El monoculo de Ryan, un artefacto que parecía insignificante en comparación con los vastos poderes en juego, brilló con intensidad.A pesar de la brutalidad del combate y de los ataques casi letales que había recibido, esa pequeña joya en su ojo seguía funcionando con todo su poder, y ahora, más que nunca, cobraba sentido.Ryan sentía cómo la energía de la habilidad, una energía profunda y peligrosa, comenzaba a recorrer su cuerpo.
En su mano derecha un pergamino azul oscuro muy similar al aura de Henry se materializo. el monóculo brillaba con una brillo reconociendo.
Objeto de Rango S. Pergamino deSaqueo de habilidad.
Descripción: por un lapso muy pequeño de tiempo el portador del pergamino puede saquear una habilidad de su adversario.
Advertencia de uso: el usuario debe tener un estado optimo de al menos el 70%.
El Usuario debe pagar una ofrenda en la 24 horas después del uso del pergamino.
Ryan dudo al ver las penalidades que se deben de pagar al usar este pergamino normalmente le daría este pergamino a su padre pero con su estado actual seria imposible, el hombre había dudado tanto debido a que este pergamino costaba mucho.
Aunque ahora era obvio que este pergamino era mas barato que su propia vida.
El aire a su alrededor vibraba con la intensidad de la habilidad que estaba por desatar.La habilidad"Salto Espacial", que hasta ahora había sido solo una técnica secundaria, comenzó a manifestarse con toda su potencia.La naturaleza del espacio se torcía a su alrededor, como si el mismo universo estuviera a punto de colapsar.Ryan, con los ojos desbordados de concentración, observó aHenry, quien no parecía percatarse de lo que sucedía hasta que el campo de batalla cambió de repente.
El primer movimiento fue sutil, casi imperceptible.Ryan se colocó en el centro de su propia realidad, ajustando la distancia entre él y su enemigo.Con un simple parpadeo,el espacio alrededor de Henry se distorsionó, y una fracción de segundo después,un salto repentino lo hizo desaparecerde su posición original.Henry, desconcertado, apenas tuvo tiempo de reaccionar.
La batalla dejó de ser lo que había sido hasta ese momento.Los conceptos de "lejos" y "cerca" dejaron de existir paraRyan, y el espacio mismo se volvió su aliado.La distancia se convirtió en una ilusió ataques que Henry había lanzado hacia Carlos, el terreno y las posiciones anteriores de los combatientessimplementedesaparecieron y se reposicionaron sin lógica alguna.
El espacio que Henry dominaba con tanta seguridad, ahora se volvió su peor estaba en todas partes al mismo tiempo.El flujo del combate, la previsibilidad de cada golpe de Henry, ya no servían para nada.
Aterrizando a espaldas de Henry, Ryan aprovechó el efecto de su habilidad.Con la misma agilidad y destreza que lo caracterizaba,se materializó detrás de su padre, esquivando el ataque que había lanzado Henry hacia él.El espacio alrededor de Carlos comenzó a deformarse una vez más, y Ryan lo rodeó por completo, evitando que la lanza de sangre de Henry pudiera alcanzarlo.
"¡¿Cómo...?! ¿Qué diablos hiciste?!"Henry gruñó, sus ojos buscando a Ryan frenéticamente, incapaz de predecir sus movimientos.El rostro de Henry se distorsionaba por la furia y la incredulidad.
Con una explosión de energía, Ryan apareció frente a él.Usando la distorsión espacial para concentrar la máxima velocidad posible, lanzó un golpe directo hacia el abdomen de Henry, pero con una precisión que solo podía venir del manejo de la distancia en su más puro estado.
El impacto fue brutal.La fuerza de la distancia recorrida, el choque del espacio comprimido con la carne, hizo que Henry retrocediera con fuerza.Una gota de sangre salió disparada de su boca."Esto no está bien..."Henry, ahora claramente desorientado, trató de retroceder, pero el salto espacial de Ryan era imparable, como si las leyes de la física ya no pudieran contenerlo.
Cada movimiento de Ryan parecía una ilusión de velocidad,como si el mismo espacio lo ayudara a moverse entre los puntos de su , aún recuperándose de los golpes y la confusión, se lanzó hacia él con furia, peroRyan aprovechó el último salto para desmaterializarsey aparecer frente a él.Con una increíble destreza, desató un golpe directo al rostro de Henry.
"¡Basta!"Henry gritó, y al instante el espacio se distorsionó.De un solo movimiento, Henry lanzó una distorsión en el campo que hizo que los puntos de espacio alrededor de ellos explotaran, pero Ryan estaba un paso habilidad de Henry para manipular el espacio estaba siendo superada por la habilidad de Ryan para alterar la distancia.
"Lo que has hecho es una broma, Ryan..."Henry resopló, sonriendo a pesar de la sangre que salía de su boca."Aun con esa habilidad... sigues siendo un niño jugando con algo que no entiendes."
Pero Ryan no lo escuchaba. En ese momento,la batalla ya no era solo un enfrentamiento físico, sino una prueba de resistencia, destreza y estrategia. Los dos combatientes se movían de una manera que desbordaba la lógica, alterando las leyes del espacio con cada paso.La distancia ya no era un desafío, sino solo una extensión de sus propios poderes.
Con tantos combates que has tenido, has estado usando el 100% de tu poder en cada momento, ¿no es así, Henry?—Ryan habló con calma, su voz era serena, pero cada palabra llevaba el peso de la estrategia. Estaba observando cada movimiento, cada gesto del hombre que tenían frente a ellos, buscando una debilidad, un fallo.
Henry inclinó ligeramente la cabeza, como si le aburriera la conversación.—¿Cansancio?—repitió, casi con burla. Su tono era apático, carente de interés, como si estuviera discutiendo algo trivial en lugar de enfrentarse a una batalla que había devastado el área.
Entonces, ocurrió lo que parecía imposible: las heridas en su cuerpo comenzaron a cerrarse. No lentamente como lo haría un proceso natural, ni siquiera con el efecto de una habilidad curativa.Las heridas simplemente dejaron de existir, como si el espacio mismo que las contenía fuera reescrito.El flujo de sangre, los cortes profundos, incluso los huesos rotos que habían sido visibles hacía apenas unos segundos, desaparecieron por completo, dejando su piel lisa y perfecta.
—¿Dices que mi fuerza se ha debilitado?—preguntó Henry, su mirada fría y fija en Ryan. El tono de su voz era tan calmado que resultaba aún más aterrador.—¿Crees que porque empleo el 100% de mi fuerza en cada golpe estoy agotado? ¿Qué te hace pensar que tal absurdo es correcto?
El silencio que siguió fue opresivo, pero Henry no tardó en romperlo, avanzando un paso con una lentitud deliberada. La presión a su alrededor aumentaba con cada movimiento.
—Mi estado óptimo nunca se ha utilizado en esta lucha. Todo esto, todo lo que has visto, no es más que un fragmento de lo que puedo hacer.—Se detuvo y sonrió, una sonrisa gélida y llena de desprecio.
Ryan tragó saliva, pero no desvió la mirada. Su monocular brillaba tenuemente mientras intentaba analizar el poder de Henry, pero la información era confusa, incoherente. Todo lo que podía leer era un abismo insondable, como si las leyes mismas del universo se doblegaran alrededor de él.
—Porque, a diferencia de tu padre, tú, Ryan... tú ascendiste con calma, rodeado de los recursos de tu familia. Siempre protegido, siempre privilegiado.—Henry levantó una mano, y el aire a su alrededor comenzó a distorsionarse, como si la realidad misma temblara bajo su voluntad.—Yo, en cambio, ascendí en la guerra. Mis manos han derramado más sangre de la que podrías imaginar.
Su voz se volvió un susurro, pero aún así resonaba con fuerza.—Tu padre... fue mi maestro. Pero solo me enseñó el manejo de la espada. Nada más, nada menos. Todo lo demás lo aprendí en el campo de batalla. Allí, donde la muerte es la única verdadera maestra.
La presión aumentó, y de repente, el suelo bajo los pies de Ryan comenzó a fragmentarse, como si la misma tierra estuviera siendo aplastada por una fuerza invisible. Henry no necesitaba levantar un dedo para mostrar su dominio absoluto del campo de batalla.
Ryan apretó los puños, mirando a su padre a lo lejos. Carlos estaba gravemente herido, pero no podía dejar que ese monstruo avanzara más. No solo estaba luchando por su familia; estaba luchando por algo más grande.—Entonces, si esto no es tu máximo... —dijo Ryan, tomando aire y concentrando todo su poder en un movimiento decisivo—. ¡Muéstramelo!
Henry sonrió de nuevo, y con un gesto casual de su mano, el espacio comenzó a doblarse a su alrededor, como si estuviera preparando el escenario para un espectáculo que nadie jamás olvidaría.
—¿Piensan que he gastado mi energía en algo tan insignificante como ustedes?—Henry habló, su voz impregnada de desprecio, pero con una calma que resultaba más aterradora que cualquier grito. Su mirada se fijó en Ryan y Carlos, con una intensidad que parecía perforar el alma.—¿Creen que pueden enfrentarse a mí? ¿A mi decisión de cancelar el sacrificio de mi primogénito?
Henry dio un paso adelante, el suelo bajo sus pies agrietándose como si su mera presencia estuviera destruyendo la tierra.—Déjenme mostrarles lo que he aprendido en las batallas de mis más de 50 años. Déjenme enseñarles el único modo en el que descubrí cómo sobrevivir y cómo templar mi mente, cuerpo, energía y alma.
Extendió sus brazos hacia los lados, como si quisiera abarcar el mundo entero, y una sonrisa tranquila se formó en sus labios.Pero por dentro, su corazón ardía. Cada fibra de su ser gritaba en silencio, recordando cómo su hijo Bernardo había sido herido una y otra vez. La ira rugía dentro de él, una tormenta contenida por su voluntad férrea.
—Lo primero fue adquirir una calma absoluta,—continuó Henry, su voz como un eco profundo que parecía resonar en las mentes de quienes lo escuchaban—.Fue mediante una concentración ardua, inquebrantable. Así fue como mejoré.
El aire a su alrededor comenzó a vibrar mientras su energía fluía, cargada de un poder abrumador. Cada palabra parecía cargar el ambiente con una tensión insoportable.
—Conseguí un control tan perfecto, tan suave y sutil, que ni siquiera sacude la superficie de las aguas.—Dijo, alzando una mano. Frente a él, una pequeña esfera de energía pura apareció, perfectamente inmóvil. Pero la calma era solo una cara de la moneda.—Combinado con una intensidad suprema, capaz de consumir mundos enteros con mi ira.
En un instante, la esfera se expandió, transformándose en una explosión que hizo temblar el terreno, aunque Henry permaneció inamovible. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y certeza.
—Todo esto conforma mi ser en la lucha.—Su voz aumentó en intensidad, resonando como un trueno que hacía vibrar los corazones de quienes lo escuchaban.—Soy Henry, futuro señor de la rama colateral de la familia Qillu, padre de un hijo amado por el mundo.
Su expresión se endureció, y en un susurro cargado de furia contenida, añadió:—Y una decepción de hombre, un pecador que cometió el peor de los crímenes.
El ambiente se volvió sofocante, como si el aire mismo se negara a moverse.—Así que prepárense.—Henry levantó ambos brazos, y el cielo pareció oscurecerse mientras energías invisibles comenzaban a acumularse a su alrededor.—Insectos, mi ira será descargada sobre ustedes.
En ese momento, su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión de absoluta determinación. El suelo bajo los pies de Carlos y Ryan se partió como vidrio frágil, y una ráfaga de energía incontrolable los empujó hacia atrás, apenas permitiéndoles mantenerse en pie. La tormenta estaba a punto de desatarse, y Henry sería su epicentro.
El aire a su alrededor se comprimió, cargado con un maná tan denso que parecía ralentizar el flujo del tiempo.Ryan y Henry se observaron en silencio, como dos depredadores acechándose, listos para dar el primer zarpazo.Ambos entendían lo que estaba en juego, y esta vez no habría distracciones. Era una lucha entre iguales, una batalla donde el dominio del espacio decidiría al vencedor.
Ryan fue el primero en moverse.Dio un paso hacia adelante y desapareció en un destello de luz azulada, reapareciendo detrás de Henry con un puño dirigido a su columna vertebral. Sin embargo, el golpe chocó contra el vacío, un espacio deformado que Henry había creado con un movimiento casi imperceptible de su mano.
—Buena intención, pero insuficiente, Ryan,—dijo Henry, girando sobre su eje con una fluidez que hablaba de décadas de experiencia. Su codo se dirigió hacia el rostro de Ryan, pero este lo bloqueó con su antebrazo en un impacto que resonó como un trueno. Las ondas de choque hicieron vibrar el aire, y el suelo bajo ellos se desmoronó en una nube de polvo y escombros.
Ambos desaparecieron nuevamente, sus figuras distorsionándose mientras el espacio se plegaba a su voluntad.Reaparecieron en el aire, a más de 20 metros del suelo, intercambiando golpes que rompían la barrera del sonido. Cada movimiento era meticulosamente calculado, cada ataque contrarrestado con una precisión casi inhumana.
Ryan lanzó un gancho ascendente que parecía dirigido al mentón de Henry, pero en el último momento el puño desapareció, trasladado instantáneamente a un costado de Henry. El ataque impactó, haciendo que Henry se tambaleara en el aire.
—Interesante,—admitió Henry con una sonrisa feroz, mientras un hilo de sangre descendía por la comisura de su boca. Su cuerpo no tardó en adaptarse.—Pero no eres el único que puede jugar con el espacio.
Henry extendió la mano, y el aire alrededor de Ryan pareció solidificarse, atrapándolo como si estuviera dentro de un cristal invisible. Ryan luchó por liberarse, pero en un movimiento inesperado, Henry apareció frente a él, su rodilla impactando brutalmente en el abdomen de Ryan.El sonido del impacto fue sordo, pero el eco de la fuerza resonó en todo el campo de batalla.
Ryan escupió sangre, pero su mirada no flaqueó.Con un grito de pura voluntad, canalizó su maná en una explosión que rompió la prisión invisible, enviando fragmentos del espacio distorsionado volando en todas direcciones. Con un giro rápido, atrapó la muñeca de Henry, torciéndola con fuerza para intentar desestabilizarlo, pero Henry respondió con una patada giratoria que lo obligó a soltar su agarre.
El combate cuerpo a cuerpo se intensificó.Ambos hombres se movían con una velocidad y coordinación que desafiaban la lógica. Las rodillas, codos, puños y piernas chocaban como martillos contra acero, cada impacto liberando chispas de energía pura. En un momento, Ryan utilizó su habilidad para trasportarse instantáneamente detrás de Henry, lanzando una ráfaga de golpes al punto ciego de su oponente. Pero Henry giró con una gracia casi etérea, desviando cada ataque con movimientos mínimos y contrarrestando con un gancho directo al rostro de Ryan.
—No luchas como alguien que ha tenido un maestro,—dijo Henry, mientras ambos intercambiaban una ráfaga de ataques con tanta rapidez que sus movimientos eran apenas visibles.—Luchas como alguien que tiene hambre, pero esa hambre no será suficiente para vencerme.
Ryan no respondió.En lugar de palabras, dejó que sus puños hablaran. Su ataque siguiente fue una combinación devastadora: un golpe descendente directo al cráneo de Henry, seguido de un barrido bajo que buscaba desequilibrarlo. Pero Henry, con la precisión de un cirujano, manipuló el espacio a su alrededor para desviar el primer golpe y saltó en el momento exacto para esquivar el barrido. Antes de aterrizar, dirigió una patada descendente al rostro de Ryan, quien la bloqueó con ambos brazos, aunque la fuerza lo hizo retroceder varios metros.
El suelo tembló cuando ambos volvieron a enfrentarse.Ahora era un intercambio puro de maestría espacial. Cada golpe, cada movimiento estaba respaldado por su habilidad para alterar el espacio. Puños que parecían destinados a impactar desaparecían y reaparecían desde ángulos imposibles. Patadas que debían ser letales eran absorbidas en el vacío y redirigidas hacia el atacante.
En un momento crítico, Henry creó un portal justo donde Ryan estaba a punto de pisar, haciendo que este cayera al vacío por un instante. Pero Ryan reaccionó rápidamente, creando su propia distorsión espacial para reaparecer a un lado de Henry, lanzando un codazo directo al costado de su oponente.
El impacto fue brutal.Henry sintió cómo las costillas crujían bajo la presión, pero en lugar de retroceder, avanzó. Sujetó a Ryan por el cuello y lo lanzó al suelo con una fuerza devastadora, creando un cráter masivo en el lugar del impacto.
Ryan jadeó, sangre escurriendo de la comisura de sus labios, pero su determinación no disminuyó.Con un grito de pura furia, se impulsó hacia Henry, lanzando una ráfaga de golpes que fueron tan rápidos y feroces que incluso Henry tuvo que retroceder, bloqueando con dificultad.
—¡Tienes mi respeto, Ryan!—rugió Henry, con una sonrisa que mezclaba orgullo y desafío.—Pero esta pelea no será decidida por quién es más hábil. Será decidida por quién puede aguantar más.
Y con esas palabras, ambos hombres se lanzaron nuevamente al combate, cada golpe, cada movimiento un recordatorio de que estaban luchando no solo por la victoria, sino por sus ideales, su orgullo y todo lo que representaban.
El combate continuaba, pero ahora Ryan estaba decidido a tomar el control absoluto.El aire se tornó más pesado, como si el espacio mismo hubiera decidido someterse a la voluntad de Ryan. Henry, por primera vez, sintió una presión que no podía ignorar: su propio dominio del espacio estaba siendo retado de manera aplastante.
Ryan no habló.No era el momento de palabras, sino de acciones. Su figura se desdibujó mientras desaparecía y reaparecía alrededor de Henry en un destello continuo de movimiento. Cada aparición iba acompañada de un golpe devastador: un puño directo al costado, una patada giratoria al rostro, un rodillazo al abdomen. Henry bloqueó como pudo, pero la velocidad de Ryan era abrumadora.
—¿Finalmente decidiste tomarte esto en serio, Ryan?—gruñó Henry, mientras un golpe particularmente fuerte lo obligaba a retroceder. Sangre brotó de su boca, y su mirada brilló con una mezcla de furia y respeto.
Ryan no respondió. En cambio, levantó su brazo derecho, y el espacio frente a él pareció rasgarse como un pergamino.De esa grieta emergió una esfera de vacío puro, un fragmento de espacio comprimido que lanzó hacia Henry.La explosión fue inmediata, forzando a Henry a crear una barrera de emergencia, pero la onda expansiva lo lanzó hacia atrás con tal fuerza que atravesó varios árboles cercanos antes de detenerse.
Henry se levantó, pero su respiración era pesada.Su cuerpo, aunque regenerado constantemente, comenzaba a mostrar signos de fatiga. Las heridas no solo eran físicas; cada impacto de Ryan llevaba consigo una distorsión del espacio que desafiaba la capacidad regenerativa de Henry.El espacio alrededor de sus costillas parecía inestable, como si el tejido no pudiera encontrar un punto fijo para sanar.
Ryan apareció frente a Henry en un parpadeo, lanzando un gancho ascendente que impactó directamente en la mandíbula de su oponente.Henry tambaleó hacia atrás, pero antes de que pudiera recuperar el equilibrio, Ryan estaba sobre él nuevamente, utilizando el espacio como una extensión de su propio cuerpo. Su codo se materializó en el pecho de Henry, hundiéndolo en el suelo con un impacto tan fuerte que el terreno se quebró en una red de fisuras.
—¡Esto no ha terminado!—rugió Henry, liberando una onda expansiva de energía espacial que intentó empujar a Ryan hacia atrás. Pero Ryan simplemente se desplazó a través del vacío, reapareciendo justo detrás de Henry con una patada descendente que conectó en la base de su cuello. El golpe fue brutal, arrancándole un grito de dolor que resonó por todo el campo de batalla.
—Esto no es personal, Henry,—dijo Ryan finalmente, su voz firme pero fría.—Solo estoy devolviéndote todo lo que me has enseñado.
El ataque siguiente fue devastador.Ryan levantó ambas manos, y el espacio alrededor de Henry comenzó a comprimirse como si estuviera atrapado en el núcleo de una estrella. La presión era tan intensa que Henry cayó de rodillas, jadeando mientras su cuerpo intentaba resistir.
Con un grito de desafío, Henry logró liberar una porción de su energía, creando una grieta en el espacio que lo liberó momentáneamente de la prisión de Ryan.Se lanzó hacia su oponente con una ráfaga de golpes cuerpo a cuerpo, cada uno cargado con una fuerza que podía romper huesos. Pero Ryan estaba un paso adelante.
Cada ataque de Henry era esquivado con precisión milimétrica.Ryan no solo lo evadía, sino que cada movimiento lo acercaba más al punto débil de su oponente. Finalmente, encontró la abertura que buscaba: un golpe directo al costado de Henry, justo donde su regeneración comenzaba a fallar.
El impacto fue devastador.Ryan canalizó toda su energía espacial en ese golpe, creando una onda de choque que atravesó el cuerpo de Henry, dejando un agujero visible. Henry escupió sangre, cayendo al suelo mientras intentaba contener el daño, pero esta vez no pudo regenerarse completamente.El espacio mismo parecía haber sido alterado dentro de su cuerpo, imposibilitando la sanación.
—Has perdido, Henry,—dijo Ryan, con la mirada fija en su oponente caído. Pero no hubo burla en su voz, solo determinación.—Esta batalla demuestra que incluso los más fuertes caen cuando subestiman a quienes han estado aprendiendo todo el tiempo.
Henry, jadeando, intentó ponerse de pie, pero sus piernas temblaron.El daño era demasiado severo, y por primera vez en décadas, sintió el peso de la derrota.Aun así, su mirada seguía desafiando, negándose a ceder por completo.
—Esto no ha terminado, Ryan,—dijo Henry, con una sonrisa amarga mientras un hilo de sangre descendía por su barbilla.—Eres fuerte, pero veremos cuánto tiempo puedes sostenerte en la cima.
Ryan no respondió. Esta vez, dejó que el silencio marcara el final del enfrentamiento, mientras el aire volvía a su estado normal, aunque el terreno alrededor de ambos era un recordatorio del caos que acababan de desatar.
Henry se arrodilló lentamente, aferrándose al suelo con ambas manos mientras trataba de controlar la hemorragia interna causada por el golpe de Ryan.El espacio a su alrededor seguía distorsionado, su propia energía rebelándose contra él. Pero incluso en esa posición, su semblante no mostraba desesperación, sino una mezcla de resignación y férrea determinación.
Ryan permaneció inmóvil, sus ojos clavados en el hombre que, aunque derrotado, aún emanaba una presencia imponente.La sangre de Henry empapaba el suelo, pero su mirada seguía viva, como una llama que se negaba a extinguirse.
—¿Vas a terminar esto?—preguntó Henry, rompiendo el silencio con una voz ronca, pero desafiante. —¿O solo piensas dejarme aquí para que me pudra?
Ryan no respondió de inmediato.En su mente, las palabras de su padre resonaban una y otra vez: "La batalla no se trata de destruir al enemigo, sino de decidir lo que realmente estás dispuesto a proteger." Tomó una respiración profunda, calmando el torbellino de emociones que amenazaba con consumirlo.
—Esto no es un castigo, Henry, —dijo finalmente Ryan, su voz fría pero firme. —Es una lección. No por lo que me hiciste a mí, sino por lo que estás dispuesto a hacerle a otros.
Henry soltó una carcajada, amarga y cargada de ironía.—¿Lección? ¿Te crees un maestro ahora, Ryan? Eres fuerte, lo admito. Más de lo que esperaba. Pero no confundas fuerza con sabiduría. En este mundo, no se sobrevive con lecciones... se sobrevive aplastando al enemigo.
Antes de que pudiera continuar, Ryan avanzó.Su figura se desdibujó nuevamente, y en un instante estaba frente a Henry. Lo tomó del cuello de su traje, levantándolo ligeramente del suelo.
—Eso es lo que te hace débil, Henry, —dijo Ryan, su tono cargado de una mezcla de rabia y tristeza. —Tienes poder, pero nunca aprendiste a usarlo para algo más que destruir.
Con un movimiento decidido, lo arrojó hacia atrás.Henry impactó contra un árbol caído, su cuerpo resistiendo a duras penas el castigo. Pero no se levantó esta vez. En cambio, permaneció allí, observando a Ryan con una expresión mezcla de desafío y respeto.
Ryan levantó su mano, y el espacio a su alrededor comenzó a brillar con un resplandor tenue.La presión en el ambiente aumentó, y por un momento pareció que todo el campo de batalla se había congelado.
—Tienes razón en una cosa, Henry, —continuó Ryan. —La supervivencia en este mundo requiere fuerza. Pero esa fuerza no significa nada si no sirve para proteger.
Henry apretó los dientes, luchando por mantenerse consciente mientras la gravedad de las palabras de Ryan lo golpeaba tanto como los ataques anteriores.Aun así, su mente no se rendía. "¿Es esto realmente todo lo que tiene? ¿Me dejará vivir después de esto? ¿O...?"
De repente, Ryan bajó la mano.El brillo que lo rodeaba desapareció, y el aire volvió a la normalidad.
—Has perdido, Henry, —dijo Ryan, dándole la espalda mientras comenzaba a alejarse. —Si vuelves a levantar tu espada contra mi familia, esta será la última vez que veas la luz del día.
Henry observó en silencio cómo Ryan se alejaba, incapaz de moverse.Sus pensamientos eran un torbellino: una mezcla de vergüenza, ira, y algo que no quería admitir... admiración.
"Quizás... este chico sea realmente diferente," pensó para sí mismo mientras su cuerpo cedía al agotamiento, y la oscuridad comenzaba a envolverlo.
Ryan no miró atrás.La batalla había terminado, pero en su interior, la tensión seguía latente. Sabía que esto no era el final, sino un nuevo comienzo. Henry no sería el último en desafiarlo, pero había dejado claro que estaba listo para enfrentarse a cualquiera que pusiera en peligro a los suyos.
Henry permaneció inmóvil por un momento, como si estuviera reflexionando sobre las palabras de Ryan.Su respiración era pesada, y la sangre aún goteaba de las heridas que había recibido durante la batalla. El silencio en el campo de batalla era absoluto, hasta que un sonido inesperado rompió la tensión: una risa, baja al principio, pero que fue creciendo con intensidad.
Ryan se detuvo en seco, girando lentamente para mirar hacia atrás.
—¿De qué te ríes? —preguntó, su tono frío, pero con una chispa de cautela.
Henry se incorporó lentamente, su cuerpo maltrecho rechinando con el esfuerzo.La sangre que antes empapaba el suelo se evaporó a medida que su cuerpo parecía envolverse en un aura carmesí. Sus ojos, ahora brillantes con un resplandor que mezclaba furia y júbilo, se clavaron en Ryan como dagas.
—¿De qué me río? —repitió Henry, su voz cargada de burla y desprecio. —De lo ingenuo que eres, niño. ¿De verdad crees que esta pelea ha terminado? ¿Que este es mi límite?
Ryan frunció el ceño, su instinto alertándole de que algo estaba terriblemente mal.
Henry levantó una mano y señaló su propio pecho, donde aún podía sentirse el eco de las heridas que Ryan había infligido.
—Todo este tiempo he estado jugando, conteniéndome. Pero ahora... —hizo una pausa, y su sonrisa se ensanchó de manera casi inhumana—, ahora no habrá límites.
El aire alrededor de Henry se distorsionó violentamente, como si el espacio mismo estuviera gritando en respuesta a su voluntad.Sus heridas se cerraron en un instante, no con la suavidad de antes, sino con una violencia palpable que parecía desgarrar la realidad en el proceso.
—Déjame mostrarte lo que significa luchar contra alguien que ha dejado atrás las ataduras. —La voz de Henry resonaba como un trueno, cargada de una fuerza que hacía temblar el suelo bajo sus pies.
Ryan no esperó.El espacio a su alrededor se torció, y en un parpadeo se lanzó hacia Henry, su velocidad una ráfaga invisible. Su puño se dirigió directamente al rostro de Henry, pero este lo detuvo con una mano, como si el ataque no fuera más que un juego de niños.
—¿Eso es todo? —se burló Henry, girando su muñeca para atrapar el brazo de Ryan y proyectarlo hacia el suelo con una fuerza que dejó un cráter bajo su impacto.
Ryan se incorporó de inmediato, contrarrestando con un barrido bajo que hizo tambalear a Henry.Sin perder un segundo, lanzó una serie de golpes rápidos dirigidos a los puntos vitales de su adversario, cada uno acompañado por la manipulación del espacio que hacía que sus ataques fueran imposibles de predecir.
Henry, sin embargo, ya no era el mismo.Su propio dominio del espacio había alcanzado un nuevo nivel. Cada golpe de Ryan parecía desvanecerse antes de alcanzarlo, como si el espacio mismo se plegara para protegerlo.
—¿Ves esto, Ryan? —dijo Henry mientras desviaba un ataque tras otro. —Ahora somos iguales en poder. Pero yo tengo algo que tú no: experiencia.
La batalla se convirtió en un frenesí de movimientos imposibles, con ambos contendientes desapareciendo y reapareciendo en diferentes puntos del campo.El aire se llenó de explosiones de energía espacial, cada una más devastadora que la anterior.
Ryan, sin embargo, no se dejó intimidar.Aprovechó un instante de apertura para desatar un golpe directo al pecho de Henry, infundido con toda su energía. El impacto resonó como un trueno, enviando a Henry volando varios metros antes de estrellarse contra un árbol que se partió en dos por la fuerza.
Henry se levantó una vez más, escupiendo sangre pero riendo como un loco.
—¡Eso es! —gritó, sus ojos brillando con una mezcla de furia y euforia. —¡Muéstrame todo lo que tienes, Ryan! Porque cuando termine contigo, nadie recordará que alguna vez fuiste una amenaza para mí.
Ryan respiró profundamente, enfocando toda su energía en un último movimiento.—Si este es tu límite, Henry, te aseguro que no será suficiente.
La batalla estaba lejos de terminar.Los dos combatientes se lanzaron nuevamente el uno contra el otro, cada movimiento más rápido y más devastador, transformando el campo de batalla en un caos de energía y destrucción.Pero esta vez, Ryan sabía que no solo peleaba por su vida, sino por demostrar que incluso alguien como Henry podía ser derrotado.
El aire estaba cargado de tensión.Ryan se mantuvo firme, respirando con dificultad mientras observaba a Henry, cuya figura irradiaba una confianza casi insultante.Sin mover un músculo de su parte superior, Henry dejó caer los brazos a sus costados.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ryan, entrecerrando los ojos.
Henry sonrió, pero no hubo humor en su expresión.
—Ya que insistes en que me tome esto en serio, niño, te concederé un nuevo desafío. No usaré mis brazos. Para derrotarte, solo necesitaré mis piernas.
Ryan apretó los dientes, sintiendo la sangre hervir ante el descaro de Henry.—¿Crees que puedes subestimarme así? Esto será tu ruina.
Sin más palabras, Ryan desapareció en un destello, apareciendo frente a Henry con un golpe dirigido al rostro.Pero Henry giró sobre su eje, esquivando el ataque con una elegancia calculada, y antes de que Ryan pudiera retirarse, la pierna de Henry se elevó en un arco perfecto, conectando con su abdomen con una fuerza que lo lanzó varios metros hacia atrás.
Ryan aterrizó en una rodilla, jadeando por el impacto.—Eres rápido... demasiado rápido.
Henry avanzó lentamente, su postura relajada, con una sola pierna ligeramente adelantada.
—No es rapidez. Es precisión.
Ryan gruñó y atacó nuevamente, lanzando una serie de golpes a la velocidad de la luz, cada uno manipulado con el poder del espacio para añadir imprevisibilidad.Sin embargo, Henry esquivaba con giros y saltos, sus piernas bloqueando cada ataque con una destreza casi imposible.
—¡Toma esto! —Ryan extendió su mano y un remolino de energía espacial comenzó a formarse, colapsando todo a su alrededor mientras lanzaba una onda expansiva directamente hacia Henry.
Henry no retrocedió.Saltó en el último instante, usando la pared de energía como un trampolín improvisado para impulsarse hacia Ryan. Girando en el aire,una patada descendente se precipitó con fuerza devastadora hacia la cabeza de Ryan, quien apenas logró levantar un escudo espacial para bloquearla. El impacto creó un cráter bajo sus pies, pero Ryan se mantuvo en pie.
La batalla continuó, transformándose en una danza letal.Cada movimiento de Henry era una combinación de fuerza y fluidez; sus piernas se movían como látigos, cada patada trazando líneas de destrucción en el aire. Ryan respondía con precisión, contrarrestando cada ataque con el control del espacio, tratando de encontrar una apertura en la defensa aparentemente impenetrable de Henry.
—¿Es esto todo lo que tienes? —se burló Henry, girando en el aire para desatar una patada giratoria que apenas rozó la mejilla de Ryan, dejando una marca de sangre.
Ryan retrocedió, ajustando su postura.—Eres fuerte, pero no invencible.
Concentrándose, Ryan usó su control del espacio para ralentizar los movimientos de Henry.El aire a su alrededor se volvió pesado, como si el tiempo mismo se hubiera espesado. Sin embargo, Henry simplemente sonrió.
—¿Crees que no puedo superar eso?
Henry pisoteó el suelo con una fuerza explosiva, liberando una onda expansiva que desestabilizó la manipulación de Ryan.Antes de que este pudiera reaccionar, Henry apareció detrás de él en un instante, conectando una patada ascendente en su mandíbula que lo elevó varios metros en el aire.
Ryan cayó, pero giró en el último momento, aterrizando con un gruñido.Su rabia era palpable, pero no dejó que lo cegara. Aprovechó la distancia para generar un nuevo campo de distorsión espacial, rodeando a Henry con varias dimensiones superpuestas que deformaban la realidad.
—Esto termina aquí —anunció Ryan, liberando una ráfaga de energía que se abalanzó sobre Henry desde todas las direcciones.
Pero Henry estaba preparado.Con un salto ágil, esquivó el primer ataque, girando en el aire para desviar el segundo con un barrido de su pierna.Aterrizó con la fuerza de un terremoto, rompiendo las dimensiones superpuestas como si fueran espejos frágiles.
—¡No, no puede ser! —exclamó Ryan, retrocediendo.
Henry avanzó, su mirada fría y calculadora.—Te dije que solo necesitaría mis piernas.
En un movimiento final, Henry cargó hacia Ryan, su velocidad un borrón en el campo de batalla.Antes de que Ryan pudiera reaccionar, una serie de patadas rápidas lo golpearon en el torso, enviándolo al suelo con un estruendo ensordecedor.
A pesar del dolor, Ryan se levantó, tambaleándose pero sin rendirse.—Esto aún no ha terminado.
Henry lo observó con aprobación, limpiando el sudor de su frente con una ligera inclinación de su cabeza.—Esa es la actitud que esperaba. Pero recuerda, Ryan, mientras estés dispuesto a levantarte, yo seguiré dispuesto a derribarte.
El aire se tornó más pesado que nunca.La figura de Ryan permanecía de pie, tambaleándose, con la sangre goteando de las heridas abiertas en su cuerpo. Su respiración era errática, sus piernas temblaban bajo el peso de su propia resistencia. Frente a él, Henry avanzaba con una calma aterradora, sus manos aún inertes a los costados, como si fueran innecesarias.
—Te mantienes de pie... admirable —dijo Henry, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos—. Pero esta lucha ha pasado de ser interesante a simplemente necesaria. Te destruiré, Ryan. Te despojaré de toda voluntad.
Ryan apretó los dientes, aferrándose a lo poco que le quedaba de fuerza.Se lanzó hacia adelante, manipulando el espacio en un último intento desesperado por desequilibrar a Henry.Pero este lo esperaba.
Henry giró sobre su eje, la pierna derecha ascendiendo como un látigo implacable y conectando directamente con el costado de Ryan.Un crujido desgarrador resonó en el campo de batalla, seguido de un grito ahogado. Ryan salió disparado, su cuerpo rebotando contra el suelo antes de detenerse contra una roca que se partió en dos por el impacto.
—Eso fue tu costilla derecha, ¿verdad? —preguntó Henry con burla, avanzando con pasos lentos, calculados.—Te lo dije, solo necesito mis piernas.
Ryan trató de levantarse, pero sus brazos temblaban. Antes de que pudiera siquiera ponerse de rodillas,Henry apareció frente a él en un destello.Su pierna izquierda subió en un arco imposible y descendió con una fuerza que hundió la cabeza de Ryan contra el suelo.
—¡Ryan! —gritaron desde la distancia algunos de los aliados que observaban la batalla.
Henry no les prestó atención.Su mirada estaba fija en su presa.Levantó a Ryan con un movimiento de su pierna, enganchándolo con la fuerza brutal de una patada directa al abdomen. Ryan se retorció, escupiendo sangre mientras el aire escapaba de sus pulmones.
—Aún sigues consciente. Eso es un logro en sí mismo, muchacho —se burló Henry, limpiándose una gota de sudor de la frente con desprecio.
Ryan intentó usar su control del espacio, generando un campo de energía que deformaba la realidad.Pero Henry no se inmutó. En lugar de atacar directamente, lanzó una patada lateral que desestabilizó el campo, haciéndolo colapsar sobre Ryan mismo.
—¡¿Eso es todo lo que tienes?! —rugió Henry, saltando en el aire para conectar una serie de patadas consecutivas que se estrellaron contra Ryan como un aluvión de martillazos.
Cada impacto resonaba como un trueno, y cada golpe hundía más a Ryan en un abismo de dolor.La pierna de Henry giró con precisión, rompiendo el brazo derecho de Ryan con un chasquido seco. Luego, una patada descendente aplastó su rodilla izquierda, dejándolo incapaz de sostenerse.
—¡Levántate! —ordenó Henry, con una furia que helaba la sangre.—¡No me decepciones!
Ryan jadeaba, su cuerpo roto y su mente tambaleándose al borde de la desesperación.Pero intentó ponerse de pie, tambaleándose como una marioneta rota.
Henry lo dejó hacerlo, observando con una mezcla de burla y desprecio.Cuando Ryan finalmente logró levantarse, Henry atacó de nuevo, esta vez con una patada giratoria que conectó con su rostro, lanzándolo como un muñeco de trapo a varios metros de distancia.
Ryan aterrizó pesadamente, su visión nublándose.Su mente comenzó a fracturarse bajo el peso de la derrota. La risa cruel de Henry llenó el aire.
—¿Esto es todo lo que puede ofrecer la sangre de los Qillu? ¿Tu familia es tan débil como siempre sospeché?
Ryan trató de levantarse de nuevo, pero esta vez su cuerpo no respondió.Los dedos le temblaban, su cabeza caía hacia un lado. Henry apareció frente a él en un parpadeo, levantando una pierna y dejándola caer suavemente sobre el pecho de Ryan.
—Ya no tienes fuerza. Ya no tienes espíritu. Eres nada —dijo Henry, inclinándose ligeramente hacia él.—Ahora, déjame destruir lo poco que queda de ti.
Con un movimiento rápido, Henry golpeó el suelo junto a la cabeza de Ryan con una patada que partió la tierra misma.La vibración recorrió el cuerpo de Ryan, arrancándole un gemido ahogado.
—Esto... termina... aquí —murmuró Ryan, con una voz débil pero decidida.
Henry se echó a reír, una risa profunda y resonante que se sentía como una sentencia.
—Oh, Ryan. Lo único que termina aquí... eres tú.
El pie deHenrydescendió con fuerza, el peso de su cuerpo aplastando el pecho deRyan, quien sintió cómo el aire se le escapaba de los pulmones en un suspiro sofocado. La suela del zapato delgeneralpresionó con tal brutalidad que las costillas deRyanse sintieron como si fueran a quebrarse, el dolor se disparó a través de su torso, arrasando con su concentración. Sin dar tregua,Henrylevantó el pie y con un movimiento fluido, pateó aRyanhacia un costado, dejándolo caer al suelo con el sonido de un golpe seco.
—No merecen más mi tiempo—dijoHenrycon desdén, su voz profunda y resonante. Se alejó del joven sin mirar atrás, como si su derrota ya fuera un hecho consumado. La arrogancia en sus pasos era palpable.
Con un gesto despreciativo,Henryextendió su mano hacia la barrera que los rodeaba, como si el mundo entero se desvaneciera ante él. Cerró los ojos, ignorando todo lo que quedaba detrás. No le importaba lo que pensaran los guardias, que corrieron haciaCarlosyRyanpara asistirlos. No merecían su atención.
Por otro lado,CarlosyRyan, a pesar de las heridas y la desesperación que se reflejaba en sus rostros, sabían lo que tenían que hacer. La misión no podía fallar. El sacrificio deBernardono podía ser en vano, y si eso significaba enfrentarse aHenry, tendrían que hacerlo, aunque el abismo de poder entre ellos fuera abrumador.
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Ryan, respirando con dificultad, se levantó lentamente. El sudor perlaba su frente, pero su mirada estaba llena de una determinación feroz. El monóculo que llevaba brilló una vez más con ese destello dorado, indicando que su habilidad había alcanzado nuevos límites. En su mente, la batalla se desarrollaba a un ritmo frenético, tratando de procesar los movimientos deHenry, que parecían estar más allá de su comprensión. Cada segundo era una recordatoria de lo infinitamente pequeño que era ante su oponente. El abismo entre ellos no solo se sentía en la distancia, sino también en la energía, en las habilidades que desbordaban deHenry, y en la lucha interna queRyansostenía dentro de sí mismo.
—¡No!—gritóCarlos, su voz ahogada por el rugido ensordecedor que dominaba el lugar. Las palabras de desesperación se perdieron en la tormenta de energía, cuando vio cómo la barrera deHenrycomenzaba a desmoronarse, el anciano no podía permitir que todo se viniera abajo.Bernardoaún necesitaba ser sacrificado, y no había tiempo que perder.
Con un esfuerzo titánico, el cuerpo envejecido deCarlosse levantó una vez más, su resistencia aparentemente inquebrantable. A pesar de las numerosas batallas que había librado, su energía seguía siendo imparable. Estaba al 100%, una fuerza que parecía provenir del mismo núcleo de su alma.
Extendió su mano hacia el horizonte, y un rayo surgió del cielo, iluminando el campo de batalla en un destello cegador. Golpeó aHenryen la espalda con una furia de energía pura. Esta vez, no había barrera que lo protegiera. El impacto fue devastador. El rayo perforó laespaldadeHenry, su resistencia se quebró ante la potencia de la descarga. Era el primer daño crítico que había recibido en esta batalla, una grieta en su impenetrable armadura.
Henryno se dio la vuelta. Sólo sintió el ardor de la herida al atravesar su espalda, sintió cómo la sangre comenzaba a deslizarse por debajo de su ropa y su armadura. Era un dolor tan punzante que su cuerpo reaccionó de inmediato, pero su rostro seguía impasible, como si el golpe no tuviera importancia.
—Viejo, parece que no entiendes... O tal vez no hablamos el mismo idioma—murmuróHenry, su tono cargado de desdén. En un parpadeo, la herida comenzó a sanar, pero su furia no disminuyó. Una nueva lanza carmesí se formó en el aire, la sangre se condensó en una estructura afilada y letal, lista para ser lanzada con la velocidad de una flecha mortal.
La lanza se lanzó con tal furia queCarlosno tuvo tiempo de reaccionar.Ryan, con una rapidez sobrehumana, intervino una vez más, invocando su poder acuático.Su escudo de aguaapareció ante él como una muralla defensiva, bloqueando la lanza de sangre con un estrépito ensordecedor. El impacto reverberó en el aire, pero el ataque deHenryno parecía tener fin.
Henryobservó con frialdad cómo su lanza de sangre se desvanecía, disuelta por la barrera protectora deRyan. Sin embargo, el jovenRyanno sabía que eso no significaba queHenryhubiera abandonado su ofensiva. La presión a su alrededor se intensificó, como si el aire mismo estuviera colapsando sobre él. Sintió cómo las partículas de energía se distorsionaban a su alrededor, el aire vibraba con una fuerza incontrolable, y entonces supo queHenryestaba a punto de liberar algo aún más devastador.
La atmósfera cambió drásticamente. Las ondas de energía distorsionaban la realidad misma, haciendo que el suelo bajo los pies de los combatientes comenzara a temblar.Ryansintió el peso de la inminente catástrofe, y por un momento, todo a su alrededor se oscureció, como si el mismo espacio se estuviera retorciendo con una fuerza maligna.Henryno había renunciado a su ataque; estaba a punto de desatar la verdadera magnitud de su poder.
Henryobservó con una frialdad gélida, su mirada penetrante fija enCarlosyRyan, como si estuviera evaluando cada una de sus reacciones, como un depredador observando a sus presas antes de dar el golpe mortal. La confusión y el temor en sus rostros solo avivaban la llama de su furia. Un destello de satisfacción lo recorrió, un disfrute perverso al ver que sus adversarios comenzaban a comprender, demasiado tarde, la magnitud de su error.
—¿Quiénes son ustedes para desafiarme?—preguntó con desdén, su voz fría y cortante, como una daga que perfora el alma. Cada palabra llevaba consigo el peso de su poder absoluto.Henrypodía sentir cómo la ira fluía a través de él como un torrente indomable, cada segundo que pasaba haciendo crecer su furia, alimentando la tormenta que se desataba en su interior. Era un torrente de rabia pura que amenazaba con consumir todo a su paso. No había más espacio para la duda ni la piedad.
Con cada movimiento, el espacio mismo a su alrededor parecía distorsionarse, como si el propio aire temiera su ira.CarlosyRyanintentaban mantenerse firmes, pero sus corazones latían con una velocidad frenética, presagiando lo peor. No importaba cuánto se resistieran, el destino de sus cuerpos y almas ya estaba marcado por la voluntad deHenry.
La atmósfera se volvió pesada, como si el aire estuviera colapsando sobre ellos, y la energía en la tierra comenzó a temblar bajo el peso de la furia deHenry. Su poder era una fuerza tan destructiva que no solo afectaba a los cuerpos, sino que amenazaba con destrozar la misma esencia de la existencia.Ryan, por un instante, sintió el miedo recorrer su columna vertebral. Sabía queHenryestaba más allá de cualquier enemigo que hubiera enfrentado hasta ese momento. Pero aún así, la lucha no había terminado.
—No hay vuelta atrás—susurróHenrypara sí mismo, mientras sus ojos brillaban con la furia de un dios que ha sido provocado.
LosguardiasdeCarlosintercambiaron miradas llenas de incertidumbre y miedo, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso e impenetrable. Algunos, sin poder evitarlo, retrocedieron lentamente, sus cuerpos temblando ante la presión abrumadora de laaurora de poderque emanaba deHenry. El campo de batalla, que antes parecía un lugar de enfrentamiento, se transformó en una prisión invisible, donde el miedo y la desesperación amenazaban con consumirlos.
Sin embargo, entre la multitud, uno de los guardias, un guerrero de rostro curtido y ojos decididos, no vaciló.José, conocido por su valentía y su incansable lealtad, apretó los dientes con fuerza, sintiendo cómo el hierro de su espada vibraba en su mano. La tensión en su cuerpo era palpable, cada fibra de su ser estaba a punto de estallar.Henrylos observaba con desprecio, como si fueran simples insectos a punto de ser aplastados, peroJoséno se dejó arrastrar por el pavor.
Con un movimiento rápido, levantó su espada, el acero brillando a la luz de la batalla. No era un movimiento perfecto, ni mucho menos el ataque de un maestro, pero era un acto de resistencia, un desafío al destino.Joséno era un guerrero común. Había entrenado toda su vida para proteger aCarlos, y hoy no sería diferente. Su mirada era feroz, un reflejo de la determinación que ardía en su corazón.
—¡Por Carlos!—gritó con todo su ser, su voz llena de furia y desafío, mientras avanzaba con la espada en alto. No sabía si su golpe alcanzaría su objetivo, pero lo intentaría con todo lo que tenía.
La atmósfera a su alrededor parecía romperse como cristal, la furia deHenryenvolvía el aire como un vendaval, yJosé, sin un ápice de duda, se lanzó hacia él. Pero antes de que pudiera siquiera acercarse,Henrylo observó con desprecio, su rostro impasible. En un instante, su mano se levantó de manera indiferente, como si estuviera apartando una mosca.
El espacio a su alrededor comenzó a distorsionarse de forma espantosa, y en un parpadeo,Josése encontró volando por los aires. No había nada en sus movimientos que pudiera preparar a un hombre común para lo que estaba por suceder. Con un único gesto,Henrydesintegró todo intento de resistencia.Jose, aunque valiente, nunca tuvo oportunidad.
En su mente, la sensación de vacío lo invadió mientras su cuerpo volaba a través del aire, el rostro contorsionado en una mueca de horror antes de perder el conocimiento. La espada en sus manos cayó con un estrépito sordo al suelo, inerte, mientrasHenrylo observaba caer, su expresión impasible.
—¿Qué creen que pueden hacer contra mí?—murmuróHenrycon una risa burlona, como si el mundo mismo fuera una jugada de ajedrez para él, donde las piezas no tenían poder alguno.
La voz deJoséresonó con fuerza, atravesando el caos que los rodeaba, pero su tono no pudo ocultar la desesperación que se mezclaba con su valentía."¡Carlos! ¡Debemos unir fuerzas!"gritó con desesperación, mirando alancianocon ojos llenos de determinación, mientras sus compañeros intercambiaban miradas llenas de temor. El resplandor de la batalla iluminaba sus rostros, cada uno de ellos sintiendo la presión de lo que estaba en juego.
El antiguo guerrero,Henry, se alzaba ante ellos como una sombra imponente, su presencia era tan abrumadora que parecía oscurecer incluso la luz de la batalla. La reacción de los hombres deCarlosera palpable; algunos apretaban las empuñaduras de sus espadas con manos sudorosas, mientras otros, más jóvenes, vacilaban. El miedo reverencial que sentían ante el poder deHenryse transformaba en parálisis. Nadie podía evitar temer al hombre que había sobrevivido a tantas batallas, que había dominado a tantos adversarios con su pura voluntad.
Joséintentó mantener su compostura, pero el sudor que caía por su frente era testamento de la tensión que sentía en el aire. El ruido de los choques de metal y los gritos de la batalla no lograban acallar el latido furioso en su pecho, cada golpe en su corazón parecía ser un recordatorio de la magnitud del desafío que tenían enfrente.
Carlosestaba quieto, observando en silencio aHenry. Sabía lo que debía hacer, pero el peso de la situación era aplastante. Los guerreros de su lado no solo se enfrentaban a un oponente formidable, sino a la posibilidad de perderlo todo. PeroJosé, con el rostro tenso por la preocupación y el deseo de resistir, no podía rendirse ante el miedo."No tenemos opción,"pensó mientras su mirada fija sobreCarlosparecía pedir una respuesta que podría cambiar el destino de todos.
A pesar del miedo, el grito deJoséera una súplica, un último intento de reunir la fuerza suficiente para plantar cara al enemigo. El tiempo parecía haberse detenido, y, mientras el eco de sus palabras se desvanecía en el aire cargado de energía, solo quedaba la incertidumbre de lo que vendría.
Carlossintió el sudor empapando su frente, cada gota pesada como si su cuerpo estuviera cargando el peso de todo lo que estaba en juego. El caos a su alrededor crecía a un ritmo alarmante, pero él debía mantener la calma. La mirada deHenry, fría y llena de desdén, lo atravesaba como una lanza invisible, y la presión sobre sus hombros aumentaba con cada segundo. Sin embargo, el líder de los guerreros sabía que la única forma de sobrevivir era mantener el orden."¡Formen filas! ¡Protéjanse unos a otros!"gritó, su voz rasposa, pero llena de autoridad, tratando de recuperar el control de la situación antes de que todo se desmoronara.
Pero no dio ni un paso antes de que el aire a su alrededor cambiara. Eldestello carmesíbrilló con una intensidad cegadora, y una sensación de inminente desastre invadió su pecho. La lanza de sangre se materializó nuevamente en las manos deHenry, como si su poder no tuviera límites. En un abrir y cerrar de ojos, la lanza fue lanzada con una velocidad letal hacia ellos, tan rápida que ni el aire pudo anticiparla. La lucha deCarlosse convirtió en un intento desesperado por salvar a sus hombres.
Ryan, quien estaba observando la escena con creciente desesperación, no dudó ni un segundo. Sabía queCarlosno tendría tiempo para reaccionar, y que sus hombres no tendrían la agilidad para evadir el ataque. La mirada deRyanse endureció mientras su monóculo brillaba nuevamente, proyectando un destello dorado que iluminó su rostro.
Con un grito que cortó el aire,Ryanse lanzó hacia adelante, moviéndose con la precisión de un predador. Suhabilidad de salto espacialse activó al instante, y sin dudarlo, se interpuso entre la lanza y los demás. La presión de los movimientos deHenryera abrumadora, y el campo de batalla parecía haberse reducido a una lucha por la supervivencia.
A pesar de la velocidad de la lanza,Ryanlogró crear una barrera de agua a su alrededor, empujándola hacia el suelo en el último segundo. Pero el impacto fue brutal. El poder deHenryno era algo que se pudiera bloquear tan fácilmente. La lanza atravesó la barrera como si fuera de papel, yRyansintió el golpe recorrer su cuerpo como un latigazo eléctrico, enviando ondas de dolor por todo su ser. A pesar de las heridas, la determinación en sus ojos no vaciló.
—¡No!—gritóCarlos, viendo cómo la lanza pasaba rozando la figura deRyany dejando una estela de sangre en su rostro. Pero lo que realmente lo aterraba era la velocidad deHenry, el modo en que se despojaba de toda compasión con cada ataque.
El campo de batalla parecía un laberinto de posibilidades, conHenrycomo el minotauro que acechaba desde las sombras.Ryan, a pesar de los dolorosos estragos en su cuerpo, estaba decidido a proteger a su padre. Sabía que su resistencia era clave, pero la pregunta seguía en su mente:¿Cómo detener algo tan monstruoso?
Las filas de los guerreros deCarlosretrocedían, peroHenryno mostraba signos de detenerse. Su risa, casi inaudible por encima del sonido de la batalla, resonaba como un eco macabro. El ataque ya no era solo físico; había algo más profundo en su comportamiento, algo que arrasaba con todo lo que tocaba.
Ryanapretó los dientes, respirando con dificultad mientras intentaba reponerse.Carlos, al ver la gravedad de la situación, supo que no podían seguir jugando a la defensiva. La única opción ahora era un enfrentamiento total, a cualquier costo.
Una vez más, eldestello carmesíiluminó la oscuridad del campo de batalla.Henry, con su mirada fija y feroz, levantó la lanza de sangre, su poder creciendo cada vez más. En un solo movimiento fluido, la lanzó con una velocidad y precisión mortal, como una flecha destinada a atravesar todo a su paso. La energía detrás de la lanza parecía devorar el aire a su alrededor, y el peso de su fuerza era casi palpable, como una fuerza imparable.
Ryan, sintiendo la presión de la situación, se lanzó hacia adelante sin pensarlo. Con un grito de esfuerzo, extendió su mano hacia adelante, sabiendo que la barrera de agua que estaba a punto de crear sería la única esperanza de evitar una masacre. La magia comenzó a formarse en su palma, unescudo acuáticoque creció rápidamente, envolviendo a los hombres deCarlosen una esfera translúcida y protectora. Pero la lanza se acercaba a una velocidad inhumana, yRyansabía que no tendría tiempo suficiente para perfeccionar el escudo.
Justo cuando el impacto parecía inevitable, el escudo de aguase formó en el último segundo, interceptando la lanza carmesí en el aire. La explosión resultante fue ensordecedora. El campo de batalla fue iluminado por una explosión de luz cegadora, un destello de magia que retumbó en los oídos de todos los presentes. El aire se llenó de vapor y chispas, mientras las fuerzas de ambos ataques se colisionaban en una danza de poder titánico.
La onda expansiva lanzó a varios de los guerreros deCarloshacia atrás, sus cuerpos golpeando el suelo con fuerza. Elescudo acuáticobrillaba intensamente, pero el esfuerzo deRyanno fue suficiente para frenar por completo la magnitud de la lanza. La barrera se deformó, y la fuerza de la lanza comenzó a empujarla hacia adentro, como si el agua fuera incapaz de resistir tal poder.
Ryansintió una presión terrible en sus muñecas y antebrazos, el dolor sur
El impacto resonó como un trueno,haciendo temblar el suelo bajo sus pies. La onda expansiva de la colisión lanzó a algunos de los guardias deCarlosal suelo, mientras otros, más aferrados a su voluntad, mantenían sus posiciones, aunque sus cuerpos temblaban bajo la presión.Ryansintió cómo el peso de la batalla lo consumía, una sensación de agotamiento extremo. Suescudo acuáticotembló y chisporroteó bajo la intensa presión del ataque deHenry, pero aguantó, aunque la fuerza del impacto le hizo sentir como si su cuerpo fuera a colapsar.
Elmanaque fluía a través de él se drenaba rápidamente. Cada instante era más difícil de soportar.El ataque de Henryno era como los anteriores; no era simplemente un poder brutal, era algo refinado, casisublimeen su precisión y control. La magia que emanaba de la lanza carmesí parecía concentrada, como si estuviera destilada de la misma esencia de laviolencia pura, yRyanapenas lograba resistirla.
La lanza de sangre chocó con el escudo, pero esta vez elmanarefinado no solo estaba detrás de la fuerza física, sino también de una maestría queHenryhabía dominado a lo largo de los años. El impacto hizo que las paredes delescudo acuáticosedeformaran y se estrecharan, como si las aguas mismas estuvieran siendo comprimidas por la mano invisible de un titán.
Carlos, mirando desde la distancia, sintió que una chispa de esperanza se encendía en su corazón al ver aRyanresistir el ataque.—¡Bien hecho!—gritó, su voz llena de gratitud, pero también de una mezcla amarga de conciencia. Sabía que, por más impresionante que fuera la defensa de su hijo, la verdadera batalla recién comenzaba. A pesar del desgaste,Henryseguía siendo un enemigo formidable, y esa chispa de esperanza pronto sería puesta a prueba de la manera más brutal.
La presión sobreRyanaumentaba. La fuerza de la lanza carmesí seguía empujando hacia él, y aunque su escudo de agua resistía, el desgaste era evidente.Ryanpodía sentir su energía vital escurriéndose, como si el esfuerzo por mantener la barrera estuviera drenando sus fuerzas más rápido de lo que podía reponerlas. La lucha que tenía ante él era monumental, y en ese momento, se dio cuenta de que esta victoria momentánea no era suficiente. Aún quedaba lo peor por venir.
Laatmósferase volvía cada vez más densa, cargada con una mezcla explosiva de emociones encontradas:miedo, determinación y una desesperada necesidad de proteger lo que amaban. Cadarespiroera un suspiro pesado, cada latido un recordatorio del caos que los rodeaba.Los guardiasestaban conscientes de lo que enfrentaban: algodescontrolado,asombroso, una fuerza más allá de sus capacidades. Sentían cómo el aire se volvía más denso, casi tangible, mientras la batalla alcanzaba unpunto de no retorno.
El rugido detruenosresonaba por encima de sus cabezas, el resplandor derelámpagosiluminando el campo de batalla en destellos fugaces.Las sombrasdanzaban alrededor de ellos como presagios de lo que estaba por venir, mientras el viento agitaba sus ropas y cabellos. A pesar de la furia de la tormenta, lasensación de lo inevitablecalaba más profundo en sus huesos que el frío. Sabían que sus destinos, y los de sus familias, pendían de unhilo muy delgadoen esanoche oscura, rodeados por el estruendo y la furia del enfrentamiento.
Cada uno de losguardiasse preparaba con lo que quedaba de suenergía, sabiendo que, en cualquier momento, la batalla podría torcerse hacia lo irreparable. Lamirada fijade cada hombre era un reflejo de sudeterminación. Sabían que todo lo que amaban, todo por lo que habían luchado, estaba a punto de desmoronarse o ser salvado en cuestión de segundos. No había lugar para dudas; solo quedaba enfrentarse a lo que vendría. Ladesesperaciónpor proteger lo que más amaban se transformaba enfuerza, y cada uno de ellos se preparaba, en un último acto deresistencia, para enfrentar el abismo que los esperaba.
Ryan, con elcorazón palpitandoen su pecho, sabía que no quedaba más tiempo.El poder de Henryera una avalancha imparable, y si no actuaba con rapidez, todo podría desmoronarse en ese instante.El sudorle caía comogotas fríaspor su frente, pero no había opción.Era ahora o nunca.
Con ungrito ahogado, extendió su mano y, en un destello deenergía pura, invocó lalanza azul. Esta arma no era común; susuperficiebrillaba con una luz inquietante,patrones de serpientesantiguas recorrían lahojacon detalles que parecían moverse por sí solos, como si fueranbestias vivasatrapadas en lalanza. La lanza resonó con unafuerza ancestral, una vibración que hacía eco en sus huesos.
Pero Ryan sabía queno podría enfrentar a Henrysolo con un arma, no sin pagar un precio. Con unarespiración agitada, miró hacia larunasen su corazon,25 en total, cada una cargada con la esencia de su poder. Sin pensarlo,sacrificó una de ellas. Elpodercontenido en la runa se desintegró enllamas azules, otorgándole la fuerza suficiente para darleimpulso a su ataque.La energíale quemó la piel, como si una parte de él mismo estuviera siendo arrancada y lanzada al viento.
Elsacrificiole dio el poder necesario paradetener temporalmenteel ataque de Henry. La lanza azul brilló intensamente,deteniendolalanza carmesíde Henry en su camino, creando unaexplosiónde energía que envió a Ryan y a losguardiascercanos a retroceder. El impacto retumbó en latierracomo untrueno, haciendo que losrocosos cimientosde la batalla temblaran bajo sus pies.
Sin embargo, Ryan sabía que esto era solo unrespiro momentáneo. Había dado lo que tenía, pero el precio ya estaba cobrado.El agotamientolo consumía, perola determinaciónbrillaba en sus ojos. Él y sufamiliadebían salir victoriosos de esta lucha, cueste lo que cueste.
En este mundo, labendición mundialera el paso inicial para todos los seres vivos que nacían en la Tierra, ya sea humanos, bestias u otros seres. Desde el momento en que un individuo se sometía a ella, su vida tomaba un nuevo rumbo, marcado por eldespertar. Este despertar no solo era un proceso místico, sino que también definía laestructura internade su poder. Así, todos los seres vivos formaban unarunacomo un sello de su conexión con el mundo y su capacidad de manipular elmana.
Las runas erancósmicasen su naturaleza, y aunque comenzaban de la forma más básica y débil, podían evolucionar y volversepoderosas. Desde el nivelmás bajo, donde la runa apenas se reflejaba en el cuerpo, hasta el nivel más alto, donde estasrunas trascendíanlas leyes de la naturaleza misma. Cada ser poseía runas, sin excepción.
En el caso de loshumanos, el número de runas que tenían era crucial. Por lo general, undespiertode rango D, como lo eranHenry,CarlosyRyan, poseía un total de25 runas por cada rango, distribuidas entre los rangosF y E. Este número era una medida de lacapacidad individualdel usuario para manejar elmana, esa esencia primordial que les permitía realizar los más extraordinarios de los actos. Cada runa era una representación simbólica de suenergía, un moderador quelimitabala cantidad de mana que el cuerpo podíaprocesar y liberarsin destruir al portador.
Por ejemplo, unarunaderango Fera frágil, de bajo poder y solo ofrecía una capacidad mínima para canalizar mana. Mientras tanto, lasrunas de rango Eeran más poderosas, permitiendo a los individuos realizar proezas asombrosas, como conjurar hechizos, aumentar su fuerza o incluso manipular elementos a pequeña escala.
Henry,CarlosyRyanvivían constantemente al borde de estos límites. Si bien poseían25 runasde cada uno de los rangos mencionados, eso no significaba que su poder estuviera exento deconsecuencias. Lasrunaspodíanagotarse, y suenergíapodía alcanzar su punto máximo, limitando alportadoren sus esfuerzos, lo que hacía de cadabatallaun juego deestrategiayresistencia.
Además, las runas también actuaban comofiltros. No solo moderaban el flujo demana, sino que se convertían en unabarrera naturalcontra el desbordamiento de energía. El control sobre estas runas era, por tanto, esencial para que los seres pudieranutilizar el manasin riesgo de desmoronarse. Sin control, incluso el ser más poderoso podríadesintegrarsepor sobrecarga, llevando consigo no solo su vida, sino también ladestrucciónde todo lo que lo rodeaba.
En este contexto,Henry,CarlosyRyan, pese a estar en el mismorango D, enfrentaban limitaciones de poder, pero suestrategiayhabilidadles permitían sobresalir en momentos críticos. Sin embargo, su historia y el peligro que enfrentaban no se reducirían únicamente a la cantidad derunasque poseían. Había algo más en juego, algo que trascendía incluso lasleyes de la magia.
Romper unarunaera un acto audaz, un desafío a los propios límites del ser, pero conllevabaconsecuenciasdevastadoras. Cada runa era una representaciónsagradadel vínculo entre eldespiertoy elmanadel mundo. Alfracturaruna runa, el individuo no solo rompía una barrera, sino que desbordaba su capacidad decanalizar energíade una manera controlada. Era como liberar el poder de una tormenta sin ninguna forma de retenerla.
El proceso defracturación de una runano era simple ni sin peligro. Aunque permitiría que eldespiertotraspasara sus propios límitesy alcanzara nuevas alturas, sucuerpo, mente y almaserían puestos a prueba de formas inimaginables. En ese momento, loslímites de manase desmoronaban, permitiendo unaexplosión de poderque podía hacer al individuo mucho másfuerte, pero tambiénvulnerable.
Este acto transformaba aldespiertoen un serinestable, que experimentaría unadebilidad extremamientras la runa dañada comenzaba a reconstruirse. Durante ese periodo dereconstrucción, eldespiertono solo perdería acceso al poder de esa runa en particular, sino que sucuerpoymenteserían incapaces de soportar el exceso deenergíaacumulada. Este estado era conocido como elvacío de la runa.
Elvacío de la runapodía durar desdedíashastasemanas, dependiendo de la magnitud del daño causado. Durante este tiempo, eldespiertose encontraba en un estado defragilidad extrema, sin poder recurrir a laruna fracturada. Además, si el daño era demasiado severo, el proceso de reconstrucción podría tomar aún más tiempo, dejando al individuo indefenso yvulnerable.
Sin embargo, la habilidad defracturaruna runa no estaba al alcance de todos. Eldespiertodebía poseer uncontrol mentalyemocionalabsoluto, ya que si no estaba preparado para lasconsecuencias, el uso de este poder podría llevarlo a laauto destrucción. Cadadespiertotenía unlímitede cuántas veces podíafracturarsus runas sin que su cuerpo, mente y alma se desmoronaran por completo.
Henry,CarlosyRyan, aunque poderosos, eran conscientes de esteriesgo. El uso excesivo defracturas de runaspodría resultar fatal para cualquierdespierto, pero cuando lanecesidady ladesesperaciónse imponen, algunos estaban dispuestos aarriesgarlo todoen busca de una victoria, sabiendo que el precio a pagar podría sermás altode lo que imaginaban.
Con el poder dado por lasrunas,Ryaninvocó sulanza celeste, una creación vibrante que brillaba intensamente en el aire, como si toda la energía delmundose concentrara en ese único momento. La hondacelestese formó con una rapidez fulminante, resonando con un poder latente que parecía presionar elairea su alrededor, como si el universo mismo temiera ser desbordado por sufuerza. Allanzarla, el sonido de la honda cortando el viento fue casiensordecedor, y en el instante en que los dos ataques se encontraron, unfuerte chirridoresonó en el campo de decir que la lanza de sangre era un ataque serio era darle demasiada importancia a Ryan en la lucha entre seres de dimensiones superiores.
La lanza carmesí, con suincreíble poder, chocó contra la hondacelestede Ryan, una batalla entre dos fuerzas incomprensibles. El aire mismo parecía volverseeléctricopor un momento, como si lasleyes de la físicase distorsionaran ante la magnitud de los ataques. El suelo bajo sus pies tembló, y eleco del impactose extendió a lo largo de la batalla, atrapando incluso a los guerreros más alejados en un instante desilencio absoluto.
Pero a pesar del impresionanteresplandorde la lanza celeste de Ryan, el choque no se tradujo en una victoria para él.Henry, con su dominio absoluto sobre lasrunasy elmana, permaneciófirmeysereno. Lalanza de sangreque había lanzado hacia él no era simplemente un ataque común. Era una manifestación de su poder, una herramienta cargada deoscuridadydestrucción, pero de alguna forma,Ryansentía ladesventajade enfrentarse a un ser de unadimensión superior.
Aunque la honda celeste parecía representar lo último en los límites de lascapacidades humanas, el enfrentamiento entre los dos era unaasimetríade poder. Ryan eravaliente, pero en este choque de fuerzas, su lanza, aunque afilada, erainsignificantefrente alpoder de Henry, un ser cuya habilidad de manejar elmanay lasrunaslo hacía casiinvencible. Para Henry, los ataques de Ryan eran solo una distracción, unamolestiamenor que no alcanzaría siquiera adesestabilizarlo.
Elimpactode la batalla fue tal que elcampo de batallase llenó de unresplandor cegador, y por un momento, todo lo que Ryan conocía, todo lo que había logrado, pareció desmoronarse frente a la inmensa brecha entre su poder y el de Henry.
Elbrillode lalanzaatravesó el cielo con tal intensidad que parecía rasgar larealidadmisma, frotando elairey elespacio, como si el mismouniversovacilara ante el poder de ambos combatientes. Elchirridoestridente delimpactollenó el aire, reverberando con cada movimiento, cada golpe que lasarmasy lospoderesdesataban sobre el campo de batalla. Latensiónen el aire era palpable, una mezcla dedesesperaciónydeterminaciónque cargaba cada instante con la promesa de unadestruccióninminente.
Henryobservaba desde sutrono de calma, una fría determinación marcando cada uno de sus movimientos.Su menteera unpozo de hielo, y cada acción deRyansolo le resultaba como unacosa sin sentido. La diferencia entre los dos eraabismal, un abismo que ni siquiera elcorajeni eldesesperode Ryan podían cruzar. Mientras Henry había forjado sufuerzaen loshorrores de la guerra, en lapérdiday elsacrificioque lo convirtieron en labestiaque era hoy, Ryan seguía atrapado en el peso de sulegado familiar.
Ryanno peleaba solo por su vida; peleaba por demostrar que sunombre, que sufamilia, no era una sombra deaquelloque Henry había alcanzado en susguerras sin fin. Sin embargo, paraHenry, esta lucha era solo un juego. Unsacrificio másen un largo camino debatallassinpropósito, dondeninguna de las victoriasde Ryan podía tocar siquiera la superficie del poder queHenryhabía acumulado a lo largo de décadas.
Ryancontinuó su ofensiva, la lanza brillando confuerza, pero en el fondo,sabíaque todo esto erainevitable. Aunque luchaba con cadacentímetro de su ser, lapresiónde ladiferencia de poderlo aplastaba, ysu valentíacomenzaba a ceder ante larealidaddel enfrentamiento. La lanzacarmesídeHenrylo habíadesbordadodesde el principio, y ahora, con cadachirridodel impacto, Ryan sentía cómo suespíritucomenzaba a desmoronarse.
Henry, sin embargo, no se movió. La diferencia entre ellos estaba más allá de lo físico; era unalucha de almas, dedestinostan diferentes que cualquier intento de compararlos se desvanecía en el aire, como una sombra frente a la luz brillante de laverdad. Labatallacontinuaba, pero el resultado ya estaba decidido desde el primer momento en queHenrypuso un pie en el campo de batalla.
La situación se volvía cada vez más clara: Ryan podía luchar, podía pelear contodas sus fuerzas, pero elvacíoentre ellos solo crecía, haciendo que cada golpe de su lanza fuera una simpledistracciónen el camino hacia la inevitablecaída.
Lapresiónde laconfrontaciónse expandió como una ondaletal, golpeando sin piedad los cuerpos de los guardias personales deCarlos. Sus rostros se retorcieron en expresiones de purodolor, mientras que sus cuerpos sucumbían bajo el aplastante peso delpoderque se desplegaba en la batalla. Algunos intentaronmantenerse firmes, pero sus rodillas cedieron con uncrujidoseco, dejándolos postrados en elsuelo. Los menos afortunados cayeron inconscientes, mientras que los demás gritaban, incapaces de soportar laslesionesgraves que les provocaba la mera proximidad a los ataques desatados.
El aire estaba cargado degritos,escombrosy un aura casi palpable dedesesperación. Los guardias que aún podían moverse intentaron retirarse, pero sus piernas temblaban tanto que parecían incapaces de obedecer sus órdenes.Jose, uno de los más leales, se arrastró haciaCarlos, sangrando por múltiples heridas, mientras sus ojos reflejaban un pedido silencioso de perdón por no haber podido ser de más ayuda.
Carlos, al ver cómo sus hombres caían uno tras otro, sintió unnudo de rabiaretorciéndose en su pecho. Sus manos temblaron, pero no pormiedo, sino por lafuerza contenidade sufuria. —¡Ya basta!—gruñó entre dientes, empuñando suespadacon renovadadeterminación. La hoja brilló con un destelloazulado, cargada de maná, mientras los recuerdos de las pérdidas pasadas lo inundaban. No podía permitirse que esto terminara igual. No esta vez.
Con un movimientofirmey decidido, Carlos avanzó haciaHenry, cortando el aire con un golpe que buscaba perforar esa máscara deinvulnerabilidadque el enemigo parecía portar.Henry, por su parte, no se inmutó. Su mirada apenas cambió, como si el ataque de Carlos no fuera más que el zumbido molesto de un insecto. Su cuerpo permaneció estático hasta el último momento, y entonces, con un giro de su muñeca, desvió el ataque con una facilidad que casi resultaba insultante.
—¿Eso es todo, Carlos?—dijoHenry, su voz cargada de un desdén casi frío, como si no estuviera enfrentándose a un rival digno, sino a unasombra del pasadoque no merecía su tiempo. Mientras hablaba, Henry liberó una onda de energía que obligó aCarlosa retroceder varios pasos, clavando los talones en el suelo para no ser arrojado al suelo como los demás.
Pero Carlos no retrocedió más. Larabiaen sus ojos se intensificó, y con un grito que reverberó incluso por encima de losgritos de agoníade sus hombres, volvió a la carga, empuñando su espada con un fervor que reflejaba su última esperanza de resistir ante el titán que tenía frente a él.
Lasonrisade Henry no era más que un reflejo de laoscuridadque había devorado su alma. Esa curvatura cruel en sus labios irradiaba una mezcla dedesprecioymaldadpura, mientras sus ojos brillaban con un fulgor que hablaba de un placer retorcido por latorturaemocional que estaba infligiendo.
—Dime, Carlos, —repitió Henry, su tono impregnado de unavenenosa burlaque parecía cortar más profundo que cualquier arma—,¿Cuánto amas a tu hijo inútil y estúpido?
El silencio que siguió fue peor que cualquier explosión. El rostro de Carlos, cubierto desudory manchado depolvo, se contrajo por el esfuerzo de mantenerse erguido. Sus manos apretaban la empuñadura de su espada con tanta fuerza que los nudillos se habían vuelto blancos, mientras sus labios temblaban, atrapados entre lairay laangustia. Pero no respondió. No todavía.
—¿Darías tu vida por él, o... —Henry inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera reflexionando sobre una cuestión trivial—, ¿dejarías que lo matencomo elinsecto insignificanteque ha sido desde que su madre lo tuvo en su útero?*
La mención de la madre de Ryan fue la chispa que encendió lafuriacontenida de Carlos. Sus ojos se llenaron de una mezcla dedoloryodio, y por un instante pareció que las palabras de Henry habían alcanzado lo más profundo de su ser. Pero el anciano no se permitió quebrarse. En su interior, una tormenta deculpaydeterminaciónluchaba por prevalecer.
—¡Cállate!—rugió finalmente, su voz temblorosa pero cargada de una fuerza nacida del amor incondicional y la desesperación. Dio un paso hacia adelante, apuntando con su espada directamente al corazón de Henry, aunque sabía que las probabilidades estaban completamente en su contra.
—No te atrevas a mencionar su nombre ni el de su madre, monstruo—añadió, su tono ahora gélido, cargado con un odio contenido que vibraba en el aire.
Henry simplemente rió, una carcajada baja y burlona que resonó en el campo de batalla. —Tú no estás en posición de dar órdenes, Carlos. Pero adelante, lucha. Veamos cuánto vale tu amor.
Con esas palabras, Henry levantó una mano cubierta de sangre seca, sus dedos ligeramente curvados, mientras una energía oscura comenzaba a acumularse en su palma. Era evidente que estaba a punto de desatar algo que haría que las heridas físicas fueran insignificantes comparadas con el daño que estaba dispuesto a infligir en elcorazóny lamentede Carlos.
Las palabras de Henry eran veneno puro, un arma intangible que cortaba más profundo que cualquier filo. TantoCarlos como Ryangritaron, un intento desesperado por frenar al hombre que alguna vez había sido parte de su familia. Sin embargo,Henryrespondió con unacarcajada estridente, llena de locura y un desprecio infinito. Su risa resonó como un eco siniestro en el campo de batalla, mientras sus ojos destilabanodio puro.
Se volvió haciaCarlos, su voz teñida de una frialdad gélida que helaba el alma. —¿Quieres salvar a tu hijo?—dijo con una sonrisa torcida,un abismo de crueldad reflejado en sus palabras. —Entonces escucha, viejo:si deseas la vida de mi hijo, entonces tu hijo será el sacrificio en nombre del mío.
La amenaza se sintió como un golpe directo al pecho deCarlos, quien apretó los dientes y avanzó un paso con su espada en alto, como si su propia ira pudiera borrar la oscuridad que emanaba de Henry. Pero antes de que pudiera responder, Henry continuó, sus palabras impregnadas de un odio que parecía infinito.
—Quieres que mi hijo sea el sacrificio, entonces yo sacrificaré al tuyo antes de que el mío caiga. —Henry levantó su mano manchada de sangre, apuntando directamente aRyan, cuya mirada se llenó de una mezcla de furia y desesperación. —Así, tal vez, Ryan pueda reunirse con su insulsa madre.
La mención de la madre de Ryan fue el detonante.Carlos gritó con una furia contenida, sus ojos ardían con una mezcla de dolor y odio. —¡Cierra la maldita boca, Henry! No tienes derecho a hablar de ella.
Ryan, por su parte, respiraba con dificultad mientras trataba de calmar la tormenta que se desataba en su interior. Sus manos temblaban mientras sostenía su lanza, sabiendo que cada palabra de Henry era un ataque directo a su espíritu. Pero no podía dejarse caer en la desesperación; no podía darle ese placer a Henry. Apretó la mandíbula y dio un paso adelante, poniéndose entre su padre y el hombre que alguna vez había sido sucuñado.
—No dejaré que toques a mi padre, —dijo Ryan, su voz cargada de una determinación que se esforzaba por sobreponerse al miedo. —Si quieres destruirme, tendrás que hacerlo mientras aún pueda luchar.
Henry sonrió con satisfacción, como un depredador que se regodea ante la resistencia inútil de su presa. —Eso es exactamente lo que haré, cuñado. Y cuando estés roto y sin esperanza, tu padre será el siguiente.
La atmósfera se volvió un nudo de tensión sofocante.Los guardias, que habían permanecido fieles aCarlosen incontables batallas, ahora intercambiaban miradas cargadas de duda. Cada uno sentía el peso de la situación como un yunque en el pecho:esta no era una lucha ordinaria. Las palabras de Henry no solo habían cortado a padre e hijo, sino que habían sembrado miedo y confusión en las filas.
—¿Deberíamos intervenir?—murmuróDarian, su voz temblorosa, mientras ajustaba el agarre en la empuñadura de su espada. Su mirada se dirigió al caos en el centro del campo de batalla, donde Henry parecía una tormenta encarnada, cada movimiento suyo desatando una devastación que los guardias no podían igualar.
—¿Y qué crees que podemos hacer?—respondióMarek, otro de los guerreros, con el rostro pálido. Sus ojos no se apartaban de Henry, quien irradiaba un aura de poder que parecía consumir el aire mismo. —Eso no es algo que podamos detener. Si intentamos intervenir, solo seremos más cadáveres en el suelo.
Una chispa de debatecomenzó a encenderse entre los hombres, algunos sugiriendo que debían defender a su líder, otros inclinándose por una retirada estratégica. Pero el dilema no era tan simple.Carloslos había guiado, protegido, y algunos sentían que abandonarlo sería una traición a todo lo que representaban. Sin embargo, el temor a Henry, un adversario que parecía imbatible, les hacía dudar de su propia valentía.
—Si Carlos cae, nosotros caeremos con él.—Eloise, una de las pocas guerreras del grupo, se adelantó, su voz firme a pesar del temblor en sus manos. —¿Qué sentido tiene sobrevivir si dejamos que él enfrente esto solo? No seremos más que sombras de lo que alguna vez fuimos.
Las palabras de Eloisedespertaron murmullos de asentimiento entre algunos, pero no lograron convencer a todos. El terror que Henry inspiraba era demasiado profundo. Mientras tanto,Carlos, de pie frente a la tormenta, sentía la carga de la responsabilidad como una losa sobre sus hombros. Podía oír los susurros de sus hombres, sentir su incertidumbre, pero no tenía tiempo para reprocharles. Su foco estaba completamente enHenry, un monstruo con forma humana que ahora se alzaba como la amenaza definitiva contra su familia.
—Guarden silencio, todos ustedes.—Ryanhabló con dureza, su tono más severo de lo habitual. Su mirada se movió entre los soldados. —Si no pueden luchar, al menos no estorben. Mi padre y yo no caemos tan fácilmente, y menos ante alguien como él.
La voz de Ryaninfundió un breve silencio, pero las miradas nerviosas persistieron. Los guardias sabían que no podían simplemente dar media vuelta y huir; tampoco estaban seguros de poder marcar alguna diferencia si decidían unirse a la batalla.Cada segundo que pasaba era un recordatorio cruel de su impotencia.
Henry, mientras tanto, no mostró más que desprecio por los murmullos y tensiones a su alrededor.Cada palabra, cada duda entre los soldados, era para él una prueba de su superioridad.Su sonrisa se amplió, como si disfrutara del pavor que había sembrado.
—Decidan pronto, insectos. Si quieren morir de pie o arrodillados, lo dejo a su criterio. Pero apúrense. El espectáculo está por comenzar.—El tono burlón de Henry era un dardo envenenado que atravesaba el poco coraje que les quedaba a algunos.
La batalla se avecinaba con una intensidad que prometía consumirlo todo, y los guardias, divididos entre su lealtad y su miedo, eran simples espectadores atrapados en el ojo del huracán.
Felipeapretó con fuerza la empuñadura de su espada, sus nudillos blancos por la presión, mientras su voz cortaba el aire como un rayo en la tormenta: —¡Tenemos que realizar un ataque continuo, solo así destruiremos su escudo!
Aunque su tono emanaba una determinación férrea,sus ojos eran traicionados por el miedo, un temor profundamente humano frente al poder casi divino queHenrydesplegaba sin esfuerzo. Aun así, su llamado resonó entre los guardias, quienes intercambiaron miradas titubeantes.
—¿Un ataque continuo? ¿Acaso no viste lo que pasó antes?—Marek, con el rostro empapado de sudor, retrocedió un paso. —Esa cosa ni siquiera pestañeó con los ataques de Ryan. ¿Qué crees que podremos hacer nosotros?
—¡Podremos hacerlo si trabajamos juntos!—respondióEloise, su voz temblorosa pero cargada de coraje. Dio un paso al frente, su escudo alzado como un símbolo de resistencia. —No tenemos otra opción. Si no luchamos ahora, todos estaremos muertos de cualquier forma. ¡Prefiero morir peleando que caer como una cobarde!
Carlosobservaba de reojo la tensión creciente entre sus hombres. Sabía que sus palabras serían la chispa final para decidir el curso de la batalla, pero sus pensamientos estaban divididos entre proteger a su hijo y liderar a sus soldados.Ryan, al ver la duda momentánea de su padre, se adelantó.
—¡Felipe tiene razón!—exclamóRyan, su lanza aún brillando con el rastro de la runa rota. Su voz retumbó como un tambor de guerra. —Henry puede ser fuerte, pero no es invencible. Su escudo no resistirá si lo atacamos desde todos los ángulos. Cada uno de ustedes tiene un papel que cumplir. Si caemos, que sea con honor, no con miedo.
El llamado deRyandespertó algo en los guardias.La desesperación comenzó a transformarse en un fuego lento de valentía, aunque la duda seguía ahí, como un eco persistente.Felipe, aprovechando el momento, alzó su espada hacia el cielo.
—¡Entonces ataquemos juntos!—gritó, con una fuerza que hizo temblar su voz al final, pero suficiente para inspirar a los demás. —¡Por Carlos! ¡Por nuestras familias! ¡Por nuestras vidas!
Los guardias, uno a uno, comenzaron a avanzar, algunos con pasos vacilantes, otros con resolución recién encontrada. Sus armas brillaban a la luz de los destellos en el cielo, una frágil muestra de esperanza contra el aura abrumadora deHenry.
—Interesante.—murmuróHenry, su sonrisa torcida se amplió mientras observaba el repentino impulso de los soldados. —¿Creen que su débil determinación puede atravesar mi escudo? Por favor, adelante. Les daré un momento para intentarlo. No diré que no me divierte ver a las ratas intentando morder al león.
La atmósferavolvió a tensarse mientras los soldados formaban un semicírculo alrededor de Henry, sus armas listas, sus respiraciones pesadas y sus mentes al límite.El tiempo parecía detenerse por un segundo, el aire cargado de electricidad y la inevitabilidad del choque inminente. Cada guardia sabía que la posibilidad de salir vivo era mínima, pero en ese momento no importaba. Sus pasos resonaban como tambores de guerra, cada uno una declaración de desafío ante el coloso que tenían frente a ellos.
Y entonces, como una ola frenética desatándose en el océano, el ataque conjunto comenzó.
Carlosalzó su voz por encima del caos, su grito cargado de emoción y desesperación: —¡Silencio!—La palabra resonó como un látigo, haciendo que los guardias cesaran sus murmullos y temores por un instante. —¡Debemos ser fuertes! ¡Lucharemos por nuestros hijos, familias y vida!—Su mirada ardía con un fuego intenso, un intento desesperado por encender el valor en los corazones de sus hombres.
Pero al otro lado del campo de batalla,Henryno pudo evitar un gesto de puro desprecio.Sus ojos se entrecerraron, y luego los puso en blancocon exagerada teatralidad, como si las palabras de Carlos fueran poco más que un espectáculo patético.
—¿De verdad, Carlos?—Henry dejó escapar una carcajada seca, impregnada de burla y crueldad. —Esas palabras... esas palabras hipócritas, ¿acaso las escuchas tú mismo? Hablas de luchar por tus familias y tus hijos, pero aquí estás, empujando a tus hombres hacia su muerte solo para proteger a tu inútil linaje. ¿Crees que ellos no lo saben? ¿Crees que tu fachada de líder no se cae a pedazos ante ellos?
Los guardias intercambiaron miradas nerviosas.Las palabras de Henry tenían filo,y algunos de ellos no pudieron evitar preguntarse si tenía razón.Carlos, por su parte, apretó los puños con tal fuerza que sus uñas se clavaron en la carne de sus palmas.
—¡Cierra la boca, Henry!—rugió, dando un paso al frente. —No eres más que un monstruo que solo sabe destruir. Mis hombres luchan porque creen en algo más grande que tú. Creen en un futuro donde tú no existas.
Henry inclinó la cabeza hacia un lado, una sonrisa torcida en su rostro. —¿Más grande que yo? Patético. Vamos, Carlos. Muéstrame ese "futuro" del que hablas. O mejor aún... permíteme destruirlo ante tus propios ojos.
El aire a su alrededor pareció oscurecerse. La tensión entre ambos era palpable, un choque de voluntades en el que las palabras eran tan afiladas como las armas que portaban.La batalla que estaba por venir no solo definiría el destino de los combatientes, sino también el corazón de quienes aún tenían esperanza de sobrevivir.
Ryan, con la respiración agitada y el sudor cayendo como ríos por su rostro, apretó con fuerza sulanza celeste, cuyas runas brillaban tenuemente en la oscuridad del campo de batalla. Sentía el peso de la presión como si una montaña descansara sobre sus hombros.Observó a su padre enfrentándose al despiadado Henry, cuyas palabras eran tan afiladas como los ataques que había lanzado antes.
Sabía queno tenía tiempo que perder.Cada segundo que pasaba era un paso más hacia la derrota, no solo de él, sino de todo lo que alguna vez valoró.Carlos estaba ahí, luchando desesperadamente, y los guardias caían uno tras otro, víctimas de la magnitud del poder de Henry.
"No puedo dejar que esto termine así," pensó Ryan, cerrando los ojos por un breve instante, buscando una chispa de concentración en medio del caos. Lalanza celestepulsaba en su mano, como si compartiera su determinación, respondiendo al sacrificio de su runa.El aire a su alrededor comenzó a cambiar; un frío intenso se extendió, y una luz azulada emanó de su arma.
—¡Padre, retrocede!—gritó, su voz cargada de desesperación y resolución. —¡Este es mi turno!
Carlos giró la cabeza hacia él, dudando por un momento, pero algo en los ojos de Ryan lo hizo dar un paso atrás.Era la mirada de alguien dispuesto a sacrificar todo, incluso su vida, por una oportunidad de cambiar el destino.
Ryan levantó lalanzay apuntó directamente a Henry, quien no parecía impresionado en lo más mínimo. Al contrario, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.
—¿Crees que un simple niño como tú puede hacer algo contra mí?—se burló Henry, alzando una ceja. —Haz tu mejor esfuerzo, pero recuerda esto: nada de lo que hagas importa.
Ryan no respondió; en su lugar,giró su lanza con precisión, creando una espiral de agua que comenzó a formar un ciclón a su alrededor. La fuerza del viento y la humedad se intensificaron, empapando el terreno y llenando el aire con un estruendo ensordecedor.El ataque no sería sencillo; no había margen para errores.
—Esto es por todos los que han caído por tu mano, Henry, y por todos los que aún dependen de mí.—El grito de Ryan resonó como un juramento, y con un movimiento decidido, lanzó la lanza con toda su fuerza.
Lalanza celestecortó el aire con una velocidad cegadora, envuelta en el ciclón de agua que amplificaba su impacto.Henry no se movió; no lo necesitaba.Con un simple gesto de su mano, formó un muro de sangre solidificada que bloqueó el ataque, pero el impacto fue tan fuerte que incluso él retrocedió unos pasos.
Por un instante, el campo de batalla quedó en silencio, excepto por el sonido del agua que caía al suelo. Ryan jadeaba, apenas manteniéndose en pie, mientras Henry examinaba su barrera rota con una mezcla de sorpresa y diversión.
—No está mal, chico, pero aún estás lejos de poder alcanzarme.—Henry chasqueó los dedos, y la barrera rota se desvaneció. —Ahora, es mi turno.
Antes de que Ryan pudiera reaccionar, Henry apareció frente a él con una velocidad imposible.Lo tomó del cuello con una sola mano, levantándolo como si no pesara nada.
—Tu "mejor esfuerzo" no es suficiente, y nunca lo será.—Henry apretó su agarre, mientras Ryan luchaba por respirar. La lanza celeste cayó al suelo, su brillo apagándose lentamente.Carlos observó la escena con horror, sabiendo que si no hacía algo pronto, perdería a su hijo ante la monstruosidad de Henry.
Ryan, con los pulmones ardiendo y su cuerpo al borde del colapso, apretó los dientes con feroz determinación. Con un rugido que resonó como un eco desafiante en medio del caos,canalizó el maná que le quedaba, incluso rompiendo otra runa sin dudarlo.El sacrificio se reflejó en sus ojos, que brillaron con un intenso fulgor azul.
En sus manos, una nueva lanza de agua comenzó a formarse, idéntica a la primera.Las serpientes grabadas en su superficie parecían moverse de forma independiente, retorciéndose y danzando con una ferocidad que reflejaba el alma de su creador. La presión en el aire cambió de inmediato; incluso los guardias que observaban desde la distancia sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos.
—¡No me rendiré, no mientras aún pueda pelear!—gritó Ryan, con la voz desgarrada pero firme, mientras lanzaba lanueva lanzahacia Henry.
El armasurcó el aire como un relámpago azul, silbando con un sonido agudo que cortaba la tensión del campo de batalla.Los patrones serpentinos brillaban intensamente, como si estuvieran vivas, devorando la distancia entre Ryan y Henry con una velocidad aterradora.
Henry, de pie entre las sombras de su propia arrogancia,alzó una ceja, ligeramente sorprendido por la persistencia del joven. Pero su expresión no denotaba preocupación, sino un ligero atisbo de aburrimiento.
—¿Otra vez lo mismo, chico?—murmuró con desdén, levantando una mano envuelta en una niebla carmesí para interceptar el ataque.
La lanzaimpactó con un estruendo ensordecedor, desatando una explosión de agua que cubrió a Henry en una tormenta de gotas afiladas como cuchillas. Por primera vez, su figura se tambaleó, aunque no por el daño del ataque, sino por la intensidad de la fuerza detrás de él.
Cuando la niebla acuática se disipó,Henry emergió con una sonrisa torcida en su rostro.Su brazo derecho tenía un corte superficial, apenas visible pero presente, un testimonio del sacrificio de Ryan.
—¿Ves? No eres completamente inútil.—Henry se lamió la sangre del corte con una tranquilidad perturbadora. —Aunque todavía no dejas de ser un insecto.
Ryan cayó de rodillas, jadeando mientras sentía cómo el agotamiento comenzaba a reclamar su cuerpo. Cada respiración era un recordatorio de lo cerca que estaba del límite. Su lanza se desvaneció en el aire, dejando tras de sí solo el eco de su esfuerzo.
Carlos, al ver la condición de su hijo,dio un paso adelante, gritando con desesperación y furia:
—¡No permitiré que esto continúe! ¡Henry, enfrentarás a alguien de tu nivel!
Henry rió suavemente, su risa resonando como una melodía macabra en el campo de batalla.
—¿De mi nivel? Carlos, si crees que puedes ofrecer más que este niño, adelante. Pero te advierto, tu destino no será diferente.—Henry extendió los brazos, como invitando al anciano a intentarlo, mientras un aura carmesí crepitaba alrededor de su cuerpo, amenazante y desbordante.
Mientras tanto, los guardias que observaban desde la retaguardiasusurraban entre ellos, aterrados y fascinados al mismo tiempo.
—¿Viste eso? ¡Ryan logró herirlo!
—Sí, pero... ¿a qué costo? Apenas puede mantenerse en pie.
—Carlos va a intervenir ahora. Tal vez... tal vez haya esperanza.
Pero incluso mientras esperaban lo mejor,sabían que estaban presenciando algo que superaba por mucho su comprensión, una lucha entre fuerzas titánicas que podrían decidir el destino de todos.
Carlos avanzó con pasos firmes, el peso de los años y las batallas reflejándose en su mirada, pero también una determinación feroz.Su espada, aunque desgastada por el tiempo, comenzó a brillar con un tenue resplandor dorado,una señal de que estaba canalizando cada fragmento de maná que podía reunir.El aura alrededor de Henry y su sonrisa burlona no hicieron más que avivar el fuego en el corazón del anciano.
—¡He perdido demasiado para dejar que tú me arrebates lo poco que me queda!—bramó Carlos, levantando su espada en un arco amplio que hizo vibrar el aire a su alrededor.
Henry permaneció inmóvil, su expresión apenas cambiando.Observó a Carlos con una mezcla de burla y curiosidad, como si quisiera ver hasta dónde llegaría el anciano en su desesperación. Pero detrás de esa calma aparente, los ojos de Henry brillaban con una astucia maliciosa; sabía que este enfrentamiento no era más que un entretenimiento pasajero para él.
Carloscargó con una velocidad sorprendente para alguien de su edad,su espada envuelta en un destello dorado que crepitaba con energía. Cada paso resonaba con fuerza, y el suelo bajo sus pies parecía temblar con cada movimiento.Los guardias lo miraban con asombro; incluso aquellos que habían perdido la fe sentían una chispa de esperanza al verlo luchar.
—¡Ahora, Ryan, recupera tu fuerza!—gritó Carlos mientras se lanzaba hacia Henry. —¡Protegeré este momento, aunque me cueste la vida!
La espada de Carlos chocó contra el brazo de Henry, que ahora estaba envuelto en una densa barrera carmesí.El impacto resonó como un trueno, desatando una onda expansiva que derribó a los guardias más cercanos y arrancó trozos de tierra del campo de batalla. El rostro de Henry se torció brevemente al sentir la fuerza detrás del golpe, pero rápidamente su expresión volvió a su habitual desdén.
—¿Eso es todo, Carlos? Pensé que eras más que un viejo terco con una espada oxidada.—Henry extendió su mano libre, envolviendo su puño en energía carmesí mientras preparaba un contraataque. —Déjame enseñarte lo que significa el verdadero poder.
Un golpe devastador de Henry impactó contra Carlos, enviándolo volando hacia atrás.El anciano rodó por el suelo, dejando un rastro de sangre antes de detenerse. Pero a pesar del dolor y el impacto,Carlos se levantó lentamente, tambaleándose pero aún de pie.
—No... terminarás con mi familia tan fácilmente.—escupió Carlos, limpiándose la sangre del rostro mientras volvía a alzar su espada.
Ryan, desde el suelo, observó la escena con una mezcla de horror y admiración.Sabía que su padre no podía ganar este combate, no contra alguien como Henry. Pero también sabía que Carlos estaba comprando tiempo, y ese tiempo era su única oportunidad.
—Padre...—murmuró Ryan, su voz cargada de culpa y angustia.Sus manos temblaron mientras intentaba reunir suficiente maná para levantarse.Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, pero cada parte de su cuerpo gritaba en protesta.
Mientras tanto, los guardias comenzaron a moverse,inspirados por la valentía de Carlos.Uno de ellos, Felipe, apretó los dientes y levantó su arma.
—¡No podemos dejarlo luchar solo!—gritó, cargando hacia Henry con los pocos hombres que aún podían mantenerse en pie.La escena se volvió caótica, con los guardias intentando flanquear al imponente guerrero.
Henry simplemente rió,su voz resonando como una carcajada oscura y desalmada.
—¿De verdad creen que tienen una oportunidad? Solo están acelerando su propia muerte.
Con un gesto de su mano, desató un barrido de energía carmesí que atravesó a varios guardias, derribándolos como muñecos de trapo.La sangre salpicó el suelo mientras los gritos de dolor llenaban el aire.
Carlos aprovechó la distracción para atacar una vez más,su espada buscando cualquier abertura en la defensa de Henry. Pero el poder del enemigo parecía insuperable, y cada golpe que daba se encontraba con una fuerza abrumadora.
Mientras tanto, Ryanlogró ponerse de pie, su lanza celeste una vez más brillando en sus manos.El joven respiró profundamente, sintiendo el peso del momento caer sobre él.
—No dejaré que mi padre muera... no mientras yo tenga algo de fuerza.—Ryan apuntó su lanza hacia Henry, canalizando cada fragmento de maná que podía reunir.
La batalla continuaba, y con cada segundo, la línea entre la esperanza y la desesperación se volvía más tenue.El campo de batalla estaba teñido de sangre, sudor y determinación, pero el desenlace seguía siendo incierto.
Henry movió su mano con un aire de soberbia,desviando la lanza celeste como si fuera un simple juguete. El ataque de Ryan se disipó al instante, pero el joven no permitió que la frustración lo venciera.El sudor goteaba por su frente mientras apretaba los dientes, sus ojos brillando con una mezcla de ira y determinación.
—¿Eso es todo?—se burló Henry, con una sonrisa ladeada que irradiaba desprecio—.¿De verdad crees que algo tan patético podría siquiera arañarme? Tu maná no es más que una chispa en comparación al incendio que soy.
Ryan retrocedió un paso, pero no con miedo.Su respiración era pesada, y sentía cómo cada fibra de su cuerpo ardía, no solo por el agotamiento, sino por la creciente fuerza que emergía de lo más profundo de su ser.El maná a su alrededor comenzó a fluir de manera errática, chispeando como un torrente desbordado.
—No pienso detenerme. No mientras pueda luchar.—Ryan habló entre jadeos, sus palabras impregnadas de una feroz determinación. Sus manos comenzaron a brillar mientras reunía cada fragmento de energía que le quedaba. —Por mi familia, por mi padre... por todo lo que me importa.
Henry arqueó una ceja, su sonrisa burlona volviéndose más afilada.Extendió su brazo con desdén, como si desafiara a Ryan a intentarlo nuevamente.
—Adelante, insecto. Muéstrame cuánto estás dispuesto a sacrificar antes de que te aplaste como el gusano que eres.
Ryanlevantó su lanza una vez más, pero esta vez había algo diferente.Los patrones serpentinos que decoraban el arma comenzaron a moverse, retorciéndose y brillando con un fulgor azulado.El aire a su alrededor se enfrió de repente, y una brisa helada envolvió el campo de batalla, haciendo que incluso Henry se detuviera por un momento para analizar el cambio.
—¿Qué está haciendo?—preguntó uno de los guardias, su voz temblorosa mientras observaba la transformación de Ryan.
—No lo sé, pero... nunca había visto algo así,—respondió otro, con los ojos muy abiertos mientras el maná celeste de Ryan comenzaba a formar remolinos a su alrededor.
Carlos, aún tambaleante, miró a su hijo con un destello de esperanza en sus ojos, mezclado con preocupación.Sabía que Ryan estaba superando sus límites, pero también conocía el precio de hacerlo.
—Ryan... detente antes de que sea demasiado tarde,—murmuró, su voz quebrándose mientras apoyaba su peso en su espada.
Ryan no escuchaba.Su mente estaba completamente enfocada en el combate, en el hombre que había amenazado con destruir todo lo que amaba.Con un grito que resonó como un trueno, arrojó su lanza una vez más.
Esta vez, el ataque fue diferente.La lanza no solo voló hacia Henry, sino que dejó a su paso un rastro de energía gélida que congeló el suelo y el aire a su alrededor.El poder acumulado era abrumador, y el impacto potencial era evidente incluso para los ojos inexpertos.
Henry se preparó para recibir el ataque, pero algo en su expresión cambió.Aunque su arrogancia seguía presente, una chispa de reconocimiento cruzó por sus ojos.
—Vaya, parece que el cachorro puede morder, después de todo,—murmuró, levantando ambas manos para formar un escudo carmesí que crepitaba con energía pura.
La lanza de Ryan impactó contra el escudo de Henry, y el choque desató una explosión masiva.El sonido fue ensordecedor, y una onda expansiva barrió el campo de batalla, derribando a los guardias restantes y dejando a Carlos de rodillas.La luz de la explosión cegó a todos por un instante, y el frío extremo se mezcló con el calor abrasador del maná de Henry, creando un caos elemental.
Cuando el polvo comenzó a asentarse,Henry permanecía de pie, su escudo parcialmente agrietado pero intacto.Su expresión ahora era un cruce entre irritación y respeto.
—Debo admitir que me sorprendiste, muchacho,—dijo, bajando lentamente sus manos mientras el escudo se disipaba—.Pero si esto es todo lo que tienes, me temo que tu historia termina aquí.
Ryanjadeaba, agotado por el esfuerzo, pero no bajó la mirada.Aunque su cuerpo temblaba y sentía que cada parte de él estaba al borde del colapso, todavía sostenía la determinación de seguir luchando.
—Esto no ha terminado...—susurró, apenas audible, mientras intentaba reunir la fuerza para levantarse una vez más.En su mente, la imagen de su padre, de los guardias y de su madre perdida lo impulsaban a continuar.
Henry avanzó lentamente hacia él,su figura imponente proyectando una sombra sobre el agotado Ryan.La batalla estaba lejos de terminar, pero la diferencia de poder parecía insalvable.
Labatallase intensificó, el rugido delchoquede fuerzas retumbando por el aire, una sinfonía de destrucción que no dejaba espacio para la duda. Cadagolperesonaba como un trueno, vibrando en los corazones de todos los presentes.HenryyRyanparecían casi dos fuerzas de la naturaleza en conflicto, el poder de sus ataques desbordando los límites de la realidad. Losguardias, como sombras al pie de una montaña, apenas podían mantenerse en pie bajo la presión de la lucha. Latensiónera palpable; el aire se volvía denso con el sudor, el miedo y la anticipación, mientras el terreno temblaba bajo el peso de losimpactos.
Lanoche oscurase iluminó con destellos cegadores, cada explosión de poder dejando su huella en el mundo.Sombras danzantesse estiraban y se retorcían, como si el propio suelo temiera lo que estaba sucediendo. Cada estallido de energía parecía marcar elfin de una era, labatallano solo se libraba en el campo, sino también en los corazones de aquellos que observaban, sus destinos atados a los de los combatientes. El tiempo parecía haberse detenido; la muerte rondaba cerca y los sacrificiosinminentesse sentían más cercanos con cada segundo.
Cadadecisiónque se tomara ahora podría significar ladiferenciaentre la victoria y la ruina.Carlosy los suyos sabían que no podían dejar escapar la oportunidad.Ryan, con su mente nublada por la furia y la desesperación, sentía que cada movimiento podría ser su último. Sabía que si no hacía lo que fuera necesario, todo lo que amaba se desvanecería en un mar de sangre.
Henryobservaba, sin prisa, con una fría sonrisa en su rostro, sintiendo el dolor de sus enemigos, sabiendo que lavictoriaya estaba casi al alcance de su mano. El futuro de todos se jugaba en esta última prueba defuerzayvoluntad.
Losguardiasestaban al borde del colapso emocional, el peso de la situación desbordando susmentesy corazones. Algunos, incapaces de soportar más, cerraron losojos, buscando un resquicio de concentración en medio del caos, como si intentar escapar mentalmente les diera algo de control. Otros, más resistentes, mantenían su mirada fija en suslíderes, enCarlosyRyan, con una mezcla deesperanzaymiedoentrelazados, como una cuerda tensa que podía romperse en cualquier momento.
Sabían, con una certeza aplastante, que estaban ante algo mucho más grande que una simple batalla por la supervivencia. Era una luchadesgarradorano solo por susvidas, sino por elfuturode todo lo que amaban: susfamilias, suslegados, los sueños que habían forjado a lo largo de los años. Cadadecisión, cada movimiento desus líderes, podría significar la diferencia entre unfuturode paz o ladestrucciónde todo lo que conocían.
Laatmósferase sentía densa, como si el mismocieloestuviera apretando sobre sus hombros. Sabían que cadagolpeque resonaba en la distancia era una llamada aldesespero, un recordatorio de lo que se jugaba en esta batalla. Y, sin embargo, a pesar de todo elmiedoque los envolvía, no podían apartar la vista, esperando una señal de que todo no estaba perdido. Pero el camino hacia lavictoriaera incierto, y en cada rincón de sus almas se apagaba la chispa de la duda, eclipsada solo por la fuerza de sudeterminación.
Carlosapretó los dientes con tal fuerza que el dolor casi se convirtió en un eco en su mandíbula, pero lo ignoró. Susojosbrillaban con una intensidad feroz mientras observaba aHenry, quien, como una tormenta a punto de desatarse, se preparaba para desatar todo su poder.Henrypensaba que estaba al borde de su máximapotencia, pero Carlos sabía algo más: no iba a ser suficiente.
Ladeterminaciónardía en elcorazónde Carlos, una llama que nunca antes había sentido tan viva, tan imparable. Cada fibra de su ser se llenaba de un propósito inquebrantable.Ryan,su hijo,su familia,su legado... Todo lo que amaba estaba en juego, y no permitiría que todo se desmoronara en las garras deHenry. Sabía que este era el momento en que debía ser más que un líder, más que un hombre, debía ser la barrera que defendiera todo lo que significaba su existencia.
Con ungrito ferozque resonó en toda lanoche oscura, su voz rasgó el aire con tal fuerza que el suelo tembló. Carlos avanzó con una velocidad imparable haciaHenry, cada paso resonando como untrueno, cada movimiento cargado de unaviolencia contenidaque solo un hombre dispuesto a sacrificarlo todo podía poseer. Su cuerpo vibraba con la energía de sudeterminación, el poder de laprotecciónlo impulsaba hacia adelante.Nada lo detendría. ¡No podía dejar que esto terminara así!
Henryse alejó enmenos de dos pasos. En un parpadeo, susmovimientoseran tan rápidos que susenemigosno pudieron ni siquiera anticipar sus acciones. Losguardiasintentaron concentrar sus esfuerzos en atacarlo, pero era como si el aire mismo se hubieravuelto contra ellos.El espacioa su alrededor comenzó a distorsionarse de una manera que desafiaba toda lógica, como si la mismarealidadse estuviera doblando ante suvoluntad. En un instante,Henry desapareció, como si el mismo aire lo hubiera absorbido, convirtiéndose en una sombraintangenteque ya no pertenecía a ese lugar.
LahabilidaddeHenryparamanipular el espacioera algo de otro mundo, algo que desbordaba las leyes de la física. Losataques de los guardias, que habían sido lanzados con tanto esfuerzo y valentía, sedesvanecieronal intentar golpearlo,absorbidospor la distorsión que él controlaba. Cada golpe que intentaban dar no hacía más queredirigirsu propia fuerza contra ellos. Aquello que debía ser una ofensiva terminó siendo unatrampa mortal, pues suspropios ataquesfueron desviados hacia lospropios compañeros, causando una carnicería en sus filas.
Ningúnataquelanzado por unusuario de manapodía hacerle daño físico. Lafuerza vitalque losguerrerosposeían, el mana que todos usaban como suenergía, fluíadentro de ellos, haciéndolos parte del mismo flujo de energía.Henrycomprendía que todo lo que se dirigiera hacia él, sería solo una extensión de su propio ser,incapaz de dañarlo. Esa comprensión lo hacía prácticamente invulnerable, mientras que sus enemigos se veían atrapados en unaguerra contra sí mismos, luchando en elvacíode un espacio distorsionado.
La escena se tornó aún máshorrible. Losguardiasno tuvieron tiempo de procesar lo que sucedía, susmentessumidas en el desconcierto, incapaces de comprender elnivel de poderal que se enfrentaban. En un abrir y cerrar de ojos,Henryya estaba frente a ellos, su presencia unapesadilla palpableque paralizaba el alma.
Antes de que pudieran reaccionar, elsuelo bajo sus piesse abrió de maneraviolenta.Espadassurgieron de la tierra, como si el mismocampo de batallarespondiera a lavoluntad de Henry. Losguardiasno pudieron hacer más quegritarantes de sercortados a la mitad, sus torsosseparadosbrutalmente mientras lastripasy lasangrese derramaban por el suelo, creando unapiscinade carmesí a su alrededor. No había misericordia en sus ojos, soloun vacíoprofundo y sin compasión.
Henry, observando a los caídos con una frialdad helada,sólo dejó escapar una sonrisa de despreciomientras susojosse vaciaban de toda emoción.Su mente estaba clara, y en su voz resonaba unasuperioridad absoluta. No había lugar para dudas. Su siguiente pregunta retumbó como un eco demuerte y destrucción:
—¿Qué nivel de habilidadera esta? —Pensaron los guardias,atónitos,desesperados, pero ya era demasiado tarde. Losoídosde los caídos ya no podían oír.
Henryse inclinó levemente, mirando a los sobrevivientes, sabiendo que ya estaban completamentedomados.
—¿Quieren pararme?—preguntó en voz baja, su tono cargado dedesdén. Unrencorpalpable acompañaba cada palabra. Luego, su voz se tornó aún másoscuray amenazante—: —¿Osan Joderme?
Unsilencio mortalenvolvió la escena, mientras los pocos que quedaban con vida se hundían en elmiedo absoluto.
—Tomen mejor este consejo:Deténganseymuéranse—surisaera burlona, llena de un cinismo gélido—.Sucias e impías ratas, —sus palabras eran veneno puro,mortalespara quienes las escuchaban—. —Miren, no necesito dearmas en mis manos.Marchitos insectosque osanprofanar mi presenciacon vuestrostontos votos.
El aire se espesócon cada palabra. Henry no necesitabagolpear, susimple presenciaera suficiente para hacerlostemblar. El suelo bajo sus pies parecíarespiraral ritmo de supoder. Todo lo queHenrytocaba sepodríaal instante, como si la mismaexistenciade quienes estaban frente a él se vieradesequilibradaante susupremacía.
LapresiónsobreRyanera insoportable.La sangreleresbalabapor el rostro, el líquido oscuro mezclándose con las lágrimas dedesesperaciónmientras sus ojos, ya rotos por el esfuerzo, secontorsionabanbajo la presión del poder deHenry. Losrasgosde su rostro se distorsionaron por la agonía de tener quecontenecerataques que sobrepasaban su resistencia física y mental. Cadalatido de su corazónparecía acelerarse, mientras eldolorde laprimera runa rotalo mantenía al borde del colapso. Las pupilas de Ryan secontraían brutalmente, como si algo en su interior estuvieraapuntando hacia su destrucción.
La desesperaciónlo invadió por completo. Miró al frente, sus ojos buscando en los del monstruo que tenía enfrente algunaseñal de debilidad, perono la encontró. Estaba frente a algo quesuperaba su comprensión, algo más allá de sualcance.Henry, un ser que no solo manipulaba larealidada su alrededor, sino que también jugaba con las mismasleyesde la existencia, dejaba a Ryansin refugio, atrapado en lavoráginede un poder que amenazaba conconsumirlo.
El aire sevolvía más densoa cada segundo. Lalanza de Henrylo acechaba como unasombra mortal, su presencia era unasensación de peligro extremoque lo envolvía, apretando su pecho y haciendo que cadarespiraciónse volviera más difícil. Lasensación de vacíocreció, elvacíoque se instaló en su mente cuandosupoque si no hacía algo ahora,todo estaría perdido.
No había más tiempo.
Con ungrito interno, Ryan decidió queno podía rendirse, no ahora. Sabía que su cuerpo ya no podía seguir soportando más, pero si norompíael límite de susegunda runa, no habría manera de sobrevivir a lo que se le venía.La desesperación se tornó en determinación, su única opción era ir más allá de lo que sucuerpoymentepodían soportar.
Con ungiro brutal, extendió su mano hacia susegunda runay ladestrozócon toda lafuria acumuladaen su ser. Laexplosión de manáfueviolenta; su cuerpo se retorció bajo el impacto, y ungrito desgarradorsalió de su garganta mientras susfuerzasse drenaban más rápidamente que nunca.
Larunas rotasse esparcieron como fragmentos de unrompecabezas roto, y Ryan sintió elpoderfluir en él, a través de él, de una maneraincontrolable. Lassangrede sus ojos se intensificó mientras el manáse desbordabade su cuerpo, con un brillo feroz que lo rodeaba, llevándolo a unnuevo nivelde resistencia y poder.
Solouna cosa quedaba clara:o superaba sus límites, otodo lo que amabase desvanecería ante el poder deHenry.
—¿Qué pasa? Pensé que estabas orgulloso de tu fuerza, inútil —se burló Henry, disfrutando del caos que había desatado.
La tensión en el aire era palpable; cada palabra que salía de su boca era un recordatorio del abismo entre ellos.
Dime donde esta tu orgullo Ryan, eres un hombre orgulloso que mira a los mas debiles hacia abajo.
Lo hiciste con mi hijo.
Dime donde esta tu orgullo.
Las palabras deHenrycayeron como ácido sobreRyan, cada frase impregnada de desprecio y veneno.Henryse regodeaba con su propia superioridad, saboreando ladesesperaciónque se tejía alrededor de su enemigo.La batallaya no era solo una confrontación física, era undesafío psicológico, unaprueba de resistencia mentalque desbordaba cualquier límite conocido.
Ryan, aún temblando bajo el peso de su propio sacrificio, sintió elgrito de su almaal escuchar aquellas palabras. El veneno en la voz de Henry era unacuchillada directa a su orgullo; el mismoorgulloque había llevado a Ryan a desafiar al mundo ya sí mismoen busca de lasuperación. Pero ahora, mientras eldolorlo consumía y su cuerpo estaba al borde de ladestrucción,Henrysabía exactamente cómodestrozarlo.
—¿Dónde está tu orgullo, Ryan?—la voz de Henry resonó conmaldaden cada sílaba.Ryansentía elvacíocrecer dentro de él con cada palabra, como si se le arrancara algo más que suintegridad física. Sabía queHenryno solo lo atacaba con sus poderes, sino que lo despojaba de su alma,de su esencia misma.
El rostro deRyanse contrajo conira.Recordóla expresión de su propio hijo que al igual que el miraba con desprecio a los mas débiles, las veces que habíamirado a los débilescondesdén, las veces que pensó que solo sufuerzavalía algo.Aquel tiempo de arroganciayautoengañole parecía ahora distante, como un mal sueño. Suorgullolo habíallevado a pisoteara los que consideraba inferiores,incluido el hijo de Henry. Pero ahora, en este punto de labatalla, ¿Quién era él realmente?¿Qué quedaba de su orgullo?
Henryhabía tocado una fibra sensible, una que Ryan había enterrado con eltiempoy que, ahora,emergía con toda su furia.
Sin embargo, mientras suorgullocomenzaba a disolverse en la realidad cruda de la lucha, algo en su interiorse encendió. En lugar de rendirse,Ryansintió cómosu desesperación se transformabaen una fuerza nueva, unafuerza renovada. En ese instante, dejó de pensar enel pasado, en los errores cometidos, y seenfocósolo en una cosa:proteger lo que amaba.
—Mi orgullo está aquí, Henry. Está en cada uno de los que luchan conmigo. Está en el sacrificio de los que están dispuestos a morir por su familia, por su gente. No necesito más que eso.—dijo Ryan con una determinación renovada. Aunquelas heridaslo desgarraban, sus ojosbrillaron con una nueva luz, la luz de alguien que había dejado atrás el veneno de su orgullo paraenfrentar la realidady laverdadera fuerzaque venía de laprotección.
Era el momento deresponder, desuperarlas sombras del pasado.
Labatallaalcanzaba su clímax, el airepesadocon el estruendo de los ataques y ladestrucciónque se desataba a su alrededor.Henry, en su dominio absoluto de lamanipulación espacial, parecía moverse con una calma aterradora, el espacio mismo doblándose a su voluntad.Ryan, en contraste, estaba al borde del colapso. Cada respiración era un recordatorio de que el tiempo se agotaba, y con cada movimiento sentía como sufuerzase drenaba más y más.
A su alrededor, elcaosse apoderaba del campo de batalla.Los guardiasse esforzaban por mantenerse de pie mientras los ataques se desviaban y se volvían contra ellos, como si el mismo aire estuviera en contra. El poder deHenryno solo desbordaba el campo físico, sino que también alteraba lasleyes de la realidad, llevando labatallaa un nivelimposible de comprenderpara cualquiera que no estuviera tan profundamente inmerso en la magia.
Ryan,herido y agotado, sentía como cada intento por mantener laconstanciase desvanecía. Lasheridasen su cuerpo y mente ya eran demasiado grandes, y lasrunasque había destruido aún no se reconstruían, dejando sumanáen niveles peligrosamente bajos. Pero lo que más loatormentabano era la muerte que se cernía sobre él, sino laincapacidadde cumplir con supromesade proteger a sufamilia.
El resplandor de sulanza celestebrillaba de manera intermitente, como un faro de esperanza a punto de apagarse.Henry, viendo cómo su enemigo se tambaleaba, no pudo evitar una sonrisacruel. El poder de Ryan estabacasiagotado, y su voluntad estaba siendo puesta a prueba en el peor de los escenarios posibles.
"¿Aún crees que puedes salvar algo?", dijo Henry con unarisita sibilante. Sumanipulacióndel espacio lo hacía prácticamenteinvulnerable; cualquier ataque que Ryan pudiera lanzar no era más que unesfuerzo vano.
Pero Ryan, a pesar de todo, sintió algo dentro de él que comenzó acrecer. Era unúltimo destellode esperanza, el recuerdo de sus seres queridos, de sufamiliaque lo necesitaba. No se permitiría que Henrydestruyera todolo que había luchado por proteger. Con larabiay elcorajeque solo un hombre que ha perdido casi todo puede comprender, Ryan apretó losdientesy reunió lo poco que le quedaba de poder.
—¡No! No voy a rendirme, no mientras haya algo por lo que luchar!—su grito resonó con la fuerza de una tormenta a punto de desatarse. Con cada palabra, elmanáen su cuerpo empezó aresurgir, no por las runas, sino por el poder de su propiavoluntad. Susojosbrillaron con una determinación férrea mientras lanzaba suúltima ofensiva.
Lalanzaceleste, más poderosa que nunca, se alzó una vez más en el aire, este vez con unaintensidadque desbordaba el espacio mismo. Ryan no sabía si sería suficiente, pero ya no importaba. Esta era suúltima oportunidad.
Con un último esfuerzo,Ryan invocó su maná, canalizando hasta la última chispa de su energía hacia lalanza azulque había creado. El arma, brillante como un fragmento de cielo líquido, crepitaba con energía desbordante. A pesar del dolor que lo consumía, a pesar de la sangre que brotaba de sus ojos y del agotamiento que quemaba cada fibra de su cuerpo, Ryan no cedió.
Su lanza no era solo un arma; era un símbolo del peso que llevaba.El legado de su familia, las esperanzas de quienes dependían de él, y su propia voluntad de no quebrarse.
El ataque de Henry, una ráfaga de poder oscuro que parecía doblar incluso la realidad a su alrededor, avanzaba hacia él con una fuerza abrumadora. Las distorsiones del espacio vibraban como si la misma existencia estuviera a punto de colapsar.
Ryan apretó los dientes, sintiendo cómo sumanárespondía a su llamado desesperado, alimentado por su determinación inquebrantable. Con un rugido que resonó en el aire cargado, lanzó sulanza azulhacia el ataque que se cernía sobre él. La punta del arma surcó el espacio como un cometa, dejando un rastro de luz celeste en su estela, buscando desviar el impacto mortal.
En ese instante,el tiempo pareció detenerse.Cada testigo contuvo el aliento, sus corazones latiendo al unísono con la esperanza de que Ryan pudiera desafiar lo imposible. La lucha no era solo por su vida, sino por algo mucho más grande:el nombre y el honor de su familia, un legado que pendía de un hilo desgarrado por el caos y la violencia.
Ryan, con los ojos entrecerrados y el cuerpo temblando,pensó en todo lo que había perdido y en todo lo que aún tenía por proteger."No puedo fallar. No fallaré."
—¿Pensé que le dijiste a tu hijo que medio matara al mío porque era un lisiado?—Henry avanzó con calma, cada palabra cargada de veneno puro mientras su mirada se clavaba en Ryan como si fuera un insecto aplastado bajo su bota—.Me pregunto qué pensará tu hijo si su padre termina siendo un lisiado.
Sin esfuerzo alguno,Henry despreciaba el ataque de lanza de Ryan, abofeteándola con el dorso de su mano. El impacto fue brutal; lalanza azul, que brillaba con el esfuerzo desesperado de Ryan, salió disparada en un arco caótico, chocando contra un rayo lanzado por Carlos.La explosión resultante sacudió el campo de batalla, iluminando la escena con una luz cegadora que revelaba los rostros aterrados de los guardias. Carlos, atónito, miró cómo su rayo se desintegraba en la nada, y con él, su esperanza de apoyo.
Henry dejó escapar una risa fría, inhumana, mientras alzaba las manos al aire como si dirigiera una orquesta de destrucción.El ambiente se tensó aún más.Su voz resonó como un trueno en el campo en ruinas:
—¿En serio pensaste que nunca me enteraría de la orden que le diste a tu hijo?Ese niño estúpido, Thomas, ha estado golpeando a mi hijo durante siete años.Siete malditos años,llamándolo "lisiado inútil". —La palabra "lisiado" salió de sus labios con un desprecio tan profundo que parecía capaz de atravesar el alma—.Así que, déjame hacerte un favor. Déjame volverte a ti un lisiado inútil, para que tu impío hijo también te lo diga a ti.
Las palabras de Henry eran como dagas, y cada una de ellas parecía perforar el orgullo y la fuerza de Carlos. Ryan, jadeando y tambaleándose, levantó la mirada hacia su padre con una mezcla de miedo y desesperación. La presión era insoportable.El aire alrededor de Henry parecía arder con un poder crudo y despiadado, mientras avanzaba con la firmeza de alguien que sabía que era intocable.
Los guardias intercambiaron miradas nerviosas, incapaces de intervenir ante la abrumadora fuerza que tenían delante. Algunos incluso dieron un paso atrás, incapaces de soportar el aura de pura dominación que emanaba de Henry.
Carlos tragó saliva, intentando mantenerse firme.Pero las palabras de Henry habían hecho mella. En lo profundo de su mente, un pensamiento oscuro lo atormentaba: ¿y si realmente no podía proteger ni a su hijo ni a sí mismo de este monstruo?
Losguardias restantesse estremecieron al sentir cómo la presión se volvía insoportable. Algunos retrocedieron con pasos inseguros, sus corazones golpeando frenéticamente contra sus pechos.La magnitud del poder que emanaba Henryparecía aplastar no solo sus cuerpos, sino también sus voluntades.El aire se cargó con una mezcla explosiva de miedo y determinación,una chispa latente que pendía de un hilo en ese caos brutal.
Henryavanzaba lentamente hacia Ryan, cada paso resonando como un martillo que sellaba el destino del hombre arrodillado frente a él.Matarlo sería demasiado misericordioso.No sería suficiente para saciar la furia que había alimentado durante años, para corregir las heridas profundas que el desprecio y la humillación habían grabado en su alma. Ni siquiera el hecho de que, al eliminar a Ryan, su rama familiar perdiera fuerza o su capacidad de crear futuros guerreros con Laura le importaba. Esa posibilidad era irrelevante ahora.Nada de esta familia le importaba ya.
Henry apretó los puños al pensar en Laura.La dama inalcanzable, la mujer que había observado desde lo alto con desdén cuando él no era más que un estudiante bajo las órdenes de Carlos.Un destello de amargura cruzó su rostro.Ahora, simplemente no importaba.Su imagen, su nombre, sus gestos delicados que alguna vez lo hicieron titubear, habían sido enterrados bajo el peso del odio. La utilizaría, sí, pero solo como un medio.Un medio para llenar el vacío de poder que tanto Ryan como Carlos dejarían.Gobernaría como un tirano, como un dictador, hasta que no quedara una sola chispa de vida en los ojos de aquellos que osaran desafiarlo.
Henry sabía que había cruzado un punto sin retorno.El sacrificio de Bernardo, su hijo,era un precio que él mismo había aceptado en este juego macabro.Aunque el arrepentimiento había tocado brevemente su conciencia, fue un arrepentimiento hueco, hipócrita.Henry era plenamente consciente de ello.No merecía el perdón.Ni el de los vivos ni el de los muertos.
Y tampoco lo buscaba.
"No merezco llamarme padre."
El pensamiento cruzó su mente, pero no lo debilitó; al contrario, lo endureció. Si ya había renunciado a su humanidad, si había renunciado al derecho de considerarse un hombre honorable, entonces lo haría todo a su manera, sin reservas ni remordimientos.
Un débil gemido escapó de Ryan,sus rodillas temblaron mientras el terror lo atrapaba en su lugar. En el rostro de Henry no había compasión, no había duda. Solo la determinación fría y despiadada de un hombre que estaba dispuesto a destruir todo para asegurarse de que nunca más sería humillado.
Carlos alzó la voz por encima del estruendo de la batalla, su tono cargado de desesperación y autoridad.Sabía que el caos estaba a punto de devorar a sus hombres si no lograba mantenerlos enfocados.
—¡No cedan! ¡Luchen por sus vidas! —rugió, intentando inyectarles un poco de la voluntad que sentía desmoronarse en su propio interior.
Los guardias, aterrorizados, intercambiaron miradas. Algunos apenas podían sostener sus armas, mientras otros tensaban sus mandíbulas y se lanzaban hacia adelante, más por miedo a desobedecer que por verdadera convicción.
—¡No piensen, solo ataquen! ¡Es nuestra única oportunidad! —añadió Carlos, aunque incluso él sabía lo inútil que sonaba. Su mirada desesperada se clavó en un joven soldado, que temblaba mientras sujetaba su lanza.
—¡Vamos! ¿Es así como quieres que te recuerden? —gritó, encarándolo con furia mientras la lanza de Henry se alzaba como un recordatorio de su inminente fracaso.
En el fondo, Carlos sabía que esas palabras no eran solo para sus hombres, sino para él mismo. Sentía el peso del fracaso aplastándolo, pero no podía permitirse ceder.
Lanoche oscuraera un caos absoluto, un lienzo pintado con destellos de luces cegadoras y sombras que parecían bailar al ritmo de una sinfonía de muerte.Los gritos de los guardias, el choque de las armas, y el silbido de los proyectiles llenaban el aire con un crescendo aterrador.
Espadas, lanzas y flechassurcaban los cielos como una lluvia imparable, seguidas de explosiones elementales que iluminaban el campo con destellos de fuego, rayos y hielo. Todo se dirigía haciaHenry, pero él permanecía inmóvil, envuelto en una calma inquietante que parecía desafiar la lógica misma.Las armas se estrellaban contra una barrera invisible, inofensivas, mientras la figura de Henry permanecía intacta, una estatua inquebrantable en medio del frenesí.
Ryan, con la respiración agitada y el cuerpo temblando por el esfuerzo, sentía que el tiempo corría en su contra.Cada segundo que pasaba era un recordatorio de su impotencia, una grieta que se abría más y más en su orgullo.
—¡Maldita sea! —murmuró entre dientes,apretando los puños mientras trataba de ignorar la sensación de la mirada penetrante de Henry clavada en él.Esa mirada no era solo de desprecio; era un juicio despiadado, una sentencia que ya había sido dictada.
Henry no solo quería derrotarlo. Quería humillarlo. Quería arrancarle cada fragmento de dignidad, convertirlo en un reflejo de aquello que tanto despreciaba: Bernardo.
El pensamiento lo golpeó como un puño cerrado.Bernardo, el primogénito caído, el hijo que representaba todo lo que Ryan temía llegar a ser.Esa idea lo llenó de rabia, pero también de un miedo visceral.
"No voy a ser como él",pensó Ryan, su mirada buscando desesperadamente una salida, una oportunidad, cualquier cosa. Sentía el peso de su linaje como una losa sobre su espalda, pero en el fondo sabía que esta era su única oportunidad de cambiarlo.
Henry dio un paso al frente, y ese simple movimiento fue como el toque de una campana de juicio final.La presión en el aire se intensificó, y Ryan supo que la siguiente acción decidiría si su futuro sería el de un hombre o el de un lisiado condenado a la sombra de su fracaso.
—Te demostraré la pared que nunca podrás superar por más grande que sea tu esfuerzo—se burló Henry, su voz goteando veneno mientras una sonrisa cruel se expandía en su rostro. Sus ojos estaban llenos de desprecio, observando a Ryan como un depredador que juega con su presa antes de darle el golpe final.
Un guardia, temblando pero decidido, corrió hacia Henry con la esperanza de detenerlo. Apenas levantó su espada,Henry movió su mano como si dirigiera una sinfonía macabra con una batuta ilusoria. En un instante, el cuerpo del hombre explotó en un espectáculo grotesco de sangre y vísceras.El eco de su grito quedó suspendido en el aire, pero su cabeza, separada del cuerpo, rodó lentamente por el suelo hasta detenerse frente a Ryan.
Los ojos vacíos del guardia parecían mirar a través del tiempo, reflejando un final que llegó tan rápido que su mente apenas tuvo tiempo de comprenderlo.
—¿Eso es todo lo que tienes para mí, Ryan?—se mofó Henry, girando su atención hacia los otros guardias, quienes ahora retrocedían aterrorizados.Algunos vacilaron, pero otros, movidos por la desesperación o el deber, cargaron hacia él con espadas y lanzas en alto.
El caos que siguió fue un espectáculo de horror puro.Henry apenas movió un dedo, pero cada movimiento suyo desencadenaba una brutalidad inimaginable.Un guardia fue levantado en el aire, como si una fuerza invisible lo desgarrara desde adentro; sus huesos crujieron antes de que su cuerpo se desmembrara en un chorro de sangre.
Otro fue aplastado contra el suelo con tal fuerza que su armadura se convirtió en una prisión mortal, hundiéndose en su carne hasta que su figura era irreconocible.
Una mujer, gritando con furia, intentó lanzar una ráfaga de fuego elemental, pero Henry simplemente sopló hacia ella.El aire a su alrededor se volvió un torbellino abrasador, que redujo su cuerpo a cenizas en cuestión de segundos.
En cuestión de minutos,quince guardias yacían muertos, cada uno asesinado de una manera más brutal que el anterior. Henry no mostraba ningún signo de cansancio; al contrario, parecía disfrutar de la carnicería, como un artista que perfecciona su obra maestra.
Ryan no pudo evitar sentir cómo su corazón latía descontroladamente en su pecho. Cada muerte era una declaración, un recordatorio de la abismal diferencia entre ellos.La sangre manchaba el suelo, formando un río rojo que avanzaba lentamente hacia sus pies.
—Esto es lo que pasa con los débiles que osan interponerse en mi camino, Ryan.—La voz de Henry era un cuchillo que cortaba tanto la carne como el espíritu.
Henry avanzaba como un titán imparable, una fuerza de destrucción encarnada.Sus pasos resonaban como tambores de guerra en el suelo ensangrentado, y cada movimiento suyo traía consigo una nueva ola de sufrimiento y muerte. Los guardias, desesperados por cumplir su deber, formaron un círculo a su alrededor, sus armas alzadas temblaban en sus manos. Pero en sus ojos no había más que miedo, un reflejo de la certeza de su destino.
El primero en atacar fue un joven de no más de veinte años, su lanza lanzada con precisión hacia el pecho de Henry.Con un simple gesto de su mano, Henry detuvo el arma en el aire, la madera crujió y se partió como si fuera papel mojado.Con un chasquido de sus dedos, el cuerpo del joven se retorció de manera antinatural; su espalda se arqueó hasta que su columna vertebral sobresalió a través de la piel antes de que colapsara en un montón inerte.Un grito sofocado fue su único epitafio.
Otro guardia, gritando de rabia, se lanzó con una espada en alto.Henry lo atrapó por la garganta, levantándolo del suelo con una facilidad inhumana.Los dedos del hombre rascaron desesperadamente el aire mientras intentaba liberarse. Henry sonrió, una sonrisa que era puro desprecio, antes de apretar.El crujido de huesos rompiéndose fue tan claro que los demás se detuvieron momentáneamente, horrorizados, mientras la vida abandonaba al desafortunado.
De repente, Henry dio un paso adelante, extendiendo sus brazos como si los invitara a atacarlo.Una ráfaga de flechas y proyectiles elementales se dirigió hacia él, pero el aire a su alrededor se onduló, y cada ataque se desvió como si el mismo espacio se rebelara contra sus esfuerzos.Una de las flechas regresó como un búmeran infernal, clavándose en el ojo de un arquero.Su grito desgarrador se cortó abruptamente cuando Henry, con un leve movimiento de su dedo, hizo que su cabeza explotara en una nube carmesí.
Los guardias empezaron a retroceder, pero Henry no les dio tregua.Una ráfaga invisible, como un golpe de viento cargado de cuchillas, atravesó a cinco hombres al mismo tiempo.Sus cuerpos se detuvieron en seco, y durante un segundo pareció que nada había sucedido, hasta que la sangre comenzó a brotar en chorros de las heridas que habían abierto sus pechos y gargantas.Cayeron al suelo como muñecos de trapo, sus últimos alientos gorgoteando en charcos de sangre.
—¿Es esto todo lo que pueden ofrecer?—La voz de Henry resonó como un trueno, cargada de un desprecio helado que drenaba la moral de los sobrevivientes.
Una mujer intentó huir, sus pies resbalaban en el suelo empapado de sangre mientras corría.Henry apenas alzó su mano y un rayo de energía la alcanzó.El impacto fue tan brutal que su cuerpo se desgarró por la mitad en el aire, sus entrañas cayendo como una lluvia macabra sobre el suelo. Los otros guardias gritaron, horrorizados, pero Henry no les permitió siquiera el lujo de reaccionar.
Avanzó entre ellos como un dios de la guerra, aplastando y destrozando a cada uno con una brutalidad que desafiaba la imaginación.A un hombre le arrancó el brazo con un movimiento casual, usándolo como arma para romper el cráneo de otro.A otro lo levantó del suelo por las piernas y lo estrelló contra una pared, convirtiendo su cuerpo en una masa irreconocible de carne y huesos rotos.
El último de los quince intentó suplicar.Cayó de rodillas, las lágrimas corriendo por su rostro mientras alzaba las manos en un gesto de rendición.Henry lo observó, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera considerando la súplica. Pero en lugar de otorgar piedad,Henry extendió su mano y apretó el aire.El cuerpo del hombre comenzó a comprimirse, sus huesos cediendo bajo una presión invisible.Sus gritos se convirtieron en un aullido inhumano antes de que, finalmente, su cuerpo explotara en una nube de carne y sangre.
El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier grito.Los cuerpos de los guardias yacían desperdigados por el campo de batalla, cada uno una obra maestra de sufrimiento y brutalidad.Henry se quedó allí, inmóvil, su mirada fría y distante mientras observaba el rastro de destrucción que había dejado.
—Y pensar que esto es solo el comienzo...—murmuró para sí mismo, mientras la sangre de sus víctimas se filtraba lentamente en la tierra bajo sus pies.
Henry respiró hondo, dejando que el hedor a sangre y la desesperación llenaran sus pulmones.Su sonrisa, un reflejo de puro sadismo, se amplió al observar cómo los guardias restantes retrocedían aterrados, su determinación fracturada.El aire estaba cargado de horror, pero Henry no les dio tiempo para huir.
—¿Quién sigue? —preguntó con un tono burlón, alzando los brazos como si invitara a un reto que nadie estaba dispuesto a aceptar.
Un grupo de tres guardias decidió intentar un ataque conjunto, con la esperanza de que su sincronización pudiera al menos herirlo.Uno lanzó un proyectil de fuego, otro cargó con un martillo de guerra, y el último desenvainó una espada imbuida con un aura mágica azul.Los tres convergieron sobre Henry, pero él simplemente chasqueó los dedos.El fuego se desvió hacia el del martillo, envolviendo su cuerpo en llamas mientras sus gritos llenaban el aire.La espada mágica se detuvo en seco, atrapada en el aire por una fuerza invisible, y luego regresó a toda velocidad hacia el hombre que la blandía, perforándole el pecho con tal violencia que su cadáver quedó clavado en el suelo como un macabro estandarte.
El tercer guardia, todavía en llamas, corrió en círculos tratando de apagarse, pero Henry se giró hacia él con una mirada aburrida.Con un simple giro de su muñeca, el fuego intensificó su ardor, y el cuerpo del hombre se derritió en un charco de grasa y cenizas antes de desplomarse.
Los demás guardias comenzaron a gritar desesperados, sus voces entremezclándose con los sonidos de la carnicería.Algunos intentaron escapar, pero Henry no les permitió el lujo de la retirada.Una ráfaga de energía invisible se extendió desde él, y los hombres que intentaron correr fueron arrancados del suelo.Flotaron por un instante, gritando y luchando contra la fuerza que los mantenía suspendidos, antes de que Henry cerrara el puño lentamente.Sus cuerpos se comprimieron, los huesos crujiendo como ramas secas, hasta que explotaron en una lluvia de sangre, miembros y vísceras.
—¿Es esto todo lo que tienen? —dijo con un tono burlón, caminando entre los restos destrozados como si estuviera paseando por un parque.
Otro grupo intentó rodearlo, esperando encontrar una oportunidad para atacarlo desde múltiples ángulos.Henry los dejó acercarse, su expresión mostrando una paciencia perversa.Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, extendió ambas manos y un anillo de energía oscura surgió a su alrededor.Los hombres comenzaron a gritar mientras sus cuerpos eran literalmente desgarrados desde el interior.Sus torsos se abrieron como si una bestia invisible los hubiese atacado, y sus órganos cayeron al suelo con un sonido húmedo.
Un arquero, temblando, logró disparar una flecha que milagrosamente alcanzó a Henry en el hombro.La flecha se detuvo al chocar contra su piel, incapaz de perforarlo.Henry giró su cabeza hacia el hombre, su expresión se volvió una mezcla de burla y amenaza.
—¿De verdad creíste que eso haría algo? —preguntó. Luego, alzó un dedo y señaló al arquero. El hombre intentó correr, pero su cuerpo se congeló en el lugar.Lentamente, comenzó a elevarse en el aire, gritando mientras su piel se rasgaba en líneas rectas, como si lo estuvieran desmembrando con cuchillas invisibles.Finalmente, su cuerpo se partió en pedazos, cayendo al suelo en fragmentos sangrientos.
El caos era absoluto.Algunos de los guardias restantes cayeron de rodillas, suplicando clemencia. Otros intentaron organizar un último ataque desesperado, pero la mayoría simplemente se quedó paralizada por el miedo. Henry disfrutaba del espectáculo, saboreando el terror que había sembrado.
Con un movimiento rápido, invocó un látigo de energía negra que silbó en el aire antes de impactar contra un grupo de cuatro hombres.El impacto fue tan brutal que sus cuerpos se partieron por la mitad, sus torsos volando hacia un lado mientras sus piernas se desplomaban al suelo.El látigo se movió nuevamente, esta vez enrollándose alrededor de un guardia que gritaba histéricamente. Henry tiró con fuerza, y el hombre fue literalmente partido en pedazos, su sangre salpicando a los pocos sobrevivientes que aún estaban de pie.
—Mírenme bien —rugió Henry, su voz resonando como un trueno—.Esto es lo que pasa cuando desafían lo inevitable.
La batalla había terminado antes de empezar.Los últimos guardias vivos cayeron al suelo, incapaces de moverse por el terror. Algunos balbuceaban oraciones desesperadas, mientras otros simplemente lloraban, aceptando su destino. Henry los observó con desprecio, limpiándose una mancha inexistente de su capa antes de dar media vuelta.
—Patéticos —murmuró, dejando tras de sí un campo de cadáveres desmembrados, un altar macabro a su poder absoluto.
Ustedes siguen llegando, son como hormigas arrastrándose hacia mis pies.
La carnicería de Henry no tenía fin.Cada guardia que se atrevían a acercarse a él se convertía en una víctima más de su furia imparable. No había escape, no había piedad. Solo el retumbar de los cuerpos cayendo al suelo, rotos, destrozados, y la risa cruel de Henry resonando en la desolación.
Uno de los guardias, un hombre de complexión robusta y mirada llena de desesperación, corrió hacia él, blandiendo una espada con ambas manos.Henry lo observó venir con una calma aterradora, y antes de que el hombre pudiera siquiera levantar el filo, su espada voló por los aires, destrozada en mil pedazos por un simple gesto de la mano de Henry.El guardia intentó retroceder, pero Henry estaba sobre él en un abrir y cerrar de ojos,aplastando su pecho con una patada brutal que lo envió volando hacia atrás. El sonido de sus costillas quebrándose fue el preludio de su último suspiro.
Al otro lado, varios guardias se agruparon, tratando de rodearlo, y en un desesperado intento de atacar desde todos los ángulos.El aire a su alrededor comenzó a vibrar, la energía de la tormenta que se desataba a su alrededor era palpable.Un rayo de pura furia emergió de su palma, golpeando a un guardia de lleno. El impacto fue tan feroz que su cuerpo fue lanzado hacia el cielo, colisionando contra el techo de una estructura cercana con tal violencia que el eco de los huesos quebrándose resonó por toda la zona.
Pero Henry no mostró ninguna señal de cansancio.Uno a uno, los guardias fueron arrasados, sus gritos de agonía mezclándose con el estruendo de la batalla.A un joven, de no más de 18 años,lo levantó del suelo por el cuello, con una sola mano, como si fuera un muñeco.El pánico reflejado en los ojos del muchacho fue lo último que vio antes de que Henry, sin ninguna emoción, lo estrellara contra el suelo.El impacto fue tan fuerte que el cuerpo del guardia se hundió en la tierra, dejando solo un contorno humano en el barro.
Otros intentaron atacar desde lejos, disparando flechas y lanzas, perolas flechas nunca llegaron a él.Un escudo invisible de energía, compuesto de pura maldad y poder, las detuvo en el aire, haciendo que se desintegraran en una nube de polvo antes de tocar su piel.Con un giro de su muñeca, Henry lanzó un rayo mortal hacia el grupo, alcanzando a tres de ellos al mismo tiempo.Los cuerpos de los guardias se inflaron como globos antes de estallar en un baño de sangre y vísceras, la muerte se llevó sus almas antes de que pudieran comprender lo que estaba sucediendo.
La violencia de la batalla era indescriptible.Henry no era un hombre, sino una fuerza de la naturaleza, arrasando con todo a su paso. A cada guardia que se atrevía a levantarse,él les daba una muerte personalizada.Un hombre de gran estatura intentó atravesarlo con una lanza afilada, pero antes de que pudiera acercarse, Henry lo atrapó por los muñecos.Le arrancó la lanza de las manos con una fuerza brutal, y con un giro, le atravesó el estómago con su propio arma. El guardia gimió mientras la sangre salía a chorros, antes de caer de rodillas, arrastrándose por el suelo en un vano intento por seguir respirando.
Mientras esto ocurría,otros siete guardias, con sus corazones llenos de miedo y rabia, intentaron realizar un último ataque coordinado, con espadas y cuchillos en mano.Pero Henry los observaba con la misma indiferencia que uno le prestaría a una plaga de insectos.Les dio la oportunidad de atacar, y cuando lo hicieron, un simple movimiento de su brazo dejó sus cuerpos destrozados.Uno fue atravesado por sus propias armas, otro se vio empalado por una estaca que Henry convocó con un simple chasquido de los dedos, y los otros fueron reducidos a escombros humanos por un golpe de su puño.
La escena era pura devastación.El campo de batalla estaba cubierto por cadáveres, algunos desmembrados, otros reducidos a trozos irreconocibles, pero todos marcados por el sello de la brutalidad de Henry.La tierra estaba empapada con sangre, los cuerpos amontonados como un campo de batalla vacío, mientras Henry permanecía en el centro de todo, su cuerpo cubierto de restos humanos, con una expresión vacía, impasible, como si nada de lo que sucediera alrededor tuviera alguna importancia.
La última víctima, un capitán que había intentado coordinar la resistencia, vio cómo la oscuridad de la desesperación lo rodeaba.Con un último esfuerzo, intentó lanzarse hacia Henry, su espada levantada, pero antes de que pudiera siquiera dar un paso, Henry lo detuvo con un gesto de la mano.Su cuerpo se detuvo en seco, como si estuviera congelado en el aire.Henry apretó con fuerza, y los huesos del capitán comenzaron a romperse lentamente, desde la columna vertebral hasta las extremidades.El capitán gritó, un sonido gutural y desgarrador que resonó en todo el campo, pero Henry, sin un atisbo de compasión, apretó con más fuerza. El hombre imploró por su vida, peronada podría salvarlo.Finalmente, con un último crujido, su cuerpo fue reducido a un amasijo de carne, huesos rotos y sangre.
Con la caída del capitán, Henry miró a su alrededor.Los últimos guardias sobrevivientes huían en todas direcciones, pero Henry no les dio oportunidad.Un simple gesto de su mano hizo que la tierra bajo sus pies se levantara, atrapando a los fugitivos en un abismo que los devoró en un instante.Los gritos fueron apagados por la oscuridad que los tragó, y con eso, la batalla llegó a su fin.Henry, sin mirar atrás, comenzó a caminar entre los cadáveres, mientras el aire cargado de muerte se despejaba lentamente.
Aunque Henry parecía deleitarse en la matanza de los guardias, jamás desvió su verdadero enfoque: Ryan y Carlos.Los dos eran su objetivo final, y su poder parecía multiplicarse con cada segundo que pasaba.
Para Ryan, las lanzas de sangre eran una tortura interminable.Cada una emergía del aire como si estuviera formada por el odio puro de Henry.Se lanzaban una tras otra, implacables, con una precisión mortal.Ryan apenas lograba esquivar o contrarrestar una, solo para ser recibido por otra que llegaba con mayor ferocidad. Su sudor empapaba su frente, y su respiración era un jadeo constante mientras intentaba mantenerse con vida. Cada vez que desviaba una lanza, sus manos temblaban por el impacto, como si todo su cuerpo estuviera a punto de desmoronarse."No puedo seguir así," pensó, pero no había alternativa. Rendirse significaba la muerte.
En medio de su desesperación,Ryan alcanzó a oír la voz burlona de Henry resonando sobre el caos.
—¿Qué pasa, Ryan? ¿Eso es todo lo que tienes? Pensé que querías ser algo más que un lisiado. —Su risa era un eco cruel, un martillo golpeando la ya frágil moral de su cuñado.
Mientras tanto, Carlos enfrentaba un destino igualmente brutal, aunque diferente.Contra él, Henry desató lanzas hechas del mismo espacio, fragmentos de singularidades que desgarraban la realidad misma.Las lanzas parecían absorber la luz a su alrededor, dejando un rastro de oscuridad y caos en el aire. Carlos luchaba por bloquearlas, convocando barreras hechas de energía pura. Cada impacto era como un choque de mundos, con explosiones que sacudían el terreno y enviaban ondas de choque en todas direcciones.
Pero las singularidades eran insaciables.Donde una barrera caía, otra lanza se formaba, más rápida, más voraz.Carlos sentía el peso del desgaste en su mente y cuerpo, pero su orgullo como maestro no le permitía retroceder.
—¿Es esto todo lo que aprendiste de mí, Henry? —gruñó entre dientes, su voz impregnada de rabia y dolor.
—Oh, no, maestro. Esto es solo el principio —respondió Henry con una sonrisa oscura.—Vamos, mono. Baila para mí.
El tono burlón en las palabras de Henry era como ácido sobre las heridas abiertas de Carlos.Cada ataque era un recordatorio cruel de la diferencia de poder entre ellos. Henry no solo los atacaba físicamente, sino que también desmantelaba sus espíritus.
La batalla se convirtió en un espectáculo macabro.Ryan y Carlos luchaban por sus vidas, cada uno enfrentando su propio infierno personal, mientras Henry los miraba con una mezcla de desprecio y entretenimiento. Su postura era relajada, casi casual, como si todo esto fuera un juego para él. Pero sus ojos, fríos y calculadores, dejaban claro que no se detendría hasta aplastarlos por completo.
El campo de batalla era un caos absoluto, con el aire cargado de energía mortal.Los cadáveres de los guardias yacían esparcidos por todas partes, y el suelo mismo parecía resentir el poder que Henry desataba. Ryan y Carlos sabían que estaban ante un abismo del que tal vez no regresarían.Pero retroceder no era una opción.
Aunque Henry ignoro a su maestro al ver a Ryan luchar con una lanza.
La figura de Henry se materializó como una sombra macabra justo al extremo de la lanza sangrienta.La expresión de Ryan, ya desgastada por el agotamiento, se transformó en puro terror al sentir la presencia de su cuñado. La lanza, que ya le costaba detener, parecía vibrar con una fuerza renovada, como si el simple contacto de Henry hubiera desatado un nuevo torrente de poder destructivo.
El dedo de Henry tocó la lanza con una ligereza insultante, casi casual, pero el impacto fue devastador.La energía que fluía a través del arma se multiplicó, y Ryan sintió cómo sus piernas cedían ligeramente bajo la presión. Sus brazos temblaban, cada músculo al borde del colapso, mientras intentaba contener el poder que ahora parecía querer devorarlo vivo.
—Te volverás a lo que fue condenado mi hijo.—La voz de Henry era baja, casi un susurro, pero cargada de una crueldad que perforaba más que la misma lanza.—Espero que lo disfrutes, Ryan.
La lanza comenzó a hundirse más y más, empujando a Ryan hacia atrás.El suelo se quebró bajo sus pies, dejando marcas profundas mientras el joven intentaba desesperadamente resistir. Su maná chisporroteaba a su alrededor, una defensa insuficiente contra la abrumadora fuerza que ahora enfrentaba.
—¡No! —Ryan rugió, más por instinto que por convicción, mientras intentaba reforzar su barrera de energía. Pero incluso él sabía que estaba perdiendo. Su mente se llenó de imágenes del pasado: los años de humillación, las burlas, y el constante desprecio de Henry y su familia. Y ahora, estaba a punto de ser reducido a lo que Henry siempre quiso:un reflejo quebrado del hijo que había perdido.
Henry sonrió con una satisfacción oscura.No era solo el poder lo que disfrutaba, sino la desesperación en los ojos de Ryan.
—¿Lo sientes, Ryan? Esa impotencia. Esa insignificancia. Así es como vivió mi hijo cada día. Así es como vivirás tú.
La lanza, amplificada por el toque de Henry, emitió un destello carmesí antes de empujar con un nuevo ímpetu.Ryan gritó, sus manos resbalando en el asta de energía, y sintió como una ola de calor abrasador recorría su cuerpo. Cada segundo era una agonía, un recordatorio de su vulnerabilidad ante el monstruo que tenía frente a él.
Carlos, desde la distancia, observaba con horror.A pesar de sus propios desafíos, no podía ignorar la escena. Sus manos temblaron al crear una nueva barrera para protegerse de los fragmentos de singularidades que lo acosaban, pero su mente estaba con Ryan.
—¡Ryan! ¡Resiste! —gritó desesperado, pero incluso sus palabras sonaban vacías. Ambos sabían que Henry no estaba jugando; estaba destruyendo.
La risa baja de Henry resonó en el campo de batalla.Era un sonido frío, como un eco de muerte que anunciaba el destino inevitable de su presa. Y aún así, Ryan no se rindió, aunque cada fibra de su ser gritaba que lo hiciera.
La lanza de sangre, cargada con la intención de destruir, comenzó a desgarrar la barrera que Ryan había levantado con sus últimas reservas de energía.Pequeñas grietas se expandían como raíces malditas, amenazando con consumir todo lo que tocaban.Ryan rugía, su voz desgarrada por la desesperación y el dolor, mientras trataba de reforzar su defensa.Pero era como intentar detener una tormenta con las manos desnudas.
Henry se inclinó ligeramente hacia adelante, añadiendo apenas un ápice más de presión con su dedo.La lanza vibró con un sonido bajo, ominoso, que resonó como un latido de muerte en el campo de batalla.
—¿Esto es todo, Ryan?—preguntó con una mueca de desprecio.—Es patético. Ni siquiera puedo sentir algo remotamente parecido a un desafío. Eres un recordatorio constante de por qué este linaje nunca debió existir.
Ryan jadeaba, su cuerpo al límite, mientras la lanza avanzaba centímetro a centímetro hacia su pecho.Sentía el calor abrasador de la energía cerca de su piel, una advertencia cruel de lo que estaba por venir. Su mente buscaba desesperadamente una salida, pero cada estrategia se desmoronaba ante el poder aplastante de Henry.
Carlos, a pocos metros, luchaba contra su propia condena.Las lanzas de espacio continuaban asediándolo, cada una un fragmento de una singularidad distorsionada, un arma que parecía burlarse de las leyes mismas de la realidad. Con cada defensa que levantaba, sentía cómo su energía disminuía, su cuerpo comenzando a ceder al agotamiento.
—¡Maldito bastardo!—gritó Carlos, forzando una explosión de energía para desviar tres lanzas que se acercaban simultáneamente.—¡Deja de jugar y enfréntame de verdad!
Henry apenas le dedicó una mirada.
—¿Por qué desperdiciaría mi tiempo con un mono danzante cuando tengo un espectáculo más interesante aquí? —dijo, señalando a Ryan con un gesto casual, como si su cuñado fuera poco más que una diversión pasajera.
Ryan apretó los dientes, un destello de furia atravesando su mirada.
—No... te... dejaré... ganar... —murmuró, cada palabra un esfuerzo titánico.
Henry alzó una ceja, intrigado por la obstinación de Ryan.
—¿Ganar? —preguntó, casi riéndose.—Ryan, esto no es una competición. Esto es una ejecución.
Con un movimiento rápido y brutal, Henry giró su muñeca, y la lanza de sangre explotó en un destello de luz carmesí.La onda de choque lanzó a Ryan varios metros hacia atrás, su cuerpo golpeando el suelo con un impacto que dejó grietas en la piedra.Un grito de dolor escapó de sus labios mientras intentaba levantarse, solo para encontrar su brazo derecho completamente inutilizado, roto por la fuerza del ataque.
—Levántate, Ryan.—Henry caminó lentamente hacia él, su voz cargada de un tono burlón.—No me hagas terminar esto tan rápido. Mi hijo sufrió durante años; no sería justo si tú simplemente te desplomas aquí.
El suelo bajo los pies de Henry comenzó a teñirse de rojo mientras nuevas lanzas de sangre surgían a su alrededor.Cada una flotaba con un propósito letal, apuntando directamente a Ryan.Carlos gritó su nombre, intentando alcanzarlo, pero otra barrera de singularidades se levantó frente a él, bloqueando su camino.
—¡Déjalo en paz, Henry! —rugió Carlos, su voz resonando con desesperación y rabia.
—¿Por qué habría de hacerlo?—respondió Henry, girando lentamente para mirarlo.—Tú fuiste el que lo puso en este camino. Fuiste el maestro que no supo protegerlo. Esto es tan tu culpa como la de él.
Con un movimiento de su mano, Henry envió las lanzas hacia Ryan, cada una con una precisión mortal.Ryan cerró los ojos por un instante, preparando su defensa con lo poco que le quedaba, pero sabía que no podía detenerlas todas.El tiempo parecía detenerse mientras el mundo se llenaba del brillo carmesí de las lanzas acercándose.
Una explosión resonó en el aire, un choque de energías que hizo vibrar el campo de batalla.Ryan abrió los ojos, jadeando, al darse cuenta de que seguía vivo. Frente a él, una figura se había interpuesto entre las lanzas y su cuerpo, deteniéndolas con una barrera de energía que chisporroteaba al borde de colapsar.
—¡No morirás aquí, Ryan!—gritó Carlos, con el rostro desencajado por el esfuerzo.Su barrera comenzaba a fragmentarse, pero aún se mantenía en pie, un testamento de su determinación.
Henry chasqueó la lengua, casi molesto por la interrupción.
—Oh, Carlos... ¿de verdad crees que puedes cambiar el destino? —preguntó, mientras levantaba ambas manos, invocando una tormenta de lanzas que cubrió el cielo con un manto oscuro y letal.
—Entonces será tu turno de bailar.
Henry soltó una carcajada que resonó como un eco siniestro en el campo de batalla.Su voz tenía una mezcla de crueldad y diversión, como un cazador disfrutando del sufrimiento de su presa.Observó a Carlos, que temblaba bajo el peso de su barrera destrozada, y sonrió con un desprecio que helaba la sangre.
—¿De verdad crees que esto es heroísmo, Carlos?—preguntó Henry, alzando una mano para detener momentáneamente las lanzas suspendidas en el aire.—Esto no es más que una mala broma. No eres un escudo, ni un salvador... eres un payaso. Y como buen payaso, tu propósito es entretenerme.
Henry extendió un dedo hacia Carlos y, con un movimiento elegante, convocó una lanza de sangre más grande que todas las anteriores.Su punta vibraba con una energía tan intensa que el aire alrededor chisporroteaba como si estuviera ardiendo. La arrojó sin previo aviso.
Carlos, sorprendido por la velocidad, apenas levantó su espada para bloquearla.El impacto lo lanzó hacia atrás, su cuerpo rebotando contra el suelo como un muñeco de trapo.Cuando finalmente se detuvo, tosió sangre, su pecho subiendo y bajando de forma irregular mientras intentaba recuperar el aliento.
—¿Eso es todo lo que tienes?—Henry apareció frente a él en un parpadeo, pisándole el pecho con fuerza.—¿El gran maestro que tanto hablaba de honor y lecciones ahora no es más que un saco de huesos a mis pies? Patético.
Carlos intentó levantarse, pero Henry presionó con más fuerza, rompiendo varias costillas en el proceso.La agonía era evidente en el rostro del maestro, pero sus ojos seguían ardiendo con determinación.
—Aún... no... he... terminado...—murmuró entre dientes.
Henry rió de nuevo, esta vez con más intensidad, como si las palabras de Carlos fueran la cosa más ridícula que hubiera escuchado.
—¿No has terminado? Entonces, vamos a asegurarnos de que sigas "bailando" para mí.
Con un movimiento de su mano, Henry invocó más lanzas, pero esta vez las dirigió hacia el suelo, rodeando a Carlos.Las lanzas se hundieron profundamente, creando una prisión de sangre que vibraba con energía destructiva. Cada vez que Carlos intentaba moverse, una descarga de poder lo golpeaba, haciendo que su cuerpo se contrajera en espasmos de dolor.
—Mírate, Carlos.—Henry se inclinó, su rostro ahora muy cerca del de su antiguo maestro.—¿Esto es lo que querías enseñar? ¿Cómo fracasar? Qué espectáculo tan lamentable. Si no fuera tan divertido, ya habría acabado contigo.
Sin previo aviso, Henry levantó a Carlos del suelo como si fuera un muñeco, sujetándolo por el cuello.El maestro intentó golpearlo, pero sus ataques eran lentos y débiles, más un acto de orgullo que una amenaza real. Henry simplemente los ignoró, como si un mosquito estuviera intentando molestarlo.
—Dime, mono. ¿Cómo te gustaría que terminara tu actuación?—preguntó Henry, balanceando a Carlos de un lado a otro como si estuviera considerando cómo aplastarlo.—¿Con un aplauso final? ¿O debería dejarte colgando como un trofeo para recordarles a todos lo inútil que fuiste?
Carlos escupió sangre y lo miró directamente a los ojos, su voz débil pero firme.
—Eres... un monstruo... pero incluso los monstruos caen...
Henry arqueó una ceja, impresionado por la audacia.Luego, su sonrisa se ensanchó en algo que parecía aún más cruel.
—Oh, Carlos, no soy solo un monstruo. Soy la lección que tú nunca pudiste enseñar. Ahora, sigue bailando.
Henry lo arrojó al suelo con fuerza, su cuerpo golpeando las piedras como si cada impacto estuviera diseñado para prolongar el sufrimiento.Las lanzas a su alrededor comenzaron a moverse nuevamente, girando en patrones caóticos que parecían burlarse de cualquier intento de predecir su trayectoria. Carlos trató de levantarse una vez más, pero antes de que pudiera hacerlo, una de las lanzas se hundió en su pierna, arrancándole un grito desgarrador.
—No te preocupes, maestro.—Henry lo observó desde arriba, su rostro una máscara de burla.—Te dejaré vivir un poco más. Aún no he terminado de reírme.
Henry retrocedió un paso, contemplando a Carlos con una mezcla de burla y desprecio.Su sonrisa se torció en algo más oscuro, una expresión de pura crueldad que prometía sufrimiento interminable.
—¿Ves esto, Carlos?—dijo mientras las lanzas de sangre giraban lentamente a su alrededor, como depredadores acechando a su presa.—Esto no es ni la décima parte del tormento que sufrió mi hijo. Bernardo soportó años de humillación, de golpes, de palabras que lo destrozaron por dentro. ¿Y qué hiciste tú? ¿Qué hizo Ryan? Nada.
Con un movimiento abrupto, Henry señaló a Ryan, que luchaba desesperadamente contra una nueva lanza que lo empujaba hacia el borde del colapso.
—¡Y tú, Ryan!—rugió, su voz retumbando como un trueno.—Durante siete años permitiste que tu propio hijo tratara a mi hijo como si no fuera más que basura. ¿Te parece justo? Porque ahora voy a enseñarte lo que es verdadero sufrimiento.
Henry apareció de repente frente a Ryan, agarrando la lanza que este sostenía con todas sus fuerzas para evitar ser atravesado.
—¡Mírame a los ojos, maldito cobarde!—demandó, su voz goteando veneno.—Quiero que veas el abismo que nunca podrás cruzar. Quiero que entiendas que todo esto es apenas el comienzo.
Con un movimiento casi casual, Henry rompió la lanza de Ryan en dos.El impacto hizo que el joven retrocediera, tambaleándose mientras intentaba recuperar el equilibrio. Antes de que pudiera reaccionar,Henry levantó una mano y una ola de sangre cristalizada salió disparada hacia Ryan, envolviendo sus piernas y brazos como si fueran cadenas vivientes.
—¿Te sientes impotente, Ryan?—preguntó, inclinándose para mirarlo directamente a la cara.—Así se sintió mi hijo cada vez que lo llamaste lisiado. Cada golpe que recibió, cada risa que escuchó detrás de su espalda, todo eso lo destruyó... y tú estuviste allí, mirando. Ahora, déjame mostrarte cómo se siente realmente estar roto.
Con un chasquido de dedos, las cadenas de sangre comenzaron a apretarse, aplastando lentamente los músculos y huesos de Ryan.El joven gritó de dolor, sus ojos llenos de desesperación mientras intentaba liberar sus extremidades, pero las cadenas se negaban a ceder.
—¡Para! ¡Déjalo!—Carlos gritó, levantándose a duras penas, solo para ser golpeado de nuevo por una lanza hecha de fragmentos espaciales que lo empujó contra una pared cercana.El impacto lo dejó tosiendo sangre, su cuerpo temblando de puro agotamiento.
Henry rió ante la escena, su risa tan fría y vacía como un abismo.
—¿Déjalo? ¿Por qué habría de hacerlo? Esto es apenas una pequeña muestra del dolor que debería darles.
De un salto, Henry se plantó frente a Carlos, agarrándolo por el cuello y levantándolo como si no pesara nada.
—Tú tampoco escaparás de esto, viejo. Quiero que veas cómo tus enseñanzas fallaron. Quiero que escuches los gritos de Ryan y sepas que no pudiste hacer nada por él. Igual que no hiciste nada por Bernardo.
Sin previo aviso, lanzó a Carlos al suelo con una fuerza calculada, lo suficiente para romperle algunas costillas pero no para matarlo.
—Esto es lo que llamo justicia, Carlos. No es rápida ni misericordiosa. Es lenta, pesada, y te arrastra al fondo hasta que lo único que te queda es el dolor.
Mientras hablaba, Henry volvió a levantar a Ryan con las cadenas de sangre, esta vez suspendiéndolo en el aire.
—Dime, Ryan, ¿te sientes fuerte ahora? ¿Sientes que puedes superar esto? Porque yo puedo seguir todo el tiempo que quiera. Cada vez que grites, recordaré el rostro de mi hijo cuando volvía a casa con moretones y lágrimas en los ojos. Cada vez que supliques, pensaré en cómo él pedía que lo dejaran en paz.
Las cadenas se apretaron aún más, y Ryan soltó un grito desgarrador que resonó por todo el campo de batalla.
Carlos, con las fuerzas que le quedaban, intentó arrastrarse hacia Henry, pero este simplemente lo apartó de un puntapié que lo dejó inmóvil.
—¿Eso es todo lo que tienes, maestro?—se burló, escupiendo la palabra como si fuera veneno.—Pensé que eras un líder, un protector. Pero no eres más que un fracaso. Igual que tu alumno.
Henry levantó ambas manos, convocando una tormenta de lanzas que se suspendieron en el aire, apuntando tanto a Ryan como a Carlos.
—Ahora, vamos a ver cuánto pueden aguantar. Pero no se preocupen... no los voy a matar. No todavía. Quiero que cada uno de ustedes sienta el peso de sus errores, hasta que imploren que los libere.
La tormenta comenzó a caer, cada lanza dirigida con precisión para causar el máximo dolor sin ser letal.Los gritos de Ryan y Carlos se entremezclaban con el sonido del impacto de las lanzas, una sinfonía macabra que llenaba el aire. Henry, por su parte, simplemente observaba, su rostro iluminado por una satisfacción oscura.
—Esto no es el final, solo el principio.—murmuró, disfrutando cada segundo del espectáculo.—El verdadero sufrimiento apenas comienza.
—Soy un glorioso general Sangriento. Mi estado es algo que la familia Q'illu valora sobre todas las cosas —gritó Ryan a Henry, quien, ignorando los ataques de Carlos y los guardias, simplemente se burló de su cuñado.
Henry se inclinó hacia adelante, su sonrisa sardónica iluminada por el resplandor rojizo de las lanzas que lo rodeaban.Su voz, gélida y cargada de desprecio, resonó como una sentencia.
—¿Un glorioso general Sangriento?—repitió, exagerando cada palabra con burla venenosa.—¿Crees que ese título me impresiona? ¿Crees que tu supuesto prestigio tiene algún valor para mí? Basura, no llegas ni a los niveles intermedios de poder, y aún así, tienes la osadía de pararte frente a mí.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto de agotamiento como de ira.
—La familia Q'illu valora mi posición.—respondió Ryan, tratando de mantener su voz firme mientras el peso de las palabras de Henry lo aplastaba psicológicamente.
¿Quieres que te tenga miedo por tal insignificante cosa? Basura, no llegas ni a los niveles intermedios. ¿Crees que con esa fuerza insignificante puedes hacer algo?Crees que tienes la fuerza para ir en mi contra.
Henry soltó una carcajada seca y escalofriante, una risa que hizo eco en el campo de batalla como un presagio de condena.
—¿Y qué? ¿Debería temblar de miedo porque un grupo de aristócratas que no pueden levantar una lanza sin ayuda te considera importante? ¡Patético!
Con un gesto casi perezoso, Henry lanzó una lanza de sangre hacia Ryan, que apenas logró bloquearla a tiempo, retrocediendo tambaleante. La sangre de Henry goteaba al suelo, pero en lugar de disminuir su fuerza, parecía alimentar las lanzas que se multiplicaban a su alrededor.
—Mira cómo luchas, Ryan.—continuó Henry, su tono burlón ahora teñido con un toque de ferocidad.—Tu postura es débil, tus reflejos son lentos. Eres como un niño jugando a ser soldado. ¿Realmente crees que tienes la fuerza para ir en mi contra?
Ryan levantó su lanza, jadeando por el esfuerzo.Cada palabra de Henry perforaba su orgullo como una cuchilla afilada, pero su determinación ardía con igual intensidad.
—No te permitiré...—empezó a decir Ryan, pero Henry lo interrumpió con un gesto despectivo.
—¿No me permitirás qué?—dijo Henry, inclinándose hacia adelante como un depredador acechando a su presa.—¿Derrotarte? ¿Humillarte? Ryan, déjame decirte algo: no necesitas "permitirme" nada. Ya lo he hecho.
Henry alzó ambas manos, y una docena de lanzas de sangre comenzaron a girar a su alrededor, cada una apuntando directamente a Ryan.
—Tu fuerza es insignificante. Tu resistencia es una broma. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo esto? Que voy a aplastarte lentamente, para que entiendas la diferencia entre alguien como tú y alguien como yo.
Sin previo aviso, las lanzas volaron hacia Ryan una tras otra.Aunque intentaba bloquearlas, cada impacto lo hacía retroceder, su cuerpo tambaleándose bajo la presión. Mientras tanto,Henry seguía caminando hacia él con una calma aterradora, como un verdugo que saborea el miedo de su víctima.
Carlos, viendo cómo su alumno estaba siendo superado, intentó intervenir.Saltó hacia Henry con un grito de guerra, desatando un ataque desesperado con una espada envuelta en energía azul.Pero Henry ni siquiera giró la cabeza.
—¡Oh, Carlos, siempre tan predecible!—dijo, chasqueando los dedos.Una lanza hecha de fragmentos espaciales apareció de la nada, interceptando el ataque de Carlos y enviándolo volando hacia atrás como un muñeco de trapo.
Henry se volvió hacia Carlos, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y crueldad.
—Eres un mono muy entretenido, viejo. Quizá debería dejarte vivir solo para que sigas haciendo tus trucos.
Mientras hablaba, regresó su atención a Ryan, que seguía intentando levantarse del suelo, su lanza temblando en sus manos.
—¡Levántate, Ryan!—ordenó Henry, su voz como un látigo.—No he terminado contigo. Voy a mostrarte que tu linaje, tu título y tu fuerza no son más que un mal chiste. Ahora, lucha... o arrodíllate y acéptalo.
La atmósfera vibraba con una intensidad casi insoportable, el aire cargado con la energía sofocante de un duelo desigual.Las sombras de las lanzas de sangre y fragmentos de espacio giraban alrededor de Henry como satélites de destrucción, proyectando destellos rojizos y oscuros en la tierra marcada por la batalla. Cada uno de sus movimientos desprendía una amenaza palpable, un poder tan vasto que parecía devorar la esperanza misma.
Ryan, a pesar de sus heridas y la presión que lo aplastaba, se negó a ceder.Su respiración era pesada, sus manos temblaban mientras sujetaban su lanza, pero en sus ojos ardía una determinación feroz.El orgullo de la familia Q'illu no le permitía caer, incluso si la lógica dictaba que estaba enfrentando un monstruo insuperable.
—No pienses que voy a rendirme.—gruñó Ryan, su voz cargada de desafío, aunque en su interior sentía que cada palabra era un peso más sobre su debilitado cuerpo.
Henry se rió suavemente, una risa fría que cortaba como un cuchillo.
—¿Rendirte? Oh, Ryan, sería demasiado aburrido si lo hicieras tan pronto. Lo divertido es verte intentar... y fallar.
En un abrir y cerrar de ojos, Henry levantó una mano, y un enjambre de lanzas de sangre brotó a su alrededor como un enjambre de avispones asesinos.La primera se lanzó hacia Ryan con una velocidad devastadora.Ryan giró su lanza con desesperación, desviándola apenas, pero el impacto lo empujó varios metros hacia atrás. Antes de que pudiera recuperar el aliento, otra lanza le cayó encima, luego otra, y otra más, cada una más poderosa que la anterior.
Cada impacto arrancaba gritos de esfuerzo de Ryan, pero no retrocedía del todo.Su cuerpo comenzaba a flaquear, pero su espíritu se negaba a romperse.Apretó los dientes, canalizando cada gramo de fuerza que le quedaba en un contraataque.
—¡No permitiré que esto termine así!—exclamó, lanzándose hacia adelante con un rugido, su lanza brillando con un resplandor azulado mientras trataba de perforar las defensas de Henry.
Pero Henry, sin siquiera moverse, desvió el ataque con un simple movimiento de su dedo.
—¿Eso es todo? Pensé que eras un glorioso general Sangriento. Esto es... decepcionante.—Henry chasqueó la lengua con fingida lástima antes de desatar otra ráfaga de lanzas.
Cada lanza que se clavaba en el suelo a centímetros de Ryan parecía burlarse de él, recordándole cuán cerca estaba del abismo.Henry disfrutaba del espectáculo, un titiritero cruel que movía los hilos de una batalla que ya estaba decidida.
En ese instante, Carlos, con su espada envuelta en energía azul, apareció detrás de Henry.Su ataque fue veloz, mortal, dirigido a la espalda de su antiguo alumno. PeroHenry, sin siquiera mirar, extendió una mano y creó una barrera de espacio distorsionado.El impacto de la espada rebotó, y Carlos fue lanzado hacia atrás como si hubiera golpeado una pared de hierro invisible.
—Oh, maestro, otra vez con tus movimientos predecibles. ¿Cuántas veces tengo que enseñarte esta lección?—Henry giró lentamente, sus ojos brillando con burla.
La lucha continuaba, pero en el corazón de ambos hombres—Carlos y Ryan—, el peso del sufrimiento comenzaba a hundirlos.Sabían que esta no era una batalla para ganar; era una batalla para sobrevivir.
—Sufran, sufran como lo hizo mi hijo.—dijo Henry, su voz resonando con un odio profundo.—Lo que sienten ahora no es más que un eco pálido de lo que él soportó. Consideren esto... un regalo, para que nunca olviden.
La lanza deHenryparecía serculpable del cielo mismo, brillando con una intensidad abrumadora que arrancaba destellos de los rayos aún presentes en la tormenta.Ryan, con la mirada fija en su oponente, sabía que estaba ante una decisión que definiría su destino. Sus manos temblaban ligeramente mientras concentraba todo elmanáque le quedaba. Era un esfuerzo desesperado, pero la alternativa era la muerte, y Ryan no estaba dispuesto a ceder.
Los rayos, frutos de las habilidades deCarlos, no se detenían. Como serpientes rabiosas, se estrellaban una y otra vez contra la barrera dimensional queHenrymantenía imperturbable a su alrededor. La electricidad rugía al contacto, generando destellos cegadores y estruendos ensordecedores. A pesar de la magnitud del ataque, la esfera que formaba el escudo permanecía intacta, tan indiferente como su creador.
Henry, de pie en el centro de aquella fortaleza impenetrable, apenas mostraba interés. Sus ojos observaban los caudales de energía eléctrica como si fueran un espectáculo menor, algo que apenas merecía su atención.Carlosestaba exhausto, lanzando descargas una tras otra con la esperanza de encontrar un punto débil. Pero Henry no parecía siquiera preocuparse por el resultado; su mente estaba en otro lugar.
En realidad,Henryno estaba completamente en el momento. Aunque su cuerpo permanecía firme y dominante, sus pensamientos estaban enredados en un combate distante. A través del vínculo de sangre, podía sentir aBernardo, su hijo, enfrentándose aPeter, su hermano menor. Podía notar la desesperación de ambos, el rugido de la lucha, y el aroma metálico de la sangre que impregnaba sus sentidos a pesar de la distancia.
Un leve gesto de desdén cruzó su rostro mientras regresaba su atención al presente. —Qué patéticos... —murmuró, sin que fuera claro si hablaba de Ryan, de Carlos, o de la batalla en la que Bernardo estaba inmerso. La energía de los rayos chocaba con fuerza renovada, pero Henry apenas alzó una ceja, como si quisiera comprobar cuánto tardarían en rendirse.
Carlos, jadeando y con el sudor corriendo por su rostro, rugió con desesperación:
—¡No puedes mantener esa barrera para siempre!
Henryesbozó una sonrisa sarcástica.
—¿No puedo? Es adorable cómo sigues creyendo que estás a la altura.
La voz de Henry, tranquila y cruel, cortó el aire como una navaja.Ryansintió un escalofrío recorrer su espalda. Su cuñado no solo tenía un poder inmenso, sino que parecía disfrutar de la lucha desigual, de la desesperación que sembraba en sus enemigos.Carloscontinuaba atacando, y aunque Ryan aún no había lanzado su ofensiva, sabía que debía aprovechar el momento. Pero, ¿cómo romper algo que ni siquiera los rayos de Carlos podían atravesar?
En lo profundo, Henry sabía que no había urgencia. Este enfrentamiento era solo una pequeña distracción.RyanyCarlosno eran más que un preludio al verdadero propósito que lo impulsaba: consolidar el legado de su familia y demostrar que él,Henry, era la cúspide de lo que cualquiera podía aspirar.BernardoyPeterestaban enfrentando algo similar, pero para él, todo era parte de un juego. Un juego que él ya había ganado.
El aire se cargó con una tensión insoportable, un silencio breve pero brutal que precedió al choque. Losmiles de rayosdeCarlosconvergieron en un solo punto, un acto desesperado de concentración absoluta. La electricidad rugió como una bestia desatada, azotando con una fuerza que sacudió el suelo y partió el aire. Por primera vez,Henrymostró algo más que desdén; inclinó la cabeza con leve interés mientras observaba el punto de impacto.
El estruendo resonó, y por un instante, la capa más externa de la esfera deespacioque lo protegía cedió, mostrando una vulnerabilidad que nadie creía posible. Pero la esperanza fue breve. La grieta apenas había surgido cuando el propio espacio pareció reconfigurarse, cerrando la herida con una fluidez inhumana. La barrera permaneció intacta, y el ataque deCarlosse desvaneció en la nada, como si nunca hubiera existido.
Henrysonrió, burlón, y sacudió la cabeza con indiferencia. —¿Eso es todo? Esperaba algo más interesante, viejo. Pero supongo que la mediocridad es difícil de superar.
El sudor corría por el rostro deCarlos, sus manos temblaban, no solo por el agotamiento, sino por el terror creciente al darse cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles. Pero antes de que pudiera recuperar el aliento,Ryandio un paso al frente, su determinación ardiendo como una antorcha en la oscuridad. Su mirada se fijó enHenry, no con miedo, sino con una furia contenida.
Ryan, gritando con toda la fuerza de su ser, lanzó sulanzacon precisión mortal, como si toda su existencia dependiera de ese único movimiento. La energía que había concentrado vibró a través del arma, trazando una línea resplandeciente en el aire mientras volaba hacia su objetivo.
Henry, sin inmutarse, levantó una mano como si dirigiera una sinfonía invisible. Lalanzacomenzó a deformarse a medida que cruzaba la barrera, los fragmentos del espacio la retorcieron hasta que no fue más que un amasijo informe de energía y materia. Un simple movimiento de sus dedos fue suficiente para desintegrarla por completo.
—Inútil... como toda tu existencia —sentencióHenry, su voz goteando desprecio.
Ryansintió el peso de esas palabras aplastarlo como un yunque, pero se mantuvo firme, apretando los dientes mientras su mente buscaba desesperadamente una nueva estrategia.Carlos, observando la escena, trató de reunir fuerzas para otro ataque, aunque sabía queHenryapenas estaba comenzando a jugar con ellos.
Henryse cruzó de brazos, sus ojos brillando con diversión cruel. —¿Es esto lo mejor que pueden ofrecer los gloriosos guerreros de la familia Q'illu? Patético. Tal vez debería mostrarles cómo luce un verdadero ataque.
La energía en el aire comenzó a cambiar, volviéndose más densa, más peligrosa. Henry parecía estar reuniendo poder, no porque lo necesitara, sino porque disfrutaba haciéndolos sentir insignificantes ante su presencia.
Henryextendió sus manos, y el aire a su alrededor pareció cristalizarse, congelado en una dimensión donde él dictaba las reglas. Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro mientras sus dedos danzaban en el vacío, manipulando el espacio como un artesano retorcido.CarlosyRyansintieron un escalofrío recorrerles la espalda; incluso la naturaleza misma parecía contener el aliento.
—Ahora, observemos cuánto más pueden soportar antes de romperse... completamente —dijoHenry, su tono impregnado de malicia.
Del vacío comenzaron a surgir lanzas, cientos de ellas, forjadas no de materia común, sino de fragmentos de realidad quebrada. Las armas oscilaban entre lo tangible y lo etéreo, como si el universo mismo dudara en definirlas.Carlos, aún jadeando por su ataque fallido, sintió cómo el tiempo y el espacio a su alrededor parecían fragmentarse. Las lanzas lo rodearon, flotando como depredadores esperando a su presa.
Ryan, por otro lado, enfrentó una pesadilla diferente. Las lanzas de sangre, un torrente implacable que había enfrentado antes, regresaron con renovada furia. Cada una de ellas llevaba un peso abrumador, como si la voluntad deHenryse hubiera concentrado en hacerle sentir el fracaso y la desesperación. Apenas lograba desviar una, cuando otra llegaba con mayor velocidad y fuerza.Ryangruñó con esfuerzo, su maná al límite, mientras su cuerpo empezaba a ceder.
—¿Es esto todo? ¿La gloriosa sangre de Q'illu no puede más que esto? —se burlóHenry, su voz resonando con desprecio. Hizo un leve gesto con la mano, y una de las lanzas de sangre, más grande y ominosa que las demás, atravesó el aire, desgarrando todo a su paso.Ryanapenas logró bloquearla, pero el impacto lo lanzó varios metros atrás, dejando un surco en el suelo mientras gemía de dolor.
Mientras tanto,Carlosintentaba recomponerse. Su magia, aunque poderosa, parecía inútil contra las manipulaciones deHenry. Las lanzas de fragmentos espaciales se movieron en un patrón errático, explotando en destellos de energía que lo obligaban a retroceder una y otra vez.Henry, disfrutando del espectáculo, dejó escapar una risa sardónica.
—Vamos, viejo. Bailas como si tus piernas estuvieran hechas de plomo. ¿Acaso te has olvidado de cómo pelear? —preguntó, burlón, mientras una lanza especialmente afilada atravesaba la barrera mágica deCarlos, dejando un corte profundo en su brazo izquierdo.
Carlosgruñó, su mirada llena de furia y frustración. No podía permitirse caer, no mientrasRyanaún estuviera luchando. —No te daré el placer de verme caer, bastardo... —murmuró entre dientes, reuniendo lo poco que le quedaba de energía.
Henry, sin embargo, no dejó de presionar. Con un movimiento elegante, juntó ambas manos, y las lanzas que rodeaban aCarlosyRyanse sincronizaron, convergiendo hacia ellos como una tormenta perfecta.Carlos, jadeando, levantó una última barrera eléctrica, mientrasRyan, tambaleándose, se preparó para desviar lo que pudiera con su lanza.
El impacto fue devastador. La barrera deCarlosresistió apenas unos segundos antes de fragmentarse en mil pedazos, enviándolo al suelo mientras gemía de dolor.Ryan, con su cuerpo ya al límite, logró esquivar algunas lanzas, pero otras rozaron su piel, dejando cortes profundos que derramaban sangre.
Henrylos miró desde su posición elevada, con la satisfacción de un verdugo que disfruta prolongando el sufrimiento de sus víctimas. —¿Ven? Esto es apenas una fracción de lo queBernardotuvo que soportar. Ustedes... —se inclinó hacia adelante, su mirada fulminante—. Ni siquiera entienden el significado de verdadero dolor. Pero yo puedo enseñarles. Oh, claro que puedo.
Unas nuevas lanzas comenzaron a formarse, su energía aún más oscura, como si absorbieran la luz misma.Henrysonrió con malicia, disfrutando cada segundo de su control absoluto sobre la batalla. —Vamos, levántense. Apenas estoy comenzando.
La batalla estaba lejos de terminar; cada movimiento resonaba con poder y significado mientras los hombres luchaban no solo contra el otro, sino también contra las expectativas y las sombras del pasado. Esta batalla era un caos, un caos que solo era guiado por Henry, mientras que Carlos y Ryan eran simples perros que ladraban por no poder detener al caos.
La arena de la batalla era un vórtice de poder y desesperación.Henry, con una calma que rayaba en la indiferencia, se erigía como el epicentro de este caos. Cada paso suyo resonaba en la tierra destrozada, cada gesto de su mano desencadenaba destrucción que parecía burlarse de las leyes naturales.CarlosyRyan, con cada esfuerzo por resistir, parecían más desesperados, como perros acorralados frente a un depredador que los veía con una mezcla de desprecio y diversión.
—¿Caos?—Henry dejó escapar una risa grave y llena de soberbia—. No me hagas reír, Carlos. Esto no es caos. Esto es orden absoluto. Mi orden. Ustedes simplemente se aferran a migajas de esperanza, ladrando inútilmente mientras yo remodelo esta batalla según mi voluntad.
Los ataques deCarlos, envueltos en electricidad chisporroteante, continuaban impactando contra las barreras dimensionales de Henry. Las explosiones iluminaban el campo como fuegos artificiales, pero no importaba cuánto aumentara la intensidad, las defensas deHenrypermanecían inquebrantables. El hombre apenas desviaba su mirada hacia los intentos de su antiguo maestro, como si lo considerara una molestia menor.
—Lo intentas y fallas, viejo. Me pregunto, ¿es esto todo lo que puedes ofrecer después de años de experiencia? —dijo Henry, mientras un simple chasquido de sus dedos desintegraba una de las esferas de energía que Carlos había logrado formar con tanto esfuerzo. El veterano cayó de rodillas, jadeando, su cuerpo incapaz de mantenerse al ritmo de una batalla que claramente lo superaba.
Mientras tanto,Ryan, con los músculos temblando y la sangre goteando de sus heridas, apenas lograba mantenerse en pie. Cada movimiento suyo era una declaración de desafío, aunque Henry lo percibía como un acto de obstinación patética.La lanza de sangre, aquella monstruosidad carmesí que Henry había creado, seguía presionando a Ryan con una fuerza implacable. No importaba cuánto intentara desviar su trayectoria, la lanza siempre encontraba una manera de regresar, más rápida, más fuerte, más destructiva.
—Mírate, Ryan. Todo el linaje Q'illu detrás de ti, y esto es lo mejor que puedes hacer. Qué deshonra.—Henry apareció frente a él en un abrir y cerrar de ojos, como un fantasma burlón. Con un movimiento casi despreocupado, tocó la lanza que Ryan intentaba desesperadamente sostener. La presión incrementó al instante, empujando al joven guerrero de rodillas.
—Te dije que te convertirías en lo que fue condenado mi hijo. Lo que estás sintiendo ahora... —Henry sonrió, pero sus ojos estaban llenos de una furia contenida— es una porción infinitesimal del infierno que él vivió.
Carlos, viendo cómo Ryan empezaba a ceder, intentó levantarse, su cuerpo exhausto rebelándose ante su voluntad. Lanzó una corriente de rayos concentrados directamente hacia Henry, pero antes de que siquiera se acercaran, la energía se detuvo en el aire, congelada como si el tiempo mismo hubiera decidido traicionarlo.
—¿Eso es todo, maestro?—preguntó Henry, con una mueca burlona. Giró la mano, y los rayos se revirtieron, estallando alrededor de Carlos en una explosión de luz y sonido que lo envió volando hacia atrás. —Patético. Hasta enseñarles fue una pérdida de tiempo.
Los dos hombres estaban al borde de sus límites, pero Henry no mostraba intención alguna de acabar con ellos. Sus movimientos, aunque brutales, eran calculados para infligir sufrimiento sin llevarlos a la muerte.Cada corte, cada golpe, cada humillación estaba cargada de un propósito:recordarles que no eran rivales dignos, sino simples juguetes en manos de un titán.
—Ustedes no luchan contra el caos —continuó Henry, su voz resonando como un juicio inapelable—. Luchan contra la perfección. Mi perfección. Y no importa cuánto se esfuercen, cuánto griten, cuánto sangren... al final, solo quedará el silencio de su fracaso.
El campo de batalla era una sinfonía de dolor y desesperación, dirigida por el maestro absoluto,Henry. Cada movimiento suyo parecía diseñado para maximizar el tormento físico y psicológico de sus adversarios.CarlosyRyanapenas podían mantenerse de pie, pero la crueldad de Henry no buscaba la muerte rápida; quería destrozarlos, arrancarles la esperanza pedazo a pedazo.
—Levántate, maestro—dijo Henry, caminando lentamente hacia Carlos, que aún jadeaba en el suelo, cubierto de cenizas y sangre—. Me enseñaste a no arrodillarme nunca, ¿no? Vamos, Carlos. Hazme sentir el orgullo que alguna vez dijiste que debía tener como tu discípulo.
Carlos intentó reincorporarse, sus piernas temblorosas amenazando con ceder. Levantó una mano envuelta en relámpagos, su mirada fija en el hombre que alguna vez fue su aprendiz.Henry, sin embargo, ni siquiera pestañeó. Con un gesto casual, desgarró el aire frente a él, creando una grieta espacial que absorbió la energía de Carlos antes de que pudiera llegar a su objetivo. Los rayos se disiparon como si nunca hubieran existido, dejando al veterano maestro completamente indefenso.
—Esto no es una lucha, Carlos. Es un espectáculo. Uno en el que tú eres el bufón y yo, el público.—Henry chasqueó los dedos, y una ráfaga de energía invisible golpeó a Carlos, rompiendo el suelo a su alrededor y hundiéndolo en un cráter.
Mientras tanto,Ryanluchaba desesperadamente por mantener el control de su cuerpo. La lanza de sangre seguía presionándolo, empujándolo hacia atrás con una fuerza implacable. Cada vez que intentaba contraatacar, la lanza se multiplicaba, apareciendo a su alrededor como un enjambre de serpientes rojas, listas para devorarlo.
—¿Esto es todo lo que tienes, Ryan?—dijo Henry, apareciendo de repente junto a él. Su voz estaba cargada de desprecio, pero sus ojos brillaban con un fuego oscuro—. ¿Dónde está esa valentía que te hizo pensar que podías enfrentarte a mí? ¿Dónde está el orgullo de la familia Q'illu?
Ryan, con el rostro cubierto de sudor y sangre, apretó los dientes y lanzó un grito de pura determinación. Canalizó cada gramo de su energía en un ataque final, una estocada desesperada que buscaba el corazón de Henry. Pero antes de que la lanza pudiera siquiera rozarlo, el espacio alrededor de Henry se distorsionó, y el arma de Ryan se retorció como si fuera una simple rama seca, desintegrándose en el aire.
—Inútil. Insignificante. Como tú.—Henry agarró a Ryan por el cuello con una sola mano, levantándolo del suelo como si no pesara nada—. Te dije que te convertirías en lo que mi hijo sufrió. Pero no, Ryan... tú nunca llegarás ni a entender el alcance de su dolor. Esto que sientes ahora es solo una sombra. Un susurro. Un eco de lo que él vivió.
Con un movimiento brutal, lanzó a Ryan contra el suelo, creando un cráter que dejó al joven guerrero tendido e inmóvil, jadeando por aire.Carlos, desde la distancia, observó la escena con horror, sus manos temblando mientras intentaba reunir la fuerza para levantarse. Pero Henry no le dio tiempo.
—¿Te quedas ahí, maestro? ¿Vas a mirar cómo tu estudiante favorito se arrastra como un gusano?—Henry apareció junto a Carlos, inclinándose lo suficiente como para que sus palabras se sintieran como cuchillos—. ¿O acaso estás tan viejo que prefieres ser un espectador en tu propia derrota?
Carlos rugió, un grito cargado de frustración y desesperación, y lanzó una última ráfaga de rayos hacia Henry. Esta vez, el ataque fue más grande, más brillante, y el suelo tembló bajo su intensidad. Pero Henry levantó una mano y, con un simple giro de su muñeca, la energía se disipó en el aire como humo llevado por el viento.
—Me aburres.—Henry extendió una mano hacia Carlos, y una serie de fragmentos dimensionales lo rodearon, comprimiendo el espacio a su alrededor. El maestro sintió cómo su cuerpo era aplastado por una presión indescriptible, sus huesos crujían, su visión se oscurecía.
Pero Henry no lo dejó morir.
Soltó la técnica justo antes de que fuera letal, permitiendo que Carlos cayera al suelo, apenas consciente.Ryan, aún jadeando, trató de levantarse, pero Henry lo pisó, clavando su bota en su espalda con una fuerza que le sacó un gemido de dolor.
—Esto no ha terminado, queridos perros.—Henry se irguió, observándolos desde lo alto como un dios que decide el destino de los mortales—. Esto es solo el principio. Les mostraré, poco a poco, lo que significa el verdadero sufrimiento. Y entonces, cuando ya no puedan distinguir entre el dolor y la locura, recordarán que esto... —hizo un gesto hacia el campo de batalla destruido—... esto fue solo una pequeña porción de lo que mi hijo vivió.
Henry permaneció en silencio por un momento, observando a los dos hombres destrozados frente a él. El caos a su alrededor parecía reflejar la devastación que había causado en sus cuerpos y almas. Pero para Henry, esto no era suficiente; su objetivo no era simplemente vencerlos. Era destruir todo lo que representaban, aplastar cualquier rastro de orgullo o dignidad que aún pudieran albergar.
—¿Es esto todo lo que tienen?—preguntó finalmente, su voz resonando como un trueno en el vacío del campo de batalla—. ¿Esto es lo que llaman resistencia? Patético.
Con un movimiento casi perezoso, levantó su mano derecha, y el aire alrededor deRyancomenzó a ondular. El joven guerrero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una fuerza invisible lo levantara del suelo y lo arrojara contra un pilar de roca. El impacto fue brutal; un crujido seco resonó mientras el cuerpo de Ryan caía al suelo como una muñeca rota. Su gemido de dolor era apenas audible, pero Henry lo escuchó claramente, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.
—Levántate, Ryan. ¿O acaso prefieres quedarte en el suelo como un insecto?—Henry caminó hacia él lentamente, sus pasos resonando como martillos en el silencio. Cada paso parecía aplastar más el espíritu de Ryan, que luchaba por mantenerse consciente.
Carlos, desde el otro extremo del campo, observaba con impotencia. Su cuerpo estaba al límite, pero sabía que no podía permitir que Henry terminara con Ryan. Con un esfuerzo titánico, se levantó, sus piernas temblando bajo su peso. Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y desesperación mientras extendía su brazo hacia Henry, concentrando cada fragmento de su energía restante en un último ataque.
—¡No te atrevas a tocarlo!—rugió Carlos, lanzando una enorme ráfaga de rayos directamente hacia Henry.
El ataque atravesó el aire con una fuerza devastadora, iluminando el campo de batalla con un destello cegador. Pero Henry, sin siquiera voltear, simplemente levantó una mano. La ráfaga de rayos chocó contra una barrera invisible, desvaneciéndose como si hubiera golpeado el vacío mismo. El eco del ataque resonó en el aire, pero Henry no se inmutó.
—¿Eso es todo, maestro?—preguntó Henry, girando la cabeza hacia Carlos con una mirada de aburrimiento—. ¿Crees que un truco tan básico puede detenerme?
Con un gesto, Henry torció el espacio alrededor de Carlos, creando una espiral que lo envolvió en un torbellino invisible. El aire se comprimió a su alrededor, aplastándolo con una fuerza tan abrumadora que cayó de rodillas, jadeando por aire.
—Esto es solo un fragmento de lo que Bernardo soportó, Carlos. Un fragmento. Y aún así, él se mantuvo de pie más tiempo que tú. Qué decepción.—Henry caminó hacia Carlos, inclinándose para mirarlo directamente a los ojos—. Me enseñaste todo lo que sé, maestro. ¿Es esto lo mejor que puedes ofrecer?
Carlos intentó hablar, pero el dolor era demasiado intenso. Sus labios temblaron mientras intentaba articular una respuesta, pero Henry no le dio tiempo. Con un movimiento rápido, lo levantó del suelo y lo lanzó hacia Ryan, sus cuerpos chocando en una maraña de extremidades destrozadas.
Henry se irguió, observando a los dos hombres desde lo alto. Su expresión era una mezcla de desdén y satisfacción.
—No los mataré, no todavía. No sería justo. No sería suficiente.—Su voz era baja, pero cada palabra estaba cargada de veneno—. Esto es solo el principio. Ustedes no entienden lo que es el verdadero sufrimiento, pero aprenderán. Les daré una lección que nunca olvidarán.
Se giró, caminando lentamente hacia el centro del campo de batalla. Los restos de los guardias caídos y las ruinas de los ataques fallidos lo rodeaban, un monumento a su poder. Alzó una mano, y el aire a su alrededor comenzó a vibrar, como si la misma realidad estuviera reaccionando a su presencia.
—Recuerden esto, Ryan, Carlos. Todo lo que están experimentando ahora, todo este dolor, toda esta desesperación... no es nada comparado con lo que le hice a Bernardo.—Su sonrisa era cruel, pero sus ojos brillaban con una furia contenida—. Y ustedes dos no son más que sombras, intentos fallidos de alcanzar algo que nunca podrán comprender.
Se detuvo, mirando hacia el cielo. Las nubes oscuras se arremolinaban sobre él, reflejando el caos que había desatado. Luego, sin previo aviso, Henry extendió ambos brazos, y el campo de batalla se llenó de una explosión de energía que sacudió la tierra misma.
Los cuerpos de Ryan y Carlos fueron lanzados hacia atrás, cayendo como muñecos rotos. Ambos jadeaban, apenas conscientes, mientras Henry permanecía de pie en el centro del caos, su figura imponente dominando el paisaje.
—Esto es solo el comienzo. Prepárense, porque lo que viene será mucho peor.
Uno de los pocos guardias que quedaba en pie, un hombre corpulento con una mirada de acero y una determinación que contrastaba con el terror general, avanzó hacia Henry con pasos firmes. Su armadura, aunque abollada y ensangrentada, aún brillaba bajo los destellos de electricidad que emanaban de los restos de los ataques de Carlos.
—¡No dejaré que te acerques más a él!—gritó el guardia, su voz resonando como un rugido desesperado mientras se interponía entre Henry y Ryan.
Ryan apenas podía levantar la cabeza para mirar, su visión borrosa por el dolor. El guardia, blandiendo una alabarda con ambas manos, cargó hacia Henry con todo lo que le quedaba de fuerza.
El ataque era desesperado, y Henry lo sabía. Se quedó inmóvil, observando la aproximación del guardia con una expresión de diversión, como si fuera un simple espectáculo para su entretenimiento. Justo cuando la alabarda estaba a punto de alcanzarlo, Henry extendió un brazo, atrapando el arma con su mano desnuda.
—¿Un héroe?—se burló Henry, sin mostrar el más mínimo esfuerzo mientras detenía el golpe. Su sonrisa era cruel, sus ojos brillaban con un destello de desprecio—. Qué conmovedor.
Con un giro de muñeca, destrozó la alabarda en pedazos, los fragmentos metálicos cayendo al suelo con un estrépito. Antes de que el guardia pudiera retroceder, Henry se movió con velocidad inhumana, cerrando la distancia entre ellos. Su mano se cerró alrededor del cuello del hombre, levantándolo del suelo como si fuera un juguete.
—¿Pensabas salvar a tu amigo? Qué noble... y qué inútil.
Sin más preámbulo, Henry golpeó al guardia en el rostro con el puño libre. El sonido del impacto fue seco y brutal, y la cabeza del guardia se echó hacia atrás violentamente. Sin soltarlo, Henry lo golpeó una y otra vez, su rostro permaneciendo inmutable mientras el cuerpo del hombre se sacudía bajo la fuerza de cada golpe.
—¡Esto es lo que pasa con los héroes inútiles!—rugió Henry, lanzando otro puñetazo que hizo crujir la mandíbula del guardia. Sangre salpicó el suelo, y los gemidos apenas audibles del hombre resonaban débilmente en el aire.
A pesar del castigo, el guardia intentó levantar una mano, un acto reflejo de resistencia que solo pareció enfurecer más a Henry.
—¿Aún tienes fuerza? ¡Admirable! Déjame quitártela.
Henry lo lanzó al suelo con fuerza, como si fuera un saco de carne. El guardia tosió sangre, jadeando mientras intentaba arrastrarse lejos de su agresor. Henry se agachó junto a él, agarrándolo nuevamente por el cuello y levantándolo hasta que quedaron cara a cara.
—Mírame, héroe. Quiero que recuerdes esto. Quiero que sientas cada segundo del sufrimiento que intentaste evitar. Este dolor es un regalo, una lección que jamás olvidarás.
Ryan, viendo la escena, sintió una mezcla de horror y culpa. Quiso levantarse, intervenir, hacer algo, pero su cuerpo no respondía. Cada intento de mover sus extremidades terminaba en un espasmo de dolor.
Carlos, a lo lejos, reunió las fuerzas que le quedaban para lanzar una pequeña descarga eléctrica hacia Henry. No era un ataque poderoso, pero logró llamar su atención por un breve momento.
—Oh, ¿sigues ahí, maestro?—dijo Henry, sin soltar al guardia, mientras giraba la cabeza hacia Carlos con una sonrisa burlona—. ¿Te molesta que me entretenga?
Con un último golpe, Henry lanzó al guardia hacia un montón de escombros. El cuerpo del hombre chocó con fuerza contra la roca, quedando inmóvil, aunque aún respiraba débilmente.
—No lo mataré, no todavía. Quiero que viva para recordar esta humillación. Tal vez así aprenda cuál es su lugar.
Henry se giró nuevamente hacia Ryan, que ahora estaba tratando desesperadamente de levantarse.
—Y tú, Ryan, ¿ya has tenido suficiente? ¿O necesitas que te dé una lección aún más clara?
Henry se movió con una calma inquietante hacia Ryan, que apenas lograba ponerse de rodillas. Su cuerpo temblaba de esfuerzo, pero la furia en sus ojos seguía ardiendo, un fuego que ni el sufrimiento ni la humillación podían extinguir por completo. Henry lo miró como un cazador evalúa a su presa, con esa mezcla de diversión y desprecio que hacía que todo a su alrededor pareciera aún más sombrío.
—Mírate, Ryan. Un glorioso general sangriento, reducido a esto. Patético.
Con un movimiento casual, Henry extendió su mano. Una nueva lanza de sangre comenzó a formarse, su superficie pulsando como si tuviera vida propia. La punta de la lanza apuntaba directamente al pecho de Ryan, quien apenas logró alzar su lanza rota en un intento por defenderse.
Carlos, viendo la inminente tragedia, intentó una vez más intervenir. Con las pocas fuerzas que le quedaban, concentró toda su energía en un último ataque. Una lluvia de pequeños orbes eléctricos se precipitó hacia Henry desde diferentes ángulos, como un enjambre de abejas furiosas.
—¿Otra distracción, maestro?—murmuró Henry, casi con aburrimiento. Sin siquiera mirar, giró la lanza de sangre y la movió en un arco amplio. Cada orbe que se acercaba fue desviado o destruido, desintegrándose en pequeñas chispas que iluminaron el espacio brevemente.
—Tendrás que hacerlo mejor que eso si quieres mi atención.
Henry giró su mirada hacia Carlos por un instante, y sus ojos destellaron con un brillo frío. Con un chasquido de sus dedos, una grieta en el espacio se abrió justo frente a Carlos. De ella emergió una ráfaga de energía que lo golpeó como un látigo invisible, lanzándolo hacia atrás con fuerza. Carlos chocó contra una pared de roca, un grito ahogado escapando de sus labios mientras caía al suelo, jadeando.
—Qué decepcionante. Y pensar que alguna vez te consideré un maestro digno.
Henry volvió su atención a Ryan, quien aprovechó el breve respiro para tratar de atacar. Con un grito que resonó en toda la arena, cargó hacia Henry con lo que quedaba de su lanza. El movimiento era desesperado, cargado de ira y determinación, pero también carente de técnica o precisión.
Henry apenas se movió. Con un giro de su muñeca, detuvo el ataque de Ryan con la lanza de sangre, bloqueando el golpe con una facilidad insultante. Luego, con un empujón rápido, desarmó a Ryan, enviando la lanza rota volando lejos.
—Es suficiente, Ryan. Me estás aburriendo.
Henry alzó su pie y lo estampó contra el pecho de Ryan, derribándolo de espaldas. Antes de que Ryan pudiera levantarse, Henry lo pisó con fuerza, manteniéndolo en el suelo.
—¿Sabes por qué no te mato? Porque esto es mucho más interesante. Verte luchar, verte fracasar... Es un espectáculo que podría disfrutar por toda la eternidad.
Apretó un poco más, haciendo que Ryan soltara un gemido de dolor.
—Esto, Ryan, esto que sientes ahora... es una fracción de lo que Bernardo sufrió. Cada vez que intentas levantarte, quiero que lo recuerdes. Cada vez que respiras, quiero que sientas su sufrimiento en tus huesos.
Henry levantó su pie, dejando a Ryan jadeando en el suelo. Luego, se giró hacia el guardia que había intervenido antes, quien aún estaba inconsciente entre los escombros.
—Y tú, pobre iluso... ¿Pensaste que podías detenerme? Tal vez debería dedicarte un poco más de tiempo.
Con pasos lentos y deliberados, se acercó al guardia, quien comenzaba a recuperar la conciencia. Henry lo levantó del suelo como si fuera un muñeco de trapo, sosteniéndolo por el cuello una vez más.
—Dime, ¿qué se siente ser tan insignificante? ¿Sentir que tu vida puede ser apagada con un simple gesto?
Golpeó al guardia nuevamente, esta vez en el abdomen, haciendo que el hombre se doblara en dos, aunque Henry no lo soltó.
—No te preocupes, no te mataré. No todavía. Tú también tendrás que vivir con este recuerdo.
Arrojó al guardia a un lado como si fuera basura, dejándolo gimiendo de dolor mientras se tambaleaba, tratando de mantenerse consciente.
Henry volvió a mirar a Carlos y Ryan, ambos apenas conscientes, sus cuerpos maltratados y sus espíritus tambaleándose al borde de la derrota.
—¿Y ahora? ¿Qué harán? ¿Me suplicarán? ¿Seguirán intentando lo imposible? Espero que tengan algo más que ofrecer, porque esto apenas comienza.
El eco de la última burla de Henry resonó en la arena, un sonido que calaba profundo en la desesperación de Ryan y Carlos. Ambos hombres, maltrechos y jadeantes, luchaban por encontrar algún vestigio de fuerza. Sin embargo, el imponente Henry permanecía ileso, su presencia una sombra omnipotente que parecía consumir la esperanza misma.
Carlos, apenas consciente, se apoyó en una rodilla mientras su mente corría buscando una estrategia. Su respiración era irregular, pero la furia en su mirada no había disminuido. Su maestro interior sabía que no podía rendirse, no mientras Ryan estuviera al borde de la muerte.
Henry, por otro lado, no mostraba prisa alguna. Caminaba con calma hacia ellos, como un verdugo que disfruta prolongando la agonía de sus condenados. A cada paso, su sonrisa parecía ensancharse, y su mirada irradiaba una mezcla de desprecio y sadismo.
—¿Eso es todo lo que tienen? Vamos, Carlos, Ryan, ¿dónde están esos hombres que alguna vez se atrevieron a desafiarme? ¿Es esto el orgullo de los Q'illu? ¿El legado de un maestro inútil y un general sangriento que no puede ni sostener una lanza?
El guardia, que aún yacía ensangrentado y tembloroso, logró arrastrarse hacia Ryan, quien intentaba ponerse de pie. El hombre, con una determinación admirable, colocó una mano sobre el hombro de Ryan. Su voz era apenas un susurro, pero cargada de convicción.
—Mi señor... usted no puede caer aquí. Somos más que este monstruo.
Ryan alzó la vista, sus ojos llenos de ira y vergüenza. El gesto del guardia encendió una chispa en su interior, pero antes de que pudiera responder, Henry apareció frente a ambos como un relámpago.
—¿Interrumpiendo otra vez? Parece que no aprendiste la primera lección.
Henry agarró al guardia por el cuello, levantándolo con una sola mano. El pobre hombre pateaba y forcejeaba, pero la fuerza de Henry era absoluta. Sin piedad, Henry comenzó a golpearlo. El primer impacto resonó como un trueno, un puñetazo directo al rostro que hizo que la sangre salpicara en el aire. El cuerpo del guardia se sacudió violentamente con cada golpe.
—¿Esto duele?—preguntó Henry con una voz llena de sadismo, mientras lanzaba otro puñetazo al abdomen del guardia. La armadura crujió, y un grito ahogado escapó de los labios del hombre—.Te aseguro que esto es apenas el comienzo.
Otro golpe, esta vez en el costado, y el guardia escupió sangre. Henry lo arrojó contra el suelo como si fuera un muñeco de trapo, y luego lo pateó con fuerza, enviándolo a rodar varios metros.
—Ah, sí. Esto es divertido. La fragilidad humana nunca deja de entretenerme.
Ryan, al ver la brutalidad con la que Henry trataba al hombre que había intentado salvarlo, sintió cómo la furia quemaba en su interior. Sus músculos dolían, sus huesos parecían a punto de romperse, pero esa escena encendió algo más en él: un odio visceral que lo hizo apretar los dientes y levantarse tambaleante.
Carlos, aún recuperándose, logró ponerse en pie con dificultad. La electricidad chisporroteaba débilmente a su alrededor mientras intentaba reunir suficiente energía para lanzar un nuevo ataque. Henry, al percatarse de sus esfuerzos, dejó escapar una carcajada.
—¡Esto es lo que quiero ver! Perros que todavía intentan morder, aunque sepan que no tienen dientes.
Se giró hacia Carlos y extendió una mano. De la nada, varias grietas en el espacio se formaron alrededor del maestro, atrapándolo en un laberinto de dimensiones rotas. Carlos intentó moverse, pero cada paso era bloqueado por una pared invisible que parecía burlarse de él.
—Vamos, maestro. Demuéstrame algo digno de recordar.
Mientras tanto, Ryan avanzaba hacia Henry, con una lanza improvisada hecha de escombros que había recogido del suelo. Su mirada era fija, su respiración pesada, pero su determinación implacable. No importaba cuántas veces cayera, no importaba cuánto sufriera, estaba decidido a enfrentarlo una vez más.
Henry notó su avance y, con una sonrisa torcida, dejó a Carlos atrapado para centrarse en Ryan. Dejó caer la lanza de sangre, como si quisiera demostrar que ni siquiera necesitaba un arma para acabar con él.
—Muy bien, Ryan. Ven. Muéstrame ese orgullo del que tanto presumes.
Ryan cargó, lanzando un grito desgarrador mientras levantaba su lanza improvisada hacia el corazón de Henry. En ese momento, el aire mismo pareció detenerse, y todos los ojos, incluso los de los guardias heridos, se fijaron en el enfrentamiento.
—No subestimes mi fuerza—rugió Ryan, su voz cargada de una mezcla de desafío y desesperación mientras canalizaba una energía tan densa que el aire a su alrededor parecía vibrar. Sus manos temblaban, pero su mirada permanecía fija en Henry. Sabía que un error significaría el fin.
Henry observaba la escena, su rostro imperturbable salvo por una ligera curva en los labios que revelaba su desprecio absoluto. —Aparte de imbécil, necio, —dijo, su tono tan sereno que resultaba perturbador—.Me sigue sorprendiendo tu estupidez, Ryan.
Con un movimiento casi casual, Henry desvió otro de los rayos que Carlos lanzaba desesperadamente hacia él. El ataque, lleno de energía eléctrica, se desintegró al entrar en contacto con la barrera que rodeaba al villano, como si nunca hubiese existido. Los guardias intentaban aprovechar cada apertura, arremetiendo con gritos de guerra, pero Henry apenas notaba su presencia.
—¿Por qué sigues intentando?—continuó Henry, su voz ahora con un matiz de burla mientras alzaba una mano para desviar un espadazo que llegó demasiado cerca de su hombro—.¿No te das cuenta de que todo esto es inútil? Tanto tú como ellos no son más que insectos aplastándose contra un cristal.
Uno de los guardias más valientes logró lanzarse hacia Henry con una lanza que brillaba con un leve destello mágico, pero antes de que pudiera siquiera rozarlo, Henry lo detuvo sin esfuerzo. Sujetó la lanza con una sola mano, observándola como si fuera un juguete roto, y luego la giró para clavarla en el propio pecho del hombre. El grito de agonía del guardia resonó en el campo de batalla.
—Ryan, te lo repito una vez más, para que quede claro, —dijo Henry, mientras lanzaba el cuerpo ensangrentado del guardia a un lado como si fuera un saco de arena—:No importa cuánta energía invoques, cuántos se sacrifiquen, o cuánto griten. Al final, todos ustedes se doblarán.
Ryan apretó los dientes, ignorando los gritos de dolor y el olor a sangre que impregnaban el aire. Su mente trabajaba frenéticamente, buscando una grieta, un punto débil, algo que pudiese utilizar contra el monstruo que tenía frente a él. Sin embargo, las palabras de Henry, dichas con tanta seguridad, empezaban a calar en su interior como un veneno. ¿Y si realmente era todo inútil? ¿Y si... no había manera de ganar?
Mientras tanto, Henry continuaba ignorando los ataques a su alrededor, su atención completamente centrada en el tormento psicológico que infligía a su cuñado.Porque la verdadera batalla no era solo de fuerza; era una guerra por quebrar la voluntad.
Henry alzó la mano con desprecio, y una nueva lanza, esta vez aún más grotesca y vibrante, se materializó en el aire. La energía que emanaba era densa, roja como la sangre recién derramada, y parecía pulsar con un ritmo macabro, como si tuviera vida propia. Con una sonrisa torcida, Henry apuntó directamente a Ryan, su mirada ardiendo con una mezcla de sadismo y diversión.
—Vamos, Ryan, dime —dijo con un tono burlón, casi teatral—.¿Cuántas runas de tu círculo de maná estás dispuesto a sacrificar esta vez?
La amenaza se cernía en el aire como una guillotina a punto de caer. Ryan apretó los puños, sintiendo el sudor frío correr por su espalda. Las palabras de Henry no solo buscaban provocarlo, sino desestabilizarlo por completo.
Henry giró ligeramente la lanza, haciendo que su filo vibrara y emitiera un sonido agudo y aterrador. —Si esta lanza te golpea, te aseguro que no morirás.—Hizo una pausa, dejando que sus palabras se filtraran lentamente—.Pero el 60% de tu cuerpo será obliterado.
La imagen mental que esas palabras evocaban hizo que el corazón de Ryan se detuviera por un segundo. Sin embargo, no podía permitirse dudar; la desesperación no era un lujo que pudiera darse en ese momento.
—Oh, y tu insolente muchacho seguirá muy pronto el mismo camino de su marchito padre.—Henry rió, una carcajada fría que resonó como un eco en el campo de batalla. Sus ojos brillaban con malicia mientras imaginaba la escena—.Me pregunto, Ryan, ¿llorará pidiendo la ayuda de su insignificante papi?
La burla golpeó como un mazazo en el alma de Ryan. Apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula dolió, pero no dijo nada. Sabía que Henry estaba jugando con él, disfrutando de su sufrimiento.
Henry no se detuvo. Dio un paso hacia adelante, haciendo que Ryan retrocediera instintivamente, y continuó con su discurso venenoso: —¿Se arrastrará por el piso, Ryan? ¿Gritará, suplicará, tal vez?—La lanza en su mano pareció volverse más oscura, como si se alimentara del mismo odio que emanaba de él—.Ah, casi lo olvido... Él dijo que cuando alcance mi rango, me mataría.
Henry inclinó la cabeza ligeramente, su expresión llena de cruel satisfacción. —Entonces, me aseguraré de que nunca llegue a tal rango.
El aire se volvió más pesado, cargado con la intención asesina de Henry, quien alzó la lanza, dispuesto a lanzarla. Ryan sabía que estaba al límite. Sus opciones eran pocas, y el tiempo se le acababa. Pero había algo en la mirada de Henry que lo hacía arder de rabia: esa certeza absoluta de su victoria, esa arrogancia desmedida que hacía que Ryan quisiera demostrarle que no todo estaba escrito.
La batalla no era solo de poder. Era una prueba de voluntad.Y Ryan estaba decidido a no ceder, aunque tuviera que sacrificar todo lo que le quedaba.
Henry dio un paso hacia adelante, y la presión que emanaba de su figura se sentía como una montaña aplastando a los que lo rodeaban. Con un movimiento de su mano, la lanza de sangre se alzó más alta, irradiando un resplandor oscuro que parecía devorar la luz a su alrededor. El aire crepitaba con la tensión de lo inevitable, mientras Henry se relamía, disfrutando cada segundo del sufrimiento de su cuñado.
—¿Vas a hacer algo, Ryan? —preguntó Henry, ladeando la cabeza con fingida curiosidad—. ¿O solo planeas quedarte ahí, temblando como el ratón insignificante que eres?
Ryan no respondió. En cambio, sus ojos estaban fijos en la lanza, intentando calcular el momento exacto para actuar. Sabía que no podía bloquearla; ni siquiera estaba seguro de poder esquivarla. Pero debía intentarlo. Por su hijo. Por todo lo que quedaba de su honor.
Henry, notando la determinación en la mirada de Ryan, sonrió ampliamente, una sonrisa tan fría como cortante. —Ah, ahí está. Esa chispa patética que siempre muestran los hombres cuando saben que no tienen ninguna posibilidad. Es adorable, Ryan, pero déjame decirte algo:esa pequeña flama que tienes... la apagaré lentamente.
Sin previo aviso, lanzó la lanza.
El aire rugió con la velocidad del proyectil. Ryan apenas tuvo tiempo de mover su cuerpo, torciendo su torso para evitar el impacto directo. La lanza pasó rozándole, pero la fuerza del ataque arrancó un trozo de su armadura y lo lanzó varios metros hacia atrás. El dolor ardió en su costado, y aunque logró mantenerse en pie, la sangre goteaba lentamente por la herida.
Henry aplaudió lentamente, burlándose. —Bravo, Ryan. Lo esquivaste... aunque de forma lamentable. Pero dime, ¿cuánto tiempo crees que puedes seguir así?Porque tengo todas las lanzas que necesito para hacerte pedazos.
Antes de que pudiera atacar de nuevo, Carlos apareció de repente entre ellos. Sus manos chisporroteaban con energía eléctrica pura mientras lanzaba una ráfaga de rayos hacia Henry. Cada impacto buscaba explotar en la barrera de espacio, forzándola al límite.
—¡Retrocede, monstruo! —gritó Carlos, sus ojos brillando con furia mientras descargaba toda su fuerza.
Henry levantó una ceja, casi divertido. —¿Monstruo? Carlos, pensé que ya sabías...los monstruos no retroceden.
Extendió una mano, atrapando uno de los rayos en pleno vuelo. La electricidad serpenteó alrededor de su brazo como un juguete obediente antes de disiparse en la palma de su mano. —¿Eso es todo? Qué decepción.
Con un movimiento inesperado, Henry apareció detrás de Carlos en un parpadeo, sujetándolo por el cuello. Levantó al viejo maestro en el aire con una facilidad aterradora.
—¿Esto es lo mejor que tienes, viejo? —preguntó Henry, mientras apretaba lentamente. Carlos luchaba por liberarse, sus manos intentando generar más energía, pero la fuerza de Henry era abrumadora.
Ryan, viendo la escena, apretó los dientes con frustración. Sabía que debía hacer algo, pero su cuerpo estaba al límite. Aun así, no podía quedarse inmóvil mientras su maestro sufría.
—¡Henry, basta! —rugió Ryan, reuniendo todo el poder que le quedaba para lanzar un ataque directo.
Henry giró ligeramente la cabeza hacia Ryan, su sonrisa más ancha que nunca. —¿Basta? Apenas estoy empezando.
Golpeó brutalmente a Carlos contra el suelo, pero sin soltarlo.Cada impacto era calculado, no para matar, sino para prolongar el sufrimiento.La sangre brotaba de la boca del maestro, pero sus ojos seguían llenos de determinación.
—Ryan... no... te detengas... —murmuró Carlos, apenas consciente.
Henry se rió al escuchar las palabras del anciano. —Qué conmovedor. ¿Crees que esto es sufrimiento? —Levantó a Carlos de nuevo, sosteniéndolo como si fuera un muñeco roto—. Esto, Carlos,es apenas el prólogo.
Sin embargo, antes de que pudiera continuar, una chispa de energía eléctrica surgió del cuerpo de Carlos, obligando a Henry a soltarlo por un instante. Ryan aprovechó la distracción, lanzándose con todo lo que tenía, aunque en el fondo sabía que no era suficiente.
Ryan cargó hacia Henry, empuñando su lanza con ambas manos, sus ojos llenos de una furia que apenas lograba contener. Cada paso que daba era un desafío al agotamiento y al dolor que atenazaban su cuerpo. Sabía que no podía ganar, pero también sabía que rendirse no era una opción.
Henry, viendo el intento desesperado de su cuñado, dejó escapar una risa grave y gutural. —¿De verdad, Ryan? ¿Crees que esto hará alguna diferencia? —Extendió una mano, y una serie de lanzas de sangre surgieron a su alrededor, apuntando directamente hacia Ryan—. Ven, déjame enseñarte lo que significa el verdaderodesprecio.
Antes de que las lanzas pudieran impactar, un guardia, el mismo que antes había intentado salvar a Ryan, se interpuso de nuevo. Su escudo, cubierto de marcas de batalla, brillaba débilmente con un encantamiento protector. El hombre gritó con valentía:
—¡No mientras yo respire!
El impacto fue brutal. Las lanzas de sangre golpearon el escudo con una fuerza que lo destrozó casi al instante. El guardia fue lanzado hacia atrás, chocando contra una pared cercana. Tosió sangre, pero aún intentaba levantarse. Henry lo observó con una mezcla de burla y curiosidad.
—Tienes agallas, insecto. Pero... no me interesa tu valentía. —Con un movimiento rápido, apareció frente al guardia, atrapándolo por el cuello como si fuera un trozo de papel.
Ryan, horrorizado, gritó: —¡Déjalo en paz, Henry! ¡Él no tiene nada que ver con esto!
Henry giró la cabeza hacia Ryan, con una sonrisa que helaba la sangre. —Oh, Ryan, ¿es que aún no lo entiendes?Todo tiene que ver conmigo.Este hombre se interpuso en mi camino. Eso es suficiente para hacerle saber qué significa cruzarse conmigo.
Con una fuerza descomunal, Henry comenzó a golpear al guardia contra el suelo. Cada impacto era un estruendo que hacía temblar el terreno bajo sus pies. La armadura del guardia se astillaba y doblaba, mientras gemidos de dolor escapaban de sus labios. Henry no lo mataba; no todavía. Cada golpe estaba calculado para infligir la mayor cantidad de sufrimiento posible sin acabar con su vida.
—¿Sientes eso? —murmuró Henry, mientras alzaba al guardia nuevamente y lo sostenía a la altura de su rostro—. Ese es el sabor de lamiseria.Y, créeme, esto es solo una pizca de lo que mi hijo soportó.
El guardia, con el rostro cubierto de sangre, apenas podía mantenerse consciente. Pero incluso en su estado, sus ojos desafiaban a Henry. —Tú... eres... un monstruo... —logró susurrar.
Henry sonrió, complacido. —¿Un monstruo? Claro que lo soy. Pero soy un monstruo con propósito. —Lo arrojó hacia un costado, como si fuera un muñeco roto, dejándolo tendido en el suelo, incapaz de moverse.
Ryan aprovechó el momento de distracción. Reunió toda la energía que le quedaba, canalizándola en su lanza. Con un grito de pura determinación, saltó hacia Henry, buscando un punto débil en su defensa.
Pero Henry lo esperaba. Con un movimiento casi casual, desvió la lanza, deformándola con un giro del espacio. Luego golpeó a Ryan con el dorso de su mano, enviándolo a volar varios metros.
—¿De verdad pensaste que eso funcionaría? —preguntó Henry, avanzando hacia Ryan, que yacía en el suelo, jadeando. Miró a Carlos, que apenas se mantenía en pie, y al guardia que había intentado proteger a Ryan—. Miren a su alrededor, ¿realmente creen que hay alguna posibilidad?
Levantó una lanza de sangre y la sostuvo sobre Ryan, que intentaba levantarse una vez más. —Pero no te preocupes, Ryan. No morirás hoy. No todavía. Quiero que veas cómo todo lo que amas es destruido. Quiero que sientas lo que yo sentí cuando mi hijo fue reducido a un lisiado, cuando su potencial fue robado.
Henry dejó caer la lanza. No hacia Ryan, sino a un lado, clavándola en el suelo como un símbolo de su control absoluto. Luego se giró hacia Carlos. —Y tú, maestro... ¿cuánto más puedes soportar antes de que te rompa? Vamos, demuestra que no eres solo un saco de huesos inútil.
La batalla aún no había terminado, pero el caos que Henry desataba parecía imparable.
Henry detuvo el ataque de Carlos con un movimiento despreocupado, apenas alzando una mano mientras su mirada seguía fija en Ryan, como si el patriarca de la rama no fuera más que un insecto zumbando cerca. Los rayos de Carlos se desvanecieron en un chisporroteo inútil, incapaces de atravesar la densa barrera de energía que protegía a Henry.
—Oye, Carlos, ¿valoras a tu hijo? —preguntó Henry con una sonrisa torcida, su tono burlón y cargado de veneno—. Porque, desde donde estoy parado, parece que no es así. ¿O es que estás dispuesto a perderlo aquí y ahora por tus estúpidos intentos de detenerme?
Las palabras de Henry atravesaron el aire como dagas, y aunque Carlos mantenía su postura firme, el impacto de la burla era evidente. Su mandíbula se tensó, y los rayos que intentaba invocar parecieron flaquear por un instante.
Pero, aunque Henry aparentaba total dominio, en lo más profundo de su mente algo lo inquietaba. Su atención, dividida entre el campo de batalla y una sensación persistente, lo mantenía alerta.No podía permitirse ir tras su hijo mayor, Bernardo.Desde hace un tiempo, había sentido una presencia extraña, una energía poderosa que no se molestaba en ocultarse.
Sabia esa presencia era el enviado por la familia principal.
Esa fuerza desconocida estaba allí, cerca de Bernardo y Peter, como un cazador silencioso esperando su momento. Peter, junto con los guardias, perseguía a Bernardo implacablemente, pero Henry sabía que el verdadero peligro no provenía de ellos. Algo, o alguien, estaba observando, como un depredador que disfrutaba del espectáculo antes de atacar.
Henry respiró hondo, forzándose a mantener la compostura. No podía distraerse demasiado; los insectos frente a él seguían luchando, desesperados por mantener una batalla que claramente no podían ganar.
—¿Qué te pasa, Carlos? ¿Te quedaste sin energía? —continuó burlándose Henry, girando ligeramente la cabeza hacia el viejo patriarca—. Aunque, para ser honesto, eso no me sorprende. Has desperdiciado tu vida intentando preservar una familia que nunca mereció el poder que tiene.
Con un movimiento casual, Henry lanzó una onda de energía espacial que desvió los restos de los rayos de Carlos, haciéndolos explotar a varios metros de distancia. El estruendo resonó como un trueno, y el suelo tembló bajo el impacto.
Ryan, tambaleándose, intentó aprovechar la distracción para atacar de nuevo, pero Henry lo detuvo con un simple gesto. Una lanza de sangre emergió de la nada y bloqueó su camino, haciendo que Ryan retrocediera, maldiciendo entre dientes.
—Deberías quedarte quieto, Ryan. Ya te dije que no morirás hoy... pero puedo hacer que lo desees —dijo Henry, volviendo su atención al joven mientras sus ojos brillaban con una mezcla de crueldad y cálculo.
A pesar de su superioridad, Henry no podía ignorar la inquietud que sentía. Sabía que algo estaba acechando a su hijo, y aunque confiaba en que Bernardo podría resistir, la incertidumbre lo carcomía.
—Terminaré con esto pronto —murmuró para sí mismo, sus palabras apenas audibles. Pero su determinación no flaqueaba, y mientras mantenía a raya a sus adversarios, una pequeña parte de su mente seguía atenta, tratando de discernir qué amenaza se cernía sobre los suyos.
Henry respiró profundamente, dejando que su energía fluyera en oleadas alrededor de su cuerpo.Podía detener a estos bastardos frente a él con facilidad, podía aplastarlos con un solo movimiento si lo deseaba, pero su mente estaba en otra parte. Una presencia oscura, amenazante, permanecía fija en su conciencia, vigilando a sus hijos. Esa figura, ese ser, tenía algo distinto.
Henry lo sabía.
No era como los oponentes que había enfrentado antes, ni siquiera como los patéticos intentos de resistencia que Carlos o Ryan representaban ahora. Esa figura, ese vigilante sin rostro, no estaba simplemente observando; estaba midiendo, evaluando, como un depredador que decide el momento exacto para atacar.
El sudor frío recorrió la espalda de Henry, aunque jamás lo admitiría.Sabía que esa entidad era de un rango superior al suyo.Una fuerza que trascendía lo que podía manejar, lo que podía derrotar. Y si se atrevía a enfrentarlo, probablemente encontraría su límite, un pensamiento que lo irritaba tanto como lo inquietaba.
Henry cerró los ojos por un breve instante, dejando que su mente procesara lo que sentía. Había enfrentado muchos desafíos antes, seres que reclamaban ser invencibles, pero nunca había tenido esta certeza:no podía ganar.
—Maldición... —murmuró para sí mismo, su tono bajo y cargado de frustración.
Sabía que eran fuertes.Pero esta vez, podía sentir algo distinto en ellos, algo que lo hacía retroceder internamente.Eran más fuertes que él.No solo en poder bruto, sino en la presencia, en esa sensación abrumadora que lo envolvía como una sombra implacable.
Carlos, aún jadeante tras su último ataque fallido, vio un destello de algo en los ojos de Henry. ¿Era duda? ¿O simple ira contenida?
—¿Qué pasa, Henry? —preguntó Carlos con un intento de burla, aunque la fatiga en su voz era evidente—. ¿Te estás cansando? ¿O tal vez... tienes miedo?
Henry abrió los ojos lentamente, su expresión endurecida pero con una chispa de irritación que no logró ocultar del todo.
—¿Miedo? —repitió en un tono peligroso, su voz baja pero cargada de veneno—. Si supieras lo que realmente acecha más allá de esta ridícula pelea, Carlos, te arrodillarías suplicando por tu vida. Pero no te preocupes... lo descubrirás pronto.
Mientras hablaba, su atención se desvió un instante hacia el horizonte, hacia donde sabía que estaban Bernardo y Peter. Su mandíbula se tensó. Esa figura no intentaba ocultar su presencia; de hecho, parecía querer que Henry supiera que estaba allí, que sintiera su poder, su superioridad.
Y Henry, aunque detestaba admitirlo,la sentía claramente.
El rostro de Henry se endureció, y sus dientes rechinaron mientras apretaba con más fuerza la lanza de sangre que mantenía suspendida entre sus dedos. Esta vez no se trataba de un simple juego o de un despliegue de poder.La ira que lo consumía era mucho más profunda, mucho más personal.
En su mente, las imágenes de su hijo recién nacido se mezclaban con las de la batalla presente. Podía recordar con una claridad dolorosa el instante en que lo sostuvo por primera vez, su diminuto cuerpo envuelto en mantas, y cómo una pequeña mano se aferró con fuerza a su dedo meñique. Fue un momento efímero de pura alegría, un destello de esperanza que iluminó su alma.
Pero esa esperanza se convirtió en un tormento.
Los gritos del bebé resonaron en su memoria, desgarradores e imborrables.Lágrimas carmesí fluyeron de los ojos de su hijo, manchando su rostro y sus manos, marcándolo como un lisiado. Ese instante fue el preludio de un futuro arrancado de cuajo, de un destino cruel sellado por la debilidad de Henry, por su incapacidad de proteger lo que más amaba.
La culpa lo consumía como un fuego inextinguible, y esa imagen, esa visión de su hijo llorando sangre, se había convertido en un espectro que lo perseguía.Lo recordaba cada vez que cerraba los ojos, cada vez que tocaba la lanza que ahora parecía latir con su furia.
—No fui lo suficientemente fuerte... —murmuró entre dientes, su voz un susurro cargado de odio. Sus palabras apenas eran audibles, pero el eco de su ira vibraba en el aire, envolviendo a todos a su alrededor.
El "bastardo" que había hecho esto, quien había cortado la herencia espiritual de su hijo, había condenado no solo al niño, sino también a Henry mismo.Cada segundo de sufrimiento de su hijo era una herida abierta en su alma, y cada día que pasaba con esa culpa era una confirmación de su fracaso.
—¡NO MÁS! —bramó Henry, su grito desgarrando el aire y haciendo temblar el suelo bajo sus pies.
La lanza de sangre en su mano pareció cobrar vida, extendiéndose y pulsando como si compartiera su rabia. La energía carmesí danzó en espirales caóticas, y Henry la lanzó con una fuerza devastadora hacia Ryan. Esta vez, no era solo un ataque. Era el grito de un padre cuya ira y dolor no podían contenerse.
—¡Te aseguro que probarás el peso de mi sufrimiento! —rugió, mientras las ondas de energía que emanaban de su cuerpo desataron un torrente que desgarró el suelo y apagó los rayos de Carlos como si fueran velas al viento.
La batalla, que ya era un infierno para quienes lo enfrentaban, había alcanzado un nuevo nivel de brutalidad.Esta no era solo una lucha por poder o dominio.Era un conflicto alimentado por un dolor que no podía ser silenciado y una culpa que nunca podría redimirse.
Henry permanecía inmóvil por un instante, el caos a su alrededor parecía desvanecerse mientras sus pensamientos lo arrastraban hacia un abismo que intentaba ignorar.Los recuerdos que tanto temía se filtraban como veneno, invadiendo su mente con una fuerza que ni siquiera él podía contrarrestar.
Su hijo, pequeño e indefenso, llorando mientras lágrimas de sangre corrían por sus mejillas. La escena volvía con una claridad brutal, como si estuviera ocurriendo justo frente a él.Podía oír los gritos, sentir las diminutas manos del niño aferrándose a su ropa, buscando un consuelo que él no podía ofrecer.
El día en que todo cambió aún lo atormentaba.Recordaba las voces de los sanadores, desesperados, pronunciando palabras que no quería escuchar:
—Su herencia espiritual ha sido cortada... Es irreversible.
Las palabras lo golpearon como dagas, pero nada fue tan desgarrador como el llanto de su hijo, una mezcla de dolor físico y espiritual que resonaba como una maldición eterna.
El culpable estaba ahí,un hombre que se había atrevido a profanar la sangre de Henry, quebrando no solo a su hijo, sino también el legado que debía haber heredado.
—Tu hijo nunca será un guerrero —había dicho aquel bastardo, con una sonrisa burlona mientras sostenía entre sus manos los restos de la conexión espiritual del niño.
Henry recordaba cómo el aire se había llenado de un hedor metálico, el olor de la sangre de su hijo esparcida por el suelo, una escena que jamás podría borrar.
Se odió en ese momento como nunca antes.
¿Por qué no llegó a tiempo? ¿Por qué no fue lo suficientemente fuerte para protegerlo? Su mente le mostraba, una y otra vez, la misma escena: el rostro del niño bañado en lágrimas carmesí, mientras su pequeña figura temblaba de dolor.
Y después, los años siguientes.Las miradas de los demás, las burlas silenciosas y los susurros venenosos.
—El hijo del gran Henry... un lisiado. Qué ironía.
Esas palabras lo perseguían incluso en sueños. Sabía que su hijo había escuchado lo mismo, que cada palabra era un cuchillo que se clavaba más profundamente en su espíritu roto.
Henry apretó los puños, sintiendo cómo su poder comenzaba a descontrolarse.El espacio a su alrededor se deformaba, fragmentándose como un espejo roto, reflejando el caos interno que lo consumía.
—¡Fue mi culpa! —gruñó entre dientes, apenas un susurro, pero cargado de un odio tan feroz que parecía hacer vibrar el aire.
La culpa lo corroía, lo devoraba desde dentro, y esa culpa era un monstruo que lo seguía a todas partes.
No importaba cuánto poder tuviera ahora. No importaba cuántas vidas destrozara en su camino.El daño ya estaba hecho, y nada de lo que hiciera podría revertirlo.
—No fui lo suficientemente fuerte para protegerte... pero lo seré para vengarte. —Sus palabras estaban llenas de una promesa oscura.
Con un rugido, Henry volvió al presente, lanzando su poder en un ataque devastador hacia Ryan y Carlos, pero esta vez su rabia no era para ellos.Era para sí mismo, para el hombre que había fallado cuando más importaba, y para el mundo que se atrevió a arrebatarle a su hijo.
Henry levantó su mirada, y aunque su rostro permanecía impasible, sus ojos brillaban con un tormento insondable. La realidad y los recuerdos se entrelazaban, cada escena de su pasado superponiéndose al presente como un espectro burlón.Sus manos, que ahora moldeaban la lanza de sangre con maestría aterradora, temblaban apenas perceptiblemente bajo el peso de su furia y su dolor.
Ryan y Carlos aprovecharon lo que parecía ser un instante de distracción, lanzándose con renovada determinación.El agua y los rayos convergieron en un ataque sincronizado, una tempestad de maná diseñada para romper las defensas de Henry. Pero él, atrapado entre el presente y los ecos de su fracaso,extendió su mano con un gesto casi desinteresado.
—¿Creen que su poder importa? —susurró, su voz helada.El aire alrededor de su barrera estalló en un rugido ensordecedor, dispersando los ataques como si fueran nada.
Los recuerdos seguían inundándolo, desgarrándolo desde dentro. Podía ver a su hijo más pequeño,apenas capaz de sostenerse en pie durante los entrenamientos, esforzándose más allá de sus límites para tratar de alcanzar siquiera una fracción del legado que le fue arrebatado.La frustración en sus ojos infantiles, las lágrimas que caían en silencio cuando creía que nadie lo miraba.
Y entonces, la burla de otros.Los comentarios de los nobles, de aquellos que se atrevieron a señalar con desprecio al primogénito de Henry.
—Ni siquiera puede manipular su maná correctamente. ¿De qué sirve tener tal linaje si su descendencia es tan débil?
—Un desperdicio... el chico debería haber muerto en lugar de cargar con semejante vergüenza.
Henry había soportado esas palabras, no porque no le importaran, sino porque cada una era un recordatorio de su impotencia.Él había jurado que su hijo no sufriría más, que compensaría esa debilidad con su propia fuerza.
De regreso en el presente, Henry movió un dedo y la lanza de sangre que flotaba sobre élcambió de forma, multiplicándose en una docena de armas que rodearon a Ryan y Carlos. Su mirada, vacía y distante, se posó en Ryan con una frialdad glacial.
—No tienes idea de lo que es verdadero sufrimiento.Lo que hago contigo es apenas una sombra de lo que él soportó cada día.
Carlos, jadeando, canalizó más rayos, peroantes de que pudiera completar su técnica, Henry apareció a su lado con una velocidad cegadora.
—¿Y tú? ¿Crees que puedes salvarlo? —preguntó con un tono casi burlón, pero sus palabras estaban cargadas de algo más oscuro, una rabia contenida que parecía a punto de estallar.Le propinó un golpe con el dorso de su mano, enviando a Carlos a estrellarse contra una pared cercana.
Henry se volvió hacia Ryan, caminando lentamente, cada paso cargado de una intención abrumadora.Su aura se intensificó, y el espacio mismo parecía distorsionarse a su alrededor, como si la realidad no pudiera contener su poder.
—Dime, Ryan... ¿cómo suena el llanto de tu hijo? —preguntó, su tono cargado de veneno.El peso de esas palabras cayó como una sentencia.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto por el cansancio como por la furia.
—No te atrevas a mencionarlo... —gruñó, su voz rota pero firme.El aura de su círculo de maná comenzó a fluctuar, signos de que estaba dispuesto a sacrificar más para mantenerse en la lucha.
Henry soltó una carcajada amarga.
—¿Por qué no? —replicó, inclinando la cabeza como un depredador estudiando a su presa.—Tú nunca sabrás lo que es perderlo todo. Nunca entenderás lo que significa ver a tu hijo reducido a nada mientras tú observas, incapaz de hacer algo.
Con un movimiento brusco, Henry alzó su mano y creó una esfera de energía oscura, aplastante y pulsante, que comenzó a descender lentamente hacia Ryan.
—Así que baila, Ryan. Baila por tu hijo, como yo bailé por el mío cuando el mundo lo destrozó ante mis ojos.
La esfera oscura avanzaba con una lentitud deliberada, casi burlona, mientras Ryan luchaba por mantenerse firme. Cada pulso de energía emanaba una fuerza que hacía vibrar el suelo bajo sus pies.El sudor caía de su frente como ríos, y su respiración se volvía cada vez más errática.Sabía que no podría detener aquello; lo único que lo mantenía de pie era el orgullo y el odio que sentía hacia Henry.
Henry se detuvo a unos pasos de él, observando cada movimiento de su cuñado como un cazador examinando a una presa herida.Pero su mente seguía atrapada en las imágenes de su hijo, el llanto desesperado, las lágrimas de sangre que recorrían sus mejillas infantiles.No importaba cuántas veces intentara enterrarlas en el olvido, esos recuerdos siempre volvían a atormentarlo.
—¿Eso es todo, Ryan? —preguntó Henry, su voz baja y cargada de desprecio—. ¿Eso es todo lo que puedes ofrecer? Ni siquiera puedes detener esta pequeña muestra de lo que soy capaz.
Ryan apretó los dientes, su círculo de maná parpadeando con una energía caótica y descontrolada.
—No te subestimes, Henry... —gruñó, aunque sus palabras carecían de la convicción de antes—. Tú también puedes caer.
Henry soltó una carcajada seca, sin humor.
—¿Caer? ¿Crees que puedes derribarme? —Su voz se llenó de un desprecio ardiente mientras daba un paso más cerca, permitiendo que la esfera pulsante de energía siguiera su descenso lento pero implacable hacia Ryan.—No has entendido nada. Yo ya caí, Ryan. Hace años, cuando perdí a mi hijo, cuando lo vi reducido a un lisiado por culpa de tus malditos aliados.
Los recuerdos lo golpearon de nuevo como un martillo.La imagen de su hijo de pie frente a un grupo de niños nobles, quienes lo señalaban y se reían de él. Su hijo apretando los puños, intentando contener las lágrimas, mientras una de esas pequeñas bestias decía:
—¿De qué sirve ser el hijo de Henry si no puedes ni siquiera activar una runa?
El eco de esas palabras lo llenaba de rabia incluso ahora.La esfera de energía oscura, como si respondiera a su ira, comenzó a aumentar en intensidad, su brillo oscuro quemando el aire a su alrededor.
—Dime, Ryan, ¿cuántas veces has tenido que ver a tu hijo humillado por algo que no puede controlar? —Henry dio otro paso, inclinándose levemente hacia él—. ¿Cuántas veces has tenido que escuchar cómo otros se burlan de él, lo llaman inútil, y no puedes hacer nada porque sabes que tienen razón?
Ryan, con cada palabra, sentía cómo el peso de esa esfera se hacía más insoportable. Pero no respondió; su odio no le permitía ceder.
—¡Cállate! —rugió finalmente, lanzando un torrente de energía en un intento desesperado por romper la esfera.
La explosión fue ensordecedora, pero inútil.La esfera absorbió el ataque como si no fuera más que una brisa ligera. Henry ni siquiera se inmutó.
—Patético... —susurró, levantando un dedo. La esfera comenzó a descender más rápido, obligando a Ryan a arrodillarse bajo la presión.
En ese momento, Carlos, tambaleándose pero decidido, lanzó una serie de rayos hacia Henry desde un costado. Aunque sabía que probablemente no tendrían efecto, su deber como padre lo empujaba a intentarlo.
—¡Déjalo en paz, Henry! —gritó Carlos, su voz cargada de desesperación.
Henry, sin siquiera girarse, extendió una mano y desvió los rayos con un simple gesto, dispersándolos como si fueran inofensivos. Luego, finalmente, lo miró, su expresión una mezcla de burla y frialdad.
—¿Por qué no ahorras tu energía, Carlos? —dijo, avanzando hacia él lentamente mientras la esfera de energía seguía aplastando a Ryan—. Deberías agradecerme por no matarte ahora mismo.
Pero mientras hablaba,su mirada volvió a nublarse por los recuerdos.Su hijo llorando en sus brazos, su cuerpo temblando de dolor mientras le susurraba:
—¿Por qué, padre? ¿Por qué no puedo ser como los demás?
Esa pregunta, esa maldita pregunta, lo había perseguido desde entonces. Y ahora, con cada golpe que daba, con cada muestra de su fuerza, intentaba llenar ese vacío, borrar esa impotencia que lo consumía.Pero sabía que nunca lo lograría.
La tensión en el aire era palpable, como si el mismo mundo contuviera la respiración ante el enfrentamiento que se desarrollaba.Ryan, con el sudor perlándole la frente y el corazón golpeando como un tambor de guerra, sintió que las palabras de Henry no solo lo atacaban físicamente, sino también emocionalmente.Era una herida que intentaba ignorar, pero que ardía más con cada segundo que pasaba.
La esfera oscura que Henry controlaba pulsaba con un poder aterrador, una fuerza que parecía burlarse de cualquier intento de resistencia.Ryan sabía que, aunque las probabilidades estaban en su contra, no podía permitirse vacilar. Este no era solo un enfrentamiento de poder, era una lucha por el orgullo de su familia y su propio legado.
—¿Eso es todo lo que tienes, Ryan? —dijo Henry, su voz cargada de burla mientras daba un paso más hacia su cuñado, su presencia amenazante acentuada por el oscuro resplandor que lo envolvía—. Si este es tu límite, quizás debería acabar contigo ahora y ahorrarte la humillación.
Ryan apretó los dientes, ignorando el dolor que quemaba su cuerpo. La humillación de ser llamado débil, inútil, lo carcomía, pero se negó a dejar que esa ira lo controlara.Reuniendo cada gramo de su fuerza, levantó su lanza, que brillaba con un tenue resplandor azul, un reflejo de la energía que comenzaba a canalizar.
—No... No dejaré que te salgas con la tuya, Henry —gruñó Ryan, con la determinación iluminando sus ojos como una llama creciente—. No importa cuán poderoso seas, ¡no te dejaré destruirnos!
Henry rió con una frialdad que hizo que la sangre de los presentes se helara.
—Destruirlos, dices... —dijo, su tono casi indiferente mientras observaba cómo Ryan acumulaba su energía—. No entiendes nada. Esto no es destrucción, Ryan. Esto es justicia. Esto es balance.
La esfera oscura comenzó a crecer, como si respondiera a la voluntad de Henry, mientras el suelo bajo sus pies se resquebrajaba bajo la presión de su poder.Sin embargo, Ryan no retrocedió. En cambio, plantó sus pies con fuerza y comenzó a trazar un círculo de runas a su alrededor, un complejo patrón que brillaba intensamente con un azul profundo.
Desde el otro lado, Carlos, debilitado pero decidido, levantó una mano. Una chispa de electricidad surgió de sus dedos, creciendo en intensidad hasta convertirse en un rayo que golpeó la esfera de Henry. El ataque hizo que el escudo de energía de Henry temblara por un momento, pero no se rompió.Henry ni siquiera miró a Carlos, su atención completamente enfocada en Ryan.
—Ryan, dime —dijo Henry, su tono bajo pero cargado de amenaza—, ¿cuántas runas más estás dispuesto a sacrificar para mantener esta farsa?
Ryan no respondió. En lugar de ello, lanzó su lanza con toda la fuerza que pudo reunir.El arma se convirtió en un destello de energía que cruzó el aire con una velocidad cegadora, apuntando directamente al pecho de Henry.
Por un momento, parecía que el ataque podría funcionar.Pero Henry levantó una mano con calma, y el espacio mismo pareció torcerse a su alrededor.La lanza se deformó y desapareció en un abrir y cerrar de ojos, como si nunca hubiera existido.
—¿Eso es todo? —preguntó Henry, con una sonrisa burlona mientras caminaba hacia Ryan, ignorando por completo los intentos de Carlos por detenerlo—. Esto ni siquiera es entretenido. Si vas a luchar por tu vida, al menos intenta que valga la pena.
Ryan cayó de rodillas, jadeando mientras intentaba reponer su energía. Pero incluso en su estado debilitado, sus ojos ardían con determinación. No se rendiría. No mientras quedara una chispa de esperanza.Detrás de él, uno de los guardias, un joven de rostro decidido, dio un paso al frente, sosteniendo su espada con ambas manos.
—¡Déjalo en paz! —gritó el guardia mientras cargaba hacia Henry con todo lo que tenía.
Henry, sin siquiera girarse, atrapó al joven por el cuello en el aire con una sola mano.
—¿En serio? —dijo, apretando ligeramente mientras levantaba al guardia, que comenzó a luchar por respirar—. ¿Es esto lo mejor que tienen para ofrecerme?
El sonido de los huesos crujir resonó mientras Henry lo estrellaba contra el suelo con brutalidad, pero sin matarlo.Luego lo levantó de nuevo y lo golpeó con un puño cerrado, enviando sangre y saliva volando mientras la mandíbula del joven se torcía en un ángulo extraño.
—¿Crees que puedes desafiarme? —gruñó Henry mientras continuaba golpeándolo, cada impacto resonando como un martillo sobre metal—. Esto es solo una pequeña muestra del sufrimiento que mi hijo ha tenido que soportar por tu maldita familia.
Finalmente, Henry soltó al guardia, dejándolo caer como un muñeco roto al suelo. El joven, aunque aún respiraba, estaba inconsciente, con su cuerpo temblando de dolor. Henry se volvió hacia Ryan, su mirada llena de furia y determinación.
—¿Y tú, Ryan? —dijo, dando un paso más cerca—. ¿Cuánto más puedes soportar antes de romperte?
—No subestimes mi poder—gritó Ryan, su voz resonando como un eco de desafío en la densa atmósfera del campo de batalla. Alrededor de él, el aire vibraba con la energía acumulada de sus runas. Estaba al límite, pero no podía flaquear; debía proteger lo poco que quedaba de su honor y su familia.
Henry, al escuchar esas palabras, dejó escapar una risa áspera, una mezcla de burla y desprecio. Sin mediar más palabra, lanzó un golpe con su puño libre hacia la lanza de sangre que sostenía. Lo que ocurrió después paralizó a todos los presentes.La lanza comenzó a cambiar, a transformarse en algo más aterrador.
El espacio mismo parecía cobrar vida, retorciéndose como una serpiente que rodeaba la lanza de sangre. Los fragmentos dimensionales se entrelazaron con la energía roja en una danza macabra, creando un arma que no solo era mortal, sino también imposible de comprender para los sentidos humanos. La combinación de sangre y espacio emitía un aura opresiva que parecía desgarrar la realidad.
Carlos, que observaba desde un costado mientras intentaba mantener su propia defensa,abrió los ojos con terror absoluto.Había visto muchas de las atrocidades de Henry, pero esta vez era diferente. Esta lanza no era para jugar, no era para torturar.Esta era un arma diseñada para matar, para erradicar a Ryan en cuerpo y alma.
—¡Detente, maldito! ¡No puedes hacer esto!—gritó Carlos, desesperado, lanzando un rayo hacia Henry. Pero la electricidad se desvaneció al tocar la barrera de espacio que Henry manejaba con facilidad.
Henry giró su rostro hacia Carlos, sin perder el control de la lanza. Sus ojos eran pozos vacíos, un abismo de crueldad pura.
—¿Detenerme? ¿Por qué lo haría? —murmuró con frialdad, su voz llena de veneno. Luego, mirando a Ryan, añadió—:Esta vez, no jugaré con tu vida, Ryan. Esta vez te arrancaré de esta existencia. Tu insignificante alma será obliterada, y con ella, cualquier esperanza que hayas albergado de proteger tu legado.
Ryan sintió el peso de esas palabras como un golpe directo a su pecho. Pero no retrocedió.No podía retroceder.Con un rugido de desesperación, invocó una nueva runa, dejando que su maná se agotara en un último intento por detener lo inevitable.
—¡No te dejaré ganar, Henry! ¡No mientras siga respirando!
Henry inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara esas palabras. Luego, con una sonrisa cruel,cargó la lanza transformada hacia Ryan, mientras la energía envolvía todo a su paso, desintegrando incluso el aire.
—¿Detente, Henry?—gritó Carlos, su voz cargada de desesperación y autoridad—.No puedes matar a Ryan. Lo sabes; esto sería una grave ofensa de la cual, ni como líder de nuestra rama familiar, podrías salir indemne.
Henry detuvo momentáneamente su avance. La lanza de sangre y espacio temblaba en su mano como si ansiara completar su propósito, pero Henry simplemente inclinó la cabeza hacia Carlos, con una expresión de absoluto desdén.
—¿Y qué, viejo?—respondió Henry, con una calma que resultaba aún más aterradora que cualquier grito—.Si quiero su muerte, ¿quién me va a detener?
El silencio fue cortado por una risa baja, burlona, casi gutural.
—¿Acaso tú lo harás, Carlos?—continuó, avanzando lentamente hacia el patriarca—.¿Vas a detenerme con tus ridículos rayos que no pueden ni rasgar mi escudo?
La atmósfera se tensó aún más.Carlos apretó los dientes mientras intentaba reprimir el pánico. Henry era un monstruo, y su confianza lo hacía aún más peligroso.
Henry giró la cabeza levemente, como si algo le llamara la atención en el aire. Entonces sonrió con una malicia tan intensa que Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Oh, espera, ¿lo hará tu otro hijo?—dijo, alzando una ceja mientras sus ojos se desviaban hacia un punto aparentemente vacío en el campo de batalla—.¿Ese pobre imbécil que cree que puede esconderse? ¿Ese que intenta acercarse sigilosamente, esperando apuñalarme como un cobarde?
El cuerpo de Carlos se tensó.
—¡No lo hagas, Henry!—gritó, pero su voz ya no tenía la firmeza de antes.
Henry rió entre dientes, una risa que resonó como un eco macabro en el campo de batalla.
—No me hagas reír, Carlos. Si realmente valoraras a tus hijos, no los habrías enviado a la boca del lobo.
Entonces,la lanza de sangre comenzó a brillar con un nuevo resplandor, y Henry levantó una mano, apuntando directamente al espacio donde, segundos después, se reveló la figura temblorosa del hijo menor de Carlos. El joven, que intentaba acercarse sigilosamente por detrás, quedó congelado en su lugar, paralizado por el descubrimiento.
—Ahí está. El pequeño cachorro que aún no sabe cómo morder.
Henry movió la lanza con una fuerza desgarradora, y aunque el ataque no fue dirigido al joven, este cayó al suelo por el impacto de la energía liberada, tosiendo y luchando por levantarse mientras Henry lo observaba con una mezcla de diversión y desprecio.
—Esto es lo que has criado, Carlos. Pequeños cachorros que creen que pueden desafiar a un lobo.
Henry apenas giró su mirada hacia el joven que había osado acercarse, percibiendo con desinterés que no era el segundo hijo varón de Carlos, como había asumido al principio.Era el tercero, el más joven de todos, el cachorro fiel y servil que siempre había estado a la sombra de sus hermanos mayores.
—¿Qué tenemos aquí?—murmuró Henry, con una risa cargada de burla mientras fijaba sus ojos en el tembloroso muchacho—.¿El perrito faldero que cree que puede morder?
El joven,con el rostro empalidecido pero los ojos llenos de una lealtad fanática hacia su familia, no retrocedió ni un paso.Se plantó firme, aunque sus piernas temblaban ante la abrumadora presencia de Henry.
—¡No dejaré que sigas humillando a mi familia!—gritó el joven, con una valentía que rozaba la imprudencia.
Henry arqueó una ceja, como si realmente estuviera impresionado por la osadía del muchacho, antes de dejar escapar una carcajada que resonó como un trueno.
—¿De verdad crees que alguien como tú puede detenerme?—se burló, avanzando lentamente hacia él. La lanza de sangre y espacio seguía entre sus manos, chisporroteando con un poder que parecía querer devorar todo a su paso—.Eres una pulga, un insecto que ni siquiera vale la pena aplastar. Pero... ya que estás aquí, tal vez debería enseñarte cuál es tu lugar.
Con un movimiento rápido como un rayo, Henry apareció frente al joven, atrapándolo por el cuello con una sola mano.La fuerza del agarre fue suficiente para levantarlo del suelo, dejando sus piernas pateando el aire inútilmente.
—¿Así es como defiendes a tu familia?—susurró Henry, con una sonrisa cruel mientras apretaba un poco más—.¿Así es como un perro leal protege a sus amos? Patético.
Desde atrás, Ryan observaba con el corazón en un puño.El tiempo parecía ralentizarse mientras veía al joven ser sometido tan fácilmente.La determinación ardía en sus ojos, sabiendo que debía actuar. Pero también sentía el peso de sus propias limitaciones.
—¡Déjalo, Henry!—gritó Carlos, desesperado, mientras lanzaba un nuevo ataque con sus rayos, que golpearon el escudo de espacio sin efecto alguno.
Henry no respondió de inmediato. En cambio, bajó la mirada hacia el muchacho que aún sostenía por el cuello.
—Quizás no te mate, cachorro, pero quiero que recuerdes este momento. Que entiendas lo insignificante que eres.
Entonces,golpeó brutalmente al joven con su puño libre, cada impacto resonando como un tambor de guerra en el campo de batalla.El chico tosió sangre, pero no emitió un solo grito. Su lealtad lo mantenía en silencio, incluso cuando la oscuridad comenzaba a nublar su visión.
—¡Basta, Henry!—rugió Ryan, finalmente reuniendo todo el poder que tenía en un intento desesperado por liberar al joven.
Henry alzó la vista, su rostro ahora lleno de un interés sádico.
—¿Basta? Oh, Ryan, esto es apenas una muestra de lo que puedo hacer. Este cachorro ni siquiera ha comenzado a sufrir.
Con un gesto despreocupado, lanzó al muchacho hacia el suelo, su cuerpo inerte rodando varios metros antes de detenerse.El joven estaba vivo, pero apenas consciente, su cuerpo maltrecho y lleno de hematomas.
—¿Quién será el siguiente?—dijo Henry, mirando a Ryan y Carlos con una sonrisa que prometía aún más destrucción.
Carlos apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas, la impotencia y la rabia lo consumían. Su hijo más joven, ahora postrado en el suelo, destrozado en cuerpo y espíritu, era un testimonio viviente de la brutalidad y crueldad de Henry.
—¡Henry, maldito bastardo!—rugió Carlos, liberando una onda de electricidad que iluminó el campo como un sol naciente. Su energía era tan intensa que incluso los espectadores a distancia retrocedieron, temiendo ser alcanzados por su furia descontrolada.
Henry, sin embargo, ni siquiera miró hacia Carlos. Sus ojos estaban fijos en Ryan, que temblaba de furia y miedo.
—¿Qué pasa, cuñado? ¿Te he dejado sin palabras?—preguntó Henry con una sonrisa torcida, mientras daba un paso hacia él.
—¿Cómo puedes...? ¡Eres un monstruo!—gritó Ryan, su voz cargada de una mezcla de desesperación y odio. Su lanza temblaba en su mano, la energía que la rodeaba fluctuaba como si reflejara el estado de ánimo del portador.
—¿Un monstruo?—Henry dejó escapar una carcajada, un sonido seco y cruel que retumbó en el aire—.¿Crees que soy un monstruo solo porque soy más fuerte? No, Ryan, yo soy la realidad que ustedes, los débiles, se niegan a aceptar.
Sin previo aviso, Henry desapareció de la vista y reapareció frente a Ryan en un abrir y cerrar de ojos. Antes de que este pudiera reaccionar,Henry lo sujetó por la garganta con una mano, levantándolo del suelo como si no pesara nada.
—Déjalo, Henry. ¡Esto ya ha ido demasiado lejos!—gritó Carlos, avanzando hacia ellos, pero una simple mirada de Henry lo detuvo en seco.
—¿Demasiado lejos?—repitió Henry, apretando ligeramente su agarre en el cuello de Ryan, quien jadeaba en busca de aire—.No, Carlos. Esto apenas está comenzando.
De repente, un destello de energía cortó el aire entre Henry y Carlos.Una figura encapuchada apareció, emergiendo de las sombras como un fantasma.Su presencia era imponente, y aunque no dijo una palabra, la presión que emanaba su cuerpo era suficiente para hacer que el aire mismo pareciera más pesado.
Henry entrecerró los ojos, soltando a Ryan, quien cayó al suelo tosiendo y tratando de recuperar el aliento.
—Finalmente decides mostrarte...—dijo Henry con un tono frío, mirando a la figura encapuchada—.Debo admitir que me intrigabas. Pensé que solo eras un cobarde observando desde las sombras.
La figura permaneció en silencio, pero levantó una mano, y una onda de energía invisible atravesó el espacio, obligando a Henry a retroceder varios pasos. Los ojos de Henry brillaron con un peligroso entusiasmo.
—Así que tienes algo de poder, ¿eh? Bien, esto será interesante.
Carlos miró a la figura con una mezcla de esperanza y temor.¿Quién era este nuevo jugador en el campo?¿Sería un aliado inesperado o simplemente otro enemigo con sus propios intereses? Por primera vez en mucho tiempo, Henry parecía haber encontrado algo que no podía controlar completamente, y el destino de todos los presentes pendía de un hilo.
Con un movimiento rápido y decidido, Henry desató una onda de energía devastadora. El aire vibró con fuerza cuando lanzó un ataque hacia Ryan, quien apenas tuvo tiempo para reaccionar. La lanza brilló intensamente mientras se dirigía hacia él como un rayo mortal.
Ryan sintió cómo el maná fluía por sus venas mientras intentaba conjurar un escudo defensivo. Sin embargo, la presión del ataque era abrumadora; sabía que no podría resistirlo por mucho tiempo.
En un instante crítico, la lanza impactó contra el escudo de Ryan con una explosión ensordecedora. La onda expansiva lanzó a los guardias cercanos al suelo como muñecos de trapo. Algunos gritaron mientras otros caían en silencio, incapaces de soportar el poder desatado por Henry.
La explosión resonó como un trueno que desgarró el cielo, llenando el aire con polvo y fragmentos de energía luminosa.Ryan, tambaleándose, sintió cómo su escudo casi se desintegraba en sus manos, el impacto resonando en cada fibra de su ser.Sus rodillas cedieron un instante, pero logró mantenerse en pie, jadeando mientras la lanza de Henry se desvanecía en un destello ominoso.
Henry no mostró piedad.Con una sonrisa fría y calculadora, dio un paso adelante, su silueta recortada por las chispas que aún danzaban en el aire. —¿Es esto lo mejor que puedes ofrecerme, Ryan?—dijo con una voz cargada de desprecio.Sus ojos brillaban con un peligroso deleite, como un depredador jugando con su presa.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto por el agotamiento como por la rabia.El peso de las vidas caídas a su alrededor lo aplastaba, pero también alimentaba su determinación.Miró a Henry con fuego en los ojos, buscando dentro de sí mismo una chispa que pudiera igualar al caos desatado por su cuñado.
—¡No he terminado contigo!—rugió Ryan, alzando su mano ensangrentada mientras conjuraba un nuevo círculo de maná. Su energía titilaba como una llama a punto de extinguirse, pero el espíritu inquebrantable que lo empujaba a seguir luchando parecía más vivo que nunca.
Los guardias, todavía tambaleándose, intentaron levantarse. Uno de ellos, con el rostro cubierto de sangre, gritó: —¡Señor Ryan, estamos con usted!—y cargó hacia Henry con una lanza temblorosa, solo para ser despedido brutalmente con un movimiento casual de la mano de Henry. El cuerpo del guardia salió disparado, chocando contra un árbol con un crujido escalofriante.
—¿De verdad quieres que esta gente muera por ti, Ryan?—dijo Henry, con un tono que no era más que puro veneno—.Tal vez debería comenzar contigo. No, mejor con Carlos... o tal vez con tu inútil hermana. ¿Qué dices?
Ryan apretó los puños con tal fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas.No podía permitir que Henry siguiera atormentándolos.Con un grito de guerra, lanzó un nuevo ataque, una ráfaga de energía que desgarró el aire en dirección a Henry. Pero Henry, con un gesto casi aburrido, desvió la ráfaga como si fuera un simple mosquito.
El caos en el campo de batalla era palpable.Las explosiones y gritos llenaban el aire, mientras el suelo bajo sus pies parecía temblar con cada impacto.Sin embargo, en medio de todo, el rostro de Henry permanecía inalterado, su confianza absoluta irradiando una oscuridad que devoraba la esperanza de sus enemigos.
—Vamos, Ryan, dame algo digno de mi tiempo.—Henry avanzó lentamente, como si cada paso suyo marcara el fin inevitable del enfrentamiento. —Muéstrame que mereces seguir respirando.
Ryan, con el corazón latiendo con fuerza, sabía que estaba al límite. Pero también sabía que rendirse no era una opción.Esta batalla era más que su vida; era por su familia, por su honor y por todo lo que amaba.
Henry permaneció inmóvil por un momento, su figura imponente envuelta en el resplandor residual de los ataques desatados.Su mirada, afilada como una cuchilla, escudriñaba el campo de batalla lleno de escombros y cuerpos inertes.La sonrisa que cruzó su rostro era fría, cruel, casi mecánica.
—Esto es solo el comienzo,—murmuró con un tono que apenas rompía el aire, pero cuya amenaza resonaba como un trueno entre los presentes.Su voz era un juramento, una sentencia que prometía sufrimiento sin límite.
Mientras hablaba, los recuerdos de su hijo surgían en su mente como un río desbordado.Las imágenes de su pequeño, frágil y herido, lo consumían.La sonrisa alegre del recién nacido había sido sustituida por el grito de un niño torturado, sus lágrimas de sangre cayendo como un recordatorio de la crueldad que había marcado su existencia desde el primer día.Cada risa quebrada, cada mirada vacía de esperanza, eran cuchillas que ahora él devolvía al mundo multiplicadas por mil.
—Cada castigo, cada herida, cada humillación que mi hijo soportó... —dijo en voz alta, mientras la lanza de sangre en su mano crepitaba con una energía implacable—, todos ustedes lo pasarán.
El tono de su voz cambió, haciéndose más bajo, más oscuro.
—Desearán no haber nacido.Desearán que la sangre de su linaje se haya extinguido antes de cruzarse en mi camino. Desearán no haber tratado a mi hijo de esa manera.
Los combatientes que aún podían sostenerse en pie sintieron un escalofrío recorrerles la espina dorsal.Las palabras de Henry no eran meras amenazas; eran un decreto, una condena que él estaba dispuesto a ejecutar sin misericordia.
Henry avanzó lentamente, su lanza destellando mientras cada paso suyo hacía temblar el suelo.La furia en su mirada no era un estallido repentino, sino una llama constante alimentada por años de odio contenido.Su hijo había sufrido, y ahora él aseguraría que el dolor se extendiera como una peste entre sus enemigos.
En ese instante, levantó su lanza con un movimiento firme y giró hacia Ryan, sus ojos encendidos de furia.El joven, aunque tembloroso, no podía retroceder; la mirada de Henry lo perforaba como una daga.
—¿Tú también te atreviste a despreciarlo, Ryan?—preguntó Henry con una calma que era más aterradora que cualquier grito. —Tú, con tu patético sentido del honor y tus inútiles ideales, ¿te crees digno de enfrentarme después de todo lo que permitiste?
Sin esperar respuesta, Henry lanzó su lanza con un movimiento calculado, no hacia Ryan, sino hacia el suelo a su lado, haciendo que el terreno explotara y lanzara escombros en todas direcciones.Era un acto de pura intimidación, un recordatorio de que, en ese momento, todos estaban bajo su control.
—Sufrirán. Todos ustedes.—La voz de Henry se alzó mientras el caos alrededor de él parecía intensificarse, como si incluso la naturaleza misma respondiera a su ira.—Y cuando rueguen por la muerte, recordaré que no será suficiente para compensar lo que mi hijo soportó.
Henry era un vendaval de destrucción, una tormenta que no podía ser contenida.Con movimientos ágiles y precisos, se desplazaba entre los guardias restantes como si el tiempo mismo estuviera a su disposición.Sus oponentes apenas podían reaccionar antes de que sus ataques fueran neutralizados, sus vidas destrozadas por la brutalidad de su enemigo.
Cada arma que se alzaba contra él parecía inútil.Las espadas y lanzas pasaban a través del espacio distorsionado que lo rodeaba, como si él no fuera más que una sombra.El espacio se retorcía, deformando la realidad en su proximidad, hasta que los mismos guardias comenzaban a dudar de lo que veían.
Con un golpe calculado, Henry hundió su lanza de sangre en el pecho de uno de los guardias.El grito desgarrador resonó mientras el hombre caía al suelo, su cuerpo convulsionándose mientras la sangre formaba charcos oscuros a su alrededor.Sin detenerse, Henry giró sobre sus talones, esquivando un golpe de espada que parecía acercarse por su costado.
—¿Es esto lo mejor que tienen? —gruñó, su voz cargada de desprecio.
Con cada movimiento que hacía, dejaba tras de sí un rastro de cuerpos mutilados.Sus manos parecían moverse con un propósito oscuro, aplastando huesos, desgarrando carne, mientras la sangre salpicaba el aire, cubriendo el suelo en un paisaje grotesco.Los gritos de los heridos y moribundos llenaban el campo de batalla, un canto de desesperación que alimentaba la implacable furia de Henry.
Uno de los guardias, temblando, intentó abalanzarse sobre él desde atrás, peroHenry, sin siquiera voltear, alzó su mano izquierda.Una onda de energía oscura lo golpeó de lleno, lanzándolo hacia atrás con tal fuerza que su cuerpo se partió al impactar contra una roca cercana.Los trozos de armadura y carne destrozada se esparcieron como si fueran hojas al viento.
A medida que avanzaba, su paso era lento, deliberado, casi ritual.Cada golpe no era solo una acción física, sino un mensaje.Cada vida que tomaba era una declaración del sufrimiento que había jurado devolver al mundo en nombre de su hijo.
El último grupo de guardias que quedaba se reunió, desesperados por hacerle frente.Algunos gritaban órdenes, otros simplemente rezaban en voz baja, rogando por un milagro que no llegaría. Henry, alzando la lanza de sangre que pulsaba con una energía casi viva, los miró con desdén.
—Ya ni siquiera vale la pena que siga jugando con ustedes.—Su voz era un susurro mortal que cortó el aire como una navaja.
Con un movimiento fluido, levantó la lanza y la lanzó al centro del grupo.La explosión que siguió fue cegadora.Los gritos cesaron al instante, dejando tras de sí un silencio perturbador. Cuando el polvo se disipó, todo lo que quedaba eran cuerpos desmembrados y un charco de sangre que teñía el suelo.
Henry se detuvo un momento, observando su obra con una fría satisfacción.
—Esto, —murmuró para sí mismo, —es solo el prólogo.
Henry era un vendaval de destrucción, una tormenta que no podía ser contenida.Con movimientos ágiles y precisos, se desplazaba entre los guardias restantes como si el tiempo mismo estuviera a su disposición.Sus oponentes apenas podían reaccionar antes de que sus ataques fueran neutralizados, sus vidas destrozadas por la brutalidad de su enemigo.
Cada arma que se alzaba contra él parecía inútil.Las espadas y lanzas pasaban a través del espacio distorsionado que lo rodeaba, como si él no fuera más que una sombra.El espacio se retorcía, deformando la realidad en su proximidad, hasta que los mismos guardias comenzaban a dudar de lo que veían.
Con un golpe calculado, Henry hundió su lanza de sangre en el pecho de uno de los guardias.El grito desgarrador resonó mientras el hombre caía al suelo, su cuerpo convulsionándose mientras la sangre formaba charcos oscuros a su alrededor.Sin detenerse, Henry giró sobre sus talones, esquivando un golpe de espada que parecía acercarse por su costado.
—¿Es esto lo mejor que tienen? —gruñó, su voz cargada de desprecio.
Con cada movimiento que hacía, dejaba tras de sí un rastro de cuerpos mutilados.Sus manos parecían moverse con un propósito oscuro, aplastando huesos, desgarrando carne, mientras la sangre salpicaba el aire, cubriendo el suelo en un paisaje grotesco.Los gritos de los heridos y moribundos llenaban el campo de batalla, un canto de desesperación que alimentaba la implacable furia de Henry.
Uno de los guardias, temblando, intentó abalanzarse sobre él desde atrás, peroHenry, sin siquiera voltear, alzó su mano izquierda.Una onda de energía oscura lo golpeó de lleno, lanzándolo hacia atrás con tal fuerza que su cuerpo se partió al impactar contra una roca cercana.Los trozos de armadura y carne destrozada se esparcieron como si fueran hojas al viento.
A medida que avanzaba, su paso era lento, deliberado, casi ritual.Cada golpe no era solo una acción física, sino un mensaje.Cada vida que tomaba era una declaración del sufrimiento que había jurado devolver al mundo en nombre de su hijo.
El último grupo de guardias que quedaba se reunió, desesperados por hacerle frente.Algunos gritaban órdenes, otros simplemente rezaban en voz baja, rogando por un milagro que no llegaría. Henry, alzando la lanza de sangre que pulsaba con una energía casi viva, los miró con desdén.
—Ya ni siquiera vale la pena que siga jugando con ustedes.—Su voz era un susurro mortal que cortó el aire como una navaja.
Con un movimiento fluido, levantó la lanza y la lanzó al centro del grupo.La explosión que siguió fue cegadora.Los gritos cesaron al instante, dejando tras de sí un silencio perturbador. Cuando el polvo se disipó, todo lo que quedaba eran cuerpos desmembrados y un charco de sangre que teñía el suelo.
Henry se detuvo un momento, observando su obra con una fría satisfacción.
—Esto, —murmuró para sí mismo, —es solo el prólogo.
La escena era un lienzo de horror, y Henry el pintor de una obra grotesca.Cada golpe suyo no solo quitaba vidas; transformaba el campo de batalla en un espectáculo de brutalidad pura.Los guardias que intentaban resistir se enfrentaban no solo a un enemigo, sino a una fuerza imparable, una entidad que parecía disfrutar del caos que provocaba.
La risa de Henry cortaba el aire como el tañido de una campana funeraria.No era una carcajada común; estaba cargada de burla, desprecio y un placer oscuro.Era el sonido de alguien que había abandonado toda pretensión de humanidad y se deleitaba en la destrucción.
—¡Mírenlos! ¿Esto es todo lo que tienen? ¡Patético!—gritó, girando sobre sí mismo mientras esquivaba un aluvión de ataques.Su lanza de sangre trazaba arcos en el aire, dejando rastros oscuros y brillantes antes de hundirse en otro cuerpo desafortunado.
Uno de los guardias, desesperado, cargó hacia él con una espada alzada.Henry lo recibió con un movimiento fluido, atrapando la hoja con una mano desnuda.El sonido del metal al detenerse fue seguido por el crujido de huesos al apretar su puño alrededor de la muñeca del hombre.
—¿De verdad creíste que podrías tocarme?—dijo, antes de aplastar la cabeza del guardia contra el suelo con una fuerza brutal.El cuerpo cayó inerte, dejando un charco oscuro que se extendía bajo él.
A su alrededor, los pocos sobrevivientes retrocedían, con los ojos abiertos de par en par, el terror grabado en sus rostros.Sin embargo, Henry no les dio tregua. Avanzó como un depredador acechando a su presa, sus pasos resonando en el terreno ahora empapado de sangre.
Cada movimiento suyo era una mezcla de gracia letal y crueldad calculada.Uno de los guardias intentó atacarlo desde un ángulo ciego, pero Henry giró justo a tiempo, golpeándolo con un codazo en la cara que rompió su mandíbula en un ángulo grotesco.
—¿Crees que puedes engañarme? Ni siquiera vales el esfuerzo de matarte rápido, —se burló mientras el hombre caía al suelo, retorciéndose de dolor.
La batalla era un espectáculo macabro, y Henry era el protagonista indiscutible.Mientras avanzaba, dejaba tras de sí un sendero de cuerpos desmembrados, armas rotas y almas rotas.
—¿Esto es todo lo que tienen? ¿No hay nadie más que se atreva a enfrentarse a mí?—gritó, extendiendo los brazos como si estuviera invitando a los cielos a enviar un desafío digno.
La risa continuó resonando, mezclándose con los gritos de agonía de los caídos, hasta que el campo de batalla fue consumido por el silencio, roto solo por el sonido de las botas de Henry avanzando hacia su próximo objetivo.
La atmósfera estaba cargada de tensión y miedo mientras Ryan, con el rostro marcado por el agotamiento y la desesperación, invocaba toda la energía restante en su cuerpo. Su ataque brilló con una fuerza impresionante, pero Henry, desde su posición dominante, no mostraba ni el más mínimo indicio de preocupación.
—¡Henry maldito bastardo!—gritó Ryan, lanzando su ataque con furia, pero la incertidumbre en su mirada delataba lo que él mismo sabía: no tenía ninguna posibilidad contra la tormenta de destrucción que Henry desataba con cada movimiento.
Henry, por su parte, observaba la acción con indiferencia. Su mente, en ese instante, parecía estar distanciada de la lucha."De dónde sacan tanta fuerza... los he brutalizado, pero como imbéciles siguen volviendo a ir en mi contra", pensó con desprecio, casi burlándose de la tenacidad de sus oponentes."¿Acaso creen que tienen alguna esperanza?"
Con un gesto despectivo, extendió su mano, manipulando el espacio a su alrededor con una facilidad aterradora. El ataque de Ryan fue rápidamente desviado por una distorsión del aire que lo desintegró al contacto.
"¿Por qué no pueden entenderlo?"Henry reflexionó mientras observaba a sus enemigos luchar en vano."No importa lo que hagan, su resistencia solo alarga su sufrimiento. La muerte, en su forma más pura, es un regalo comparado con lo que los espera."
A medida que la desesperación de Ryan se hacía más palpable, Henry no se detenía. Él era el destructor, el titán de la batalla, y nadie, ni siquiera un sacrificio tan inútil como el de Ryan, podría detener su avance."Se siguen levantando solo para que los destruya una vez más. ¿Creen que la fuerza lo es todo?"
Pero Henry simplemente desvió el ataque con un movimiento despreocupado de su mano. La lanza fue absorbida por la distorsión del espacio y redirigida hacia otro grupo de guardias, quienes apenas tuvieron tiempo para darse cuenta del peligro antes de ser alcanzados por la energía devastadora.
Henry observó con frialdad cómo la lanza de Ryan era absorbida por la distorsión del espacio. No hubo ni un rastro de sorpresa o esfuerzo en su rostro, solo una calma aterradora."Qué patéticos,"pensó mientras, con un simple movimiento despreocupado de su mano, redirigía el ataque hacia un grupo de guardias cercanos.
Los hombres, aún sin comprender qué sucedía, apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que la energía devastadora los alcanzara. La explosión fue brutal. Cuerpos fueron lanzados por los aires, desintegrándose bajo el poder desbordante de la distorsión espacial que Henry había manipulado con total facilidad. La luz cegadora del impacto iluminó la oscuridad de la escena, y el aire se llenó de gritos, que pronto fueron silenciados por el caos.
Ryan observaba, impotente, cómo aquellos que luchaban a su lado eran aniquilados sin piedad alguna. Cada intento de resistencia era como un juego macabro para Henry, un simple entretenimiento que solo servía para reafirmar su dominio absoluto. El joven guerrero sentía como la desesperación se apoderaba de su corazón mientras la batalla, que antes parecía ser una lucha por la supervivencia, se tornaba en una carnicería sin sentido.
"¿Es todo lo que tienes?"Henry murmuró, apenas dirigiendo su mirada a Ryan."Ni siquiera son rivales para mí."
Henry se detuvo por un momento, observando cómo los cuerpos caían alrededor suyo como piezas de un rompecabezas roto. El caos era hermoso para él, una expresión pura de su poder y control."Aunque son solo unos insectos,"murmuró con desprecio, sin siquiera voltear a verlos."Me encanta cuando intentan venir a apagarme, sin saber que la propia luz y tinieblas no pueden contener lo que soy. Nada puede apagar mi resolución."
La intensidad de sus palabras resonaba en el aire, impregnadas de una arrogancia indescriptible. Henry se erguía como un dios de destrucción, imparable y eterno. Cada movimiento, cada palabra, solo reafirmaba el abismo de su poder. La batalla ya no era una lucha por la supervivencia, sino un espectáculo en el que Henry era el único actor principal.
Ryan, luchando por mantenerse de pie, sentía cómo su cuerpo y mente comenzaban a ceder bajo la presión de esa fuerza abrumadora. Las palabras de Henry eran como dagas en su alma, despojándole de la esperanza que aún albergaba. Pero a pesar de todo, la chispa de su resistencia aún ardía, aunque débilmente.
"No, no voy a rendirme,"pensó Ryan con determinación."Aunque todo esté en mi contra, voy a seguir luchando."Pero las sombras del destino parecían estar selladas a su alrededor, mientras Henry, el titán, lo observaba con una calma aterradora.
La atmósfera estaba impregnada de sangre y desesperación; el campo de batalla era un espectáculo aterrador donde la vida y la muerte bailaban juntas en una coreografía siniestra. Cada grito ahogado y cada caída resonaban como un recordatorio del poder absoluto que teníaHenrysobre ellos. Las sombras se alargaban, abrazando las figuras caídas, mientras la carnicería continuaba con un ritmo implacable, como si el mismo suelo quisiera tragarse a los vivos y muertos por igual.
El aire, cargado de esa energía mortal, vibraba con la tensión de los cuerpos en descomposición. Cada respiración, cada latido del corazón de los sobrevivientes, parecía un suspiro ahogado en medio de un océano de sufrimiento.Ryansentía el peso de la derrota sobre sus hombros, su cuerpo sangrante y agotado, mientras observaba con horror la masacre que Henry había desatado. Los rostros de los guardias, ahora retorcidos por el dolor y la muerte, eran testigos mudos de la furia imparable de su atacante.
El control absoluto de Henry sobre el espacio y la energía no dejaba lugar a dudas. No eran solo sus habilidades las que los aplastaban, sino la pura fuerza de su voluntad, su capacidad para aniquilar todo a su paso.Ryan, por más que luchara, sentía que cada intento de resistir se desvanecía ante la magnitud de esa tormenta de poder."¿Qué chance tengo contra alguien como él?"pensaba, mientras una oscuridad opresiva parecía tragarse toda esperanza.
La lucha ya no era solo contra el hombre frente a él, sino contra el inevitable final que se cernía sobre todos los que aún respiraban en ese infierno.
Con cada movimiento que hacía,Henrydejaba claro que no había lugar para la compasión ni para la piedad en esta lucha. Cada paso, cada ataque, cada mirada suya era un recordatorio de su naturaleza imparable. Era unglorioso general sangrientoen toda su gloria cruel; disfrutaba del sufrimiento ajeno mientras reafirmaba su dominio sobre todos los presentes. La sangre que salpicaba el suelo parecía alimentarlo, darle fuerza, como si la misma vida de sus enemigos fuera un tributo a su poder.
CarlosyRyan, también generales sangrientos, pero comparados conHenry, eran simples sombras, reflejos insignificantes de la monstruosidad ante ellos. En todos los aspectos, desde la estrategia hasta la brutalidad,Henryera superior. Ellos eran solo piezas en su tablero, derrotadas antes de comenzar.
Ryansintió cómo la desesperación lo consumía; el peso de la impotencia se cernía sobre él, aplastando su espíritu mientras el horizonte de su lucha se desvanecía en un mar de sombras."¿Qué puedo hacer?"pensaba mientras su mente buscaba desesperadamente una salida. Sabía que debía encontrar una manera de superar aHenryantes de perder todo lo que amaba, pero la magnitud de la fuerza frente a él lo abrumaba. La esperanza se desvanecía con cada segundo que pasaba.
La batalla alcanzaba niveles asombrosos y sangrientos; cada intercambio de golpes, cada conjuro, cada herida parecía más profunda, más devastadora que la anterior. El futuro de sus familias pendía en un hilo delgado, una delgada línea entre la vida y la muerte. Las sombras del conflicto se cernían sobre ellos, un abismo oscuro donde solo los más fuertes sobrevivirían. ¿Sería el sacrificio deRyansuficiente para desafiar al monstruo que tenía frente a él? ¿O sería su última lucha?
Henryse detuvo de repente, una sonrisa de satisfacción surcando su rostro. Había estado esperando este momento, disfrutando cada segundo del sufrimiento y la desesperación de sus oponentes. La tensión que se acumulaba en el aire no le afectaba; para él, era solo un juego, un entretenimiento macabro.
—Imbécil, domino el espacio —dijoHenry, su voz cargada de burla y desdén—.¿En serio crees que algo que se mueva por el espacio me puede hacer algo?—añadió, dejando claro su desprecio haciaRyanmientras su sonrisa se ensanchaba de manera arrogante. Su poder era absoluto, y cada palabra que pronunciaba parecía reafirmar su dominio sobre la lucha.
La atmósfera se cargó aún más con esa frase, como si el aire mismo supiera que la derrota estaba cerca.Ryanse sintió completamente impotente frente a la magnitud deHenry, como si sus esfuerzos fuesen nada más que polvo ante la tormenta que él representaba.
—Te demoraste mucho, Augusto—comentóHenry, con tono de aburrimiento, mirando por encima de su hombro."Finalmente."Se refería a la llegada de otro actor en este macabro teatro, alguien más que, sin duda, aportaría más caos, pero también más sangre.Henryno mostraba miedo, solo anticipación.
El campo de batalla parecía detenerse por un instante.Augustoestaba aquí. Pero la pregunta no era siAugustoera lo suficientemente fuerte como para cambiar el rumbo de esta batalla. La verdadera pregunta era si podía desafiar a un ser que había dominado las fuerzas más básicas del universo mismo.
Augustoera el segundo hijo deCarlos, y aunque compartía la misma sangre que su hermanoRyan, su presencia era muy distinta. En sus manos, empuñaba una lanza de un resplandor dorado, una pieza forjada con un material tan raro como mortal:oro de las tierras consumidas por el vacío. Esa lanza no era simplemente una arma, sino un símbolo de suexperienciaydominioen el campo de batalla. A diferencia de la lanza azul celeste deRyan, que reflejaba la oscuridad de su linaje, la lanza deAugustobrillaba con un resplandor casi divino, como si la misma luz del universo le hubiera otorgado ese poder.
Cada movimiento que hacía con ella parecía desafiar las leyes de la física, como si la lanza misma contuviera fragmentos de la creación y la destrucción, un artefacto capaz de enfrentarse a los más grandes horrores del cosmos.Augusto, con su porte firme y su mirada fría, parecía un general nacido para la guerra, un hombre destinado a cambiar el curso de cualquier conflicto en el que se encontrara.
Pero aún con toda sufuerzaydestrezamostradas, no era más que otro jugador en este tablero de sangre y ruina. Frente a él,Henrypermanecía como una sombra indestructible, desafiando cualquier intento de derrotarlo. Sin embargo, la llegada deAugustosignificaba algo más que una simple amenaza; podría ser la última oportunidad para cambiar el curso de esta guerra sangrienta.
Augustoajustó su agarre en la lanza dorada, su cuerpo se tensó como un resorte preparado para liberar su fuerza en el momento exacto.Henry, por su parte, no mostró ni el más mínimo signo de preocupación. Con una sonrisa sardónica, observó a su oponente, sabiendo que la batalla que se avecinaba no sería como cualquier otra.
—Si quieres pelear, entonces pelearé —respondióAugusto, su voz cargada de determinación. Latensiónen el aire era palpable, un pulso eléctrico que recorría cada rincón del campo de batalla. Ambos hombres se miraron fijamente, sus ojos erandos llamasdispuestas a consumirlo todo. Cada uno evaluaba al otro, buscando algún signo de debilidad, cualquier resquicio que pudiera ofrecer una ventaja.
El choque entre ellos sería inevitable, y las fuerzas en juego parecían casi sobrenaturales. La lanza dorada deAugustocomenzaba a brillar con mayor intensidad, como si absorbiera elpoder del vacío.Henry, imponente y seguro de sí mismo, se preparaba sin prisa, confiado en su dominio del espacio y su supremacía.
El mundo a su alrededor parecía desvanecerse, dejándolos a ambos en una burbuja de puraintensidad. Nada importaba más que el enfrentamiento entrela luz doradadeAugustoyla oscuridad absolutadeHenry. Labataliase acercaba, y los ecos de lasantiguas cicatricesde guerra resonaban en el aire. Ambos sabían que esta lucha no solo definiría el futuro de sus familias, sino que también forjaría un nuevo destino para todos los involucrados.
—¿Acaso no sabes lo que es ser consciente? —preguntóAugusto, sus ojos fijos enHenrymientras observaba el ataque que estaba a punto de asesinar a su hermano,Ryan. La furia ardía en su pecho, un fuego indomable que no podía ser ignorado. El dolor de ver a su familia destrozada era lo que lo impulsaba, lo que lo mantenía en pie a pesar de la amenaza inminente.
Henrysoltó una risa baja, casi divertida, al escuchar la pregunta.
—¿Y qué es ser consciente? —respondió con una sonrisa burlona, sus palabras como dagas que cortaban el aire.Henryno parecía inmutarse ante la tensión creciente, más bien parecía disfrutar del sufrimiento ajeno, como un depredador que saborea el miedo de su presa. Su rostro se iluminaba con la misma arrogancia que había mostrado en cada momento de esta batalla. Para él, la lucha no era más que un juego de poder, una danza donde él era el maestro y sus oponentes meras marionetas.
Augustoapretó los dientes con rabia. Sabía queHenryno comprendía, no podía entender lo que significabaser conscienteen este contexto. No era solo ser consciente del daño que causaba, sino delpesode las decisiones que tomaba, de las vidas que estaba dispuesto a destruir.Augustono podía dejar que su hermano muriera, no podía permitir que el sacrificio de su familia fuera en vano.
La batalla seguía su curso, pero en ese instante, la tensión entre ambos alcanzó un punto álgido.Augusto, con su lanza dorada, avanzó, preparado para enfrentarse aHenry, sabiendo que, aunque el poder del enemigo era abrumador, no tenía más opción que luchar hasta el último aliento.
—Entonces déjame decirte algo, niño prodigio —dijoHenrycon calma, su voz llena de una fría amenaza, como si estuviera compartiendo una verdad universal con el joven frente a él.
Henryobservó aAugusto, sus ojos fijos, implacables, como un cazador que ya ha marcado a su presa. La tensión en el aire se hizo densa, casi palpable, mientras sus palabras llenaban el espacio entre ellos.
—No hay placer más grandeen esta vida que aplastar a todos aquellos que se jactan de haber nacido con talento. Porque con cada paso que damos, con cada acción calculada, les mostramos que su don natural no es suficiente. —Su sonrisa se hizo más amplia, más cruel.Henrydisfrutaba de la destrucción de las ilusiones ajenas, y se veía como si estuviera a punto de aplastar otro sueño, otro futuro—.Nosotros... nosotros somos los que tenemoshambreycodiciade superarnos. Y con determinación, con una voluntad indomable, losdestruimos. Mientras ellos se hunden en su arrogancia, nosotros devoramos su confianza, su orgullo, y todo lo que creían ser. Dejando claro que el talento, sin esfuerzo ni sacrificio, no es más que una ilusión destinada a ser destruida.
Cada palabra deHenryresonaba con una amenaza que era tan real como la guerra que libraban. Mientras hablaba, el aire parecía volverse más denso, más pesado, cargado con la furia y la satisfacción de un hombre que ya había destruido demasiadas vidas en su búsqueda de poder y supremacía.
Augusto, con el rostro tenso, apretó los puños. Sabía que el hombre frente a él no entendía lo que significabalucharpor algo, lo que costaba alcanzar la grandeza, pero eso no lo detendría. Sabía queHenrycreía que el talento era un mero juguete, pero él estaba dispuesto a demostrarle que, a veces, la voluntad era más fuerte que el más grande de los poderes innatos.
Henrylo había subestimado, y en ese instante,Augustojuró que no se quedaría quieto mientras su hermano y su familia estaban en peligro.
La atmósfera se volvió aún más densa, como si el aire mismo estuviera empapado de tensión.Augustodio un paso firme hacia adelante, sus ojos llenos de determinación. No podía permitir queHenrycontinuara su juego de destrucción. —No dejaré que lastimes a Ryan—declaró con una firmeza inquebrantable, su lanza dorada brillando con un resplandor desafiante. La lanza representaba su lucha, su familia, su amor por aquellos que lo rodeaban. No iba a retroceder.
Henryobservó aAugustocon una mezcla de desdén y burla, como si el joven estuviera jugando en un terreno que ni siquiera entendía. La sonrisa deHenryse amplió mientras veía la férrea resistencia del joven frente a él. —¿De verdad crees que puedes detenerme?—dijo, su voz cargada de desprecio. Un eco de risa burlona escapó de sus labios mientras sus ojos brillaban con un cruel destello.
Con un movimiento despreocupado de su mano,Henrydesvió un ataque directo deRyanque se dirigía hacia él. La lanza de energía fue redirigida con un gesto tan sencillo que parecía una molestia menor paraHenry. La energía, en lugar de alcanzar aHenry, se desvió hacia uno de los guardias cercanos. El hombre, incapaz de reaccionar, fue atravesado por la lanza con una velocidad mortal antes de que pudiera emitir un solo grito.
—Por si no lo sabes, he estadomasacrandoa estos insectos por mucho tiempo. Y por purasuerte, siguen volviendo. —La voz deHenryera casi tranquila, como si hablar de la vida y la muerte fuera algo trivial. El sonido del guardia cayendo al suelo, atravesado por la energía, fue como un golpe en el aire, el peso de la realidad de lo queHenryera capaz de hacer.
Augustoapretó los dientes, viendo cómo las vidas de los suyos se desmoronaban ante la furia de un hombre que nunca conoció piedad. Pero en su interior, una furia silenciosa crecía. Sabía que su hermano,Ryan, no sería un sacrificio más en este campo de batalla. Y aunque la amenaza deHenryera innegable,Augustono retrocedería. No ahora, no mientras aún quedara esperanza de detener al monstruo frente a él.
La batalla alcanzó un nivel de caos absoluto, un espectáculo macabro donde la vida y la muerte se entrelazaban de forma cruel y despiadada.Henryse movía con una agilidad sobrenatural, su cuerpo era un borrón de rapidez mientras esquivaba cada ataque con una destreza que desbordaba toda lógica. Cada golpe de su lanza, cada movimiento de su ser, era una sentencia de muerte para los que osaban desafiarlo. Los gritos de los caídos resonaban en el aire, ahogados por el rugido de la furia deHenry.
Augusto, con su lanza dorada brillando intensamente, intentaba contener el torrente imparable deHenry. El oro de su lanza reflejaba la luz con un resplandor casi celestial, como si fuera un símbolo de su fe en la victoria. Pero cada intento era en vano.Henry, con una calma espeluznante, desbarataba cada movimiento deAugustocon facilidad, como si estuviera jugando con un niño. La lanza deAugustoera poderosa, pero no suficiente para derribar a un monstruo comoHenry.
—¡Morirás aquí!—gritóAugusto, la furia en su voz resonando como un trueno mientras lanzaba su lanza haciaHenrycon toda la fuerza de su ser. El dorado resplandeció en el aire, como una flecha de justicia, un rayo de esperanza en medio del abismo de sangre.
PeroHenry, con una sonrisa llena de desprecio, simplemente se movió a un lado con la gracia de un depredador. El ataque deAugustopasó como un susurro por el aire, sin siquiera tocar la piel deHenry. El desprecio con el queHenrydesvió el ataque dejó claro que para él,Augustoy su lanza no eran más que una molestia pasajera.
La frustración comenzó a crecer enAugusto, pero no se detuvo. Sabía que si quería tener alguna oportunidad, tendría que ser más astuto, más rápido, y aprender a usar la misma desesperación que lo impulsaba para derrotar aHenry. La furia, la ira, todo lo que sentía debía transformarse en algo que pudiera al menos poner aHenrya prueba.
—¿Eso es todo lo que tienes?—se burlóHenry, la risa cruel en su voz resonando como un eco en el caos que había desatado. La adrenalina recorría su cuerpo, avivando su sed de batalla mientras observaba aRyanintentando reaccionar, su escudo levantado con desesperación. Pero sabía que no podría detener lo que venía.
Con un movimiento rápido y calculado,Henrylanzó un ataque devastador, un torrente de energía que atravesó el aire como una flecha imparable.Ryan, con el tiempo apremiando, apenas tuvo tiempo de levantar su escudo, pero la fuerza del impacto fue tal que el escudo fue literalmente arrojado hacia atrás.Ryanretrocedió varios pasos, tambaleándose, como si fuera un muñeco de trapo arrastrado por la fuerza de un tornado.
La explosión resonó como un trueno, la onda expansiva destrozando el aire y enviando escombros volando por todas partes. El impacto hizo que la tierra misma temblara, y los guardias que estaban cerca fueron lanzados al suelo, algunos gritando de dolor, otros cayendo en completo silencio, inconscientes o muertos por la brutalidad de la energía desatada porHenry.
La escena era un espectáculo macabro. Los gritos de los heridos, las explosiones que cortaban el aire, y la carne y huesos siendo destrozados bajo la presión del maná, todo se mezclaba en una sinfonía de dolor y destrucción. La sangre se derramaba a borbotones, pintando el suelo de rojo, mientras los cuerpos mutilados de aquellos que habían osado desafiar aHenryse acumulaban.
La batalla continuaba, pero ya nada sería igual.Henryera un huracán de violencia, un ser sin piedad ni compasión. Su voluntad, su determinación de acabar con todos los que se interponían en su camino, era la única verdad en ese campo de batalla. Y mientras tanto, la desesperación crecía en los corazones de los demás, pues sabían que, en ese momento, la muerte no era solo una posibilidad, sino una certeza para aquellos que quedaban en pie.
Augustosintió cómo la ira lo invadía al ver cómoHenrylo ignoraba por completo, centrando su furia en su hermano. El dolor de ver aRyanser aplastado por la brutalidad deHenryalimentó su rabia y desesperación. Sabía que ya no quedaba tiempo, que esta lucha no era solo por su vida, sino por la de todos los que amaba.El futuro de su familia pendía de un hilo, y ese hilo se deshilachaba rápidamente bajo el peso de la fuerza deHenry.
Con un rugido de furia,Augustoreunió todo su maná en su cuerpo, el calor de la energía recorriendo sus venas mientras la lanza dorada resplandecía en sus manos. El brillo dorado de la lanza se volvió más intenso, como si estuviera imbuida de un poder divino. Sabía que esta era su última oportunidad, que si fallaba, no solo perdería la vida, sino que arrastraría a todos consigo.
—¡No te saldrás con la tuya!—gritóAugusto, su voz llena de determinación, mientras lanzaba su lanza dorada y negra haciaHenryuna vez más, con toda la fuerza que le quedaba. El ataque surcó el aire con la velocidad de un rayo, su resplandor cortando la oscuridad del campo de batalla.
PeroHenrysolo sonrió con desdén, un gesto que dejó claro que no sentía ninguna amenaza. Sin siquiera moverse del lugar, alzó una mano y, con un simple movimiento, desvió el ataque deAugustocon una facilidad que rozaba lo insultante.
—Eres patético—dijoHenry, la burla palpable en su voz mientras observaba la impotencia deAugusto. La lanza dorada voló por el aire y se estrelló contra el suelo, lejos de su objetivo, sin queHenryni siquiera se inmutara.
Augustotemblaba de rabia, pero su cuerpo también comenzaba a sentir los efectos del desgaste. No podía dejar que su hermano cayera, no podía permitir queHenrytuviera todo el control de la situación.
—No tienes idea del verdadero poder—continuóHenry, su tono cargado de desprecio. Sabía queAugustono comprendía la magnitud de lo que enfrentaba. La diferencia de poder entre ellos era abismal, yHenryno tenía ninguna intención de hacerle la menor concesión.
Con una sonrisa cruel,Henryse adelantó, su voz más baja y cargada de veneno.
—Déjame mostrarte lo que es el verdadero poder, cuñado.—se burlóHenry, su mirada fija enAugustocomo si ya lo hubiera derrotado, como si el destino de su lucha estuviera ya sellado en ese preciso momento.
La batalla continuaba, pero ahora, con cada palabra deHenry, la sombra de la derrota se cernía sobreAugusto. Sabía que el poder deHenryno era solo brutalidad; era una fuerza primigenia, una que destruiría todo lo que se interpusiera en su camino sin siquiera esforzarse.
La atmósfera se volvió aún más densa, un peso insoportable colgaba en el aire, mientras las palabras deHenryresonaban con una intensidad que parecía atravesar el alma de todos los presentes.
—Déjame mostrarte lo que es el verdadero poder, cuñado.—su voz se deslizó como un veneno envenenando cada rincón de la mente de los luchadores.La lucha ya no era solo física;se había transformado en una batalla interna, una prueba de voluntad y determinación frente a una fuerza abrumadora, casi sobrenatural.Henryno solo dominaba el espacio y el tiempo con su habilidad, sino también la voluntad de sus enemigos.La desesperación se estaba apoderando de todos.
Cada uno de sus movimientos era un recordatorio brutal de la distancia entre él y los demás. No había manera de escapar de su poder, ni siquiera en sueños.La voluntad de Henry no era solo imparable;era casi un destino inevitable.
Con un gesto de su mano, el aire se deformaba,distorsionando el espacio a su alrededormientrassus ataques desbordaban de furia, llevando consigo la vida de cualquiera que osara desafiarlo.La crueldad de sus ataques no conocía límites;era como un torrente de ira desatada, como una bestia alimentándose del sufrimiento ajeno.
Augustolo observaba, sintiendo la presión sobre sus hombros, su cuerpo exhausto, pero aún con un destello de resistencia. Sin embargo, sabía quela lucha ya no era solo sobre el control físico del cuerpo.Era una lucha psicoló no estaba peleando solo con fuerza, sino con un deseo visceral de aplastar la esperanza y la resistencia de todos a su alrededor.Disfrutaba del sufrimiento ajenocomo si fuera una necesidad, una satisfacción más que se añadía a su ya insoportable dominio.
Cada golpe deHenryno solo destruía cuerpos, sino que desmoronaba todo lo que alguna vez representó la lucha en sus oponentes.El campo de batalla ya no era solo un escenario de enfrentamientos;se había convertido en un testimonio de la brutalidad, de la imposibilidad de la resistencia frente a alguien con tanto poder y determinación.
No había lugar para la compasión ni para la piedaden este enfrentamiento.Henrylo había dejado claro: no había margen para la debilidad. Y mientras la sangre se derramaba y los cuerpos caían,cada movimiento de Henry reafirmaba su dominio absoluto sobre todos los presentes,asegurando que su victoria no era solo inevitable, sino aplastante.
Augustosintió cómo lairaardía dentro de él, un fuego feroz que parecía consumirlo por completo al ver caer a sus compañeros, uno tras otro,como muñecos rotosbajo la implacable furia deHenry. Cada grito de desesperación que escuchaba solo alimentaba la rabia que hervía en su interior. Sin pensarlo, cargó haciaHenry, su lanza levantada con toda la furia acumulada, dispuesto ademostrar que no sería un blanco fácil.
El aire se cargó de tensión mientrasAugustose abalanzaba hacia él, peroHenry, con su mirada llena de desdén,simplemente se apartó del camino. Un movimiento casi despreciativo, como si el ataque deAugustono fuera más que una molestia.La lanza doradapasó por el espacio vacío yAugustocayó de lleno en el vacío creado por su propia impulsividad,sin poder hacer nada más que sentir cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies.
El impacto fue brutal,un crujido seco resonó cuandoAugustotocó el suelo, el eco de su caída casi ahogando el sonido de la carnicería que continuaba a su alrededor.La batalla seguía en un frenesí sangriento,concada ataque fallido de sus aliados alimentando más la furia de Henry.
Era como siHenryse alimentara de la desesperación ajena,disfrutando cada momento de caos y destrucciónque desataba sobre aquellos que se atrevían a desafiarlo.Él no solo era un general sangriento;era la propia encarnación de la guerra, de la violencia sin fin.La gloria de su crueldad era palpable,y mientras sus enemigos caían a sus pies,Henry se erguía aún más fuerte, disfrutando de su superioridad sobre ellos. Cada enemigo caído era un testimonio más de su dominio, de su poder absoluto sobre el campo de batalla.
ParaAugusto, el tiempo parecía ralentizarse mientras se daba cuenta de lo inútil que era su lucha, lo impotente que se sentía frente aHenry,cuya furia parecía no tener fin,como si él fuera el propio caos,la muerte misma.
Augusto sabía que debía encontrar una manera de superar a Henry antes de perder todo lo que amaba. La lucha alcanzaba niveles épicos y sangrientos; el futuro de sus familias pendía en un hilo delgado mientras las sombras del conflicto se cernían sobre ellos.
—Es momento de que reclame el derecho de sucesión. No dejaré que un extranjero tome la posición de líder de la rama —declaró Augusto, su voz resonando con determinación en medio del caos.
—¿Acaso quieres seguir luchando? —dijo Henry, observando la inestabilidad en el aura de Augusto—. Lo lamento, pero tal cosa insignificante no podrá ayudarte.
La batalla seguía escalando en intensidad, cada segundo teñido de sangre, sudor y el eco de almas quebradas.Augustoestaba en el límite de su resistencia, pero la visión de su hermano herido y de sus compañeros caídos avivaba un fuego que no podía apagarse. Era un fuego que ardía en su pecho con furia ancestral, alimentado por siglos de legado familiar y una responsabilidad que ahora pesaba como una maldición.
—¡No entiendes nada, Henry! —rugió Augusto, apretando con fuerza su lanza dorada, cuya luz fluctuaba como si respondiera a la intensidad de sus emociones—.No soy yo quien necesita ayuda. Es esta tierra, este linaje, los que necesitan ser liberados de ti.
Henrysoltó una carcajada burlona, el sonido retumbando en el aire como un trueno cargado de desprecio. Dio un paso hacia adelante, y el suelo bajo sus pies pareció hundirse ligeramente, como si incluso la tierra temiera su presencia.
—Liberados, dices. —La sonrisa de Henry era una mezcla de arrogancia y crueldad, su voz goteando veneno—.¿De verdad crees que estas palabras grandilocuentes significan algo? Reclamar la sucesión, proteger un linaje... Todo eso son distracciones de tu insignificancia.
Henry levantó una mano, y una distorsión oscura empezó a formarse a su alrededor, como si el espacio mismo respondiera a su voluntad. Las sombras parecían bailar a su alrededor, retorcidas por un poder que trascendía lo humano.
—Mírate, Augusto. Tu aura tiembla. Tu voluntad se tambalea. ¿Qué puedes ofrecerme más que una diversión pasajera?
Ryan, malherido, se apoyó en su lanza negra para levantarse, mirando a su hermano con una mezcla de orgullo y desesperación."No te detengas, Augusto,"pensó, sintiendo cómo su cuerpo apenas respondía."Hazlo por nuestra familia, por los que ya no están. Pero… ¿puedes vencerlo?"
La lanza dorada de Augusto comenzó a brillar con mayor intensidad, como si respondiera a la determinación de su portador. Con una voz que parecía romper incluso la distorsión del espacio, respondió:
—No lucho solo por mí. Cada gota de sangre que derramas solo fortalece mi resolución. Si esto significa que debo caer para que otros se levanten, entonces así será. Pero no permitiré que un bastardo arrogante como tú destruya lo que juré proteger.
La tensión se hizo insoportable; los guardias que aún podían moverse retrocedieron, sabiendo que lo que estaba por venir no era algo que los simples mortales pudieran soportar.Henryobservó a Augusto con interés renovado, como si finalmente viera algo digno de su atención.
—Muy bien, pequeño héroe. Muéstrame qué tan lejos estás dispuesto a llegar para defender tus palabras vacías. Pero no te hagas ilusiones; yo soy el que escribe el final de esta historia.
El aire vibró con energía mientras ambos guerreros se preparaban para el choque definitivo, sus destinos entrelazados en una batalla que decidiría no solo el futuro de sus familias, sino también el peso de sus legados.
—Ya que crees que somos iguales, ¿por qué no seguimos con esta pelea, bicho insignificante? —retó a Augusto que con ira estaba apretando su lanza dorada con fuerza. Mientras Henry hablaba, no le dio el suficiente tiempo para reaccionar a Augusto. Con un ligero paso que generó una gran explosión de maná, aceleró como un proyectil y voló hacia su cuñado. Sin embargo, Augusto sabía que Henry se estaba burlando de él; razonaba que Henry se movería de esta forma sabiendo que las distancias no importaban cuando él se movía. con la habilidad que tenia Henry conceptos como lejanía o cercanía eran inexistentes.
La burla deHenryera como un veneno que se infiltraba en la mente deAugusto, pero este no dejó que la rabia nublara su juicio. A pesar de la furia que sentía, sabía que debía mantener la cabeza fría."Esto es un juego para él,"pensó mientras apretaba con fuerza su lanza dorada, cuya luz parecía parpadear al ritmo de su creciente determinación."Un movimiento en falso y estaré acabado."
Henry, con su paso cargado de una fuerza que parecía fracturar la misma realidad, avanzó como un rayo oscuro, dejando un rastro de distorsión en el espacio. A simple vista, parecía que iba directo hacia Augusto, pero este comprendía la verdadera amenaza. No era solo velocidad; era control absoluto sobre el entorno.
—¿Qué pasa, Augusto?—rugió Henry, su voz resonando como un trueno en el campo de batalla—.¿No querías pelear? Entonces, defiéndete. ¿O es que tu lanza es solo un adorno brillante?
Augusto sostuvo su posición, sus pensamientos fluyendo con rapidez. Sabía que atacar impulsivamente sería inútil;Henry no estaba limitado por la distancia ni el tiempo.Cada paso que daba no era hacia adelante o atrás, sino en todas direcciones a la vez, como si burlara las leyes mismas de la existencia.
De pronto,Henrydesapareció de la vista por un instante, y en ese mismo segundo, apareció detrás de Augusto.
—Demasiado lento, cuñado.
Augusto giró instintivamente, pero no lo suficientemente rápido.Henrylanzó un golpe cargado de maná directamente hacia el costado de Augusto, pero la lanza dorada reaccionó antes que su portador, emitiendo una onda de energía que bloqueó el impacto a duras penas.
El choque fue tan violento que el suelo bajo ellos se fracturó en un radio de decenas de metros. Los guardias que observaban desde la distancia fueron derribados por la onda expansiva, algunos siendo empujados contra los escombros que ya cubrían el campo.
"No puedo ganarle en su propio juego,"pensó Augusto mientras retrocedía unos pasos, con la lanza aún alzada. La mirada de Henry seguía fija en él, y la sonrisa en su rostro demostraba que no estaba ni remotamente presionado.
—Eso fue decente, al menos. Pero dime, Augusto, ¿cuánto más crees que puedes durar?
Sin responder, Augusto reunió su energía, sintiendo cómo su maná fluía hacia la lanza. Cada fibra de su ser le gritaba que esta era una batalla imposible, pero la imagen de su familia, de su hermano malherido, y de los caídos a su alrededor, lo impulsaba hacia adelante.
Henryvolvió a moverse, esta vez aún más rápido, apareciendo justo frente a Augusto con una sonrisa cruel en el rostro. Pero Augusto, anticipando el movimiento, giró su lanza con toda la fuerza que pudo reunir y lanzó un ataque en arco, su energía dorada iluminando el campo.
El golpe cortó el aire con una ferocidad que hizo que inclusoHenryelevara una ceja, sorprendido por la intensidad. Sin embargo, con un movimiento fluido, desvió el ataque con su mano envuelta en maná oscuro.
—No está mal, pero sigue siendo inútil.
La sonrisa de Henry se ensanchó mientras aumentaba la presión de su energía, retorciendo el espacio alrededor de ambos.
—Si no puedes superarme en mi propio dominio, Augusto, entonces no eres más que otro insecto esperando ser aplastado.
La batalla continuaba, un choque de fuerzas y voluntades que transformaba el campo de batalla en un escenario de pura devastación.Henrydominaba el espacio con una facilidad que parecía divina, mientrasAugusto, impulsado por la desesperación y la furia, buscaba una grieta, una mínima oportunidad para cambiar el curso de lo que parecía una derrota inevitable.
Los hombres que llegaron junto aAugustointercambiaron miradas cargadas de terror e incredulidad. Cada uno sentía el peso de una pregunta que no se atrevían a pronunciar en voz alta:¿Cómo era posible que un solo hombre, por muy poderoso que fuera, dominara con tal brutalidad y superioridad absoluta?Algunos temblaban, otros apretaban sus armas con fuerza, como si aferrarse a ellas pudiera darles el valor que les faltaba.
Mientras tanto,Henrypermanecía inmóvil, como una estatua viviente, observándolos desde su posición con una calma inquietante, casi inhumana. El aire mismo parecía inclinarse ante él, pesado y opresivo, mientras los presentes sentían cómo sus esperanzas se desmoronaban como castillos de arena bajo una marea implacable.
La lucha estaba lejos de terminar, pero todos, incluidosAugustoy los guardias, entendían que no era una batalla común.Cada decisión, cada movimiento, podía ser el último. La noche parecía oscurecerse aún más, como si la misma naturaleza se rindiera ante la presencia aplastante deHenry, y el silencio era roto únicamente por el eco de los gritos lejanos de los que ya habían caído bajo su dominio.
La tensión alcanzó su punto más alto cuando las palabras resonaron en el aire, cargadas de una amenaza silenciosa.La vida de los hijos y los guardias de Carlos pendía de un hilo tan fino que parecía a punto de romperse.Augusto sabía que este no era solo un enfrentamiento físico; era un juego de voluntades, una lucha por el destino de todos los que estaban bajo su protección.
Henry, con una sonrisa que destilaba crueldad, avanzó un paso, y ese simple gesto fue suficiente para que algunos de los hombres retrocedieran instintivamente, como si un depredador hubiera marcado a su presa.Para ellos, Henry no era un hombre; era una fuerza incontrolable, una tormenta viviente que amenazaba con arrasarlos a todos.
—Mírenlos, temblando como ratones frente a un león —murmuró Henry con desdén, su voz envolviendo el ambiente como un veneno lento—. Sus vidas están en mis manos, y aún así... ¿esperan resistir?
Augustoapretó su lanza con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. —Todavía no hemos terminado.—Su voz, aunque firme, temblaba ligeramente, un reflejo de la mezcla de miedo y determinación que lo consumía.
Henrydejó escapar una carcajada baja, un sonido profundo que reverberó como un trueno en la sala. —¿Terminado? No seas ingenuo. —Alzó una mano con elegancia y en un movimiento calculado generó una onda de maná que agitó el aire, haciendo que los hombres sintieran como si el suelo estuviera a punto de ceder bajo sus pies.
—Todo esto está bajo mi control.—Henry los miró con una intensidad escalofriante, sus ojos brillando como los de un titiritero que disfruta manipulando a sus marionetas—.Y cuando decida cortar las cuerdas... ninguno quedará en pie.
Los guardias tragaron saliva, sintiendo cómo la amenaza se volvía tangible, como una cuchilla que les rozaba la garganta. Algunos intercambiaron miradas de despedida, conscientes de que tal vez no saldrían vivos de esta confrontación. Pero incluso en medio del miedo, uno de ellos murmuró con voz temblorosa:
—Si vamos a morir, que sea luchando.
La frase encendió un atisbo de resolución en los hombres, quienes, aunque claramente superados, alzaron sus armas una vez más.Augusto, viendo su espíritu quebrado pero no extinguido, sabía que debía aprovechar ese momento de unión antes de que Henry los destruyera.
—Entonces, peleemos juntos. Que esta noche, al menos, sepan que no nos arrodillamos ante un monstruo.
Henryinclinó la cabeza, disfrutando de su desesperada resistencia. —Muy bien —dijo con una sonrisa oscura—.Muestren lo mejor que tienen antes de que todo termine.
El rostro deAugustose contorsionó en una mezcla de ira y desesperación mientras su lanza ardía con el brillo de sumaná. La energía acumulada desde lo más profundo de su núcleo fluía como un torrente indomable hacia sus dedos, canalizándose en la dorada arma que sostenía.El resplandor era tan intenso que los hombres a su alrededor retrocedieron instintivamente, incapaces de ocultar el miedo que se apoderaba de ellos.
Con un grito feroz que desgarró el aire,Augustolanzó su lanza como un meteoro fulgurante, su trayectoria destinada a perforar el corazón deHenry. Pero este, inmóvil y confiado, apenas levantó una ceja antes de que una sonrisa burlona deformara su rostro.
—¿Es esto todo lo que tienes, Augusto?—murmuró Henry, desbordando un aura de desprecio absoluto.
Sin necesidad de un gesto grandilocuente,Henryactivó su habilidad. El espacio mismo pareció distorsionarse a su alrededor, doblándose bajo su voluntad. Con un movimiento casi despreocupado de su mano, desvió la lanza que se aproximaba como si no fuera más que un juguete insignificante. La dorada arma cambió de rumbo abruptamente, disparándose hacia un grupo de guardias que trataban desesperadamente de reorganizarse tras el caos de la batalla.
El impacto fue catastrófico.La lanza, impregnada del maná de Augusto, liberó una explosión que desgarró el aire y el suelo por igual.Los guardias no tuvieron tiempo siquiera de gritar antes de que sus cuerpos fueran destrozados y lanzados como muñecos de trapo, sus extremidades doblándose en ángulos imposibles.La sangre estalló en una sinfonía grotesca, salpicando el suelo y las paredes cercanas con tonos carmesí.
Uno de los hombres, aún vivo pero gravemente herido, trató de arrastrarse lejos del epicentro, su rostro desfigurado por el dolor y la desesperación.—No... no podemos...—balbuceó, antes de colapsar en un charco de su propia sangre.
Henry soltó una carcajada fría, el sonido resonando como un eco de muerte en el campo de batalla.—¿Ves lo inútil que es resistir?—dijo, mirando directamente a Augusto, sus ojos brillando con una crueldad calculada.—Tu poder es un desperdicio, al igual que estas vidas patéticas.
Augusto, con el cuerpo temblando de rabia, apretó los puños mientras observaba la devastación que había causado su ataque fallido.Sentía la culpa como una garra invisible que le oprimía el pecho, pero también una furia que crecía dentro de él como un volcán a punto de estallar.
—Esto no ha terminado, Henry.—Su voz era un gruñido contenido, una promesa de que no se rendiría mientras tuviera un aliento de vida.
Henry lo miró con una mezcla de diversión y aburrimiento. —Oh, Augusto... lo que no entiendes es que esto nunca comenzó para mí. Pero adelante, sigue intentando. Siempre disfruto aplastar las esperanzas de los tercos.
El aire se llenó de tensión y muerte,mientras los sobrevivientes retrocedían, incapaces de decidir si luchar o huir. Augusto sabía que el destino de todos estaba en sus manos, y esa carga pesaba más que cualquier arma.
—¡No!—gritóRyan, su voz desgarrada por el terror al ver a su hermano ser brutalmente golpeado.El horror se apoderó de sus sentidos, pero la desesperación lo impulsó a moverse. Sabía que, si no actuaba, el final estaba cerca para todos.
Henry, avanzando lentamente haciaAugusto, irradiaba una confianza aterradora. Cada paso suyo era como el tamborileo de una sentencia de muerte, resonando en el aire cargado de tensión.—¿De verdad crees que puedes detenerme?—preguntó con una calma espeluznante, sus ojos perforando los de Augusto, como si estuviera saboreando el miedo que emanaba del joven.
Augustotemblaba, no de miedo, sino de una rabia ardiente que hervía dentro de él.Cada cuerpo caído, cada grito ahogado de sus hombres alimentaba su determinación.Sujetó con más fuerza su lanza dorada, sintiendo el flujo de sumanáconcentrarse en el arma.
—¡No permitiré que esto continúe!—rugió Augusto, su voz rompiendo el silencio opresivo mientras cargaba con todo su ser haciaHenry. Su lanza brillaba con un fulgor dorado, un símbolo de su voluntad inquebrantable, mientras la dirigía directamente hacia el corazón de su enemigo.
Pero Henry no se inmutó.Con un leve movimiento de su cuerpo, se apartó de la trayectoria del ataque, como si el esfuerzo de Augusto no fuera más que un intento infantil.La lanza atravesó el aire vacío, dejando a Augusto vulnerable mientras su enemigo lo observaba con una sonrisa cruel.
—Eres patético,—murmuróHenry, su voz impregnada de un desprecio hiriente. Se inclinó levemente hacia Augusto, sus palabras como dagas al oído.—No tienes idea del verdadero poder.
Ryan, viendo a su hermano ser humillado de esa manera, sintió una mezcla de miedo y rabia crecer en su interior. Apretó los puños, desesperado por encontrar una oportunidad para intervenir.—¡Basta, Henry! Esto no es una pelea, es una masacre.
Henrygiró su mirada hacia Ryan, una sonrisa burlona iluminando su rostro.—Exactamente, niño. Y yo soy el verdugo.
Mientras tanto,Augusto, en el suelo, apretaba los dientes con furia. Sentía el peso de la derrota aplastarlo, pero no estaba dispuesto a ceder.En su mente, un torrente de pensamientos lo empujaba a levantarse, a seguir luchando, aunque sus fuerzas estuvieran al límite.
—Esto... aún no ha terminado,—dijo entre jadeos, levantándose lentamente, su lanza resplandeciendo nuevamente.
Henrylo observó, su sonrisa transformándose en una mueca de fastidio.—Levántate todas las veces que quieras, Augusto. Solo me darás más placer al destruirte una y otra vez.
La tensión era insoportable; el campo de batalla estaba teñido de sangre, pero la lucha interna en los corazones de Augusto y Ryan era tan intensa como el enfrentamiento físico.Las sombras de la derrota se cernían sobre ellos, pero en sus ojos aún ardía una chispa de esperanza y desafío.
Con un movimiento rápido y letal, Henry desató un ataque devastador contra Augusto.El aire parecía romperse bajo el peso de la energía liberada, una onda demanáque resonaba como un rugido invisible, cargada con la intención de aplastar sin piedad.
Augusto, viendo el inminente ataque, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Alzó sulanza dorada, la cual brillaba tenuemente al tratar de contener el impacto que se avecinaba. Pero la fuerza del ataque de Henry era monstruosa.El choque envió a Augusto volando varios metros, su cuerpo estrellándose contra el suelo con un ruido seco.
El polvo se levantó a su alrededor, envolviendo su figura en un velo de incertidumbre.Por un momento, pareció que el mundo se detenía;su respiración entrecortada y la sangre goteando de su frenteeran los únicos signos de que seguía vivo.Vulnerable y aturdido, luchaba por ponerse de pie mientras sus pensamientos se debatían entre el dolor y la necesidad de proteger a los suyos.
La batalla, mientras tanto, degeneraba en un caos sangriento.Los guardias restantes, viendo caer a su líder, intentaban desesperadamente reagruparse.Las órdenes gritadas se mezclaban con los gritos de dolor de aquellos que caían bajo la implacable ofensiva de Henry.Sin embargo, no importaba cuántos intentaran resistir; el poder abrumador del "general sangriento" los aplastaba sin piedad.
Henry estaba en su elemento.Cada golpe fallido de sus enemigos parecía alimentar su ira, pero también su deleite oscuro.Sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y satisfacción mientras observaba el caos que él mismo había provocado.
—¿Esto es todo lo que tienen? —preguntó con una sonrisa torcida, su voz cargada de desprecio.Avanzó lentamente entre los cuerpos caídos, como un titán que pisa un campo de ruinas.—No son más que juguetes rotos.
Los guardias restantes se miraron entre sí, aterrorizados pero desesperados por encontrar una manera de detener a este monstruo.Uno de ellos, un joven recluta, apenas podía contener las lágrimas mientras sostenía su espada temblorosa.
—¡M-mantened la formación! —gritó uno de los capitanes, su voz llena de desesperación mientras trataba de mantener el control.Pero incluso él sabía que estaban enfrentándose a una fuerza que superaba cualquier lógica.
Mientras tanto,Augustoluchaba por levantarse, sus manos temblorosas aferrándose al suelo ensangrentado.Sus pensamientos eran un torbellino de emociones: ira, culpa, y la inquebrantable determinación de proteger a los suyos, sin importar el costo.
—No... no ha terminado... —murmuró entre jadeos, su mirada volviéndose hacia Henry, quien lo observaba con un desprecio que quemaba más que cualquier herida.
Henry, deteniéndose frente a Augusto, inclinó la cabeza con una sonrisa burlona.—¿Sigues en pie? —dijo, su tono cargado de burla—. Admítelo, Augusto, eres nada más que un insecto al que me divierte aplastar.
El campo de batalla, teñido de rojo, se convirtió en el escenario de una tragedia brutal.Los ecos de los gritos y el choque de armas eran un recordatorio constante de que la esperanza se estaba desmoronando ante la fuerza implacable de Henry.Pero en los ojos de Augusto aún brillaba una chispa, pequeña pero feroz, que se negaba a ser apagada.
Ryan y Augusto miraban con horror cómo la fuerza implacable de Henry se desataba sobre el campo de batalla.A pesar de que sus corazones se encogían al ver caer a sus compañeros,su atención no podía apartarse del enemigo que los había reducido a meras sombras de esperanza.
Cada movimiento de Henry era un recordatorio de que esta no era una simple batalla, sino una masacre deliberada.La piedad había sido desterrada del campo, reemplazada por un odio tan puro como el filo de una cuchilla ensangrentada.
El aire estaba cargado de la ferocidad de la lucha, impregnado de sangre y saturado con el hedor metálico de la desesperación.El terreno, antes un campo abierto, se había convertido en una visión infernal dondela vida y la muerte bailaban en una coreografía macabra, con cada grito de agonía añadiendo una nota más a la sinfonía del horror.
Con cada golpe de Henry, el suelo mismo parecía estremecerse, como si el universo reconociera su poder y se doblegara ante su voluntad.Las ondas de choque se propagaban en todas direcciones, levantando el polvo teñido de sangre y derribando a aquellos que aún intentaban mantenerse firmes.
—¡Augusto, retrocede! —gritó Ryan, desesperado mientras intentaba proteger a su hermano.Su voz se rompió bajo el peso de la impotencia. Sin embargo, Augusto no respondió, su mirada fija en Henry, su cuerpo tenso con una mezcla de rabia y temor.
La risa de Henry atravesaba el aire como un eco diabólico, un sonido cruel que perforaba el corazón de los que aún respiraban.Cada carcajada parecía alimentarse de los lamentos de los caídos, intensificando la sed de destrucción que ardía en sus ojos.
—¿Eso es todo lo que tienen? —rugió Henry, su voz resonando como un trueno mientras observaba a los hermanos con un desprecio infinito—. Esto no es una batalla, es un espectáculo patético.
Ryan temblaba mientras levantaba su espada, sus manos cubiertas de sangre, incapaz de distinguir si era suya o de sus camaradas.
—No podemos rendirnos —murmuró Ryan con la voz llena de angustia—. Augusto, tenemos que hacer algo... cualquier cosa.
Pero Augusto no contestaba.Sus manos temblorosas aferraban su lanza, la sangre resbalando por el mango mientras luchaba por mantener su compostura.Sus pensamientos estaban nublados, un remolino de culpa, ira y desesperación.Cada segundo que pasaba parecía alargar el abismo entre la esperanza y la aniquilación.
Henry avanzó lentamente, cada paso marcando el ritmo de la perdición.El suelo bajo sus pies parecía sucumbir, grietas negras apareciendo como si el mundo mismo quisiera apartarse de su camino.
—¿Qué sucede? —preguntó con una sonrisa torcida—. ¿Es este el gran linaje del que tanto se jactaban? Solo veo miedo y debilidad.
La lanza dorada de Augusto comenzó a brillar débilmente, un eco de la fuerza que una vez había significado orgullo y valentía.Sin embargo, frente a Henry, ese brillo parecía insignificante, como una chispa luchando contra una tormenta.
Ryan dio un paso adelante, interponiéndose entre su hermano y el monstruo que los acechaba.
—¡Si quieres acabar con él, tendrás que pasar por mí primero! —gritó, su voz cargada de una valentía desesperada.
Henry arqueó una ceja, su sonrisa ensanchándose mientras extendía una mano hacia Ryan.
—¿De verdad quieres apresurar tu muerte, insecto? —preguntó, su tono rebosante de burla mientras un torrente de maná oscuro se acumulaba en su palma—. Entonces ven, y muere como los demás.
El campo de batalla, teñido de rojo, se convirtió en el escenario de una tragedia cruel.Henry, el titiritero de la muerte, disfrutaba moviendo los hilos de aquellos que aún se aferraban a una esperanza cada vez más débil.
Augusto se tambaleó al levantarse, su cuerpo adolorido y cubierto de sangre, pero su espíritu aún ardía con una ira feroz.No podía rendirse, no ahora.El pensamiento de perder a su familia, sus compañeros y el futuro que había jurado proteger lo empujaba más allá de sus límites.
—¡Esto no terminará así! —rugió, apretando con fuerza la lanza dorada mientras el maná fluía por su cuerpo, chispeando como un rayo contenido.
Sin embargo, Henry, inmóvil, lo observó con un desprecio abrumador, como si estuviera frente a un insecto irritante.
—¿Otra vez? —preguntó Henry, su voz impregnada de burla—. Es curioso que todavía creas que esta lucha tiene algún sentido.
Con una explosión de energía, Augusto cargó hacia él, su cuerpo impulsado por pura determinación.Cada paso resonaba en el campo de batalla, su lanza brillando con un poder que parecía desafiar incluso las sombras.Pero Henry, con un movimiento apenas perceptible, se apartó una vez más, burlándose de su desesperación.
—No entiendes, Augusto —dijo Henry mientras sus ojos brillaban con una mezcla de crueldad y superioridad—. Esto no es una batalla, es un espectáculo. Y tú... solo eres el entretenimiento.
Antes de que Augusto pudiera reaccionar, Henry giró hacia Ryan y los guardias restantes.Con un gesto casi casual,una onda devastadora de maná oscuro se desató desde su mano.El aire se llenó de gritos y el sonido de cuerpos cayendo al suelo como muñecos rotos.La energía impactó con una fuerza tan brutal que el suelo se fracturó, dejando un sendero de destrucción que parecía marcar el destino de los desafortunados.
Ryan apenas logró levantar su espada a tiempo, pero el ataque lo arrojó hacia atrás, chocando contra un muro con un impacto que le cortó la respiración.Los guardias, menos afortunados, fueron arrastrados por la onda de choque, sus cuerpos cayendo pesadamente, algunos inmóviles, otros luchando por respirar.
Augusto, jadeando, miró a su alrededor.Su lanza aún estaba en su mano, pero el peso en su corazón crecía con cada segundo que pasaba.El campo de batalla era un retrato de desesperación; los cuerpos de sus aliados teñían el suelo, y la figura de Henry, imponente y despiadada, parecía una manifestación de la misma muerte.
—¿Ves lo que pasa cuando intentas desafiarme? —dijo Henry, caminando lentamente hacia Augusto, su sonrisa burlona extendiéndose en su rostro—. Todo lo que amas... lo aplastaré. Y tú no puedes hacer nada para detenerme.
Las palabras eran como dagas que perforaban el corazón de Augusto.La impotencia lo envolvía, pero dentro de él aún ardía una chispa.Era débil, insignificante frente al monstruo que tenía delante, pero esa chispa era lo único que lo mantenía en pie.
—No... —murmuró Augusto, apretando los dientes mientras la rabia renovada recorría su cuerpo—. ¡No voy a detenerme!
Henry levantó una ceja, curioso ante la persistencia de su cuñado.
—Entonces ven, Augusto. Intenta una vez más.
La atmósfera se cargó de tensión, el aire pesado y frío como si el mismo destino esperara el risa de Henry resonaba como un eco cruel, mientras Augusto daba un paso adelante, tambaleándose pero decidido.
La noche oscura, que parecía tragar toda esperanza, se iluminó con destellos de luz cegadora que se entrelazaban con sombras danzantes, como si las mismas tinieblas fueran conscientes del caos que se desataba. Los sonidos de los choques, gritos y el estruendo de los combates se mezclaban, creando una sinfonía infernal que retumbaba en los oídos de todos.
En medio de esta tormenta de violencia, cada decisión que se tomara ahora podría alterar para siempre el destino de todos. Cada movimiento, cada sacrificio, era una jugada que podría llevar a la ruina o la victoria. La presión de la situación aplastaba los corazones de los combatientes, sabiendo que el futuro de sus familias dependía de su valentía, o de su falta de ella.
La lucha se había transformado en un escenario horrendo, donde la sangre salpicaba el suelo como si fuera lluvia. El sudor, la rabia y el miedo mezclados se sentían en el aire, convirtiendo el campo de batalla en un lugar donde las sombras del conflicto, tan reales como el mismo filo de las armas, acechaban a cada instante. Todo lo que había sido construido, todo lo que quedaba por proteger, pendía ahora de un hilo, tan frágil como una brizna de hierba bajo una tormenta.
—¡Padre,reténlo! —gritóAugusto, su voz rasgando la atmósfera tensa mientras liberaba su ataque con una furia contenida, un destello de desesperación y odio en su mirada. La honda demaná azulque había invocado surcó el aire como un relámpago, un torrente de energía pura cargada con su determinación. Aunque fue el último en atacar, la velocidad de su proyectil fue tan impresionante que llegó a su destino en un abrir y cerrar de ojos.
Unestruendoensordecedor retumbó por todo el campo de batalla, como si el mismo suelo hubiera sido sacudido por un cataclismo. El impacto de la honda de maná contra el terreno creó unaexplosiónde luz cegadora que iluminó la oscuridad de la noche como una llamarada infernal. La onda expansiva de energía que se desató fue tan poderosa que recorrió el campo con una violencia inaudita, destrozando todo a su paso. El aire mismo vibraba con el poder liberado, llenando los sentidos de todos los presentes con una presión insoportable.
Lasondas densas y blancasde la energía se desparramaron por el lugar, barriendo a su paso cualquier resistencia. Los árboles fueron arrancados de raíz, las rocas hechas añicos, y el suelo mismo tembló bajo la fuerza de la explosión. Losguardiasque se encontraban a cierta distancia, viendo cómo la onda de maná avanzaba imparable, no tuvieron otra opción que retirarse a toda prisa, incapaces de soportar la magnitud de la energía. Los ataques que habían lanzado fueron reducidos a nada, como si fueran simples motas de polvo ante la furia de la tormenta desatada.
Los rastros de laonda de manáno solo destruyeron, sino que también hirieron a aquellos desafortunados que quedaron atrapados en su camino. El aire mismo parecía golpear, y losguardiasque intentaban mantenerse firmes fueron empujados hacia atrás, aturdidos y desorientados, como si la misma naturaleza hubiera decidido arrasarlos. Algunoscayeron al suelo, incapaces de resistir el impacto, mientras que otros luchaban por mantenerse de pie, sintiendo cómo las vibraciones del poder reverberaban a través de sus cuerpos. Era como si el campo de batalla se hubiera convertido en untembloroso ecode guerra, un trueno que anunciaba una tormenta inminente.
Por su parte,Henry, sintiendo cómo la presión del ataque lo rodeaba, comprendió que esto no era una mera amenaza; la determinación deAugustoera palpable, un imán para su propia voluntad de actuar. Aun con toda la furia que desataba su cuñado, Henry no podía permitirse subestimarlo. Sabía que la batalla que se libraba no era solo de fuerza, sino deinteligencia, agilidad y reflejos.
Con un movimiento ágil, que parecía desafiar las leyes del tiempo,Henryse preparó para desviar el ataque. Estaba claro que no podía permitirse un solo error, pues, en esta danza mortal,cada segundocontaba más que la misma vida.
—Sigue siendo inútil—murmuróHenrypara sí mismo, su voz un susurro casi imperceptible entre la tormenta de energía que lo rodeaba. La fría confianza en sus palabras era un reflejo de la certeza que albergaba en su interior. Con cada respiración, sentía cómo la energía vibraba a su alrededor, como un océano de poder esperando ser domado. Pero esta vez no era solo fuerza bruta lo que necesitaba, sinohabilidad,precisión.
Con ungesto rápidode su mano, la misma que había desviado tantas fuerzas antes,Henrymanipuló el espacio a su alrededor con la misma facilidad con la que un artesano moldea la arcilla.La barreraque emergió ante él era una extensión de su voluntad, un escudo intangible pero imparable que absorbió parte de la onda de maná queAugustohabía lanzado. Era como si elmismo airese hubiera plegado a sus deseos, disipando la explosión antes de que pudiera alcanzarlo con todo su potencial.
La explosiónresonó en el campo de batalla como el rugido de una bestia herida,sacudiendo el suelocon su furia, peroHenrypermaneció firme, como una montaña ante la tormenta. La onda de maná que había surcado el aire se disipó lentamente en la atmósfera, dejando tras de sí una estela dedestruccióny caos. El aire aún estaba cargado con la energía residual, y el campo de batalla se convirtió en un paisaje desolado, marcado por los vestigios del choque.
Elsuelo temblababajo sus pies, como si la misma tierra estuviera preguntándose si podía seguir soportando la magnitud de los ataques. Las ondas de energía, aunque debilitadas por la barrera deHenry, seguían chocando contra él, haciendo que su piel se erizara bajo la presión, pero no cedió. Cada impacto que recibía solo le recordaba lo que estaba en juego, y no podía permitirse la menor distracción.
Sin embargo, el desafío no era solo físico.Henrysabía queAugustono era un enemigo cualquiera. La furia y la determinación en los ojos de su cuñado eran innegables.Augustono estaba dispuesto a retroceder. Cada movimiento, cada acción en el campo de batalla,contaba. Y esa era precisamente la razón por la queHenryno podía permitirse ser complaciente, ni siquiera por un momento. La batalla no había terminado, y lamuerterondaba a cada uno de los combatientes, esperando el más mínimo error para cobrarse su precio.
Augusto, observando cómo su ataque había sidodesviadosin esfuerzo, sintió una oleada defrustraciónque amenazaba con consumirlo. El rugido en su interior se hacía cada vez más fuerte, como un grito primordial que pedíavenganza.No podía permitir que su cuñadose saliera con la suya, no ahora, no después de todo lo que había sacrificado. Su mente corría a mil por hora, buscando alguna manera deromper la defensaimpenetrable deHenry, de superar esa barrera de arrogancia y poder que parecía invulnerable.
La rabialo embargaba por completo, y, con ungrito feroz, cargó de nuevo haciaHenry. Su lanza dorada, ahora un reflejo de su furia, se alzó con fuerza, brillando con una luz tan intensa que parecía desafiar la misma oscuridad que los rodeaba. Estaba decidido ademostrarque aún le quedaba algo más que ofrecer, que no se rendiría ante la marea de poder que su cuñado desataba con tan solo un movimiento.
—¡No te saldrás con la tuya!—gritóAugusto, su voz resonando como un eco de determinación, mientras lanzaba su lanza con toda lafuriaque llevaba dentro. El proyectil brillaba intensamente mientras surcaba el aire, una línea de luz corta, rápida, destinada a destruir. En su mente solo había espacio para una cosa:destruir a Henry.
PeroHenry, con su sonrisadespectiva, ya había anticipado cada movimiento. Con ungesto despreocupado, movió su mano en el aire y manipuló el espacio a su alrededor como si estuviera jugando conhilos invisibles. En un parpadeo, la lanza deAugusto, que en otro tiempo hubiera sido letal, fuedesviadacon una facilidad aterradora, redirigiéndola hacia otro grupo deguardias cercanosque intentaban reagruparse.
El impactofue brutal y aterrador. La lanza, ahorafuera de control, se estrelló contra los hombres, lanzándolos al aire como si fueranmuñecos de trapo. Losgritosde los guardias llenaron el aire, una sinfonía dedesesperacióny dolor que reverberó en el campo de batalla. Algunos cayeron al suelo con los huesos rotos, otros se estrellaron contra el terreno, incapaces de reaccionar ante el poder devastador de la acción.La sangrecomenzó a impregnar el suelo mientras los cuerpos caían en un charco de muerte y destrucción, dejando atrás solo ecos de horror.
Augustoobservó, incapaz de moverse por un instante, cómosu ataqueno solo había fallado, sino que habíaarrasado con más vidas.La desesperaciónlo invadió, pero también lo alimentó. Sabía que su único camino ahora era seguir luchando, aunque el peso de sus fracasos pesara sobre sus hombros como una losa. Pero también, algo más comenzó a germinar dentro de él, un fuego que lo impulsó ano rendirse. Esta batalla aún no estaba perdida.
Laatmósferaestaba cargada de unaelectricidad palpable, como si el aire mismo se estuviera cargando de una energía peligrosa, lista para estallar en cualquier momento. Losdestellos de luziluminaban el campo de batalla, reflejando la furia y la determinación de los combatientes que se preparaban para el siguiente enfrentamiento. En un momento fugaz, los tres hombres de la familiaQ'illu,Bernardo,PeteryAugusto, se levantaron de las sombras comofierasdispuestas a seguir luchando,cargaronhaciaHenrycon una velocidad mortal.
Henrylos miró conindiferencia, sus ojos fríos como el hielo, mientras sus pensamientos se mantenían centrados en su objetivo. Sabía que cada golpe, cada movimiento que hacía, estaba siendo calculado. Su concentración estabatan profundaque parecía que el mundo a su alrededor se desvanecía. Estaba tratando depenetrar las malditas capas de sellos espacialesque separaban su lucha de la amenaza que representaban sus dos hijos,BernardoyPeter, quienes se mantenían como una amenaza latente, esperando el momento adecuado para intervenir.
Cada ataque lanzado porAugustoy sus hombres era unadeclaración de intenciones; no solo buscaban ganar, sino demostrar que no se rendirían ante el poder desmesurado deHenry. Sin embargo, como si labatalla fuera un juego, cada golpe fallido solo alimentaba más lased de poder y venganzadel general sangriento.Henrydisfrutaba del caos, de ladestrucciónque se desataba alrededor, de ver cómo sus enemigos sedesmoronabanbajo su fuerza imparable.
Elcampo de batallaestaba cubierto de cuerpos, desangreque tejía una alfombra mortal bajo sus pies. El aire, saturado dedesesperación, parecía respirar a un ritmo frenético, como si la misma tierra estuviera reaccionando a lafuriadesatada. Y sin embargo, paraHenry, todo eso no era más queruido insignificante. La batalla se tornaba algomenorante los ojos de alguien como él, un ser que ya había trascendido los límites de la mortalidad, un hombre cuyavoluntadse extendía más allá de los límites de este plano.
Sin embargo, incluso él no podía dejar de sentir quealgo lo comenzaba a impacientar. Lascapas de espacioque había tejido alrededor de la lucha y la separación de su familia erancomplejas y pesadas, y, aunque se sentía como si pudiera controlar uncontinente entero, esas barreraslo estaban limitando. Cada capa añadida parecía hacerle perder más control sobre la situación, reduciendo elterritoriosobre el que podía maniobrar. En lugar de la expansión ilimitada que se esperaba de ungeneral sangriento, ahora sudominiono llegaba a más de10 kilómetrosderadio.
Esto le picaba en la mente como una heridainsufrible, y aunque semantenía firme, el creciente malestar yfrustracióncomenzaban a reflejarse en su concentración. Cada instante que pasaba, más sentía que estaslimitaciones espacialesse volvían una cadena invisible que learrebatabala libertad para actuar con la brutalidad absoluta a la que estaba acostumbrado. Sabía que debía deshacerse de estas capas, y de ser necesario, lo haríacon la misma furiacon la que había aplastado a todos los que osaron desafiarlo. Pero ahora, la batalla tenía un nuevocomponente: su propiapaciencia.
Ryanobservó horrorizado cómo sus compañeros caían uno tras otro ante la brutalidad imparable deHenry. El sonido de los cuerpos golpeando el suelo y los gritos de desesperación llenaban el aire, mientras una sensación de impotencia lo invadía por completo. Sabía que debía actuar rápidamente, que cada segundo que pasaba podría significar lapérdida de todo lo que amaba, pero su cuerpo no respondía como deseaba. La furia deHenryera inhumana, y con cada movimiento que hacía, se hacía evidente queno había lugar para la compasión ni para la piedaden esa lucha.
Augustogritó desde la distancia, su voz desgarrada por la ansiedad. —¡Ryan!¡Defiéndete! *No podemos permitir que mueras o que te vuelvas un lisiado! —su grito era una orden, pero también un ruego, una súplica desesperada.
Henry, observando la desesperación en los ojos de sus oponentes,rió con desprecio. Cada carcajada que salía de su garganta parecíadesgarrar el aire, como si quisieraaplastarcualquier esperanza que quedara. —¿Unir fuerzas?¿De verdad crees que eso cambiará algo? —su voz estaba impregnada de una burla cruel—.Solo están prolongando lo inevitable.
Con un movimiento rápido,Henryobservó el campo de batalla, donde laúltima lanza sangrientadeAugustoaún seguía clavada en el suelo, empapada en sangre.Henryno pudo evitar una sonrisa más amplia al mirar laineficaciade sus ataques. —Míralo, aún no se libra de mi última lanza sangrienta, y aún asípides unir fuerzas.No seas imbécil, Augusto. —La burla en sus palabras era palpable, como si nada de lo que hicieran pudieradetenerlo.
Elcampo de batallase llenó de una tensión insoportable, donde el choque entre la desesperación de los combatientes y la confianza inquebrantable deHenryparecía crear unvacío mortalen el aire. Ryan sentía cómo el peso de la batalla caía sobre él, pero el fuego de la determinación comenzó a arder en su interior. SiHenrypensaba quepodía hacerlos doblar,estaba muy equivocado.
Con un movimiento rápido,Henrylanzó otro ataque devastador haciaAugusto, quien apenas pudo levantar sulanza doradaen defensa. El impacto fue tan feroz que la explosión resultante iluminó elcampo de batallacon un brillo aterrador,destellos de luzatravesando la oscuridad. El suelo tembló con fuerza mientras las ondas expansivas arrasaban todo a su paso, destruyendo todo lo que encontraban en su camino.
La escena eracaótica:cuerpos caídos,sangre derramadacubriendo el suelo como un manto rojo, mientras losgritos de los moribundosresonaban en el aire, llenos de agonía. El campo de batalla parecía unhorrible lienzo, donde el caos y la destrucción tomaban forma. La atmósfera estaba impregnada delolor a pólvoraymetal caliente, mientras lavida y la muerte danzaban juntas, una coreografía macabra e inevitable, como si estuvieran atrapadas en un juego que ninguno podía ganar.
Augustologró recomponerse tras el ataque, su cuerpo tembloroso, pero su voluntad intacta.Con rabia, lanzó un nuevo embate hacia Henry, sulanza dorada brillandocon una determinación feroz. Cada paso que daba era unadeclaración de resistencia, cada golpe un grito desafiante ante la imparable furia de su enemigo. La tensión en el aire era palpable;sabíaque cada movimiento contaba en estabatalla mortal, y si fallaba, todo estaría perdido.
De repente, unasilicuahumana salió volando de las ondas de energía, su cuerpo destrozado por el impacto, yHenry, aún sonriendo con una expresión cruel, mostró algunasheridasen su rostro. Aunque se sanaron rápidamente, lasgotas de sangreque caían de sus heridas comenzaron a transformarse enlanzas sanguíneas, proyectándose hacia los guardias cercanos conprecisión letal.
Laslanzas sanguíneasvolaron por el aire con un sonido penetrante, atravesando a los guardias sin piedad. Cada una de ellas perforaba el cuerpo de un soldado con lafuerza de una tormenta, dejándoloscaer sin vidaal suelo, como muñecos rotos, dejando un rastrode cuerpos caídosydespedazadosa su paso.Henrymiraba sin expresión alguna, disfrutando de la destrucción y de cómo su poder devastador barría con todo a su alrededor, sin compasión ni remordimiento.
Augustoquedósorprendido, sintiendo como si unacordillera enteragolpeara su cuerpo con una fuerza descomunal, intentando arrebatarle lalanzaque tenía en las manos. La presión era insoportable, como si todo el peso del mundo lo aplastara.La determinación de Henryera implacable,inquebrantable, y en cada uno de sus movimientos,Augustopodía sentir cómo el poder de su enemigo lo acechaba, envolviéndolo como una sombra amenazante.
—¿Qué quieres, la posición de líder?No importa.Sin embargo, debes entender esto, Augusto: si quieres pisotearme y robar algo mío, puedes intentarlo. Pero lo siento;me aseguraré de que caigas en el abismo más profundo—dijoHenrycon una sonrisa cruel, sus palabras como cuchillos que cortaban el aire, llenas de desdén.
Augustosintió la rabia comenzando a hervir dentro de él. No era solo un ataque físico, sino una batalla contra su propiadignidad.¿Cómo se atrevía Henry a hablar así?¿Cómo podía aquel ser tansegurode sí mismo cuandoél mismoestaba al borde de la derrota?
—¿Quieres herirme?Pero mira esta sorpresa: tu lanza no es lo suficientemente fuerte —replicóAugusto, apretando los dientes mientras sentía cómo el odio lo consumía. La rabia era como una llama furiosa dentro de él, y cada palabra de Henry solo alimentaba esa llama, haciéndola arder más intensamente.
—Déjame mostrarte la verdadera fuerza de un ataque de un glorioso general que se encuentra en la cima—dijoHenry, su voz calmada pero cargada de amenaza.La espada que sostenía brillaba, reflejando la luz de labatalla, como una extensión de su propia arrogancia. Cada palabra deHenryestaba impregnada con el peso de susuperioridad, como si todo lo que hacía estuviera destinado a la victoria, y el destino de sus enemigos fuera solo un accesorio insignificante.
En ese preciso momento, la furia deAugustocreció, pero cuando intentó reaccionar,un gritode advertencia deCarlosquedó ahogado en el aire, como si hubiera sido engullido por la gravedad del combate.Henry solo miró a Carlos, su mirada fría y calculadora, y unasonrisa sádicase dibujó en sus labios.Era evidente que ya no veía a Carlos como una amenaza, sino como un simple espectador en su espectáculo de violencia y destrucción.
Carlos, incapaz de reaccionar a tiempo, se quedó mirando cómo la fatalidad se acercaba. No importaba lo que dijera o hiciera, el destino de todos los presentes parecía estar sellado por la voluntad deHenry, elgeneral sangrientocuyafuerza y voluntadparecían no tener igual.
Henrypermaneció inmóvil, las palabras deAugustoperforando su coraza de arrogancia como flechas invisibles.La atmósferaque los rodeaba parecía congelarse, como si el tiempo mismo estuviera aguardando su reacción.Augustohabló con una mezcla de reproche y pragmatismo brutal, su tono tan frío como las sombras que proyectaban las nubes sobre el campo de batalla.
—Detente, Henry. Tanto alboroto por un simple lisiado.Desde el principio tú sabías cuál sería su destino.Él moriría, ya sea por unahorrible muerte natural provocada por sus enfermedades, o porque, sencillamente,un lisiado no tiene lugar en este mundo.
Las palabras eran duras, despiadadas, pero también cargadas de una verdad queAugustocreía innegable.Henryseguía sin responder, pero la tensión en su mandíbula y el leve temblor en sus manos lo delataban.
—Lo sabes muy bien. Bernardo no tenía ningún futuro, y por eso se te propuso el sacrificio.—Augustodio un paso al frente, su mirada fija enHenry, como si intentara atravesar el muro de emociones que lo mantenía en silencio—.Tú mismo aceptaste este sacrificioen pos de fortalecer aPeter.
Las palabras parecieron golpear a Henry como una ráfaga helada.Había verdad en ellas, pero también una acusación implícita que desgarraba su interior.Augusto, al notar que había logrado una grieta en la armadura emocional de su cuñado, continuó presionando.
—¿Acaso Peter no es también tu hijo?¿Lo quieres decepcionar?Lo has entrenado para este momento,para soportar la carga que solo él puede llevar. Entonces,¿por qué te sorprendes?—Su voz subió de tono, cargada de frustración y reproche—.¿Por qué tienes este deseo hipócrita de proteger a Bernardo, que ahora no es más que un simple lisiado?
Un suspiro profundo escapó de los labios deHenry, el peso de las palabras deAugustoaplastándolo.Sus ojos, cargados de una mezcla de culpa y resignación,se alzaron hacia el cielo nublado.La tormentaparecía reflejar la guerra interna que se libraba dentro de él.
—Sé que acepté.—Henryhabló con una voz apagada, casi un susurro, pero suficiente para queAugustolo escuchara. Cada palabra cargaba el peso de sus decisiones pasadas—.Y nunca me perdonaré esa acción impulsiva y cómo me ha afectado.
El silencio que siguió era opresivo, peroHenrycontinuó, su mirada perdida en las nubes, como si buscara en ellas alguna forma de redención.
—Por esa razón, sé que nada volverá a ser igual. Tal vez sea miedo.Porque sé que, cuandoMaríalo descubra... —Henrytragó saliva, y por primera vez, su voz tembló ligeramente—.Me despellejará vivo.Y no solo eso,intentará matar a Peter.
Augustoentrecerró los ojos, sorprendido por la sinceridad en las palabras deHenry. Había esperado un hombre que se mantuviera firme en su poder, pero lo que tenía frente a él era un hombre roto, luchando por reconciliarse con sus errores y temores.
—Henry, nada cambiará si sigues atrapado en este ciclo de arrepentimiento y rabia.Pero si no actúas ahora, niPeterni lo que queda deBernardotendrán un futuro.Decide quién eres realmente.
Henrybajó la mirada, un destello melancólico cruzando sus ojos por apenas un instante. Sus palabras, cargadas de una mezcla de arrepentimiento y orgullo, parecían perforar el aire tan profundamente como sus ataques perforaban el suelo.Las nubes arriba parecían gruñir, resonando con su furia contenida.
—Tal vez, por primera vez, quise ser un padre.—Su voz era baja, pero cargada de peso, como si cada palabra rasgara su garganta—.Un padre al que mi hijo pudiera mirar como cuando tenía 4 años, con esa admiración pura, aunque fuera un ser despreciable.
Augustolo observaba con una mezcla de sorpresa y desdén, su lanza dorada aún vibrando por el impacto anterior. Pero las palabras deHenryno eran para él, ni siquiera para los soldados que permanecían en silencio mortal a su alrededor.Era un lamento dirigido al vacío.
—Pero claro, puedes echarme la culpa.—Henryalzó la vista, sus ojos perforando aAugustocomo si intentara arrancarle algo más que su fuerza—.Tu padre me incitó.—De pronto, su voz cambió, endureciéndose, volviéndose tan fría como la atmósfera que los envolvía—.Aunque debes saber algo, Augusto: nunca, NUNCA me pongan en una posición donde deba demostrar lo cruel y despiadado que puedo ser.
El silencio fue cortado por un trueno, un rugido celestial que parecía responder al tono amenazante deHenry. Su mirada se tornó más intensa, y el aire a su alrededor pareció oscurecerse.
—Porque lo saben, todos lo saben. Puedo hundirlos a todos en el abismo más profundo.—Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, sus dientes brillando como cuchillas bajo los destellos de los rayos—.Incluso si eso significa hundirme junto con ustedes.
Augusto apretó los dientes, sus nudillos blancos alrededor del asta de su lanza, mientrasHenrydaba un paso al frente, imponente, dominando la escena.
—Mira cómo estamos actualmente.—La risa deHenryera un eco cavernoso, una mezcla de burla y desafío—.Yo, aquí, invicto e invencible. Y ustedes...—Su mirada recorrió los cuerpos caídos y los rostros aterrados de los guardias restantes—.Meros insectos, arrastrándose por el suelo.
El golpe llegó sin lanza de Augusto, con un movimiento preciso y desesperado, cortó a través del espacio mismo,destrozando la barrera dimensional de Henry. Por primera vez, el terreno de su invulnerabilidad se tambaleó.Henry sonrió.
—Oh...—Su voz era baja, casi un susurro lleno de deleite oscuro—.¿Así que puedes rasgar mi barrera?
El arma de Augusto, vibrando con la energía acumulada del ataque, cayó hacia él.Henry levantó su brazo derecho, el acero golpeando contra su antebrazo con la fuerza de una montaña.El impacto fue brutal.Sus pies se hundieron profundamente en el suelo, formando un cráter que pareció devorar la tierra bajo él.El cielo reaccionó al choque, abriendo un agujero en las nubes mientras los rayos bailaban con una furia inhumana.
—¡Impresionante!—rugióHenry, su sonrisa cada vez más amplia, más sádica.La presión del golpe no lo doblegó; al contrario, lo encendió.
Augusto, jadeando, retrocedió un paso. El peso de su ataque, uno que habría destrozado a cualquier otro, parecía haber despertado algo más peligroso en su oponente.
—¿Eso es todo, Augusto?—preguntóHenry, su tono ahora burlón, casi decepcionado—.Dime que no has apostado todo en ese golpe. Porque si es así...—Extendió su brazo, y un destello rojizo comenzó a acumularse en su palma—.Te prometo que no sobrevivirás para intentarlo otra vez.
Las nubes se arremolinaron, los rayos intensificándose mientrasHenryacumulaba poder, dispuesto a responder al desafío con una fuerza que no dejaría lugar para segundas oportunidades.
Henry, al percatarse de la transformación en el poder y apariencia de lalanza, dejó entrever una fugaz mezcla de sorpresa y admiración contenida. Con un movimiento instintivo,desapareció entre las capas del espacio enla trayectoria directa del ataque., justo cuando la energía liberada por el armase desbordó en un rugido titánico, desgarrando la estructura misma de la realidad. Por un breve pero aterrador instante,el río del tiempo, inmutable y eterno, pareció estremecerse, su flujo alterado por la intensidad del impacto.
Emergiendo a una distancia prudente, Henry contempló los efectos devastadores de la lanza, su expresión ahora marcada por una calma calculadora.
—Oro abisal...—pronunció lentamente, dejando que el peso de sus palabras se asentara en el aire cargado—.Así que esa es la composición de tu lanza.—Sus ojos brillaron con un matiz cruel mientras analizaba cada centímetro del arma—.Una creación fascinante. Puede perforar tiempo, espacio, incluso la realidad misma... aunque no con tus manos débiles.
Augusto, con la respiración entrecortada, sostuvo firmemente la lanza, su mirada ardía de determinación.
—Pero con tu fuerza actual...—Henry dio un paso hacia adelante, su tono teñido de burla y amenaza—.Solo puedes rasgar el espacio. Dime, ¿hiciste esa lanza pensando en neutralizarme?
Sin darle tiempo a responder,Henryse impulsó hacia Augusto, girando sobre sí mismo con una velocidad letal. Su pierna derecha golpeó con una fuerza devastadora el lado derecho del rostro de Augusto,arrojándolo varios metros hacia atrás.Augusto, todavía aturdido, pudo distinguir por el rabillo del ojo cómo una media luna cristalina, de un resplandecienteverde esmeralda, se dirigía hacia él, surcando el aire como una guadaña espacial.
El corte fue certero pero superficial.Augusto se movió con una agilidad sorprendente, esquivando lo suficiente para evitar que la herida fuera fatal. Un leve surco rojo comenzó a correr por su mano, pero no mostró debilidad.
Henry aterrizó con gracia, sus pies tocando el suelo como si controlara cada partícula a su alrededor.Con un movimiento fluido de su mano, el espacio a su alrededor pareció distorsionarse, y las energías comenzaron a converger en un ataque letal.Augusto reaccionó rápidamente, levantando su lanza y apuntándola directamente hacia Henry. Ambas fuerzas colisionaron en un impacto que sacudió el campo de batalla, haciendo que ambos retrocedieran varios pasos.
El eco de la colisión resonó, dejando una grieta visible en el suelo y en el espacio.La batalla no daba tregua; cada movimiento, cada ataque, era un intento por demostrar quién era el verdadero dueño de este duelo.
Henry, sin perder su sonrisa desdeñosa, habló:
—Debo admitirlo, Augusto. Tienes coraje... pero coraje no es suficiente.
Dime donde encontraste el oro abisal, en nuestra galaxia es muy raro ya que es una galaxia muy joven y pocos planetas tienen invasiones de las marea negras.
Augusto no dijo nada haciendo que Henry sonriera, bien ya sabré como obtener esa información tal vez tu prometida sea buena hablando tendré que cansarla mucho para que sintió sus venas estrellar.
Henry dejó caer esas palabras con una calma gélida, su mirada fija enAugusto, esperando una reacción.El silencio de Augustofue la única respuesta que obtuvo al principio, un silencio lleno de rabia contenida, un silencio que solo alimentó la sonrisa sádica de Henry.
—¿Nada que decir? Perfecto.—Henry se llevó las manos a la espalda, su tono adoptando una amenaza velada pero claramente presente—.Bien, ya sabré cómo obtener esa información. Quizás...—hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras calaran hondo—.Tu prometida sea más... colaborativa. Estoy seguro de que con un poco de persuasión, empezará a hablar. Aunque tendré que "cansarla" mucho antes.
Elcomentario descaradofue como una chispa que encendió una tormenta.Augusto sintió sus venas estallar, la rabia acumulándose como un torrente incontrolable dentro de él. Su respiración se volvió irregular mientras apretaba los dientes con tal fuerza que un leve crujido resonó en el aire.
—¡Cierra la maldita boca, Henry!—rugió finalmente, su voz vibrando con una mezcla de furia y dolor. La lanza en su mano comenzó a brillar con una intensidad renovada, como si respondiera a la ira de su portador. Las ondas de energía dorada que emanaban de ella se extendieron, distorsionando el aire a su alrededor.
Henry rió suavemente, con un tono que destilaba burla e indiferencia.
—Ah, ahí está. Eso quería ver. Es tan fácil manipularte, Augusto.—Dio un paso adelante, su presencia aplastante envolviendo el campo de batalla—.Tu furia es como un fuego débil. Ardiente, sí, pero fácil de extinguir. Solo me divierte verte consumir toda tu energía por algo tan insignificante.
Augusto, ahora con los ojos inyectados en sangre, no podía contenerse más. Cada palabra de Henry se hundía en su mente como un puñal envenenado, intensificando su determinación.
—Te haré pagar por esas palabras, Henry. ¡Juro que lo haré!—La lanza dorada en sus manos comenzó a emitir destellos, su estructura vibrando con un poder incontrolable.
—Hazlo, Augusto. Muéstrame qué tan lejos estás dispuesto a llegar.—Henry levantó una mano con desdén, un aura oscura surgiendo de su cuerpo. La tierra bajo sus pies comenzó a resquebrajarse, y una serie de espinas cristalinas emergieron del suelo, rodeándolo como si fueran un ejército de sombras.
La batalla estaba lejos de terminar, pero en este momento,era más que un combate físico; era un duelo de voluntades, de ego y venganza.
Henry observaba a Augusto con una mezcla de desprecio y curiosidad, ignorando el brillo efímero de su regeneración."Eres del elemento vida, ¿no es así?", preguntó, aunque la evidencia estaba frente a sus ojos. Las heridas de Augusto se cerraban con una rapidez antinatural, una marca inconfundible de los despertados con ese poder.
Augusto no respondió. Sus músculos se tensaron, pero su rostro permaneció estoico. Henry, incapaz de contener su arrogancia, continuó:"Bien, pequeño insecto, has sido ascendido a mi chucho personal. Por favor, no te mueras tan rápido."Su sonrisa era una invitación al caos.
De un gesto casi desinteresado, Henry agitó su mano. Una ráfaga invisible surcó el aire y golpeó el pecho de Augusto, haciendo que retrocediera varios metros mientras un torrente de sangre salpicaba el suelo.El impacto resonó como el eco de una campana rota, manchando el aire con el aroma metálico de la sangre.
Henry sonrió, complacido, pero nunca esperó lo que vino después. En un instante, una mano del tamaño de un yunque le sujetó la cabeza desde atrás.La presión era brutal, como si su cráneo estuviera siendo moldeado por un alfarero despiadado. Antes de que pudiera reaccionar, Augusto lo estrelló contra el suelo con una fuerza que hizo temblar la tierra.
El cuerpo de Henry dejó un surco mientras era arrastrado, su rostro chocando contra rocas y escombros.El sonido del cráneo contra el terreno era grotesco, un recordatorio de la brutalidad sin filtro de la escena.
A pesar del ataque, Henry se liberó con una habilidad insultantemente simple. Se puso en pie, sacudiéndose el polvo y dejando escapar una carcajada llena de burla."Así que estás usandoeso,"dijo con un tono que no ocultaba su diversión, pero sus ojos revelaban un destello de interés genuino.
Augusto, ahora una monstruosidad de más de cuatro metros de altura, apareció frente a él con un rugido sordo que parecía vibrar en los huesos. Sin embargo, Henry no se conmovió ni mostró sorpresa. En cambio, comenzó a saltar en pequeñas distancias del espacio, desapareciendo y reapareciendo con movimientos fugaces, casi burlándose de la lentitud aparente de Augusto.
"¿Por qué forjar una lanza que corta las leyes fundamentales de la existencia si luego la botas como basura?", dijo Henry con un tono casi casual, como si estuviera reprochando a un aprendiz descuidado. La mención de la lanza encendió algo en los ojos de Augusto, y un mazo colosal apareció en sus manos, materializado con una ferocidad que parecía retumbar en el aire.
El arma cayó como un juicio divino, buscando aplastar a Henry, pero este saltó de nuevo, burlando el ataque con una precisión humillante. En un movimiento veloz como una serpiente, Henry cerró la distancia y lanzó un rodillazo directo al rostro de Augusto.El impacto fue tan brutal que el tabique nasal del gigante cedió, hundiéndose hasta el cerebro.
Augusto titubeó por un momento, sangre y fragmentos de hueso saliendo de su rostro destrozado. Pero incluso así, sus ojos seguían vivos, llenos de algo más allá de la rabia: una promesa de destrucción.
"¡Bastardo!", rugió Augusto, su voz cargada de una furia incontrolable. Su puño impactó brutalmente contra Henry, pero este, con una calma insultante, materializó su hoja espacial en un destello frío y cortó el pie derecho de Augusto de un solo golpe.La carne desgarrada y el hueso expuesto chispearon con sangre que caía como una lluvia gruesa.
Henry no perdió la oportunidad para admirar la resistencia de su adversario."Es fuerte,"pensó el padre de Bernardo mientras observaba a Augusto caer hacia él, su regeneración ya completada, con un puño colosal que buscaba aplastarlo.El impacto fue monumental. Ambos puños chocaron con una explosión de maná que desintegró el suelo bajo sus pies, creando un cráter que crecía con cada onda expansiva.
La batalla cuerpo a cuerpo comenzó.Augusto lanzaba sus golpes con una furia descomunal, pero Henry los detenía con la misma facilidad con la que alguien aleja una mosca.Sus palmas absorbían cada impacto con precisión milimétrica, dejando un rastro de sombras residuales que desaparecían en el aire.
"Bien, sigue. Pon más fuerza, balancea tu cuerpo,"se burló Henry, su tono paternal y sarcástico.Parecía un maestro que enseñaba a un aprendiz torpe, aunque su expresión reflejaba un deleite retorcido al provocar a Augusto.Cada choque de sus golpes perforaba capas del espacio, desatando ondas de choque que distorsionaban la realidad circundante.
El intercambio no cesaba, un espectáculo de brutalidad y técnica que parecía infinito, hasta que Henry, con un movimiento calculado, detuvo el puño de Augusto con su palma derecha. La fuerza de su rechazo envió al gigante hacia atrás, y un corte profundo apareció en su pecho, como si un bisturí invisible lo hubiera desgarrado.
"Dos segundos,"comentó Henry con una sonrisa que mezclaba admiración y burla."Eso es lo que tarda tu cuerpo en cerrar una herida que fragmenta el espacio. El elemento vida es, debo admitirlo, sorprendente."
Augusto no respondió. Sabía que no valía la pena alimentar las provocaciones de su cuñado, pero sus ojos ardían con una determinación inquebrantable.La burla de Henry solo era un ruido de fondo; su mente ya estaba calculando su próximo movimiento.
Henry desapareció nuevamente, moviéndose a través de las capas del espacio con una velocidad que parecía imposible de seguir. Pero esta vez, Augusto no era el mismo hombre que había comenzado la pelea.Su cuerpo se encendió en llamas sanguíneas, un resplandor carmesí que se asemejaba inquietantemente al poder que Henry había desplegado al inicio.
"Interesante,"murmuró Henry mientras esquivaba pilares de sangre que perforaban el espacio con precisión mortal. Las lanzas carmesí surgían en todas direcciones, obligándolo a romperlas una a una con movimientos rápidos y calculados. Entonces, una media luna de sangre surgió del epicentro, cortando el aire y obligando a Henry a desviar su curso bruscamente.
"Así que de eso trata tu habilidad."Su tono era despreocupado, pero su mente estaba analizando cada detalle."Habilidad de rango B. Naturaleza: Vida. Adaptabilidad progresiva."
El análisis de Henry no era vacío. Su mirada penetrante desentrañaba la esencia misma de la habilidad de Augusto."Tiene sentido. La vida evoluciona, y tu habilidad te permite adaptar tu cuerpo, fortalecerte contra los ataques de un elemento particular. Interesante, pero..."Su sonrisa se amplió."Eso también significa que necesitas tiempo para adaptarte, ¿verdad?"
Augusto respondió con acciones, no palabras. Sus llamas sanguíneas se intensificaron, y los pilares se multiplicaron en un frenesí de destrucción que resonaba como tambores de guerra.La batalla aún no había alcanzado su clímax, y ambos sabían que solo uno quedaría en pie al final.
Henry sostenía el monóculo que había arrancado del rostro de Ryan después de haberlomasacrado sin piedad, golpe tras golpe.La sangre aún lo cubría, un recordatorio de la brutalidad reciente. Con una sonrisa sardónica,hablaba al objeto como si se dirigiera directamente al espíritu de su antigua víctima.
El lugar donde ambos combatientes estaban parados era un caos absoluto.Fragmentos de roca flotaban en el espacio, moviéndose violentamente debido a los desplazamientos de Henry. Pero antes de que los escombros pudieran causar algún impacto,Augusto los reducía a polvo con simples gestos, como si cada movimiento suyo fuera una declaración de control absoluto.
"Pero dime,"dijo Henry, su voz cargada de un tono burlón mientras caminaba en círculos alrededor de Augusto,"si te corto infinitas veces, ¿tu adaptabilidad te curará infinitas veces?"
Sin esperar respuesta,Henry lanzó una serie de ataques rápidos y precisos, cortes que rompían el aire como cuchillas invisibles.Augusto esquivaba y bloqueaba, su cuerpo ya adaptándose una vez más.Los ataques al azar de Henry no parecían ser una amenaza, o al menos, eso era lo que Augusto quería creer.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de quelos cortes de Henry se volvieran menos efectivos.Augusto ya estaba evolucionando.Los tajos que antes abrían su carne ahora apenas rozaban la superficie, y el tiempo de regeneración se redujo a un suspiro.
Henry entrecerró los ojos, su expresión pasando de la diversión al cálculo puro.Bloqueó un golpe masivo de Augusto con su antebrazo, pero la fuerza del impacto lo arrojó hacia atrás, deslizándose sobre el terreno distorsionado. A medida que recuperaba su posición,movió su cuerpo con un gesto fluido, desatando una falla espacial gigantesca de más de cien metros de largo.La grieta se abrió como una herida en la realidad, intentando devorar a Augusto por completo.
Pero Augusto no era el mismo de antes.Su cuerpo se movió como un rayo, transformándose en una línea de luz sanguínea que atravesó la grieta con una velocidad imposible.
Henry observó, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y furia."Ya veo..."murmuró, sus palabras apenas un susurro que flotó en el aire."Más de una naturaleza. Maldita sea... esa perra egocéntrica me mintió."Su mente viajó momentáneamente al rostro de su esposa,Laura, cuya información sobre los elementos de sus hermanos ahora parecía cuestionable.El engaño era claro, y la ira de Henry hervía bajo su piel.
"Laura,"pensó, gruñendo entre dientes."Maldita seas, perra arrogante. Me has hecho jugar en desventaja."
Antes de que pudiera continuar con su cavilación, un peso ominoso lo sacó de sus pensamientos.Algo colosal se precipitaba desde arriba, cayendo hacia él con una fuerza que amenazaba con aplastarlo por alzó la mirada, su mente volviendo al presente justo a tiempo para enfrentar lo que Augusto había desatado.
Henry alzó la vista, sus ojos entrecerrándose al notar la figura de una pequeña montaña que no sobrepasaba los 30 metros de altura.Sin siquiera pestañear,abofeteó el aire con un gesto cargado de indiferencia, y la montaña fue pulverizada, convertida en escombros que se dispersaron como polvo.
Augusto retrocedió, sus movimientos amplios, logrando cubrir una distancia de 600 metros con un solo paso.
Henry inclinó ligeramente la cabeza, su tono cargado de curiosidad mientras lanzaba una pregunta.
"¿Por qué te alejas?"
Augusto respondió con una sonrisa sardónica, sus palabras perforando el aire como dagas.
"Vamos, lo sabes muy bien. No te sorprendas. Sabes que si pretendes atacarme, tendrás que acercarte. O... tal vez temes que acercarte más te ponga en una severa desventaja y te haga vulnerable... para ser mi perra."
La expresión de Henry no cambió; su rostro permaneció pétreo mientras desviaba la mirada.En un instante, su conciencia perforó todas las capas del espacio yviajó a kilómetros de distancia, donde pudo observar a sus hijos, Peter y Bernardo, enfrascados en su propia batalla.La escena lo inquietó: Bernardo estaba claramente en desventaja, sus heridas impidiendo cualquier posibilidad de victoria.
Antes de que pudiera enfocarse más en el duelo,las capas del espacio se cerraron abruptamente, recuperándose con fuerza y cortando su visión.La furia de Henry retumbó en su mente como un grito silencioso. Apretó los dientes, la rabia latente en su ser manifestándose en su tono cuando volvió a dirigirse a Augusto.
"Es inútil que mantengas tu distancia conmigo."
Augusto respiraba con agitación, sus costillas alzándose y cayendo como si la batalla ya estuviera drenando su energía. Pero entoncesalgo lo hizo detenerse.Una sensación gélida y punzante tocó su pecho. Cuando bajó la mirada, sus ojos se encontraron con una mano.La mano de Henry.
"¿Ves a lo que me refiero, Augusto?"La voz de Henry era como un eco burlón que reverberaba en sus pensamientos.
"Puedo acercarme, puedo tocar tu corazón, incluso atravesarlo, sin una sola gota de sudor o el más mínimo desgaste en mi energía."
Henry retiró la mano con lentitud, como si su acto fuera una mera demostración de su dominio.
"Es simplemente risible intentar mantener distancias físicas conmigo."
Con un destello que fracturó el espacio,Henry se desplazó nuevamente. Esta vez apareció flotando en el aire, mirando hacia abajo a Augusto, como un dios observando a un mortal.
"¿Lo entiendes ahora?"Las palabras de Henry caían como martillos sobre Augusto, cada una cargada de una arrogancia inquebrantable.
"La diferencia que hay entre nosotros es insalvable."
Augusto alzó la mirada, su respiración aún pesada, pero algo en sus ojos brillaba con desafío, un fuego que no parecía dispuesto a extinguirse tan fácilmente.
¡Cállate, maldito perro callejero!"rugió Augusto, su voz llena de furia.
Henry, sin inmutarse, respondió con una sonrisa fría y despectiva."Pues este perro... te volverá su perra, como lo hice con tu prometida."
"¡Desgraciado!"bramó Augusto, su cuerpo se movió como un rayo hacia Henry, quien lo observaba con indiferencia. Ambos iban a chocar, sus puños preparados para destrozarse, peroAugusto observó con asombro y furia cómo su puño pasaba a través de la sonrisa de Henry.En ese instante,Henry le dio una patada brutal en la espalda, justo a la altura de su hombro, enviándolo de cara al suelo.
Sin darle tiempo para reaccionar, Henry se movió con una velocidad imposible de seguir.Entró en la ilusion y la realidad, desgarrando el espacio con cada movimiento mientras acribillaba el cuerpo de Augusto, golpe tras golpe.Su puño derecho se incrustó en el abdomen de Augusto, atravesando su armadura como si fuera papel,arrancando las tripas de su cuñado con un gesto brutal y preciso. La violencia del golpe hizo que Augusto fuera lanzado hacia atrás con una fuerza devastadora.
Henry distorsionó el espacio con cada golpe,arrastrando a Augusto a través del dolor y el caos. Pero el sufrimiento no terminó ahí. Henry continuó golpeando su rostro con una furia imparable.
En el último impacto, Augusto, ya al borde de la desesperación,formó un bloqueo con sus brazos en forma de equis,protegiéndose lo que pudo, pero la consecuencia fue fatal.Sus huesos se astillaron con el golpe.El dolor recorrió su cuerpo, pero su voluntad seguía intacta.
"Maldita sea... mi adaptabilidad... no se pone al día..."gruñó Augusto entre dientes, sus fuerzas agotándose, mientras su cuerpo, destrozado y sangrante, se levantaba de los escombros. La agitación en su respiración era evidente, pero la rabia en su pecho no se apagaba.
"Te voy a destruir, Henry..."Pensó con furia, mientras las sombras de la batalla se alzaban a su alrededor, desmoronando lo que quedaba de su resistencia.
En un parpadeo,un masivo rayode kilómetros de longitud y varios metros de anchura cayó sobreAugustocon la fuerza de una tormenta apocalíptica.
Henry, imperturbable como siempre, lo observó desde su posición. No parecía sentir siquiera la presión del impacto.
Augusto, sin embargo, no se dejó dominar.Se empleó al máximocon su elemento rayo, aumentando su velocidad hasta alcanzar un nivel que desbordaba todo límite conocido.La luz misma parecía doblarse a su paso.Henry era rápido, pero el rayo, al llegar a su máxima velocidad, se convirtió en algo que desbordaba incluso sus capacidades.El 50% de la velocidad de la luz era demasiado rápido para cualquier ser mortal, ni siquiera para alguien como Henry.
En ese instante, unaesfera de rayoschocó con la cabeza de Henry, empujándolo con tal fuerza quelo arrojó hacia el suelo, creando una explosión masivaen el epicentro del impacto. La tierra y el espacio mismo parecían romperse por la potencia de la colisión.
Pero Henry no estaba derrotado.Augustocontinuó su ataque, liberandodiversas balas de rayocon tal potencia que parecían dejar en ridículo todo el arsenal nuclear de la antigua humanidad.Las explosiones sacudían el espacio como si el mundo mismo estuviera en guerra.
Pero, en un abrir y cerrar de ojos,Henry reapareció detrás de Augusto,casi como si nunca se hubiera movido. Con un solo gesto,formó un mazo con su manoy golpeó la cabeza de Augusto con tal fuerza quelo envió al suelocon la violencia de un meteorito estrellándose contra la tierra.
Augusto cayó a cuatro patas,atónito, llevándose una mano a su cabeza. Jamás esperó que Henry, con su velocidad y habilidad,apareciera justo frente a él en un abrir de ojos. Sin darle tiempo a reaccionar,Henry lo pateó en la cara,lanzándolo por los aires, desintegrando la resistencia que quedaba en su cuerpo.
Henry sonrió, satisfecho,mientras su cuerpo saltaba entre las capas del espacio una vez más.Se reposicionó tras Augustocon una rapidez vertiginosa,y le dio una patada en la nuca.El golpe fue brutal, una explosión de fuerza que dejó a Augusto incapaz de levantarse, su cuerpo colisionando contra el suelo con un estrépito que resonó a través del vacío.
El campo de batalla estaba teñido de devastación.Augusto, herido y agotado,ya no podía ver más allá de la furia incontrolable que se desataba en su mente, mientras Henry, casi inmortal, se mantenía firme en su posición.
Augustono pudo evitarlo.Vomitar una gran cantidad de sangremientras sus ojos se desenfocaban fue el resultado de la brutalidad de los golpes. Nunca imaginó que lasmanos del espaciolo tomarían de la cabeza,un estremecedor cabezazode parte deHenrylo dejó atónito, sin poder reaccionar, mientras la furia y el dolor se apoderaban de su ser.
Con la vista turbia,Augustose hizo a un lado con esfuerzo, buscando alejarse del siguiente ataque. PeroHenry, sin perder la oportunidad,pisoteó su cabeza contra el suelo de roca, aplastando su rostro con el peso de la furia acumulada.
"Maldito seas, Henry,"rugióAugusto, su voz llena de ira y sangre. Su rayo salió disparado,impulsando su cuerpohacia adelante con una fuerza descomunal.El derechazoimpactó en la cara deHenry, quien sintió cómo la sangre comenzó a brotar de su rostro. No obstante, esto no hizo queHenryretrocediera, sino que loprovocó aún más.
Augusto, en su furia, siguió el ataque con una serie degolpes al cuerpode Henry,desatando todo su poderpara finalmenterematar con un rodillazodirecto al abdomen de su cuñado. El golpe hizo queHenryretrocediera, pero su expresión se mantuvo fría.
Henry, quien se movía con la destreza propia de un ser que dominaba las capas del espacio, seburla de su cuñadomientrasesquivabaa gran velocidad, observando cómoAugustoesparcía rayos por el lugar. Sin embargo, en el instante en queHenry apareció frente a él,Augustointentó un golpe, pero fue esquivado con facilidad.Una patadaimpactó en su cara, lanzándolo al aire, y cuandoHenryapareció de nuevo a su lado, unnuevo golpe de manolo estrelló contra el suelo con tal fuerza que la tierra se agrietó bajo su peso.
El campo de batalla era una danza de destrucción, dondeAugustoyHenryse enfrentaban con todo su poder, pero la diferencia entre ellos se volvía cada vez más evidente.La ira de Augustoera palpable, peroHenryparecía no moverse de su lugar, siempre con esa sonrisa burlona, sabiendo que el poder deAugusto, aunque formidable, no era suficiente.
Toma tu lanza, Augusto.
No dudes pequeña mierda, toma tu lanza porque sino moriras.
Laatmósfera se volvió densa, como si el mismo aire se apretara alrededor de ellos, pesado, vibrante con la energía que se acumulaba.Henrypermanecía en pie, su cuerpoen tensión, su poder burbujeando en su interior, esperando el momento perfecto para desatarse. Cada fibra de su ser vibraba con la fuerza contenida, y elespacio mismoparecía respirar con la anticipación del desastre que estaba por desatarse.
Augusto, al otro lado, sentía lapresióncomo un peso en su pecho, pero no mostró miedo. Sabía que su cuñado estaba a punto de liberar unpoder devastador, pero su propia voluntad de lucha ardía tan fuerte como la furia de los rayos que había invocado.Los ojos de ambos brillaban con la misma determinación, cada uno listo para demostrar que no cedería.
En unmovimiento decidido,Henrylanzó su ataque, suespada brillando con intensidad, cortando el aire con tal fuerza que lavibración del manáseguía su traza, creando ondas de energía que se propagaban por el entorno. Lafuerzadetrás de cada movimiento deHenryera palpable, yel aire mismo temblababajo la presión de su poder desatado.
Augusto, consciente del ataque inminente, alzó lalanza dorada, suenergía irradiandomientras se preparaba para contrarrestar. Su mirada se fijó enHenry, sabiendo que este enfrentamiento era la prueba de su resistencia.El choque de poderesestaba a punto de estallar, y la batalla alcanzaba su punto de máximaintensidad.
La espada deHenrycortó el aire con una precisión mortal, peroAugustono se dejó sorprender. En un movimiento igualmentedecidido, contrarrestó con sulanza, desatando unaexplosión de manáque resonó como un trueno. Losgolpesycontragolpesse sucedieron con tal velocidad que elmundo a su alrededor parecía desmoronarsecon cada impacto. Las energías colisionaban como si el mismoespaciose estuviera desgarrando, los ecos de sus enfrentamientos reverberando por el campo de batalla.
La batalla se intensificaba aún más. Cada golpe, cada choque de susenergías densas, enviabavibracionespor todo el paisaje, creando grietas en el suelo,tormentas de energíaque se alzaban en el aire.Henryno cedió ni un milímetro, sudeterminación inquebrantablereflejada en la furia de sus movimientos, cada golpe impregnado con su poder, dispuesto ademostrar que su habilidadestaba más allá de lo queAugustopodía manejar.
Augusto, aunque sorprendido por la furia de su cuñado, no estaba dispuesto a rendirse.Con la lanza dorada en mano,se defendiócon cada fibra de su ser, resistiendo cada golpe, cada estallido de energía, con lafuerza de su voluntad. Pero lasondas de manáque vibraban a su alrededor, ladensa atmósfera cargada con la energía de Henry, comenzaban a ponerlo a prueba más allá de lo quesu adaptabilidadpodía asimilar.
Ambos, inmersos en su lucha, sabían queeste enfrentamiento no terminaría hasta que uno de ellos caiga. El aire seguía vibrando, y elpoder que se desatabaera imparable, mientras lasondas de choquede sus ataques y defensas sacudían el mismoespacio que los rodeaba.
La batalla se intensificaba a niveles insostenibles; cada golpe resonaba como unaexplosiónde energía pura, dejando una huella en el aire y sacudiendo la tierra bajo sus pies.Augusto, aunque sorprendido por la ferocidad del ataque deHenry, no estaba dispuesto a ceder ni un paso.Con la lanza dorada en mano, su voluntad ardía con la misma intensidad que sufuria interior, preparándose para contrarrestar el embate imparable de su cuñado.
Henryavanzó con rapidez, lamanipulación del espaciocomo su aliado. En un instante, supresencia desaparecióde un lugar y apareció al siguiente, moviéndose en un abrir y cerrar de ojos.Esquivóla lanza dorada,demostrandosu agilidad y maestría en el control absoluto del espacio. Pero sucontraataquefue aún más devastador.
Con un movimiento ágil,Henrytrazó unalínea mortalcon su espada, cortando el aire con precisión letal.Augustoapenas tuvo tiempo de levantar su lanza en defensa, la cual se estrelló contra la hoja con unimpacto ensordecedor. El sonido del choque fuetremendo, reverberando por el campo de batalla como un trueno, mientras ambos combatientes se mantenían firmes, luchando pormantener el controlde la situación.
Lafuerzadel golpe deHenryhizo que el suelo temblara bajo sus pies, una onda expansiva deenergíaque empujó a losguardias cercanoshacia atrás. La tierra misma parecía romperse bajo el peso de su enfrentamiento.Augustosintió cómo sucuerpose desestabilizaba por el impacto, pero se mantuvo en pie, lairay lafrustraciónacumulándose en su interior como una fuerza primigenia.
No podía permitir que Henry continuara desatando su furia; debíasuperarlo, encontrar una forma de contrarrestar el poder desbordante de su cuñado. Laadaptabilidadde Augusto era su mayor ventaja, y estaba decidido a usarla al máximo para igualar la balanza.
Con ungrito feroz,Augustocargó nuevamente haciaHenry, sudeterminaciónardiendo como una llamarada.¡No te saldrás con la tuya!gritó, su voz resonando con la misma furia queimpulsaba su lanza, la cual fue lanzada contoda su fuerza, alcanzando velocidad y potencia suficiente para desintegrar cualquier defensa si Henry no reaccionaba a tiempo.
PeroHenryno era un enemigo común, y lo sabía. En ese mismo instante,las distorsiones del espaciocomenzaron a formarse alrededor de él, mientras sus ojos brillaban con un propósito absoluto.El choque estaba por continuar, y ninguno de los dos pensaba ceder.
Henrysonrió con desdén, su mirada cargada desuperioridadmientras observaba aAugustointentar atacar. Con un simple gesto de su mano, lamanipulación del espacioentró en juego una vez más. Lalanza doradade Augusto, que se había dirigido hacia él con la intención de perforarlo, fuedesviadacon una precisión milimétrica. La fuerza delmovimientofue tal que la lanza, en lugar de impactar enHenry, seredirigiócon lagravedadhacia un grupo deguardiasque intentaban reagruparse.
El impacto fuedevastador. La lanza atravesó el aire agran velocidad, dejando un rastro de energía pura, y cuandotocóa los guardias, fue como unaexplosión. Los cuerpos fueronlanzados al airecomo muñecos de trapo,desintegrándoseen el proceso. Losgritos de horrorde los soldados resonaron en el aire, pero sus voces fueron rápidamente ahogadas por el estrépito de la batalla. El suelo, antes cubierto de polvo, ahora estaba manchado desangreyrestosde carne. Laescenaera un verdaderocampo de carnicería, donde la muerte y la vida se fundían en unacoreografía macabra.
Ryan, desde la distancia, observó con horror cómo sus compañeros caían ante labrutalidaddeHenry. Los gritos y lamentos de aquellos que sucumbían a la furia del cuñado deAugustollenaban el aire, mientras el aroma de lapólvoray elmetal calienteimpregnaban la atmósfera.La desesperaciónlo envolvía, su mente buscando alguna solución, algún medio para detener el avance imparable de Henry. Sabía que si no actuaba rápido, todo lo que había querido proteger, toda su familia, estaríaperdida.
Cada movimiento que hacíaHenrymostraba sin lugar a dudas que no había cabida para lacompasiónen este enfrentamiento. Losgolpes, ladestrucciónde la naturaleza misma, todo apuntaba a unconflicto sin retorno, donde solo lavoluntad de poderdecidiría el futuro.El caosreinaba, y lassombras del conflictose alzaban como unanube oscuraque amenazaba con engullirlos a todos.
PeroAugustono estaba dispuesto a rendirse. Con elfierro espíritu de luchaque siempre lo había caracterizado, levantó sulanzauna vez más, sumirada decididareflejando unfuego interiorque no podía apagarse. Sabía que esta batalla estaba lejos de llegar a su fin, y aunqueHenryparecía tener la ventaja,Augustosentía que aún tenía mucho porluchar.Cada fibra de su serestaba centrada ensobrevivir, enprotegera su gente, enacabarcon este monstruo que ahora se interponía entre él y lasalvación.
Elrugido de la batallasiguió resonando mientras ambos combatientes se preparaban para el siguiente enfrentamiento, sabiendo que laluchasería másbrutal, mássangrienta, y másdesgarradoraque nunca.
Henry ignoró al viejo, se paró en el lugar y volvió a agitar su espada con indiferencia.
Su maná fluyó por toda la hoja del arma, que se elevó hacia el oscuro firmamento mientras realizaba el balanceo del arma.
La energía que circulaba en la espada era poderosa; sus ataques siempre eran letales.
—¿Te lo dije, viejo? Si mi hijo es el sacrificio hacia la familia Q'illu, entonces los descendiente de la familia Q'illu sera el sacrificio en nombre de mi hijo —declaró Henry con desdén, disfrutando del caos que había desatado.
Augusto, sintiendo la presión del momento, se preparó para lanzar un nuevo ataque. Con un grito de desafío, levantó su lanza dorada y cargó hacia Henry, decidido a no dejarse intimidar. La determinación brillaba en sus ojos mientras se acercaba a su enemigo.
Henry permaneció inmóvil, observando con fría indiferencia cómo Augusto cargaba hacia él con la lanza dorada en alto. Cada paso de Augusto parecía hacer vibrar el suelo bajo sus pies, un eco que resonaba con la ira contenida de un hombre al borde del abismo. Pero Henry no se movió; en lugar de eso, permitió que su sonrisa torcida se expandiera mientras su maná pulsaba como un torrente imparable a través de su espada.
El viejo que había intentado intervenir antes estaba ahora de rodillas, con las manos temblorosas y los ojos llenos de terror. El aire a su alrededor estaba cargado de una energía sofocante, y cada respiración se volvía una lucha contra la opresión que emanaba de Henry.
—¡Tu arrogancia te ciega, Augusto!—rugió Henry con una mezcla de burla y desdén—.Tu lanza no es más que un juguete ante mi poder.
Augusto, a pesar del peso de esas palabras, no disminuyó su velocidad. Con cada paso, los recuerdos de los caídos y el sacrificio de su propia familia lo impulsaban hacia adelante. Su lanza comenzó a emitir un brillo cegador, el maná dorado envolviéndola como un fuego viviente que prometía consumar su venganza.
—¡No permitiré que mancilles más a mi familia, Henry!—gritó Augusto, su voz cargada de furia y desesperación.
La distancia entre ambos se acortó en un instante, y el choque fue monumental. La lanza dorada impactó con la espada envuelta en maná de Henry, generando una explosión de energía que desgarró el aire y arrojó escombros en todas direcciones. Los cielos oscuros se iluminaron brevemente, como si el universo mismo temiera el poder de los dos hombres.
Henry aprovechó el retroceso para dar un giro y lanzar un golpe lateral con su espada. Augusto apenas pudo bloquearlo, pero el impacto lo hizo tambalearse, sus pies dejando surcos profundos en el suelo mientras retrocedía. Henry no perdió tiempo y avanzó como un depredador, su espada cortando con precisión letal mientras cada uno de sus movimientos destilaba una confianza escalofriante.
—Eres lento, Augusto. Incluso con toda tu determinación, sigues siendo débil.—Henry lanzó otro corte que rozó el rostro de su cuñado, dejando una fina línea de sangre que goteó sobre la tierra marcada por la batalla.
Sin embargo, Augusto no se rindió. Aprovechó una apertura en la postura de Henry y giró sobre sí mismo, lanzando un golpe ascendente con su lanza. El filo dorado rasgó el costado de Henry, haciendo que un destello de dolor cruzara su rostro por un breve instante.
—¡La debilidad no me define!—vociferó Augusto mientras retrocedía y volvía a posicionarse para un nuevo ataque.
Henry llevó una mano a su herida, observando la sangre que goteaba entre sus dedos. En lugar de enfurecerse, comenzó a reír, una risa profunda y resonante que parecía amplificar la tensión en el aire.
—Parece que aún tienes algo de lucha en ti, Augusto. Excelente. Me aseguraré de arrancarte todo ese fuego antes de que termine la noche.—Henry alzó su espada nuevamente, y el maná a su alrededor estalló en un espectáculo de luces y sombras, anunciando que la verdadera masacre estaba a punto de comenzar.
Los ecos de su risa se mezclaron con los gritos lejanos de los combatientes que aún intentaban escapar del caos, y la tierra misma parecía temblar en anticipación de la próxima embestida.
La atmósfera se volvía más pesada con cada instante, como si el mismo aire reconociera la intensidad del enfrentamiento. Los combatientes estaban atrapados en una danza de vida o muerte, donde cada segundo, cada elección, podía significar el fin.Augusto, con los músculos tensos y la mirada fija, canalizó toda su fuerza en el lanzamiento de su lanza dorada. El arma surcó el aire con un destello brillante, un haz de luz que parecía buscar con hambre al enemigo.
PeroHenry, impasible y mortal como un depredador acechando, reaccionó con una precisión sobrehumana. Con un movimiento fluido, giró sobre sus pies y, empuñando su espada envuelta en un aura oscura y chisporroteante, desvió la lanza con un impacto que iluminó el campo de batalla.La energía de su ataque resonó como un trueno, un eco que rugió en los oídos de los soldados cercanos, llenándolos de terror.
—¿Es esto todo lo que tienes, Augusto? —espetó Henry, con un tono cargado de desprecio. Sus ojos brillaban con una mezcla de odio y satisfacción mientras avanzaba, blandiendo su espada como una extensión de su voluntad destructiva.
Antes de que Augusto pudiera recuperar el equilibrio,Henry contraatacó con una brutalidad arrolladora. La espada surcó el aire con la furia de una tormenta, dejando un rastro de energía tan devastador que los observadores sintieron cómo el suelo vibraba bajo sus pies.El sonido del impacto fue un estruendo ensordecedor, una explosión de poder que silenciaba cualquier grito o gemido.
Augusto logró alzar su lanza justo a tiempo para bloquear el ataque, pero la fuerza del choque fue incontenible.El arma resonó con un chirrido agónico, y las manos de Augusto comenzaron a temblar por la intensidad del golpe.El impacto lo lanzó hacia atrás, como si hubiera sido alcanzado por un martillo colosal. Su cuerpo se estrelló contra el suelo, dejando un surco en la tierra mientras rodaba varios metros.La sangre comenzó a brotar de una herida en su frente, mezclándose con el sudor que corría por su rostro.
—¡Padre! —gritó un joven soldado desde la distancia, su voz cargada de desesperación.Los guardias que aún se mantenían en pie se miraron unos a otros, temblando ante la visión de Augusto siendo derribado. Algunos, dominados por el miedo, retrocedieron unos pasos.
Henry avanzó lentamente, su espada brillando con un poder ominoso.Cada paso que daba parecía cargar el aire con electricidad, una amenaza latente que hacía temblar hasta a los más valientes.Sus ojos se clavaron en Augusto, quien, a pesar del dolor que invadía su cuerpo, se incorporaba con dificultad, apoyándose en su lanza.
—No te equivoques, Henry... —murmuró Augusto, con la voz rota pero llena de una determinación férrea—.Aún puedo pelear.
Los ojos de Henry se entrecerraron, y su sonrisa se torció en una mueca despiadada.
—Entonces levántate... y muere como un verdadero guerrero.
El viento se detuvo por un momento, como si el mismo mundo contuviera el aliento ante lo que estaba por venir.El destino de ambos, de sus familias y de todo lo que amaban, pendía de un hilo mientras las sombras de la guerra se cernían sobre ellos.
El grito desgarrador de Carlos atravesó el caos del campo de batalla, resonando como un eco de dolor y desesperación.Su mirada se clavó en el cuerpo inerte de su hijo,y su alma parecía desgarrarse mientras luchaba contra las cadenas invisibles del sufrimiento que lo mantenían postrado en el suelo.Las heridas en su cuerpo eran profundas, pero las de su corazón eran peores.
—¡Maldito seas, Henry! —vociferó Carlos con una voz rasgada, su odio perforando la atmósfera cargada de sangre y muerte.Su puño temblaba mientras golpeaba el suelo, un gesto de impotencia ante el horror que se desplegaba frente a él.
Henry, imperturbable y con una sonrisa torcida, se giró hacia Carlos, sus ojos brillando con la satisfacción sádica de quien disfruta aplastar a sus enemigos. —¿Esto es lo que querías ver, viejo? —su tono era como un cuchillo, gélido y cortante—.Es el precio de enfrentarte a alguien como yo.No hay espacio para la piedad aquí.
Augusto, aún tambaleante, levantó su lanza dorada, sus ojos encendidos por la rabia y la determinación.Las palabras de Henry lo golpearon como un desafío, como una afrenta que no podía ignorar.Pero antes de que pudiera actuar, Henry desató su furia.
Con una velocidad abrumadora, Henry avanzó, su espada brillando como un relámpago negro.Cada movimiento era una obra maestra de destrucción;sus ataques eran precisos, brutales, y cargados de una energía oscura que hacía vibrar el aire.Las ondas de choque de cada golpe destrozaban el terreno, arrancando trozos de tierra y lanzándolos por los aires.
—¡Mantened la formación! —rugió un guardia, intentando desesperadamente reagrupar a los hombres que quedaban en pie.Pero sus palabras se perdieron en el caos.
Henry no les dio tregua.Su espada cortaba el aire y la carne con la misma facilidad.Cada tajo dejaba a su paso cuerpos desgarrados y gritos sofocados por la muerte.El suelo se teñía de rojo, y el olor a sangre y metal caliente impregnaba cada rincón.
Augusto finalmente cargó, su lanza apuntando directamente al corazón de Henry.Su grito de guerra resonó con toda la fuerza de un hombre que luchaba no solo por sobrevivir, sino por vengar a los caídos.El impacto entre ambos fue titánico.La lanza chocó contra la espada de Henry, y una explosión de energía los rodeó, sacudiendo todo a su alrededor.
—¡Por mi familia, no caeré ante ti! —bramó Augusto, empujando con todas sus fuerzas.
Henry, sin embargo, no cedió.—¿Tu familia? —se burló con una risa cruel—.Ya están medio muertos. Solo falta que te unas a ellos.
La batalla continuaba, un espectáculo épico de poder y voluntad.Mientras tanto, Carlos, todavía en el suelo, luchaba por no sucumbir a la desesperación.Un pensamiento oscuro cruzó su mente: ¿valía la pena este sacrificio?Pero en lo profundo de su ser, sabía que, aunque su cuerpo estuviera roto, su espíritu debía permanecer inquebrantable.
En los bordes del campo de batalla, los soldados sobrevivientes observaban con horror y admiración.Cada golpe de Henry era una sentencia de muerte, y cada defensa de Augusto era un grito de desafío contra lo inevitable.
El destino de todos pendía de un hilo, tenso y frágil, a punto de romperse.
Augusto apretó los dientes con furia, su corazón latiendo con el ardor de la impotencia y la rabia.La visión de sus compañeros siendo abatidos, sus cuerpos cayendo como hojas arrastradas por el viento, alimentaba una llama en su interior que no podía ser sofocada.Con un rugido que parecía surgir desde lo más profundo de su alma, levantó su lanza dorada una vez más.
—¡Maldito seas, Henry! —vociferó con toda la fuerza de su ser, sus ojos ardiendo con una mezcla de desesperación y desafío.
La lanza en sus manos brillaba con un fulgor casi cegador, como si respondiera al clamor de su portador. Con un movimiento poderoso, la lanzó hacia Henry,la trayectoria del arma cortando el aire con un silbido ensordecedor, como un relámpago dorado buscando vengar a los caídos.
Pero Henry, frío e imperturbable,ni siquiera pestañeó ante el ataque.Su semblante era el de un depredador seguro de su dominio.Con un gesto despectivo, agitó su mano, y la lanza, que parecía imparable, cambió de dirección como si fuera un juguete manipulado por un titiritero.
El arma voló hacia un grupo de guardias que intentaban reorganizarse, y el impacto fue estallido resonó como un trueno, arrancando gritos desesperados de los hombres.El suelo tembló bajo la explosión de energía, y los cuerpos fueron lanzados al aire, esparciéndose como hojas bajo un vendaval.Sus gritos, cortados abruptamente por el choque, dejaron un eco aterrador que impregnaba el aire.
Augusto cayó de rodillas, sus ojos reflejando el horror de la escena.Podía sentir el peso de la desesperación hundiéndose en su pecho, pero no podía permitir que lo venciera.La ira luchaba contra la tristeza en su interior, mientras el hedor de la muerte y la sangre saturaba el ambiente.
—¡Retrocedan! —gritó uno de los soldados que aún quedaban en pie, su voz quebrada por el miedo y la incertidumbre.Su rostro estaba cubierto de sudor, y sus manos temblaban mientras intentaba reorganizar a los pocos que quedaban.
Henry, con una sonrisa cargada de desdén,observó la escena con satisfacción.—¿Es esto todo lo que tienen? —preguntó en tono burlón, su voz proyectándose por el campo de batalla como una sentencia de muerte—.Qué decepcionante.
Los pocos guardias que aún podían moverse intercambiaron miradas de terror.Algunos se prepararon para cargar, sabiendo que probablemente sería su último acto, mientras otros retrocedieron instintivamente, sus instintos de supervivencia gritando por encima de su sentido del deber.
Henry avanzó lentamente, su espada destellando bajo la pálida luz del caos.Cada paso que daba parecía pesar sobre las almas de sus oponentes, como si el suelo mismo temiera su presencia. En ese momento, Augusto alzó la vista, su respiración pesada, pero con una chispa de determinación aún brillando en sus ojos.
—Esto aún no ha terminado, Henry—murmuró, apretando con fuerza los restos de su lanza. Aunque la esperanza parecía estar lejos, su espíritu se negaba a rendirse.Cada fibra de su ser clamaba por justicia, aunque costara su vida.
La batalla no era solo un enfrentamiento de fuerza; era una prueba del espíritu humano frente al abismo.Y en ese abismo, la lucha apenas comenzaba.
El campo de batalla era un infierno, un lugar donde el aire ardía con la furia de cada enfrentamiento.Cuerpos caídos y sangre derramada cubrían el suelo, y los gritos desgarradores de los combatientes resonaban como un coro macabro que helaba la sangre.El hedor a pólvora y metal caliente impregnaba la atmósfera, opacando incluso el aliento de los que seguían en pie, mientras los rayos de sol se reflejaban en las hojas de las armas, creando destellos que iluminaban la devastación como si fueran estrellas moribundas.
La escena era un espectáculo aterrador, una coreografía siniestradonde la vida y la muerte danzaban juntas, sus movimientos marcados por los ecos de espadas chocando y el crujir de huesos rotos.Henry, en el centro del caos, parecía el maestro de ceremonias de esta masacre.Con cada movimiento de su espada, dejaba un rastro de energía devastadora que se estrellaba contra sus enemigos con una fuerza implacable.
Augusto, por su parte, sentía la ira arder dentro de élal ver caer a sus compañeros uno tras otro.Con un grito feroz, reunió todas sus fuerzas y lanzó un nuevo ataque.Su lanza dorada brillaba intensamente mientras surcaba el aire hacia Henry, pero el guerrero no mostró ni un atisbo de preocupación.Con un simple gesto de su mano, desvió la lanza una vez más, dejándola volar hacia otro grupo de guardias cercanos.El impacto fue devastador; los hombres fueron lanzados por los aires como muñecos de trapo mientras sus gritos de agonía se perdían en el eco de la destrucción.
Henry disfrutaba del caos que había desatado.Su rostro estaba iluminado por la ferocidad de la batalla, y sus ojos brillaban con una ansia insaciable de poder. Cada golpe fallido de sus enemigos parecía alimentar su sed de destrucción, como si este enfrentamiento fuera una extensión de su propia naturaleza.—¿Ves? Esto es lo que significa enfrentarse a un verdadero guerrero. No hay lugar para la compasión aquí —declaró con desdén mientras proseguía su masacre.
Los guardias intentaron reagruparse, pero la ferocidad de los ataques de Henry era abrumadora.Con cada golpe lanzado, dejaba claro que no había espacio para la piedad ni para la duda.Cada vez que un enemigo caía, su espíritu se fortalecía, mientras la esperanza de los demás se desmoronaba como un castillo de arena ante la marea.
El futuro de las familias involucradas pendía de un hilo, un hilo tan delgado como la voluntad de los hombres que aún luchaban.Las sombras del conflicto se cernían sobre ellos como un presagio de su inminente caída.La batalla no era solo física; era un enfrentamiento de almas, donde solo el más fuerte y despiadado podría prevalecer.
Henry sabía que él sería ese uno.Con cada golpe lanzado, no solo destruía cuerpos, sino también espíritus.La lucha había trascendido el simple combate y se había convertido en una prueba definitiva de poder y voluntad.Y mientras el caos reinaba y la muerte reclamaba su tributo, Henry avanzaba, el maestro absoluto de esta sinfonía de destrucción.
La tensión alcanzó su punto máximo.Henry, con una sonrisa cargada de malicia, observó a Carlos y a su hijo herido, regodeándose en la tragedia que había sembrado.—Así que ahora toda la familia está reunida —dijo con sarcasmo, su tono lleno de burla.
Sabía que Ryan, tras haber roto gran parte de sus runas primordiales, se había convertido en un lisiado.Sanar ese tipo de heridas no sería tarea sencilla.A menos que Carlos estuviera dispuesto a sacrificar todos sus bienes y conseguir un tesoro natural de inmenso valor, Ryan nunca podría recuperar lo que había perdido.La perspectiva era un castigo tan cruel como efectivo.
La risa de Henry resonó como un eco macabro en el campo de batalla,un sonido que hizo hervir la sangre de Carlos. Los rayos que lo rodeaban chisporrotearon con furia, alimentados por su creciente rabia.Sin pensarlo dos veces, Carlos se lanzó hacia Henry, cegado por la ira.
El choque fue brutal.Ambos hombres se enfrascaron en un combate cuerpo a cuerpo, una danza violenta donde cada golpe era mortal. El ruido de los puños impactando carne y hueso se mezclaba con el estruendo de los rayos que iluminaban el campo de batalla. Carlos, a pesar de sus heridas, luchaba con una ferocidad implacable, pero Henry, ágil y calculador, no daba tregua.
En un descuido fatal, Carlos dejó una abertura.Henry aprovechó el momento con precisión quirúrgica, lanzando un puñetazo directo al rostro de su oponente.El impacto resonó con un crujido seco,haciendo que Carlos retrocediera tambaleándose mientras un hilo de sangre brotaba de su nariz.
El hijo menor de Carlos, a pesar de sus heridas, no se quedó quieto.El joven, al que Henry había dejado con la columna vertebral destrozada, rugió con un valor que desafió su estado. Su grito era tanto de dolor como de desafío, un sonido que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Pero Henry, sin compasión alguna, giró rápidamente y le propinó una patada directa al rostro.El golpe fue devastador, el mana se expandió por su cuerpo rompiéndole la tráquea y apagando su rugido en un gorgoteo ahogado.
El caos reinaba una vez más.Carlos, tambaleante y sangrando, se levantó con dificultad mientras observaba a su hijo caer al suelo, incapaz de respirar. Su mirada estaba cargada de desesperación y odio, pero también de una determinación feroz que lo impulsaba a seguir luchando, aun cuando las probabilidades estaban claramente en su contra.Henry, en cambio, sonreía con frialdad, el amo y señor de una tragedia que parecía no tener fin.
El campo de batalla se iluminó con un destello violento.Augusto, aprovechando la distracción, se lanzó hacia Henry con una ráfaga de golpes impulsados por sus elementos. Cada movimiento estaba cargado de energía y furia, buscando abrir una brecha en la defensa del imponente enemigo.Henry, sin embargo, permaneció firme.Sus antebrazos se alzaron como un muro infranqueable, bloqueando los puños y patadas con precisión casi inhumana.
Finalmente, en un momento de maestría estratégica, Henry desvió el flujo de los golpes de Augusto.Con un movimiento rápido, lanzó una bofetada demoledora.El impacto resonó como un trueno, arrancándole varios dientes a Augusto y obligándolo a retroceder mientras un hilo de sangre goteaba de su boca.
Entonces apareció Ryan, el que ahora podía ser considerado el nuevo lisiado de los Q'illu.Aunque sus movimientos eran más lentos debido a las heridas, cargó hacia Henry con toda la determinación que le quedaba. Sin embargo, Henry lo esperaba.Atravesó la carga de Ryan como si estuviera jugando con un niño, atrapando su rodilla con una facilidad insultante.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló Henry mientras bloqueaba cada ataque de Ryan con un ritmo casi despreocupado. Finalmente, con una patada brutal,lo envió volando hacia atrás.
—¡Maldita sea! —rugió Augusto, limpiándose la sangre de la cara—. Se supone que nuestra velocidad es inalcanzable entre los generales sangrientos. ¿Cómo está haciendo esto?
Henry soltó una carcajada burlona, su tono cargado de desdén.—No te alteres, cuñado —dijo con una sonrisa irónica—. Mi velocidad no es nada especial comparada con el noble linaje de los Q'illu.La burla en sus palabras era como un veneno, encendiendo aún más la furia de sus adversarios.
De repente, un rayo violeta iluminó el campo,haciendo temblar el suelo.Carlos apareció frente a Henry,su aura chispeante de energía pura. Esta vez, sus golpes eran más fuertes, más pesados, como si todo su dolor y rabia se hubieran transformado en un arma imparable.Cada impacto resonaba con una intensidad casi sobrenatural.
Las sombras de los movimientos de Carlos parecían multiplicarse,dejando a Patrick, el menor de los hermanos, completamente asombrado.
—¿Cómo puede moverse así...? —murmuró Patrick, incapaz de apartar la mirada.
Henry, a pesar de su habilidad, no pudo evitar recibir una patada directa al pecho.El golpe lo empujó hacia atrás, haciéndolo tambalear por primera vez. Mientras se enderezaba, Henry soltó un suspiro pesado y se llevó una mano al lugar del impacto.Sonrió con una mezcla de burla y respeto.
—Eso dolió, viejo... pero créeme, te arrepentirás.
La tensión en el aire era palpable,y la batalla apenas estaba comenzando a mostrar su verdadero alcance.
La atmósfera se cargó de tensión cuando Henry extendió su brazo hacia el aire, provocando que el espacio detrás de él comenzara a crujir con un sonido ominoso. Tres círculos se formaron, vibrando con una energía extraña. Los hermanos, al ver el fenómeno, sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales, el horror se reflejaba en sus rostros al presenciar algo fuera de su comprensión.
—¿Qué...? —musitaron al unísono, incapaces de entender lo que sucedía.
Henry, con una sonrisa desafiante, no dejó que el silencio se alargara. Su voz resonó con una calma inquietante mientras observaba a sus enemigos.
—Déjenme presentarles a mi habilidad de rango A —dijo, mientras los círculos detrás de él seguían emitiendo destellos inquietantes—.Clon espacial.
Los hermanos apenas tuvieron tiempo de procesar sus palabras cuando una mano emergió del primer círculo. La aparición fue tan repentina como aterradora. Los ojos de los Q'illu se agrandaron de incredulidad mientras observaban cómo el clon tomaba forma.
—Por un lapso de diez minutos, puedo abrir una puerta espacial hacia otros espacios alternativos —continuó Henry, disfrutando de la sorpresa que reflejaban sus enemigos. La atmósfera se volvía más pesada con cada palabra que pronunciaba—. Y un yo de ese espacio puede venir aquí, durante ese tiempo.
Los clones no eran meros reflejos; sus ojos brillaban con una intensidad oscura, una presencia que desconcertaba a quienes los observaban.
Pero Henry no se detuvo allí, su mirada se tornó aún más cruel.
—Pero alégrense —dijo con desdén—. La fuerza de este clon depende de la cantidad de clones que cree y de la fuerza de mi versión en ese espacio alternativo. ¿Están preparados para enfrentar algo como esto?
Mientras el último de los círculos se cerraba, dejando escapar un par de figuras oscuras más, la desolación comenzaba a invadir el ambiente. La batalla tomaba un giro inesperado, y los Q'illu sabían que esta lucha apenas comenzaba.
El ambiente se volvió aún más perturbador cuando el primer clon espacial, que había hablado con indiferencia, rompió el silencio con una voz que parecía provenir de otra realidad. Los hermanos Q'illu, junto a Henry, no podían evitar sentirse incómodos ante la presencia de los clones que surgían de las grietas espaciales. El primer clon habló con una calma inquietante, como si todo esto fuera lo más natural del mundo.
—Ha pasado mucho tiempo desde que vinimos a tu dimensión —comentó con frialdad, su mirada distante.
El segundo clon, igualmente desconcertante, preguntó sin mayor emoción:
—Dime, ¿qué día es hoy?
La pregunta colgó en el aire como una amenaza implícita. Los hermanos observaban en silencio, intentando comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo. El tercer clon, con una sonrisa burlona, no pudo evitar lanzar un comentario provocador.
—Por lo que veo, estás luchando contra los Q'illu. ¿Acaso descubrieron que te has acostado con la mujer de Ryan y Augusto? —preguntó con una sonrisa torcida, disfrutando de la incomodidad del Henry original.
El aire se tensó aún más, mientras los clones reían entre ellos, como si fuera una anécdota trivial.
—Son bichos raros, una vez Ryan vio cómo embaracé a su mujer y se encogió de hombros —dijo uno de los clones, su tono despectivo y casi divertido.
—Es un enfermo —comentó el segundo clon, mostrando una falta total de respeto por la situación.
Sin embargo, Henry no parecía sorprendido. Con un gesto impaciente, señaló el giro de la conversación.
—Pero bueno, el de mi dimensión no es tan diferente que digamos. —añadió el tercer clon, como si ese hecho lo redujera todo a una simple casualidad.
Es el día del sacrificio.
