XXV
Eleven se cubre los ojos con las palmas de las manos, obviamente incómoda.
Henry, por su parte, hubo considerado que, en su cruzada para convertirse en la encarnación de un dios, hace tiempo que ha dejado atrás sentimientos como la vergüenza.
Esta situación, extremamente mortificante, lo convence de lo contrario.
Tras unos minutos, pasa la lengua por sus labios y susurra:
—Ey. Eleven.
Distingue sus ojos marrones observándolo entre los dedos de sus manos.
—Esto es algo que no te han enseñado —le dice Henry con excesiva suavidad, como quien intenta calmar a un animalillo asustado—. Y está bien, no pasa nada —repite sus palabras de antes con la esperanza de que Eleven se las grabe.
»Tu cuerpo y el mío son diferentes y eso es normal.
Eleven aún lo mira con dudas. Henry le da tiempo para procesar lo que ha dicho.
—P-pero —farfulla finalmente— yo vi…
—Sé lo que viste —le asegura él sin perder la sonrisa—. Te lo digo, es mi cuerpo. Lo conozco. Y, aunque nunca te he visto… sin ropa —se le ocurre que esa elección de palabras es más delicada que decir «desnuda»—, sé, también, cómo es tu cuerpo.
La niña al fin retira las manos de su rostro, mas su ceño fruncido delata su confusión.
—¿Cómo puedes… saber eso? Si tú no me has… —Se encoge de hombros.
—Es biología —le explica él—. No te lo mencioné en nuestras clases porque pensé que ya lo sabías o que te lo enseñarían en la escuela, y consideré que eso sería lo mejor. Te pido disculpas: aparentemente, mi decisión no ha sido la acertada, puesto que es común que, cuando las personas viven juntas, este tipo de accidentes ocurran y que…, bueno, preguntas como las tuyas sean formuladas.
Si bien odia comparar la situación a una de su antigua vida —él y Eleven no son, para nada, como los demás—, piensa que esto es lo que mayor tranquilidad le brindará. Además, ayuda que sea cierto: aún recuerda, para su tremendo disgusto, cuando hubo abierto la puerta del cuarto de su hermana sin llamar y la serie de preguntas que esto generó luego.
No pensé que estaría empatizando con Victor Creel, de entre todas las personas, se dice, recordando la expresión angustiada de su padre ante su sarta de cuestionamientos.
Eleven inclina la cabeza hacia un costado.
—Entonces…, ¿no hay nada mal conmigo?
Henry niega con la cabeza.
—No. Para nada.
—Oh.
Como no dice nada más, Henry opta mejor por levantarse y buscar en su biblioteca uno de los libros de texto que había comprado antes de que Eleven fuese a la escuela. Cuando lo encuentra, lo retira del estante y se acerca para apoyarlo sobre el escritorio, frente a ella. Sin embargo, no toma asiento, sino que permanece a su lado.
—A ver… —Henry pasea su dedo por el índice de contenidos hasta que lo encuentra; los ojos de Eleven siguen su recorrido atentamente—. Ah, aquí está: página 74. —A continuación, abre el libro en esa página—. ¿Ves?
Como es un libro para niños de tercer grado, las ilustraciones son infantiles: una niña y un niño desnudos y sonrientes. Las flechas señalan los nombres de sus partes anatómicas. Eleven examina con atención la página.
—Entonces —le explica Henry, señalando a la niña—, este dibujo muestra cómo es el cuerpo de las niñas; este, en cambio —apunta ahora al niño—, ilustra cómo es el cuerpo de los niños. ¿Ves las diferencias?
Eleven asiente y pasea sus dedos por el contorno de los dibujos.
—¿Se llama… así? —inquiere Eleven, señalando la palabra «pene».
Henry asiente.
—Sí, en mi caso. En tu caso —señala a la niña—, la parte que está hacia dentro se llama «vagina» y la parte que está hacia afuera, «vulva».
—El de las niñas… ¿está también por dentro? —inquiere Eleven.
—Correcto.
—¿Por qué?
Henry piensa cómo respondérselo sin ser demasiado gráfico.
—Porque… las niñas pueden ser madres más adelante —se explaya—. En otras palabras, una mujer puede llevar a un bebé en su vientre. Entonces, su cuerpo es distinto.
—¿Y los niños?
Es la pregunta lógica. Henry se muerde el labio inferior, pensativo.
—Hay una razón por la que los hombres y las mujeres tienen partes del cuerpo distintas. —Decide que puede revelarle al menos eso—. Pero aún eres muy pequeña para saber los detalles; cuando seas mayor lo comprenderás.
Eleven asiente. A Henry le irrita un poco lo fácil que se conforma con esa respuesta tan vaga, mas supone que desligarse de los hábitos que Brenner le ha inculcado no es algo fácil. Asimismo, sabe que debería sentirse complacido de que no se vea obligado a profundizar en un tema tan delicado con una niña de nueve años.
No obstante, Eleven parece recordar algo más, pues vuelve a bajar la cabeza con expresión descorazonada. Henry reprime un suspiro e inquiere:
—¿Sucede algo más?
—Es solo que… —Eleven parece buscar las palabras; Henry espera pacientemente a que continúe—. Es solo que en estos… dibujos… Bueno, el niño no tiene pelo… ahí abajo.
Eleven le lanza una mirada incómoda. Henry la mira fijamente, más por reflejo que por desear transmitirle nada…, pues la verdad es que ha vuelto a quedarse en blanco. Tras unos segundos, responde con la mayor parsimonia posible:
—Como este es un libro para niños, los dibujos muestran cómo son estas partes del cuerpo a esa edad. Cuando los niños se convierten en adultos, es normal que aparezca vello en zonas en que anteriormente no había.
—¿O sea… que yo también voy a…? Bueno, eso.
Henry asiente.
—Sí, como te vengo diciendo, es normal. ¿Te deja esto más tranquila? —añade, porque ese es el punto de esta charla increíblemente incómoda.
Eleven cabecea de arriba abajo enérgicamente.
—Bien, si eso está zanjado —concluye él—, iré a preparar la cena; de seguro tendrás hambre.
—Sí…
Ya está por marcharse cuando Eleven sujeta el puño de su camisa. Es un gesto al que ya se ha acostumbrado; no duda en detenerse y ofrecerle una sonrisa.
—¿Sí?
—Gracias… por explicarme.
La sonrisa tímida de Eleven es un claro indicador de que ya no se siente tan incómoda como horas atrás. Henry aprieta suavemente sus dedos entre los suyos durante un instante antes de retirarse.
—No hay de qué, Eleven.
