XVII
Henry comparte su plan con Eleven —al menos, lo básico—: lo primero que hará es fabricar documentos falsos para los dos. Como ha pasado suficiente tiempo, difícilmente haya problema alguno en usar su verdadero nombre; de todas maneras, tan solo sostendrá que es algún heredero lejano de los Creel originales. En cuanto a Eleven, Henry le revela su nombre y apellido de nacimiento, lo cual ha averiguado indagando en los archivos del laboratorio hace un tiempo: «Jane Ives». Y es ese el que finalmente adopta.
(Puede que no sea la movida más inteligente, pero Henry siente que se lo debe: el no despojarla de su identidad).
Lo segundo que hará es rentar un pequeño apartamento, temporalmente, para los dos.
Lo tercero: comprar —mediante un intermediario que mantenga su nombre en el anonimato, pues tampoco hace daño el evitar cualquier papeleo, dentro de lo posible— la casa abandonada que actualmente están ocupando. (Y, de paso, un auto, que Henry decide aprender a conducir en la brevedad posible).
Lo cuarto: renovarla.
Lo quinto: mudarse de vuelta.
Por último —tras investigar cómo hacerlo—, invertirá cuidadosamente su fortuna de modo que esta genere ingresos estables y puedan seguir viviendo de ella.
—No debería tomar demasiado tiempo —le asegura Henry—. Seis meses, a lo sumo, y ya estaremos establecidos.
Eleven le promete que será paciente.
—Entretanto —le avisa Henry—, compraremos libros de texto y yo te enseñaré lo básico. La idea es que el año que viene vayas a la escuela.
Eleven recuerda el relato de Henry: el hecho de que nadie en la escuela lo comprendía.
—¿Es… necesario? —le pregunta.
Henry asiente.
—Pero… a ti te… hizo daño…
Él reprime un suspiro.
—Sí, pero tú y yo no somos la misma persona. Y… creo que podrías beneficiarte de interactuar con niños de tu edad. Debes aprender a hablar con los demás, a comunicarte, a… —manipular, piensa— negociar.
No menciona que llamaría demasiado la atención en el pueblo si nunca va a la escuela: no desea preocuparla más de lo necesario. Ante la expresión poco convencida de Eleven, Henry suelta una risita.
—Vamos, yo mismo asistí a la escuela hasta los doce años. Te aseguro que, aunque pueda ser algo… incómodo a veces, tu vida no apeligrará en ningún momento.
»Y si alguien osa siquiera mirarte mal —sentencia con una sonrisa que solo podría calificarse de «peligrosa»—, pues bien, me gustaría que se atreviesen.
