El aire helado que soplaba sobre la isla de Azkaban calaba hasta los huesos, como si el mismo mar que la rodeaba tuviera la intención de tragarse todo vestigio de vida. Caminaba por la pasarela de piedra que conectaba la pequeña embarcación con la isla. Cada uno de mis pasos resonaba en el silencio absoluto. Cada uno de esos pasos me acercaba a la prisión más temida del mundo mágico, un lugar que nunca había dejado de inspirarme una mezcla de miedo y repulsión. Aunque ya habían pasado años desde mi último encuentro con los dementores, aquellos seres sombríos seguían teniendo un poder extraño sobre mí.
Mi tarea, aparentemente sencilla, era recuperar una documentación confidencial que el Ministerio había requerido, procedente de los rincones más oscuros de Azkaban. Sin embargo, lo que no podía dejar de pensar era que este lugar, que representaba todo lo oscuro y terrible que había enfrentado en mi vida, seguía siendo un sitio que nunca podría dejar de desconcertarme. No solo por lo que había pasado en él, sino por lo que aún continuaba allí: las sombras, los susurros, el vacío.
Los recuerdos de mi juventud, de las veces que los dementores me habían acechado, no me dejaban en paz. Recordaba la sensación de desesperación que me invadía en esas interminables noches. Ese grito, tal vez el grito de mi madre al morir, impregnado en los recuerdos más traumáticos de mi más feroz enemigo. Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en ello. No importa cuántos años pasaran, esas imágenes no se borraban de mi mente.
Al cruzar el umbral de la prisión, los guardias de Azkaban me observaban en silencio. Ninguno de ellos se atrevió a decir palabra, pero los sentía observándome con sus ojos vacíos, aquellos que a lo largo de los años se habían acostumbrado a ver el sufrimiento y la desesperanza. Los demás, los que estaban atrapados en la prisión, estaban tan inmersos en sus propios tormentos que ya no parecían notar nada más que la agonía de su confinamiento.
En mi mente, los ecos del pasado resonaban con fuerza, y mi respiración se volvió más pesada. Sin embargo, no podía ceder al miedo. No podía dejar que mi historia con Azkaban definiera lo que tenía que hacer hoy. Me detuve un momento antes de entrar en el edificio principal, respirando profundamente, concentrándome en el propósito de mi misión. Este no era un lugar para titubear. No podía darme el lujo de perder la concentración.
El archivero de Azkaban, un hombre llamado Simeón Blackwell, me esperaba en la entrada del edificio principal. Blackwell era un hombre alto, de rostro severo, con el cabello oscuro que ya comenzaba a envejecer en las sienes. Lo conocía de vista de mi tiempo en Hogwarts. Nunca habíamos sido amigos, pero había algo en él que siempre me había llamado la atención. Era tranquilo, observador, casi demasiado callado para mi gusto. Si alguien me hubiera preguntado si pensaba que acabaría trabajando en un lugar como Azkaban, habría respondido que nunca lo habría imaginado. Pero aquí estaba, un hombre que parecía estar en su elemento, rodeado de documentos y oscuros secretos.
—¡Potter! —dijo Blackwell, su tono no demasiado amigable, pero tampoco grosero—. Es un placer verte por aquí. ¿Cómo te va?
Asentí sin decir una palabra, manteniendo mi rostro impasible, aunque por dentro, los nervios empezaban a aflorar. El aire en la sala era denso, cargado con una atmósfera de opresión que parecía haber absorbido toda la luz. La estancia, ubicada en el centro de la prisión, era un lugar oscuro, sin ventanas, con estanterías repletas de documentos y libros de todo tipo. En algún lugar de mi mente, el hecho de que estuviera rodeado de papeles, clasificados y etiquetados de manera rigurosa, me hizo sentir la ironía de la situación: un lugar que guardaba los peores secretos del mundo mágico, pero que su esencia más profunda estaba escrita en tinta, en palabras, en registros tan frágiles que el viento más leve podría arrastrarlos hacia el olvido.
No era un lugar que inspirara confianza, y yo lo sabía. Sin embargo, tenía una misión que cumplir, y debía concentrarme en eso. No era el momento para dejarme llevar por los recuerdos. Debía ser rápido y preciso.
—Vengo por unos documentos importantes, Blackwell. El Ministerio los necesita con urgencia —respondí, mi voz firme, aunque con una ligera tensión que trataba de ocultar.
—Claro, claro —dijo Blackwell, asintiendo mientras se levantaba de su escritorio. Sus ojos brillaron ligeramente al observarme, como si estuviera evaluando algo más que mi respuesta. No dijo nada más, pero la mirada que me dedicó era algo que no podía ignorar. Algo en ella me decía que no me había explicado completamente. No era solo el auror que venía a recuperar documentos. Había algo más, una capa de sospecha flotando en el aire entre los dos.
Comenzó a caminar hacia una puerta al fondo de la sala. No era una puerta grande ni majestuosa, sino pequeña y discreta, casi como si tratara de esconderse entre las sombras. Esto solo me incomodó más. Un sentimiento que había intentado reprimir comenzó a florecer en mi interior: la sensación de que había algo más en este lugar, algo oculto detrás de cada esquina, detrás de cada carpeta, detrás de cada palabra.
Al entrar en la habitación, pude notar que no era un archivo común. Las estanterías estaban llenas de carpetas que contenían casos de gran sensibilidad, muchos de ellos marcados con el sello de "Confidencial" o "Alto riesgo". Los casos que se guardaban aquí eran tan oscuros como la misma Azkaban. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue la atmósfera extraña que reinaba en el lugar. Había algo en el aire, algo que me ponía incómodo. Era la sensación de que todo estaba siendo observado, que alguien más, o algo más, se encontraba entre nosotros. Como si las paredes mismas supieran lo que estábamos discutiendo, lo que estábamos buscando.
—Los documentos que buscas están en la parte trasera —dijo Blackwell, señalando una mesa donde descansaban varias carpetas. Pero antes de que pudiera acercarme, me interrumpió de nuevo. —Pero permíteme hacerte una pregunta, Potter. ¿Estás seguro de que solamente vienes por esos documentos?
Lo miré con sorpresa. No era un hombre dado a las sorpresas, pero esta vez la pregunta me tomó desprevenido. Mi corazón dio un pequeño brinco, y aunque traté de mantener la calma, algo en su tono me hizo sospechar. ¿Sabía algo más de lo que estaba diciendo?
—¿A qué te refieres? —pregunté, sin poder disimular mi confusión.
—Sé que el Ministerio ha estado investigando el robo del expediente de Sirius Black. Y sé que has estado más involucrado en esa investigación que cualquier otro. No me engañas, Potter. No creo que estés aquí solamente por unos documentos que cualquier otro auror con menos renombre podría haber pasado a recoger. Hay algo más en juego, ¿verdad?
El nombre de Sirius Black resonó en mi mente como un eco distante. Apreté los dientes, sintiendo cómo mi pecho se tensaba al recordar la injusticia que él había sufrido, su paso por Azkaban, la horrenda muerte que había tenido que afrontar. Durante años, había deseado esclarecer todo lo relacionado con él, con su vida y su muerte, pero sobre todo, con el robo de su expediente. Sin embargo, ahora, frente a Blackwell, me sentía como si estuviera atrapado en un laberinto de secretos, como si todo lo que había hecho hasta ese momento fuera solo la punta del iceberg.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, mi voz más dura de lo que pretendía.
—La gente de Azkaban habla, Potter. Y uno aprende a escuchar, especialmente cuando los murmullos tratan de algo tan importante como lo que ocurrió con Sirius Black, lo que os ocurrió a los dos. No soy tonto —respondió Blackwell, sus ojos brillando con una inteligencia que no había anticipado.
Fruncí el ceño. Algo no encajaba en la conversación. Blackwell parecía estar más involucrado de lo que pensaba. No solo era un archivero, no solo era alguien que guardaba documentos y secretos. Había algo más detrás de su mirada. Algo que no podía ignorar, algo que me estaba ocultando.
—Si estás sugiriendo que hay algo más detrás de todo esto, te aseguro que yo solo vengo a hacer mi trabajo —respondí, tratando de mantener la compostura.
Blackwell me observó un momento más, y luego pareció aceptar mi respuesta, aunque no estaba completamente convencido. Sin decir palabra, caminó hasta la mesa donde los documentos esperaban. Sacó una carpeta gruesa y la colocó frente a mí, como si esperara que la tomara sin más.
—Aquí tienes lo que pediste. Pero te aconsejo que tengas cuidado con lo que descubras. Las sombras de Azkaban nunca desaparecen, Potter, y las personas que vienen a este lugar siempre se ven marcadas por ellas.
Tomé la carpeta sin decir palabra, pero las palabras de Blackwell seguían rondando en mi mente, como un eco de advertencia. La presión en mi pecho aumentó mientras salía de la habitación, la sensación de estar a punto de desentrañar algo mucho más grande de lo que había imaginado. Las piezas del rompecabezas no encajaban del todo, y lo peor de todo era que sentía que estaba solo en la mitad de una historia que no entendía por completo. Azkaban, con sus secretos, con su historia oscura, nunca dejaba de guardar sorpresas. Y lo peor de todo era que yo parecía estar justo en el centro de ellas.
