XV

Al volver a la casa, Henry encuentra a Eleven sentada en el suelo de madera, con la vista fija en el antiguo reloj con el que solía practicar sus habilidades. La sonrisa le sale natural; después de verse obligado a lidiar con el padre que habría deseado no volver a ver jamás —ya que no hubo sido capaz de acabar con su vida—, el acudir a sentarse al lado de Eleven en el suelo —incluso aunque las ropas de ambos se llenen de polvo— es un merecido descanso.

—Ey —la saluda.

—Hola… —le responde ella tras dirigirle una breve mirada.

—Veo que has descubierto mi reloj. —Eleven asiente sin despegar los ojos del artefacto—. ¿Qué te parece?

—Es… Da miedo.

Henry suelta una risita por lo bajo.

—Sí, supongo que es intimidante, en cierta manera. —Ahora, él también dirige la vista hacia el reloj—. Para mí, representaba la camisa de fuerza que tanto detesto.

Otro asentimiento de parte de Eleven.

—Habrá sido… difícil. Para ti —añade.

—Sí, terriblemente.

—Teníamos… horarios para todo —masculla Eleven—. Levantarnos, comer, entrenar…, hasta jugar.

—Y el juego, en realidad, también era un entrenamiento —completa Henry—. También los obligaba a ser productivos.

—¿Productivos? —Lo mira, ahora.

—Algo útil —le explica él, devolviéndole la mirada—. Algo productivo es algo útil; en este caso, los juegos lo eran porque los obligaban a desarrollar sus habilidades, aunque no estuviesen entrenando, en un sentido estricto. ¿Recuerdas cómo, día tras día, intentabas encajar la ficha roja en las casillas numeradas en uno de los juegos? —Eleven afirma con la cabeza—. ¿Te estabas divirtiendo entonces?

Eleven frunce el ceño.

—… No.

—¿Cómo te hacía sentir?

—… Molesta.

—Molesta —repite Henry—. ¿Por qué?

—Porque… todos podían y yo… no…

—¿Y por qué era eso tan importante?

—Porque… Porque decepcionaba a papá.

Henry enarca las cejas.

—¿Lo decepcionaba? ¿Como cuando fallabas en el entrenamiento?

Eleven guarda silencio y vuelve a dirigir la vista hacia el reloj.

—El hecho de que papá no supervisara los juegos (lo cual, de hecho, te aseguro que hacía, solo que oculto) no significa que no hubiese sido un entrenamiento. Es más: no era un juego, en absoluto.

La niña aprieta los puños. Henry lo nota, por supuesto.

—Ey —la llama con suavidad a la par que coloca su mano izquierda sobre la diestra de la pequeña; sus relucientes ojos castaños lo miran fijamente—. Hemos dejado esa vida atrás.

»Ahora, somos solos tú y yo. Tú y yo, sin que nadie se entrometa. ¿Qué tal suena?

Eleven se lo piensa —porque es incapaz de mentir, algo que Henry, con toda franqueza, admira— y por fin responde:

—Suena bien.


Media hora más tarde, Henry encuentra la fortuna —que no es para nada pequeña, al contrario de lo que le han hecho creer— tal y donde su padre le ha indicado. Aunque nunca ha sido materialista, el saber que su comodidad y la de Eleven están garantizadas le dibuja una sonrisa en el rostro.

Sí: es mucho, mucho más dinero del que esperaba. Suficiente para cubrir las necesidades de ambos durante un tiempo indefinido.

Hasta que ella pueda valerse por sí misma, mínimamente, se dice.

No es que vaya a dejarla sola, no, para nada; es solo que no espera que ella dependa de sí para siempre.