoportable. —¡Levántate! —rugió con una voz que parecía partir el aire mismo. El armavibraba en su mano, su energía pulsando como si compartiera la furia de su dueño. —¡Levántate y pelea! —gritó de nuevo, su tono cargado de desafío, pero también de un dolor profundo y arraigado.

Peter logró apoyarse en una rodilla, su cuerpo temblando por el dedos se cerraron en un puño, agarrando un trozo de escombro como si fuera lo único que podía ofrecer en defensa. Su mirada, aunque debilitada, todavía ardía con odio. —¿Qué... ganas con esto? —logró articular, escupiendo sangre al suelo. —¿Demostrar... que eres igual que yo?

Bernardo apretó la mandíbula, sus ojos destellando con una mezcla de rabia y determinación. —Nunca seré como tú. —Su voz era un látigo, cortante y definitivo. El arma en su mano pareció brillar aún más, llenando el espacio con un calor casi sofocante. —Pero si quieres vivir lo suficiente para probarlo, entonces... —alzando el arma, Bernardo dejó caer la punta contra el suelo con un estruendo que hizo vibrar el suelo— ¡Levántate y pelea como el monstruo que siempre fuiste!

El aire se llenó de una energía densa y respiro era una lucha, y el lugar parecía volverse más pequeña bajo la presión de su presencia. Peterfinalmente se puso de pie, tambaleándose pero sin apartar la mirada de su odio en sus ojos creció, pero había algo más en su expresión: una chispa de duda, como si finalmente comprendiera que esta vez no tenía el control.

Bernardo observó con intensidad, su pecho subiendo y bajando mientras el resplandor del arma proyectaba sombras en las paredes destrozadas. —Esto no es una lucha por fuerza, Peter. —Su tono bajó, casi en un susurro, cargado de algo más profundo que simple furia. —Es por todo lo que intentaste destruir... y que yo no dejaré morir.

El silencio que siguió fue sofocante, roto solo por los jadeos de Peter mientras el polvo seguía cayendo, marcando un compás sordo en la batalla entre dos mundos que ahora colisionaban en esa sala destrozada.

Peter, ensangrentado y roto, intentó arrastrarse hacia adelante, pero sus fuerzas lo traicionaban. Sus ojos buscaron los de Bernardo, y por primera vez en toda la batalla,había algo más que rabia en ellos: miedo puro.

—No... puedes... ganar...—logró decir entre jadeos.

Bernardo lo observó desde lo alto, su silueta envuelta en el resplandor cegador del arma que sostenía. Su respiración era pesada, cada inhalación parecía alimentar la luz que irradiaba de su cuerpo. Dio un paso hacia adelante, su bota aplastando los escombros bajo su peso con un sonido seco y mirada era un abismo, fría y ardiente al mismo tiempo, como si todo lo humano en él se hubiera transformado en puro juicio.

—¿Ganar? —repitió, su voz baja pero cargada de una intensidad que hizo eco en las paredes destrozadas. Se inclinó hacia Peter, apenas a un brazo de olor a sangre, sudor y polvo llenaba el aire, un recordatorio palpable de la brutalidad que había llevado a este momento. —¿De verdad crees que esto es una cuestión de ganar o perder?

Peter intentó apartarse, su cuerpo temblando,sus manos ensangrentadas resbalando inútilmente contra el suelo roto. Sus ojos, que tantas veces habían brillado con arrogancia, estaban ahora dilatados por el pánico. —Siempre... tú... débil... siempre—. Su voz se quebró, ahogada por la sangre que intentaba tragarse para hablar.

Bernardo se puso en cuclillas frente a él, acercando la punta del arma a su garganta. La luz chisporroteó, emitiendo un calor tan intenso que hizo que Peter apartara la cara, cerrando los ojos con fuerza. —¿Débil? —preguntó, su tono afilado como la hoja que sostenía. —Quizá lo fui. —Sus ojos se entrecerraron, y por un momento, una sombra de dolor cruzó su rostro, mezclada con una furia que no podía contener. —Pero tú te aseguraste de que la debilidad muriera conmigo el día que destruiste todo lo que amaba.

La luz del arma pulsó, como si respondiera a las emociones de su portador. Bernardo alzó la hoja lentamente, apuntando directamente al corazón de Peter. —Ahora mírate. —Su voz se endureció. —El hombre que creía que el mundo estaba a sus pies, arrastrándose como un animal herido.

Peter abrió los ojos, enfrentándose a Bernardo con una mezcla de odio y desesperación. —Aún... no... se... acabó... —intentó gruñir, su voz apenas un susurro.

Bernardo inclinó la cabeza, sus labios torciéndose en una sonrisa la sonrisa de alguien que ya no encontraba placer en la venganza, sino una necesidad de justicia. —Tienes razón. —Se incorporó de un salto, sujetando el arma con ambas manos mientras esta brillaba con una intensidad insoportable. —Todavía queda algo por terminar.

El sonido del arma vibrando llenó el lugar, un presagio de lo inevitable. Peter, atrapado entre su odio y su miedo,cerró los ojos, esperando el golpe final. El suelo bajo ellos pareció tensarse, como si el mundo mismo contuviera la respiración, esperando el desenlace.

Bernardo avanzaba como un verdugo al encuentro de su sentencia, su silueta bañada en el resplandor abrasador de la luz que emanaba del arma. Cada paso era un recordatorio de su propósito; el eco que dejaban resonaba como martillazos en los oídos de Peter, quien yacía derrotado, apenas consciente del destino que lo aguardaba. El aire alrededor de Bernardo parecía vibrar, cargado de tensión, de ira contenida y del peso de todas las pérdidas que habían llevado a este momento.

—Ya gané, Peter.—La voz de Bernardo no era un grito; era una declaración fría, firme, palabra era un clavo que sellaba el ataúd de su ojos, ardientes como brasas, nunca abandonaron el rostro ensangrentado de Peter, cuyo cuerpo temblaba entre escombros y charcos de su propia sangre. —Lo que queda ahora... es que pagues por todo.—El arma en su mano pareció responder, su luz intensificándose como si compartiera el juicio de su portador.

Peter intentó hablar, pero su cuerpo apenas le respondí jadeo quebrado y un movimiento inútil de su brazo fueron su única labios, partidos y resecos, formaron palabras inaudibles mientras sus ojos buscaban, quizás por primera vez, piedad. Pero Bernardo no ofrecía lo que quedaba en su mirada era el reflejo de las llamas de una venganza largamente pospuesta.

Con un último rugido, una mezcla de dolor, furia y liberación, Bernardo alzó el arma por encima de su brillo era cegador, llenando el lugar con una luz tan intensa que las sombras parecían desvanecerse, tragadas por su hoja vibraba, como si supiera que estaba destinada a cerrar un ciclo, a poner fin a una historia marcada por traiciones, abusos y resentimientos acumulados.

El suelo crujió bajo sus pies cuando Bernardo descargó el golpe arma descendió con una fuerza que partió el aire, un zumbido ensordecedor que preludió la explosión de energí impactar, una onda de luz y calor envolvió todo, derribando los restos de paredes, haciendo añicos las piedras más resistentes, y cubriendo la escena de un polvo incandescente.

El grito de Peter, breve y desgarrador, fue engullido por el el resplandor se desvaneció, todo quedó en arma de Bernardo, ahora apagada, colgaba pesadamente en su cuerpo temblaba, no de fatiga, sino del peso emocional que lo inundaba.

Bernardo respiró hondo, su mirada perdida en el lugar donde Peter yací leve viento barrió el polvo, revelando el cuerpo inerte de su medio hermano, marcado por la justicia que él mismo había negado a en los ojos de Bernardo, no había satisfacción, solo una pesada resignación. —Esto... terminó.—Murmuró, dejando caer el arma al suelo, cuyo sonido metálico marcó el fin de una era y el comienzo de su carga: vivir con las cenizas de lo que había hecho.

Oh no pensaste que me matarías de manera tal fácil, no es así hermano, Peter le hablo a Bernardo que se dio la vuelta no con sorpresa sino con una mirada que significaba, "se de tu juego, idiota".

Bernardo levantó el arma una vez más, el brillo de la luz cegadora reflejándose en su rostro, mientras su cuerpo ardía por la rabia, la venganza y el deseo de justicia. Pero algo empezó a fallar en él. Un leve temblor en sus manos primero, y luego un dolor punzante en su pecho, como si su propio corazón estuviera rompiéndose en pedazos.

Bernardo se detuvo, la hoja brillante del arma todavía levantada, pero su cuerpo pareció leve temblor en sus manos creció, y el dolor en su pecho se intensificó, como si el peso de toda su ira y sufrimiento finalmente lo ó los dientes, esforzándose por ignorar el punzante recordatorio de su humanidad.

—¿De verdad crees que esto es un juego, Peter? —Su voz era baja, cargada de desprecio, mientras giraba lentamente para enfrentar a su mirada no mostraba sorpresa, sino una mezcla de cansancio y certeza, como si estuviera esperando que Peter intentara algo más. —Eres tan predecible como siempre.

Peter, con el rostro cubierto de sangre y el cuerpo destrozado, se incorporó con dificultad, apoyándose en la pared destrozada a su ía un brillo en sus ojos que mezclaba dolor y una oscura determinació sonrisa torcida se dibujó en su rostro, apenas perceptible entre los jadeos.

—Oh, Bernardo... —Peter tosió sangre, pero su voz aún retenía esa arrogancia insoportable. —¿Pensaste que me matarías tan fácil? Tú no entiendes, hermano. La muerte no es mi fin... es mi herramienta.

De repente, el aire alrededor de Peter comenzó a energía oscura y pulsante surgió de su cuerpo, distorsionando el espacio como un calor grietas en el suelo comenzaron a extenderse, y una sensación opresiva llenóel lugar, como si una fuerza mayor estuviera siendo invocada.

Bernardo no retrocedió.Su mirada permaneció fija en Peter, con la determinación de un hombre que ya había decidido su embargo, sus manos aún temblaban, y el dolor en su pecho no cedía.

—Lo único que haces es prolongar lo inevitable, Peter.—El brillo de su arma creció nuevamente, como si respondiera a la voluntad inquebrantable de su portador. —Cada truco que juegues solo hará que tu caída sea más amarga.

Peter lanzó una carcajada ahogada, inclinando la cabeza hacia atrás mientras la energía lo envolvía. —¿Caída? —Su voz resonó, distorsionada por la energía que fluía a su alrededor.—Oh, Bernardo... yo ya caí hace mucho. Ahora, tú caerás conmigo.

De repente, Peter lanzó un estallido de energía oscura, una onda que se expandió como una explosión en cámara escombros y el polvo volaron en todas direcciones, y el suelo se quebró bajo el levantó su arma, creando un escudo luminoso que resistió la embestida, pero el esfuerzo intensificó el temblor en sus manos, mientras el dolor en su pecho se transformaba en una presión insoportable.

Bernardo esta algo impresionado por esto sin el ojo del gran sabio no era capaz de leer completamente las habilidades que estaban siendo usadas.

Esto debe ser un espectro de la luz intento deducir.

—¡No importa lo que seas, Peter! No importa cuánto te esfuerces por arrastrarme contigo, yo terminaré esto aquí y ahora!—Bernardo gritó con fuerza, el resplandor de su arma ardiendo como un sol furioso, mientras avanzaba un paso hacia su hermano, desafiando la energía que intentaba consumirlo.

Ambos sabían que la batalla había no era solo una cuestión de fuerza; era una lucha de voluntades, una confrontación donde el odio, el dolor y el destino se entrelazaban en una danza mortal.

El ritmo de su respiración se volvió errático,y la visión se le nublaba. El ardor que sentía Bernardo no era solo por la furia, sino por una sensación aún más profunda y aterradora: la enfermedad que siempre había estado acechando en las sombras, ahora lo atacaba con corazón se retorcía en su pechocomo si estuviera siendo destrozado desde adentro, sus latidos retumbando como un martillo golpeando una campana rota.

El cuerpo de Bernardo comenzó a traicionarlo, ese mismo cuerpo que tantas veces había superado límites imposibles. Ahora, cada respiración era una lucha, un grito silencioso que resonaba en su interior mientras la fuerza que lo mantenía en pie parecía dedos, que antes sostenían el arma con firmeza, empezaron a aflojarse, aunque él se negaba a soltarla.

—No... ahora no.—Susurró entre dientes, su voz temblorosa pero aún cargada de determinació ardor en su pecho no era solo el peso de la furia y la venganza; era un recordatorio cruel de la enfermedad que había ignorado durante tanto tiempo.

Peter, apenas de pie y apoyado contra los escombros, lo observó con una mueca entre burla y agotamiento. Sus labios ensangrentados se curvaron en una sonrisa torcida.
—¿Te sientes mal, hermano? —jadeó, su tono goteando sarcasmo. —¿Finalmente te das cuenta de que no solo peleas contra mí?Peleas contra ti mismo, contra tu debilidad... y estás perdiendo.

Bernardo avanzó un paso tambaleante, la luz de su arma parpadeando como si reflejara su propia presión en su pecho aumentaba, un dolor punzante que lo hacía apretar los dientes con fuerza.A pesar de eso, su mirada nunca vaciló.
—No necesito estar entero para acabar contigo, Peter. No necesito nada... excepto esto.—Levantó el arma con un esfuerzo visible, el brillo intensificándose mientras se inclinaba hacia adelante.

—¿De verdad, Bernardo?—Peter se incorporó ligeramente, apoyándose en los escombros con una sonrisa aún más siniestra. —¿Crees que puedes matarme mientras apenas puedes respirar?Mírate, eres una sombra de lo que solías ser.

Bernardo jadeó, su respiración más errática con cada palabra de ía como si su corazón estuviera a punto de estallar, pero no retrocedió.
—Calla. No... necesitas hablar para morir.—Cada palabra le costó como si estuviera levantando un peso imposible, pero la intensidad en sus ojos seguía siendo la misma.

Peter se echó a reír, un sonido que resonó hueco enel lugardevastada. —Entonces hazlo, hermano. Acaba con esto, o muere intentándolo.

El lugarparecía contener el aliento mientras ambos se miraban, dos hombres al borde del abismo, sosteniéndose únicamente por el odio y el deseo de poner fin a la tormenta que los había consumido durante tanto arma de Bernardo tembló en su mano, su luz parpadeando entre la esperanza y la desesperación. Y aun así, dio otro paso hacia Peter, desafiando el dolor que lo carcomía por dentro, como si la determinación por destruir a su hermano pudiera eclipsar incluso la muerte que ya tocaba a su puerta.

Elarma temblócon violencia en las manos de Bernardo, como un animal herido que compartía su agonía. La luz que antes emanaba con un fulgor abrasador ahora era apenas un destello moribundo, pulsando al ritmo de su tambaleante corazón. Cada paso que intentaba dar se convertía en una lucha contra la gravedad, mientras eldolor laceranteen su pecho crecía, implacable, como si una fuerza invisible estuviera apretando un puño alrededor de sus pulmones.

Con ungrito ahogado, Bernardo trató de impulsarse hacia adelante, pero sus piernas, antes firmes como columnas, flaquearon bajo el peso de su propio cuerpo traicionero. Su respiración se volvió un jadeo desordenado, y el ardor en sus pulmones se sintió como una hoguera que devoraba su agujas invisiblesparecían perforarlo sin descanso, robándole la fuerza que había usado para mantenerse en pie.

Tropezó hacia atrás, sus botas resbalando en el suelo manchado de sangre y escombros, mientras el eco de su caída resonaba como un tambor funesto en el aire. Su mirada se levantó, intentando encontrar a Peter entre el caos, pero incluso su visión empezaba a fallar, los bordes de su realidad difuminándose en sombras.

Un murmullo débil escapó de sus labios, como si estuviera intentando aferrarse a las últimas migajas de su determinación:
—No... puedo... detenerme...

Pero mientrasel peso del fracaso y la enfermedadlo aplastaba, una sensación helada lo recorrió. El miedo. No por sí mismo, sino por la posibilidad de que Peter pudiera levantarse, de que todo esto fuera en vano.

—No...—murmuró una vez más, su voz temblorosa, apenas un susurro entre el estrépito del caos que lo rodeaba. Unagota de sudor fríodescendió lentamente por su frente, entrelazándose con la suciedad y la sangre que lo cubrían. El aire le faltaba, como si cada respiración fuera una agonía, un intento fútil de llenar sus pulmones que ya no parecían funcionar correctamente. Eldolor físicoera insoportable, una marea de ardor que no cesaba, pero lo que más lo atormentaba era el vacío que se abría en su pecho, como un pozo oscuro que devoraba todo rastro de esperanza.

Sucorazón latía débilmente, cada pulsación unalucha desesperadapor aferrarse a la vida. La sangre que aún bombeaba en su interior parecía fluir más lentamente, como si sus venas estuvieran colapsando, retorcidas por el peso de su propio cuerpo. Se sentía como si un puño invisible apretara su corazón con cada latido, un dolor que lo sacudía hasta lo más profundo de su ser. Cada golpe, cadalatido vacío, se sentía como una condena, como si estuviera perdiendo la batalla no solo contra Peter, sino contra sí mismo, contra su propio cuerpo que le fallaba.

La fragilidadde su existencia era ahora más evidente que nunca. Mientras sus ojos se nublaban por lafatiga extrema, algo en su interior, quizás un eco distante de la rabia que aún ardía en su alma, le recordaba que no podía rendirse. No ahora, no cuando estaba tan cerca de su objetivo, cuandola venganzaera lo único que lo mantenía en pie. Pero cada momento de duda se estiraba, y la verdad lo golpeaba con brutalidad: no solo luchaba contra Peter, luchaba contra el fin de su propia fuerza, contra su último aliento.

La desesperación lo invadió, y en su mente retumbó una preguntaque ya no podía ignorar: ¿Podría seguir adelante, o ya estaba marcado por su propio cuerpo como una sombra que se desvanecería al primer golpe?

Peter, aún en el suelo, observó ensilencio, cada movimiento de Bernardo con una mezcla de incredulidad y una extraña sensación de vacío. Susojosbrillaban con una intensidad opaca, como si todo lo que había ocurrido, todo lo que había luchado por destruir, se desvaneciera frente a él. Su cuerpo, a pesar de los cortes, los golpes y la fatiga que lo arrastraban hacia la inconsciencia, no podía apartar la vista de su hermano.

El cambio en la posturade Bernardo fue lo que realmente lo golpeó. Ya no era el hombre que había estado a punto de destrozarlo con su furia desbordada; ahora, se veía como unasombrade sí mismo, tambaleándose bajo el peso de su propio cuerpo,luchando por mantenerse en piemientras la vida se le escapaba entre los furia, esa que lo había definido durante tanto tiempo, ahora parecíadesmoronarseen un mar de sufrimiento físico. Cada uno de sus movimientos, antes llenos de determinación y odio, ahora eran un reflejo de un dolor tanintensoque parecía romperlo por dentro.

Un rayo de dudaatravesó los ojos de Peter, como un destello que lo dejó en silencio, congelado en el tiempo por unos breves segundos.¿Qué quedaba de la venganza ahora?¿Acaso la batalla no había sido solo una fachada, un juego de supervivencia que ya no podía sostenerse? No dijo necesitaba palabras, solo sus ojos, que no se apartaban de ladecadenciade su hermano.

El dolor de Bernardo, el colapso de su propia existencia, era algo que Peter nunca había anticipado. Había estado tan centrado en el odio, tan embriagado por la necesidad devictoria, que no había considerado lo que pasaría cuando su hermano ya no pudiera luchar más. Ahora, lo único que podía hacer eraobservar, como siel destinoles hubiera tendido una trampa mortal que ninguno de los dos podría escapar.

El eco de su respiración entrecortada llenó el espacio, pero latensiónentre los dos ya no era la odioque antes los había definido se había desvanecido en el abismo de unalucha interna, una que ambos parecían haber perdido de manera inevitable.

Bernardo jadeaba, su respiración irregular y agónica, cada inhalación un esfuerzo titá manos temblorosasapenas lograban sujetar el arma, como si cada fibra de su cuerpo estuviera luchando contra lafatigay eldolorque lo consumían. El brillo de la luz, que antes había sido su aliado, ahora se apagaba con cada pulso débil de su corazón, como si incluso sufuerzaestuviera abandonándolo.

El dolor en su pechocreció con una violencia imparable, cada latido ungolpe devastadorque le arrancaba ungemido de desesperación. Sentía como si su corazón fuera aexplotar, el peso de la agonía aplastando sus costillas, haciendo que el aire se le escapara de los pulmones, dejándolosin aliento.

Los latidosparecían atragantarse en su pecho, luchando por salir mientras la sensación de que su cuerpo estaba cayendoen picadase intensificaba. Como si supropio corazónestuvieraahogándose, ahogado por la enfermedad que lo había corroído durante tanto tiempo. Había estado ennegacióntanto tiempo, reprimiendo la verdad,engañándosea sí mismo con la furia y el deseo de venganza, pero ahora, en este momento demáxima vulnerabilidad, su cuerpo le daba la respuesta que tanto había temido.

La enfermedad, esa sombra que siempre había estado acechando desde las sombras, ahora lodevorabacon una ferocidad tan grande que lo dejaba sin fuerzas. Sentía como si susvenasse estuvieranquemandopor dentro, la sangre que antes fluía con vigor ahora atrapada en un cuerpo que ya no respondía. Laoscuridadlo invadía poco a poco, y con cada segundo, el conocimiento de que había perdido el control total sobre su vida se hacíamás claro.

Su enfermedad no era solo la causa deldoloren su pecho, sino la razón de sudesesperaciónfinal, la verdad más amarga de todas: que a pesar de todo el odio y la rabia que había acumulado,no podía escaparde lo que lo había desmoronado desde el principio.

Bernardose llevó una mano al pecho, los dedos apretando su carne como si pudiera detener eldolorque lo desgarraba por dentro. Su rostro se torció en una mueca desufrimiento extremo, cada músculo de su rostro retorcido por laagonía. Lasrodillasflaquearon bajo el peso de su propio cuerpo, incapaces de sostener la presión deldolorque lo atravesaba como una corriente eléctrica.

Tambaleó hacia un lado, como un hombre que ya no tiene fuerzas para sostenerse en pie, y el suelo parecía acercarse rá cayó, pero sus reflejos, más por pura costumbre que por control, lo llevaron a apoyarse en la pared cercana, sumano temblorosarozando la superficie para no desplomarse por completo. La pared, fría yfirme, era su único apoyo en un mundo que parecía desmoronarse a su alrededor.

Luchó por mantener laconciencia, pero cada segundo que pasaba era una batalla perdida. Elmundogiraba a su alrededor, se desvanecía en espirales deconfusión y desesperación, como si eldolorse extendiera más allá de su cuerpo, envolviendo la realidad luzde su arma, que alguna vez había sido un símbolo de su poder y determinación, ahorase desvanecíalentamente, como si la última chispa de su voluntad estuviera extinguiéndose junto con ella.

Suvisiónse empañaba, cada vez más turbia, como si una niebla espesa estuviera invadiendo su mente y distorsionando larealidadmisma. Los contornos de la escena se volvíandifusosy lassombrastomaban forma, como si el mismo sufrimiento que lo invadía estuviera transformando todo lo que veía en una pesadilla. Larealidadse le escapaba, y en su lugar, solo quedaba elvacío, ese vacío que se extendía más allá de lo físico, llegando a lo más profundo de su alma, despojándolo de todo lo que alguna vez fue.

—No... puedo...—musitó Bernardo, casi sinvoz, lafragilidadde su susurro contrastando con la intensidad delsufrimientoque lo consumía. Elsudorcaía enchorrosdesde sufrente, resbalando por su piel como si tratara de escapar de laagoníaque lo estaba destrozando desde adentro. En ese breve instante, creyó que eldolorloarrastrahacia un abismo, una caída inminente hacia un final que ya no podía evitar.

Cadalatidode sucorazón desgarradoera como unaexplosión interna, una serie de golpes rítmicos que retumbaban dentro de su pecho con una fuerza devastadora. Lapresiónde esos latidos loahogaba, haciendo que se sintiera atrapado en un ciclo dedolorinterminable, una tortura que lo alejaba más y más de su propia humanidad. Era como si su corazón se estuvieradesprendiendoen pedazos, y cadagolpeque sentía le advertía que sucaídaera inevitable, como unasentencia de muerteque no podía evitar.

—No... puedo... seguir... —murmuró para sí mismo, sus palabras un eco débil de la rabia y el sufrimiento que lo habían impulsado hasta ese momento. Elvacíolo envolvía, y por un breve momento, todo lo que había hecho, todas lasdecisionesque lo habían traído hasta ahí, se desvanecieron en unanieblade desesperación.

Peter, conla mirada fijaen su hermano, vio cómo ladebilidadcomenzaba a consumirlo. Undestello de oportunidadiluminó sus ojos, su cuerpo aún tembloroso por el dolor y el agotamiento, pero no había vuelta atrás. Labatallano era solo física, era mental, y finalmente, después de tanto sufrimiento, elmomentohabía llegado.

Conesfuerzo, Peter se levantó, cada músculo en su cuerpo gritando enprotesta, pero su mente estaba clara. Lo que su hermano había hecho, eldolorque le había causado, merecía serpagado, y ahora, con lavulnerabilidadde Bernardo a sus pies, todo se volvía una cuestión de justicia personal.

Unasonrisa torcidaapareció en sus labios, unamuecaque no era de felicidad, sino desatisfacción amarga.Él, el que había sufrido tanto a manos de su hermano, ahora veía que todo elpesode esa furia se convertía en una oportunidad. No iba aperderla.

Avanzóhacia Bernardo, cada paso calculado, mientras su hermano caía lentamente en latrampaque Peter había estado esperando con ansias. Elcansancioya no pesaba sobre su cuerpo; elinstintode venganza y supervivencia se había apoderado de é era suficiente con verlo caer. quería más.

Se agachó frente a Bernardo, su respiración aún agitada, yse inclinó, lo suficiente como para que sus ojos se encontraran. Un brillo peligroso resplandeció en sus ojos. Lavulnerabilidadde su hermano era ahora suarma, y Peter lo sabía. La balanza se había inclinado de su lado, y la batalla estaba a punto determinar.

Bernardo,temblandoy respirando con dificultad, levantó la vista hacia su hermano, pero sus palabras se ahogaban en el dolor que le recorría el pecho. Lasdudasle invadían la mente, y sucuerpoya no respondía como antes. Ladesesperaciónse mezclaba con unaúltima chispa de orgullo. No iba a rendirse, no sin luchar hasta el final.

Peterse acercó más, su presenciapesadaen el aire, como una sombra que aplastaba cualquier esperanza que quedaba en ó con desdén, un sonido cruel que rasgó el silencio deel lugar.

—¿Qué te pasa, hermano?—La burla en su voz era palpable, como si disfrutara de cada palabra que salía de su boca. Sus ojos brillaban con una mezcla desatisfacciónydesprecio—.Parece que la enfermedad te está ganando antes que yo. ¿Creías que tenías lo suficiente para derrotarme? —Su sonrisa se amplió,saboreandocada instante, cadamomentoen el que Bernardo estaba a su merced—.Deberías saberque todos los sueños acaban cuando el soñador abre los ojos.

El dolor en el pecho de Bernardo se intensificó, como si las palabras de Peter fueranagujasatravesando su carne sufrimientofísico no lo había dejado tan vulnerable, pero eldesdénde su hermano sí lo había hecho. Elvacíoen su pecho parecía tragarse sus fuerzas, y susúltimos vestigiosde coraje se desvanecían rápidamente.

—No...—susurró Bernardo, luchando porrespirar, sintiendo cómo la vida se le escapaba. Elorgullolo mantenía de pie, pero eldolorlo desbordaba.¿Era esta su derrota?

Bernardo levantó la vista,el rostro desencajado de dolor pero con una mirada de pura determinació pensamiento de que todo había sido en vano lo quemaba por dentro,y aunque su cuerpo estaba al borde de colapsar, su alma seguía un esfuerzo titánico,Bernardo alzó el brazo tembloroso, el arma iluminando débilmente, pero dispuesto a no rendirse.

Elbrillo débildel arma de Bernardo parpadeó como unaúltima chispade vida, resistiéndose a la oscuridad que lo rodeaba. Sucuerpoestaba al borde de laquiebra, pero algo dentro de él se negaba a ceder. Sumirada, a pesar deldolory ladesesperación, estaba llena de unadeterminación feroz, una última llamada a laresistencia. A pesar de todo, no iba a caer sin pelear, no iba a servencidopor la enfermedad, ni porPeter.

Peter, observando con arrogancia cómo su hermano luchaba por mantenerse de pie,sonrió cruelmente, sin comprender la profundidad de laresoluciónde Bernardo. Cada palabra que salía de su boca era una daga deburlaydesprecio, pero nada de eso podía extinguir lafuerzaque ardía en el pecho de Bernardo.

Con unrugido sordo, Bernardo apretó los dientes, ignorando eldolor punzanteque le atravesaba elpecho. El arma en su mano, aunque temblorosa, aún era su última esperanza, la única arma que le quedaba para hacerle frente a todo lo que lo había llevado hasta allí.

—No... te... lo permitiré.—La voz de Bernardo, entrecortada y llena defuerza, resonó en el aire como unúltimo desafío, un grito a la lucha final.

Peterdio un paso hacia él, riendo de maneradespectiva, incapaz de ver laamenazaque aún permanecía en su hermano. En su mente, lavictoriaya estaba asegurada. Pero algo en el aire cambió. Laatmósferase cargó de una tensión palpable, como si eldestinomismo estuviera esperando ese último suspiro deresistencia.

Bernardo, condificultad, llevó el arma hacia adelante, apuntando a su hermano con unbrillo ferozen los ojos. Eldolorya no era su preocupación. Ya no importaba si su corazón iba a romperse en ese instante, porque en ese momento, sólo existía una cosa:venganza.

Cada latido de su corazón resonaba como un grito sordo en su pecho, un desafío contra su propio cuerpo, que se desmoronaba por la enfermedad que lo devoraba lentamente. El dolor se cernía sobre él como una sombra implacable, envolviendo cada fibra de su ser. Sin embargo, la voluntad de Bernardo se mantenía incólume, una llama de determinación que no se apagaba, incluso cuando todo a su alrededor se derrumbaba.

En el último vestigio de su fuerza, levantó el brazo con esfuerzo, los músculos tensándose bajo la presión. Sus ojos brillaban con una furia primordial, desbordada por la desesperación, mientras su respiración se volvía más irregular. Con una última explosión de energía que desbordó su cuerpo agotado, lanzó una ráfaga de luz hacia Peter. La luz surcó el aire con fuerza, pero pronto se desvió, perdiendo su intensidad y volviéndose solo una sombra fugaz que se desvaneció antes de tocar al objetivo.

Peter, observando todo desde su posición, no podía evitar una sonrisa burlona, pero en su interior, algo se agitaba. La furia de Bernardo, aunque débil, aún era peligrosa. El espectáculo ante sus ojos mostraba una verdad dolorosa: su hermano, a pesar de todo, seguía luchando, desafiando a la muerte con cada fibra de su ser.

Y entonces, en un instante que parecía suspenderse en el tiempo, el mundo de Bernardo se desmoronó por completo. La última chispa de su fuerza se extinguió con la caída de su arma, que resonó débilmente al golpear el suelo. Su cuerpo, ya al borde del colapso, cedió ante el peso de la enfermedad y la fatiga. Con un gemido ahogado, cayó de rodillas y luego de bruces, el impacto apagando cualquier rastro de resistencia que quedaba en él.

La oscuridad lo envolvió rápidamente, sin piedad, mientras su corazón, agotado y desgarrado, se detuvo con un suspiro final. El sonido de su respiración se desvaneció, y en su lugar, solo quedó el eco de un silencio profundo y opresivo. A su alrededor, el aire parecía espeso, como si el mundo mismo se hubiera detenido para presenciar su caída. El suelo, empapado de sudor y sangre, absorbía la última prueba de su lucha, mientras su cuerpo yacía inmóvil, una figura rota, una sombra del hombre que alguna vez fue.

Peter, de pie a unos pasos de distancia, observaba con una mezcla de satisfacción y algo que no lograba identificar: ¿remordimiento, tal vez? La batalla, aunque no concluida, había encontrado su trágico final. La guerra de hermanos había terminado, no con un triunfo claro, sino con la muerte de uno de ellos, marcada por el dolor y la pérdida, dejando solo un vacío en el aire que ni siquiera las palabras podían llenar.

Peter, observando el caos a su alrededor, caminó lentamente hacia su hermano caído. Sus pasos resonaban en la quietud como los ecos de una tormenta que había pasado, dejando tras de sí la devastación. A pesar de la gravedad de la situación, una sonrisa cruel aún marcaba sus labios, pero en sus ojos brillaba algo más, algo que no podía disimular: una chispa de duda, tal vez un vestigio de arrepentimiento, o quizás solo la conciencia tardía de la inevitabilidad de lo que acababa de presenciar.

Se detuvo a unos pasos de Bernardo, observando su cuerpo inerte, la sangre que se extendía por el suelo como una pintura oscura. El peso de lo sucedido parecía caer sobre él, pero solo por un instante. Esa duda, esa sensación de pérdida, comenzó a desvanecerse lentamente, como un espejismo. Una sombra de vacilación cruzó su rostro, pero fue efímera. No iba a ser él quien se detuviera ahora.

Con un suspiro pesado, como si se despojara de cualquier atisbo de remordimiento, Peter se inclinó sobre el cuerpo de su hermano. Sin embargo, en lugar de un gesto de compasión, su mano se cerró en un puño decidido, apretando con fuerza el colgante de su padre que llevaba al cuello, un recordatorio constante de lo que había estado en juego. La promesa de Henry le ardía en el pecho, un susurro constante en su mente:"El poder, la gloria, todo será tuyo... solo toma lo que es tuyo."

Finalmente, sin mirar atrás, Peter levantó su mano, el brillo de su determinación más fuerte que cualquier remordimiento. Con una calma fría, comenzó a preparar el sacrificio final. Sabía lo que debía hacer para obtener lo que siempre había deseado, lo que su padre le había prometido: el poder, los dones que solo el sacrificio de sangre podía traer. Bernardo, ahora una sombra de lo que había sido, ya no significaba nada. El destino de su hermano estaba sellado, y el suyo, aunque marcado por la oscuridad, parecía más cercano que nunca.

—¿Y ahora qué, hermano? —murmuró Peter, con un tono casi casual, como si la victoria fuera suya por derecho, como si el sacrificio de Bernardo ya estuviera sellado, y su futuro estuviera a punto de despejarse ante él. Pero al mirarlo más de cerca, algo cambió. Una sombra de vacilación cruzó su rostro, tan fugaz que casi fue imperceptible, como si por un segundo, una brisa de arrepentimiento lo atravesara.

La mirada vacía de Bernardo seguía fija en él, sus ojos desbordando una furia silenciosa, un desafío mudo que no se apagaba ni ante la cercanía de la muerte. Peter sintió un escalofrío recorrer su columna. La sensación de que la vida de su hermano no se desvanecía tan fácilmente lo golpeó, y por un momento, la figura de Bernardo, ya caída, parecía más grande, más imponente que nunca.

A pesar de la aparente derrota, la energía de su hermano todavía era palpable. Los latidos de su corazón, aunque débiles y ahogados por la muerte inminente, parecían resonar en el aire, una última llamada a la lucha. El brillo de los ojos de Bernardo, aún llenos de rabia, seguía desafiándolo con una fuerza que no se apagaba.

Peter tragó saliva, su confianza flaqueando momentáneamente. No era solo el hecho de que su hermano estuviera muriendo; era la forma en que su cuerpo, todavía lleno de resistencia, le gritaba que no todo estaba decidido, que la muerte de Bernardo podría no ser tan sencilla. El peso de las palabras de su padre se aplastaba sobre él, y por un segundo, la duda lo invadió, aunque rápidamente trató de apartarla.

"Solo un sacrificio, solo un acto de poder, y todo será mío,"pensó, repitiendo las palabras que Henry le había dicho tantas veces. Pero en ese instante, mientras observaba a Bernardo, algo en el aire se alteró, como si la victoria no fuera un hecho consumado. La atmósfera parecía cargada de electricidad, y, al igual que las luces que parpadean antes de una tormenta, el final de todo lo que había conocido podría estar más cerca de lo que pensaba.

Sin embargo, esa sombra de vacilación, esa chispa de duda, fue breve. La voluntad de Peter no permitiría que nada se interpusiera en su camino. Apretó el colgante en su pecho y, sin más, se inclinó hacia adelante.

Bernardo no estaba completamente ausente. En algún rincón de su mente, un susurro persistente lo mantenía aferrado al borde de la consciencia. Su cuerpo no respondía, y su mente se sumía cada vez más en las tinieblas, pero no podía evitar el pensamiento que lo acosaba: la traición, la pérdida, la agonía.

La imagen de Peter, su hermano, estaba grabada en su mente con la claridad de una herida abierta."¿Por qué?"La pregunta retumbaba, una y otra vez, como un eco que no podía callar."¿Por qué él, por qué ahora?"El dolor físico, insoportable, parecía desvanecerse ante el vacío emocional que se apoderaba de él. Pero en lo más profundo de su ser, algo aún luchaba, una chispa de furia que se negaba a extinguirse.

En medio de la oscuridad, los recuerdos de su vida juntos se desvanecían lentamente, pero uno permanecía: la promesa rota, el amor convertido en veneno. Peter, aquel niño a quien había protegido, aquel hermano al que había entregado todo, ahora era su verdugo. Y, sin embargo, algo aún lo mantenía anclado al mundo de los vivos. No era solo el dolor físico. Era algo más. Era la necesidad de hacerle entender que la traición no quedaría sin respuesta.

La mente de Bernardo se arrastraba por el lodo de sus pensamientos, mientras una corriente oscura arrasaba su ser, su aliento se entrecortaba y sus últimos pensamientos se confundían entre la rabia y la rendición. No podía morir así. No podía dejar que todo lo que había sufrido fuera en vano.

En el umbral de la muerte, sus ojos se abrieron lentamente, una mirada febril y llena de odio que atravesó la oscuridad, buscando a Peter. No iba a rendirse, no mientras hubiera una chispa de vida en su cuerpo. A pesar del silencio mortal que lo rodeaba, el eco de su voluntad seguía gritando, un susurro que desafiaba la muerte misma.

Peter estaba cerca, demasiado cerca, pero a Bernardo ya no le importaba el sufrimiento que había vivido ni el que aún quedaba por venir. Solo había una cosa que le quedaba:venganza.

La enfermedad había dejado su huella en él, pero algo más permanecía, algo que ni el dolor ni la fatalidad podían borrar: su odio, su deseo de venganza, su grito por justicia. A pesar de que su corazón había dejado de latir, la chispa en sus ojos no se extinguió por completo. Había algo más en él, algo tan feroz como su sufrimiento, tan vivo como la rabia que lo consumía.

El vacío que su cuerpo sentía al estar al borde de la muerte era solo un eco frente a la tormenta interna que lo arrasaba. No importaba que sus fuerzas se desvanecieran, ni que la vida se le escapara poco a poco entre los dedos; su mente seguía encendida, y en su alma la furia ardía más brillante que nunca."No... te voy a dejar ganar."Era lo único que pensaba. Cada palabra era un juramento, un clavo en su ataúd emocional.

En medio de esa oscuridad, la figura de Peter se le apareció ante los ojos, difusa y distante, como un espectro que ya no tenía cabida en el mundo de los vivos."Lo haré..."Pensó, con una claridad de propósito que desafiaba la lógica. No necesitaba un cuerpo fuerte, ni un corazón que latiera. Su mente, más afilada que nunca, podía ser su única arma, y lo usaría con la ferocidad de un león arrinconado.

El cuerpo de Bernardo ya no podía moverse, pero su mente aún luchaba."Te voy a arrastrar al infierno conmigo."Era una promesa, una amenaza que resonaba en lo más profundo de su ser. La rabia y el odio que había acumulado a lo largo de su vida, la traición de su hermano, la crueldad de sus circunstancias, todo se transformaba en un veneno que lentamente, aunque no pudiera ver, le daba fuerza.

La oscuridad que lo envolvía no era más que el preludio de un enfrentamiento final que él mismo se forjaba en su mente. El odio era la última llama que quedaba en él, y no permitiría que se apagara. Aunque su vida se desvaneciera, sus pensamientos y su deseo de venganza seguirían ardiendo, inquebrantables, como una maldición que no podía ser detenida.

En un último esfuerzo, sus labios se movieron, apenas un susurro, pero lo suficiente para que Peter lo escuchara.

—No... he... terminado...—la voz de Bernardo era débil, casi inaudible, pero cada palabra era una amenaza, un último aliento de resistencia, como una última chispa de fuego en la oscuridad.

Peter se detuvo, sus ojos se fijaron en su hermano con una mezcla de desdén y desconcierto.¿Cómo podía seguir desafiándolo?Si su cuerpo ya no era más que una carcasa vacía, desmoronada por el sufrimiento y la enfermedad. Pero esa chispa, ese eco de desafío, aún se mantenía en los ojos de Bernardo, lo que hacía que el aire entre ellos se cargara con una tensión palpable.

Peter se inclinó ligeramente hacia él, como si buscara confirmar lo imposible. En su rostro, una ligera sombra de duda apareció, aunque rápidamente fue reemplazada por una sonrisa cínica. La incertidumbre fue efímera."¿De verdad crees que vas a conseguir algo con tus últimas palabras?"Pensó, pero no lo dijo. En lugar de eso, simplemente inclinó su cabeza con arrogancia, su figura proyectando una sombra sobre su hermano caído.

—¿Todavía sigues luchando?—dijo Peter, su voz baja y burlona. No era una pregunta, sino una afirmación cruel, como si se estuviera burlando de la propia idea de resistencia de Bernardo.

Pero dentro de su pecho, algo le decía que no debía subestimarlo. Bernardo estaba al borde del abismo, pero había algo inquebrantable en él, algo que seguía desafiando lo imposible.

Y en ese instante, aunque su cuerpo fuera una prisión debilitada, la última fuerza de Bernardo no venía del poder físico, sino de la rabia que ardía en su interior."No... he... terminado..."repitió en su mente, sintiendo la frágil llama de su espíritu resistiendo la opresión de la muerte.

Peter, con lasangre aún caliente por la victoria, mantuvo la mirada fija en su hermano. La sonrisa triunfante que había adornado su rostro comenzaba a desdibujarse, desplazada por una mueca susurro de Bernardo seguía resonando en su cabeza, como un eco espectral que arañaba su conciencia.

"No he terminado..."

Esas palabras, débiles pero cargadas de veneno, despertaron un temor visceral en lo más profundo de Peter. Su corazón comenzó a latir más rápido, golpeando con fuerza en sus costillas, mientras laposibilidad de que la amenaza de su hermano aún tuviera pesocomenzaba a germinar en su mente.¿Podría haber algo más?La duda lo carcomía, una semilla de incertidumbre creciendo lentamente en su interior.

Caminó unos pasos más cerca del cuerpo de Bernardo, su sombra proyectándose como un manto sobre el rostro de su hermano caído. Las luces parpadeantes del ambiente daban un aire casi ritual al momento. Peter se inclinó ligeramente, sus ojos fríos escrutando los de Bernardo. La chispa de rabia y resistencia que aún brillaba en ellosparecía negarse a apagarse por completo.

—Siempre fuiste testarudo, hermano—murmuró Peter con una sonrisa forzada, aunque su tono carecía de la burla habitual. Había un matiz de inquietud en su voz, una grieta en la fachada de su arrogancia.¿Qué precio tendría esa victoria?¿Sería Bernardo, incluso en la derrota, capaz de arrastrarlo al abismo?

Los recuerdos comenzaron a inundarlo, imágenes de un pasado en el que ambos lucharon lado a lado, riendo como aliados antes de que la traición sembrara su guerra. Pero Peter sacudió la cabeza, desterrando esas memorias con un no era un momento para la nostalgia; era un momento para asegurarse de que todo estaba terminado.

Se inclinó un poco más, su voz ahora apenas un murmullo, como si temiera que el aire mismo llevara sus palabras.

—¿Qué es lo que aún te queda, Bernardo? —preguntó, con un filo de nerviosismo escondido en su tono. Extendió una mano, empuñando con fuerza su arma. Si había algo más,si había alguna chispa de amenaza en su hermano, la apagaría sin dudarlo.

A lo lejos, un sonido débil y rítmico rompió el silencio, como un latido en la penumbra. Peter frunció el ceño. No era posible... El corazón de Bernardo no podía estar respondiendo de nuevo,¿o acaso el odio de su hermano era capaz de reanimar lo que la muerte había reclamado?

Pero Bernardo no se rendiría. Aunque su cuerpo estuviera roto, aunque su corazón se hubiera desgarrado, algo en su alma continuaba luchando. El odio era más fuerte que la muerte misma, y mientras una chispa de vida permaneciera en él, no habría paz para su medio hermano menor, no habría descanso para la venganza que se cernía sobre ellos. Los odiaba y Bernardo era el tipo de persona que guarda rencor para siempre.

Bernardo no se rendirí muerte podía reclamar su cuerpo, pero jamás tomaría su fibra rota, cada órgano fallido, cada aliento robado por el dolor era insignificante frente a la furia que hervía en su odio ardía como un incendio imposible de sofocar,y en ese fuego encontraba la fuerza que su carne ya no le ofrecía.

En las profundidades de su ser, donde la oscuridad parecía ineludible,Bernardo mantenía un anclaje feroz a la la rabia, el rencor cuidadosamente alimentado por años de traición, humillación y odio tan puro, tan absoluto, que no podía extinguirse con la muerte.

"No... les daré paz, nunca." Ese pensamiento resonaba como un mantra en su mente, un eco infinito que desterraba cualquier noción de rendició rostro de Peter, esa expresión de superioridad, ese desprecio con el que lo había aplastado, se grabó en su mente como un hierro odiaba a su medio hermano menor con una intensidad que lo hacía vibrar incluso en su inmovilidad, como si cada molécula de su ser fuera un grito de desafío.

Los odiaba a todos:a Peter, al maldito Henry, a esa línea de sangre que había engendrado la traición y la amargura.Y Bernardo no era de los que rencor era su esencia, el combustible que lo movía incluso en la inercia de la muerte.

En algún rincón del espacio donde habitaba su conciencia, el tiempo parecía ía sentir el peso de Peter sobre él, la amenaza latente, el filo de la victoria que pendía sobre su Bernardo sabía algo que su hermano menor aún no comprendía:la venganza no necesita un cuerpo vivo para el odio era más fuerte que la carne, entonces ese odio encontraría la manera de volver.

"No se ha terminado. Nunca se terminará." Una sonrisa débil, apenas perceptible, se dibujó en sus labios agrietados, como un último acto de rebeldía, una burla dirigida al destino, a Peter, al mundo mientras Bernardo pudiera odiar, la lucha no terminaría.

Y así, en medio de la quietud, un eco del pasado resonó en el brisa cargada de recuerdos y tragedias susurró entre las ruinas de lo que una vez fue, como si los mismos espíritus de los caídos exigieran guerra, aunque aparentemente terminada, aún tenía mucho por cicatrices de los campos de batalla no solo estaban en la tierra empapada de sangre, sino también en los corazones rotos y las mentes atormentadas de aquellos que lucha no acabaría hasta que todos los secretos, todas las mentiras, fueran expuestas.

En el suelo, el cuerpo destrozado deBernardoera un recordatorio de que las victorias visibles no siempre eran definitivas. Su respiración se había detenido, pero su esencia permanecía como una sombra inquebrantable, un espectro que se negaba a el verdadero poder de Bernardo no residía en su cuerpo, ni siquiera en sus latidos dé , aquello que lo hacía temible no era su carne, desgarrada y agotada, sino la fuerza que emanaba de su espíritu.

Su poder estaba en lo que aún quedaba dentro de él: un rencor tan profundo, tan desesperado, que ni la muerte podría odio no solo lo sostenía; lo alimentaba, lo transformaba en algo más, algo que Peter, por arrogante que fuera, no podría comprender del todo.

Un leve estremecimiento recorrió el aire alrededor deBernardo, como si el odio que ardía en su interior se manifestara en el mundo físico. El rencor tenía raíces profundas, tejidas con los hilos de traiciones pasadas, de esperanzas destruidas y de una furia tan intensa que amenazaba con consumir todo a su la muerte ni el tiempo podrían borrar esa marca, porque el odio de Bernardo era eterno.

Desde las sombras, un murmullo apenas audible pareció fluir como un lamento, una advertencia, o tal vez una promesa."Esto no ha terminado..."

Peter, con cada paso, parecía degustar el sufrimiento de su hermano como si fuera un manjar preparado exclusivamente para é a su hermano aún luchando por respirar, su mirada era un cuadro grotesco de placer sá retorcido brillo de satisfacción iluminaba sus ojos,el reflejo de una victoria que, aunque no completa, era lo suficientemente dulce como para deleitarse en ella.

Se detuvo a unos pasos del cuerpo destrozado deBernardo, observándolo con una intensidad casi espasmo del pecho de su hermano, cada jadeo que arañaba el aire, era un recordatorio del poder que ahora tenía sobre é ó la cabeza, como si estuviera estudiando una obra de arte macabra, y su sonrisa se ensanchó.

"Mira lo que has hecho contigo mismo, hermano."Su voz era baja, cargada de desprecio, pero también de un perverso regocijo."Incluso ahora, luchas. ¿Por qué? Todo esto..."Extendió un brazo, señalando el caos que los rodeaba,"fue tu elección. Elegiste ser débil, elegiste enfrentarte a mí."

Se acercó más, sus pasos lentos y calculados,como el de un verdugo que saborea los últimos momentos de su ví del espectáculo de la agonía de Bernardo,de su cuerpo hecho trizas,de esa alma rota que, contra toda lógica, aún se aferraba al último vestigio de vida.

Desde lo más profundo, el odio deBernardobrilló un instante en sus ojos apagados. Un débil sonido escapó de sus labios, apenas un gruñido, pero suficiente para quePeterse detuviera, ladeando la cabeza con curiosidad."¿Algo que decir, hermano?"preguntó con una sonrisa burlona, inclinándose para escuchar mejor.

El aire entre ambos era pesado, cargado de resentimiento y el eco de todo lo que se había perdido entre ellos. Pero en esa cercanía,Bernardo, a pesar de su debilidad, parecía más imponente de lo quePeterestaba dispuesto a admitir. Una chispa de temor, casi imperceptible, cruzó por su mente, pero fue rápidamente sofocada por su orgullo.

Sin embargo, incluso mientras disfrutaba del sufrimiento de su hermano, una voz susurró en su interior, incómoda y persistente:"¿Y si esto no es el final?"

—¿Te creías especial, Bernardo?—espetóPeter, su voz rebosante de veneno, cada palabra golpeando como un látigo sobre la ya destrozada voluntad de su hermano.—Mira cómo suspiro burlón acompañó su comentario, sus ojos chispeando con un desprecio que parecía absorber toda la luz del lugar.—Un fracaso de principio a fin.

La risa dePeterestalló, una carcajada cruel que resonó como un eco macabro entre los escombros que los rodeaban. Su sonido perforaba el aire pesado, amplificando la sensación de impotencia que envolvía cada segundo, como si la humillación que infligía fuera tan satisfactoria como la herida mortal que había causado.

Con un gesto despectivo, Peter se inclinó hacia adelante,acercándose hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros del deBernardo. El aroma del sudor y la sangre que emanaba de su hermano no lo perturbaba; al contrario, parecía disfrutarlo, como si fuera un recordatorio tangible de su , forzando cada fibra de su ser, logró levantar una mirada débil, pero ardiente, hacia él. A pesar del estado de su cuerpo, sus ojos hablaban de algo más: un fuego que aún no había sido extinguido.

—¿Qué, hermano? ¿Aún tienes algo que decir?—preguntóPeter, su tono sarcástico teñido de una pizca de curiosidad morbosa. Al ver queBernardointentaba moverse, su sonrisa se ensanchó.—Déjame adivinar: otra patética amenaza. No aprendes, ¿verdad?

Pero el brillo en los ojos deBernardono era de derrota, ni siquiera de súplica. Era algo más oscuro, más , aunque disfrutaba del momento, no pudo ignorar un escalofrío que le recorrió la espalda, como si esa chispa en su hermano muriente pudiera volverse contra él en cualquier momento.

—¿Sabes, Peter...? —murmuró Bernardo, con una voz apenas audible, pero cargada de una gravedad que hizo que Peter se congelara por un instante. —Aún... estoy aquí.

Esa última declaración, aunque débil, se sintió como un golpe en el estómago dePeter, que retrocedió un paso, reprimiendo el temblor en sus podía respirar, pero algo en él le robaba aPeterla seguridad que había saboreado segundos antes.

—¿De verdad pensaste que te salvarías?—rióPeter, pero esta vez su tono era más bajo, más oscuro, impregnado de un siniestro deleite que erizaba el aire.—No eres voz se deslizó como un cuchillo afilado, cortante y precisa.—No eres más que una sombra que ya ha vivido demasiado tiempo.

Sin apartar la mirada de la figura destrozada deBernardo,Peterextendió una mano hacia él, sus dedos cerrándose en un agarre despiadado sobre el cabello ensangrentado de su una fuerza brutal, levantó su cabeza,obligándolo a mirarlo directamente a los ó cómo su cuero cabelludo ardía, como si estuviera a punto de desprenderse bajo la presión de aquel tirón implacable. Pero lo que realmente lo hizo estremecer no fue el dolor físico, sino la mirada de su medio hermano: fría, despiadada, una ventana a un corazón vacío de remordimientos.

Los ojos deBernardodestellaban con una furia impotente, una rabia que parecía crecer incluso en su estado de agonía. A pesar de su cuerpo roto, esa chispa permanecía, ardiendo como un desafío silencioso. Sin embargo, la crueldad en los ojos dePeterno hacía más que intensificarse, alimentada por el placer de aplastar cualquier atisbo de resistencia.

—Mírame, hermano.—La voz dePeterera un susurro venenoso, impregnado de desprecio.—Quiero que recuerdes esto. Este es el rostro de tu verdugo. Este es el rostro que llevará tu fracaso para siempre.

Bernardointentó apartar la mirada, pero el agarre dePeterera firme como una trampa de acero. El ardor en su cuero cabelludo se mezclaba con la humillación de su posición, pero aún así, no se rendía. Cada respiración que tomaba era un acto de desafío, un recordatorio de que, aunque estaba caído, su voluntad seguía luchando en la oscuridad.

—No... te... saldrás con la tuya... —musitó Bernardo, su voz apenas audible pero cargada de una intensidad que atravesó a Peter como un escalofrío inesperado.

Por un instante,Petersintió algo que no había previsto: un destello de inseguridad, un atisbo de la idea de que quizás este no era el final que había imaginado. Pero, como un depredador negándose a ceder terreno, su sonrisa cruel regresó, más torcida que nunca.

—¿Eso crees? —preguntó Peter con una risa áspera, apretando aún más su agarre. —Te haré entender que incluso tus últimos suspiros me pertenecen.

En ese momento,Bernardo, aunque destrozado, comprendió algo: la rabia dePeterno era sólo crueldad. Era miedo disfrazado de desprecio. Y esa revelación encendió un nuevo fuego en su interior.

—Qué patético...—murmuróPeter, su voz goteando con desdén mientras miraba la figura agonizante deBernardo, como si estuviera evaluando un objeto roto e inútil.—Pensaste que eras algo más que una víctima. Pero al final, no eres más que un estorbo, un maldito estorbo que no valía ni un segundo más de vida.

Cada palabra cayó como un golpe en la desgastada dignidad deBernardo, un martilleo constante que buscaba aplastar lo poco que quedaba de su espíritu. La intensidad del desprecio en los ojos dePeterera casi tangible, una mezcla de odio y superioridad que emanaba de él como un veneno corrosivo. Su risa, corta y seca, resonó en la quietud, un eco cruel que hacía el aire aún más pesado.

Sin vacilar,Peterescupió sobre el rostro de su saliva caliente y viscosa se mezcló con la sangre seca y las heridas frescasque ya marcaban la piel deBernardo, un insulto físico que era tanto una afirmación de poder como una declaración de , incapaz de moverse, sintió el peso de aquella humillación como una piedra que se hundía más en su pecho.

A pesar de todo, en los ojos entrecerrados deBernardoseguía ardiendo algo, un fuego diminuto pero feroz que se negaba a mente, aunque quebrada, seguía aferrándose a un único rencor tan profundo que ni la muerte parecía suficiente para apaciguarlo.

Peter, inclinándose ligeramente, susurró con una sonrisa torcida:
—No tienes nada, ni nadie. Ni siquiera la dignidad de morir como alguien importante. Pero no te preocupes, hermano, te haré un favor y acabaré con esta farsa.

Bernardo, sintiendo el peso de esas palabras, logró apenas esbozar una respuesta, más un gruñido que una frase, pero que aún así cargaba con todo el desprecio que le quedaba:
—Eres... un cobarde... Peter... Nada más que un... cobarde...

Por un instante,Petervaciló. La palabra pareció calar en él más de lo que habría admitido, pero rápidamente su expresión se endureció.Con una carcajada cruel, levantó una mano, lista para culminar su "favor".Sin embargo, incluso en ese momento de aparente victoria, una sombra de inseguridad nubló su rostro, un recordatorio de queBernardo, aunque derrotado, seguía siendo una amenaza viva en su mente.

—¿Vas a morir así, Bernardo?—dijoPeter, inclinándose ligeramente hacia su hermano con una sonrisa torcida que destilaba desprecio.—Como el pedazo de mierda que siempre fuiste, ¿eso es todo lo que vas a ser?Su tono burlón era como una daga, afilada y cruel, diseñada para infligir el máximo dolor en el menor tiempo posible.

Bernardo, atrapado entre la vida y la muerte, apenas pudo reaccionar. Sus labios agrietados se entreabrieron, como si quisiera decir algo, pero el aire en sus pulmones se sentía insuficiente para formar palabras. Su cuerpo destrozado era un testamento a la brutalidad del momento, pero incluso así, algo dentro de él se negaba a un esfuerzo sobrehumano, levantó una mano temblorosa, sus dedos retorciéndose como si buscaran aferrarse desesperadamente a algo —a la vida, al odio, al mismo aire que ya le era esquivo.

Petermiró la acción con una mezcla de burla y desprecio, como si el gesto deBernardono fuera más que un último y patético intento de resistir.
—¿De verdad crees que eso importa? —escupió, riéndose con una crueldad que llenó el aire.—Ni siquiera puedes mantener esa mano levantada, hermano. Mírate. Eres una broma, una sombra, un residuo que no debería estar aquí.

A pesar del veneno en sus palabras,Bernardono apartó la mirada. Sus ojos, aunque débiles y vidriosos, contenían un odio tan profundo que parecía perforar la arrogancia chispa en su mirada hablaba más que cualquier palabra, una promesa silenciosa que no necesitaba voz.

El temblor de su mano se intensificó, sus uñas se curvaron ligeramente como si intentaran rasgar el aire entre ambos. Fue un movimiento mínimo, insignificante a los ojos de cualquiera que lo viera, pero paraBernardo, era todo lo que podía ofrecer en ese símbolo de que aún no había cedido por completo.

Peter, incapaz de soportar el desafío tácito, dejó escapar un gruñido de frustración, su rostro perdiendo la máscara de calma un movimiento brusco, empujó la mano de Bernardo hacia abajo, aplastándola contra el suelo con fuerza.
—¡Basta! —rugió, su voz cargada de furia. —No tienes nada, ¿me oyes? ¡Nada!

El impacto resonó enel lugar, pero incluso entonces,Bernardono cerró los ojos. Su mirada permaneció fija en la dePeter, como si quisiera grabar en su mente el odio puro que sentía por él.Y en esa mirada, había una certeza: esto no había terminado.

Pero Peter no se jadeo de su hermano, cada espasmo de su cuerpo, alimentaba la oscuridad en su interior, una satisfacción visceral que parecía devorar cualquier vestigio de humanidad en él. Sus pasos eran lentos pero deliberados, el eco de sus botas resonaba como una sentencia en la lúgubre quietud que los rodeaba.

—Mírame bien.—Su voz cortó el aire, fría y dominante, mientras se inclinaba sobre Bernardo, sujetándolo por el cabello con una fuerza que parecía arrancarle no solo el dolor físico, sino también la última pizca de dignidad. La sangre empapaba el rostro de Bernardo, pero Peter no apartó la vista de esos ojos vacíos de esperanza. Era como si estuviera buscando algo, una chispa de derrota que sellara su victoria de forma absoluta.

—No voy a dejar que te mueras rá lo haré.—Sus palabras se deslizaron como veneno, impregnadas de una furia contenida, de un odio que ardía con la intensidad de un incendio incontrolable. —Necesito que sepas lo débil que eres, lo insignificante que siempre has sido.

Bernardo intentó responder, tal vez un gruñido, un movimiento mínimo, pero su cuerpo estaba traicionándolo. El dolor punzante en su pecho, la sensación de vacío en su interior, todo parecía conspirar para enterrarlo más profundamente en la desesperación. Sin embargo, incluso en ese estado, una pequeña llama se negó a era esperanza. Era algo más oscuro, algo que rugía en silencio bajo la superficie: el rencor.

—¿Lo sientes? —continuó Peter, arrastrando a Bernardo más cerca, forzándolo a mantener el contacto visual. Su sonrisa era un espectáculo macabro, una mezcla de triunfo y sadismo puro. —¿Sientes cómo se apaga tu fuerza?Es como si tu cuerpo supiera que no vale la pena luchar.

Los sonidos de la noche se mezclaban con los jadeos débiles de Bernardo y la risa cruel de Peter. A la distancia, un cuervo graznó, como si el mundo mismo presenciara con indiferencia este enfrentamiento fratricida. Y aunque el cuerpo de Bernardo parecía al borde del colapso, la chispa en sus ojos parpadeó,una promesa muda de que esto aún no había terminado.

Peter sintió esa chispa y, por un instante, una pequeña sombra de incomodidad cruzó su rostro. Pero fue fugaz. Se levantó con desdén, soltando la cabeza de Bernardo como si fuera un peso muerto. La sangre en sus dedos brillaba bajo la luz mortecina, y Peter la miró por un momento antes de limpiarla en la ropa hecha jirones de su hermano.

—Te creías fuerte, Bernardo, perola fuerza real es acabar con el lastre.Y eso es lo que eres. Un lastre. —Dio un paso atrás, observándolo desde arriba, su figura imponente contra el paisaje desolado. —Voy a disfrutar viendo cómo se apaga tu vida, lentamente.

La batalla interna de Bernardo continuaba, invisible pero implacable. Mientras Peter hablaba, la llama en su interior comenzó a crecer, alimentada por el odio, la traición y una furia que no necesitaba palabras para expresarse.

La risa cruel de Peterse alzó como un lamento espectral, una burla insidiosaque rebotaba entre las sombras que los rodeaban. No había alegría en aquel sonido, ninguna chispa de triunfo legítimo; era el eco de una mente profundamente rota, de un hombre que había cruzado el umbral de la humanidad para abrazar algo más oscuro. Cada carcajada parecía perforar la atmósfera, impregnándola con una malicia palpable, como si quisiera que incluso el aire recordara la escena.

Bernardo apenas se moví cuerpo, reducido a un amasijo de carne herida y sangre seca, temblaba con cada espasmo involuntario. Pero sus ojos, aunque rodeados por sombras profundas, seguían aferrándose a Peter con una intensidad que hacía que cada palabra del vencedor pareciera más cruel.

—Lo único que te queda ahora es el dolor, Bernardo.—La voz de Peter descendió a un susurro gélido, una sentencia que cortaba como una hoja afilada al deslizarse sobre carne abierta. Se inclinó hacia su hermano, su rostro casi rozando el del hombre moribundo. —Y no te va a salvar.

La saliva de Peter cayó junto con sus palabras, un gesto de desprecio que marcó la última humillación. A su alrededor, la noche parecía contener el aliento. El cielo, sin estrellas, era un telón oscuro que sellaba el mundo de ambos, como si el universo quisiera borrar esta escena del curso del tiempo.

Sin embargo, Peter no parecía ía algo más que quería arrancar de Bernardo. No era sólo su vida, sino su espíritu, su esencia misma.Y así, sin previo aviso, clavó su bota sobre el pecho de su hermano con fuerza suficiente para escuchar el crujido de costillas quebrándose. Bernardo jadeó, un sonido áspero y quebrado que parecía arañar el silencio.

—Dime,¿aún crees que todo este odio te va a mantener vivo?—Peter presionó aún más, sus ojos brillando con un sadismo incontrolable. —Porque no importa cuánto lo intentes, no importa cuánto te aferres,eres mí lo que has sido, todo lo que soñaste ser,siempre ha sido para mi entretenimiento.

Bernardo quiso hablar, pero un torrente de sangre subió por su garganta, silenciándolo en un gorgoteo grotesco. Pero su mirada no flaqueó.Había algo en esos ojos que seguía resistiendo, algo que Peter no podía entender ni destruir.

Y aunque el aire se llenó con el sonido de la agonía, una promesa muda parecía arder en el alma rota de Bernardo:el dolor no lo salvaría, pero tampoco lo quebrarí mientras el rencor permaneciera encendido como un faro de odio puro, esperando su momento para quemarlo todo.

La voz de Peterera como un veneno lento, filtrándose con cada palabra, impregnando no solo la mente de Bernardo sino el aire mismo, que parecía volverse pesado, casi imposible de respirar. Cada frase erauna daga cruel, girada con precisión quirúrgica para destrozar no solo el cuerpo, sino también el alma de su hermano.

—¿Todavía te crees el héroe, eh?—Peter susurró, su tono cargado de sarcasmo y un retorcido deleite que solo aumentaba la tensión en el ambiente. Se inclinó aún más, su rostro apenas a unos milímetros del de Bernardo, su aliento cálido y repugnante rozando la piel fría y ensangrentada de su hermano caí proximidad era un acto de dominación, un recordatorio de quién estaba en control.

Bernardo trató de apartar la mirada,pero Peter no se lo permitió. Su mano, fuerte y despiadada, agarró su rostro con firmeza, obligándolo a mirarlo dolor de los dedos de Peter hundiéndose en sus mejillas era agónico,pero lo que dolía más era la mirada de burla en los ojos de su agresor.

—¿Ves esto? —Peter sonrió, sus labios estirándose en una mueca que era más depredadora que humana.— Este es el momento en el que finalmente lo entiendes: siempre has sido débil. Siempre. Pensaste que podías desafiarme, pero todo este tiempo no eras más que una maldita broma.*

Las risas de Peter se alzaron nuevamente,gélidas y macabras, resonando en la oscura quietud de la escena. Cada carcajada era una herida invisible que se sumaba a las visibles en el cuerpo de Bernardo. Era como si la sangre y el sufrimiento de su hermano fueran el combustible que mantenía viva esa risa infernal.

Pero algo en los ojos de Bernardo no se ás del sufrimiento, del cansancio, y del rencor acumulado durante años, había algo que Peter no había esperado ver: era esperanza, porque Bernardo sabía que no había futuro para él en este momento, pero tampoco había rendició la chispa inextinguible de un hombre que aún guardaba en su interior algo más poderoso que el dolor: un odio que nunca se marchitaría.

Peter notó aquella mirada y, por un instante, su sonrisa se torció en una mueca de frustració ía más. Necesitaba má solo la derrota física, sino la absoluta aniquilación del espíritu de Bernardo. Agarró su cabello con violencia, tirando de él para que su rostro se alzara hacia el cielo.

—Mírame. ¡Mírame, maldita sea! —gritó,su voz perdiendo parte de la serenidad cruel que había mantenido. —Voy a romperte hasta que no quede absolutamente nada. Ni tus malditos recuerdos, ni tu odio, ni siquiera tu nombre.*

La luna observaba la escena desde el cielo, testigo silente de un acto que trascendía la violencia fí era algo mucho más oscuro, un enfrentamiento entre almas destrozadas, cada una con su propio infierno, cada una consumida por el abismo que habían creado juntas.

—Eres patético.—Las palabras de Peter fueroncomo un látigo, ásperas y desgarradoras, cargadas de un desprecio tan puro que casi parecían palpables en el tono no fluctuaba, no daba lugar a la duda:cada sílaba era una sentencia definitiva, un golpe más al orgullo de su hermano.

—Todo este tiempo, pensaste que importabas.—Su voz descendió a un tono más bajo, más gélido, como si estuviera escarbando en los rincones más oscuros del alma de ía un brillo peligroso en los ojos de Peter,un fuego alimentado por años de resentimiento y odio acumulado.

Bernardo, postrado y sangrante, intentó replicar, pero no encontró la fuerza para articular aliento era un jadeo débil, entrecortado, mezclado con el sabor metálico de la sangre que aún se acumulaba en su boca. Sus dedos temblorosos buscaron apoyo en el suelo, pero incluso esa pequeña acción parecía demasiado para su cuerpo destrozado.

Peter se inclinó hacia él, reduciendo aún más la distancia entre ojos perforaban a Bernardo,mirándolo como un depredador disfruta de su presa en su momento más ía algo inhumano en esa mirada,un vacío que daba miedo incluso a quien lo conocía mejor.

—¿Sabes lo que eres, Bernardo? —preguntó, inclinando la cabeza con una mueca de falsa curiosidad.— Un maldito estorbo, alguien que ni siquiera pudo defenderse a sí mismo. —El veneno en su voz se volvió aún más corrosivo,un reflejo de la rabia que lo consumía. —Ni a su propia vida.

El silencio que siguió fue se escuchaba la respiración agónica de Bernardo, el eco de esas palabras repitiéndose en su mente, aplastándolo más que cualquier golpe fí incluso en su estado de miseria, el odio en sus ojos no se un rencor que se aferraba a la vida con uñas y dientes, una fuerza tan primitiva que resistía incluso cuando todo lo demás había sido destruido.

Peter lo notó, y eso lo enfureció aún má era quería que Bernardo simplemente muriera; quería que desapareciera, que su existencia se borrara por completo, que incluso sus recuerdos se desvanecieran en la un gesto brusco, lo tomó por el cabello nuevamente, forzándolo a levantar el rostro.

—Mírame cuando te hablo.—Su tono era ahora una mezcla de furia contenida y sadismo fuerza de su agarre arrancó un gemido de dolor de Bernardo,pero este se negó a apartar la mirada, sus ojos desafiantes aun en medio del sufrimiento.

La escena estaba cargada de una tensión insoportable,como si el universo mismo contuviera la respiración ante el enfrentamiento de dos fuerzas opuestas: la crueldad absoluta de Peter y la resistencia silenciosa de Bernardo, que se negaba a ceder incluso cuando su cuerpo estaba a punto de colapsar.

Bernardo no podía peso del dolor, la fatiga acumulada y las heridas abiertas lo mantenían prisionero en su propio cuerpo, un caparazón de carne y hueso que apenas resistí respiro era una punzada de agonía, cada latido un eco de todo lo que había , en lo más profundo de ese quebrantado ser, algo seguía ardiendo.

Era un odio puro, visceral, casi tangible,un desprecio que emanaba como un calor sofocante desde su las palabras llenas de veneno de Peter, ni su actitud de superioridad, podían apagar esa chispa de odio era lo único que mantenía a Bernardo atado a la vida,como un ancla en un océano oscuro.

Peter, al notar la lucha interna que se reflejaba en los ojos de su hermano, no pudo evitar esbozar una sonrisa él, esa resistencia no era admirable; era irritante, un recordatorio de que su obra maestra de destrucción aún no estaba completa.

Se inclinó aún más cerca, como un depredador estudiando a su presa en el último dedos, largos y fríos, tocaron el rostro de Bernardo, recorriendo la mezcla de sudor, sangre y suciedad que lo cubrí ía la temperatura caliente de su piel, el pulso débil que vibraba bajo sus yemas.

—¿Aún queda algo ahí dentro, eh?—susurró, su tono ahora bajo, casi íntimo, pero cargado de crueldad. —¿Ese fuego que veo en tus ojos? Eso no te va a salvar, hermano. No importa cuánto odies, no importa cuánto luches. Ya estás muerto, aunque no lo aceptes.

El contacto era deliberado, humillante, un recordatorio de su poder absoluto sobre é presionó un poco más con sus dedos, dejando una marca invisible pero imborrable, como si quisiera sellar físicamente la derrota de su hermano.

Bernardo, aunque no podía moverse,clavó su mirada en ía algo en esos ojos que hablaba de una resistencia más allá del dolor, algo que decía,"Aún no me has vencido".El odio que fluía entre ellos no necesitaba palabras;era como un campo de batalla silencioso, una guerra que trascendía los golpes físicos.

Peter, al ver aquello, soltó una risa breve, cargada de apartó ligeramente, limpiándose la mano en su propio abrigo, como si el contacto con Bernardo lo hubiera ensuciado.

—Qué imbécil, incluso en esto te atreves a desafiarme.—El sarcasmo en su voz era como un látigo, destinado a desgarrar la última pizca de dignidad que Bernardo pudiera esa chispa en los ojos de Bernardo no desapareció, y eso, en el fondo, enfurecía a Peter.

El aire entre ellos estaba cargado, tenso, como si el odio pudiera materializarse en una explosión en cualquier Peter, la destrucción no estaba completa mientras esa mirada desafiante persistiera, y para Bernardo, incluso esa pequeña victoria era suficiente para sostenerse un momento más.

Peter inclinó la cabeza ligeramente, sus palabras impregnadas de veneno,cada sílaba como una daga que se clavaba en la frágil voluntad de Bernardo.

—¿Vas a suplicar por tu vida?—preguntó, su tono sardónico, como si la idea de escuchar a Bernardo rogar lo deleitara en lo más desdén en su voz era casi tangible, una presión que se añadía al peso de la derrota de su hermano.

Hizo una pausa, como si disfrutara de la respuesta muda, del vacío que llenaba el aire entre un paso más cerca, su sombra cubriendo el rostro ensangrentado de Bernardo.

—O quizás... te conformes con la agonía.—Peter dejó que las palabras flotaran, dejando caer cada una como si fueran sentencias definitivas. Su sonrisa torcida se amplió, la crueldad brillando en sus ojos.—Tal vez prefieras seguir viviendo en este dolor... porque en el fondo, lo sabes.

Se inclinó aún más, sus labios peligrosamente cerca del oído de Bernardo,su aliento cálido un contraste incómodo con el frío que parecía invadir el cuerpo del derrotado.

—Sabes que no mereces la paz.

La frase final fue un golpe psicológico,dicha con un tono tan bajo que era casi un susurro, pero cargada con el peso de un juicio implacable. Peter retrocedió, observando cada reacción de su hermano como un cazador que disfruta el sufrimiento prolongado de su presa.

Bernardo, incapaz de responder,mantuvo su mirada fija en Peter,sus ojos oscuros ardiendo con un odio inquebrantable. Aunque sus músculos se negaban a obedecer, aunque el dolor era insoportable, esa llama interna seguía resistiendo, negándose a ser apagada por completo.

Peter lo vio y chasqueó la lengua, irritado por la chispa de desafío que aún persistí ó una ceja, fingiendo indiferencia, pero la verdad era que esa resistencia lo enfurecí él, la victoria no estaría completa mientras Bernardo aún pudiera sostener algo de dignidad, por mínima que fuera.

—¿Qué miras? —espetó Peter, con un tono que revelaba su molestia.—¿Aún crees que hay algo que puedas hacer? Acepta tu lugar, Bernardo. Eres un gusano, y siempre lo serás.

El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por la respiración entrecortada de Bernardo,cada jadeo como una declaración muda de que aún estaba ahí, aún resistía, aunque fuese solo por pura terquedad.

Bernardo apretó los dientes, intentando contener un grito que mezclaba dolor y cuerpo traicionaba su voluntad, pero dentro de él, la furia ardía como un fuego imposible de cada movimiento era un tormento, intentó levantar sus manos, las cuales temblaban como hojas al viento.

Peter lo notó y dejó escapar una risa breve y seca, cargada de un paso adelante, inclinándose ligeramente hacia él, como un depredador que disfruta jugando con su presa antes del golpe final.

—¿Qué te pasa?—preguntó, su tono cargado de un desprecio casi palpable. Sus ojos, fríos como la piedra, buscaron en los de Bernardo algún rastro de miedo o rendición. —¿De verdad pensaste que tendrías una oportunidad?

Bernardo, con el poco aliento que le quedaba, apenas logró forzar una palabra entre dientes voz era débil, pero el odio que la acompañaba era tan intenso que perforaba el aire entre ellos.

—No... te... daré... ese... placer...

La sonrisa de Peter se torció en algo más inclinó aún más, colocando una mano en el rostro de Bernardo, apretando con fuerza, obligándolo a mirarlo directamente.

—¿Placer? Esto es más que placer, Bernardo. Esto es justicia.

Las palabras caían sobre Bernardo como golpes, pero en lugar de quebrarlo, parecían alimentar la llama en sus su respiración era errática y su cuerpo parecía al borde del colapso, ese brillo en su mirada seguía desafiando, una última chispa que Peter no lograba apagar.

El momento quedó suspendido en un tenso silencio, roto solo por el jadeo irregular de , frustrado por la resistencia que aún percibía, apretó los dedos contra la mandíbula de su hermano antes de soltarlo con desdén, dejando que su cabeza cayera hacia un lado.

—Eres un caso perdido, Bernardo. Y yo me aseguraré de que hasta tu último pensamiento sea un recordatorio de lo patético que eres.

Bernardo intentó incorporarse nuevamente, pero el dolor lo aplastó como una losa.Aún así, en su mente, una voz silenciosa repetía una y otra vez:No le daré la victoria. No mientras aún respire.

El impacto fue brutal, como si un relámpago de puro dolor atravesara el torso de bota de Peter se hundió en su pecho con una fuerza descomunal, obligando al aire a salir de sus pulmones en un jadeo ahogado que apenas lograba escapar de sus suelo bajo su cuerpo vibró por el golpe, como si el mundo mismo reconociera la brutalidad del acto.

Bernardo se retorció, su cuerpo sacudido por una mezcla de agonía y rabia mente luchaba por aferrarse a algo, cualquier cosa, mientras el dolor convertía cada pensamiento en un torbellino caótico. Pero a pesar de todo,una chispa de odio seguía ardiendo en su interior, desafiando incluso a la muerte misma.

Peter, con los ojos encendidos de una crueldad fría, mantuvo su pie firme sobre el pecho de su satisfacción en su rostro era casi nauseabunda, como la de un hombre que se regodea en su victoria inclinó un poco hacia adelante, su sombra envolviendo a Bernardo como una oscura premonición.

—Eres una mierda.—Escupió las palabras con desprecio, su voz cargada de un veneno que parecía ahogar el aire entre sílaba era como un martillo golpeando lo que quedaba de la dignidad de Bernardo.—Y eso es lo que serás, por siempre. Nada más que un mal recuerdo de lo que pudo haber sido.

Bernardo, con el rostro contorsionado por el dolor, apenas podía mover la aun así, sus ojos, cargados de una furia insaciable, se alzaron para encontrarse con los de había rendición en ellos, solo una promesa muda de que, de alguna forma, esto no terminaría aquí.

Peter retiró el pie con un movimiento brusco, dejando que el cuerpo de Bernardo cayera de nuevo al suelo como un muñeco ó unos pasos alrededor de él, su respiración controlada, casi como si estuviera disfrutando del espectáculo de su obra maestra.

—¿Sabes lo que realmente duele, Bernardo?—dijo, mirando el cielo como si hablara con un espectador invisible. —Que ni siquiera vales la pena. Pero aquí estoy, desperdiciando mi tiempo en ti.

Bernardo quiso responder, lanzar aunque fuera una última palabra cargada de desprecio, pero su cuerpo simplemente no le respondí lo que quedaba era el sonido de su respiración entrecortada, un recordatorio de que aún no estaba completamente vencido. Y en su mente, la llama del odio continuaba ardiendo, esperando su momento.

La mirada de Bernardo, oscura y cargada de un odio inconmensurable, era un desafío silencioso que se aferraba al aliento que tomaba era una tortura, cada movimiento enviaba ondas de dolor a través de su cuerpo destrozado, perola llama de su odio seguía viva, ardiente y el sufrimiento lo estaba desgarrando, también estaba alimentando su voluntad de devolver cada herida, cada palabra cruel, multiplicada por mil.

Peter observaba la escena como un verdugo saboreando su rostro no mostraba felicidad ni gozo, solo la cruda satisfacción de ver a su víctima doblegarse bajo su aire entre ellos estaba cargado de una tensión casi tangible, como si incluso el universo contuviera la respiración en ese momento de violencia inhumana.

—Morirás así, Bernardo.—Peter habló con un tono bajo, casi íntimo, como si quisiera que sus palabras perforaran directamente el alma de su medio susurro era más cruel que cualquier grito, un cuchillo afilado que cortaba más profundo que la carne.—No importa cuánto lo intentes, no serás nada.

Bernardo intentó mover sus labios, pero las palabras murieron en su garganta, ahogadas por el peso del dolor y la sangre que comenzaba a llenar su embargo, sus ojos hablaron por él: un juramento silencioso, una promesa de que, aunque ahora estuviera caído, no sería el final.

Peter, viendo esa chispa en la mirada de su hermano, respondió con un gesto despectivo, un desprecio absoluto que decía más que sus inclinó ligeramente hacia él, dejando que su sombra cubriera por completo el rostro de Bernardo.

—Sigues mirándome como si tuvieras una oportunidad, ¿eh?—Peter dejó escapar una risa baja, sin humor, cargada de puro desdén. —No hay redención para ti, Bernardo. Solo el olvido.

El silencio que siguió fue , a pesar de estar en el borde de la inconsciencia, grabó esas palabras en su memoria, como una cicatriz más en su alma sabía, con la certeza de alguien que lo ha perdido todo, que el odio que ahora ardía en él sería su salvación o su condena.

El aire, pesado y opresivo, parecía conspirar para sofocar cualquier esperanza que pudiera quedar. Era como si el mundo entero se detuviera para presenciar ese momento brutal entre hermanos, un enfrentamiento más allá del físico, una batalla entre almas , con el cuerpo hecho trizas, se tambaleaba como un espectro al borde de desmoronarse. Lasangre, espesa y caliente, se adhería a su piel, cada gota trazando ríos carmesí que hablaban de su inquebrantable voluntad. La ropa empapada se pegaba a su carne herida, una prueba viviente de su obstinación por no ceder ante la oscuridad.

Cada respiro que lograba arrancarle a la vida era un recordatorio del infierno que sufría, una batalla constante contra el dolor que lo consumía como un océano desbordado. Pero, incluso en esa agonía palpable, había algo en él que se negaba a morir. Sus ojos, brillantes como brasas al rojo vivo, traicionaban una furia visceral que desafiaba la lógica. Era un fuego indomable, un mensaje silencioso pero estruendoso que decía:"Todavía estoy aquí."

Peter, en cambio, lo miraba con una mezcla de desprecio y fascinación. Había algo casi hipnótico en la manera en que Bernardo seguía resistiendo, como si se negara a darle la satisfacción de verlo caer del todo."¿Por qué no te rindes?", pensó Peter, aunque no dijo nada. Su rostro estaba marcado por una mueca cruel, su respiración controlada, como si disfrutara prolongar el sufrimiento.

—¿Esto es todo lo que tienes? —soltó finalmente, rompiendo el silencio con una voz gélida, cargada de desprecio. Su tono era bajo, calculado, cada palabra como una piedra lanzada a la mente agotada de Bernardo. —Mírate. No eres más que un saco de carne arruinado que todavía cree que puede ganar.

Bernardo no respondió. No podía. Sus labios temblaban, agrietados por el aire seco y el sabor metálico de la sangre, pero sus ojos... sus ojos eran dagas dirigidas directamente al corazón de Peter. Cada mirada era una promesa silenciosa de que, aunque cayera, su odio viviría, más ardiente que nunca.

Peter, sin dejar de observarlo, dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre ambos. Su bota se deslizó por el suelo ensangrentado con un sonido viscoso, una amenaza muda de lo que estaba por venir.—¿Quieres que acabe con esto? —murmuró, casi en un susurro, inclinándose hacia él. Su aliento caliente rozó el rostro de Bernardo, mezclándose con el hedor del sudor y la sangre. —¿O prefieres seguir con esta farsa?

Pero Bernardo no le dio el placer de una respuesta. Aunque su cuerpo temblaba, como si fuera a desmoronarse de un momento a otro, su mirada no flaqueó. Y Peter, al darse cuenta, sonrió. Una sonrisa retorcida, llena de malevolencia.—Ah, claro... Es el odio, ¿verdad? —dijo, su voz teñida de burla. —Es lo único que te mantiene en pie.

En el fondo, Peter sabía que ese odio era una amenaza, una chispa que, si no se apagaba ahora, podría encender algo mucho más grande de lo que podría controlar. Su rostro endurecido se transformó en una máscara de decisión."No puedo dejar que siga."Con un gesto rápido, levantó la pierna, su bota apuntando directo al pecho de Bernardo, dispuesto a aplastar esa chispa antes de que pudiera convertirse en un incendio.

Pero Bernardo, aun al borde del abismo, movió su brazo. Fue un gesto apenas perceptible, casi insignificante, pero suficiente para que Peter se detuviera por un segundo. Ese segundo fue eterno, cargado de promesas de un odio eterno que no podía ser contenido ni por la muerte misma."Aún no estoy acabado."

La voz temblorosa deBernardocortó el aire como un murmullo frágil en medio de una tormenta.—No puedes seguir así —repitió, sus palabras quebrándose bajo el peso del dolor y la desesperación. Cada sílaba era un esfuerzo monumental, como si arrastrara una montaña con los labios agrietados y sangrantes. Pero incluso en su estado destrozado, una chispa de desafío ardía en sus ojos, una llama diminuta en un océano de oscuridad. Era un grito silencioso, una súplica escondida tras un muro de resistencia, que se aferraba con uñas y dientes a lo último que le quedaba: su dignidad, o lo que quedaba de ella.

Peter, en cambio, no mostró piedad. Su risa resonó enel lugarcomo un eco macabro, un sonido vacío que no contenía ni una gota de humanidad. Cada carcajada parecía vibrar en el aire, cargada de veneno y una malicia insondable.—¿Esto no es lo que somos? —repitió, su voz empapada de sarcasmo mientras daba un paso hacia adelante. Sus movimientos eran lentos, deliberados, como un depredador jugando con su presa.—Tú no entiendes nada, ¿verdad? Esto es exactamente lo que somos. Esto es lo que siempre hemos sido.

La burla en sus ojos era casi insoportable, como si el dolor de Bernardo fuera una melodía que disfrutaba ó la cabeza ligeramente, observando a su hermano con una mezcla de desprecio y fascinación.—Mírate, tratando de aferrarte a algo que ya no existe. ¿Dignidad? ¿Humanidad? —Dejó escapar una carcajada más, esta vez más baja, más amarga.—Esas cosas te abandonaron hace mucho, Bernardo.

Pero las palabras dePeter, tan afiladas como cuchillas, no lograron apagar el fuego en los ojos deBernardo. A pesar del temblor de su cuerpo, a pesar de la sangre que empapaba su piel, algo dentro de él se negaba a ceder."Esto no puede ser el final,"pensó, aunque su cuerpo gritaba lo contrario. Se obligó a levantar la cabeza, enfrentando la mirada de su hermano con una furia silenciosa.

—Puedes decir lo que quieras —susurró, su voz apenas un hilo que desafiaba la gravedad de la situación.—Pero no podrás destruir lo que queda de mí. No completamente.

Las palabras, aunque débiles, parecieron resonar en el aire, un desafío quePeterno esperaba. Por un instante, la sonrisa en su rostro se tambaleó, una grieta minúscula en su máscara de crueldad. Pero esa grieta desapareció tan rápido como apareció. Con un movimiento brusco, tomó aBernardopor el cabello, inclinando su rostro hacia el suyo.

—No me des sermones, patético. —Su aliento caliente chocó contra el rostro herido deBernardo, una mezcla de rabia y burla.—Si realmente quedara algo dentro de ti, ya lo habría aplastado. Lo único que estás haciendo es prolongar tu agonía.

El agarre en su cabello se intensificó, yPeterlo arrojó de nuevo al suelo con una fuerza desmedida, como si quisiera asegurarse de que cada palabra fuera sellada con dolor físico. Pero incluso allí, en el suelo frío y ensangrentado,Bernardono desvió la mirada. Sus ojos eran pozos de odio y desafío, un recordatorio de que, aunque su cuerpo estuviera roto, su espíritu no se doblegaba del todo.

Y esa chispa, ese vestigio de desafío, comenzó a incomodar aPetermás de lo que estaba dispuesto a admitir."¿Por qué sigue mirándome así?", pensó, un destello de duda atravesando su mente, tan fugaz que casi no lo notó.

—¿Lo que somos? —Peterdejó escapar una carcajada fría, un sonido que parecía cortar el aire como una navaja afilada. Su rostro estaba iluminado por una expresión de burla desmedida, como si cada palabra que estuviera por decir fuera un veneno cuidadosamente destilado. Dio un paso haciaBernardo, que seguía en el suelo, luchando por mantenerse consciente mientras el dolor lo consumía.

—¡No! —rugió, inclinándose hacia él, sus ojos ardiendo con un fuego oscuro.—Esto no es lo que somos. Esto es lo que tú eres.

Su tono cambió, adoptando una brutalidad cortante que apuñalaba tanto como sus golpes físicos.—Un perdedor. Un maldito inútil que no puede ni defenderse. —Las palabras salieron de su boca como dagas, y cada una de ellas parecía clavarse en las entrañas deBernardo, perforando no solo su cuerpo debilitado, sino también su espíritu herido.

Peteralzó la bota, apoyándola contra el pecho deBernardocon fuerza suficiente para robarle el aire, pero no lo suficiente como para matarlo. Su mirada se clavó en la de su hermano, como si estuviera estudiando la chispa de vida que aún se aferraba desesperadamente dentro de él.

—Mírate, —continuó, presionando más fuerte, sus palabras tan despiadadas como el peso sobre su pecho.—No eres nada, Bernardo. Nada. Y todo esto, todo este dolor... es tu culpa. Porque eso es lo único que sabes hacer: fracasar.

Bernardo, a pesar del dolor que le quemaba por dentro, no apartó la mirada. Su respiración era un esfuerzo tortuoso, cada inhalación más difícil que la anterior, pero su odio era una llama que no se extinguía."Esto no se termina aquí,"pensó, sus pensamientos cargados de rabia y desafío. No podía hablar, no podía moverse como quería, pero sus ojos seguían luchando, enviando un mensaje quePeterno podía ignorar:"No me quebrarás."

La presión en su pecho aumentó, yPeterinclinó la cabeza, observándolo como si fuera una criatura patética que había terminado bajo su bota por accidente.—Admítelo. Dilo en voz alta. Dime lo que ya sabes: que no vales nada. Que siempre fuiste la sombra, el error. Dilo, y te prometo que haré esto rápido.

Pero no hubo palabras deBernardo. Solo su mirada, cargada de desafío, como una llama que ardía con más fuerza a medida quePeterintentaba apagarla. Una chispa que parecía casi imposible de sofocar.

Ese silencio hizo que el ceño dePeterse frunciera, y por un momento, su sonrisa cruel vaciló."¿Por qué no se rinde?", pensó, irritado. Aquella resistencia muda, esa negativa a ceder incluso en el momento más desesperado, comenzaba a encender algo en su interior que no era satisfacción, sino una sombra de inquietud.

Las palabras de Peter no eran simples insultos; eran armas cuidadosamente afiladas, lanzadas con precisión quirúrgica para desgarrar todo rastro de humanidad en sílaba parecía impregnada de un veneno corrosivo, un ácido que se filtraba en las grietas de su alma, quemando y deshaciendo lo que quedaba de su voluntad.

—Mírate, —repetía Peter, con una sonrisa torcida que era todo menos humana,—ni siquiera eres un hombre. Eres un fantasma. Un error que no tiene cabida en este mundo.

Cada palabra resonaba como un martillo sobre un vidrio ya agrietado, desmoronando lo poco que Bernardo podía llamar suyo. Su cuerpo dolía, sí, pero no era nada comparado con el peso de aquellas palabras, que se sentían como un golpe directo al núcleo de su solo estaba herido; estaba siendo despojado, pieza por pieza, de su dignidad, de su identidad.

—¿Duele, no? —preguntó Peter con una satisfacción sádica, inclinándose lo suficiente para que su sombra lo cubriera completamente.—¿Duele saber que no significas nada? Que todo lo que creías ser no era más que una mentira. Una ilusión.

Bernardo tragó saliva con dificultad, su garganta seca como si estuviera tragando cenizas. Las palabras de su hermano se enroscaban a su alrededor como serpientes, estrangulándolo embargo, en lo más profundo de su pecho, el odio seguía latiendo, una chispa furiosa que se negaba a extinguirse.

"Esto no es verdad," pensó, aunque su mente estaba nublada por el dolor y la humillación. "Esto no puede ser verdad." Pero incluso esas palabras en su interior comenzaban a tambalearse, corroídas por el ataque implacable de Peter.

Peter, por su parte, estaba disfrutando el espectá él, no era suficiente ganar físicamente; quería destruir a Bernardo en todos los niveles posibles. Quería arrancarle todo vestigio de resistencia, asegurarse de que incluso la memoria de Bernardo fuera débil, irrelevante.

—Eres patético, Bernardo. Patético. —Hizo una pausa, su tono bajando a un susurro venenoso.—Y lo mejor de todo es que lo sabes. Por eso ni siquiera te defiendes. Porque en el fondo, sabes que tengo razón.

El aire parecía más pesado, como si cada palabra de Peter fuera una losa que se añadía sobre los hombros de Bernardo. Pero lo que Peter no podía ver, o quizás no quería admitir, era que en lo más profundo de aquella tormenta,había una chispa en Bernardo que comenzaba a arder con más llama alimentada no por esperanza, sino por algo más oscuro y más duradero: el deseo de devolver cada palabra, cada golpe, cada herida.

"Esto no se acaba aquí," pensó Bernardo. Su espíritu estaba destrozado, sí, pero no muerto. Y eso era algo que ni siquiera Peter podía destruir por completo.

Bernardo sentía el borde de la inconsciencia como un abismo oscuro que lo llamaba, su cuerpo al límite, incapaz de soportar má músculo temblaba, su piel pegajosa por la mezcla de sudor y sangre, y su respiración era un rítmico jadeo entrecortado, como si cada respiro fuera una batalla contra el vacío. La rabia, sin embargo, se aferraba a él como una cuerda tirante, resistiendo el tirón de la desesperación.

El dolor físico lo consumía, un fuego abrasador que corría por cada fibra de su ser, pero no era nada comparado con el peso que sentía en su dolor del fracaso, del abandono, de ser reducido a cenizas por las palabras de su propio verdades venenosas de Peter se sentían como puñales, cada uno hundido con precisión quirúrgica para desgarrar lo que quedaba de su espí atrapado entre el dolor físico, energético y el peor dolor, el dolor proveniente de su alma moribunda.

Peter se inclinó sobre él, sus ojos brillando con una crueldad inhumana.
—Mírate —dijo, con voz baja y cargada de desprecio—. A duras penas eres un ser humano. ¿Crees que puedes resistir esto? Es patético, Bernardo, casi tan patético como tus intentos por aferrarte a lo que nunca tuviste: poder, respeto... amor.

Las palabras caían sobre Bernardo como golpes invisibles, más brutales que cualquier puñ orgullo herido se retorcía en su interior, luchando por emerger a pesar de la opresión. "No," pensó, sus pensamientos apenas audibles en la tormenta de su mente. "No puedo dejar que esto termine aquí."

Con cada insulto, algo dentro de él crujía, pero no se rompí una fuerza oscura, un odio profundo y primario que empezaba a arder con más fuerza.A pesar de todo, había algo que Peter no podía arrebatarle por completo: su capacidad de resistir, aunque fuera por pura terquedad.

Peter, observándolo, sonrió con burla.
—¿Sigues ahí? ¿A qué te aferras, hermano? No hay nadie que venga a salvarte. Nadie que llore por ti.¿Vale la pena todo este dolor?

Bernardo, con un esfuerzo titánico, alzó la mirada. Sus ojos, enrojecidos por el agotamiento y el sufrimiento, contenían una chispa que Peter no pudo una mirada que decía que, aunque estuviera derrotado, no estaba vencido. Que mientras respirara, no iba a rendirse.

—No... —murmuró Bernardo, su voz rota pero cargada de algo visceral. —No puedes... quitarme... lo que soy.

El silencio que siguió fue pesado, como si las palabras de Bernardo hubieran dejado un eco tangible en el dio un paso hacia atrás, su expresión cambiando por un instante, casi luego, con una risa seca, volvió a su postura dominante.

—Lo que eres, Bernardo, —dijo con tono sarcástico, —es un cadáver que todavía no se da cuenta de que está muerto.

Sin embargo, en ese momento, Bernardo sintió algo dentro de él prenderse como una chispa en medio de la recordatorio de que incluso las cenizas pueden arder de nuevo si se alimentan lo suficiente.

—No lo entiendes... —murmuró Bernardo, su voz quebrada como el filo de una hoja desgastada, pero con un matiz que aún contenía palabra escapaba de su garganta con dificultad, como si cargara el peso de cada herida abierta, cada humillación necesitaba elevar el tono. El aire entre ambos hermanos estaba cargado, tenso como una cuerda de la que solo uno podía sostenerse sin caer al abismo.

Peter alzó una ceja, su expresión oscilando entre el desprecio y la un paso hacia adelante, inclinando ligeramente la cabeza, como si intentara escuchar mejor, aunque su rostro denotaba más burla que interés genuino.
—¿Qué es lo que no entiendo, Bernardo? —preguntó con un tono tan venenoso como una daga oculta. —¿El fracaso? Porque eso lo entiendo perfectamente. Mírate... lo llevas escrito en la cara, en el cuerpo. Es... todo lo que eres.

Las palabras de Peter eran como un martillo golpeando sobre una herida abierta,pero Bernardo no se inmutó.Su mirada, aunque cansada y apagada, contenía una chispa de algo que Peter no esperaba: convicción.

—No... entiendes... —repitió, esta vez con un poco más de firmeza, su aliento entrecortado pero pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero sus ojos se clavaban en los de Peter como si fueran dos cuchillas buscando penetrar su máscara de arrogancia.

Peter se detuvo, frunciendo ligeramente el ceño, intrigado y, quizás, irritado por la resistencia inesperada de su hermano.
—¿Y qué se supone que no entiendo, genio? —bufó.El sarcasmo chorreaba de sus palabras como veneno espeso.—Ilumíname.

Bernardo apretó los dientes, un hilo de sangre fresca escapando de la comisura de sus labios, pero no desvió la mirada.
—No entiendes... lo que significa... seguir de pie... cuando todo... está perdido —dijo, su voz apenas un susurro, pero con el peso de una montaña cayendo sobre las palabras.

Por un instante, el aire se volvió más denso. La risa de Peter quedó atrapada en su garganta, y algo en su mirada titubeó. Solo por un instante, un destello de duda, como si las palabras de Bernardo hubieran rozado algo profundo en su interior.

Sin embargo, Peter pronto recuperó su postura, su rostro endureciéndose una vez más.
—¿De pie? —replicó, burlándose mientras daba un paso más sonido de sus botas resonaba como un presagio en la estancia.—Eres un cadáver con delirios, Bernardo. No estás de pie. Apenas estás vivo.

Pero Bernardo no respondió. No necesitaba mirada, fija e inquebrantable, lo decía todo. Aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso, aunque cada fibra de su ser gritara por rendirse, su voluntad aún ardía como un fuego estaba derrotado. Y Peter, aunque no lo admitiría, podía sentirlo.

Peter, al ver que Bernardo aún se atrevía a responder,se acercó lentamente, disfrutando cada segundo de la humillación,como si la angustia de su medio hermano fuera su más grande rostro de Peter reflejaba la satisfacción más vil, una satisfacción enferma que se alimentaba del sufrimiento ajeno.

Peter avanzó con una lentitud calculada, cada paso resonando en el suelo como una sentencia de muerte, cada movimiento impregnado de un sadismo tan profundo que parecía casi ojos, dos pozos oscuros de crueldad, no se apartaban de Bernardo, quien seguía tambaleándose, a punto de derrumbarse, pero aún desafiante, aún respirando.

—¿Sabes, Bernardo? —murmuró Peter, su voz un susurro venenoso que se filtraba en el inclinó hacia él, lo suficiente como para que su aliento, cálido y despreciable, rozara el rostro ensangrentado de su hermano.—No todos los días uno tiene el privilegio de destruir algo tan... patético, pero tan terco.

Bernardo apretó los puños, o al menos lo intentó. Sus dedos temblaban, débiles, casi inútiles, pero la rabia que hervía en su interior le impedía ceder.

Peter notó el esfuerzo y sonrió, una sonrisa torcida que no contenía ni una pizca de un paso más, cerrando la distancia, y con un movimiento rápido y brutal, colocó una mano sobre el rostro de Bernardo, obligándolo a mirarlo directamente.

—¿Crees que esto es coraje? —escupió, su tono cargado de presión de su mano se incrementó, obligando a Bernardo a retroceder un paso, tambaleándose.—No es más que la necedad de un hombre que ya está muerto, pero no tiene la decencia de darse cuenta.

La satisfacción en el rostro de Peter era un espectáculo grotesco, una mezcla de triunfo y desprecio que se retorcía en sus movimiento suyo transmitía la vileza de alguien que encontraba placer en la destrucción, no solo del cuerpo, sino también del espíritu.

Bernardo, a pesar de la fuerza que lo empujaba, mantuvo la mirada fija en la de aliento era errático, pero sus ojos, aunque ensombrecidos por el dolor, seguían ardiendo con una furia que ni siquiera la crueldad de su hermano podía apagar.

—Puedes aplastarme, Peter... —logró murmurar, su voz apenas un hilo, pero cargada de un desafío que perforaba la máscara de seguridad de su hermano. —Pero... nunca podrás hacer que me arrodille ante ti.

Por un instante, la sonrisa de Peter se desvaneció. Fue un destello breve, pero suficiente para revelar una fisura en su fachada de embargo, rápidamente recuperó la compostura, y su rostro volvió a reflejar ese deleite insano.

—¿Eso crees? —gruñó, su voz ahora teñida de irritació un movimiento rápido, levantó el puño y lo estampó contra el estómago de Bernardo, haciéndolo doblarse del dolor.

El impacto resonó como un eco macabro enel lugar. Bernardo cayó de rodillas, su cuerpo convulsionando por el golpe, pero incluso entonces, no bajó la mirada seguía alzada, desafiando, resistiendo, y en ese momento, aunque estaba en el suelo,no parecía derrotado.

Peter lo miró, furioso y al mismo tiempo desconcertado. La resistencia de Bernardo no era algo que hubiera anticipado, y ese desafío silencioso, esa chispa inextinguible, empezaba a inquietarlo más de lo que quería admitir.

—¿Aún sigues con esa mierda?—le espetó, con un tono vulgar que no dejaba lugar a la risa, despectiva y cruel,llenó el aire,como un veneno que se filtraba en cada rincón del espacio entre los dos.

El odio y la burla de las palabras de Peter flotaban pesadamente en el aire, como si la atmósfera misma se hubiera tornado tóxica, impregnada de su desprecio absoluto. La risa resonó, hueca, como si fuera la última nota de una melodía sin esperanza. La figura de Peter se alzaba frente a Bernardo, como una sombra que devoraba cada atisbo de resistencia que quedaba en é risa se convirtió en un filo afilado, cortando cualquier intento de respuesta de Bernardo, una vez más sometiéndolo a su voluntad.

Bernardo, aunque su cuerpo se desmoronaba, luchaba contra la opresión de las respiro le costaba un esfuerzo monumental, pero la rabia seguía ardiendo en su pecho. La burla de Peter, sin embargo, amenazaba con apagar esa rostro estaba marcado por el cansancio, la desesperación y la furia contenida. La sangre que goteaba de su cuerpo era un recordatorio cruel de su vulnerabilidad, pero en su mirada aún brillaba un desafío irreductible.

—Sí, sigo con esta mierda, porque es lo único que tengo —respondió Bernardo, con voz rasposa, pero llena de una determinación que contradice la debilidad de su cuerpo. Cada palabra era un intento por sostener lo que quedaba de su humanidad, un recordatorio a sí mismo de que no iba a dejar que el veneno de su medio hermano lo destruyera por furia se hacía eco en su pecho, un rugido interno que se mantenía firme, desafiante.

Peter se acercó aún más, un brillo enfermo en sus ojos, disfrutando de la agonía pasos sonaban como un martillo golpeando sobre el suelo de piedra, cada uno acercándose más al momento en que su hermano finalmente se desplomarí sonrisa de Peter, afilada como una daga, se amplió aún másal ver la lucha inútil de Bernardo. Era un espectáculo que lo fascinaba, una danza macabra que parecía divertirse en la tormenta emocional de su hermano.

—Eso es lo que eres, Bernardo, un cobarde que no sabe cuándo rendirse —dijo, mientras un destello de diversión cruzaba por su mirada, saboreando cada palabra.

El dolor era insoportable, pero aún quedaba algo en Bernardo,algo que no quería admitir ni siquiera ante sí rabia era como un fuego que no se apagaba,y aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso,la voluntad seguía allí.Un último destello de lucha,una llama casi extinta, pero viva.

La agoníaque atravesaba Bernardo era como una tormenta brutal que arrasaba con cada fibra de su ser. La sangre, cálida y espesa, se deslizaba por su cuerpo, marcando su piel como una huella de derrota. El dolor, insoportable y penetrante, intentaba quebrarlo, peroen lo más profundo de su ser, algo seguía vestigio de su humanidad, una chispa de rabia que nunca se apaga por completo, se mantenía viva, ardiente, incapaz de sucumbir por completo al abismo que Peter había creado a su alrededor.

Cada respiración era un acto de resistencia, unabatalla interna que lo desgarraba, pero aún así, esa pequeña llama seguía brillando en sus ojos. La rabia que lo consumía no solo era un impulso de venganza, sino una fuerza primitiva que lo mantenía erguido,como un animal herido que sigue luchando por sobrevivir. Elfuego internoseguía ardiendo en su pecho, un grito mudo que resonaba en lo más profundo de su alma. No iba a dejar que su hermano lo viera sucumbir. No ahora.

El peso de las palabras de Peter, afiladas y crueles, le aplastaban el espíritu, pero Bernardo no se rendiría. Aunque su cuerpose estuviera desmoronando bajo la presiónde la sangre perdida y los golpes que lo habían reducido a un cascarón vacío, algo dentro de élseguía rabia seguía viva, palpitante, y mientras aún le quedara aliento, pelearía.

En lo más profundo de su mente, algo se rompió.La ira se transformó en una determinación feroz, y una sola pregunta le surgió: ¿quién era él, realmente?Un perdedor, como Peter le había dicho, o algo más, algo que pudiera resistir incluso la muerte misma. Elúltimo vestigio de su orgullose encendió, y aunque su cuerpo le rogaba rendirse, su voluntad le ordenó última vez, Bernardo alzó la mirada, enfrentándose a su hermano con una expresión que, aunque agotada, contenía un desafío feroz.

Ya no importaba el único que importaba era queaún no estaba derrotado.

La risa dePeterresonó como un eco macabro en el aire cargado de tensión, vibrando en cada rincón como un recordatorio de la brutalidad que desbordaba la atmósfera. El sonido retumbaba en el cráneo deBernardo, taladrando su mente con la misma violencia que el dolor de sus heridas, una tortura constante que se fusionaba con el rugir de su corazón, acelerado y errático. La lucha deBernardoya no era solo contra el dolor físico, sino una guerra interna, un choque feroz contra los recuerdos de la persona que había sido y las sombras de lo que su hermano había forjado en él.

Era una batalla por sobrevivir a la ira desatada de su medio hermano, un monstruo sin piedad, que parecía reirse de su sufrimiento, deleitándose con cada gesto de desesperació mostraba ni una pizca de humanidad, su mirada era fría, cortante, como un filo que despojaba aBernardode su último atisbo de aire pesado de odioque lo rodeaba ahogaba cualquier pensamiento racional, dejando solo espacio para el dolor y la furia.

La boca dePeterse curvó en una sonrisa cruel, una que anunciaba que no solo quería destruir su cuerpo, sino borrar la esencia misma deBernardo, hacerlo un espectro, una sombra de sí mismo. Y, sin embargo,Bernardoluchaba, no solo contra él, sino contra lo que se estaba convirtiendo. El agotamiento, la sangre que se deslizaba por su piel, empapando su ropa, el sonido de su respiración entrecortada; todo se desdibujaba mientras una rabia incandescente lo mantenía en pie. SiPeterquería quebrarlo, tendría que destruirlo completamente, porqueBernardono se rendiría tan fácilmente.

Con un movimiento rápido,Peterse acercó aBernardocon una mirada que destilaba furia y desprecio, los ojos brillando con una maldad pura, como si el sufrimiento de su medio hermano fuera el combustible que alimentaba su manos se cerraron sobre la dagaque todavía se encontraba incrustada en la carne deBernardo, como si fuera una extensión de su propia voluntad. El metal, oxidado por la sangre y el dolor, parecía gemir en su interior, resonando con el sufrimiento del hombre que lo llevaba, como si el propio filo sintiera el sufrimiento que compartían.

La sensación de la daga desgarrando la carnedeBernardofue una mezcla de dolor y humillación, un tormento que traspasó su mente con una intensidad mostró piedad retorcer brutalde muñeca, acompañado de ungiro violento, fue suficiente para arrancar el arma de su piel, el sonido de la daga desgarrando los tejidos humanos llenando el aire como un eco macabro.

Con ungrito de angustiaque se mezcló con el rugido de la violencia, el arma quedó libre, empapada en roja sustanciamanchó las manos dePeter, y la daga, ahora drenada de vida, reflejaba en su brillo cruento la tortura que acababa de , su cuerpo se desplomaba de dolor, pero su mirada seguía siendo un desafío, un reflejo de la rabia inquebrantable que seguía ardiendo en lo más profundo de su ser. El alma deBernardono estaba derrotada aún, a pesar del tormento, a pesar de la ía haber arrancado la daga, pero nunca podría despojarle de su lucha interna.

Peterno perdió ni un segundo. Con una rapidez inhumana,tomó la dagacon una mano, empuñándola como un clavo mortal, un instrumento de tortura diseñado solo para infligir el máximo sonrisa grotescabrilló en su rostro, una expresión de placer oscuro que reflejaba su delirio mientras se deleitaba en la desesperación deBernardo.

Sin previo aviso,la hundió con fuerzaen la palma izquierda deBernardo, la punta del metal chocando contra los huesos con unsonido sordoque resonó en el carne y los huesos cedieron ante el acero afilado, cediendo a la brutalidad del tuvo tiempo de reaccionar antes de que la agonía lo invadiera como un torrente furioso. El dolor fue tanintensoque su cuerpose retorció, sus músculos se contrajeron como si quisieran arrancarse a sí mismos de la fuente de sufrimiento.

La agonía fue tan pura y desgarradoraqueBernardoapenas pudo gritar. Su garganta, aplastada por el dolor, solo pudo emitir ungrito entrecortado, como un susurro roto que se ahogaba en el abismo de su tormento. Susojos se desorbitaron, y su visión se nubló daga atravesando su carnefue una imagen tan vívida y espantosa que su mente apenas pudo realidad se desdibujaba, convirtiéndose en un espiral de sufrimiento absoluto mientras sussentidos se desintegrabanante la violencia. Cada respiración era un desafío, pero algo más profundo, algo primal, seguía vivo dentro de él: la necesidad de resistir, de sobrevivir, a pesar de todo.

El dolor lo invadió en centímetro de su mano parecía arder como si el fuego mismo hubiera tomado residencia en su daga, aún clavada, continuaba siendo un verdugo implacable, ardiendo con cada pulso deBernardo. Pero lo peor estaba por , disfrutando de cada momento de sufrimiento, comenzó a golpear la empuñadura de la daga con supuño derecho, un movimiento brutal y cargado de malicia. Cada golpeempujaba el metal más profundo, arrancando trozos de carne, haciendo quelos huesos de Bernardocedieran lentamente.

Uno tras otro, los dedos deBernardocomenzaron a romperse. La sensación fuehorrible, desgarradora, como si cada hueso estuviera siendo triturado por una fuerza mostró ni un vestigio de piedad, su risa se mezclaba con el sonido cruel de los huesosquebrándose. Los gritos deBernardofueron sofocados por el dolor,su rostro retorcidoen una mueca de desesperación.

El sonido de huesos quebrándosese unió alcrujido metálico de la daga, creando unasinfonía macabraque resonó en la sala con una intensidad estallido de huesose sentía como una explosión de sufrimiento en el aire, mientras el eco de su quebranto se expandía enel lugartransformando el ambiente en algo denso, opresivo. El aire, cargado de desesperación, se volvió máspesado, casi palpable, como si el sufrimiento mismo lo hubiera impregnado todo.

—¿Aún te atreves a desafiarme?—gritóPeter, su voz como un látigo cargado de desprecio, resonando con una malicia absoluta. La risa cruel que lo acompañaba se convirtió en una melodía enfermiza que vibraba en las paredes del lugarCada golpeque propinaba,cada hueso quebrado, no solo alimentaba su venganza, sino quele daba una satisfacción macabra, como si la agonía deBernardofuera una fuente inagotable de poder para él.

El primer dedo deBernardose rompió con unchasquido seco, un sonido tan brutalmente claro que hizo eco en sus oídos, resonando como un golpe en el pecho. El dolorse extendió rápidamente, ardiendo en su mano, recorriéndola como un torrente de , en medio de su sufrimiento, apenas pudo reprimir el grito que se ahogó en su golpe que Peter daba, cada crujido de huesos,era una bofetadaa su dignidad, una humillación física y emocional que se hundía profundamente en su ser.

Peter, viendo el sufrimiento de su medio hermano, no podía ocultar lasatisfacción enfermaque se reflejaba en su dolor de Bernardono tenía valor alguno para él; solo era un vehículo para imponer susuperioridad, paradespojarlo completamentede cualquier atisbo de resistencia.

El segundo dedo deBernardose rompió con la misma rapidez y brutalidad que el perdió ni un segundo en su crueldad; supuño impactó de nuevo,y el sonido del hueso cediendofue una sentencia silenciosa, una explosión de dolor que resonó en la mente deBernardocon una intensidad atroz. Eleco de la fracturase repitió una y otra vez, retumbando en sus oídos como una amenaza constante, como si cada golpe estuviera borrando su humanidad.

Ladagapermaneció clavada en su mano, unrecordatorio de la violenciaque nunca cesaba, unaherida abiertaque nunca sanarí sangrese deslizaba por su piel, pero era como si su propio cuerpo ya no tuviera fuerzas para reaccionar, como si la vida se desangrara junto con su voluntad de atrapado entre el dolor físico y una humillación tan profunda que sualma mismaparecía desgarrarse con cada golpe.

Laoscuridadcomenzó a envolverlo lentamente,su mente desmoronándose, incapaz de aferrarse a un pensamiento coherente. Laagonía físicase había convertido en una especie de neblina densa que nublaba sus sentidos, pero lo que realmente lo consumía era la sensación deestar perdiendo su dignidad, suorgullo. Bajo labrutalidad de su medio hermano, cada pedazo de su ser parecía desintegrarse,desvaneciéndose en la sombrade una humillación insostenible.

Peterse regocijaba en laagonía de su medio hermano, su rostro deformado por unasonrisa de locura, una expresión taninhumanaque cualquier rastro de humanidad se desvanecía ante su mirada. Cadagolpe que dabaera undeleite macabro, un placer enfermizo que lollenaba de una satisfacción visceral, como si cada hueso roto, cadafragmento de sufrimiento, lo fortaleciera aún más, como si pudiera alimentarse dela miseria ajena.

Eltercer dedo de Bernardocedió bajo el impacto de supuño, elcrujido seco del huesoperforó el aire, un sonidobrutalque resonó en las paredes de la no podía ni llorar. Eldolor era tan abrumadorque laslágrimasse habían agotado,el almamisma de Bernardo se desmoronaba con cadafracturade su cuerpo,el vacío interiorlo devoraba lentamente, como una oscuridad lágrimas se negaban a salir; su ser entero estaba atrapado en unaparálisis emocional, como si todo lo que quedaba de él estuvieradesapareciendo, más allá de laviolencia, más allá de lafisuraen su carne.

Era como si su mentese estuviera desconectandode su cuerpo, dejando que eldolor físicofuera el único testigo de su descomposición. Cada golpe dePeterlohundía más en ese abismo, más allá delgrito mudode su ser, en una espiral interminable de humillación y agonía. La sensación de estarperdiendo toda conexióncon la realidad lo estabadespojando de sí mismo, dejando solo a un hombre roto, un cadáver en vida, mientras el monstruo que eraPeterdisfrutaba cada segundo de su sufrimiento.

Peterse inclinó sobreBernardo, sus ojos brillando con unaluz maliciosa, disfrutando cadasegundode laagoniade su medio hermano. Lapreguntaque salió de sus labios no era más que unaburla, una forma deverlo caermás allá de los límites de su resistencia, de romper lo que quedaba de su espíritu.

—¿Qué te queda, Bernardo?—preguntóPeter, casi susurrando, mientras se acercaba lentamente a su rostro, como un depredador que disfruta de lacaza,saboreandocadamuerte lenta. Sus palabras, cargadas de desprecio, no buscabanrespuesta. Ya lo había perdido no podía más.

Lasangre de Bernardocaía en uncharco pequeñoen el suelo, unrastro de su sufrimiento, unahuella sangrientade laviolenciaque lo había consumido. Cada gota que caía era como unrecordatoriode lamiseriaque le silencioentre ellos erapalpable, más denso que el aire mismo, mientrasPeterdisfrutaba ver cómo lasangrede su medio hermano se deslizaba por el suelo, empapando el espacio que los respiración de Bernardoera entrecortada, agotada, como un animal herido que sigue luchando por su vida, pero cuyo destino ya está sellado.

La risa de Peterse tornó aún másmacabra, resonando en el aire como un ecosiniestro, como si el mismosufrimientodeBernardofuera la melodía que alimentaba su vibración de su risaera unrecordatoriode laoscuridadque dominaba su alma, unairónica celebraciónde lahumillaciónque infligía. Susojos brillabancon una mezcla dedesprecioydesdén, como si la agonía de su medio hermano fuera un espectáculo que no merecía más queburla.

Peterse tensó, su cuerpo vibrando con unaenergía enferma, observando la expresión desufrimientoen el rostro deBernardo. Por uninstante, su expresión mostró una satisfacciónsádica, unplacertan profundo y retorcido quesu rostro se iluminócon unasonrisa agonía ajenaloconsumía, como una llama voraz que avivaba su propiairracionalidad.

Con unarisa burlesca,Peter levantó una pierna, un gesto cargado deintención. Su pie se alzó con unalentitud casi hiriente, como si quisiera prolongar cada segundo de la tortura, deseando hacerla aún más insoportable paraBernardo. La escena parecía detenerse en el tiempo, unjuego macabrodonde eldolory ladesesperacióneran los ú , casi sin aliento, apenas podía levantar la vista, atrapado en unabismo de agoníaque lo había tragado por completo.

Sin previo aviso,Peterlanzó su pierna hacia adelante con unaviolencia brutal,pateandolacara de Bernardocon la fuerza de impactoretumbó en el espacio como el sonido de unvidrioalromperse, desgarrando el aire con un eco macabro que parecíacongelar el cabeza de Bernardogiró con talviolenciaque sucuello crujióbajo lapresióndel golpe, una sensaciónagónicaque resonó en sus huesos.

Elrostro de Bernardosedeformóbajo el golpe, susojos se desorbitaronpor el dolor, mientras lapielde su mejilla se rasgaba, abriendo unacortada sangrientaque rápidamente se llenaba de unrojo profundo. Elairese llenó de ungruñido ahogado, una mezcla deagoniayascoque emanaba de las entrañas deBernardo. Cadalatidode su corazón parecía acelerarse, retumbando en su cabeza como si fuera a explotar.

Lamiseriaque se reflejaba en sus ojos ya no era solofísica; se había convertido en algo más profundo, unadestrucciónque se cernía sobre sualma, mientras eldolorlo envolvía, cerrándole el paso a cualquier intento de resistencia.

El golpefue tanbrutalqueBernardono pudo evitar dejar escapar ungrito ahogado, elsonidode su agonía se desvaneció rápidamente en unsusurroentre lasangreque llenaba suboca, derramándose por los costados de suslabioscomo unacatarata roja. La sensación de labaja presión en su gargantalo ahogó, dificultando aún más el esfuerzo porrespirar, mientras sus pulmones se llenaban de unaagónicaypesadasensación.

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La visióndel lugar se lenublópor completo, loscoloresparecían derretirse, fusionándose en manchasoscuras, como si elmundose desmoronara a su alrededor, sumiéndolo en una espiral dedesesperaciónydesorientació cuerpose desplomó levemente hacia un costado, pero no tuvo lafuerzasuficiente para caer completamente al suelo, quedando atrapado en unvacíode dolor yfracaso. Estaba como unafigura rota, que luchaba por mantenerse erguida en la oscuridad.

Solo pudo quedarse allí,temblando de dolor,agazapadoen la más absolutadesgarradora impotencia, mientras sumedio hermano, lleno de unafuria ciega, se mantenía de pie ante él como unasombra cruel, observando lahumillaciónde su sufrimiento con una la imagen misma deldesprecioy lacrueldad, parado ante la ruina de todo lo que alguna vezBernardohabía sido.

Peterobservó aBernardocon una expresión dedesdén, como si estuviera mirando unapieza rota, unacosasin valor, que ya no merecíaatenciónni siquiera por el simple hecho de existir. Surostro inexpresivotransmitía unafalta total de empatía, mientras que los ojos deBernardoaún luchaban por mantener algún atisbo dehumanidaden medio de todo ese horror.

Unasonrisa más cruelse formó en loslabiosdePeter, unamuecaque reflejaba lasatisfacciónmás enfermiza, como si cada segundo que pasaba alimentara suapetitopor el dolor ajeno. Levantó el pie nuevamente, no solo con la intención de patear, sino de dejar claro, de una vez por todas, loinsignificantequeBernardoera para él. Este no era un simple golpe; era un recordatorio brutal de lasuperioridaddePeter, de lahumillación absolutaque había logrado infligir.

—Mírate—dijoPeter, su voz cargada de un desdén tan profundo que cada palabra parecía impregnada en el aire, una sentencia de condena sin compasió tonose tornó aún más hiriente—.No eres más que un saco de carne inútil.

El aire estabapesado, denso, impregnado con la fraganciametálica de la sangreque caía en gotas espesas, mezclándose con el sudor que empapaba la piel deBernardo. Era un oloragudo, punzante, que parecía traspasar la garganta y clavarse en las entrañas, como unamaldiciónque nunca se desvanecía. Cada segundo que pasaba se sentía eterno, unalarga agoníaque se estiraba sin fin, mientrasBernardoluchaba por mantener losojos abiertos, por no sucumbir alvacíoque lo llamaba.

La desesperación se apoderaba de él, tirando de sualmahacia unabismo insondabledel que no podía escapar. Sucuerpo, ya marcado por las huellas del sufrimiento,destruidopor cada golpe, cada puñalada, ya no respondí menteluchaba por aferrarse a cualquier vestigio deconsciencia, pero todo lo que sentía era una crecienteoscuridadque lo devoraba. Loslatidosde su corazón se volvían cada vez más débiles, como si el tiempo se hubiera ralentizado, dejándolo suspendido en una tortura interminable.

Estabaroto, física y mentalmente, y la única certeza que le quedaba era que lamuertese acercaba, lenta pero segura, como una sombra que ya lo había reclamado.

Peter,embriagado por la crueldad, disfrutó cada segundo de la destrucción. Con unasonrisa malsanacurvándose en sus labios, levantó su pierna una vez más,con fuerza. Elgolpecontra el rostro deBernardofue tan devastador que la mandíbulacrujiócomo unhueso quebrándosebajo el peso de un martillo, y los dientes volaron por el aire como fragmentos de unapesadilla rota.

Eldolorfue indescriptible, como si surostroestuviera siendo deshecho lentamente,pieza por pieza, como unaesculturade carne, y el mundo deBernardo, antes lleno de sombras y gritos lejanos, comenzó a desmoronarse,desvaneciéndosea medida que la oscuridad lo tragaba por completo.

Lo único que quedaba de él era uncuerpo maltrecho, unacarne rotaque ya no podía reconocer como propia. Cada parte de su ser sealejabamás de lo que alguna vez fue, y lo que había sido unapersonaahora se reducía a unacáscara vacía, marcada por laviolenciay eldolor. Los recuerdos, lasemociones, laidentidadse desvanecían, borrados por labrutalidadque lo había reducido a nada.

Bernardo,empapadoen su propiasangre, apenas lograba mantenerse en pie, cada respiración un esfuerzo desgarrador, pero unachispa de rabiase encendió en sus ojos, una última defensa desesperada contra labrutalidaddePeter.

Laluz del odiose reflejó en su mirada, como si su alma, a pesar de todo lo que había sufrido, se negara a sucumbir. A través de latorturay eldesgaste, algo seguíavivoen é ó los dientes,desesperado, y con un gruñido bajo,feroz, intentó levantar su brazo izquierdo. Lamano sangrienta, aún medio rígida por el daño que le había causado ladaga, apenas respondió a su dolorlo atravesaba comoun torrente, pero larabialo impulsaba a seguir.

Con losojos entrecerrados, buscando alguna forma devenganza,Bernardointentó atacar, a pesar de que su cuerpo ya no respondía como él deseaba. Cada movimiento era una batalla contra elcolapso, pero elodiolo mantenía de pie. Queríadevolver algode latorturaque había recibido, aunque fuera un simplegesto de resistencia, aunque fuera en su último aliento.

PeroPeter, con unasonrisa despectivaen su rostro, no le dio oportunidad alguna aBernardo. Con unrápidoy certero movimiento, se adelantó, como unaserpienteacechando a su presa.

Ladaga, aún empapada en lasangredeBernardo, brilló un segundo, reflejando laluz tenueque se filtraba por las rendijas del lugar. Antes de que Bernardo pudiera siquiera intentar un último gesto de resistencia,Peterla hundió confuerzaen su abdomen. Elmetal afiladodesgarró el tejido con una precisión letal,abriendouna herida aún más profunda, como un tajo que cortaba lavidaen su interior.

ElgritodeBernardose mezcló con el sonido del acerocortandosu carne, un eco sordo y agonizante que llenó el aire. Eldolorfue tan agudo que casi lo hizo caer de rodillas, como si sus propios huesos le fallaran y elmundose desvaneciera a su sangrebrotó, caliente y espesa, empañando su visión, mientras elhorrorse le clavaba en lo más profundo. Cada respiración era unsuplicio, un recordatorio de la brutalidad que estabasoportando.

PeroPeterno se detuvo. Con unabrutalidad indescriptible, despojó aBernardode su última esperanza,aniquilandocualquier vestigio de resistencia que pudiera ómás pedazos de carne con sus manos, como si estuviera despojando a unanimal muertode su carne,destrozandola piel y los músculos deBernardocon la mismaindiferenciaque si se tratara de un simple trozo de carne que se desechaba.

Cadatirónque Peter le daba a la carne desgarrada enviabaondas de dolor extremoque recorrían todo el cuerpo deBernardo, cada fibra de su ser desgarrada por la , casiinconscientepor la cantidad dedolorque lo invadía, solo pudo hacermovimientos torpes, balbuceando y gimiendo mientras intentaba, inútilmente, defenderse. Cada intento era un recordatorio de losúbditoque se había convertido bajo la mano despiadada de su medio hermano. Laoscuridadse filtraba en su mente, pero eldolorseguía allí, como unapresenciaconstante, que senegabaa darle paz.

El aire estaba cargado de la fragancia metálica de lasangre, como unperfumeinsoportable que impregnaba todo a su alrededor, mientras elruidode la carne desgarrada resonaba como unamúsica macabra, un recordatorio del tormento al que estaba siendo sometidoBernardo.

Peter, disfrutando de cada segundo del sufrimiento de su medio hermano, no se detuvo ni un solo instante. Cada vez que tiraba confuerzade un trozo de carne arrancado de laespaldao losmuslosdeBernardo, lapielse desgarraba con uncrujido sordo, como si el mismo cuerpo deBernardose resistiera a soportar más dolor, peroPeterno sentía remordimientos. No importaba si el dolor deBernardoera tan insoportable que sus gritos ya no tenían forma de expresarse.

LasmanosdePeterse cubrieron desangre, cadamovimientoera una reafirmación de su control absoluto sobre la víctima, mientras susonrisa cruelde satisfacción, más aterradora que cualquier golpe físico, seagrandabaen su rostro. ParaPeter, el sufrimiento deBernardoeraun espectáculodelicioso, y cada pedazo de carne desgarrado lo acercaba más a su objetivo:la completa destrucciónde su hermano, no solo en cuerpo, sino también en espíritu.

—¿Pensaste que podías atacarme?—dijoPeter, riendo entre dientes, como si el sufrimiento deBernardofuera elcolmo de su diversión. —Eres una sombra de lo que fuiste.

Las palabras dePetercaían sobreBernardocomo piedras lanzadas al fondo de un abismo. Cada palabra,cada risa, era unapunzadaen su alma rota, mientras su cuerpo, undesastre de carne rota y huesos quebrados, apenas respondía. Eldolorera tan intenso que no lograba procesar lo que sucedía a su alrededor, sumido en una espiral de desesperación. La sensación de quesu vida se desmoronabaante él, como unacasa de cartassiendo arrasada por el viento, lo ahogaba en un vacío infinito.

Bernardointentó, con unaúltima fuerza agotada, dar ungolpe desesperado, pero susbrazos caían pesadamente a su lado, como si ya no fueran parte de él. Ladesesperaciónlo habíaconsumidopor completo, incapaz de alcanzar siquiera a su agresor. La humillación, ladegradacióny lainevitable derrotalo envolvían por completo, como unamanta de oscuridadque nunca podría quitarse.

Peter, sin prisa alguna, lo observó caer lentamente al suelo, su cuerpo tan maltrecho que parecía más unamasa de carne sin formaque un ser humano. Lasonrisa crueldePeterno desapareció ni un segundo. Lo habíadestrozado completamente, ysabíaqueBernardoya no representabaninguna amenaza.

Solo quedaba eleco de la lucha, elruido de la respiración entrecortadade su medio hermano, que apenas lograba respirar, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo, como si cada aliento fuera una agonía más. El sonido húmedo de lasangre cayendo al suelose sumaba a la sinfonía de la brutalidad, formando una atmósferatensayluminosacon larojezque lo envolvía todo.

La escena erauna representación grotescadel final de la resistencia, de latotal sumisiónde un hombre que había sidorotopor elodioy laviolencia. Cadagota de sangreque caía al suelo era como unamarcade la victoria dePeter, que no sentíani remordimientoni satisfacción; solo la certeza de que laluchaya había terminado.

A pesar del dolor punzante que atravesaba cada fibra de su cuerpo,Bernardoalzó la vista, enfrentando con su mirada al hombre que una vez había llamado hermano. Sus ojos, llenos de una mezcla deagoníayfuria, eran un espejo de su alma desgarrada, un reflejo de ladesesperaciónque ya no podía contener. El peso delsufrimientoparecía doblar su cuerpo, pero aún así, se sostuvo,tambaleante, como unaantorcha que se niega a extinguirseen medio de la voluntad, esa chispa que aún lo mantenía en pie, luchaba contra cada golpe, cada rasguño, cadaatroz herida.

Peterlo observaba con una expresión burlona, disfrutando del espectáculo como si fuera elamo de un teatro macabro, unespectador del sufrimiento ajeno, sin piedad, sin compasión. Sus labios se curvaron en unasonrisa cruelmientras analizaba la escena, como si se estuviera deleitando con lalentaydolorosa caída de su hermano. Pero en los ojos deBernardo, aún ardía algo más que dolor:un rencor profundo, unafuria que no podía ser apagadani por la violencia más despiadada. Cada respiro que tomaba era unacto de desafío, un últimogrito silenciosoen el vasto vacío de su sufrimiento.

Peterse acercó un poco más, disfrutando del agonizante esfuerzo deBernardopor mantenerse consciente, por mirarlo con esarabia indomable.

—¿Qué es eso, hermano? ¿Un último destello devalentíaantes de caer? —se burlóPeter, su voz cargada de veneno, como si quisiera arrancarle la dignidad con sus palabras. Giró la daga en su mano con una calma macabra, como undepredadorsaboreando el momento previo al ataque final. Lasonrisa cruelde su rostro se estiró aún más, iluminada por la luz tenue que apenas lograba escapar de la sombra que él mismo proyectaba.

Bernardotragó saliva, el ardor de su garganta era como ácido, una sensación que lo hacíaahogarcada aliento, pero aún así luchaba por respiración era una lucha; cada segundo, un milagro. El dolor que recorría su cuerpo no era nada comparado con laagonía interna, esa sensación de estar perdiendo todo lo que había sido. Pero, en ese instante decisivo, algo cambió. Algo profundo despertó en su interior, algo que ni las heridas ni la tortura pudieron extinguir.

Larealizaciónlo golpeó con la fuerza de un trueno, un estallido de claridad en medio de la oscuridad:no podía rendirse,no ahora. Si lo hacía, perdería no solo la vida, sino lo poco que quedaba de su humanidad, de sudignidad. Esallama diminuta, esedestello de esperanzaque aún ardía en su pecho, se avivó con fuerza, como si el sufrimiento que había experimentado lo hubiera templado, como si larabiay eldesesperose hubieran convertido en su última línea de defensa.

Con cada centímetro de su cuerpo gritando por ceder,Bernardolevantó la vista, su mirada se endureció. No podía dejar quePeterse llevara lo único que quedaba de él, lo único que aún lo mantenía en pie: sudecisiónde no ser completamente derrotado.

—Esto no es por ti...—murmuróBernardo, su voz apenas audible, pero cargada de unafirmeza renovada, como si de repente el peso de su sufrimiento hubiera convertido cada palabra en unpunto de inflexión—.Es por mí.Por todo lo que me han quitado... por todo lo que tú destruiste.

La determinaciónbrotó dentro de él como un fuego que renace de las cenizas, un fuegoincontrolableque no iba a ser apagado por el dolor ni por la humillación. Era un calor furioso, unímpetu indomableque recorría sus venas y lo impulsaba hacia adelante, contra todo lo que parecía imposible. Cada latido de su corazón parecía marcar el ritmo de su desafío, una declaración deresistenciaante la devastación de su cuerpo.

Eldolorera un constante, unacompañía cruelque lo acosaba, peroBernardono permitió que fuera lo único que lo rabiaque hervía dentro de él se convirtió en unafuerza vital, un impulso tan primario y visceral quePeter, por un segundo,notó el cambioen su hermano. Ya no era solo un cuerpo derrotado,Bernardohabía resucitado,renacidoen medio de la oscuridad.

Su pie golpeó el sueloconfuerza, un eco sordo que resonó en la estancia, como unreto silencioso, una declaración de guerra silenciosa,audible solo para los que aún podían escuchar el retumbar de la lucha interna. Cada músculo desgarrado y cada hueso quebrado le gritaban que debía caer, pero algo en sumiraday en supresenciale decía aPeterque esa no sería la última palabra de la historia.

Bernardose mantenía de pie, aunque tambaleante, como un hombre al borde del abismo, pero con la voluntad de desafiarlo hasta el último aliento.

Peterarqueó una ceja, incrédulo ante la resistencia de su medio hermano. El desprecio se reflejaba en sus ojos mientras su burla se transformaba en una sonrisa cruel, cargada dedesdén.

—¿De verdad piensas que puedes cambiar algo ahora?—escupió, su voz repleta de veneno, mientraslanzándosehacia él con una rapidez letal, como un depredador que ya ha sentido la victoria al alcance de la mano.

Bernardono retrocedió,aunque su cuerpo estaba al borde del colapso. Cada músculo desgarrado, cada hueso roto, parecía pesar toneladas, pero algo más fuerte que el dolor lo mantenía en pie. Su mirada, fiera y desafiante, se encontraba con la dePeter, desafiando lalocurade su agresor.

Con ungrito guturalde furia,Bernardodio un paso hacia adelante, un movimientosalvaje, imbuido de una fuerza que solo elinstinto de supervivenciapodría haber forjado en alguien como él. Cada fibra de su serluchaba contra el dolor punzante, contra la sensación de sucuerpo desmoronándose, pero algo en su interior seencendiócomo un faro dedesesperación.

Lanecesidad de probarque aún quedaba algo de él queno podía ser destruidolo impulsó a ir más allá. Lo que estaba en juego ya no era solo su vida, sino sudignidad, su humanidad intacta, algo quePeterjamás podría arrebatarle. Cada paso hacia él era un desafío, cada centímetro recorrido, unacto de resistencia.

A pesar de ladevastaciónque había sufrido,Bernardono se iba a permitir ser nada más que una ví cuerpo, desgarrado y maltratado, se movió con un propósito, con una rabia que quemaba cada centímetro de su piel,impulsado únicamente por la necesidad de mostrar que no era un objeto másen las manos de su hermano.

Ladaga en las manos de Peterparecía bailar bajo la luz tenue, su hoja reflejando destellos de muerte, como sianticipara el finde su víctima. Sin embargo,Bernardono se paso que dabaera como un eco de resistencia, unadeclaración de su existenciaen medio de la brutalidad, una rebelión contra la condena de su cuerpo, que ya no respondía con la misma agilidad, pero sí con una voluntad feroz.

Era más que una pelea física; era unabatalla por su alma, por todo lo que le habían robado, por ladignidad que aún quedaba en su furia lo consumía, transformando cada golpe dePeter, cada ataque, en una reafirmación de quesu espíritu no se quebrarí dolor, por insoportable que fuera, solo intensificaba su determinació no sería su final. No mientras tuviera un atisbo de lucha, mientras su alma aún estuviera intacta.

Cadamovimiento de Bernardoera una reafirmación de su humanidad, una respuesta a ladestrucciónque su hermano había intentado imponerle, como si al resistir,fuera capaz de recobrarlo que ya le habían quitado. Lafuerza que lo mantenía de pie no venía de su cuerpo, sino de suvoluntad indomable, de una rabia silenciosa queluchaba por existir.

Peterveía el cambio, el giro en los ojos deBernardo, y una sombra de duda se deslizó sobre él. Lavulnerabilidadde su hermano ya no era tan evidente, y esapequeña chispa de desafíohizo quePetervacilara, aunque solo por un segundo.

Con cadalatido frenéticode su corazón, Bernardo sintió que los ecos de un pasado más luminoso resonaban en su mente, comoun susurro lejano que se resistía a ser olvidado. Lasimágenesde aquellos días más simples, cuando lainocenciaaún lo rodeaba, parecían surgir de las sombras del ó las promesas hechas en tiempos felices, cuando el mundo parecía a su alcance, cuandola esperanza no era solo una palabra vacía, sino una verdad palpable.

Esos momentos de risa compartidacon sus hermanos menores, tan alejados ahora, tanajenos a la oscuridadque había marcado su vida. En aquellos días, Bernardo había sidosu refugio, el protector que loscuidaba, el hermano mayor que les brindaba seguridad, queles daba ejemplos de valor y esperanza. Susombrase alargaba sobre ellos como un faro, un modelo a seguir. La luz de su ser había sido la que los guiaba, la que los mantenía lejos de lastentaciones de la oscuridadque amenazaban con tragarlos.

Pero ese vínculo, tanpuroyfuerteen su origen, había quedadomanchadopor los eventos que lohabían arrastrado hasta este abismo. Cada paso hacia ladestrucciónhabía sido una elección, una caídalentay dolor de su cuerpo, laviolenciade las decisiones que lo habían llevado a enfrentarse aPeter, no solo había marcado su carne, sino que también había dejadocicatricesen lo más profundo de su ser.

Esa visión del pasado eratodo lo que le quedaba. A medida que eldolorlo consumía, lasluces de aquellos días felicesbrillaban con intensidad, pero ya no podíancambiar el curso de los acontecimientos. El abismo estaba aquí, yBernardotenía que decidir si seguiría cayendo en él o si, con la última brizna de su voluntad,lucharíapor algo má su alma.

Sin embargo, su relación conPeterera un capítulo diferente,uno marcado por fracasos y distancias insalvables. Habíaintentadoinnumerables veces, en cada rincón de su alma,forjar un lazocon sumedio hermano menor, con la esperanzaingenuade que, tal vez, algún día, pudieran ser algo más que simplesrivalescompartiendo la misma ó que el vínculo de sangrebastaría para sanar las heridas del pasado, para construir una relación en la queambos pudieran ser algo másque la sombra de una pelea constante.

PeroPeter, siempre había respondido confrialdad, con undesdénque arrojaba como un cuchillo afilado, construyendo, día tras día,un muro de hieloentre ellos. Un muro que no solo separaba sus mundos, sino quelo despojabade cualquier intento de acercamientohabía sido rechazado, cada palabra de reconciliación había caído en el vacío, ahogada por el peso de la indiferencia dePeter.

Y ahora, ese muro no solo los separaba, sino quelos obligaba a enfrentarseen estaarena sangrienta, donde no había lugar para la hermandad ni para lacompasió , convertido en una sombra cruel y despiadada, parecía ser la personificación detodo lo que Bernardo había intentado evitar: un reflejo de lo peor de sí mismo, una versióntorcida y destructivade lo que podría haber sido.

Así,la batallaya no era solo física. Era una lucha porsu propia humanidad, por la posibilidad deromper ese muro de hieloque los habíadefinidocomo enemigos. Pero a medida que la sangre manchaba el suelo y los gritos dedolorse alzaban en el aire,Bernardoentendió queese sueño de hermandadhabía quedado desterrado para siempre,consumido por la violenciaque ambos habían alimentado durante años.

¿Aún quedaba algo de aquel lazo fraternal entre ellos? Era una pregunta quequemabaen el pecho deBernardo, una duda que, a pesar deldolory laviolenciaque lo rodeaban, se mantenía viva, palpitante, como una herida abierta.

Podía sentirlo, esehilo frágil pero persistente, como unallama tenueque aún luchaba por mantenerse encendida bajo las capas deodio, deresentimiento, de todo lo que habíamarchitadolo que alguna vez fue una relación de hermanos. Ese pequeño vestigio de lo que pudo haber sido...¿era posible reconstruirlo?¿Podría ser el salvavidas que necesitabapara salir de este abismo, oel venenoque lo consumiría por completo?

Esa conexión, casiimperceptible, unsusurro de lo que quedó atrás, era tanto una oportunidad como una un puentequepodía restaurar lo perdidosi se aferraba a ella con suficiente fuerza... siaceptaba el desafío de la vulnerabilidad, si encontraba la forma deabrazar ese vínculo rotoy permitir quesanara lo que se había destrozado. Pero la duda siempre estaba allí, oscura, amenazante, como una sombra en su mente.

O podría ser el últimogolpe que lo destruyera todo, un paso en falso que redujera acenizas cualquier rastro de redenciónque hubiera quedado, apagando lallamaque todavía, con dificultad, ardía en su interior. Cada segundo que pasaba conPeterfrente a él, cada golpe que recibía,le desgarrabamás profundamente, no solo la carne, sino sualma, suesencia misma. ¿Acasola salvaciónera posible? O tal veznada quedabaya de aquellos díasmás luminosos, y solo quedaba la necesidad determinar con todo.

—Peter...—susurróBernardo, su vozentrecortadapor laagonía, mientras sus ojos, ya desbordados por eldolor, buscaban algo enlos ojos oscurosde su hermano, algo que ya no esperaba más alláde lacrueldad, de laburlaquePetersiempre mostraba, unachispade humanidad, un vestigio de lo que alguna vez podría haber sido. Pero lo único queencontróen eseabismodefrialdadfueuna dureza implacable, unvacío absolutoque reflejaba ladestrucciónen su propio ser, como unespejo fríoque devolvía su propia imagen quebrada.

La desesperaciónse le instalóen el pecho, un nudotenso y fríoque lo asfixiaba. Todo lo que había querido, todo lo que habíasoñadoen algún momento —una familia, un hermano que lo comprendiera— yano existía. Lo único que quedaba era unvacíodeodioyviolencia, desombrasque se alargaban y consumían lo poco que quedaba deél. Aquel hermano, aquel hombre frente a él, ya no era más que unafigurasombría,un espectro de lo que pudo haber sido.

Peter, con una sonrisade desdén, lo observaba como si fuera unapieza rotade su propio juego, un juguete que ya no servía, queno merecíani siquiera su mirada. Y lo peor de todo, lo quequemabamás que eldolor físico, era queBernardolo sabía:nada de lo que quedabapodía cambiarlo.

El peso de susrecuerdosse entrelazó con larealidad crudade su situación, una verdad que se le clavaba en el alma como una espina envenenada. Cadaintento fallidode acercarse aPeterahora parecía un eco distante, burlándose de suesfuerzoy de laesperanzaque alguna vezalbergóen su corazón. Esos intentos, esosmomentos perdidos, ahora se reducían a nada más que sombras, risas macabras que resonaban en su mente.

Pero, a pesar de todo, algo en su interiorse negaba a sucumbir. Esehilo tenue, esa conexión apenas perceptible que quedaba entre ellos, erasu única fuerza, su único ancla en medio del abismo. Larabiay elodiodePeterno podían apagar por completo la chispa que aúnardíadentro de é ía que, a pesar de todo, no podía rendirse. No todavía. No mientras quedara algo, por mínimo que fuera, que valiera la pena salvar.

Con cadalatidode su corazón, con cada respiración dificultosa,se aferraba a ese hilo, porque sabía quesi lo dejaba ir, sería la última vez que se enfrentaría a lo que alguna vez fue su su última oportunidaddedesafiarlo, demantenerse entero, aún en la total oscuridad.

—No soy un perdedor—repitióBernardo, esta vez con la voz cargada derabia, como un rugido que retumbó en su pecho. Elmiedoque lo habíaacobardadodurante tanto tiempo comenzaba a disiparse,desapareciendoante la furia primitiva que nacía de lasprofundidades de su alma. Era como si cada fibra de su ser se reconstituyera, como si toda ladurezade supasadose reuniera en ese instante, alimentando sucoraje.

La furialo transformaba. Ya no veía aPetercomo un hermano, ni siquiera como una amenaza: lo veía como el obstáculo que debíasuperarpararecuperar lo que le quedaba de sí mismo. Larabiaya no era solo unarespuesta emocional, sino uncombustible, algo que loimpulsabamás allá de suslímites físicos.

—¡Soy más fuerte de lo que crees! —gritó, como un desafío que atravesaba el aire, un grito cargado de una energía destructiva. No solo era unretoaPeter, sino a su propia desesperación, al dolor, a todo lo que había intentado no era el hombre roto que había sido minutos antes; ahora eraalgo más. Algo que no se rendiría, no ahora.

Petersoltó unacarcajada oscura, un sonido que se filtró en el aire como si fuera unabofetada, humillante y venenosa. La risa estuvo cargada deburlaydesprecio, y resonó en el ambiente, atrapando el aire tenso que los rodeaba. Cadaecode esa risa parecíareforzarladesesperacióndeBernardo, como si fuera unabarrera infranqueable, un recordatorio de su supuesta impotencia.

Peterdio un paso haciaBernardo, su figuraimponentedibujándose como una sombra amenazante que se cernía sobre él. Se inclinó ligeramente, acercándose más, lo suficiente para que supresenciase hiciera sentir como un peso en el aire, casiopresiva. El brillo frío en sus ojos reflejaba laindiferenciahacia lo que quedaba de su medio hermano, como si estuviera mirando a un insecto atrapado en su telaraña, esperando el momento de dar el golpe final.

—¿De verdad crees que puedes desafiarme ahora?—preguntóPeter, su vozprofunday llena dedesdén, como siBernardofuera uninsecto insignificanteque ni siquiera merecía su atenció sonrisa cruelnunca desapareció de sus labios, reafirmando la certeza de que había ganado,de que lo controlaba todo.

Peterdejó escapar una risa baja, casisibilante, que se convirtió en uneco venenosoque llenó el espacio. Su mirada se clavó enBernardocomo undardo, y cada palabra que salía de su boca estaba impregnada desarcasmoydesprecio.

—Oh, lo sé, hermano. Eres fuerte, claro que sí—dijo, sus palabrasdeslizándosecon una suavidad peligrosa, casi como unvenenoque se esparcía sonrisa cruelen su rostro creció, alimentada por la visión deBernardodesmoronándose ante él, mientras sus ojos brillaban con unacrueldad mal disimulada—.Pero esa fuerza es una farsa, una mentira que te cuentas a ti mismo para no caer en pedazos.

Eldesdénen su voz era palpable, como siBernardofuera un espectáculo patético, un hombre que se aferraba a su última ilusión, un pobreespectroatrapado en su propioengañ un paso más cerca, el aire entre ellos cargado detensión eléctrica, como si unchoque inminenteestuviera por suceder.

—¿Qué vas a hacer ahora, eh?—continuó, sus palabras retumbando en los oídos deBernardo, como unacondenaque lo acorralaba aún más—.¿Seguirás luchando, o finalmente aceptarás que ya estás roto?

Cada palabra dePeterera como ungolpe mental, destrozando poco a poco la fachada deresistenciaqueBernardoaún intentaba mantener, hasta que lo único que quedara fuera de esa lucha fuera larealidad implacablede su impotencia.

Peterse detuvo en seco,ladeando la cabezacon una expresióninquietante, como siestudiaracada rincón de lasangrientafigura deBernardofrente a él. Su sonrisa,torcidaysiniestra, se ensanchó aún más mientras se tomaba un momento para disfrutar deldolory ladesesperaciónen los ojos de su hermano.

—Mira lo que has hecho, hermano—dijo con voz suave, como si estuvierahablandoa un niño desobediente. Laburlaera palpable, en cada palabra, en cadagesto—.Lo único que te queda es tu orgullo destrozado, tu cuerpo roto... y ni siquiera eso te salvará.

Su mirada recorrió de arriba a abajo lafiguramaltrecha deBernardo, deleitándose en la escena. Como si estuvierasaboreandocada segundo, como si esa imagen dedebilidadfuera elplato principalde un banquete que había esperado largo tiempo.

—Sabes, me divertí mucho...—continuóPeter, con un tono de voz bajo y venenoso—.Al principio, creí que al menos quedaba algo de ti que valiera la pena. Pero ahora... Ahora, sólo eres un saco de carne, un juego que ha llegado a su fin.

Susonrisacreció, sus ojosbrillandocon unamaliciaquedesbordabael un paso hacia adelante, ungesto lentoy calculado, como si estuvieracazandoa su presa, saboreando cadamilésima de segundo.

LarisadePeterfue seca y cruel, como el sonido de unrayocortando el aire, y sus palabras caían sobreBernardocomogolpes invisibles, cada una másdesgarradoraque la anterior.

—Eres patéticamente débil, hermano—dijo, su voz cargada de desprecio, como si estuvierahablandocon alguien que no merecía siquiera su atención—.Tan débil que hasta tu esfuerzo por alzar la voz me resulta risible.

Bernardo, que ya apenas mantenía laconciencia, sintió que esas palabras atravesaban su cuerpo comodardos,desgarrandolo poco que quedaba de su miraba con unasatisfacción fría, disfrutando de ver cómo laluzde resistencia se desvanecía en losojosde su medio hermano.

—Mírate—continuó, su voz ahora cargada demiseria—.Consumido por tus malditas enfermedades, atrapado en un cuerpo que no tiene futuro.

Lamiseriaen las palabras dePetercaló hondo. Cada frase se sentía como unamaldición, destilando unaverdadqueBernardose negaba a aceptar, pero que estabainclementemente presenteen cada dolorosolatidode su corazón destrozado.

Peterdio un paso adelante, disfrutando de lamiseria ajena, y, con una sonrisasádica, hizo una pausa dramática, como si saboreara el instante antes de pronunciar lasentencia final.

—Eres... cómo decirlo...—se detuvo, mirando aBernardocondesdén—.Eres un cadáver ambulante que se niega a morir. Una sombra de lo que podrías haber sido.

Las palabras dePetercortaron como unacuchilla,helandoel aire entre ellos, y la última chispa de esperanza que aún brillaba en los ojos deBernardose extinguió, apagada por elpesode supropiadesesperación.

Petersonrió de nuevo, un gestomortalquedejó claroque el sufrimiento de su hermano no solo lodivertía, sino quelo alimentaba,nutriéndosede cada centímetro de sudolor.

Bernardoapretó los dientes con tal fuerza que losdientescrujieron, su mandíbula temblando bajo la presió irase desbordaba en su pecho, como unabestia salvajeque luchaba por salir, pero no podía dejar que se descontrolara, no aún. CadapalabradePeterse clavaba en sumentecomo unpuñalafilado, despojado de toda humanidad, pero algo dentro de él seguía resistiendo.

Peter, al ver la lucha interna de su medio hermano, no hizo más quesonreír con satisfacción, sintiendo que cada palabra que salía de su boca era como ungolpe de martillosobreBernardo.

—Qué gracioso... —continuó, con su tono cargado deburla—.Tienes el valor de apretar los dientes, pero sigues siendo débil, hermano. Cada vez que intentas resistir, me demuestra lo poco que te queda dehombre.

ElesfuerzodeBernardopor mantenerse en pie, por no ceder aldesgastefísico y emocional, era casiheroicoen su desesperación. El dolor lo consumía, cadarespiraciónse sentía como si tuvieragarrasclavadas en sus pulmones, pero lafuriaseguía latiendo en su interior.

Peterdio otro paso hacia él, como unaserpienteacechando a su presa. Sumiradaestaba fija en los ojos deBernardo, como si quisiera verhasta qué puntopodíaromperloantes de que sequebrarapor completo.

—Nunca lo entenderás... —murmuró, casi como si estuviera hablándose a sí mismo—.Nunca serás más que una sombra.

Bernardo, con la sangre cayendo como lluvia desde su rostro, con lacarniceríade su cuerpo siendotestigode una lucha que no solo era contra su hermano, sino contra elpesode su propia vida, senegóa ceder. En sualmasangrante, algo aúngritaba. Algo que serehusabaa sucumbir.

—No...—susurró, y aunque su voz estaba rasgada por laagonía, las palabras fueron unadeclaración. —No soy lo que tú crees.

Concada fibrade su ser, contodo lo que le quedaba,Bernardoencontró una últimallamaen su interior. No iba a permitir quePetertuviera la satisfacción de verlocaercompletamente.

Aunque su cuerpo estuviera al borde de ladestrucción, sumenteaún se mantenía intacta,resistiendo, con elfuegode una rabia y una determinacióninalcanzablespara alguien comoPeter.

Peterextendió los brazos como si estuviera ofreciendo un espectáculo, su voz resonando con un sarcasmo gélido que parecía llenar cada rincón del lugar.

—Vamos, dilo, , ¿no es acaso laverdadlo que te he dicho? —Hizo una pausa, su mirada perforando aBernardocomo un cuchillo—. ¿Cuántos años tienes ahora?20 años, ¿cierto? —Su tono se volvió más teatral, burlón hasta la médula—.20 malditos años.

Bernardopermaneció en silencio, su pecho subiendo y bajando con un ritmo irregular mientras trataba de mantener la compostura. Las palabras dePetereran como latigazos que alcanzaban no solo su cuerpo, sino su alma misma.

—Durante tantos años, no has logrado nada. —Peterse acercó un paso más, señalándolo con un dedo ensangrentado, como si estuviera dictando una sentencia—. Esecuerpo tuyo... es inútil. Un maldito desperdicio de carne y aún así, durante la mitad de tu vida, fuiste algo más, ¿no es cierto? —Hizo una pausa, su sonrisa torcida mostrando un rastro de admiración torcida—.Un ejemplo de fortaleza, te llamaban. Se te dijoprodigio.

La última palabra cayó como una burla venenosa, un recordatorio de todo lo queBernardohabía sido y ya no era. La lucha interna en los ojos deBernardose intensificó, un choque entre la rabia y el dolor quePetersabía manipular tan bien.

—¿Qué pasó, hermano? —continuóPeter, inclinándose lo suficiente como para susurrar, con una malicia que casi parecía íntima—. ¿En qué momento decidiste dejar que todo se fuera al infierno?¿En qué momento te volviste esto?

El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el goteo constante de la sangre deBernardo, cayendo al suelo como un metrónomo ó los ojos por un instante, intentando bloquear las palabras que, a pesar de todo, calaban hondo.

Peterdejó escapar una risa seca, llena de una mezcla de diversión y desprecio. Dio un paso hacia adelante, levantando la daga entre sus dedos como si estuviera contemplando un trofeo, antes de señalarla haciaBernardocon un gesto casual pero cargado de amenaza.

—Pero, querido hermano, dime... ¿qué fue lo que pasó en tuprueba de despertar? —Su tono era un cuchillo afilado, cortando cualquier intento deBernardopor mantenerse firme—.El resultado final. Lo que tengo aquí.

Alzó su otra mano, cubierta de sangre, como si sostuviera un recuerdo invisible entre sus ó de forma cruel, inclinándose hacia él como un cazador disfrutando del sufrimiento de su presa.

—Te volviste esta estúpida versión de ti mismo.—Las palabras salieron como un veneno, cada sílaba goteando con burla—. Un lisiado que, aun así, tuvo dotes que jamás debió haber recibido. —Hizo una pausa, observándolo con frialdad, como si evaluara cada herida, cada pedazo roto de su hermano—. Porque, dime, ¿por qué debes tener algo que solo los fuertes merecen?

El silencio se hizo pesado, cargado de tensión, mientrasPeterdaba un paso más, haciendo que su sombra cubriera por completo aBernardo, quien aún tambaleaba, agotado, pero sin ceder.

—Es irónico, ¿no crees? —Peterinclinó la cabeza, su voz goteando un sarcasmo helado—.Un prodigio caído,alguien que una vez fue alabado... pero que ahora no es más que un desperdicio de lo que pudo haber sido.

Peterno esperó una respuesta. Su frustración se transformó en violencia inmediata; levantó la pierna y propinó una patada brutal en el costado deBernardo, quien se desplomó con un gemido ahogado mientras la fuerza del golpe resonaba en el suelo.

—¡Dime,cuántas habilidades innatas tienes, maldito! —gritóPeter, su voz cargada de una mezcla de rabia y burla, mientras su mirada se clavaba en el rostro ensangrentado de su hermano.

Bernardoapretó los dientes, luchando por recuperar el aliento. Cada respiración era un suplicio, pero no dijo nada. El silencio parecía irritar aún más aPeter, que lo tomó como una ofensa personal.

Peterlanzó otra patada, esta vez dirigida a las costillas deBernardo, quien rodó por el impacto, su cuerpo torcido como un muñeco de trapo.

—¡Contesta! —rugió, inclinándose hacia él, su rostro una máscara de furia—.¿Cuántas habilidades tienes?¡Vamos, dilo! ¿O es que también eres demasiado débil para admitirlo?

El aire estaba cargado de tensión, la voz dePeterretumbando como un látigo. En el suelo,Bernardoapenas podía moverse, pero en sus ojos ardía una chispa de desafío, pequeña pero inquebrantable.

Bernardolevantó la mirada, su rostro ensangrentado deformado por una sonrisa macabra. Los dientes faltantes y los que quedaban manchados de sangre solo añadían un aire de desafío oscuro a su expresión. A pesar del dolor que lo consumía, no pudo resistirse a provocar a su hermano.

—Tengo tres habilidades innatas, Peter, —dijo con voz entrecortada, pero cargada de una fuerza desafiante. Su sonrisa se amplió aún más mientras veía la chispa de envidia encenderse en los ojos de su hermano menor—.Todas en el rango A o superior.

El silencio que siguió fue ó, su rostro endureciéndose mientras las palabras deBernardose hundían como dagas en su orgullo. Era un golpe que no esperaba, una confesión que lo hacía arder de celos.

Bernardodejó escapar una risa áspera, un sonido tan débil como hiriente. —¿Lo sientes, Peter?Esa quemazón en el pecho... Eso es envidia. Aunque sea un "cadáver ambulante", como dices, sigo siendo más valioso que tú en algo. ¿No es irónico? —La risa se transformó en una tos violenta, pero la chispa burlona no desapareció de sus ojos.

Peterapretó los puños con tanta fuerza que los nudillos se volvieron blancos. Su mandíbula tembló mientras luchaba por mantener su fachada fría, pero la rabia y la humillación se filtraban en cada uno de sus gestos. Dio un paso hacia adelante, su sombra cubriendo el rostro deBernardo, que seguía mirándolo desde el suelo como si disfrutara del espectáculo.

Bernardo, a pesar de su condición deplorable, dejó escapar esas palabras con una claridad cruel, su voz rasgada pero llena de un orgullo inquebrantable:

—Dime cuántas tienes, Peter.—La pregunta resonó como un golpe enel lugar, y la sonrisa ensangrentada deBernardose amplió con una satisfacción oscura—.Soy y seguiré siendo superior.

La burla en su tono era imposible de ignorar, y el veneno en sus palabras se clavó profundamente enPeter, quien se quedó inmóvil por un instante, sus ojos entrecerrándose mientras el odio y la humillación se mezclaban en su rostro.

—¿Superior?—repitióPetercon un gruñido, inclinándose haciaBernardocomo un depredador listo para atacar. Su respiración se volvió más pesada, y la daga en su mano tembló ligeramente, revelando el torbellino interno que luchaba por controlar—.¡No tienes derecho a decir eso!

Bernardosoltó una risa débil, salpicada de sangre, pero no desvió la mirada. —¿No tengo derecho?Claro que lo tengo. Tú lo sabes, Peter. Puedes sentirlo, ¿no? Aunque esté aquí, roto, soy lo que nunca podrás ser.*

Las palabras eran como brazas ardiendo, encendiendo un fuego peligroso enPeter, quien finalmente explotó, levantando la daga y arrojándola al suelo con un grito furioso. El sonido metálico resonó, pero no fue suficiente para silenciar la risa ahogada deBernardo.

—¡Cállate!—rugióPeter, pero su voz traicionaba algo más que rabia. Había una duda latente, una grieta en su máscara de seguridad, yBernardolo notó, como un lobo oliendo la debilidad en su enemigo.

Bernardoescupió un torrente de sangre, pero su mirada no perdió el filo mientras lanzaba sus palabras como cuchillas, cada una cargada de un desprecio visceral:

—Solo me tienes así por mis no fuera por esta maldita carga... tú, tu madre, tu abuelo, tus miserables primos, tus malditos tíos... —hizo una pausa, jadeando, antes de clavar su mirada ardiente enPeter—. Y sobre todo esa patética excusa que se hace llamar mi progenitor... ¡A todos los aplastaría! ¡De la forma más humillante que puedan imaginar!

Peterretrocedió un paso, no por miedo, sino por la pura intensidad de la declaración. La rabia latente enBernardoera casi palpable, una fuerza que, aunque contenida por su deteriorado cuerpo, amenazaba con romper cualquier límite impuesto.

—¿Crees que eso me asusta?—respondióPeter, pero su voz temblaba levemente, como si algo en las palabras deBernardohubiera logrado alcanzarlo—. ¡Sigues siendo un lisiado! Un cadáver que se aferra a sueños imposibles.

Bernardosoltó una risa ronca, su rostro manchado de sangre y sudor, pero sus ojos brillaban con una ferocidad que no podía ser apagada.

—Y aun así... mírate.—su voz, aunque quebrada, era como el rugido de un león enjaulado—. Necesitaste a todos ellos para detenerme. Necesitaste las trampas, las enfermedades, las malditas circunstancias. Porque sabías que si hubiera estado completo... ninguno de ustedes habría tenido siquiera una oportunidad.

El silencio que siguió fue como una tormenta contenida, y en ese instante,el lugarpareció encogerse bajo el peso de las palabras deBernardo, cargadas con la fuerza de una voluntad que ni siquiera el dolor más extremo había logrado quebrar.

Bernardoescupió nuevamente al suelo, dejando una mancha oscura que parecía una extensión de la brutalidad del momento. Levantó la cabeza, su sonrisa desfigurada mostrando el contraste entre su estado físico destrozado y la intensidad inquebrantable de su espíritu.

—Oh, ¿quieres saber una verdad absoluta, pequeño niño imbécil?—sus palabras goteaban veneno y desafío—. Tu idiota abuelo, ese patético fósil que se cree omnisciente, está convencido de que mi habilidad reside en mis ojos... —hizo una pausa, sus labios torciéndose en una sonrisa aún más amarga—. Más específicamente, en mi ojo sano.

La risa ronca deBernardoresonó enel lugar, un eco que arañaba los oídos dePetercomo garras invisibles.

—Pero no.—El tono deBernardose volvió un rugido envenenado, cada palabra un golpe directo a la arrogancia de su hermano—. Estúpidos monos incapaces de razonar más allá de lo que ven. ¿Crees que un simple órgano puede contener algo tan vasto? Mis habilidades no tienen nada que ver con mis ojos.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, a pesar del dolor que consumía su cuerpo, y susurró con una intensidad casi sobrenatural:

—Mis habilidades están ligadas a mi alma.

La declaración cayó como una sentencia, un peso que congeló el tensó, sus ojos oscilando entre incredulidad y un destello de algo que no quería admitir: miedo.

—Sí, Peter. Mi alma, indomable y eterna. Mientras exista, no importa cuánto daño me hagas. Siempre estaré aquí. Siempre seré superior a ti.

El lugarpareció oscurecerse, como si las mismas palabras deBernardohubieran absorbido la luz, dejando aPeteratrapado en la sombra de una verdad que no podía destruir con sus golpes.

Bernardoescupió un grueso coágulo de sangre al suelo mientras su sonrisa desfigurada persistía. Respiró con dificultad, cada inhalación como si estuviera sorbiendo vidrios rotos, pero sus ojos seguían clavados enPeter, brillando con una mezcla de desafío y burla.

—¿Sabes por qué acepté esto? —murmuró, su voz rasposa pero clara, cortando el aire pesado como una cuchilla—. Porque incluso si sacrifican mi cuerpo... —hizo una pausa para tragar la sangre que llenaba su boca—. Lo que obtengas será tan degradado, tan miserable, que no se equiparará ni de lejos a lo que mi lamentable cuerpo ya posee.

La risa deBernardobrotó entrecortada, una mezcla de sarcasmo y locura, resonando en la estancia como un eco burlón.

—Vamos, ríe, hermani...

Peter, con los ojos inyectados de rabia, no dejó que terminara. Su pie se alzó con fuerza y descendió como un martillo, impactando contra el rostro deBernardocon un sonido seco y brutal.

El cuerpo deBernardocayó al suelo con un golpe pesado, un amasijo de carne maltratada que apenas respiraba. Su cabeza giró hacia un lado, y un hilo de sangre fluyó desde su boca hasta el suelo, formando una mancha oscura.

Peterse inclinó hacia él, su rostro iluminado por una mezcla de desprecio y furia contenida.

—Cállate —escupió, su voz tan cortante como el filo de un cuchillo—. No necesito tu patética filosofía.

El silencio volvió a caer enel lugar, roto solo por el sonido sordo de la respiración entrecortada deBernardo, quien, a pesar de todo, dejó escapar una débil carcajada desde el suelo. Era un sonido tan frágil como desafiante, un recordatorio de que, aunque lo aplastaran, su espíritu seguía allí, resistiendo.

—No puedo ni imaginar cuáles son tus buenas cualidades—se burló, acercándose más hasta que sus palabras parecían atravesar directamente la piel de Bernardo—. ¿Tu "fuerza"? Es inútil. ¿Tu "voluntad"? Es solo un grito desesperado de alguien que ya está derrotado. Lo único que vales ahora... es el espectáculo de cómo te rompo.

Bernardolevantó la cabeza con un esfuerzo titánico, sus ojos hinchados y enrojecidos perforando aPetercon una intensidad feroz. Escupió un denso chorro de sangre y saliva que aterrizó a pocos centímetros de los pies de su hermano.

—¿Y qué dices de mi capacidad para sacarte de tus casillas? —respondió, su voz rota, pero cargada de un veneno que igualaba al dePeter—. Apuesto a que te mata por dentro, ¿verdad? Que, incluso en este estado, siga aquí, mirando cómo necesitas tanto para "romperme".

El rostro dePeterse contrajo en una mueca de furia, pero intentó mantener su compostura. Dio otro paso haciaBernardo, inclinándose hasta quedar lo suficientemente cerca como para que sus respiraciones se mezclaran en el aire pesado.

—¿Romperte? —dijo en un susurro lleno de veneno, mientras tomaba el cabello deBernardoy forzaba su cabeza hacia atrás—. Tú ya estás roto, hermano. Yo solo estoy recogiendo los pedazos que dejaste atrás cuando decidiste aferrarte a esa patética "esperanza".

Bernardose rió entre dientes, una carcajada ronca y dolorosa que rebotó en las paredes.

—Entonces hazlo... termina de una vez —gruñó, la burla brillando en su mirada incluso en la penumbra de su condición—. Pero sé esto,Peter: no importa cuánto intentes demostrar lo superior que eres. Siempre serás una sombra de lo que yo podría haber sido. Y eso... eso te va a perseguir hasta el fin de tus días.

Las palabras deBernardogolpearon aPetercomo un puñal invisible, arrancándole un brillo de rabia que no pudo ocultar. Sin pensarlo, levantó su pierna y descargó otra patada brutal contra el cuerpo deBernardo, quien apenas hizo el esfuerzo de protegerse.

—¡Cállate de una maldita vez! —gritóPeter, su voz resonando enel lugarcomo un trueno, lleno de frustración.

Desde el suelo,Bernardosoltó otro hilo de sangre junto a una débil sonrisa torcida.

—Eso es todo lo que tienes... ¿verdad? Golpear a alguien que ya está caído. Qué grande eres, "hermano".

Peterextendió los brazos como un actor en el clímax de una tragedia, su sonrisa torcida y ojos llenos de burla iluminados por la tenue luz.

—¡Míralo, mundo! —exclamó con dramatismo exagerado, su voz resonando en la estancia vacía—. El granBernardo, reducido a un montón de huesos rotos y sueños destrozados. ¿No es un espectáculo digno de aplausos?

Bernardodejó escapar una risa baja y ronca que se convirtió en una tos violenta. El dolor irradiaba desde sus costillas, pero aún así no pudo evitar reírse más fuerte.

¿Qué demonios me pasa?pensó, mientras las lágrimas corrían por su rostro, mezcla de dolor físico y lo absurdo de la situació vez tengo un fetiche por el masoquismo. O tal vez finalmente me volví loco...Su risa se intensificó, atrayendo la atención dePeter, cuya mueca pasó de burla a confusión.

—¿De qué te ríes, imbécil? —espetó, dando un paso hacia él, su tono cargado de irritación.

Bernardolo miró desde el suelo, sus labios ensangrentados curvándose en una sonrisa extrañamente serena.

—De ti... y de mí —dijo con voz entrecortada, cada palabra salpicada de un leve jadeo—. ¿Sabes qué es lo gracioso? Aquí estás, "triunfando", y aquí estoy yo, disfrutando cada segundo de tu pequeño show. Tal vez sea porque sé que me estoy muriendo... o tal vez, porque finalmente me doy cuenta de lo patético que es todo esto.

Peterapretó los puños, claramente afectado por el cambio de tono deBernardo.

—¿Patético? —repitió, inclinándose hacia él con una furia contenida—. ¿Crees que esto es patético?

Bernardoasintió lentamente, su sonrisa ensanchándose a pesar del dolor que provocaba en su rostro hinchado.

—Sí,Peter. Tú, yo, esta maldita familia... todo esto. Un montón de ratas luchando por migajas mientras el mundo sigue girando sin nosotros.

Las palabras deBernardoparecían perforar algo en el interior dePeter, pero en lugar de responder, simplemente levantó su pie y lo dejó caer sobre el pecho de su hermano con una fuerza brutal.

Bernardojadeó, sintiendo como si un trueno lo atravesara. Y, sin embargo, su risa no se apagó. La situación era tan absurda, tan ridícula, que no podía evitar reírse incluso mientras el dolor lo consumía.

—Supongo que no hay mejor manera de morir que con una buena broma —murmuró, escupiendo más sangre mientras la oscuridad comenzaba a cerrarse a su alrededor.

Petermiró aBernardoen silencio, respirando de manera irregular. La risa de su hermano, un sonido burlón y lleno de sufrimiento, le resultaba extrañamente incómoda. Lo había golpeado, lo había despojado de casi toda su humanidad, pero ahí estaba, aún desafiante, aún con esa sonrisa macabra.

—¿Sabes qué? —dijoPeter, con la voz más baja, cargada de un veneno frío—. Te estás aferrando a algo que no entiendes. Crees que esta broma es una forma de salvación... Pero,Bernardo, solo estás retrasando lo inevitable. Yo ya te he ganado.

Bernardolevantó la cabeza, sus ojos llenos de una fatiga feroz. Podía sentir el sabor metálico de la sangre en su boca, la sensación de que el cuerpo ya no le respondía, pero aún así, miró a su hermano con una mirada que parecía atravesarlo.

—¿Ganar? —murmuró con voz rasposa, apenas un susurro—. No. No has ganado nada,Peter. Esto no es una victoria para ti. Esta es solo... tu última función, la gran actuación.

Peterapretó los dientes, una oleada de ira lo recorrió.Bernardoestaba más allá de la derrota, más allá de la desesperación. Estaba desmoronándose, sí, pero de una manera que no encajaba en el guion quePeterhabía escrito para él.

—Sigues siendo un estúpido —dijo, tomando una profunda bocanada de aire, intentando recuperar el control—. No entiendes nada, ¿verdad? No sabes lo que se necesita para ser verdaderamente fuerte. Eres un fracasado,Bernardo. Un inútil. No tienes nada...

Bernardosoltó una risa seca, que sonó como una explosión de aire comprimido entre sus labios.

—Eres patético,Peter. Tienes todo este poder, todo este odio... y aún así... sigues siendo el mismo niño enojado, buscando algo que te haga sentir superior. Pero no eres más que un reflejo. Un eco.

Petertembló por un momento. Las palabras deBernardole daban en el corazón, como si algo dentro de él, algo profundamente enterrado, comenzara a resquebrajarse.

—Cállate —gruñó, dando un paso atrás y levantando la daga con una violencia renovada.

Bernardosonrió una última vez, esta vez con tristeza en sus ojos.

—Hazlo. —La voz deBernardoera un susurro, casi vacío—. Mátame, si eso te hace sentir mejor. Pero al final...Peter, al final... no va a significar nada. Tú sigues siendo el prisionero de tu propia ira, de tu propio vacío. Y no importa cuántas veces me mates... nunca vas a llenar ese hueco.

El lugar se quedó en un tenso silencio, con el único sonido del viento que golpeaba las paredes distantes. La daga brilló en las manos dePeter, pero en sus ojos, algo comenzaba a vacilar.

Bernardocerró los ojos lentamente, como si estuviera aceptando su destino, pero al mismo tiempo, comprendiendo algo que quizásPeternunca entendería. Lo que le quedaba no era el cuerpo, no eran las heridas ni la sangre. Lo que le quedaba era algo que nadie podía robarle. Una paz resignada, una verdad que se había logrado dentro de él, más allá de la tortura, más allá de todo lo que había perdido.

—Al menos... aún tengo algo que tú nunca vas a conseguir —murmuróBernardo, su voz agotada pero llena de una serenidad inquietante.

Y aunquePeterestaba a punto de acabar con él, algo en la atmósfera comenzó a cambiar. La furia dePeteraún era palpable, pero algo dentro de él se quebraba.

Bernardodejó escapar una risa macabra, una carcajada que vibraba en las paredes del cuarto, llenando el aire con una tensión palpable. Su cuerpo, marcado por el sufrimiento, temblaba, pero en sus ojos brillaba algo más que un simple destello de desesperación: era un reflejo de locura, pero no una locura común. Era la risa de un hombre que había visto la muerte y la había devorado con su alma, una risa que surgía de un lugar profundo y oscuro dentro de él, donde la desesperación se transformaba en algo más peligroso.

Peterlo observó, la daga en su mano temblando ligeramente. Había esperado ver quebrarse aBernardo, ver cómo caía ante su poder, cómo sucumbía a la tortura, pero no, lo que presenciaba era algo aún más inquietante:Bernardono se rendía, no caía. La risa no era de un hombre derrotado, sino de alguien que había alcanzado la paz en la más absoluta de las oscuridades.

—¿Qué demonios te pasa?—gritóPeter, sus ojos desorbitados de ira, pero también de una curiosa incomodidad, una que no podía comprender—.¿Estás completamente loco?

Bernardono respondió inmediatamente, dejando que la risa se desvaneciera lentamente en un susurro grave, como el eco de una tormenta que se alejaba. Sus ojos se fijaron enPeter, una intensidad que no tenía nada que ver con la rabia o el miedo. Era algo mucho más profundo, un vacío absoluto que se había convertido en su fortaleza.

—La locura...—murmuró, su voz grave, cargada de un dolor que no provenía de su cuerpo, sino de su alma rota—.¿Crees que soy el loco?—su risa volvió a salir, esta vez más tranquila, más macabra—.No entiendes, hermano. No soy el el que se ha liberado.

Peterfrunció el ceño, sintiendo que algo comenzaba a desmoronarse dentro de él. Las palabras deBernardolo golpearon con una fuerza inesperada. Aquello no era solo una batalla física; era algo más, algo quePeterno alcanzaba a entender, algo que había estado presente en su hermano todo este tiempo y que él, cegado por el odio, no había visto.

Bernardorespiró profundamente, dejando que el aire frío llenara sus pulmones mientras sus pensamientos giraban, cada uno buscando su propia verdad.

—Mi fuerza no viene de este cuerpo,Peter—dijo, con una claridad brutal, una verdad nacida de la desesperación y la resistencia—.Mi fuerza nace de lo que me queda después de todo lo que me han quitado. De cada golpe, de cada traición, de cada día que he tenido que sobrevivir sin importar las probabilidades. Eso no lo puedes destruir.

La mirada deBernardose endureció, sus ojos fijos en los dePeter, como si finalmente hubiera entendido algo crucial sobre él mismo, algo quePeterjamás podría entender.

Petertembló, no de miedo, sino de frustración. Todo su mundo, toda su certeza de ser superior, comenzó a desmoronarse ante é deshecho, sí, pero su alma seguía siendo una fuerza indomable. ¿Cómo podía ser esto posible? ¿Cómo podía alguien estar tan destrozado y aún así ser más fuerte que él?

—¿Y ahora qué?—preguntó, intentando recuperar su dominio, pero su voz temblaba, la confianza se desmoronaba ante la creciente realidad de lo queBernardorepresentaba.

Bernardosonrió una vez más, esta vez con un aire de triunfo silencioso.

—Ahora...—su voz fue un susurro, pero las palabras resonaron con una fuerza que no podría ignorarse—.Ahora, hermano, te toca a ti enfrentarte a lo que nunca entendiste: no es el poder lo que importa. Es la capacidad de resistir.

Y en ese momento,Petercomprendió, pero era demasiado tarde. Lo queBernardohabía devorado no era la locura, sino la verdad más aterradora de todas: que la resistencia de un ser humano no se mide en cuerpo, ni en habilidades, ni en fuerza física, sino en su capacidad para seguir luchando cuando todo lo demás ha caído.

Bernardo se reía liberando y dejando que su cordura se desvanezca, al igual que cierto payaso psicótico de pelo verde proveniente de un comic, su risa era loca, había visto al abismo y el abismo huyo al presenciar que este humano había devorado el concepto de la locura, ese sentimiento profundo dentro de él no se rendía.

Bernardo se tambaleó hacia adelante, sus pies apenas sosteniéndolo, pero su mirada era una mezcla de desafío y furia contenida., llevo su mano que aun estaba con un gran agujero debido a la daga que Peter uso para clavarlo.

—¿Es eso lo único que tienes, Peter? Palabras vacías, burlas baratas.Tú, el gran "hermano fuerte", ¿necesitas destrozarme con insultos porque no puedes soportar lo que eres en realidad? —Su voz, aunque temblorosa, estaba impregnada de burla loca. Cada palabra era una bofetada emocional dirigida al orgullo de Peter.

Peterse detuvo, su respiración se volvía más pesada mientras observaba aBernardoavanzar, tambaleándose, pero con una mirada que parecía desafiar todo lo que él había hecho hasta ese momento. La risa burlona deBernardoresonó en el aire, un sonido desgarrador que destrozaba la quietud de la escena. La daga había dejado una herida profunda, pero esa herida no parecía ser lo que más le dolía aBernardo. No, lo que lo devastaba era la tortura emocional de ver cómoPeter, el hermano que había jurado aplastarlo, estaba empezando a perder el control de sí mismo.

Peterapretó los dientes, y una vena se marcó en su cuello, su enojo intensificándose. Sin embargo, las palabras deBernardolo dejaron sin respuesta por un momento. La mirada deBernardo, aunque ensangrentada y quebrada, desbordaba una furia contenida que le era completamente ajena. ¿Cómo podía seguir resistiendo? ¿Cómo podía seguir luchando, después de todo lo que había hecho para quebrarlo?

—¡Cállate!—gritóPeter, dando un paso hacia él, su voz llena de una furia cegadora. El control se deslizaba entre sus dedos, y el miedo comenzó a aflorar en lo profundo de su pecho, un miedo que no sabía cómo manejar. La idea de queBernardopudiera ser más fuerte de lo que él había imaginado lo aterraba.

Bernardose dejó caer de rodillas, pero no era derrota lo que se reflejaba en su rostro, sino una extraña forma de victoria. La furia y el dolor que sentía solo alimentaban más su desafío.

—¿Qué te pasa, Peter?—dijo con una sonrisa torcida, sus ojos brillando con una intensidad desbordante. El cuerpo le dolía, sus movimientos eran lentos, pero había algo en su alma, algo que no se podía doblegar. —¿Te duele más saber que no puedes destruirme? ¿Que no importa lo que me hagas, siempre seguiré aquí?

La risa deBernardoera ahora un rugido de furia, como si hubiera encontrado algo quePeterjamás entendería: una fuerza indestructible nacida del sufrimiento, una resistencia que no podía ser quebrada por nada ni por nadie.

Peterretrocedió un paso, confundido. El miedo comenzaba a teñir sus estaba cediendo, no se estaba quebrando, no de la manera quePeterhabía esperado. Su hermano, en su dolor, parecía haberse convertido en algo mucho más aterrador que cualquier cosa quePeterhubiera anticipado.

—¡Te destruiré, hermano!—gritóPeter, sus palabras ahora teñidas de desesperación. No sabía si aún podía mantener el control. Pero las palabras deBernardolo estaban destrozando por dentro. ¿Qué era lo que realmente importaba en esta batalla? ¿Qué es lo que realmente buscaba?

Bernardolevantó la cabeza, su mirada era fija, desafiante, y algo más. Era la mirada de alguien que había sido despojado de todo, pero que aún se aferraba a lo que más temía perder: su voluntad de resistir, su determinación para seguir adelante a pesar de todo.

—Haz lo que quieras, Peter.—La voz deBernardosonó grave, casi sin emoción, pero llena de una calma profunda—.Al final, solo tú serás el que se quiebre. Yo ya he pasado por todo. No hay nada que me puedas hacer que no haya sentido antes.

Petervaciló, el peso de las palabras deBernardocomenzando a penetrar en su mente. ¿Era esto lo que le quedaba a su hermano? ¿Resistir sin importar las heridas? ¿Era esto lo que él mismo temía más que cualquier otra cosa? El pensamiento lo sacudió con fuerza.

PeroBernardosolo sonrió, un gesto que parecía desafiar todo lo quePeterhabía sido. Y sin dudarlo,Bernardose levantó lentamente, desafiando su propio cuerpo, desafiando todo. Porque en lo más profundo de su ser, sabía que la verdadera fuerza no era la que destruía. La verdadera fuerza era la que resistía, la que se levantaba después de la caída, una y otra vez.

Peterlo miró, sus ojos llenos de rabia, pero también de una inquietante ía de pie, aunque sangrando, aunque roto, y lo que más le aterraba era la calma de su hermano, la imparable certeza de queBernardoaún no había terminado.

Soy un lisado hermanito, un lisiado con el mayor poder y potencial que existe en esta pútrida existencia, pero y que eres tu hermanito

Peter frunció el ceño, su sonrisa desapareciendo por un momento antes de ser reemplazada por una mueca aún más oscura.
—¿Lo que soy?—gruñó, dando un paso adelante—. Soy alguien que no teme destruir lo que sea necesario para alcanzar mi propósito. Tú, en cambio, eres un peso muerto que se aferra a recuerdos y fantasías de una familia que nunca existió.

Bernardo lo miró fijamente, su risa aún resonando en su pecho como una amenaza, pero sus ojos ardían con una intensidad que Peter no esperaba. La furia y el desprecio que emanaban de él eran palpables, pero también lo era algo más: el reconocimiento de su propio poder.

—Lo que sea necesario, dices... —su voz fue suave, casi un susurro, pero cargada con un veneno letal—. ¿Y qué pasa cuando lo que destruyes te destruye a ti también? Porque no importa cuánto lo intentes,tú también eres un peso muerto, Peter. Aferrándote a una falsa creencia de superioridad, creyendo que puedes doblegarme como si fuera una sombra más en tu yo no soy eso.

La respiración de Bernardo se agitaba, pero su postura era firme, su cuerpo desafiando el dolor y las limitaciones físicas, sus palabras como cuchillas debilidad que tú ves, hermano, es la fuerza que no entiendes.

Peter, atónito por un momento, sintió el peso de esas palabras como una bofetada que nunca había esperado recibir. No solo desafiaba su poder físico, sino también el dominio que pensaba tener sobre su hermano, el que creía haber aplastado y dejado atrás.

La atmósfera se cargó de una tensión insoportable, como si el aire mismo hubiera sido cortado en pedazos, y todo lo que quedaba era el sonido de sus respiraciones entrecortadas, como si el mundo se hubiera detenido, esperando el siguiente movimiento.

—Tú no eres nada más que un niño asustado que se esconde detrás de la violencia y las mentiras.—dijo Bernardo, su voz resonando con una convicción que Peter no había visto antes—. ¿Y sabes por qué? Porque la verdad es quelo que me queda no es tuyo para destruir.

Un grito feroz salió de sus labios cuando dio un paso hacia adelante, las fuerzas agotadas por el sufrimiento, pero movido por la necesidad de probar que Peter estaba soy un lisiado, no soy una sombra. Soy lo que te llevará a tu fin, Peter.

Bernardo alzó una mano ensangrentada, señalando a Peter con un dedo tembloroso pero firme.
—¿Y tu propósito?¿Qué es? ¿Demostrar que eres mejor que yo? ¿O solo estás buscando justificar toda la mierda que has hecho? Porque, pequeño imbécil, lo único que veo aquí es a alguien que está más perdido de lo que jamás estaré.

Peter apretó los dientes, el rostro torcido en una mueca de rabia brotó de su interior como un torrente, su cuerpo tenso, las manos abiertas en un intento de contener la tormenta que hervía en su pecho.

—¿Perdido?—la palabra se deslizó entre sus labios como una amenaza. Dio un paso hacia adelante, su mirada cargada de veneno y desprecio—.Lo único que he hecho, hermano, es lo que cualquiera con un mínimo de sentido común haría: sobrevivir.Y si para eso tengo que destruir todo lo que se cruza en mi camino,lo haré.Incluso si eso significa aplastarte una vez más.

El aire entre ellos parecía espeso, como si cada palabra añadiera peso a la atmósfera. Bernardo apenas podía mantenerse de pie, pero sus ojos, esos ojos desbordando desafío, no se apartaron de Peter ni un segundo. La risa que había dejado escapar antes resonó en su mente, como una carcajada burlona dirigida a sí mismo, pero no de desesperació allí venía su poder: la aceptación del caos y el sufrimiento.

—¿Sobrevivir? —repitió Bernardo, su voz grave, casi un susurro mortal. La sangre que manchaba su rostro parecía darle un brillo casi macabro—.No, hermano. Lo que estás haciendo no es sobrevivir. Estás enterrándote en tu propia mierda, y no te das cuenta de que cada vez que pisas más hondo, te hundes más.

Sus palabras eran crueles, pero estaban impregnadas de una verdad amarga que comenzaba a calar en la mente de Peter. No lo entendía,no lo aceptaba, pero esa sensación de desmoronarse por dentro comenzaba a abrir un abismo en su pecho. Sin embargo, su orgullo,su necesidad de controlle mantenía firme, como si la única forma de sobrevivir a esa tormenta interna fuera continuar destruyendo.

—Y qué si me hunde, Bernardo—dijo, con una sonrisa torcida—.La única diferencia entre tú y yo es que yo ya acepté lo que soy. Tú todavía te aferras a esta farsa.

El brillo de su mirada era el reflejo de alguien dispuesto a perderlo todo por no admitir que, en el fondo, había algo de lo que temía perderse. Y lo que Peter no podía entender, lo que no quería ver, era que su hermano, su "lisiado", ya había superado esa lí ya no temía lo que él podía hacer.

Y eso era lo que realmente lo aterraba.

Peter rugió, su paciencia agotándose. Con una rapidez letal, lanzó un puñetazo directo al rostro de Bernardo, quien apenas alcanzó a girar la cabeza para minimizar el golpe resonó, lanzándolo al suelo con un ruido sordo. La sangre brotó de su labio partido mientras se levantaba con esfuerzo.

La rabia de Peter era palpable, cada movimiento cargado de un odio puñetazohabía sido brutal, y el sonido del impacto había resonado como un eco en las paredes del ó de espaldas, el suelo frío recibiéndolo con dureza, pero no fue suficiente para quebrarlo por completo. Su labio partido palpitaba, y la sangre comenzó a escurrir por su rostro, pero ni el dolor ni la humillación lograban apaciguar su fuego interno.

Se levantó lentamente, las manos temblorosas pero decididas, presionando el costado para mantenerse mirada fija en Peter, esa mirada desafiante, como si cada golpe recibido solo fortaleciera su determinació ira lo envolvía, alimentada por la humillación y el sufrimiento, pero también por algo más profundo, una necesidad de demostrar que nada, ni siquiera su propio cuerpo, lo haría ceder.

—¿Eso es todo?—la voz de Bernardo sonaba áspera, casi como una risa siniestra que escapaba de entre los dientes rotos—.Vas a tener que hacer mucho más si quieres que me quede en el suelo, hermanito.

Peter lo observó, desconcertado. Ese tono, esa resistencia,esa mirada. Era como si el golpe que le había dado no hubiera sido suficiente para quebrar su vacío en su interior lo estaba , destrozado,lisiado, estaba allí, aún de pie, aún dispuesto a seguir luchando.

¿Por qué no caía?La mente de Peter no lograba comprenderlo. La sombra de la duda comenzaba a asomarse, pero en su orgullo, en su furia, lo negó.No podía dejar que su hermano se levantara, no después de todo lo que había hecho para humillarlo.

—No vas a poder más, Bernardo—su voz, baja y venenosa, cortó el aire—.No eres más que un saco de heridas, una carga. Solo un pedazo de carne que ya está al final.

El suelo crujió cuandoBernardo, con un esfuerzo sobrehumano, se levantó completamente, ignorando el dolor, la sangre, y la respuesta fue una sonrisa rotaque, aunque ensangrentada, parecía desafiar a Peter, una mueca llena de rabia y locura.

—No soy el que está al final, Peter. El final eres tú.

El aire entre ellos vibró con la tensión,como si el destino de ambos ya estuviera sellado,y solo quedara por decidir quién caería primero.

—¡Cállate!—gritó Peter, abalanzándose sobre él y tomándolo por el cuello—.No tienes derecho a hablarme así. No después de todo lo que me quitaste.

La presión en su cuelloera insoportable, peroBernardono cedió.Peterlo mantenía contra el suelo, las manos apretando su garganta con tal fuerza que el aire se volvía escaso, peroBernardoluchaba por mantenerse consciente. Los dedos dePeterapretaban con furia, mientras los ojos deBernardobrillaban con la misma intensidad que antes, llenos de un odio tan profundo que ni la falta de oxígeno podría apagarlo.

La risa, aunque ahogada, aún se escapaba de sus labios.

—¿De verdad crees que me importa lo que me quites, Peter?—las palabras salieron con dificultad, pero su tono seguía desafiando, implacable—.Ya no tengo nada que perder.

Petergruñó, apretando más fuerte, y los ojos deBernardocomenzaron a arder con una furia incandescente. El dolor que sentía parecía más una presión sobre su alma que sobre su que le quedaba era más fuerte que cualquier golpe físico.

—¿Qué te queda?—susurró Peter, su respiración pesada, su rostro retorcido por la imagen de su hermanoen ese estado de resistencia, incluso cuando estaba al borde de la muerte, le provocaba algo entre odio y admiración.

Bernardosoltó una risa macabra, tosiendo por la presión en su garganta, pero al final se las arregló para hablar,su voz más baja pero aún llena de veneno.

—Me queda mi voluntad. La misma voluntad que te va a destrozar, Peter.—Sus ojos, llenos de una claridad mortal, se clavaron en los de su hermano—.Porque lo que yo soy... no puedes destruirlo. Es lo único que me queda, y te lo haré pagar.

Con un esfuerzo titánico,Bernardolevantó una mano, usando las pocas fuerzas que le quedaban para golpear el brazo dePetercon un movimiento rápido. El impacto hizo quePetertitubeara por un momento, y fue suficiente para queBernardoaprovechara esa fracción de segundo.

En ese instante,Bernardousó su pie para patear con todas sus fuerzas, enviando aPeterhacia atrá alivio fue efímero, pero suficiente para que pudiera tomar una bocanada de aire. La sensación de tener al menos un poco de control en medio del caos era el último vestigio de resistencia que le quedaba.

Peter, atónito, cayó hacia atrás, con las manos en el suelo para evitar desplomarse por completo. Se levantó lentamente, sus ojos brillando con la furia de un animal herido,pero también con la desesperación.

—Maldito...—dijo entre dientes, jadeando por el esfuerzo—.Lo que has hecho no tiene perdón.

Bernardose tambaleó, pero no se desplomó. Su rostro estaba cubierto de sangre, su respiración pesada, y su cuerpo marcado por las huellas de la brutalidad de la pelea. Pero algo en él, una chispa, no se importa lo que pasara, no lo dejaría ganar.

El desafío no era solo físico; era más una lucha por el alma. YBernardosabía quePeterno podía comprenderlo, no podía entender que ya había perdido mucho más que su cuerpo.

La lucha era ía la presión dePetersobre su cuello, cada segundo como una eternidad en la que la vida parecía desvanecerse la resistencia no lo abandonaba, aún cuando su visión comenzaba a volverse borrosa, la rabia seguía siendo su motor.

Con unafuerza que provenía de lo más profundo de su ser,Bernardoapretó los dientes y, en un último esfuerzo desesperado,levantó su rodillacon rapidez, clavándola en el costado impacto fue brutal, yPetersoltó un gruñido de dolor mientras retrocedía, tambaleándose hacia atrá embargo, no fue suficientepara romper completamente el control que mantenía sobre su hermano.

La presión sobre su cuello no se desvaneció.Peterlo mantenía con una fuerza aterradora, como si quisieraquebrar su voluntad junto con su cuerpo. Los ojos deBernardobrillaban con una intensidad casi sobrenatural, su respiración difícil pero constante. Sabía que estaba al límite, que su cuerpo ya no podía resistir mucho más, pero algo dentro de él seguía desafiando.

—¿De verdad crees que esto te hará ganar?—la voz deBernardosalió entrecortada, pero llena de una energía oscura y era una pregunta, era una sentencia.

Peter, jadeando, se inclinó hacia él, sus manos aferrándose con más fuerza al cuello deBernardo.

—¿Qué vas a hacer, hermano? ¿Morir de nuevo en silencio? ¿Como siempre?—su voz se convirtió en un susurro venenoso, casi como si quisiera terminar lo que había comenzado.

Pero en los ojos de Bernardo, algo estaba chispa de locura y determinación que se encendía con cada golpe que recibía. La resistencia no era solo para sobrevivir; era para desafiar todo lo quePeterrepresentaba, todo lo queesa luchasignificaba.

A pesar de estar al borde de la muerte, a pesar de la agonía que sentía por cada respiración que lograba tomar,Bernardo no se rendiría. Su alma no podía ser quebrada por una persona comoPeter.

En un movimiento rápido,Bernardoaprovechó la distracción de su hermano para dar untirón violento hacia adelante, soltándose parcialmente del grito ahogadosalió de su garganta mientrasPeterforcejeaba para retenerlo, peroBernardose mantuvo firme, empujando con lo poco que quedaba de fuerza.

El combate era ahora un juego de hermanos se miraban con una furia ciega, sabiendo que solo uno de los dos podría salir con vida de esa confrontación. Y, a pesar de todo,Bernardono podía dejar de sentir que, incluso si su cuerpo colapsaba,Peter nunca comprendería el verdadero significado de la luchaque estaba viviendo.

El aire era espeso, cargado de un odio tan denso que parecía hacerse palpable entre los dos , a pesar de la brutalidad de la situación, seguíamanteniendo su sonrisa, aunque su rostro estaba deformado por el pudo evitar un escalofrío cuando vio cómo su hermano parecía desmoronarse físicamente, pero su espíritu seguía siendo una fuerza imparable.

—¿Qué te quité?—repitióBernardocon un jadeo de risa frenética, cada palabra como una puñalada en el pecho veneno de la ira lo estaba consumiendo, y, aunque su cuerpo parecía al borde de la ruptura, sus ojos seguían brillando con un fuego indescriptible—.¿Qué te robé, Peter? Dímelo... dime que fue mi culpa, dime que te robé algo...

Peterapretó los dientes, mirando fijamente a su hermano, pero algo empezó a cambiar en los ojos transformación era grotesca y fascinante a la vez. El cabello deBernardose fue tornando de un blanco casi espectral, y algo aún más perturbador ocurrió.Las escleróticas blancas de sus ojos se volvieron negras, pero con un tinte negro azulado que se extendía con cada latido de su corazón, las venas negras surcaban sus ojos comoríos de tinta oscura, dándole una apariencia completamente monstruosa.

Petersintió un repentino miedo solo estaba enfrentando a su hermano;algo mucho más siniestrohabía despertado dentro de él. La energía deBernardose volvía más oscura, casi palpable, como si su cuerpo estuviera siendo consumido por una fuerza desconocida, yPeterse dio cuenta de que había tocado un punto demasiado profundo.

—¿Qué te pasa, Bernardo?—dijo, su voz baja, incré dentro de élempezaba a temer lo que su hermano podría hacer. No era solo su fuerza lo que lo aterraba; era esadesesperación palpableque ahora se reflejaba ensu hermano.

Bernardoapenas pudo contener la risa, que salía como un susurro quebrado entre sus labios ensangrentados.

—¿No lo entiendes, verdad?—dijo con voz temblorosa, pero cargada de una energía que parecía distorsionar el aire a su alrededor—.Lo que me quitaste no es algo que puedas ver. Lo que me robaste fue... mi humanidad, mi esperanza. Mi oportunidad de ser algo más que risa se tornó más oscura, casi demoníaca, como si hubiera caído en un abismo sin retorno.Y ahora me ves...—se acercó un poco más aPeter, su cuerpo tambaleándose, pero su presencia llena de una intensidad inhumana—.Y me estás viendo romper, pero no entiendes que esto... esto es lo que me hace más fuerte.

Elcuerpo de Bernardoahora se veía completamente alterado. Laenergía que fluía de élera más que una simple desesperación, era algoantiguo, primal, una fuerza oscura que lo había poseído, como si la mismalocuralo hubiera despojado de su humanidad, llevándolo al límite de lo monstruoso.

Peterretrocedió un paso, su rostrovisiblemente pálido, mientras las venas de los ojos deBernardose expandían aún má no estaba bien.

—Eres raro, Bernardo...—murmuróPeter, aunque su voz ya no sonaba tan confiada. Un sudor frío recorría su frente mientras observaba el poder insano queBernardoparecía estar como si hubiera liberado algo que no podía controlar, y esoaterrorizaba a Peter.

Bernardo, sin embargo, estaba disfrutando cada segundo de esa transformación, sintiendo cómo lalocuralo arrastraba a un estado de poder dolor no existía; solo había un vacío profundo, una oscuridad que lo envolvía y lo convertía en algo más.

—¿Te asusta?—la voz deBernardoera un susurro macabro, casi un eco—.Te aseguro que esto es solo el principio. Te voy a romper, Peter... de la manera más humillante, más dolorosa... y lo peor es que lo vas a ver venir.

Peterapretó los puños, el miedo ahora sustituido por una furia hermanose estaba convirtiendo en algo más aterrador de lo que jamás habría imaginado.

Peter respondió con otro golpe, esta vez dirigido al estómago de Bernardo, haciéndolo doblarse de dolor, aunque al doblarse Bernardo sus ojos se tornaron completamente negros y sus pupilas antes marrones ahora parecían ser las de un reptil de color verde. Luego, con un movimiento brutal, lo empujó contra una pared cercana. Bernardo sintió su cuerpo chocar contra la pared pero aun así no se borro su sonrisa lunática.

El impacto resonóenel lugar,la fuerza del golpe reverberando en las paredes como un eco de brutalidad ó con fuerza, su cuerpo doblándose por el impacto, pero lo que habría sido suficiente para derribar a cualquiera no hizo más que alimentar esasonrisa lunáticaque se aferraba a su rostro como una má sangre goteaba de su boca, pero sus ojos...esos ojos ahora completamente negros, con pupilas reptilianas de un verde brillante, parecían perforar directamente a través dePeter, como si miraran algo más allá de lo físico.

Peter, jadeando, dio un paso atrás, evaluando la situació en su hermano ya no era humano. Esa mirada no solo era antinatural, sino que parecía irradiar una energía fría y reptiliana, algo antiguo y primigenio. Sin embargo,el orgullo y la furia de Peterno le permitían retroceder.

—¿Sigues sonriendo?—gruñó, limpiándose el sudor de la frente, sus ojos clavados en los deBernardo—.Eres patético, hermano. Esa locura tuya, esa... transformación. ¿Crees que me asusta? ¡No eres más que un monstruo que se aferra a la derrota!

Bernardose enderezó lentamente, apoyándose contra la sonrisa se ensanchó, pero esta vez, había algo voz salió más profunda, casi gutural, como si algo estuviera hablando a través de él.

—¿Patético? No, Peter... Lo que tú llamas patetico es solo la manifestación de lo que tú nunca entenderás.—Soltó una carcajada que resonó con un eco siniestro, haciendo que el aire enel lugarse volviera más pesado—.Tu fuerza es física, pero la mía... la mía es algo que ni siquiera puedes empezar a comprender.

Peter, lejos de intimidarse, apretó los dientes y cargó contra él nuevamente, lanzando un derechazo directo a la cara deBernardo. El impacto fue brutal, suficiente para hacer que su cabeza se estrellara contra la sonido del golpe fue nauseabundo, peroBernardono cayó.Sus ojos negros brillaron aún más intensamente, y cuando levantó la cabeza, lasonrisa seguía ahí, teñida de sangre y locura.

—¿Eso es todo lo que tienes, Peter?—preguntóBernardo, escupiendo sangre, pero con una voz que parecía vibrar con una intensidad inhumana—.¡Vamos, hermano! Dame más. Quiero sentirlo. Quiero que todo ese odio que has acumulado salga.

Peter, cegado por la rabia, golpeó de nuevo, esta vez dirigiéndose al pecho deBernardo. Pero al contacto,la piel de Bernardopareció endurecerse, como si algo debajo de su carne estuviera ó un dolor punzante en sus nudillos, como si hubiera golpeado piedra en lugar de carne.

—¿Qué demonios...?—murmuró, retrocediendo ligeramente y mirando su propia mano, ahora enrojecida por el impacto.

Bernardoinclinó la cabeza, sus ojos brillando con ese tono verde sonido bajo y gutural, como el siseo de una bestia, salió de su garganta.

—¿Te sorprende, hermano?—dijo, su tono lleno de burla y malevolencia—.¿Pensaste que esta pelea sería solo sangre y huesos? No. Esto es lo que pasa cuando empujas a alguien más allá de los límites de la cordura. Ahora, tú también sentirás lo que es mirar al abismo... y darte cuenta de que el abismo te está sonriendo de vuelta.

La atmósfera enel lugarcambió por aire parecía más denso, como si una presión invisible estuviera envolviendo a los dos , aunque furioso, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Por primera vez,la dudase coló en su mente.

—No importa qué seas ahora—dijo, obligándose a recuperar la compostura mientras flexionaba sus dedos doloridos—.Sigues siendo el mismo idiota que siempre fuiste, Bernardo. Y voy a destruirte, sea lo que sea que te estés convirtiendo.

Bernardose lanzó hacia adelante, esta vez sin titubeos, sus movimientos eran más rápidos, más fluidos, como los de un depredador que había encontrado su choque entre los dos fue un caos de golpes, gruñidos y , a pesar de su fuerza, ahora luchaba no solo contra un hombre, sino contra algo que ya no podía llamar humano.

Peter aguardo a que Bernardo haga algo pero espero y espero pero al final su hermano no se movió. Peter miro con extrañeza a Bernardo su pelo actualmente era completamente blanco..

Bernardo soltó una carcajada áspera, cargada de burla y agotamiento, mientras se pasaba una mano temblorosa por su ahora completamente blanco sonrisa lunática se ensanchó aún más, exhibiendo dientes manchados de ojos reptilianos seguían clavados enPeter, pero su cuerpo permanecía inmóvil, como si ya no necesitara defenderse.

—¿El síndrome de María Antonieta, eh?—dijo, riéndose con una ironía ácida—.Tú siempre tan dramático, hermano. Pero está bien, olvidemos mi cabello... por ahora.

Bernardoladeó la cabeza, su expresión transformándose en una mezcla de burla y genuina peso de sus palabras cayó como una losa sobre Peter, quien seguía jadeando, su cuerpo aún tenso, como si esperara un ataque que nunca llegaba.

—¿Qué fue lo que te quité?—repitió, esta vez con un tono de aparente inocencia, aunque sus ojos brillaban con un peligro contenido—.Vamos, Peter. Sácalo todo.

Peter explotó, incapaz de contener más su rabia.

—¡Me quitaste mi lugar!—rugió, avanzando un paso con el dedo acusador apuntando al pecho deBernardo—.Mi derecho a ser el mejor, el primero. Siempre eras tú, con tu estúpida "nobleza" y tu maldita "fuerza" moral. ¡Siempre tú! Nadie veía lo que yo hacía porque estabas ahí, el brillante Bernardo, opacando todo con tu maldita luz.

El silencio cayópor un breve instante tras la declaración dePeter, roto solo por su respiración , lejos de reaccionar con sorpresa o enojo, simplemente lo miró, su sonrisa transformándose en algo más... oscuro.

—¿Eso es todo?—preguntó, su voz goteando desdén—.¿Eso es lo que te comía por dentro, Peter? ¿Tu patética necesidad de atención? ¡Pobre niñito! ¿Quieres que te aplauda por tu "esfuerzo"?

Bernardose apartó de la pared, tambaleándose ligeramente al dar un paso hacia adelante.A pesar de su estado, emanaba una presencia que parecía llenarel lugar, una mezcla de locura e imponente determinación.

—¿Sabes qué es lo gracioso?—continuó, inclinándose lo suficiente como para que sus ojos negros se alinearan con los dePeter—.Mientras tú te ahogabas en tu envidia, yo ni siquiera me daba cuenta de que existías en esa maldita competencia que inventaste en tu cabeza.

Peterapretó los puños, temblando de resentimiento acumulado en su interior era como un veneno, pero las palabras deBernardolo estaban transformando en un fuego incontrolable.

—¡Cállate!—gritó, su voz quebrándose momentáneamente antes de retomar su fuerza—.¡No sabes nada! Siempre fue sobre ti. Todo lo que hacía, lo hacía para superar tu sombra. Pero nunca era suficiente. Nunca.

Bernardorió de nuevo, pero esta vez fue una risa amarga, casi lastimera.

—¿Superar mi sombra?—repitió, sacudiendo la cabeza—.Hermano, no estabas en mi sombra porque yo te pusiera ahí. Te quedaste ahí porque te dio miedo salir al maldito sol.

Peter, incapaz de contenerse, lanzó otro golpe directo al rostro deBernardo, pero esta vez,su hermano lo atrapó con una manoantes de que pudiera hacer aire enel lugarse tensóaún más, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse.

—¿Y sabes qué es lo mejor de todo?—susurróBernardo, acercándose aún más, su voz apenas un siseo que parecía resonar en los rincones más oscuros de la mente dePeter—.Incluso ahora, con todo ese odio, con todo ese resentimiento, sigues siendo solo eso: un reflejo de algo que nunca fuiste.

Peter rugió de pura furia, usando toda su fuerza para liberar su mano del agarre deBernardo, pero su hermano no cedió. En cambio,la sonrisa lunática volvió a sus labios, y sus ojos negros parecieron brillar aún más intensamente.

—Ven, hermano. Si crees que puedes superar mi sombra, demuéstralo. Pero déjame advertirte algo...—dijoBernardo, su voz descendiendo a un tono peligroso—.Mi sombra es mucho más grande de lo que imaginas.

Bernardo tosió, su pecho ardiendo con cada palabra que salía de su boca.
—¿Crees que eso importa ahora?—murmuró, escupiendo sangre al suelo. Alzó la vista, su mirada llena de una mezcla de compasión y desafío—.Lo único que estás logrando es destruirte a ti mismo. Yo no soy tu enemigo, Peter. Tú lo eres.

Peter lo miró fijamente, su rostro deformado por la rabia contenida y el conflicto palabras deBernardo, a pesar de ser débiles, parecían perforar su armadura de odio como si fueran cuchillas silencio tenso envolvióel lugar, roto únicamente por los jadeos de ambos.

—¡Cállate!—gruñóPeter, dando un paso hacia adelante. Sus puños temblaban, no por miedo, sino por la furia que hervía en su interior—.No intentes jugar al mártir conmigo.

Bernardodejó escapar una risa amarga, aunque el esfuerzo hizo que se retorciera de sangre corría por la comisura de sus labios, pero sus ojos no perdieron ese brillo de desafío.

—¿Jugar al mártir?—repitió, su voz cargada de ironía—.Hermano, esto no se trata de ser un mártir. Se trata de ver la verdad, aunque te niegues a aceptarla.

Peterlo tomó por la camisa y lo levantó bruscamente, sus ojos ardiendo de frustración.

—¡La verdad! ¿Y qué verdad es esa, Bernardo? ¿Que todo esto es mi culpa? ¿Que soy yo quien está roto?

Bernardo, aunque apenas podía mantenerse en pie, mantuvo su sonrisa desafiante.

—No estás roto, Peter. Estás... vacío.—Los ojos deBernardo, oscuros y reptilianos, parecían mirar directamente dentro de su hermano—.Te pasaste toda tu vida queriendo ser mejor que alguien que ni siquiera intentaba competir contigo. Construiste este odio, esta ira, solo para darte cuenta de que no te lleva a ninguna parte. Y ahora, mírate...

Peter apretó los dientes, sacudiendo aBernardocon violencia. Pero por más que intentara, esas palabras parecían clavarse en su mente como espinas.

—¡Cállate! ¡No sabes nada!—gritó, aunque su voz parecía más un lamento que una amenaza—.No sabes lo que tuve que hacer, lo que sacrificaste tú con tu maldita "nobleza".

Bernardotosió de nuevo, el sonido húmedo y áspero, pero no apartó su mirada de la dePeter.

—No importa lo que creas que sacrificaste...—dijo con esfuerzo, sus palabras cargadas de dolor y convicción—.La verdadera pérdida, Peter, fue olvidarte de quién eras antes de todo esto. Antes de que tu odio te definiera.

Peter lo soltó de golpe, dejando queBernardocayera al impacto resonó, pero el mayor de los hermanos no mostró ni un atisbo de debilidad.

—¿Y qué se supone que haga ahora, Bernardo?—preguntó finalmente, su voz quebrada por una mezcla de agotamiento y desesperación—.¿Seguir fingiendo que todo esto no importa? Que no es culpa tuya, ni mía, ni de nadie más?

Bernardo, desde el suelo, lo miró con esa sonrisa desquiciada que tanto lo irritaba, pero esta vez había algo diferente en ella: no era burla, era... aceptación.

—No sé, Peter. Pero tal vez dejar de fingir sea un buen comienzo.

La rabia de Peter alcanzó su punto máximo. Con un rugido salvaje, levantó a Bernardo del suelo, solo para estrellarlo nuevamente contra la pared.

El impacto resonó con un crujido seco, y el cuerpo de Bernardo pareció colapsar por un embargo, incluso cuando su cabeza golpeó la pared y un rastro de sangre comenzó a escurrir por su frente,su sonrisa no se desvaneció. Si acaso, se volvió más amplia, más , con las manos temblorosas, lo sostuvo contra la pared, jadeando como un animal acorralado.

—¡Cállate de una vez!—rugió Peter, sus ojos brillando con una furia tan ardiente que casi parecía consumirlo.

Bernardo tosió, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo, pero su risa se filtró entre los jadeos, áspera y rota.

—¿Por qué debería? —respondió finalmente, su voz ronca pero cargada de ironía—.¿Porque te asusta lo que digo? Porque cada palabra que sale de mi boca te recuerda lo que eres: un hombre que no tiene nada más que su ira.

Peter apretó más fuerte, sus dedos clavándose en la carne de su hermano, pero por más que lo hiciera, Bernardo seguía mirándolo con esos ojos negros y reptilianos, como si viera algo dentro de él que ni siquiera él mismo podía enfrentar.

—¿Qué demonios te pasa?—gruñó Peter, su voz un susurro peligroso.—¿Qué clase de monstruo eres ahora?

Bernardo ladeó la cabeza, su sonrisa torcida.

—El monstruo que tú ayudaste a crear.

Esas palabras fueron como un golpe directo al orgullo de Peter, más devastador que cualquier golpe fí un momento, el agarre de Peter aflojó, su mente tambaleándose entre la ira y una sensación de vacío que no podía ignorar.

—Yo no te convertí en esto. Tú decidiste ser esto.—replicó finalmente, aunque su voz carecía de la misma convicción de antes.

Bernardo, al darse cuenta de la grieta en la armadura de su hermano, se inclinó hacia él, sus palabras saliendo como un veneno lento.

—Y tú decidiste odiarme porque nunca supiste quién eras sin mí.

Peter retrocedió, como si esas palabras hubieran quemado más que cualquier golpe fí respiración era errática, su mente un torbellino de furia y confusió , aunque maltrecho, se apoyó contra la pared, sus piernas temblando pero su postura desafiante.

—Vamos, Peter, termina con esto.—dijo con un tono burlón, pero con una extraña ternura oculta detrás de sus palabras—.Demuéstrame que eres más fuerte. O sigue huyendo de la verdad como siempre lo has hecho.

El silencio se apoderó deel lugar, solo roto por el eco de las respiraciones de ambos, cargadas de rabia y un dolor más profundo que las heridas físicas.

A pesar del dolor que irradiaba por todo su cuerpo, Bernardo sonrió, una expresión triste y desafiante que logró enfurecer aún más a Peter.
—No voy a callarme. Porque, aunque no lo creas, todavía eres mi hermano.

Peter se quedó inmóvil por un instante, su agarre sobre Bernardo temblando mientras sus emociones chocaban entre sí como olas palabra "hermano" resonó en su mente, un eco que parecía golpear una parte de él que había enterrado bajo capas de odio y furia en sus ojos se mezcló con algo más, algo más profundo, más inquietante: duda.

—No me llames eso, maldita sea.—Su voz estaba cargada de ira, pero también tenía un tinte de vulnerabilidad que él mismo no podía controlar.—Esa palabra no significa nada viniendo de ti.

Bernardo tosió, su cuerpo temblando por el esfuerzo, pero no dejó que su mirada se apartara de sangre aún goteaba de su frente, pero no mostró tristeza mezclada con determinación.

—Significa todo, Peter.—Su voz era baja pero firme—.Por mucho que lo niegues, siempre serás mi hermano. Y eso, lo quieras o no, te hace responsable de algo más grande que tu maldito orgullo.

Peter apretó los dientes, su mandíbula marcada por la tensió un paso hacia atrás, soltando a Bernardo, pero no de manera compasiva, sino con un gesto de cayó al suelo, apoyándose en sus brazos, jadeando pero sin perder esa sonrisa melancólica.

—¿Responsable de qué?—preguntó Peter, su voz un rugido contenido—.¿De ti? ¿De cargar con tus fallos, tus debilidades? No soy responsable de nada ni de nadie más que de mí mismo.

Bernardo dejó escapar una carcajada seca, un sonido quebrado pero lleno de ironía.

—Exacto, Peter. Eso es lo que siempre has querido creer, ¿verdad? Que estás solo en esto. Que no tienes que responder ante nadie.—Lo miró directamente a los ojos, su voz adquiriendo un filo agudo—.Pero eso es una mentira. Una que te estás tragando entera mientras te destruyes desde adentro.

Peter levantó una mano, como si estuviera a punto de golpearlo de nuevo, pero algo en la expresión de Bernardo lo mezcla de desafío y amor incondicional que le hizo sentir como si, por un momento, estuviera enfrentándose a un espejo distorsionado.

—¿Por qué sigues con esto?—preguntó Peter finalmente, su voz un susurro lleno de frustración—.¿Por qué no te rindes de una vez?

Bernardo alzó la vista, con los ojos oscuros aún brillando como brasas, cargados de una extraña calma.

—Porque todavía creo en ti.

Esas palabras cayeron como una piedra en un estanque, rompiendo la superficie de la rabia de no lo calmó; lo enfureció aún má un grito de frustración, Peter pateó una silla cercana, enviándola volando al otro lado del lugar.

Bernardo observó el estallido de rabia sin apartar la el fondo, sabía que cada acto de ira de Peter no era más que una máscara para ocultar su dolor, un intento desesperado de evitar enfrentarse a la verdad que lo atormentaba.Y esa verdad, por más cruda que fuera, era algo que solo él podía enfrentar.

Peter levantó su puño una vez más, pero algo en esas palabras lo detuvo por un breve instante, su mirada vacilando mientras su respiración se volvía más tensión en el aire era sofocante, y ambos sabían que este conflicto aún no había alcanzado su clímax.

El puño de Peter tembló en el aire, detenido a milímetros del rostro de respiración era un torrente irregular, como si cada inhalación fuera una batalla por contener el volcán de emociones que rugía en su sus ojos, el odio y el dolor competían, entrelazándose en un caos imposible de desentrañar.

Bernardo, apoyado en el suelo, alzó una mano temblorosa hacia el puño de su hermano, sin gesto no era de defensa, sino de comprensión. Su voz, rota pero decidida, atravesó el silencio sofocante como un cuchillo.

—Hazlo, Peter. Si esto es lo que necesitas para calmar esa tormenta que llevas dentro, hazlo.

El brazo de Peter permaneció en alto, rígido como si estuviera atrapado entre dos mandíbula apretada se relajó por un segundo, pero luego volvió a gota de sudor cayó de su sien, mezclándose con el caos de pensamientos que lo abrumaban.

—Cállate, maldita sea.—Su voz era un susurro, cargado de una furia que no parecía dirigida hacia Bernardo, sino hacia sí mismo—.No tienes idea de lo que esto significa para mí.

Bernardo sonrió, una sonrisa amarga que parecía hecha de años de dolor acumulado.

—¿Y qué significa, Peter? ¿Que al destruirme a mí, finalmente te sentirás completo? ¿Que mi caída llenará ese vacío que llevas arrastrando?

Peter apretó los dientes, el sonido de su mandíbula rechinando llenandoel , bajó el puño, pero no fue un gesto de derrota. Era como si el peso de sus propias emociones lo hubiera obligado a ó un paso, luego otro, como si alejarse fuera la única forma de evitar un abismo.

—Tú... tú no entiendes nada.—Sus palabras eran un murmullo cargado de amargura—.Siempre has sido el centro de todo. Y yo... yo solo he sido una sombra.

Bernardo, aún con los ojos oscuros y reptilianos, dejó escapar una risa seca.

—No, Peter. Tú fuiste quien decidió convertirse en sombra. Yo nunca quise que te sintieras menos. Nunca quise que esto... que nosotros... llegáramos a esto.

El aire entre ellos se volvió más denso, cargado de años de resentimientos no dichos y palabras no apretó los puños a sus costados, su mirada fija en el suelo, evitando los ojos de su ía algo desgarrador en su postura, como si estuviera enfrentando una guerra interna que ni siquiera él sabía cómo ganar.

—Entonces, ¿qué se supone que haga ahora, Bernardo?—preguntó finalmente, su voz apenas un susurro—.¿Pretender que todo esto nunca pasó?

Bernardo negó lentamente con la cabeza, su expresión ahora más seria, más dolorida.

—No puedes cambiar el pasado, Peter. Pero puedes decidir qué hacer con lo que queda.—Lo miró directo a los ojos, y por un instante, sus pupilas reptilianas parecieron brillar con un fuego extraño—.La pregunta es, ¿tienes el valor para hacerlo?

El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez, no era el preludio de un golpe, sino el eco de una verdad que ambos temían enfrentar.

Bernardo tambaleó hacia adelante, cada paso un desafío al sufrimiento que lo consumía, pero también una declaración de voluntad sangre goteaba de sus heridas, manchando el suelo como si cada gota fuera una ofrenda a la brutal danza que ambos habían creado.A pesar del dolor que lo azotaba, sus ojos, esos ojos ahora reptilianos y ardientes, nunca abandonaron la figura de Peter.

Sus palabras no habían caído en el vací en su interior como tambores de guerra, apagando cada grito de dolor y avivando un fuego que parecía imposible de extinguir. Su voz, aunque rota, surgió con una intensidad que llenó el espacio.

—¿Ves esto, Peter? Este cuerpo roto, esta sangre derramada... nada de eso importa.—Alzó una mano, señalando a su propio pecho con un dedo tembloroso—.Lo único que importa es lo que queda dentro. Y lo que queda dentro de mí es más fuerte de lo que tú jamás podrás destruir.

Peter apretó los puños, sus nudillos volviéndose blancos mientras lo miraba con una mezcla de ira y mirada reptiliana, ese cabello ahora completamente blanco, todo en Bernardo parecía un recordatorio vivo de que, a pesar de sus intentos, no podía quebrarlo.

—Sigues hablando como si fueras invencible. Pero mira a tu alrededor, Bernardo.—La voz de Peter estaba cargada de veneno, pero también de una inseguridad que intentaba ocultar—.Todo lo que eres... está en pedazos. ¿Qué más tienes que perder?

Bernardo sonrió, una sonrisa llena de desafío y dolor, pero también de algo más profundo: otro paso, sus piernas temblando, pero su postura firme.

—¿Qué tengo que perder?—Su voz se alzó, más fuerte esta vez, a pesar del dolor que la acompañaba—.Nada, Peter. Porque lo que queda de mí no puedes arrebatármelo. Mi espíritu, mi propósito... esas son cosas que ni tú ni tu odio pueden tocar.

Peter se quedó inmóvil, su respiración pesada mientras sus ojos oscilaban entre la furia y la peso de las palabras de Bernardo era como un golpe que no podía esquivar. Había algo en su hermano, algo que seguía ardiendo incluso en la penumbra de esa lucha.

El silencio que siguió era como un campo de batalla invisible, cargado de emociones que ninguno de los dos podía ignorar.Y en ese momento, aunque el dolor y la tensión seguían presentes, una pequeña chispa de comprensión pareció encenderse entre ellos, como si ambos comenzaran a darse cuenta de que la verdadera lucha no era entre sus cuerpos, sino entre sus almas.

Peter lo miró con desprecio, sus ojos afilados como la hoja que sostení brillo de burla en su miradaparecía taladrar cualquier esperanza de resistencia.—¿De verdad piensas que tienes alguna posibilidad? —preguntó, con una voz que era más filo que palabra era una bofetada cargada de veneno, diseñada para desmoronar el coraje del hombre que tenía enfrente.

Avanzó con pasos firmes,un depredador acechando a su presa,mientras la daga aún goteaba la sangre caliente de Bernardo. Las gotas carmesí caían al suelo con un ritmo irregular, como un siniestro metrónomo que marcaba el tiempo que le quedaba al siguiente desafortunado.

—Mírate bien —continuó Peter, señalando con un leve gesto el cadáver andante que era Bernardo, tendido en el suelo como una muñeca rota—. Eso es lo que pasa cuando alguien como tú se atreve a creer que puede enfrentarse a mí.La sonrisa torcida que se formó en su rostro era una trampa, un anzuelo envenenado para la desesperació un desafío. Era una promesa de ruina.

El hombre que enfrentaba a Peter sintió cómo el sudor frío le recorría la espalda. Su corazón latía como un tambor desbocado, cada golpe resonando en sus oí ía hablar, gritarle que no tenía miedo, que lo enfrentaría hasta el final, pero su garganta estaba seca, su lengua tan pesada como el plomo.

Peter inclinó la cabeza ligeramente, como un lobo que evalúa el último movimiento de su presa.—Vamos —murmuró con un tono casi susurrante, pero que cortaba como un cuchillo—. Hazlo interesante antes de morir.

Bernardo que enfrentaba a Peter sintió cómo el sudor frío le recorría la espalda. Su corazón latía como un tambor desbocado, cada golpe resonando en sus oí ía hablar, gritarle que no tenía miedo, que lo enfrentaría hasta el final, pero su garganta estaba seca, su lengua tan pesada como el plomo. Lo unico que hizo fue reir una vez mas una risa lunatica

Peter inclinó la cabeza ligeramente, como un lobo que evalúa el último movimiento de su presa.—Vamos —murmuró con un tono casi susurrante, pero que cortaba como un cuchillo—. Hazlo interesante antes de morir.

Bernardo apenas podía mantenerse en cuerpo temblaba como una vela al borde de extinguirse, pero su mirada seguía fija, desafiando el abismo frente a él. La sangre corría por su costado, empapando la tela de su camisa, pero ni siquiera el dolor lo detení sonrisa seguía ahí, inmóvil, como un desafío grabado en piedra, una declaración de resistencia ante lo inevitable.

—No se trata de posibilidades, Peter —dijo, su voz quebrada pero cargada de una fuerza que ni siquiera la muerte parecía poder intensidad de sus palabras resonó en el silencio tenso que los rodeaba, como el eco de un tambor de guerra olvidado.—Se trata de no rendirse, de mostrarte que no soy la sombra que tú crees.

Peter detuvo su avance por un breve en esas palabras parecía provocarle una chispa de molestia, tal vez incluso de ó el ceño, su sonrisa torcida transformándose en una mueca cargada de desdén.

—¿Eso es todo? —respondió Peter, su tono goteando burla mientras agitaba la daga aún manchada de sangre frente a él—. ¿Palabras huecas de un hombre que ya está muerto?

Desde el fondo del escenario, algunos de los hombres que habían presenciado el enfrentamiento apenas se atrevían a respirar.
—¿Quién demonios es Bernardo para hablar así? —murmuró uno, su voz baja pero llena de asombro.
—Debe estar loco —respondió otro, sin apartar la vista de la escena—. Nadie se enfrenta a Peter y sale vivo.

Bernardo tragó saliva, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su piernas flaqueaban, pero se negó a su mente, las imágenes de un pasado manchado por la humillación y el desprecio de Peter surgían como llamas, alimentando su resolució podía dejar que terminara así. No sin hacerle entender que no todo podía ser aplastado.

Peter avanzó un paso más, el brillo de la daga reflejando una amenaza implacable.
—Demuéstramelo, entonces. Demuéstrame que eres algo más que una sombra... antes de que te borre por completo.

El aire se llenó de tensión, como si el mismo tiempo se contuviera, aguardando el siguiente suelo bajo Bernardo parecía tambalearse, pero él se mantuvo firme, sus dedos crispándose mientras reunía cada onza de fuerza que le sonrisa seguía en su rostro, un acto de rebelión que, aunque tenue, tenía el peso de una tormenta que aún no había mostrado su furia.

Con un rugido que salió desde lo más profundo de su alma, Bernardo cargó hacia su un sonido crudo, visceral, que parecía arrancar no solo de su garganta sino de cada herida y cada cicatriz que llevaba movimientos eran torpes, desesperados, pero había en ellos una fuerza primitiva, una voluntad indomable que se negaba a ceder, incluso frente a la muerte misma.

Peter, tomado por sorpresa, apenas tuvo tiempo de sonrisa cruel, aquella mueca de superioridad que tanto había alimentado su ego, comenzó a puño de Bernardo se estrelló contra su rostro con un impacto sordo, un golpe cargado de años de resentimiento y dolor reprimido.

El golpe no fue falta de equilibrio de Bernardo restó potencia a su ataque, pero lo que carecía de fuerza lo compensaba con intenció tambaleó hacia atrás, el destello de burla en sus ojos reemplazado por una chispa de incredulidad.

—¡¿Qué demonios...?! —exclamó Peter, llevándose una mano al rostro donde el puño de su hermano había aterrizado con precisió un instante, la sangre comenzó a brotar de su labio partido, un recordatorio de que incluso los titanes pueden sangrar.

Bernardo jadeaba, su pecho subiendo y bajando como si cada respiración fuera una batalla piernas temblaban, pero se mantuvo firme, una estatua quebrada que se negaba a colapsar. En sus ojos no había rastro de arrepentimiento, solo el fuego de alguien que, contra toda lógica, seguía luchando.

—¡¿Viste eso?! —murmuró uno de los hombres en el fondo, sus palabras un susurro electrizado.
—¡Le ha pegado a Peter! —respondió otro, su voz mezclando asombro y miedo.
—¿Está loco? —intervino un tercero—. ¡Eso solo lo hará enfadar más!

Peter escupió sangre al suelo, limpiándose el labio con el dorso de la mirada se oscureció, la diversión desapareciendo como si un manto de ira hubiera caído sobre é sonrisa cruel volvió, pero esta vez era diferente: más feroz, más peligrosa.

—Ese fue tu único momento, Bernardo —gruñó Peter, su voz grave y cargada de ó la daga, todavía tintineante de sangre seca, y dio un paso al frente, su sombra cayendo sobre su hermano como una advertencia.
—Ahora te mostraré lo que significa enfrentarte a mí.

Bernardo se preparó para lo ía que su ataque no había sido suficiente para cambiar el curso de la pelea, pero en su mente, ese golpe significaba mucho má era solo un acto de resistencia; era un recordatorio para Peter de que no todo puede ser aplastado, ni siquiera por él.

Peter tambaleó ligeramente, llevándose una mano al dedos se encontraron con la sangre caliente que brotaba de su labio partido, y la furia en su mirada se intensificó.Los músculos de su mandíbula se tensaron mientras soltaba un gruñido gutural, cargado de rabia y humillación.

—¡Miserable! —rugió, sus palabras un eco que parecía rebotar en las paredes del abismo entre un solo movimiento fluido, se lanzó hacia Bernardo, su cuerpo encorvado como el de un depredador acechando a su presa, pero ahora sin paciencia, sin intención de jugar más con su víctima.

La daga en su mano describió un arco mortal, cortando el aire con un silbido hoja brillaba tenuemente bajo la luz, reflejando un destello que anunciaba su intención golpe estaba cargado de precisión y odio, dirigido con el único propósito de desgarrar la carne de su hermano y poner fin a esta molesta resistencia.

Bernardo, aún tambaleante, logró dar un paso atrás a tiempo para evitar que la daga se hundiera en su filo pasó a centímetros de su piel, dejando una sensación helada que erizó su embargo, su desequilibrio lo traicionó, y tropezó hacia un lado, cayendo de rodillas.

—¡Levántate, Bernardo! —se escuchó un grito ahogado entre los hombres que observaban desde la una voz desesperada, cargada de incredulidad y esperanza a partes iguales.
—No tiene oportunidad... ¡Esto es un suicidio! —respondió otro, negando con la cabeza mientras retrocedía instintivamente, como si el espectáculo frente a ellos pudiera arrastrarlos también.

Peter giró rápidamente sobre sus talones, su mirada clavándose en Bernardo con la intensidad de una tormenta.
—¿Eso es todo? ¿Tu "resistencia"? ¿Tu gran desafío? —bufó, avanzando un paso más mientras alzaba la daga para un segundo odio en su rostro era palpable, casi tangible, como una sombra que amenazaba con devorar todo a su paso.

Bernardo jadeaba, su pecho subiendo y bajando con el esfuerzo de mantenerse consciente.A pesar del dolor, a pesar del sudor mezclado con sangre que corría por su frente, sus ojos seguían fijos en los de mirada no contenía miedo, sino algo mucho más profundo: una determinación desesperada que ni siquiera el filo de una daga podía cortar.

—Aún no... —murmuró Bernardo, apenas audible, pero suficiente para que Peter se detuviera un instante, confundido por la temeridad de esas palabras.

Bernardo retrocedió con un instinto casi animal, esquivando por poco el primer ó el filo de la daga rozar su piel, un susurro helado que le erizó el vello. Pero el segundo golpe fue hoja se hundió en su costado con un desgarrador sonido húmedo, dejando un rastro ardiente que se extendió como fuego líquido por su torso.

El dolor fue cegador, un latigazo que amenazó con derrumbarlo allí Bernardo, con los dientes apretados y la respiración entrecortada,se negó a piernas flaquearon un instante, pero encontró la fuerza en lo más profundo de su ser para mantenerse en pie.

Aprovechando la proximidad, extendió sus manos hacia Peter como un relámpago, atrapando la muñeca que sostenía la dedos se cerraron con una fuerza casi desesperada, uniendo ambas manos para asegurarse de que no podría arma quedó inmovilizada entre ellos, temblando bajo la presión de sus voluntades enfrentadas.

Peter gruñó, tratando de rostro estaba tenso, las venas de su cuello marcándose como cuerdas al tirar con toda su fuerza.—¡Suelta, maldito! —escupió, pero sus palabras no tenían el peso de la victoria; eran de frustración, de incredulidad ante la resistencia inesperada de su hermano.

Bernardo, con el rostro contorsionado por el esfuerzo y el dolor, se inclinó hacia adelante, acercándose lo suficiente para que sus palabras fueran un susurro cargado de veneno.
—¿Rendirme? —su voz era baja pero firme, cada palabra un desafío—.No mientras respire.

El forcejeo entre ambos se volvió más feroz, como si el universo se redujera a ese punto exacto donde la daga temblaba entre sus gotas de sangre de Bernardo caían al suelo, marcando el ritmo de una batalla que era tanto física como espiritual.

—¡Acaba con esto, Peter! —gritó uno de los hombres que observaban, incapaz de apartar la vista del espectáculo.
—¡No lo hará! —respondió otro, su voz temblorosa—. ¡Mira a Bernardo! Ese hombre... ¡es imposible quebrarlo!

Las palabras de los espectadores se desvanecieron en el aire, insignificantes frente al enfrentamiento titánico entre los dos daga vibraba con cada latido, con cada respiración sudor y la sangre de ambos se mezclaban, creando una sinfonía de resistencia y odio que ninguno de los dos parecía dispuesto a interrumpir.

—¿Eso es todo lo que tienes? —espetó Peter, su voz cargada de veneno mientras empujaba con toda su ojos ardían con una mezcla de rabia y desprecio, y su rostro, contorsionado por la furia, parecía el de un hombre que no concebía otra realidad que la de su superioridad daga, atrapada entre ambos, temblaba violentamente bajo la presión de sus fuerzas enfrentadas.

—¡Eres patético, Bernardo! —rugió, inclinándose hacia adelante hasta que sus rostros quedaron a pocos centí aliento era un torbellino cálido y desagradable, cargado de la ira que hervía en su interior.—Siempre lo has sido, y siempre lo serás.

Bernardo apretó los dientes, sintiendo cómo el peso de las palabras de Peter buscaba quebrarlo más que la herida abierta en su embargo, no desvió la mirada. Sus ojos, aunque empañados por el dolor, brillaban con una intensidad que contrastaba con la violencia del momento.

—¿Eso crees? —murmuró con esfuerzo, su voz ronca, como si cada palabra le costara la mitad de su aliento restante.—Si eso fuera cierto, no estarías aquí luchando para demostrarlo.

Peter vaciló, apenas una fracción de segundo, pero suficiente para que Bernardo lo un destello de duda en el huracán de su rabia, y Bernardo lo aprovechó, girando la muñeca de Peter ligeramente hacia un lado para desviar la daga y desestabilizarlo.

—¡Cállate! —bramó Peter, recuperando su postura y tirando con más fuerza, como si intentara no solo vencer físicamente a su hermano, sino borrar cualquier rastro de la sombra que Bernardo proyectaba sobre su ego.

Alrededor, los hombres observaban en tenso silencio.
—Es un milagro que Bernardo siga de pie —murmuró uno, con la voz cargada de asombro.
—No es un milagro —respondió otro, casi en un susurro—. Es su odio.

El forcejeo continuaba, una danza violenta entre dos hombres que compartían la misma sangre pero cuyas almas ardían en llamas suelo bajo ellos era un testimonio del enfrentamiento: salpicado de sudor, sangre, y la marca de las botas que trazaban el caos de sus movimientos.

Bernardo respiraba con dificultad, el dolor de su costado irradiándose con cada esfuerzo, pero algo en su interior seguía luchando, negándose a ceder.
—No importa lo que digas, Peter... —murmuró entre dientes, sus palabras entrecortadas pero cargadas de una verdad que parecía desgarrar el aire—.Yo no seré el que caiga hoy.

Peter bufó, pero su mirada traicionaba algo más: una chispa de frustración que Bernardo había aprendido a reconocer.Él no estaba perdiendo... pero tampoco estaba ganando. Y eso, para alguien como Peter, era inaceptable.

Bernardo, con la mandíbula apretada y el rostro perlado de sudor, respondió a través del esfuerzo titánico que mantenía la daga inmovilizada entre palabra que pronunciaba parecía salir de lo más profundo de su ser, cargada de un desprecio que igualaba al de Peter.

—Y tú... —gruñó, su voz apenas un susurro pero tan cortante como la misma hoja que los separaba— siempre serás un cobarde, escondiéndote detrás de tu odio.

Peter tensó los músculos, empujando con más fuerza, pero el peso de las palabras de su hermano lo golpeó como un mazazo ceño se frunció, y por un instante, su mirada destelló algo que no era puro desprecio:un rastro de algo más profundo, más vulnerable.

—¡Cállate! —rugió, su voz quebrada por la Bernardo no se detuvo.

—Porque sabes que no puedes enfrentar lo que eres. —Las palabras salieron de él como un veneno controlado, directo al núcleo de Peter.A pesar del dolor que se extendía desde su costado hasta su pecho, a pesar de las fuerzas que ya lo abandonaban, Bernardo se sostuvo firme, aferrándose no solo a la muñeca de su hermano, sino a la verdad que él mismo sentía.

Los ojos de Peter se encendieron de pura ira, y su rostro se contorsionó como si las palabras de Bernardo hubieran arrancado una máscara que él mismo no quería reconocer.
—¡No sabes nada! —vociferó, su voz mezclando rabia con algo que sonaba peligrosamente cercano a la negación.

El forcejeo entre ambos se volvió más violento, una tormenta de emociones y movimientos que parecía a punto de músculos de ambos temblaban bajo la tensión, y la daga, atrapada entre sus manos, reflejaba la luz de forma intermitente, como un faro de la violencia latente.

Alrededor, los espectadores observaban, tensos e inmóviles.
—¿Es verdad lo que dice? —murmuró uno, casi inaudible.
—Si lo fuera... —susurró otro, sus ojos clavados en la lucha— ¿por qué Peter se está descontrolando así?

Bernardo, aunque al borde del agotamiento, no dejó de mirar a su hermano, sus ojos clavados como dagas invisibles.
—Admite lo que eres, Peter... —musitó, su voz baja pero resonante en la tensión del momento—. Y entonces... tal vez puedas vencerme.

El desafío en sus palabras no era solo físico; era un ataque directo al alma de Peter, una batalla que trascendía la carne y la lo sabía, y eso lo enfurecía aún más.

Con un grito feroz, Peter logró liberar la daga, su rostro deformado por la furia y el metal brilló en el aire, y antes de que pudiera lanzar otro ataque mortal,Bernardo, con una rapidez casi instintiva, le propinó un codazo brutal al impacto resonó como un trueno, y Peter, desorientado por la fuerza del golpe, fue obligado a retroceder, tambaleándose sangre brotó de su boca, mezclada con el sudor que le recorría el rostro,pero su mirada, furiosa y salvaje, no perdió ni un ápice de su odio.

Ambos jadeaban, el aire denso con la tensión que emanaba de sus cuerpos golpes, los gritos, la adrenalina, todo se mezclaba en una danza brutal de , a pesar de las heridas que ya adornaban su cuerpo, mantenía una mirada desafiante, como si el dolor fuera solo un recordatorio de que aún estaba respiración era un recordatorio de su determinación, de lo que estaba dispuesto a sacrificar para no sucumbir ante Peter.

—¿Pensaste que iba a ser tan fácil? —escupió Bernardo, con la voz entrecortada pero llena de desafío, mientras veía a su hermano retroceder.

Peter apretó los dientes, su rabia alcanzando niveles daga, ahora empapada en sangre, brillaba en sus manos, pero su mente estaba nublada por el deseo de palabra de Bernardo lo desgarraba más de lo que cualquier golpe físico podría. Su odio, alimentado por años de resentimiento y competencia, lo cegaba por completo.

Ambos se miraron, sus cuerpos marcados por el enfrentamiento, los ojos destilando la misma promesa: ninguno estaba dispuesto a batalla no era solo una cuestión de fuerza física, sino de voluntad, de no dejar que el otro prevaleciera.

En un respiro más profundo, Bernardo sintió el ardor de las heridas en su costado y rostro, pero su determinación creció.No se rendirí ía que esta era su última oportunidad de demostrarle a Peter que, aunque su vida hubiera sido una sombra para él, no era menos que su era un simple eco de su odio.

Con cada paso que daba hacia Peter, su cuerpo dolía más, pero su mente ardía con importaba cuán cansado estuviera; su espíritu seguía firme.

Peter escupió sangre, la viscosidad roja manchando su rostro, y sus ojos brillaron con una furia que ya no parecía inclinó hacia adelante, sus músculos tensándose con una violencia primitiva que lo hacía parecer más una bestia que un respiración se volvió errática, el aire denso y pesado, mientras una rabia incontrolable lo consumía. Cada palabra que salió de su boca era una amenaza sellada con la furia de su ser, y su tono estaba cargado de una sed de venganza que no conocía límites.

—Voy a destrozarte hasta que no quede nada —espetó, la voz grave, temblorosa de odio, mientras avanzaba con una rapidez que desbordaba todo daga brilló una vez más bajo la luz, afilada como el mismo odio que emanaba de él, lista para hacer trizas a su solo quería matarlo; quería borrar cualquier vestigio de quien fuera. Quería despojarlo de su identidad, de su humanidad.

Bernardo, aún de pie, se preparó para lo que sabía sería el golpe dolor en su costado era insoportable, pero su mirada, esa mirada fija y desafiante, era todo lo que necesitaba para no ía sentir el peso de la amenaza en el aire, el peligro de lo que se avecinaba, pero no daría el brazo a palabras de Peter resonaron en su cabeza, pero algo en su interior se encendió, una chispa de determinación que no podía dejaría que su hermano lo aplastara, no de esa forma.

—¿Eso es todo lo que tienes? —dijo Bernardo, su voz cargada de rabia contenida, mientras se mantenía erguido, luchando contra el dolor que intentaba derrotarlo.

Peter, en su furia ciega, no respondió, solo arremetió con todo su cuerpo, sus ojos inyectados de odio y su daga alzándose, preparada para una última embestida batalla, ya más allá de los límites de lo físico, se había convertido en un duelo de voluntades, un choque entre dos almas rotas que no podían vivir bajo la sombra de la otra.

Bernardo, con la respiración agitada y el sudor empapando su rostro, se apoyó en una rodilla,el peso de su cuerpo desbordando el dolor de su costado,pero no permitió que esa debilidad lo calor de su propia sangre escurriéndose por la herida lo mantenía consciente de la violencia del enfrentamiento, pero no había temor en su mirada. Solo habíafiera determinación. Sus ojos, fijos en Peter, reflejaban algo más profundo que el simple deseo de sobrevivir: laresolución de no ceder ante él, de no permitir que ese hermano suyo lo doblegara de nuevo.

Peter, con el rostro contorsionado por la furia, no entendí rabia lo cegaba por de ver debilidad, veía desafío. Y eso solo incrementaba su hermano no lo comprendía, no veía que esta no era una lucha de poder, sino una lucha por destruirlo, por borrar su é los dientes con tal fuerza que un crujido resonó en su mandíbula.

¿Y qué estás haciendo ahora?, Dijo Peter viendo a su bastardo hermano estar de rodillas enfrente suyo.

Tengo rota la rodilla esto no cuenta, se burlo lunáticamente Bernardo queestaba lejos de sucumbir. A pesar de la rodilla rota, que casi le hacía perder el equilibrio, no cedió ni un centí burló de su propia situación, como si el dolor fuera solo una sombra ante la verdadera guerra que libraba dentro de él.—¿Y qué estás haciendo ahora?se burló, su risa lunática resonando en el aire pesado, como si no le importara lo que sucediera.

Su risa, cargada de una ironía mordaz, era una especie de escudo ante la desesperació importaba que estuvieraroto, herido, desangrándose, porque esa chispa de locura, esa actitud desafiante, le daba una energía que ni el dolor ni la sangre podían Peter lo miraba, furioso, con los ojos llenos de ira, Bernardo mantenía su posició guerra interna que libraba en su mente se reflejaba en cada palabra y en cada gesto, y aunque su cuerpo estaba al borde de la rendición, su espíritu no lo estaba.

El choque siguiente fue un torbellino de fuerza y rabia,un intercambio de golpes que resonaban como truenos en el espacio confinado, cada impacto una explosión de furia y desesperació sonido de sus cuerpos golpeándose llenaba el aire, se entrelazaba con los gruñidos de dolor y el eco de respiraciones entrecortadas que apenas podían salir de sus brutalidad de la batalla no tenía golpe parecía un juramento, un grito mudo de lo que ambos hermanos estaban dispuestos a arriesgar para salir de allí, para sobrevivir, para vengarse.

Bernardo, aunque herido y al borde de la extenuación, aún se mantenía en puños, aunque no tan fuertes como antes, seguían siendo lo único que le quedaba para enfrentarse a un hermano que se había convertido en su peor golpe que daba, cada movimiento, era un esfuerzo por mantenerse firme, por no caer ante el hombre que lo había traicionado, que lo había , al mismo tiempo, cada ataque de Peter le recordaba la intensidad de la guerra que se libraba en sus corazones, una lucha entre lo que alguna vez fueron y lo que se habían convertido.

El aire se llenó con el sonido de la carne golpeada, cada golpe un martillazo en la conciencia de ambos, mientras las heridas se sangre, antes calmada, ahora corría libremente entre ellos, mezclada con la sudor y el polvo del aroma metálico de la sangre flotaba en el aire, una constante que solo hacía intensificar la rabia que hervía en sus venas.

La batalla continuaba sin pausa, alimentada por años de resentimiento, pero también por algo mucho más profundo y conflictivo: un vínculo que ninguno de los dos podía negar,una conexión ancestral que los unía en un conflicto que no solo era físico, sino podía sentir, incluso en medio del dolor, cómo ese vínculo aún permanecía en algún rincón de su corazón, palpitando con fuerza, como si luchara por ser , aunque cegado por la ira, sabía en lo más profundo que esa relación, esa hermandad rota, nunca podría deshacerse completamente.

El rostro de Peter, marcado por la furia, no dejaba lugar a dudas: no había vuelta atrá embargo, en la mirada de Bernardo, más allá del cansancio y la rabia, había algo más:una promesa no pronunciada de que, aunque cayera, no sería derrotado por su hermano, no sería aplastado por el odio que ambos compartían.

Bernardo, tambaleándose pero decidido, clavó su mirada en los ojos de Peter,como si de esa mirada dependiera todo lo que quedaba de é cuerpo, ya frágil y exhausto por el combate, parecía estar al borde de la rendición, cada músculo gritando por detenerse, pero su voluntad seguía intacta.*Las heridas le ardían, cada una un recordatorio del precio que estaba pagando, pero a pesar de todo,no podía permitirse ceder ahora.

Cada respiración era una batalla en sí misma, un esfuerzo sobrehumano para mantener el pecho subía y bajaba con pesadez, como si el simple hecho de inhalar el aire le exigiera más de lo que su cuerpo podía sudor le empañaba los ojos, mezclándose con la sangre que corría por su rostro y su cuerpo, y aún así, se mantenía firme, no podía dejar que su hermano viera su ía que si lo hacía, todo estaría perdido, no solo la pelea, sino su dignidad, lo único que aún lo mantenía en pie.

Peter, a su frente, parecía una fuerza de la respiración era pesada, pero no estaba tan al límite como sus ojos brillaba una furia implacable, como si todo su ser estuviera consumido por el deseo de acabar con ese hermano que tanto lo había embargo,algo en la mirada de Bernardo lo detuvo por un instante, una chispa de algo que no podía chispa que aún quedaba, esa mínima llama de resistencia, era la única barrera entre ambos.

Bernardo, aunque al borde de caer, no iba a ser el primero en importaba el dolor ni el agotamiento; en ese momento, lo único que importaba era que, si iba a caer, lo haría luchando.

—Ya te lo dije—repitió, esta vez con más fuerza, su voz impregnada de un fervor que desafiaba el dolor que lo palabras salían con furia, como si fueran la última resistencia de su alma ante la tormenta que se desataba en su sílaba era una declaración de guerra, un desafío lanzado a su hermano, un acto de resistencia que lo mantenía en pie cuando todo su ser gritaba por rendirse.—Te demostraré que no soy un fracaso.

Peter arqueó una ceja, su expresión una mezcla de burla y sonrisa torcida se dibujó en su rostro, como si estuviera ante un espectáculo ridículo, algo que no merecía más que su figura se erguía con una confianza arrolladora, como si el hecho de que su hermano estuviera aún de pie fuera una molestia innecesaria.

—¿Un grito de guerra, hermano?—preguntó, su tono cargado de sarcasmo, como si la mera idea de que Bernardo pudiera tener alguna esperanza fuera una broma desprecio en su voz era palpable, un veneno que impregnaba cada palabra.—¿Eso es lo que tienes? ¿Palabras vacías?

La risa que siguió a sus palabras fue baja, casi gutural, como si realmente no pudiera creer lo que veí cansancio de ambos los envolvía, pero mientras Bernardo luchaba por mantener su dignidad, Peter parecía dispuesto a romperla con cada gesto, con cada embargo, algo en la postura de Bernardo lo hizo vacilar por un segundo, un pequeño destello de duda que, aunque fugaz, no pasó desapercibido para él.

Bernardo, entre la rabia y el agotamiento, sintió que esas palabras de Peter eran solo otro intento por destruir lo poco que quedaba de é se aferró a lo único que podía: su fe en sí mismo, el deseo de demostrar que aún podía ser algo más que la sombra de lo que su hermano importaba cuántas veces lo humillara, no importaba lo que Peter creyera de él. Esta vez, no se rendiría.

Su risa resonó como un látigo, cortando el una risa cruel, seca, un sonido que parecía devorar todo a su paso, llenando el espacio con su carcajada estaba impregnada de desprecio, como si intentara arrancar la dignidad de Bernardo con cada vibración de su una risa calculada, meticulosamente diseñada para humillar, para hacer que Bernardo sintiera que todo su esfuerzo, toda su lucha, no valían nada.

—Eres patético, Bernardo.—Las palabras salieron de su boca como dagas afiladas, cada una apuntando al mismo objetivo:desgarrar lo que quedaba de su tono era una mezcla de desdén y superioridad, como si se estuviera burlando de un insecto atrapado bajo su bota.—Una sombra que nunca podrá escapar de lo que siempre fue.

El golpe de esas palabras fue tan fuerte como un puñ Bernardo no podía verlo, podía sentir cómo la humillación comenzaba a calar en lo profundo de su ser, como si cada palabra de Peter fuera un veneno infiltrándose en su imposible escapar de la certeza que su hermano trataba de imponerle: la creencia de que siempre sería inferior, siempre sería ese niño que alguna vez quedó a la sombra de Peter.

Pero en su interior, Bernardo sintió una chispa de iba a dejar que esas palabras lo definieran, no iba a permitir que la visión de Peter sobre él fuera la que decidiera su destino.A pesar del dolor, a pesar de las heridas, sus ojos brillaban con una intensidad feroz, como si cada palabra de su hermano le diera más risa, esa burla, solo aumentaba su determinación.

Bernardo apretó los puños con tanta fuerza que sus dedos se tornaron blancos, sus nudos tensándose hasta el lí cuerpo temblaba, no solo por las heridas que le recorrían la piel, sino por la intensidad de las emociones que lo odio, la rabia, el dolor; todos se entrelazaban dentro de él, creando una tormenta interna que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.

El eco de las palabras de Peter resonaba en su mente como una daga girando en su interior,cada palabra clavándose más profundo, desgarrando las capas de su ser,haciendo que la furia aumentara con cada respiració embargo, esa daga no solo lo debilitaba, sino que también despertaba algo má como una chispa que encendía algo profundo dentro de él, algo que ni Peter ni nadie podría extinguir.

Era la esencia misma de su burlas de su hermano, su desprecio, todo eso se transformaba en un combustible para su alma, algo que lo empujaba más allá de los límites que creía iba a permitir que Peter lo definiera, no iba a dejar que esas palabras determinaran su sentía como si todo su ser estuviera siendo despojado de sus últimas reservas de dolor, dejando solo la voluntad pura de luchar, de desafiar lo que Peter había querido imponerle durante tanto tiempo.

Con cada latido de su corazón, su decisión se fortalecía, su ira se transformaba en un poder que no pensaba dejar palabras de Peter eran la daga que intentaba matarlo, pero en lugar de quebrarse, Bernardo las absorbió, las convirtió en su propia fuerza, en la única energía que necesitaba para seguir en pie.

—Eres tú quien vive en sombras, voz de Bernardo resonó con fuerza, cada palabra saliendo de su garganta como un reto ojos brillaban con una determinación feroz, y aunque su cuerpo estaba al borde del colapso, sus palabras eran tan cortantes como cuchillos.—Todo lo que haces, todo lo que eres, está vací una afirmación rotunda, una declaración de que ya no tenía miedo de enfrentarse a su hermano, que ya no lo vería como esa figura inalcanzable que una vez temió.

Peter dejó de reír de sonido que emanó de su garganta fue como un gruñido contenido, su rostro transformándose en una mueca de odio no había diversión en sus ojos, solo una rabia profunda que hervía bajo la superficie.

—¿Vacío?—repitió, como si esas palabras fueran un insulto, como si las hubiera escuchado durante toda su vida pero nunca las hubiera un paso hacia Bernardo, sus botas resonando con fuerza en el suelo, como si cada uno de sus movimientos fuera una sentencia de intensidad en sus ojos creció, como si una llama se avivara dentro de él, una furia que parecía imparable.

—¿Vacío como el espacio que dejas en este mundo?Las palabras de Peter eran como una maldición, llenas de veneno, un veneno que intentaba introducirse en el corazón de Bernardo.—¡Eres un desperdicio, Bernardo!La última palabra fue un golpe directo, lanzada con toda la crueldad que Peter había acumulado a lo largo de los añ un desprecio tan profundo que parecía poder destruir cualquier vestigio de esperanza que quedara en el aire entre ellos.

Pero Bernardo no cedió.Aunque el odio de Peter era palpable, él mantuvo su mirada firme, como si esas palabras fueran solo rabia que emanaba de su hermano no era más que una muestra de la debilidad interna de palabra de su hermano, cada insulto, lo hacía más fuerte, porque Bernardo sabía algo que Peter no podía ver: no era él quien estaba vacío, sino Peter, atrapado en su propia desesperación.

De repente, Peter se lanzó hacia él, su cuerpo en movimiento con una rapidez y brutalidad que Bernardo no había un ataque salvaje, como una bestia liberada de su mano derecha de Peter se estrelló contra el rostro de Bernardo con tal fuerza que el sonido del impacto resonó en el golpe lo envió tambaleándose hacia atrás, sus piernas casi incapaces de sostenerlo, como si el suelo bajo sus pies hubiera dolor explotó en su cabeza, pero no tuvo tiempo de procesarlo.

Antes de que pudiera reaccionar, Peter lo había alcanzado y lo sujetó por el cuello con una fuerza presión de sus dedos alrededor de la garganta de Bernardo era como una garra de acero, apretando con cada segundo que respiración de Bernardo se volvió más dificultosa, sus pulmones luchando por obtener aire mientras Peter lo arrastraba hacia el brutalidad de su hermano era insoportable, pero Bernardo no podía rendirse, no podía permitir que Peter tuviera la última palabra.

Con un último esfuerzo, Bernardo trató de liberarse, pero fue inú lo inmovilizó por completo, su rodilla presionando el pecho de Bernardo con tal fuerza que le quitaba el superioridad física de Peter en ese momento era aplastante, y Bernardo sintió cómo la desesperación comenzaba a filtrarse en su mente, como un suelo bajo él parecía volverse más frío, más distante, mientras los segundos se estiraban, haciendo que cada respiración se sintiera como una batalla perdida.

Sin embargo, algo en su interior comenzó a arder con más dolor, la desesperación, la rabia; todos esos sentimientos se fusionaron en un solo impulso, una voluntad pensaba que había ganado, que había roto a su hermano de una vez por todas, pero Bernardo aún no había cada fibra de su ser, sabía que su lucha no acabaría aquí.

La sonrisa cruel de Peter se deformó en una mueca de furia cuando vio que su hermano, a pesar de su estado, aún se resistía."¿Dónde está tu gran determinación ahora, hermano?"gruñó Peter, levantando el puño con la intención de golpearlo una vez má mirada era un reflejo de pura ira, como si en ese golpe pudiera finalmente destruir a Bernardo por completo."¡Demuestra tu fuerza! ¡Demuestra que no eres un fracaso!"Las palabras salieron de su boca como una amenaza, una burla disfrazada de desafío.

Bernardo, a pesar de estar al borde de la desmoralización, no se rindió.La presión en su pecho, el ardor de sus heridas, la asfixiante fuerza de la mano de Peter alrededor de su cuello; todo esto era una tortura imparable, pero en su interior algo seguía rabia, el deseo de demostrarle a su hermano que no era un simple error, una sombra condenada, sino que aún tenía fuerza, aún podía resistir.

Con un grito ahogado, Bernardo reunió lo que quedaba de su energí pierna, casi incapaz de moverse debido al dolor, se movió con la última chispa de su pie de Bernardo conectó con el costado de Peter, un golpe torpe pero que logró el objetivo: apartarlo por un sonido de la pierna de Bernardo chocando contra el costado de Peter fue como un relámpago en medio de la tormenta, un destello de esperanza en el caos.

Ambos hermanos cayeron hacia atrás por el impacto, pero Bernardo no perdió ni un ó ese instante de debilidad de Peter para reagruparse, a pesar de que su cuerpo parecía a punto de costado de Bernardo ardía, su respiración era un esfuerzo constante, pero se mantuvo pocos segundos le dieron el respiro que necesitaba para demostrar, una vez más, que no era un fracaso.

Peter se levantó con rapidez, su respiración entrecortada pero llena de rostro estaba marcado por la rabia, los ojos incendiados de un odio que parecía no tener fin."¡Eso es todo lo que tienes!"gritó, su voz cargada de desprecio, como si la resistencia de su hermano fuera solo una una furia salvaje, Peter se lanzó nuevamente hacia Bernardo, su cuerpo moviéndose con una rapidez feroz, como una bestia hambrienta dispuesta a destruir a su presa.

Bernardo, que apenas podía mantenerse en pie, sentía cómo el peso de la fatiga lo heridas le ardían, la visión se le nublaba, pero su espíritu seguía desafiante, incluso cuando todo en su cuerpo le pedía sonido de los pasos de Peter acercándose como un trueno lo llenaba de una desesperación visceral, pero también le recordaba que, a pesar de todo, aún podía resistir.

Con un esfuerzo titánico, Bernardo trató de reaccionar, levantando los brazos de manera torpe para protegerse del siguiente mente gritaba, su cuerpo temblaba, pero no podía dejar que Peter tuviera la última palabra, no después de todo lo que había aire se cargaba de tensión, el ruido de los movimientos rápidos de Peter era lo único que se oía en el espacio cerrado, y la furia en su rostro era como un reflejo de su propia desesperación.

Una vez más, Bernardo estaba atrapado entre el deseo de demostrar su valía y la realidad de su propio su determinación era más fuerte que el dolor, más feroz que las heridas que lo desgarraban.A pesar de la brutalidad del ataque que se avecinaba, algo dentro de él, una fuerza inquebrantable, se preparaba para enfrentar la tormenta.

El aire se cargó de tensión cuando Bernardo esquivó el primer golpe,su cuerpo agotado moviéndose con la rapidez que le impacto de su puño en el estómago de Peter, aunque débil, resonó como un faro de desafío, un recordatorio de que la lucha no se ganaba solo con fuerza bruta, sino con aliento pesado cortaba el aire, y por un instante, el tiempo pareció detenerse.

Peter, tambaleando por el golpe, escupió aire entre dientes,pero la ira que lo consumía lo hacía más peligroso que mueca de desdén en su rostro se transformó en una sonrisa torcida, como si el desafío de su hermano solo lo empujara a ir más allá."¿Siempre te levantarás?"su voz era una mezcla de burla y furia, su tono cargado con una amenaza latente."No me importa cuántas veces lo intentes, Bernardo, esta vez te destruiré."

Bernardo, respirando con dificultad, levantó la mirada, su rostro una máscara de determinación, aunque las heridas le pesaban como cadenas invisibles."No importa cuántas veces me derribes,"dijo entre jadeos, su voz firme pese al cansancio que amenazaba con aplastarlo."Siempre me levantaré."Cada palabra era un juramento, una declaración de que, aunque el cuerpo pudiera fallar, el espíritu nunca se quebraría.

La mirada de Peter brilló con furia renovada, pero en sus ojos también se asomaba algo más: un destello de duda, tan fugaz que casi no se podía ás, en algún rincón de su alma, comprendía que la lucha no se trataba solo de destruir a su hermano, sino de destruir la parte de sí mismo que aún dudaba de su victoria.

La tensión creció como una tormenta imparable,una fuerza invisible pero palpable que electrificaba el aire entre uno representaba el extremo opuesto de una lucha feroz, la resistencia implacable de Bernardo frente al odio desmedido de palabras se disparaban entre ellos, afiladas y crueles, tan letales como cualquier golpe, una guerra mental que desbordaba la brutalidad física del combate.

Bernardo, su cuerpo tambaleante,estaba al borde de la derrota, las heridas dándole una sensación de pesadez que casi lo aplastaba, pero su espíritu no cedí palabra que le lanzaba a su hermano era como un escudo, protegiéndolo de la ira que amenazaba con arrastrarlo al sudor y la sangre, mezclados con el polvo del suelo, parecían ser el testamento de su resistencia.A pesar de que su cuerpo gritaba por descanso, su voluntad lo mantenía en pie, desafiando la idea de que el dolor era el fin.

Peter, por su parte, lo veía con una mezcla de desprecio y furia,pero algo en su mirada denotaba una creciente frustración, como si el hecho de que su hermano no se doblegara le impidiera encontrar la satisfacción total en su golpe fallido, cada palabra de desafío que Bernardo lanzaba, sembraba una semilla de duda en su mente, haciendo que la tormenta en su interior se volviera más furiosa y caótica.

Ambos se encontraban en un campo de batalla interno y externo,uno que no solo medía sus fuerzas físicas, sino también la profundidad de su alma.Y aunque Bernardo parecía estar al borde de la extinción, había algo en él que nunca moriría: la chispa de resistencia que nunca se apagaría, mientras que Peter seguía atrapado en las sombras de su propia rabia, incapaz de comprender lo que su hermano verdaderamente representaba.

Peter limpió la sangre de la comisura de su bocacon un gesto casi despectivo, su mirada fija en Bernardo, desbordando desprecio y sonrisa torcida que se dibujó en su rostroera la expresión misma de un hombre que disfrutaba del sufrimiento ajeno, como si cada palabra que saliera de su boca fuera un veneno, un intento de desgastar más a su hermano, aún cuando la lucha continuaba a duras penas.

—¿Levantarás?repitió, su tono cargado de sarcasmo, como si sus palabras fueran un látigo destinado a desgarrar las últimas reservas de esperanza de Bernardo.—Bernardo, lo único que haces es prolongar lo voz sonó como un eco vacío en el aire, un intento de convencer a su hermano, pero también de convencerse a sí mismo de que la victoria estaba cerca, que la tormenta ya estaba en su punto culminante, lista para arrasar con todo.

Pero, a pesar de la brutalidad en las palabras de Peter, algo dentro de Bernardo no se quebró.Cada palabra de su hermano era como un reto, una chispa que alimentaba aún más la llama dentro de él.Él no iba a ceder, no iba a permitir que el desprecio de Peter destruyera su determinació rostro de Bernardo, marcado por el dolor y la fatiga, seguía reflejando una feroz resolución,un eco de todo lo que había luchado por mantener: su dignidad, su voluntad de seguir adelante a pesar de todo lo que le habían arrojado.

—Lo inevitable es lo que tú esperas, ó Bernardo, su voz firme y desafiante a pesar de las sombras que comenzaban a arrastrarse por su cuerpo.—Pero tal vez el único que está perdido aquí eres tú.

El aire entre ellos era pesado, denso como un manto de desesperació respiración, cada movimiento, se sentía como si el mundo estuviera suspendido en el filo de un tensión que emanaba de la confrontación era palpable, como una carga eléctrica en el ambiente, tan fuerte que era casi odio flotaba entre ellos, una niebla oscura que dificultaba incluso el respirar, y aunque Bernardo apenas podía mantenerse de pie, con las piernas tambaleantes traicionándolo en cada paso, había algo en su mirada que no vacilaba:una feroz determinación, inquebrantable, alimentada por todo lo que había sufrido y todo lo que aún le quedaba por luchar.

El dolor que sentía en el pecho era un recordatorio constante de su latido, cada respiración profunda, parecía perforar su ser,pero era el precio que estaba dispuesto a pagar por mantenerse fiel a sí mismo. Era consciente de que su cuerpo estaba al límite, de que cada segundo era un suspiro más cerca de caer, pero aún así no cedía. No se permitiría ser arrastrado por el abismo de la desesperación, ni mucho menos por la monstruosidad que su hermano representaba.

—Puede que sea débil...admitió Bernardo, su voz rasposa, marcada por el dolor físico y emocional, pero cargada de una fuerza que no podía ser ignorada.—Pero al menos no soy un monstruo como tú.Las palabras, aunque débiles por el agotamiento,se dispararon como flechas, directas al corazón de Peter, desnudando la verdad que su hermano intentaba ignorar:que la rabia y el odio lo habían corrompido por completo, convirtiéndolo en algo irreconocible, en un ser que ya no veía la humanidad ni en su propio reflejo.

Peter frunció el ceño, su rostro contorsionándose en una mezcla de ira y algo más oscuro, más palabra de Bernardo era un golpe, un recordatorio de todo lo que había perdido, todo lo que se había dejado consumir por el en lugar de retroceder, como cualquier otra persona lo habría hecho,Peter lo miró con una furia aún mayor, como si las palabras de su hermano fueran un desafío personal que necesitaba aplastar.

—Tú no sabes nada, monstruo no soy yo, sino todo lo que has hecho para convertirme en , ¿quién fue el que decidió este camino? ¿Quién fue el que me arrastró hacia la oscuridad?respondió, su voz baja, llena de un odio tan profundo que parecía resonar en las paredes que los rodeaban.

Peter soltó una carcajada breve, pero cargada de veneno, un sonido que cortó el aire como un cuchillo la risa de quien se siente superior, de quien ha perdido tanto que ya no sabe reconocer el límite entre la razón y la dar tiempo a que Bernardo reaccionara,se lanzó sobre élcon una velocidad brutal,sus manos atraparon la muñeca de Bernardo en un agarre feroz que parecía destinado a destrozarla.

La presión en su muñeca fue insoportable, como si las fuerzas de Peter quisieran desmembrarlo, arrancarlo del gritó de dolor, pero a pesar de la agonía, no dejó que su rostro se contorsionara en una mueca de desesperació podía permitírselo, no cuando estaba tan cerca de hacerle ver la fibra de su ser ardía con la necesidad de resistir, de no rendirse ante el monstruo que su hermano había elegido ser.

—No soy un monstruo, hermano,dijo Peter, su voz casi un susurro lleno de ira contenida y un odio las palabras salían de su boca, retorció aún más la muñeca de Bernardo, obligándolo a caer de rodillas con un grito de como si quisiera arrancar cada parte de la dignidad que quedaba en su hermano, dejando solo el eco de su derrota.

Bernardo luchó contra el dolor, sus dientes apretados con fuerza, el sudor corriendo por su frente, pero algo en su mirada seguía podía caer ante Peter, no podía darle el gusto de ver su sus piernas flaquearon, aunque el dolor lo atravesó como una corriente eléctrica, había una fuerza más allá de lo físico que lo mantenía erguido.

—Soy el resultado de todo lo que tú no pudiste ser,añadió Peter, su voz ahora cargada de veneno y palabra que decía era como un golpe, una sentencia cruel que pretendía quebrar la resistencia de hermano que tenía frente a él ya no existía, ya no era ese niño lleno de sueños y , ahora había una sombra en su lugar, y la rabia que lo alimentaba solo lo hacía más peligroso.

Pero Bernardo no cedería,no importaba cuánto lo atacara, cuántas veces lo resistencia era más fuerte que cualquier dolor fí batalla no solo era externa, sino también un choque entre lo que eran y lo que habían llegado a ser, una lucha por el alma misma.

Con un giro violento,Peter empujó a Bernardo hacia atrás,el impacto fue tan fuerte que el cuerpo de Bernardo colisionó con el suelo como una marioneta rota, el golpe resonó en sus huesos,el aire escapando de sus pulmones con un jadeo ahogado. Pero no pudo permitirse quedarse ahí, no cuando la lucha aún no estaba decidida.

Antes de que pudiera levantar siquiera la mano para apoyarse,el pie de Peter descendió con una rapidez fatal, estrellándose contra su costado con unafuerza sintió cómo el dolor le atravesaba el cuerpo como un puñal ardiendo, pero se negó a gritar, se negó a mostrar respiración se agitó, pero aún con el peso de su hermano presionando sobre él,la lucha continuaba.

—¡Levántate!Peter rugió con furia, sus palabras saliendo como una condena en el pie se alzó una vez más, aplastando el costado de Bernardo, solo para ser reemplazado por el impacto brutal de un golpe directo al sonido fue ensordecedor, como si el mundo mismo hubiera estallado, un trueno infernal que sacudióel sintió el fuego en su labio roto, la sangre brotando como un río oscuro que teñía sus dientes, pero no se rindió.

La sangre en su boca era un recordatorio de lo que estaba dispuesto a perder,pero también de lo que aún quedaba por una mueca de dolor y determinación, Bernardo levantó la mirada, enfrentando a Peter con los ojos ardiendo de desafío.

Aunque su cuerpo estaba agotado, marcado por los golpes y las heridas, algo dentro de él seguía golpe que recibía de su hermano no era solo un ataque físico, sino una reafirmación de su decisión:no caería.

A pesar del dolor punzante que atravesaba su cuerpo, Bernardo se arrastró, cada movimiento un sacrificio, su respiración entrecortada, como si cada bocanada de aire le quemara los cuerpo estaba al borde de la ruptura, pero su voluntad no cedí manos de Bernardo, llenas de tierra y sangre, buscaban el apoyo que su cuerpo no podía ofrecer, pero él seguía avanzando, arrastrándose, negándose a quedar bajo el dominio de su hermano.

—¿Sigues aferrándote a esa patética esperanza?La voz de Peter cayó sobre él como un golpe inclinó sobre él, una figura dominante, casi triunfante, mientras levantaba la daga en un movimiento lento y seguro, como si ya supiera que la batalla estaba metal reflejaba la luz deel lugar, brillante, cruel, como una serpiente lista para su presa.

—¿Crees que el mundo necesita a alguien como tú?Las palabras de Peter eran como una daga más, cada sílaba impregnada de desprecio y desdé sonrisa era una mueca torcida de victoria, casi divertida por la tenacidad de Bernardo.

Pero, a pesar de la humillación, a pesar del dolor que le desgarraba los músculos y le nublaba la mente,Bernardo no respondió con su interior, algo seguía ardiendo, un fuego indomable que no podía ser apagado, ni por el dolor ni por la su cuerpo estaba a punto de ceder, su alma seguía erguida, desafiando la sombra que Peter intentaba imponerle.

No estaba listo para morir, no de esa manera.

Con un esfuerzo sobrehumano,Bernardo levantó la vista, su mirada fija en los ojos de Peter, desbordando una furia respiración era un susurro entrecortado, pero dentro de él resonaba un grito de resistencia, de desafío, de podría golpearlo hasta dejarlo sin aliento, pero no podría arrebatarle la última chispa de esperanza.

—Tal vez el mundo no me necesite...murmuró Bernardo, su voz quebrada pero firme, como un eco entre la tormenta.—Pero yo no necesito un mundo que te tenga a ti.

Bernardo alzó la mirada, sus ojos llenos de una intensidad que desbordaba el era el mundo lo que lo mantenía en pie, no era la lucha por la gloria ni la venganza lo que lo la necesidad de demostrar que, a pesar de todo lo que había sufrido, a pesar de la humillación y la brutalidad de su hermano, aún existía un fragmento de él que no podía ser llama en sus ojos reflejaba su alma intacta, esa chispa de resistencia que no se doblegaba ante la oscuridad.

—No es el mundo...sus palabras salieron entre jadeos, su cuerpo apenas soportando el peso de la lucha, pero su espíritu seguía entero, intacto.—Es por mí. No dejaré que tú definas quién fuerza de su declaración no provenía de la rabia, sino de una comprensión más profunda: estaba dispuesto a morir para mantener su identidad intacta, para no ser una sombra más en la fibra de su ser luchaba por esa verdad, por ese grito interno que se negaba a ser silenciado.

Y sin que ni Bernardo ni Peter pudieran comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo, algo más grande que ellos se comenzaba a tejer en las sombras del sacrificio de Bernardo, su caída en la lucha, sería la chispa que encendería un fuego mucho más grande que la disputa entre los dos su cuerpo caía, aunque sus fuerzas lo abandonaban, su muerte marcaría un antes y un después, una historia que no quedaría en el olvido.

El impacto de su sacrificio llegaría más allá de las fronteras de su pequeña pelea grandes poderes que gobernaban el planeta, aquellos que se ocultaban tras los hilos de la política, la guerra y la magia, comenzarían a mover sus muerte de Bernardo, la de un hombre que se atrevió a desafiar su destino, sería el preludio de una era que podría ser de prosperidad o de total destrucció equilibrio del mundo, que había estado en una cuerda floja durante siglos, comenzaría a tambalear, y las fuerzas más poderosas del planeta comenzaban a tomar nota.

El futuro, entonces, quedaba suspendido en una cuerda de muerte de un hombre insignificante para algunos, un héroe para otros, podría desencadenar una guerra que cambiaría todo lo que la humanidad conocía, o bien podría llevarla hacia una nueva era de los dioses del poder, aquellos que veían más allá de la batalla entre hermanos, sabían la respuesta. Y la historia, al final, decidiría si el sacrificio de Bernardo había sido una tragedia o el sacrificio de un hombre que había forjado su destino.

La daga se hundió en el hombro de Bernardo con una brutalidad que hizo que sus ojos se llenaran de una mezcla de dolor y torsión del arma solo hizo que el sufrimiento fuera más profundo, como si cada centímetro de carne desgarrada hablara de su resistencia, de su negativa a sangre brotó en un torrente oscuro, empapando su camisa, pero Bernardo, a pesar del desgarrador dolor, no emitió ni un suspiro de sus ojos brillaba una determinación que ni la muerte misma parecía capaz de apagar.

—¿Y quién eres tú, entonces?Las palabras de Peter resonaron con un veneno que se vertía en cada sílaba, pero su hermano no se dejó rabia que Peter sentía no era solo hacia Bernardo, sino hacia todo lo que representaba la resistencia de este hombre, hacia todo lo que no podía comprender en su propio inclinó su rostro hacia el de Bernardo, su respiración pesada y su mirada llena de la mirada de un hombre que, por un momento, no veía a su hermano, sino solo a un obstáculo que necesitaba ser destruido.

Pero Bernardo no se dejó doblegar.A pesar de la daga que desgarraba su carne, de la sangre que teñía la escena, de la agonía que se apoderaba de él, algo en su interior se mantenía como si las palabras de Peter, cargadas de odio y desprecio, fueran solo ecos vacíos en comparación con la feroz verdad que ardía dentro de él.

Con voz entrecortada por el dolor, pero llena de la fuerza que Peter jamás podría entender, Bernardo respondió, la mirada fija en los ojos de su hermano.—Soy alguien que sigue peleando. Alguien que no se rendirá, aunque me arrastres al abismo. No soy lo que tú quieres que palabra era una resistencia, una declaración de guerra no solo contra Peter, sino contra toda la oscuridad que había estado tomando control de su hermano.

Peter, al escuchar las palabras de su hermano, sintió una ola de furia que lo invadía por pregunta que había lanzado, buscando respuestas, ahora parecía ser una broma cruel, porque la verdad era que nunca había comprendido a había visto la fuerza detrás de sus decisiones, la resiliencia que lo mantenía erguido, aún cuando su cuerpo estaba al borde del colapso.

La daga de Peter seguía clavada, pero la verdadera batalla estaba en sus corazones, en la lucha entre lo que ambos creían que eran, lo que ambos esperaban ser, y lo que estaban dispuestos a sacrificar para alcanzarlo.Y en medio de todo esto, el mundo a su alrededor comenzaba a girar, como si la contienda entre los dos hermanos fuera solo un reflejo de algo mucho más grande, algo que se estaba forjando en la oscuridad de sus almas.

Bernardo soltó un grito ahogado, una explosión de dolor que reverberó en la quietud del enfrentamiento, pero sus ojos, aunque nublados por la agonía, no se apartaron de fibra de su ser parecía gritar en protesta contra el sufrimiento, contra la daga que aún se encontraba clavada en su hombro, desgarrando su carne, pero algo dentro de él, una fuerza insondable, le impedía dolor, aunque insoportable, se convirtió en combustible para su alma, encendiendo un fuego que no podía extinguir.

Con la respiración entrecortada, pero la voz clara y firme, Bernardo pronunció las palabras que resonaron como una declaración de guerra.—Soy... alguien que nunca dejará de frase era un grito de desafío, no solo hacia Peter, sino hacia todo lo que había intentado derribarlo a lo largo de su palabra era una promesa, una que ni la muerte podría arrebatarle.

Peter, al escuchar esas palabras, sintió una ráfaga de ira y frustración recorrer su como si cada uno de los esfuerzos de Bernardo, cada grito de resistencia, le llegara como un golpe má , tan convencido de su propia victoria, no podía comprender por qué Bernardo seguía luchando, por qué no se arrodillaba ante é fuerza de su hermano, aun cuando parecía estar al borde de la ruptura, lo desbordaba.

Sin embargo, la visión de Bernardo, con su mirada fija en él, sin titubeos ni rendición, hacía que la furia de Peter tomara un giro impredecible.¿Por qué? ¿Por qué no se rendía?Era la pregunta que nunca se había atrevido a hacerse, pero que, por primera vez, comenzó a martillar en su mente.

La batalla, ya no solo física, sino emocional, se , aunque herido y agotado, seguía de pie, como si la tierra misma estuviera bajo sus pies, como si su propia alma estuviera forjada para un instante, Peter dudó, no de su fuerza, sino de la verdad de la que su hermano hablaba.

Bernardo, sin embargo, ya no esperaba que su hermano único que le importaba era que él, a pesar de todo, seguiría adelante, seguiría luchando, porque eso era lo único que le quedaba: el desafío constante, el desafío a todo lo que había sido, a todo lo que Peter había forjado en su corazón.

El golpe resonó como un trueno en la habitación, el impacto en la mandíbula de Bernardo lo envió al suelo de manera frío del suelo pareció consumirlo por un instante, un contraste cruel con el fuego ardiente que desgarraba su hombro y latía en cada centímetro de su , con la daga aún incrustada en la carne de su hermano, retrocedió un paso, su mirada fija en la figura caída frente a él, como si contemplara un espectáculo grotesco que él mismo había creado.

—Y seguirás intentándolo hasta morir,—murmuró Peter, su voz gélida, carente de compasió palabras eran como cuchillas, cargadas con una crueldad que buscaba quebrar lo único que aún mantenía a Bernardo en pie: su espíritu.

Pero incluso en el suelo, sangrando, cada respiración un esfuerzo titánico, Bernardo no se rendí movimientos torpes y dolorosos, comenzó a arrastrarse, sus manos temblorosas buscando apoyo mientras intentaba alzar su cuerpo una vez má rostro estaba cubierto de sudor, sangre y tierra, pero en sus ojos había algo que Peter no podía destruir: esa llama obstinada de desafío, esa voluntad indomable que parecía reírse incluso ante la muerte.

—¿Es eso lo que quieres, Peter? —susurró Bernardo con dificultad, su voz rota pero aún cargada de una fuerza insospechada—. ¿Verme morir... mientras sigo peleando?

El silencio que siguió era sofocante, interrumpido solo por la respiración entrecortada de entrecerró los ojos, su expresión oscilando entre el desprecio y algo más profundo, algo más oscuro que incluso él se negaba a reconocer.

—Morirás como lo que eres, un inútil —replicó Peter, pero esta vez, su tono no era tan seguro como como si, por primera vez, la resistencia de su hermano estuviera arañando algo dentro de él, algo que había enterrado hace mucho tiempo.

Con un esfuerzo monumental, Bernardo logró arrodillarse, tambaleándose bajo el peso de su propio cuerpo maltratado. La daga aún sobresalía de su hombro, un recordatorio brutal de su fragilidad, pero también de su capacidad para soportar lo impensable.

—Prefiero morir intentando ser algo más... que vivir como lo que tú te has convertido,—escupió Bernardo, cada palabra impregnada de dolor, pero también de una verdad que cortaba como una cuchilla.

Peter permaneció inmóvil, sus puños cerrados, su mente atrapada en un torbellino de emociones ía buscado quebrar a Bernardo, destruirlo de una vez por todas, pero ahora se enfrentaba a una realidad que lo desarmaba: no importaba cuánto daño infligiera, su hermano seguía levantándose.

En ese momento, el enfrentamiento dejó de ser una simple lucha fí había convertido en algo más profundo, una guerra de voluntades, donde el verdadero vencedor no sería quien se mantuviera de pie, sino quien pudiera soportar las cicatrices más profundas y seguir adelante.

El aire, denso y expectante, se detuvo como si el tiempo mismo contuviera el aliento tras las palabras de risa, cortante y hueca, se extendió por el espacio como un eco que no quería una risa que no solo despreciaba, sino que proclamaba victoria anticipada, una burla al espíritu inquebrantable de Bernardo.

Entonces, sucedió algo extrañ cuerpo de Peter comenzó a desvanecerse, disolviéndose en diminutas partículas blancas que brillaban tenuemente bajo la escasa luz, como motas de polvo espectral que se movían con una gracia como si la sustancia misma de su ser fuera arrancada de la realidad, fragmentándose en fragmentos etéreos que danzaban en el aire.

Bernardo, aún arrodillado, observó con una mezcla de desconcierto y dolor en su cuerpo parecía desdibujarse frente al espectáculo frente a él, mientras las partículas se arremolinaban, formando patrones casi hipnóticos, antes de dispersarse en todas direcciones.

—¿Qué... qué demonios eres, Peter? —jadeó Bernardo, su voz rota pero impregnada de una incredulidad palpable.

El silencio respondió primero, pesado y absoluto, pero luego una voz, la de Peter, resonó desde todas partes y ninguna, como si las partículas mismas estuvieran hablando.

—Soy lo que tú nunca entendiste, hermano.—La voz era profunda, resonante, y parecía envolver a Bernardo como un manto de hielo—.Soy el resultado de romper todo límite... incluso el de lo humano.

Las partículas comenzaron a reunirse de nuevo, tomando forma a unos metros de resurgió, su cuerpo sólido pero diferente, como si hubiera absorbido algo del abismo que lo había ojos brillaban con una intensidad inhumana, y su sonrisa era un reflejo de algo oscuro y aterrador.

—¿Esperabas enfrentarte a un hombre, Bernardo?—preguntó, avanzando lentamente, cada paso resonando como un golpe en el suelo—.Eso sería demasiado fácil.

Bernardo apretó los dientes, su mente luchando por procesar lo que veí fibra de su ser le decía que retrocediera, pero esa misma determinación que lo había mantenido de pie hasta ahora lo obligó a quedarse, a enfrentar lo imposible.

—No importa lo que seas, Peter,—dijo, su voz temblando pero sin quebrarse—.Aún eres alguien que puede ser detenido.

Peter soltó una carcajada baja, su tono impregnado de un desprecio que parecía perforar el aire.

—¿Detenido?—repitió, inclinando la cabeza como si analizara sus palabras—.No entiendes, Bernardo. Esto no es una pelea. Esto es un castigo.

Y con esas palabras, el mundo a su alrededor pareció estremecerse, como si el odio puro de Peter hubiera tocado algo fundamental en la realidad suelo crujió, las sombras se alargaron, y la habitación se llenó de una presión sofocante que anunciaba que el verdadero enfrentamiento apenas comenzaba.

Bernardo, jadeando por el dolor, no pudo reaccionar a tiempo. La aparición de Peter fue instantánea, su puño estrellándose contra su rostro con una fuerza despiadada.

El golpe de Peter fue como un trueno en carne viva, un estallido que dejó la habitación temblando con su apenas pudo reaccionar; el impacto destrozó su equilibrio, lanzándolo hacia atrás con una violencia que robaba el cuerpo golpeó el suelo con un estruendo sordo, cada centímetro de él gritando de dolor al unísono.

La mandíbula de Bernardo ardía, un dolor agudo que subía por su cráneo como un fuego que no podía sabor metálico de la sangre llenó su boca, espeso y cálido, mientras la escupía en un intento desesperado por recuperar el suelo bajo él parecía girar como un torbellino, un abismo vertiginoso que amenazaba con engullirlo.

Peter, en cambio, permanecía de pie como un coloso imperturbable, sus ojos brillando con una crueldad movimiento suyo destilaba una calma aterradora, como si supiera que esta pelea era suya desde el principio.

—Mírate, Bernardo,—dijo Peter con una voz gélida, acercándose lentamente—.Tan débil, tan patético. ¿Realmente pensaste que tenías una oportunidad?

Bernardo, aún en el suelo, jadeó profundamente, cada respiración una batalla contra el dolor que atravesaba su manos temblorosas buscaron apoyo, palpando el suelo manchado con gotas de su propia sangre.

—No...—murmuró, su voz apenas un susurro, pero cargada de una tenacidad que desafió la frialdad de Peter—.No me rendiré.

El rostro de Peter se torció en una mueca de desdén, y su sonrisa era un filo cruel que cortaba cualquier atisbo de esperanza.

—Eso es lo que siempre dices, hermano,—respondió, inclinándose ligeramente hacia él—.Pero las palabras no significan nada cuando tu cuerpo no puede seguirte.

Sin previo aviso, Peter levantó una pierna y la dejó caer con brutalidad sobre el torso de impacto arrancó un grito ahogado de su hermano, que sintió como si cada costilla estuviera a punto de romperse bajo la presión aplastante.

El eco del golpe resonó en el ambiente, mezclándose con la respiración entrecortada de Bernardo y el leve crujir de sus embargo, incluso en medio del dolor y el tormento, algo profundo en su interior se negó a romperse.

Mientras Peter se retiraba un paso, confiado en que había subyugado a su hermano, Bernardo, con un esfuerzo casi sobrehumano, levantó la cabeza y lo miró ojos, hinchados y rojos, no reflejaban derrota, sino un fuego indomable que no podía apagarse.

—Puedes romper mi cuerpo, Peter, pero jamás tocarás mi voluntad,—escupió, su voz temblorosa pero firme.

El silencio que siguió fue un campo de batalla invisible, donde la voluntad y el odio se enfrentaron con una intensidad que hacía que el aire mismo pareciera pelea estaba lejos de terminar, y aunque Bernardo estaba al borde del colapso, la chispa en su interior seguía ardiendo con fuerza inquebrantable.

El golpe fue devastador, un relámpago de dolor que atravesó el cuerpo de Bernardo como una lanza patada de Peter impactó con una precisión calculada, hundiéndose en el costado derecho de su hermano con una fuerza que parecía destinada a romper algo más que huesos.

Bernardo fue lanzado al suelo como un muñeco de trapo, su cuerpo aterrizando pesadamente con un sonido seco y un jadeo aire abandonó sus pulmones en un instante, y por un momento, todo su mundo se redujo al dolor que irradiaba desde su costado, pulsando con una intensidad que hacía que la visión se le nublara.

Peter permaneció de pie, sereno y frío como una sombra inexorable. Sus ojos, carentes de compasión, se clavaron en la figura caída de Bernardo, que luchaba por respirar y mover siquiera un dedo.

—¿Puedes sentirlo?—preguntó Peter, su tono casi un susurro, pero cargado con un veneno palpable—.Esa impotencia que te consume, ese abismo que se abre bajo tus pies cada vez que intentas levantarte. Esa es la diferencia entre tú y yo. Esa es la brecha que jamás podrás cruzar. Por mas grande que sea tu esfuerzo.

Mientras hablaba, Peter dio un paso más cerca de su hermano, su presencia dominando el inclinó ligeramente hacia Bernardo, como un depredador estudiando a su presa antes del golpe final.

Bernardo, aún en el suelo, jadeó desesperadamente, su mano temblorosa tratando de encontrar apoyo en el dolor en su costado era insoportable, cada respiración un recordatorio cruel de su fragilidad. Pero incluso en ese estado, su mente se negaba a ceder.

—No... es una brecha, Peter,—murmuró con dificultad, su voz rota pero firme—.Es una barrera... que tú creaste para protegerte de lo que realmente eres.

Peter frunció el ceño, su expresión cambiando brevemente a una mezcla de irritación y confusió esa chispa de duda se desvaneció tan rápido como apareció, sustituida por una furia controlada.

—¿Protegerme?—repitió, su voz cargada de desprecio mientras enderezaba su postura—.No necesito protegerme de nada. Soy superior. Y tú... no eres nada más que un peso muerto, Bernardo. Una mancha en mi existencia.

Con esas palabras, Peter levantó su pierna de nuevo, preparándose para un golpe aún más aire parecía congelarse, la tensión creciendo mientras Bernardo, aún débil y herido, buscaba dentro de sí mismo la fuerza para resistir.

Pero algo en sus ojos no había cambiado. A pesar del dolor, a pesar de la humillación, esa chispa ardiente de determinación seguía viva.Y mientras Peter descargaba toda su furia sobre él, Bernardo sabía que, aunque su cuerpo estuviera al borde de la destrucción, su espíritu seguía siendo un campo de batalla que Peter nunca podría conquistar.

Bernardo presionó sus manos contra el suelo, sus dedos resbalando sobre la mezcla pegajosa de sangre y sudor que cubría el movimiento era un suplicio, como si su propio cuerpo gritara en protesta, pero no le importaba.

—No... no me rendiré...—jadeó, su voz rota, apenas un susurro, pero cargada de una determinación que parecía desafiar incluso a la muerte misma.

Peter lo observaba desde arriba, con los brazos cruzados y una sonrisa cruel curvando sus contraste entre los dos era desgarrador: Peter, una figura imponente y despiadada, y Bernardo, apenas capaz de sostenerse con vida, luchando contra lo inevitable.

—Esa resistencia tuya es... conmovedora, en el peor de los sentidos,—dijo Peter, inclinándose ligeramente hacia él, como si se burlara de su esfuerzo—.Pero también es patética. ¿Qué logras con esto, Bernardo? ¿Demostrar que puedes soportar un poco más de sufrimiento?

Bernardo apretó los dientes, ignorando las palabras venenosas de su apoyó sobre una rodilla, su cuerpo tambaleándose mientras trataba de dolor en su costado era punzante, y la daga todavía incrustada en su hombro emitía una punzada ardiente con cada movimiento, pero algo más poderoso que el dolor lo impulsaba a seguir.

—No lo hago por ti... ni por nadie más...—dijo con dificultad, levantando la cabeza para mirar a Peter a los ojos—.Lo hago por mí. Porque sé que, aunque me destroces... no podrás quebrarme.

Peter parpadeó, la sonrisa en su rostro vacilando por un chispa de desafío en los ojos de Bernardo, esa maldita convicción, lo irritaba más que cualquier golpe que pudiera recibir.¿Cómo podía alguien tan débil mantener esa mirada, incluso al borde de la muerte?

—¿Quebrarte?—repitió Peter, con una mezcla de burla y rabia mientras daba un paso hacia adelante.*De un movimiento brusco, levantó su pierna y lanzó una patada hacia el torso de Bernardo, quien apenas logró cubrirse con un impacto lo lanzó de nuevo al suelo, arrancándole un grito ahogado.

—Ya estás roto, hermano,—gruñó Peter, inclinándose sobre él una vez más—.Solo que todavía no lo entiendes. Déjame mostrártelo.

Bernardo, tumbado sobre su espalda, jadeó, su pecho subiendo y bajando como si cada respiración fuera un desafío a la propia incluso allí, en ese estado, se negó a apartar la mirada de Peter.

—Puedes romperme... mi cuerpo... pero nunca tocarás lo que soy por dentro,—susurró, apenas audible, pero sus palabras resonaron como un desafío irrefutable en el aire cargado de sangre y odio.

Un silencio tenso cayó entre ellos, un instante suspendido en el que el mundo parecía contener la respiración, esperando el próximo movimiento.Y en ese momento, Bernardo no era un hombre derrotado; era una llama persistente, un eco de resistencia que ni siquiera la oscuridad más profunda podía apagar.

Peter tiró del cabello de Bernardo con fuerza, levantándolo hasta que sus pies apenas tocaban el sonrisa retorcida que adornaba su rostro no era más que una máscara para el desprecio y la crueldad que hervía en su interior.

—Claro que no. Tú nunca te rindes, ¿verdad?—dijo con una voz que goteaba veneno, cada palabra diseñada para ser un golpe más. Su otra mano se movió lentamente hacia su costado, donde una daga relucía bajo la luz tenue, como un depredador acechando a su presa—.Entonces, ¿por qué no hacemos esto más interesante?

Bernardo jadeó, su rostro deformado por el dolor mientras sentía el tirón en su cuero sangre aún goteaba de su labio roto y del hombro donde la primera daga seguía ó levantar una mano para liberarse, pero la fuerza de Peter lo mantenía completamente inmovilizado.

—¿Qué... qué más podrías hacerme?—logró articular entre jadeos, su voz débil pero todavía teñida de desafí ía una chispa en sus ojos, una llama que se negaba a extinguirse.

Peter rio, un sonido frío y sin alma que reverberó en la habitación.

—¿Qué más? Oh, Bernardo... eso es lo divertido de esto. Siempre hay algo más, siempre hay un nuevo límite para romper.

Con un movimiento calculado, Peter deslizó la daga de su funda, girándola entre sus dedos como si fuera un hoja brilló bajo la tenue luz, una amenaza tangible que parecía absorber la atención de toda la escena.

—Vamos a ver cuánto tiempo puedes mantener esa actitud, hermano,—dijo, inclinándose aún más cerca de su rostro, hasta que sus respiraciones prácticamente se mezclaron—.Quiero ver cuánto te queda antes de que esa chispa que tanto amas... desaparezca para siempre.

Y sin previo aviso, Peter deslizó la daga hacia abajo, haciendo un corte superficial pero largo en el pecho de Bernardo, justo por encima del corazó dolor fue inmediato, una quemadura que arrancó un grito ahogado de los labios de sangre comenzó a fluir, cálida y espesa, manchando la piel y la ropa ya empapada.

—¿Lo sientes, hermano?—susurró Peter, casi con dulzura, su rostro cerca del de Bernardo mientras observaba su expresión de agonía—.Ese es el sabor de la derrota. Pero no te preocupes, aún no he terminado contigo.

Bernardo apretó los dientes, luchando contra el dolor que lo consumía como un incendio respiración era irregular, pero cuando levantó la mirada, sus ojos seguían cargados de resistencia.

—Puedes... seguir intentándolo, Peter,—susurró, su voz apenas un hilo, pero cada palabra estaba cargada de una fuerza implacable—.Nunca... vas a ganar.

La furia de Peter se encendió como un volcá ó la daga con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron tormenta entre los dos hermanos no mostraba señales de detenerse, y cada segundo que pasaba solo hacía que las heridas, físicas y emocionales, se profundizaran aún más.

El grito desgarrador de Bernardo llenó el aire, un eco que rebotó en las paredes como una melodía macabra de daga hundida en su muslo era una fuente de agonía abrasadora, y el movimiento cruel de Peter al torcerla envió ondas de dolor que atravesaron todo su cuerpo.

—¡GRITA!—rugió Peter, su voz cargada de un sadismo inhumano mientras una risa perversa escapaba de sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y locura al observar cómo la sangre manaba del muslo de su hermano, empapando el suelo bajo ellos en un charco oscuro y viscoso.

Bernardo respiraba con dificultad, cada jadeo rasgando sus pulmones como dolor era insoportable, como si un fuego ardiera bajo su piel, consumiendo toda su energía. Sin embargo, incluso en medio de la tormenta que lo destrozaba, reunió las pocas fuerzas que le quedaban.

—¿Eso es todo lo que tienes?—jadeó, su voz apenas audible pero cargada de una terquedad hilo de sangre se deslizó por la comisura de su boca, pero sus ojos se alzaron para encontrar los de Peter, llenos de desafío, como un guerrero que se niega a caer.

Peter lo miró con incredulidad por un momento, su sonrisa torcida desapareciendo atisbo de resistencia, esa chispa que se negaba a apagarse, era una espina en su orgullo.

—¿De verdad sigues hablando?—preguntó, inclinándose hacia Bernardo, su rostro ahora una máscara de ira pura—.¿Qué hace falta para romperte, maldita sea? ¡¿Qué hace falta para que entiendas que esto es inútil?!

Con un movimiento brusco, Peter retiró la daga del muslo de Bernardo, provocando otro grito ahogado, y la alzó, dejando que la sangre goteante pintara un rastro oscuro en el aire.

—Tal vez necesites algo más convincente, hermano,—murmuró, su tono gélido y calculador mientras apuntaba hacia el pecho de Bernardo, justo donde podía escuchar el débil latido de su corazón luchando por seguir adelante—.Tal vez sea hora de que aprendas lo que significa el verdadero final.

Pero Bernardo, con un esfuerzo titánico, levantó una mano temblorosa y la colocó sobre la muñeca de Peter, no para detenerlo, sino para enfrentarlo cara a cara.

—Nunca aprenderás... porque nunca he sido como tú.—La fuerza de sus palabras, aunque dichas con dificultad, resonó como un golpe en la psique de no necesitaba ganar. Su mera resistencia ya era una victoria en un nivel más profundo que Peter jamás entendería.

La furia de Peter creció aún más, como una bestia encadenada que no podía alcanzar su presa.Y mientras la sangre seguía fluyendo, mientras el cuerpo de Bernardo se tambaleaba al borde de la inconsciencia, la batalla continuaba no solo en el plano físico, sino en una lucha más intensa: la del espíritu contra la oscuridad absoluta.

Bernardo se mordió el labio con fuerza, sofocando un grito, aunque sus ojos se llenaron de lágrimas de fuerza parecía abandonarlo con cada latido, pero algo dentro de él seguía ardiendo, negándose a apagarse. Sin embargo en estos momentos la psique ya afectada de Bernardo tomo el control una risa lunática. Uso el dolor para mantenerse ligado a la vida.

En su mente por estos ultimos momentos el dolor lo era todo.

si tenia dolor estaba vivo.

El rostro de Bernardo se contrajo en una mueca de dolor, pero no fue un grito lo que emergió de sus su lugar, una risa desquiciada comenzó a brotar desde lo más profundo de su pecho, un sonido crudo, irregular, y cargado de una mezcla insana de desafío y desesperación.

Peter se detuvo por un instante, desconcertado por aquel estallido hermano, cubierto de sangre, con una daga aún goteando de su cuerpo, estaba riéndose como si el dolor hubiera dejado de una visión perturbadora, como si algo dentro de Bernardo hubiera finalmente cedido al abismo, o quizás, como si estuviera utilizando ese mismo abismo como un arma.

—¿Qué demonios...?—murmuró Peter, su expresión endureciéndose mientras daba un paso atrás, como si de repente su hermano fuese algo completamente desconocido.

Bernardo, todavía tambaleante, apretó los dientes y alzó la mirada hacia ojos, brillantes por las lágrimas de dolor, estaban ahora llenos de algo diferente: una chispa de locura, de determinación febril, de algo que Peter no podía comprender completamente.

—¡Eso es todo lo que tienes!—gritó Bernardo entre risas, su voz quebrándose pero manteniéndose fuerte—.¡Golpea más fuerte, hermano! Porque mientras esto duela... significa que sigo aquí. Significa que todavía estoy vivo. ¡Y no puedes quitarme eso!

Usando el filo del dolor como una ancla para no desmoronarse, Bernardo empujó su cuerpo al lí ó una mano temblorosa contra el suelo y empezó a levantarse, cada movimiento acompañado de jadeos y más dolor se convirtió en un torrente que alimentaba su delirio, pero también su voluntad.

Peter apretó los dientes, su rostro torciéndose en una mueca de furia.

—¿Te parece gracioso, Bernardo?—gruñó, acercándose de nuevo con pasos lentos y amenazantes—.¿Crees que esto es un juego? Esa risa tuya... la detendré para siempre.

Pero Bernardo ya no parecía carcajadas continuaban, incluso cuando la sangre seguía manando de sus segundo que pasaba, su desafío crecía, como una llama que resiste un vendaval, parpadeando pero negándose a apagarse.

—No entiendes, Peter... ya no se trata de ti. Ni de mí.—Sus palabras salieron entrecortadas, pero cargadas de un peso que resonó en la habitación—.Este dolor... este sufrimiento... es lo que me mantiene de pie. Porque todo lo que tú me has hecho solo me ha hecho más fuerte.

Peter no respondió con palabras. Su paciencia estaba al lí un rugido, cargó hacia Bernardo con toda su fuerza, dispuesto a aplastar lo que quedaba de é esta vez, algo era diferente. Aunque su cuerpo estaba roto, la voluntad de Bernardo era ahora un muro que ni siquiera la furia de su hermano podía atravesar tan fácilmente.

Y en aquel caos de sangre, risas y dolor, el destino seguía escribiendo un capítulo incierto, cargado de la promesa de que esa lucha marcaría algo más grande que ellos mismos.

Peter soltó un suspiro exagerado, retrocediendo unos pasos mientras limpiaba la daga ensangrentada en su propia camisa.
—Eres un espectáculo, hermano. Siempre luchando, siempre perdiendo. ¿Cuántas veces tengo que romperte para que entiendas que esto es inútil?

Bernardo, tambaleante pero aún de pie, se limpió la sangre del rostro con el dorso de la aliento era irregular, pero su mirada estaba clavada en Peter con una intensidad que parecía desafiar incluso al dolor que lo consumía.

—Puedes romper mi cuerpo mil veces, Peter...—dijo con una voz baja pero firme, cada palabra cargada de un fuego que no podía ser apagado—.Pero nunca me harás creer que tienes razón.

Peter rodó los ojos, como si estuviera cansado de las mismas respuestas una vuelta teatral, dejando que la daga brillara bajo la escasa luz antes de volver a mirarlo.

—Oh, por favor. Ese discurso de héroe desgastado ya no impresiona a nadie.—Caminó lentamente hacia Bernardo, su tono burlón volviéndose más afilado con cada palabra—.Siempre aferrándote a esa patética idea de que el espíritu humano es inquebrantable. Pero la verdad, querido hermano, es que tú eres frágil. Y todo lo que haces es retrasar lo inevitable.

Bernardo apretó los dientes, sus músculos tensándose mientras trataba de mantenerse en pie.

—¿Inevitable?—respondió, su voz ganando fuerza a pesar de las heridas—.Lo único inevitable aquí es que al final, tú terminarás solo. Porque todo lo que haces, toda esta violencia, no es fuerza, Peter. Es miedo.

La sonrisa de Peter se desvaneció al mirada, fría y calculadora, se endureció como un cristal a punto de quebrarse. Dio un paso hacia Bernardo, pero esta vez no con la teatralidad de antes. Ahora había un tinte de verdad en su rabia.

—¿Miedo?—repitió, con un tono peligroso, mientras inclinaba la cabeza—.¿Crees que yo temo algo? ¿A ti?

Bernardo dio un paso hacia adelante, tambaleándose pero sin retroceder.

—No a mí. A ti mismo.—Su voz era un susurro afilado como una daga—.A lo que eres. A lo que te has convertido.

Por un breve instante, el rostro de Peter reflejó algo diferente: una chispa de duda, una sombra de vulnerabilidad que rápidamente fue reemplazada por una mueca de furia.

Con un movimiento rápido, alzó la daga y señaló a Bernardo con ella.
—¿Quieres hablar de miedo? Entonces dime, hermano, cuando llegue el momento final... ¿quién será el que caiga primero?

La tensión en la habitación era palabra, cada mirada, era un golpe en una batalla que trascendía lo físico. Y aunque Bernardo apenas podía mantenerse en pie, su espíritu seguía siendo un muro que Peter no lograba atravesar completamente.

—Tal vez sea yo...—admitió Bernardo, sin apartar la mirada de su hermano—.Pero al menos caeré sabiendo quién soy. ¿Y tú, Peter? ¿Qué te quedará cuando todo esto termine?

Bernardo, tambaleante, se apoyó en una rodilla, levantando su mirada hacia el dolor era insoportable, había una llama en sus ojos que aún no se extinguía.
—Lo que no entiendes... es que no estoy luchando solo contra ti. Estoy luchando contra todo lo que me has quitado. Y eso... eso es más grande que tú.

Peter lo observó en silencio durante un breve instante, su expresión pasando de la burla al desprecio un par de pasos hacia adelante, inclinándose ligeramente para mirar a Bernardo directamente a los ojos, como si estuviera evaluando la fuerza que aún quedaba en él.

—¿Más grande que yo?—repitió, con una sonrisa torcida que no alcanzaba sus ojos—.Oh, hermano, qué conmovedor. Pero déjame explicarte algo...

De repente, Peter se inclinó más, agarrando el rostro de Bernardo con una mano, obligándolo a mirarlo de cerca.

—Todo lo que crees que es más grande que yo ya está muerto. Lo maté cuando destruí lo que eras, cuando te reduje a esto.—Soltó una carcajada áspera, sus dedos apretando las mejillas de Bernardo con fuerza—.Y lo mejor de todo es que sigues arrastrándote por algo que nunca recuperarás.

Bernardo apartó la mano de Peter con un movimiento brusco, aunque el esfuerzo casi lo hizo caer de apoyó en su pierna herida, jadeando, pero con la determinación ardiendo en cada palabra.

—Te equivocas. No puedes matar algo que no entiendes.—Su voz era un eco desgarrado, pero sólido como el acero—.La esperanza, Peter. No se trata de lo que era, sino de lo que puedo ser. De lo que aún puedo hacer.

Peter dio un paso atrás, chasqueando la lengua con exasperación.

—Eres un disco rayado, Bernardo. Siempre hablando de esperanza, siempre luchando por cosas que no existen.—Señaló el suelo bajo ellos, manchado de sangre—.Mírate. ¿Esto es esperanza? ¿Esto es fuerza?

Bernardo, tambaleante, logró ponerse de pie. Sus piernas temblaban, y cada movimiento era un recordatorio de lo mucho que su cuerpo había soportado, pero su mirada permanecía fija en Peter.

—Sí. Esto es fuerza. No porque esté de pie... sino porque no me rendí cuando tenía todas las razones para hacerlo.

Por un momento, el rostro de Peter se endureció, como si las palabras de Bernardo hubieran perforado una pequeña grieta en su la furia rápidamente llenó el vacío. Levantó la daga nuevamente, su mano firme, sus intenciones claras.

—Entonces muere con tu esperanza.

Pero antes de que pudiera moverse, Bernardo habló de nuevo, su voz cortando el aire como un filo inesperado.

—Si muero, no será en vano. Porque tú, Peter... siempre recordarás que no pudiste romperme del todo. Siempre sabrás que, incluso en tus victorias, sigues perdiendo.

La habitación se llenó de un silencio denso, el tipo de silencio que precede a una tormenta.Y en ese instante, las partículas blancas comenzaron a rodear a Peter nuevamente, reflejando su ira creciente, mientras Bernardo, a pesar de todo, permanecía de pie, como una sombra que no podía ser borrada.

Peter entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose por un instante antes de que una sonrisa maliciosa volviera a deformar su rostro.
—Entonces deja que siga quitándote cosas, hermano. Empezando por tu dignidad.

Las palabras de Peter flotaron en el aire, pesadas y cargadas de amenaza, como el preludio de un golpe una rapidez aterradora, se acercó a Bernardo, sus ojos brillando con la promesa de más sufrimiento. Cada paso que daba parecía retumbar en la sala, el eco de sus movimientos como un presagio de lo que vendría.

Bernardo, por otro lado, no retrocedió.A pesar de las heridas que lo desfiguraban, de la sangre que lo cubría como una capa, sus ojos seguían desafiantes, brillando con una determinación que parecía incluso más intensa que imagen de Peter acercándose a él no era más que una sombra en su mente, porque su única verdad era la lucha por mantenerse en pie.

—No me quitarás nada más.—Su voz, aunque rota y llena de dolor, tenía un peso y una resolución que desafiaba todo lo que había sucedido hasta cuando su cuerpo ya no podía más, su alma seguía siendo un grito ensordecedor contra el destino que Peter intentaba imponerle.

Peter, sin embargo, no mostró un giro cruel y rápido, le dio un empujón a Bernardo, arrojándolo hacia la violencia del impacto hizo que el cuerpo de Bernardo se estrellara con un estruendo sordo, sus huesos crujieron bajo el peso de la brutalidad. El aire salió de sus pulmones, y por un momento, el mundo giró nuevamente ante él, desdibujado, sombrío. Pero no cedió.

A pesar del dolor, las palabras de Bernardo resonaron en su mente.

—No me rendiré.

La risa de Peter cortó el aire, aguda y llena de acercó nuevamente, su silueta oscura como la amenaza que traía algo cambió.Había una ligera vacilación, una duda, como si las palabras de su hermano hubieran logrado penetrar, aunque solo fuera por un instante.

—Sigues aferrándote a eso...—murmuró Peter, su tono ahora algo más grave, pero su rostro seguía siendo el de un depredador, uno que sabía que la presa aún no había caído del todo.

Bernardo respiró profundamente, la sangre saliendo de su boca con cada aliento, pero sus ojos no se apartaron de él.

—Porque lo que no entiendes es que no soy el hombre que eras.—La voz de Bernardo se alzó, temblorosa pero cargada de fuerza—.Y ni tú ni nadie podrá detenerme, porque mis cadenas ya se rompieron.

El último desafío de Bernardo llenó el aire, y por un segundo, parecía que ni la brutalidad de Peter ni el sufrimiento de Bernardo podían alterar el curso de la historia que se estaba escribiendo entre ellos.

Pero la guerra, en su forma más visceral y destructiva, aún no había terminado.

Y, sin previo aviso, lanzó una nueva patada directa al rostro de Bernardo, rompiendo aún más su eco del golpe llenó el espacio, mientras Bernardo caía pesadamente al suelo, sintiendo cómo su mundo se teñía de rojo.

El golpe fue como un trueno, un sonido sordo que retumbó en la sala, dejando a Bernardo atónito por un patada de Peter, rápida y feroz, no solo hizo estallar su resistencia, sino que destrozó cualquier última esperanza de poder mantenerse fuerza fue tan brutal que Bernardo apenas pudo anticiparla. El aire salió de sus pulmones en una explosión violenta, y su visión se nubló momentáneamente, el dolor palpitando en su rostro como una ola imparable.

La sangre comenzó a brotar de su boca, mezclándose con el sabor amargo de la ojos, sin embargo, nunca se apagaron.A pesar de que su cuerpo yacía destrozado en el suelo, su espíritu seguía gritando, desafiante, a través del mundo parecía encogerse a su alrededor, pero dentro de él había una llama que se negaba a apagarse.

Peter observó con satisfacción cómo su hermano caía, el cuerpo de Bernardo colapsando en un mar de sangre, su respiración entrecortada y sus ojos medio sonrisa de desprecio se extendió por el rostro de Peter, una mueca de victoria amarga, como si finalmente hubiera alcanzado su objetivo.

—¿Eso es todo?—preguntó Peter, su voz cargada de burla, como si estuviera disfrutando del espectá tono de su voz era venenoso, mientras se acercaba lentamente, paso a paso, como un predador que se acerca a su presa caída.

Bernardo, sin embargo, apenas respirando, levantó la cabeza, sus ojos vidriosos pero fijos en su le importaba cuán rota estaba su carne, no le importaba cuánto lo había ía algo en él que seguía luchando, una chispa que no se extinguía ni ante la muerte.

—No es el final...—susurró, su voz rota pero firme, casi inaudible.

Peter se detuvo por un momento, mirando fijamente a su hermano, como si las palabras de Bernardo fueran algo que no podía comprender, algo que lo sonrisa cruel en su rostro comenzó a desvanecerse, reemplazada por una creciente , a pesar de todo lo que había hecho, Bernardo seguía desafiante.

Y en ese instante, el mundo dejó de girar solo para ellos.

—Entonces, hermano, déjame mostrarte la diferencia que nunca podrás superar —respondió Peter, y su cuerpo volvió a desaparecer en partículas blancas.

Las partículas blancas que formaban a Peter flotaron como cenizas espectrales en el aire, ondulando con una quietud engañosa antes de desaparecer de la , arrodillado en el suelo, apenas tuvo tiempo de respirar antes de que la presión en la sala cambiara, como si un depredador invisible lo acechara desde todas las direcciones.

De repente, un estallido de fuerza lo impactó por la apareció detrás de él, su puño golpeando con la violencia de un martillo, estrellándolo contra el suelo como un muñeco de trapo. El eco del impacto resonó en el vacío como un grito de la tierra misma.

—¿Sientes eso, hermano?—se burló Peter, inclinándose hacia el oído de Bernardo mientras lo mantenía presionado contra el piso—.Esa es la es solo mi fuerza, es lo que soy, algo que tú nunca podrás alcanzar.

Bernardo jadeó, el polvo del suelo mezclándose con la sangre en su palabra de Peter era un veneno que se hundía tanto como los peso del mundo parecía caer sobre él, pero incluso en esa agonía, esa chispa en su interior seguía ardiendo, luchando por no extinguirse.

Con un esfuerzo que desafió toda lógica, Bernardo giró la cabeza hacia Peter, su mirada un reflejo de puro desafío.

—Puedes desaparecer, reaparecer... y golpearme todas las veces que quieras, Peter, pero nunca entenderás algo.—Su voz temblaba, rota, pero había un filo de convicción en ella que cortaba como un cuchillo—.Lo que me hace diferente de ti es que no me consumo por el odio. No soy fuerte por lo que destruyo... soy fuerte por lo que protejo.

Las palabras parecieron detener a Peter por un instante, como si Bernardo hubiera golpeado algo más profundo que su pronto, su rostro se torció en una sonrisa burlona, llena de desprecio.

—¿Proteges? ¡No puedes proteger ni tu propia vida!

Peter lo levantó por el cuello, sus dedos como tenazas apretándose alrededor de la garganta de Bernardo.

—Voy a aplastar esa patética idea de lo que llamas fuerza, hermano. Y cuando no quede nada de ti, ni siquiera cenizas, el mundo sabrá que no queda nadie que se interponga en mi camino.

Y mientras Bernardo luchaba por respirar, su cuerpo casi quebrándose por la presión, su espíritu, contra toda lógica, se mantuvo no luchaba solo contra Peter... luchaba contra la sombra de lo que una vez fueron.

Peter se desvaneció como un espectro, su presencia dejando tras de sí una sensación asfixiante, como el eco de una tormenta que nunca habitación parecía contener la respiración, un silencio cargado de amenaza que se rompió con el sonido seco y violento de un golpe.

El puño de Peter se estrelló contra el rostro de Bernardo con una fuerza descomunal, una embestida que parecía surgir del mismo vací impacto no solo sacudió el cuerpo de Bernardo, sino que pareció resonar en su alma, como si cada parte de su ser fuera arrancada de su cabeza giró violentamente, un torrente de sangre salpicando el aire como pinceladas grotescas de una pintura macabra.

La realidad se volvió un caos paredes parecían cerrarse, girando como si el mundo entero colapsara en una espiral sin mandíbula de Bernardo crujió con un dolor agudo, un recordatorio brutal de su vulnerabilidad, mientras sus pensamientos se desmoronaban en fragmentos incoherentes.¿Era esto la derrota? ¿Era esto lo que significaba enfrentarse a un abismo tan oscuro como Peter?

A pesar del mareo,algo dentro de Bernardo se negó a cuerpo, aunque debilitado, buscó equilibrio, sus manos palpando el suelo ensangrentado mientras luchaba por mantenerse conectado con la era solo una lucha contra Peter; era una lucha por su identidad, por todo lo que había prometido no abandonar.

Peter dio un paso atrás, su figura oscura envuelta en una calma casi insultante.

—¿Eso es todo?—preguntó con una sonrisa cruel, observando cómo su hermano mayor intentaba recomponerse—.Siempre tan testarudo, Bernardo. Siempre creyendo que puedes soportar lo insoportable.

Bernardo levantó la cabeza lentamente, su rostro cubierto de sangre pero con sus ojos encendidos de algo más fuerte que el dolor: pura determinación.

El cuerpo de Bernardo se estremeció mientras, sin siquiera planearlo, su habilidad se activaba a través de la cuenca vacía de su ojo como si el universo se abriera ante él durante un breve instante, una chispa de conocimiento que iluminaba la verdad tras los movimientos de su corriente de información ardió en su mente, destellando como un relámpago que casi lo sobrecargaba.

La habilidad adquirida de Peter se reveló ante él con una claridad partículas blancas que lo envolvían no eran solo un efecto visual; eran la manifestación de su habilidad:"Desplazamiento Fractal".Un don que permitía a Peter desintegrar su cuerpo en fragmentos infinitesimales, moverse a velocidades imposibles, y recomponerse con una precisión mortal. Cada golpe, cada desaparición y reaparición, era parte de un cálculo perfecto, como si Peter estuviera en todos los lugares a la vez.

El flujo de información duró apenas un segundo, pero fue suficiente para que Bernardo lo solo era una habilidad de combate;era un arte de devastació brecha entre ambos se amplificaba con esta revelación, y el terror intentó aferrarse a su corazón como garras heladas.

Peter no pareció notar el cambio en la expresión de Bernardo, o si lo hizo, no le importó.

—¿Qué estás mirando? —preguntó con desdén, inclinando la cabeza hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de superioridad y diversión—.¿Crees que entender mi poder hará alguna diferencia?

Pero Bernardo apretó los dientes, su mente trabajando frené podía comprender cómo funcionaba la habilidad, si podía encontrar siquiera una debilidad en ese despliegue de poder absoluto, tal vez...tal vez tenía una oportunidad, por pequeña que fuera.

El conocimiento era un arma, y aunque su cuerpo estaba destrozado, su mente no había sido derrotada.

Esa habilidad era algo que él había anhelado dominar, pero ahora se sentía impotente ante su hermano. de hecho cuando era mas joven fue el propio Peter el que lo siguió cuando Bernardo estuvo esperando obtener esta habilidad adquirida.

La revelación golpeó a Bernardo más fuerte que cualquier puño de su habilidad que ahora lo aplastaba con su crueldad y precisión había sido su sueño alguna anhelo de dominar el "Desplazamiento Fractal" lo había consumido en su juventud, un deseo impulsado por la creencia de que con ese poder sería capaz de proteger todo lo que amaba.

Era Peter quien había estado a su lado en aquellos dí hermano menor que lo había seguido como una sombra cuando se entrenaba en solitario, esperando el día en que su cuerpo fuera lo suficientemente fuerte para soportar la carga de aquella habilidad adquirida. Pero la vida, cruel como siempre, había tomado un rumbo fue él quien heredó el don, sino Peter.

La escena de aquel día en su hogar regresó a su mente como un eco madre, María, con una serenidad infinita, le había puesto una mano sobre el hombro mientras él se consumía en frustración al darse cuenta de que su cuerpo no era apto para soportar aquel poder."No necesitas ser lo que no eres, hijo mio,"le había dicho con una voz suave, pero firme."El mundo te pondrá frente a caminos que no esperabas, pero son los que necesitas recorrer. Escoge tus batallas sabiamente, y nunca olvides que no solo somos fuerza; también somos voluntad."

Fue ella quien lo guió hacia otras habilidades, poderes que, aunque no tan llamativos como el "Desplazamiento Fractal",le permitieron sobrevivir contra probabilidades ía lo había entrenado en técnicas para reforzar su resistencia física y su capacidad de regeneración limitada, pero potenciada por su determinació habilidades eran las únicas razones por las que su cuerpo no se había desmoronado aún, incluso bajo las brutales lesiones que Peter le infligía, y las enfermedades que lo devoraban desde dentro.

Bernardo respiró profundamente, el sabor de la sangre llenando su un momento, sintió una punzada de impotencia, una sombra de lo que podría haber sido si él hubiera obtenido la habilidad que tanto deseaba. Pero esa sombra se desvaneció rá había tomado ese poder y lo había convertido en una herramienta de destrucció tanto, él había aprendido a sobrevivir con lo que tenía, a utilizarlo para protegerse y seguir adelante, incluso cuando el mundo parecía aplastarlo bajo su peso.

La mirada de Bernardo se endureció, aunque sus rodillas temblaban bajo el esfuerzo de mantenerse de madre había visto en él algo más grande que el poder; había visto su resistencia.Y no iba a desperdiciar ese legado ahora, incluso si el precio era su vida.

—No... —murmuró, sus labios rotos y sangrantes formando una sonrisa torcida mientras levantaba la mirada hacia su hermano—. No sabes lo que significa luchar por algo más que por ti mismo.

Bernardo se quedó inmóvil, su mirada fija en Peter como si intentara descifrarlo, como si cada respiración marcara un nuevo desafío en ese duelo interminable.5 habilidades adquiridas y 1 habilidad innata conformaban a Peter, una combinación temible que lo convertía en una fuerza casi imparable. Su presencia era la de un depredador que dominaba el terreno, confiado en su superioridad.

Pero Bernardo, aunque maltratado y al borde del abismo, no era tan predecible como su hermano creí ía 3 habilidades innatas y 6 habilidades adquiridas, un arsenal oculto que ni siquiera Peter conocía en su totalidad. Era un secreto que su madre, María, había ayudado a preservar, y solo sus hermanos compartían ese conocimiento. Estas habilidades adquiridas no eran solo técnicas, sino herramientas que habían moldeado a Bernardo para sobrevivir, incluso bajo las circunstancias más extremas.

Su mente retrocedió por un instante, recordando las palabras de su madre:
"La fuerza no siempre está en lo que muestras, sino en lo que ocultas. Lo que aprendes a manejar en silencio es lo que te salvará cuando nadie más pueda hacerlo."

Había pasado años desarrollando esas habilidades, perfeccionándolas en secreto. Eran un escudo invisible y un filo que aguardaba el momento perfecto para ser desenvainado. Pero Bernardo sabía que revelar ese poder requería algo más que la necesidad de sobrevivir; requería una determinación que trascendiera su propio dolor.

Peter, ajeno a la tormenta que se desataba en el interior de su hermano, dio un paso adelante con una sonrisa de desprecio.
—¿Qué haces ahí parado, Bernardo? ¿Te estás dando por vencido al fin?

Bernardo no respondió de inmediato. Sentía el peso de cada herida en su cuerpo, el eco del dolor palpitando con cada movimiento, pero también sentía algo más: un fuego que no se apagaba, una chispa que se alimentaba de cada golpe recibido. Finalmente, levantó la cabeza, una sonrisa apenas perceptible en su rostro ensangrentado.

—¿Rendirme? —murmuró, con la voz entrecortada pero firme—. Ni en tus sueños.

El aire pareció cargarse de tensión, como si la batalla estuviera a punto de alcanzar un clímax inesperado. ¿Podría Bernardo usar su arsenal oculto? ¿O seguiría esperando el momento adecuado, confiando en que Peter subestimara lo que aún no había mostrado?

El enfrentamiento entre los hermanos no era solo una lucha de fuerza, sino un juego de estrategia, de secretos y revelaciones. Y Bernardo, aunque acorralado, aún tenía cartas por jugar.

Entre las habilidades adquiridas que Bernardo tenia estabaEl Esqueleto Platino del Señor del Caos. Un nombre que evocaba grandeza y poder, pero que, en realidad, estaba lejos de alcanzar las cimas más altas de las rango D, esta habilidad adquirida no era impresionante por su nivel, pero sí por su función vital. Su efecto principal promovía ladureza y estabilidad de los huesos humanos, lo que permitía que estos soportaran impactos devastadores y mantuvieran la estructura del cuerpo incluso bajo las más brutales circunstancias.

Para Bernardo, esta habilidad no era solo una herramienta de combate; era una línea de enfermedad, una condición rara y devastadora que transformaba lentamente sus músculos en hueso, lo estaba condenando a una prisión interna, donde cada movimiento dolía más que el anterior. Sin embargo, esta habilidad había frenado ese avance, estabilizando sus huesos lo suficiente como para que todavía pudiera levantarse, todavía pudiera luchar. Era irónico que una habilidad de rango tan bajo sostuviera tanto de su existencia.

En ese momento, mientras Peter se acercaba con pasos lentos y calculados, la mente de Bernardo revoloteaba entre el presente y los recuerdos. María, su madre, había insistido en que adquiriera esta habilidad.
"Es ostentosa de nombre, pero funcional donde importa. No subestimes el valor de algo que puede mantenerte de pie cuando todo lo demás te abandone."

Y tenía razón. Si no fuera por elEsqueleto Platino, el cuerpo de Bernardo ya habría sucumbido al dolor y a la rigidez mortal de su enfermedad. Cada golpe que Peter le había propinado habría sido una sentencia de muerte sin esa fortaleza oculta que recorría sus huesos.

Peter, por otro lado, parecía ajeno a la importancia de esta habilidad para su hermano. Observaba a Bernardo con su sonrisa despectiva, seguro de que lo había reducido a nada más que un saco de huesos golpeado.
—¿Aún no te desplomas, hermano? Quizás no estás hecho solo de carne débil, después de todo —murmuró, su tono gélido y burlón.

Bernardo no respondió de inmediato. Su respiración era un jadeo entrecortado, pero su mente analizaba rá Esqueleto Platino no solo lo mantenía de pie, también le daba una ventaja ía resistir un poco más, absorber un poco más de daño, y quizás, solo quizás, encontrar una apertura.

—El problema contigo, Peter... —dijo finalmente, su voz ronca pero firme— es que nunca miras más allá de la superficie.

La frase era ambigua, pero cada palabra llevaba consigo un desafío implícito. En el fondo, Bernardo sabía que aún tenía cartas por jugar, y esta habilidad, aunque subestimada por muchos, seguía siendo una de las más valiosas de su arsenal.

La siguiente habilidad eraEl Tejido del Rey Bestia, de rangoB, no era solo la habilidad adquirida de mayor rango de Bernardo, sino también su mayor escudo contra la muerte inminente. Este poder no prometía grandeza en el campo de batalla ni proezas espectaculares; su propósito era mucho más íntimo y vital:fortalecer y regenerar las células del cuerpo, haciendo que su organismo resistiera enfermedades devastadoras, como los múltiples cánceres que habían comenzado a devorar su cuerpo con el tiempo.

Esta habilidad funcionaba como un sistema inmune sobrehumano, uno que constantemente combatía la proliferación de células malignas, reparando el daño causado por su propia biología defectuosa. Sin ella, Bernardo ya habría sucumbido a la multiplicidad de tumores que afectaban sus órganos vitales. Era la barrera que lo mantenía vivo a pesar de las circunstancias que habrían destrozado a cualquiera más débil.

María, su madre, había insistido en que adquiriera esta habilidad, incluso cuando Bernardo prefería centrarse en herramientas más ofensivas o estratégicas.
"No importa cuántas batallas ganes si tu cuerpo te traiciona primero. Necesitas algo que te mantenga aquí, algo que le dé tiempo a tu espíritu para pelear cuando todo lo demás falle."

Bernardo recordaba esas palabras cada vez que sentía los latidos de su corazón irregular o cuando la fatiga abrumadora de su enfermedad amenazaba con aplastarlo. Gracias alTejido del Rey Bestia, podía seguir respirando, seguir moviéndose, incluso cuando su cuerpo gritaba por rendirse.

En medio de su enfrentamiento con Peter, esta habilidad estaba trabajando en silencio. Cada golpe brutal que recibía, cada momento de agotamiento extremo, era mitigado por la regeneración celular que corría por sus venas, un regalo del Rey Bestia que lo negaba a caer sin más.
—¿Sabes lo que más me molesta de ti, Bernardo? —dijo Peter mientras lo observaba con frialdad—. Es esa testarudez tuya. Esa forma en que sigues avanzando, como si fueras inmortal.

Bernardo, todavía arrodillado, alzó la mirada, y en sus labios maltrechos apareció una débil sonrisa.
—No soy inmortal... pero tampoco soy fácil de matar.

Peter frunció el ceño, y por un breve instante, el aura de arrogancia que lo rodeaba pareció flaquear.¿Cómo seguía levantándose su hermano, después de todo lo que había soportado?No lo sabía, pero lo irritaba profundamente.

En el interior de Bernardo, sin embargo, no había arrogancia, solo determinació Tejido del Rey Bestia lo mantenía en pie, reparando sus tejidos dañados a medida que el enfrentamiento se intensificaba. A pesar del dolor, de la sangre derramada y de los golpes que recibía, esta habilidad le daba un respiro, una posibilidad de continuar luchando, aunque fuera un poco más.

"No es solo una habilidad, madre... Es mi única oportunidad de estar vivo cuando esto termine."

La tercera, cuarta y quinta habilidad estaban relacionados con las arterias, venas y conexiones nerviosas, las tres habilidades era un conjunto unico, se les llamaba LasConexiones Celestiales de los Caídosformaban un conjunto de tres habilidades adquiridas que estaban profundamente interrelacionadas, con un rangoC. Estas habilidades no solo ayudaban a estabilizar el uso de las habilidades innatas de Bernardo, sino que también le proporcionabanefectos secundarios vitalesque le permitían mantenerse en pie en condiciones extremas. Cada una de estas habilidades tenía un propósito específico y juntas formaban una red que sostenía tanto su cuerpo como su espíritu en la batalla.

Primera habilidad: Arterias del Dios Caído

Esta habilidad fortalecía las arterias, permitiendo un flujo sanguíneo constante y eficiente, incluso bajo el estrés de habilidades exigentes o heridas graves. En situaciones de combate, cuando cualquier otro humano sucumbiría al shock o al colapso, Bernardo podía mantenerse activo. Además,las Arterias del Caídoreducían significativamente el riesgo de hemorragias masivas, sellando los vasos dañados a una velocidad sobrenatural.
—La sangre sigue corriendo por mis venas, Peter. Mientras eso no cambie, no me rendiré.

Segunda habilidad: Venas del Angel Caído

Este poder complementaba a las arterias al mejorar la capacidad de las venas para eliminar desechos metabólicos y optimizar la oxigenación de los tejidos. Gracias a esta habilidad,el cuerpo de Bernardo era más eficiente y resistente al agotamiento, permitiéndole luchar más tiempo sin colapsar. También ayudaba a regular su temperatura corporal, evitando que la fiebre o la hipotermia lo vencieran en momentos críticos. Era la clave para que, incluso al borde de la muerte, pudierarecuperar algo de energía cuando todo parecía perdido.

Tercera habilidad: Nervios del demonio Caído

La última de lasConexiones Celestialesestaba enfocada en el sistema nervioso. LosNervios del Caídoreforzaban las conexiones neuronales, reduciendo el tiempo de reacción y aumentando la tolerancia al habilidad era lo que le permitía a Bernardo seguir moviéndose incluso con el cuerpo én evitaba que sus reflejos fallaran bajo la presión de un combate prolongado o el daño severo.

En conjunto, lasConexiones Celestiales de los Caídosofrecían una ventaja única: laestabilidad absolutade las habilidades innatas de Bernardo, que normalmente habrían desgarrado su cuerpo debilitado. Además, proporcionaban efectos pasivos que aseguraban su supervivencia, convirtiéndolo en un adversario formidable, incluso contra alguien con la ventaja física y técnica de Peter.

—¿Qué es eso que haces? —preguntó Peter en un momento, observando cómo Bernardo seguía de pie, incluso después de recibir un golpe que habría matado a cualquiera.
—Es simple —respondió Bernardo, con una sonrisa teñida de sangre—. Mi cuerpo sabe que no tiene permitido detenerse.

Mientras las Conexiones Celestiales trabajaban en silencio, su verdadero propósito se hacía un puente entre lo mortal y lo divino, permitiéndole a Bernardo empujar los límites de su resistencia y de su propio , acostumbrado a derribar a sus enemigos con brutalidad eficiente, comenzaba a sentir una punzada de frustración.

"No se detendrá, aunque debería estar muerto,"pensó Peter, y por primera vez, su confianza inquebrantable vaciló.

La última habilidad adquirida de Bernardo, aunque poseía elrango más bajode todas, era la más crucial para su existencia. ya que es la que impedia queRaíces Primordiales,eran estas raices las que eran la esencia de lo que definia a Bernardo como un amado por el mundo, con un modestorango D, era una habilidad que no podía subestimarse, ya que definía la esencia misma de Bernardo. Era esta habilidad la que aseguraba que su conexión innata con el mundo, y lo que este representaba, permaneciera intacta, sin importar cuán grave fuera el daño infligido a su cuerpo.

LasRaíces Primordialeseran una estructura metafísica invisible pero que exististian al mismo tiempo que atravesaba su ser, conectándolo con la energía fundamental del mundo. Estas raíces sostenían no solo su cuerpo físico, sino también su esencia espiritual, evitando que sushabilidades innatasse descontrolaran o que su vínculo especial con el mundo se rompiera. Sin esta habilidad,Bernardo habría sucumbido hace mucho tiempo, tanto a sus enfermedades como a la presión de las habilidades que portaba.

A diferencia de las otras habilidades adquiridas, que ofrecían resistencia física y estabilización, lasRaíces Primordialeseran un pilar invisible pero fundamental, funcionando como un ancla espiritual que impedía que su ser se desmoronara. Era una habilidad modesta en apariencia, pero sin ella, todo lo demás colapsaría como un castillo de naipes.

Esta habilidad que daba soporte a las raices era lo que le daba a Bernardo su sobrenombre: el"Amado por el Mundo". No se trataba de un amor literal o romántico, sino de un reconocimiento tácito de la naturaleza misma del universo hacia él. Su conexión con las Raíces Primordiales significaba que el mundo lo protegía, de formas pequeñas pero significativas:un golpe que no daba en el blanco, un momento de claridad en la adversidad, una fracción de segundo para esquivar la muerte.

Sin embargo, esta habilidad tenía un precio. LasRaíces Primordialeseran frágiles por naturaleza y se tensionaban cada vez que Bernardo utilizaba sus habilidades innatas o sufría daño extremo. Si alguna vez estas raíces llegaran a desgarrarse por completo, el mundo lo abandonaría, y con ello, toda la estructura que mantenía su cuerpo y su espíritu colapsaría en un instante.

—Por eso sigues de pie, ¿no?—dijo Peter, observando con una mezcla de desprecio y curiosidad cómo Bernardo, malherido, volvía a levantarse—.Porque algo más grande te sostiene. Algo que no entiendo.
—Es porque no necesitas entenderlo —respondió Bernardo, su voz entrecortada pero decidida—. El mundo no te elegiría a ti. No puedes arrebatar algo que nunca te pertenecerá.

Mientras Peter cargaba contra él una vez más, Bernardo sintió cómo las raíces dentro de su ser se estiraban peligrosamente, luchando por mantener su integridad. Era como si su propio cuerpo le rogara que se detuviera, pero el mundo le susurraba que siguiera adelante, que no podía caer aú voluntad de Bernardo no solo provenía de él mismo, sino de una fuerza más antigua y profunda que fluía a través de las Raíces Primordiales.

"Aunque me desgarren, aunque me rompan, seguiré luchando. Porque lo que soy no depende de lo que me quiten, sino de lo que nunca podrán tocar."

La cuenta del dios del inframundoera un enigma en la vida de Bernardo, una habilidad de la que él no tenía conocimiento, a pesar de las muchas capacidades y secretos que su madre le había compartido a lo largo de su vida. Ella, siempre cautelosa y misteriosa, nunca le reveló la existencia de esta habilidad en particular, quizás porque sabía que su poder era tan profundo y oscuro que podría afectarlo de formas que ni ella misma podía prever. A pesar de ser una habilidad derango F, su influencia eracolosal, un verdadero soporte vital para Bernardo, uno de esos hilos invisibles que mantenían su existencia a flote, como una cuerda atada al precipicio de la muerte.

Mientras susraíces primordialesmantenían su conexión con el mundo, la habilidad era lo que mantenía intacta su vida, impidiendo que estas raíces se desgarraran y perdiera la esencia misma de su ser. Lacuenta del dios del inframundono solo era una habilidad que gestionaba su fuerza vital, sino también una barrera contra la muerte, protegiéndolo de lasenfermedades que consumían su cuerpoy ayudándole a sostenerse a través de su dolor. Había algo más en esta habilidad, una parte oculta de su naturaleza, que Bernardo nunca entendió completamente.

Aunque suhabilidad ocularle daba el poder de ver y comprender las verdades más profundas del mundo, lacuenta del dios del inframundose mantenía en las sombras, fuera de su alcance. Incluso cuando se concentraba, buscando información sobre sus habilidades y el poder que las rodeaba, esta permanecía fuera de su visión, como una sombra que se desvanecía antes de que pudiera atraparla. Era como si esa habilidad estuviera protegida por un velo que solo su madre podía comprender, un velo que mantenía a salvo su frágil equilibrio entre la vida y la muerte.

A pesar de surango F, su efectividad no debía subestimarse. La habilidad actuaba como unpilar invisibleque soportaba las cargas de su existencia, alimentando lasraíces primordialesque lo definían como un serúnico. Sin esta habilidad, Bernardo ya no habría sobrevivido a tantas de las batallas que había librado, ni a las enfermedades que asolaban su cuerpo. La habilidad le ofrecía una resistencia más allá de lo natural, un poder que lo mantenía aferrado a la vida a pesar de todo lo que se interponía en su camino.

Este poder no solo era esencial para su supervivencia, sino que representaba una conexión ancestral con fuerzas más allá de su comprensión, algo que lo mantenía anclado en la realidad, mientras su cuerpo se desmoronaba. Sin embargo, como con todo lo relacionado con su madre,Bernardo nunca llegaría a entender completamente su origenni las razones por las que fue mantenido en secreto. Solo sabía que mientras lacuenta del dios del inframundopermaneciera activa, él seguiría luchando.

Lashabilidades de Bernardo, aunque complejas y poderosas en su propio derecho, parecían haber sido diseñadas más para la supervivencia que para el combate. Cada una de sus habilidades adquiridas actuaba como unmecanismo de defensaante los innumerables males que su cuerpo enfrentaba: la enfermedad, el desgaste, las cicatrices de su lucha no era una lucha de poder, sino una resistencia constante, un aferrarse a la vida contra todo pronóstico. Había algo trágico en esa lucha, algo que lo hacía parecer una sombra de lo que pudo haber sido, atrapado en un cuerpo que ya no respondía a su voluntad, y dependiente de sus habilidades adquiridas paraseguir existiendo.

Por otro lado, lashabilidades de Peterse complementaban a la perfección. A diferencia de Bernardo, Peter no se veía limitado por su cuerpo ni por su sufrimiento interno. Cada una de sus habilidades adquiridas se alineaba con suhabilidad innata, creando un conjunto de poderes que lo hacían una máquina dedestrucción casi perfecta. La sincronicidad de sus habilidades le otorgaba unaventaja indiscutiblesobre su hermano, una capacidad de actuar de manera fluida y letal, sin interrupciones ni debilidades.

Ataque, defensa, regeneración, manipulación elemental y poder destructivo. Estas habilidades eran las piezas de un rompecabezas que encajaban a la perfección, permitiéndole no soloatacar con una fuerza imparable, sino tambiéndefendersecon un muro de poder que parecía invulnerable. Suregeneraciónaseguraba que cualquier daño recibido fuerareparado al instante, permitiéndole mantener su impulso de combate sin detenerse, sin flaquear. Lamanipulación elementalle daba control sobre los elementos, una flexibilidad de ataque que convertía cualquier ambiente en su campo de batalla personal. Finalmente, supoder destructivopodía arrasar con todo a su paso, convirtiendo cada golpe en una catástrofe potencial.

La diferencia era abismal. Mientras Bernardo se veía como una figura que luchaba porsobreviviren un mundo que lo devoraba, Peter era la encarnación del poder en su forma más pura. La diferencia entre ambos no era solo una cuestión de habilidades, sino de lamisma esenciade lo que significaba ser fuerte en ese mundo. Peter no solo tenía el poder de destruir a su hermano, sino que lo tenía para destruir todo lo que lo rodeaba.

Bernardo, en cambio, estaba atrapado en una batallainternamente desequilibrada. Su conjunto de habilidades le permitía resistir, sí, pero no atacaba. No tenía la fuerza para enfrentarse a alguien que operaba con una armonía tan aterradora entre ataque y defensa, alguien que podía destruir, regenerarse y destruir de nuevo sin descanso.

Lahistoria de sus habilidadesreflejaba sus vidas separadas: una de resistencia, la otra de poder.

Lafuerza de Peterera algoindiscutible, una amalgama perfecta de habilidades que lo convertían en unser casi imparable. Cada uno de sus poderes estaba en constante sinergia, permitiéndole controlar el flujo de la batalla a su antojo, sin margen para fallos. Con suhabilidad innatade ataque, defensa y regeneración, y sus habilidades adquiridas de manipulación elemental y poder destructivo,Peter no solo dominaba el combate, sino que parecía disfrutar de un control absoluto sobre la vida y la muerte.

En cambio,Bernardono podía contar con esa sinergia habilidades adquiridasestaban más orientadas asobrevivirque a luchar. Cada una de ellas era una respuesta a las adversidades que su cuerpo ya había comenzado a enfrentar: enfermedades, enfermedades que desintegraban su fuerza vital con el esqueleto platinoyel tejido del rey bestiale otorgaban una protección limitada contra el daño físico y contra los efectos devastadores de su cuerpo, pero no podía escapar del desgaste lento que se apoderaba de él.

En cuanto a lashabilidades innatasde Bernardo, su poder radicaba en tres habilidades que, aunque poderosas, también traían un precio ojos del gran sabioeran una habilidad única que le otorgaba un conocimiento revelador, pero incluso esta ventaja parecíainsuficientecuando se enfrentaba a la fuerza cruda de su hermano. Los ojos permitían que viera a través de las mentiras y las ilusiones, que entendiera los secretos del mundo a su alrededor, peroel precioera que le arrebataban la estabilidad emocional y física, despojando a Bernardo de la tranquilidad para digerir tanta información.

Las otras dos habilidades innatas de Bernardo, aunque eran demayor poderque los ojos del gran sabio, ledesgarraban internamente. ElViento del Caos, una habilidad que le permitía manipular las fuerzas naturales a su alrededor, y elManto del Ángel Caído, que lo dotaba de una protección similar a la de un ser divino, ambos le daban unpoder destructivo increíble... pero a un costo demasiado alto. Cada vez que usaba cualquiera de estas habilidades, su cuerpo experimentaba uncolapso. Sus órganos se deterioraban, sus músculos se desgarraban por la presión de la energía, y la mismavidaque intentaba proteger se veía amenazada por la intensidad de su propio poder.

Peter, por otro lado, parecía no conocer el concepto decosto. Sus habilidades lo hacíanindestructible, casi invulnerable, mientras que Bernardo estaba atrapado en una red de poderes que le daban unpoco de esperanza, pero que lodesgarraban por dentrocon cada uso. Labatalla no solo era física, sino también un duelo entre las limitaciones de sus cuerpos y la desesperación que los consumía.

Así, mientras Peter avanzaba como una fuerza arrolladora, imparable, Bernardo seguía luchando contra sus propios demonios internos, las cicatrices de su alma y de su verdadera batalla, aunque parecía exterior, se libraba en lo más profundo de su ser, donde lasupervivenciaya no era suficiente para salvarlo del vacío al que se dirigía.

Latensión en el aireera como una cuerda al borde de la ruptura, vibrando con cada respiración entrecortada, cada movimiento en falso. Losgolpesya no eran solo físicos;la guerra internaera más feroz que nunca. Eltiempo parecía distorsionarse, estirándose en una espera insoportable que no ofrecía tregua. Bernardo cerró los ojos brevemente, intentandoconcentrarseen lo único que le quedaba: sushabilidadesy la memoria de su madre, esa voz que lo había guiado, esa fuerza silenciosa que le había enseñado asobrevivira toda costa.

Sabía que la lucha no era solo contraPeter, no solo contra su hermano. Era contra su propiocuerpo, contra eldesgaste, contra suslimites. Su mente se vio invadida por los ecos desu pasado: los años en que su madre le había revelado sus secretos, los momentos en los que le había instado a prepararse, atomar control de su destino.

Eldolorno era solo físico; era emocional. Cada golpe dePeterno solo quebraba sus huesos, sino que destrozaba suesperanza, recordándole lo que había perdido, lo que aún podía perder. Pero dentro de esa tormenta de sufrimiento, una chispa se viento del caosse agitaba en su interior, despertando una vez más, como uneco lejano de raíces primordialesque conectaban a Bernardo con lo que realmentelo definíacomoamadopor el mundo comenzaban a retumbar, como si la tierra misma lollamaraa alzarse, a resistir.

Pero en ese mismo momento, elfuturoparecíaoscuro. Lashabilidadesde Peter no eran solo de poder destructivo. Eran una manifestación palpable de sudesdény de lasuperioridadque sentía sobre su hermano. Era como si Bernardo estuviera atrapado en unlaberinto de sombras, donde las paredes se cerraban a su alrededor con cada movimiento de Peter.

No podía confiar ensu cuerpo, en el hecho de que sushabilidades de soportesolo eran suficientes paramantenerlo vivo, pero no paraganar. Lasconexiones celestiales de caídosle ofrecíanestabilidad, pero el precio era alto. Laluzque parecía brillar en su interior se estaba apagando poco a poco, ahogada por el peso de sus propiaslimitaciones.

En el silencio que siguió al último golpe de Peter, Bernardorespiró profundamente, tomando fuerza de lugares que ni él sabía que existían. La batalla estaba lejos de terminar, pero en eseinstante de concentración... había algo más allá del dolor, algo quelo mantenía en pie. No solo luchaba por sobrevivir. Luchaba pordefinirquién erarealmente. ¿Era solo un hombre marcado por el dolor y la enfermedad? ¿O había algo más, algo que aún podíadescubrirdentro de sí mismo?

El pasado, el presente y el futurose fundían en su mente, creando una sinfonía de caos y determinación. Cadaheridaera unrecuerdo, cada caída unalecciónque no podía permitirse olvidar. La batalla no era solo contra su hermano. Era contra lo que le estaba siendo arrebatado, contra lo que aún podíareclamarcomo suyo. Y mientrasPeteravanzaba con susonrisa cruel,Bernardosupo una cosa: no iba acaer tan fácilmente.

—¡Vete a la mierda!—rugió Bernardo, su voz cargada de una rabia visceral que cortaba el aire como un cuchillo. Las palabras no eran solo una expresión de ira; eran un grito de resistencia, un desafío al destino que parecía conspirar contra é locuracomenzaba a arremolinarse dentro de su pecho, un torrente caótico que amenazaba con consumirlo por completo.

Sus manos temblaban, no por debilidad, sino por la acumulación de emociones que se desbordaban en su cuerpo ya fuego internoque había permanecido dormido durante tanto tiempo ahora se manifestaba, ardiente, inclemente, alimentado por su furia y el eco de su sufrimiento. Cada fibra de su ser clamaba por una respuesta, una acción desesperada que pudiera igualar la fuerza abrumadora que Peter exhibía frente a él.

—¿Eso es todo lo que tienes? —respondió Peter con una sonrisa burlona, su tono goteando desprecio mientras daba un paso adelante. Sus ojos brillaban con una confianza inquebrantable, cada movimiento suyo reflejaba una sincronía perfecta entre sus habilidades, como un depredador que disfrutaba jugar con su presa.

Bernardo apretó los dientes con fuerza. Su cuerpo, marcado por la batalla interna dehabilidades que lo mantenían vivo pero lo desangraban por dentro, parecía una jaula donde la desesperación y la resistencia libraban su propia podía permitirse caer ahora, no sin hacer que cada momento contara, no sin quemar todo lo que quedaba de él en un último intento.

"Esto no es solo por mí", pensó Bernardo mientras su mirada se clavaba en Peter, una mezcla de odio y determinación emanando de sus ojos del Gran Sabio. Aunque aquellos ojos no podían revelarle información sobreLa cuenta del dios del inframundo, ni explicarle sus secretos, eran un faro de claridad en medio de la tormenta que lo azotaba.

Peter dio un paso más, su voz resonando como una sentencia:
—Deberías rendirte, Bernardo. Lo único que estás haciendo es prolongar lo inevitable.

—¡Nunca!—vociferó Bernardo, lanzándose hacia adelante con un movimiento desesperado, su cuerpo gritando en protesta, sus raíces primordiales temblando al borde del colapso. El dolor en sus músculos no era nada comparado con la angustia de saberse en desventaja, pero incluso así, avanzó.

Cada paso que daba era un acto de desafío, una negación de la derrota que Peter intentaba locura que burbujeaba dentro de él era su aliada más leal ahora, un combustible que alimentaba cada aliento, cada movimiento, cada pensamiento.

Mientras ambos colisionaban, el choque entre ellos no era solo de fuerzas físicas, sino de dos destinos en conflicto. Peter, con su poder desbordante y control absoluto, contra Bernardo, una figura desgarrada, sostenida por habilidades que apenas lo mantenían con vida, pero cuyo espíritu estaba dispuesto a prenderse fuego antes que ceder.

Las partículas blancasflotaban a su alrededor, moviéndose con una gracia etérea, como si danzaran al ritmo de un recuerdo olvidado. Bernardo, atrapado entre el presente y el peso del pasado, cerró los ojos por un imágenes lo golpearon con fuerza, emergiendo como fantasmas desde las profundidades de su memoria: un Peter pequeño, con ojos brillantes y una sonrisa inocente, estirando los brazos hacia él; las risas que llenaban las tardes; la sensación de un vínculo irrompible que parecía destinado a durar para siempre.

"¿En qué momento todo esto se rompió?"pensó, mientras su mirada se perdía en el rostro endurecido de Peter, ahora un hombre cuya presencia irradiaba poder y amenaza. Era difícil reconciliar al guerrero frente a él con el niño que solía acurrucarse contra su pecho, buscando consuelo y guía.

Las promesas de lealtad susurradas en la infancia resonaron en su mente, un eco lejano que parecía burlarse de la distancia que ahora los separaba."Siempre estaremos juntos, ¿verdad, Bernardo?"recordó la voz infantil de Peter, tan llena de confianza y amor. Ese hilo, esa conexión que una vez los unió, ahora era un vestigio,un hilo frágilque podría romperse con un solo movimiento, con una palabra mal dicha, con un golpe demasiado fuerte.

Bernardo abrió los ojos, y las partículas blancas reflejaron un brillo melancólico en su mirada. Quizá aún había esperanza, una oportunidad de remendar aquello que estaba a punto de desgarrarse por completo. O quizá, pensó mientras apretaba los dientes,era el momento de cortar ese hilo y aceptar que los sueños compartidos a veces solo son cenizas arrastradas por el viento.

—Peter... —murmuró, su voz apenas un susurro perdido en el aire cargado de tensión. Pero Peter no respondió, sus ojos permanecían fijos en Bernardo, endurecidos por las cicatrices del tiempo y las decisiones tomadas.

El silencio entre ellos era un abismo. Bernardo supo entonces que el próximo movimiento decidiría si ese hilo se tejía nuevamente o si el último vestigio de su vínculo desaparecía para pasado y el presente chocaban en su pecho, cada uno reclamando su lugar en lo que estaba por venir.

—Esto no es solo una pelea —dijo Bernardo con voz firme—. Es sobre quiénes somos palabras resonaron en el aire como un mantra; cada sílaba era un recordatorio de su identidad y valor.

Peter se detuvo por un instante, sus ojos destilando incredulidad y sorpresa cruzó su rostro antes de que volviera a reírse con desprecio.

—¿Quiénes somos? ¡Eres solo un perdedor! —replicó Peter, sus palabras cortantes como cuchillos afilados.

Bernardo no apartó la mirada, su rostro endurecido por una mezcla de dolor y determinació palabras de Peter eran como un veneno que intentaba corroer su resolución, pero esta vez, no permitiría que lo atravesaran. Había pasado toda su vida enfrentando cosas peores que los insultos: su cuerpo traicionándolo, la sombra de la enfermedad acechando cada momento, y ahora, el peso de un hermano convertido en enemigo.

—Quizás tengas razón, Peter —respondió Bernardo, su voz baja pero firme, cargada de una intensidad que detuvo el eco de la risa de su hermano—. Tal vez siempre fui un perdedor... Pero al menos sé quién soy. ¿Puedes decir lo mismo?

Las partículas blancas comenzaron a girar con más rapidez a su alrededor, como si respondieran a la furia contenida en sus palabras. Peter entrecerró los ojos, estudiando a Bernardo con una mezcla de desprecio y cautela. Su postura aún irradiaba confianza, pero algo en la mirada de Bernardo lo incomodó, como si por primera vez viera una chispa diferente en él, algo que no reconocía.

—¿Y qué se supone que eres, Bernardo? —espetó Peter, avanzando un paso, cada movimiento cargado de amenaza—. Un saco de huesos mantenido vivo por trucos baratos y un destino que no mereces.

El aire parecía tensarse, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración. Bernardo dio un paso adelante también, sus ojos clavándose en los de Peter, las partículas blancas iluminando su semblante cansado pero lleno de convicción.

—Soy alguien que no se rinde, incluso cuando todo está en mi alguien que sigue en pie, aunque mi cuerpo me traicione cada día.Y, sobre todo, soy tu hermano, Peter. Aunque tú ya no lo recuerdes.

Por un instante, el silencio se apoderó de la escena. Peter apretó los dientes, sus puños cerrándose con fuerza. La rabia en sus ojos aumentó, pero detrás de ella,algo parecido a la duda comenzó a asomarse, apenas perceptible, como una grieta en una armadura impenetrable.

—¡Hermano! —gritó Peter, casi como si la palabra le quemara la garganta—.Tú dejaste de ser mi hermano el día que elegiste ser débil.

Bernardo no se inmutó.
—Y tú dejaste de ser el Peter que conocí cuando olvidaste lo que significaba ser humano.

Las partículas blancas se arremolinaron con fuerza, como si el mundo respondiera a la batalla emocional entre un enfrentamiento de más que fuerza física; era un choque de convicciones, de recuerdos, de quienes solían ser y de lo que podían llegar a ser ahora.

Pero Bernardo no iba a dejarse llevar por las ese momento crítico, comprendió que la verdadera batalla no era contra Peter, sino contra las sombras de sí mismo que habían crecido en su interior.

Aunque la psique ya rota de Bernardo le decía que simplemente le arranque la cabeza a su bastardo hermano menor, pero al final la razón gano a la locura. La lucha por demostrar su valía era más importante que cualquier golpe físico.

—No estoy aquí para cumplir tus expectativas —declaró Bernardo con una convicción renovada, sintiendo cómo la energía fluía a través de él.

Las palabras de Bernardo resonaron en el aire con la fuerza de una declaración final, un recordatorio de quién era y por qué estaba allí.Las partículas blancas que lo rodeaban parecían responder a su determinación, danzando con mayor intensidad, iluminando la escena con una luz fría y espectral.

Peter entrecerró los ojos, el desprecio en su rostro comenzando a mezclarse con una irritación palpable.

—¿Y qué se supone que significa eso? —gruñó, su tono lleno de burla, pero con un deje de frustración que no podía ocultar—. Siempre has sido un fracaso, Bernardo. Siempre has estado bajo mi sombra. ¿Y ahora te atreves a hablar de expectativas?

Bernardo lo miró directamente, su expresión serena, casi de él, sin embargo, una tormenta se desataba. Las palabras de Peter eran flechas dirigidas al núcleo de sus inseguridades, a esas sombras que habían crecido dentro de su alma. Pero por primera vez, no las dejaría dominarlo.

—Tus palabras son solo ruido, Peter —dijo Bernardo, su tono bajo pero firme—.No estoy aquí para demostrarte nada a ti, ni al mundo. Solo a mí mismo.

La psique rota de Bernardo rugió en su interior, como una bestia encadenada que se retorcía, buscando imágenes de lo que podría hacerle a Peter cruzaron fugazmente por su mente: su cuerpo destrozado, su cabeza arrancada... sangre cubriendo las partículas que ahora lo rodeaban como un manto protector. Su respiración se aceleró por un momento, pero luego, con un esfuerzo sobrehumano, reprimió esos pensamientos oscuros.

"Esto no es sobre él", pensó."Es sobre mí. Sobre lo que decido ser, incluso ahora."

Peter notó el cambio en la mirada de Bernardo, esa calma peligrosa que lo hizo dar un paso hacia atrás, aunque nunca lo admitirí había cambiado en su hermano mayor.

—Sigues siendo tan patético como siempre —murmuró Peter, tratando de recuperar la iniciativa—. Tus palabras no valen nada si no tienes la fuerza para respaldarlas.

Bernardo dio un paso hacia adelante, su figura iluminada por la energía que emanaba de él. Las partículas blancas formaron un remolino a su alrededor, como si se prepararan para un voz era un susurro helado, pero cargado de poder.

—La fuerza no es solo lo que puedes destruir, lo que puedes proteger.

Un silencio cargado de tensión cayó entre respiró hondo, sintiendo cómo la razón prevalecía sobre la locura, cómo su propósito superaba los impulsos de violencia y venganza. Esta lucha ya no era por demostrar su valía ante nadie más, sino por reafirmarse como alguien capaz de superar incluso sus propios demonios.

Peter apretó los dientes, la rabia burbujeando bajo su piel como lava contenida.
—Eres un idiota si crees que tus filosofías te salvarán de mí.

Bernardo sonrió ligeramente, un gesto que hizo que Peter retrocediera un paso más.
—No necesito que me salven, necesito salvarme a mí mismo.

Y con esas palabras,la atmósfera se quebró, como si un torrente invisible hubiera liberado todo el poder acumulado. Las partículas blancas brillaron como estrellas antes de lanzarse hacia adelante, un reflejo del conflicto interno de Bernardo convertido en energía pura. La verdadera batalla estaba a punto de comenzar.

Con esa determinación ardiendo en su pecho, Bernardo se preparó para enfrentar lo ía que esta batalla marcaría el rumbo de sus vidas; no solo era una cuestión de victoria o derrota, sino una lucha por redescubrir quién era realmente y qué significaba ser hermano en medio del caos.

Con cada respiración, Bernardo sentía cómo esadeterminación ardientese extendía por todo su cuerpo, dándole una fuerza que no sabía que aún poseí partículas blancas que lo rodeaban respondían a su emoción, intensificándose, como si fueran una extensión de su propia voluntad.

Frente a él, Peter lo miraba con una mezcla de desprecio y desconcierto, su arrogancia tan afilada como una espada, pero con un destello de duda en el fondo de sus ojos. Para Peter, este no era solo un enfrentamiento físico; era una forma de aplastar a quien siempre había considerado inferior.

—Te preparas como si tuvieras una oportunidad, Bernardo —dijo Peter, su voz cargada de veneno—. Pero ambos sabemos que esto no es más que un espectáculo inútil.

Bernardo no respondió de su mente, desfilaban las imágenes de su infancia compartida: las risas inocentes, los momentos de juego que alguna vez los unieron. Luego, como un golpe brutal, esas imágenes eran arrastradas por un torrente oscuro de rivalidad, traición y palabras dichas con odio.

"Esto no tiene que terminar así", pensó, pero sabía que las decisiones de Peter lo habían llevado más allá del punto de no retorno.

Alzó la mirada, sus ojos reflejando no solo resolución, sino también un dolor profundo.
—No se trata de ganar o perder, Peter —dijo con voz firme—. Se trata de no perderme a mí mismo en este caos. Se trata de encontrar algo que tú ya no entiendes.

Peter entrecerró los ojos, su furia creciendo como una energías que lo rodeaban crepitaban, oscuras y violentas, un reflejo de su propia corrupción interna.

—Siempre con tus discursos vacíos —escupió—. No hay lugar para la redención aquí, Bernardo. Solo hay fuerza y debilidad. Y tú... siempre serás débil.

Bernardo apretó los puños, pero no por rabia hacia su hermano, sino por la lucha interna que libraba contra sí locura que le susurraba promesas de poder absoluto seguía presente, pero su razón, aunque debilitada, no se rendía.

—La debilidad no es lo que crees, Peter —respondió con calma, sus palabras cortando el aire como un cuchillo bien afilado—. La verdadera debilidad es perderse en el odio, es destruirlo todo solo para sentir que tienes el control.

Las partículas blancas a su alrededor comenzaron a girar con una velocidad aterradora, formando una especie de vórtice retrocedió ligeramente, instintivamente levantando su guardia. Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo más allá de la furia: una pequeña, casi imperceptible chispa de temor.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gruñó Peter, intentando recuperar su postura dominante.

Bernardo no respondió.Cerró los ojos por un instante, permitiendo que la energía fluyera a través de él, no como una herramienta de destrucción, sino como un reflejo de su voluntad de protegerse a sí mismo y a lo que quedaba de la conexión que una vez compartieron como hermanos.

—Estoy eligiendo quién quiero ser —dijo finalmente, abriendo los ellos brillaba una intensidad que parecía capaz de atravesar la oscuridad misma.— Y no voy a dejar que tú, ni mi propia oscuridad, decidan por mí.

La batalla estaba a punto de sabía que lo inevitable era inminente, pero no temía el resultado. Esta lucha, para él, no era solo un enfrentamiento físico, sino un grito de identidad en medio del caos. Y pase lo que pase,iba a demostrar que aún quedaba algo más fuerte que el odio: la determinación de no ceder ante la oscuridad.

El eco cruel de las palabras de Peter golpeaba la mente de Bernardo como un martillo, cada sílaba cargada de desprecio horadando su resistencia emocional. Era un dolor visceral, como si el vínculo fraternal que alguna vez compartieron estuviera siendo desgarrado en ese preciso instante.

Pero algo dentro de Bernardo empezó a dolor inicial, tan agudo que casi lo hacía tambalear, comenzó a transformarse. Era como si su mente hubiera decidido refugiarse en un rincón oscuro y retorcido, un lugar donde la realidad perdía su importancia y la rabia se tornaba en algo más aterrador: una euforia insana.

La sonrisa apareció primero como un leve tirón en las comisuras de sus labios, apenas perceptible, pero luego se expandió como una grieta en un muro frá rostro se retorció en una mueca de alegría malsana, los ojos brillando con una chispa que no era del todo humana.

—¿Eso es todo, Peter? —murmuró Bernardo, su voz apenas un susurro cargado de una extraña y peligrosa palabras flotaron en el aire como un veneno dulce, atrayente pero mortal.— ¿Eso es lo mejor que tienes?

Peter retrocedió un paso, no porque estuviera intimidado, sino porque algo en esa transformación de su hermano le resultaba profundamente locura era un arma impredecible, y Peter, por mucho que lo despreciara, lo sabía.

—¿Qué demonios te pasa, Bernardo? —gruñó Peter, su voz cargada de furia, pero con una pizca de incomodidad que no podía ocultar.

Bernardo inclinó la cabeza hacia un lado, como un niño curioso que acaba de descubrir un juguete sonrisa seguía ahí, sin rastro de empatía o humanidad.

—¿Pasa? —repitió, dejando escapar una risa suave y desquiciada que rebotó en las paredes del lugar como un eco siniestro—. Oh, Peter... Pasa que estoy empezando a ver lo divertido que es esta farsa de hermanos, todo este odio. ¡Es tan hilarante!

El aire alrededor de Bernardo pareció vibrar, una energía tensa y casi tangible que reflejaba el cambio en su estado mental. Las partículas blancas que lo rodeaban ahora se movían de manera errática, chocando unas contra otras como reflejo del caos dentro de él.

—No te atrevas a tomarte esto a la ligera —advirtió Peter, su voz endureciéndose mientras apretaba los puños. Pero incluso él sabía que algo había cambiado. La batalla que pensaba dominar con facilidad acababa de volverse mucho más impredecible.

Bernardo dio un paso hacia adelante,su sonrisa ampliándose mientras sus ojos perforaban los de Peter como si estuviera mirando directamente dentro de su alma.

—¿Ligera? —dijo, dejando escapar otra carcajada, esta vez más aguda, casi animal—. Oh, Peter, nada de esto es el mejor espectáculo que podrías haberme ofrecido.

Pero debajo de esa risa y esa sonrisa torcida, una pequeña chispa de dolor seguía tenue, casi sofocada por la locura, pero aún estaba allí, recordándole a Bernardo que, a pesar de todo, el vínculo con Peter no se había roto del todo.

La batalla continuaría, pero ahora no era solo una cuestión de fuerza fí una guerra de mentes y emociones, donde la locura de Bernardo y la furia de Peter se entrelazaban en una danza destructiva que solo uno podría sobrevivir.

Hare esto rápido romperé mi cuerpo si es necesario, pero no seré tu sacrificio.

Lamento decir que no estaré en tus expectativas niñito.

—PFT, jaja —se rió Peter, su voz cargada de burla—. Hermano, en serio crees que tengo expectativas tuyas, eres basura. Un lisiado que es inferior a los humanos, no inferior a los desechos humanos. Nunca serás alguien. Lo único bueno que puedes hacer en tu miserable vida es ser el sacrificio que me hará más fuerte.

Bernardo cerró los ojos por un breve instante,dejando que las palabras venenosas de Peter se hundieran en su mente como ía sentir cómo intentaban desgarrar lo poco que quedaba de su orgullo, pero en lugar de debilitado, se sintió incendiado, como si cada insulto fuera combustible para un fuego que ya ardía en su interior.

Sus manos temblaron, no por miedo, sino por la intensidad de la energía que ahora corría por su mirada se volvió hacia Peter, los ojos brillando con una mezcla de determinación y desafío.

—¿Sacrificio?—susurró, su voz baja, cargada de una furia contenida que resonaba más que cualquier grito—. Tal vez tengas razón, Peter. Tal vez no soy nadie, tal vez soy un lisiado, basura... —Hizo una pausa, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado, como si estuviera considerando sus propias palabras—.Pero hasta la basura puede arder, y te aseguro que serás el primero en quemarte.

Peter rió de nuevo, esa risa cruel y despectiva que había perfeccionado durante años.
—¿De verdad crees que esas palabras significan algo? —se burló, dando un paso adelante—. Eres tan patético que hasta tus amenazas suenan vacías.

Pero Bernardo ya no escuchaba. Su mente estaba enfocada, su cuerpo dispuesto a pagar el precio que fuera músculos de sus piernas protestaron mientras se tensaban, su postura rígida como una cuerda al borde de romperse.

—Haré esto rápido.—Las palabras de Bernardo fueron un murmullo que apenas rompió el aire—. Romperé mi cuerpo, si es necesario... Pero no seré tu sacrificio.

Con un grito desgarrador que reverberó como un trueno, Bernardo se lanzó hacia cuerpo, empujado más allá de sus límites, se movió como un proyectil. Cada paso dolía como si sus huesos estuvieran astillándose, pero no se suelo bajo sus pies se agrietó con cada impacto, un reflejo del sacrificio que estaba dispuesto a hacer.

Peter, sorprendido por la repentina explosión de velocidad, apenas tuvo tiempo de burla fue reemplazada por una chispa de alarma, pero su orgullo no le permitió retroceder.
—¡Qué demonios...!

Bernardo no desperdició el puño impactó contra el rostro de Peter con una fuerza brutal, una explosión de rabia y determinación sonrisa de Peter desapareció de inmediato, reemplazada por una mueca de dolor mientras era lanzado hacia atrás, rompiendo el suelo bajo él.

—No estaré en tus expectativas, niñito.—Las palabras de Bernardo eran un rugido, cargadas de una convicción inquebrantable—.Y lamento decepcionarte, pero hoy no seré tu maldito sacrificio.

Peter se levantó tambaleándose, una mano cubriendo su rostro ojos, llenos de furia y humillación, encontraron a Bernardo, que ahora respiraba con dificultad, pero seguía de pie, desafiándolo.

—Esto... —gruñó Peter, apretando los dientes mientras la sangre goteaba de su nariz—. Esto no ha terminado.

Bernardo esbozó una sonrisa torcida, una mezcla de dolor y satisfacción.
—Oh, Peter... apenas está empezando.

Las palabras de Peter eran dagas afiladas que se hundían en la carne de Bernardo, cada frase un recordatorio brutal de su cada insulto, el peso de sus fracasos pasados se hacía más evidente, pero no era solo su mente la que soportaba la carga; su cuerpo, ya agotado y magullado, parecía colapsar bajo la presión invisible de aquel encuentro.

El aire entre ambos se volvió pesado, sofocante, como si la atmósfera misma conspirara para toxicidad de la conversación llenaba el espacio, un veneno intangible que parecía buscar el alma de Bernardo para corroerla desde dentro.

Mientras Bernardo trataba de recuperar el aliento,Peter mostró una sonrisa de satisfacción a sus ojos, las heridas que había conseguido infligirle comenzaron a cerrarse a un ritmo antinatural. Cada corte y moretón desapareció como si nunca hubieran existido, la piel de Peter volviendo a su estado impecable en cuestión de segundos.

—¿Ves lo que eres? —espetó Peter, extendiendo los brazos para mostrar su cuerpo rejuvenecido—.Diez segundos, Bernardo. Eso es todo lo que necesitas para recordar que no tienes ninguna posibilidad.

Bernardo observó, impotente, cómo Peter flexionaba sus músculos con arrogancia, como si su recuperación fuera una declaración de superioridad sonido de los huesos ajustándose, la carne regenerándose, era un recordatorio cruel de la desigualdad entre ellos.

Peter inclinó la cabeza con un gesto de burla.
—Esto ni siquiera es una pelea, hermano. Esto es un espectáculo, y el protagonista soy yo. Tú solo eres... el acto final antes de mi verdadera ascensión.

La furia en Bernardo comenzó a hervir, más visceral que dientes rechinaron mientras sus puños se cerraban con tanta fuerza que sus uñas perforaron la piel, dejando pequeñas gotas de sangre que caían al suelo.

—¿Crees que esto se trata de tu cuerpo perfecto, Peter? —dijo Bernardo, con voz baja pero cargada de una intensidad que resonaba en el ambiente—.No entiendes nada. Esto no es solo una pelea física...

Peter rió, una risa hueca y burlona que resonó como un eco.
—¡Oh, claro! Ahora viene el discurso del hermano derrotado. Déjame adivinar... ¿Vas a decirme que esto es "algo más grande"? ¿Un tema de almas, de valores? —Peter negó con la cabeza, su sonrisa ensanchándose—. Escucha, Bernardo. No me interesa lo que tengas que decir. Porque al final...solo importa quién esté vivo al terminar esto. Y te aseguro que ese no serás tú.

El corazón de Bernardo latía con fuerza, pero no era miedo lo que lo consumía ahora, sino una mezcla explosiva de dolor y determinació palabra de Peter era un golpe, sí, pero también un recordatorio de lo que estaba en juego: no solo su vida, sino su identidad, sus recuerdos y el sentido de todo lo que había soportado hasta ahora.

—Entonces termina de hablar, Peter —gruñó Bernardo, levantando la cabeza para enfrentarlo con una mirada llena de desafío—.Porque cada segundo que pierdes aquí es uno más en el que sigo resistiendo. Y mientras respire, no seré el juguete que esperas que sea.

Peter frunció el ceño, su sonrisa desvaneciéndose por un instante.
—¿Resistir? —repitió, con desprecio—. Qué patético. Entonces supongo que tendré que enseñarte lo que significa no tener opciones, Bernardo.

El aire alrededor de ambos parecía vibrar, cargado de tensión y energía contenida, como si el mundo mismo estuviera esperando el siguiente movimiento.

Peter desapareció una vez más en una explosión de partículas blancas,las motas brillando con un resplandor casi hipnótico mientras danzaban en el aire, como heraldos de la inminente tormenta. Bernardo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una fuerza devastadora lo golpeara en el rostro, un impacto que resonó como un trueno en su cráneo.

El mundo a su alrededor pareció congelarse mientras el dolor lo atravesaba, tan agudo y profundo que fue como si un rayo hubiera partido su mente en estallido sordo llenó sus oídos, seguido de un hormigueo helado que se extendió desde la base de su cabeza hasta sus aire se escapó de sus pulmones en un jadeo ahogado mientras tambaleaba hacia atrás, su equilibrio traicionado por la brutalidad del ataque.

La sangre brotó de su cuenca ocular vacía, un flujo cálido y viscoso que descendió por su mejilla en contraste con el frío ambiente que lo rodeaba. Cada gota era un recordatorio cruel de que en esta noche maldita, del momento en que la mano despiadada del abuelo de Peter le arrebató el ojo como si se tratara de un trofeo de guerra.

Los recuerdos lo golpearon con la misma fuerza que el ataque de Peter: el grito desgarrador, el crujido nauseabundo del tejido siendo desgarrado, y el dolor, un dolor que nunca había olvidado y que ahora se había reavivado con una ferocidad lo peor no era el daño físico. Era la humillación. Era el saber que le habían arrebatado algo irreparable, y que cada mirada en el espejo le recordaba lo incompleto que era.

Peter reapareció frente a él, su figura imponente y su rostro iluminado con una sonrisa de satisfacción que ardía con una malicia inquebrantable.
—Ah, ¿eso dolió, hermano? —dijo, su voz cargada de burla mientras cruzaba los brazos con una tranquilidad insultante—. ¿Te trae malos recuerdos? Porque si te soy honesto, pensaba que habrías superado esa pequeña pérdida.

Bernardo levantó la cabeza lentamente, su ojo sano ardiendo con una furia que casi parecía consumir el aire a su alrededor. El dolor seguía ahí, palpitante y constante, pero era eclipsado por la rabia que hervía en su interior.
—¿Superar? —escupió las palabras, su voz entrecortada por el esfuerzo de mantenerse de pie—.Esto... esto no se supera. Pero te juro que lo usaré para destrozarte. Tú y el maldito linaje que representas.

Peter inclinó la cabeza con fingida curiosidad, las partículas blancas comenzando a arremolinarse alrededor de él nuevamente.
—¿Destrozarme? —repitió, burlándose—. Bernardo, ni siquiera puedes mantenerte en pie. Eres una reliquia rota, un lastre. Si no pudiste salvar tu ojo, ¿cómo piensas salvarte ahora?

El aire entre ambos vibraba con una tensión insoportable,cada palabra de Peter un detonador que amenazaba con hacer estallar la furia contenida de algo dentro de Bernardo cambió.La humillación y el dolor no lo doblegaron esta vez; en lugar de eso, alimentaron una llama que comenzó a arder con más intensidad.

—No necesito salvarme —murmuró Bernardo, su voz adquiriendo un tono bajo y peligroso mientras apretaba los puños—.Estoy aquí para asegurarme de que tú tampoco salgas entero de esto.

Peter rió, confiado, mientras sus partículas blancas se arremolinaban, preparándose para atacar de nuevo. Pero Bernardo, tambaleante, no mostraba señales de su mente, una única certeza lo impulsaba hacia adelante: si iba a caer, lo haría arrastrando a Peter con él.

La visión de Bernardo se nubló, una cortina de sombras y destellos rojizos danzando frente a su único ojo funcional. El dolor punzante en su rostro casi lo doblegaba, pero se aferró a la poca claridad que le respiración era errática, un jadeo tras otro, como si cada inhalación fuera una pelea contra el agotamiento que amenazaba con consumirlo.

Entonces, como si el universo decidiera concederle un momento de tregua, un destello de claridad atravesó su mente: la información sobre la habilidad innata de Peter apareció frente a él, como un mensaje grabado en su propia efímero, un chispazo que apenas tuvo tiempo de procesar, pero suficiente para que sus ojos se abrieran al horror de lo que enfrentaba.

Rango de Habilidad: Rango C: LIGHT SPEED

Naturaleza: Luz.

Light palabras resonaron en su cabeza como un eco implacable, cada letra cargada de un peso que parecía multiplicarse con cada segundo que pasaba. El rangoCno solo indicaba un dominio impresionante, sino que sugería un poder que rozaba los límites de lo no era solo rápido; era una manifestación viviente de la velocidad misma.

Bernardo apretó los dientes, su mandíbula temblando por la mezcla de furia y temor.
—Luz... —murmuró, casi escupiendo la palabra, mientras su mente intentaba asimilar el alcance de aquella velocidad sobrehumana explicaba los movimientos imposibles de seguir, los ataques que golpeaban antes incluso de que pudiera levantar un brazo para bloquear.

Peter lo observaba, disfrutando de la creciente desesperación en el rostro de su hermano.
—¿Ya lo has entendido, no? —dijo con una sonrisa arrogante, cruzándose de brazos mientras su cuerpo parecía rodeado de un brillo pulsante, como si el mismo aire vibrara en torno a él—. Soy inalcanzable, Bernardo. La luz no solo ilumina; aplasta todo a su paso cuando se mueve a mi velocidad. ¿Qué vas a hacer contra eso?

Bernardo no respondió de inmediato. El zumbido constante de su propio dolor competía con la voz de Peter en su mente, pero debajo de todo eso, algo más comenzaba a surgir: una determinación cruda, peligrosa.

Su ojo sano brillaba con un destello de resolución mientras pensaba frené ía que cualquier enfrentamiento directo sería inútil; no había forma de igualar la velocidad de alguien con una habilidad como también sabía algo más: incluso la luz necesitaba un medio para propagarse. Incluso la luz podía ser bloqueada, redirigida, atrapada.

—No necesito alcanzarte, Peter... —murmuró finalmente, su voz apenas audible pero cargada de veneno—.Solo necesito que te detengas.

Peter frunció el ceño por un momento, pero su arrogancia pronto regresó con una carcajada.
—¿Detenerme? Tú no puedes detener ni siquiera a un niño si te lo propusieras, Bernardo. Solo eres un hombre roto, aferrándote a esperanzas que ya no existen.

Bernardo tragó saliva, sus manos temblando mientras cerraba los puñ palabras de Peter eran un recordatorio constante de lo bajo que había caído, pero también eran combustible para el fuego que ardía en su interior. Si iba a caer, no lo haría sin hacer tambalear esa arrogancia insana que su hermano llevaba como un trofeo.

En su mente, comenzó a trazar una estrategia. Peter era rápido, pero esa velocidad también podía ser su perdición si era utilizada en su contra. Necesitaba un plan, algo que pudiera nivelar el campo de batalla, aunque fuera por un un solo instante sería todo lo que necesitaría para cambiar el curso de esta pelea.

Resumen
El portador de esta habilidad adquiere inicialmente el10% de la velocidad de la luz, lo que lo convierte en un ser capaz de moverse más rápido que cualquier otra entidad que no comparta esta afinidad. Este porcentaje, aunque limitado al comienzo,aumentará a medida que el portador crezca en poder y dominio de su habilidad.

Aquellos que intentan competir con esta velocidad son descritos comosombras que persiguen a la sombras, aunque nunca alcanzarán su fuente, representan lo más veloz que existe después de la propia luz.

Esta habilidad no solo otorga velocidad extrema, sino también la capacidad de dominar cualquier entorno con movimientos imposibles de predecir y ataques que golpean antes de que puedan ser percibidos.

El aire vibraba con tensión mientras Peter se alzaba como un titán invencible. Su risa era una mezcla de burla y crueldad mientras observaba a Bernardo, quien intentaba ponerse en pie tambaleándose.

—¿Esto es todo, hermano? —dijo Peter, su voz teñida de desdén mientras flexionaba los dedos, generando destellos blancos que iluminaban la escena como pequeños rayos.—¿De verdad creías que podrías enfrentarte a alguien como yo? Eres patético.

Antes de que Bernardo pudiera responder, Peter desapareció en un destello de luz, reapareciendo a centímetros de su rostro. Un puñetazo cargado de fuerza imparable lo impactó en el estómago, sacándole todo el aire y doblándolo como si fuera una hoja de papel. El sonido del impacto resonó como un trueno.

—¿Eso te dolió? Entonces esto será un infierno para ti.

Peter no le dio oportunidad de recuperarse. Apareció detrás de Bernardo en un abrir y cerrar de ojos y le propinó una patada descendente en la espalda, estampándolo contra el suelo con tal fuerza que el suelo se agrietó bajo su cuerpo. Las partículas de luz que lo rodeaban parecían burlarse de él, iluminando su derrota.

Bernardo, jadeando, intentó levantarse, pero una explosión de partículas lo envolvió. Peter lo levantó del suelo, sujetándolo por el cuello.

—Eres demasiado lento. E incluso si fueras más rápido, ¿qué podrías hacer contra mí?

Con un movimiento brutal, Peter lo arrojó al aire como un muñeco de trapo. En una fracción de segundo, apareció sobre él y lo pateó hacia el suelo con una fuerza golpeó el suelo con tal impacto que se formó un cráter bajo su cuerpo.

—¡Vamos, hermano! ¡Levántate! —gritó Peter, riendo mientras descendía lentamente, rodeado por las partículas blancas que lo hacían parecer una deidad vengativa.—¡Demuestra que no eres un completo fracaso!

Bernardo apenas podía moverse. Cada músculo de su cuerpo estaba al borde del colapso, sus huesos dolían y su visión se oscurecía. Pero dentro de él, un torrente de emociones luchaba por salir: ira, frustración, y algo más profundo... el deseo de no ser simplemente un juguete en manos de su hermano.

Peter, sin embargo, no le dio tregua. Volvió a desaparecer en un destello y reapareció junto a él, sujetándolo por el cabello y obligándolo a levantar la cabeza.

—Mira a tu alrededor, Bernardo. Este es tu lugar. Bajo mi sombra. Bajo mi control. Siempre serás inferior.

Con un movimiento rápido, lo lanzó de nuevo al aire y lo siguió, golpeándolo con una sucesión de puñetazos y patadas que eran imposibles de seguir. Cada impacto era un recordatorio brutal de su superioridad. Bernardo caía y subía como un saco de arena en una tormenta, incapaz de defenderse.

Cuando finalmente lo dejó caer al suelo, Peter aterrizó suavemente a unos pasos de él, cruzándose de brazos.

—Te lo dije, hermano. No importa cuánto lo intentes. Al final, solo eres un sacrificio.

La risa de Peter llenó el aire, resonando como un eco burlón mientras Bernardo yacía en el cráter, apenas consciente, el cuerpo destrozado pero su espíritu tambaleante, buscando algo... cualquier cosa, para seguir luchando.

Peter sonrió con desdén al ver a su hermano apenas capaz de mantenerse en pie. Cada uno de los movimientos de Bernardo era lento, torpe, y lleno de desesperación. Mientras tanto, él era una sombra, una ráfaga de luz y velocidad, imposible de seguir.

En un abrir y cerrar de ojos, Peter reapareció ante Bernardo, y un golpe directo a su rostro lo hizo volar hacia atrás, sus dientes crujieron al contacto con el puñ fuerza lo dejó sin aliento, y la sangre brotó de su intentó levantarse, pero su visión estaba nublada y su cuerpo temblaba. Aún así, levantó un brazo, buscando un golpe desesperado hacia el pecho de Peter, pero el puño ni siquiera rozó su objetivo.

Peter desvió el golpe con un simple movimiento, una sonrisa de superioridad adornando su rostro mientras se inclinaba hacia adelante, soltando una risa burlona.

—¿Eso es lo mejor que tienes?

Sin darle oportunidad a Bernardo de reaccionar,Peter desapareció una vez más, esta vez apareciendo detrás de él. Un golpe certero en la espalda de Bernardo lo hizo gritar de dolor y caer de rodillas. El impacto fue tan brutal que sus costillas se resintieron, una sensación de fuego recorriéndole el cuerpo.

Bernardo intentó levantarse, pero en el proceso,su pie resbaló en la tierra agrietada, y cuando intentó golpear a Peter con un puñetazo impulsado por su desesperación, simplemente atravesó el espacio vacío donde su hermano había viento movió ligeramente su cabello, y el suelo bajo sus pies tembló cuando Peter apareció ante él nuevamente, con una mirada llena de burla.

—¿Te cansas tan rápido, hermano?

Antes de que Bernardo pudiera reaccionar,Peter le asestó un rodillazo directo en el estó impacto le sacó el aire de los pulmones, y Bernardo se encorvó hacia adelante, cayendo sobre sus dolor era tan agudo que la visión de Bernardo se volvió borrosa por un segundo, pero su mente luchaba por mantenerse alerta.

Sin embargo, antes de que pudiera siquiera intentar defenderse,Peter lo levantó del suelo por el cuello con una fuerza mano de Peter era una garra de hierro alrededor de su garganta, apretando hasta que Bernardo comenzó a toser y a luchar por una facilidad aterradora, Peter lo arrojó al giró en el aire, sin poder hacer nada para frenar su caída.

En el instante en que sus pies tocaron el suelo, Peter ya estaba allí, y con un giro de su cuerpo, le propinó un golpe rotundo en el costado, enviándolo de nuevo al suelo con un sonido intentó levantarse, pero sus piernas no respondían. Su cuerpo estaba en shock, sus sentidos desbordados por el dolor.

Peter, viéndolo luchar en vano, lanzó una mirada fulminante hacia é siguiente golpe fue rápido, brutal, y gancho directo al rostro de Bernardo lo dejó desorientado y, al instante, su cuerpo comenzó a caer hacia el suelo nuevamente, la gravedad convirtiéndolo en una marioneta sin hilos.

Pero en su caída, Bernardo, impulsado por la furia y el deseo de no rendirse,logró al menos encajar un golpe al rostro de un golpe flojo, casi sin energía, pero fue suficiente para que el menor se detuviera un segundo, claro que no tenía fuerzas para seguir luchando, pero la rabia en sus ojos decía que no iba a rendirse tan fácilmente.

Peter lo miró con desdé ráfaga de partículas blancas lo rodeó, y la velocidad aumentó,el brillo en sus ojos alcanzó un nivel casi una sonrisa cruel, se lanzó nuevamente hacia su ese momento, cada golpe que él daba parecía un castigo divino: un puño directo en el abdomen de Bernardo lo dejó casi inmóvil, otro golpe en el pecho lo hizo escupir sangre y finalmente, una patada voladora lo lanzó hacia un muro de escombros, estrellándose contra el concreto con un ruido ensordecedor.

Bernardo se deshizo en una lluvia de polvo y escombros, temblando, pero aún aferrándose a la idea de que podía resistir. Sin embargo,cada intento de levantarse fue más inútil que el anterior, su cuerpo ya incapaz de soportar el peso de la derrota.

Peter se acercó lentamente, sin ó a Bernardo del cabello, levantándolo para mirarlo a los ojos, una mirada llena de superioridad.

—¿Vas a seguir intentando, hermano?

Antes de que pudiera responder,Peter lo arrojó al suelo una vez más, aplastando su cuerpo con la brutalidad de un toro vez, Bernardo no intentó levantarse. Estaba demasiado herido. La última imagen que vio fue la figura de su hermano, deslumbrante como una estrella fugaz, cuyo poder parecía infinito. La luz de Peter era todo lo que veía mientras su mente se desvanecía en la oscuridad.

Peter no mostró ninguna misericordia. Cada golpe era un castigo que desgarraba el cuerpo de Bernardo. En la siguiente ráfaga de movimientos,Peter apareció frente a él en un parpadeo, lanzando un codazo directo a su impacto fue tan feroz que el sonido del cráneo de Bernardo al recibir el golpe resonó en el nariz se rompió al instante, la sangre brotó a chorros, y el dolor fue tan intenso que casi perdió el sentido.

Sin darle tiempo a recuperarse,Peter lo agarró del cuello y lo levantó del suelo como si fuera un muñeco de peso de su cuerpo colgando de la fuerza de su hermano hizo que cada intento de respirar fuera una lucha una mueca de burla, Peter lo giró en el aire y lo estrelló contra el suelo de espaldas, dejando que el impacto rasgara su piel, y el crujir de los huesos fue audible.

Bernardo intentó levantarse, peroPeter ya estaba sobre é una velocidad imposible de seguir,una patada brutal lo golpeó en el costado, enviándolo de nuevo al aire, girando como un muñeco patada dejó una marca roja y morada en su piel, y el dolor lo recorrió en impacto lo hizo rodar por el suelo, y cuando intentó levantarse, la visión de su hermano era la última que pudo ver antes de ser golpeado nuevamente.

Peter no le dio ni un segundo para un grito de rabia, se lanzó hacia Bernardo con una velocidad cegadora, apareciendo a su lado en un abrir y cerrar de fuerza del siguiente golpe fue más allá de cualquier límite humano:un puño directo al estómago de Bernardo que lo hizo doblarse hacia presión sobre su abdomen fue tal queBernardo sintió como si su interior se hubiera destrozado, su aliento se detuvo por un instante, y una oleada de sangre le subió a la podía respirar, no podía moverse.

Antes de que pudiera recuperar el aliento,Peter lo levantó del suelo con una mano, giró sobre sus talones y le propinó un golpe vertical con el talón, directo a la mandíbula de violencia del impacto fue tan brutal queel sonido de los huesos al romperse resonó como una explosión en su fue lanzado al suelo, su boca sangrando y su mandíbula prácticamente deshecha.

Peter, sin perder tiempo, lo levantó una vez más, esta vez con sus manos alrededor del cuello de Bernardo, apretando con la fuerza de un vicio respiración de Bernardo era una lucha; su cuello estaba siendo comprimido con una fuerza que lo hacía sentir que sus ojos iban a estallar de sus cuerpo comenzó a debilitarse rápidamente bajo el control implacable de Peter.

—¿Eso es todo lo que tienes?—dijo Peter, su voz gélida y burlona, como si disfrutara cada segundo de la tortura.

Con un rugido de furia,Bernardo consiguió liberar un brazo, logrando golpear el costado de Peter, pero fue un golpe débil, casi inú brazo de Peter se movió como un rayo,y con un simple giro, atrapó la muñeca de Bernardo y la retorció hacia atrá dolor fue insoportable, como si su hueso fuera a romperse en cualquier momento, y el grito que salió de su garganta se perdió en el , como si fuera un maestro de la destrucción, aprovechó el momento para lanzar un rodillazo directo a la cara de Bernardo.

La rodilla lo golpeó con tal fuerza queel rostro de Bernardo fue literalmente aplastado hacia atrás, sus dientes se hicieron añicos contra el visión de la batalla se volvió aún más borrosa, yel suelo pareció moverse bajo él mientras la tierra se teñía de sangre.

Peter, viendo el cuerpo de su hermano casi inconsciente, lo dejó caer al suelo con un gesto sangre salpicó alrededor mientras Bernardo golpeaba el suelo con un sonido aire se llenó de la sensación de derrota , con una sonrisa cruel, comenzó a caminar alrededor de su hermano, disfrutando de cada segundo de su movimientos eran lentos, pero calculados, como si estuviera disfrutando de un espectáculo que solo él podía comprender.

—¿Realmente pensaste que podrías ganar?—preguntó Peter, la voz casi un susurro de desdé pie voló hacia el abdomen de Bernardo, aplastando sus órganos internos y haciendo que su cuerpo se doblara en una posición sensación de sus entrañas golpeando el interior de su cuerpo fue una dolor lo hizo perder el sentido momentáneamente, pero antes de caer completamente inconsciente, algo dentro de él seguía gritando, luchando, resintiéndose a perder.

Peter estaba disfrutando de cada hermano había caído, pero él aún no había terminado. Con un último golpe, lo levantó del suelo y lo hizo girar en el aire, para luego lanzarlo contra una pared de escombros con una fuerza impacto de su cuerpo contra los escombros fue tan brutal que el crujir de sus huesos resonó a través del campo de se desplomó de nuevo al suelo, sus movimientos cada vez más lentos y erráticos.

En ese momento, el rostro de Peter se iluminó con una sonrisa satisfecha, saboreando la agonía de su hermano.

Lucha, ponte de pie, fue un susurro lejano el cual llego a los oídos de Bernardo el cual con algo desconcierto borro su lunática sonrisa.

Intento mirar pero no había nadie mas que Peter y el, Bernardo sabia que en este lugar no solo estaban ellos dos, también estaban los guardias y ese enviado, que aunque quería pasar desapercibido era como un sol extremadamente brillante que intentaba ocultarse bajo la sombra de una pequeña moneda.

Bernardo decidió ignorar esa voz cuando concentro su mana en su mano y lo disparo una bola de mana de unos cuantos metros de diámetro.

En un estallido la bala de mana exploto.

La explosión resonó como un trueno, iluminando la oscuridad que envolvía el campo de bola de maná de varios metros de diámetro estalló con una furia devastadora, levantando una nube de polvo, escombros y un destello cegador que hizo retroceder incluso a los guardias que observaban desde la partículas de energía chisporroteaban en el aire, dejando un rastro de calor abrasador que parecía calar hasta los huesos.

Peter, sin embargo, no fue tomado por figura apareció al borde del cráter recién formado, intacto, con una sonrisa que destilaba ataque de Bernardo no había hecho más que despeinarlo.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? —se burló Peter, dando un paso hacia el borde del cráter, dejando que el polvo y los escombros se deslizaran bajo sus pies—.Patético.

Bernardo, jadeando, sintió el sabor metálico de la sangre en su boca. Su cuerpo temblaba, no solo por el esfuerzo físico, sino por la creciente desesperación que lo carcomí explosión había consumido gran parte de su energía; el flujo de maná en su interior ahora era errático, ó sus manos, temblorosas, y sintió cómo una oleada de frustración se mezclaba con una rabia desesperada.

"Lucha, ponte de pie."Esa voz volvió a resonar en su mente, como un eco lejano pero persistente, atravesando la niebla del dolor y el giró rápidamente, escudriñando el entorno, pero no había nadie más que él, Peter, los guardias a la distancia y esa figura brillante que intentaba permanecer en las sombras.

"¿Quién demonios eres?" pensó, apretando los dientes mientras trataba de enfocar su atención en el enemigo frente a él. Decidió ignorarlo. Tenía un problema mucho más urgente.

Peter desapareció nuevamente, su velocidad más allá de la percepción apenas tuvo tiempo de levantar los brazos cuando una patada lo impactó directamente en el costado, lanzándolo hacia atrás como un proyectil golpe destrozó lo poco que quedaba de su estrelló contra un muro de escombros, su cuerpo dejando un surco profundo en la piedra antes de colapsar en el suelo con un gemido de dolor.

—No eres más que un obstáculo insignificante —dijo Peter, apareciendo frente a él de nuevo. Su tono estaba cargado de desprecio, y la luz que lo rodeaba lo hacía parecer casi divino, un ser superior regodeándose en la miseria de su presa—.Pero al menos sirves para entretenerme.

Bernardo levantó la vista, escupiendo sangre al suelo, y con un rugido de desafío canalizó lo que quedaba de su maná en un intento ó su brazo hacia Peter, lanzando otra ráfaga de energía, esta vez una ráfaga de disparos más pequeños que buscaban saturar el área y acorralarlo.

Peter, sin embargo, esquivó cada uno con una precisión movimientos eran tan rápidos quecada proyectil de maná pasaba por su lado, dejando un rastro de luz en el aire, pero nunca alcanzá como intentar golpear una sombra que siempre estaba un paso por delante.

En un instante, Peter apareció detrás de Bernardo, agarrándolo por el cuello y levantándolo del presión sobre su garganta fue inmediata, cortando el flujo de aire mientras lo levantaba como si no pesara pies de Bernardo patalearon débilmente, tratando de encontrar apoyo donde no lo había.

—Ni siquiera eres digno de ser mi sombra —dijo Peter, apretando aún má , con un movimiento brusco, lo arrojó contra el suelo como si fuera un muñeco, haciendo que el impacto levantara polvo y tierra misma pareció temblar bajo la brutalidad del golpe.

Bernardo intentó levantarse, pero su cuerpo no respondí músculo estaba al borde del colapso, y su visión era un caos de luces y sombras voz en su mente volvió a surgir, esta vez más insistente, más clara:"Ponte de pie. No es el final."

Peter avanzó lentamente hacia él, su figura brillando con un aura cegadora que solo aumentaba su apariencia de , con cada resquicio de voluntad que le quedaba, apoyó sus manos ensangrentadas contra el suelo, tratando de levantarse una vez más. Su respiración era un eco ahogado, pero el fuego en su pecho aún no se había podía permitirse caer aquí. No aún.

—No tengo tiempo para tus juegos, hermano —dijo Peter, deteniéndose justo frente a é un movimiento rápido, levantó su pierna y la dejó caer con fuerza sobre el hombro de Bernardo, dislocándolo con un crujido seco que hizo eco en el campo de grito de dolor de Bernardo fue desgarrador, pero aún así, no dejó que su cuerpo se desplomara por completo.

Desde las sombras, el misterioso enviado observaba con atención. Su presencia era palpable, un faro de poder que incluso Peter parecía ignorar enviado entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando cada movimiento, cada decisión. Mientras tanto, los guardias, inmóviles, miraban con una mezcla de fascinación y terror, sabiendo que intervenir no era una opción.

Bernardo, a pesar del dolor insoportable y de su cuerpo roto, levantó la cabeza una vez más. Su ojo restante ardía con una furia inextinguible, y aunque cada respiración era un suplicio, no estaba dispuesto a rendirse.

Bernardo avanzó con un impulso desesperado, sintiendo cómo su puño se estrellaba contra algo sólido. Sucorazón dio un vuelcocuando notó que aquello que había golpeado no era el cuerpo de su hermano, sinola palma abierta de Peter. Un instante después, unrugido ensordecedorllenó el aire: una explosión de fuerza que lo lanzó hacia atrás con violencia devastadora.

El impacto lo hizo retroceder sin control, su cuerpo rozando el suelo destrozado mientras era arrastrado por al menos 30 metros. Los escombros se levantaban en una nube caótica, mientras Bernardo luchaba por recuperar el mente, aún aturdida por el golpe, se permitió un pensamiento fugaz e irracional:¿Qué tan inmenso es este lugar para que me empujen tanto sin topar con un límite?

—Vaya, lo resististe.—La voz de Peter cortó el aire, cargada de una mezcla de burla y sincera labios se curvaron en una sonrisa sarcástica, pero sus ojos reflejaban un destello de interés que antes no estaba allí. Era como si estuviera midiendo la resistencia de su hermano, un científico cruel observando un experimento que comenzaba a volverse interesante.

Bernardo, con un jadeo pesado, plantó un pie detrás de él para suelo bajo su peso estaba completamente hecho añicos, una red de grietas que se extendía como raíces bajo sus pies. Las partículas de polvo bailaban a su alrededor, el testimonio del daño infligido. Con un movimiento decidido de sus brazos y piernas, Bernardo canalizó su energía restante, disipando los residuos demanaque aún lo empujaban.

—No pienso caer tan fácil —murmuró entre dientes, su voz ronca pero cargada de firmeza. A pesar del dolor que recorría su cuerpo, una chispa de determinación brillaba en sus ojos.

Peter soltó una risa seca, cruzando los brazos mientras observaba a su hermano recomponerse.

—No está mal... Pero sigues siendo un juguete roto, Bernardo. ¿Cuánto más crees que puedas durar? —Su tono era como veneno dulce, cada palabra diseñada para carcomer la voluntad de su previo aviso, Peter desapareció una vez más, dejando un rastro de partículas blancas que chispeaban como estrellas moribundas.

Bernardo apenas tuvo tiempo de tensar los músculos antes de sentir el impacto pie de Peter se estrelló contra su estómago con la fuerza de un martillo, levantándolo del suelo y enviándolo contra una de las paredes lejanas. La roca cedió ante su peso, fragmentándose en pedazos que cayeron como cascadas a su hilo de sangre escapó de su boca mientras intentaba levantarse, sus manos temblando por el esfuerzo.

Peter apareció frente a él antes de que pudiera siquiera recuperar el aliento, su rodilla chocando directamente contra la mandíbula de crujido seco del impacto reverberó como una sentencia de muerte.

—¿Eso es todo? —preguntó Peter, inclinándose hacia él mientras el cuerpo de Bernardo caía de rodillas. Su sonrisa era una mueca cruel que exudaba superioridad. —Eres tan predecible.

"HMMph, ahora tienes la fuerza para hacer esto."Peter resopló con desdén, su tono impregnado de superioridad y desprecio. Sin darle tiempo a reflexionar sobre sus palabras,Bernardo se lanzó hacia adelante, su mirada fija en el rostro de su hermano. No había más palabras que decir; el combate sería el único lenguaje entre ellos.

En ese instante,un leve brillo comenzó a emanar de la palma de Peter. Al principio parecía una simple manifestación demana, pero conforme la luz crecía, se transformó en algo mucho más denso,casi tangible. La luminosidad que irradiaba era casi cegadora, obligando a Bernardo a entrecerrar los ojos mientras embargo, lo que ocurrió después lo dejó sin aliento.

La brillantez en la palma de Peter comenzó a disminuir, comprimiéndose como si una estrella hubiera sido encapsulada en un espacio minúsculo. La energía vibraba de forma contenida, un núcleocargado de poder puro y abrumador. Cada molécula de aquelmana extremadamente densoparecía pulsar con una amenaza aquellos con talento innato y un control extraordinario podían alcanzar ese estado, y mucho menos en el rango en el que se encontraba Peter. Era una demostración clara de su supremacía, una barrera que separaba a los verdaderamente poderosos de los simples mortales.

Bernardo no se detuvo, su cuerpo impulsado por pura voluntad. Pero en su mente, un pensamiento fugaz le atravesó:¿Cómo alguien puede contener tanta energía en un espacio tan pequeño?

Peter, inmóvil como una estatua,curvó sus labios en una sonrisa fría.

—¿Te das cuenta, verdad?Esto no es solo fuerza bruta. Es control. Es dominio absoluto. Y tú nunca entenderás lo que significa.