XXXIX
Eleven apaga la televisión de golpe.
—Henry —murmura con tono pensativo—. Quiero… preguntarte algo.
Ya se había tardado: después de todo, Joyce se hubo marchado hace ya un par de horas. A su lado, Henry cierra su libro y lo apoya sobre su regazo, dispuesto a concederle su total atención.
—¿Sí, Eleven?
—Es… sobre lo que me dijo la seño… Joyce… hoy.
—Entiendo —Intenta que su sonrisa sea reconfortante—. ¿Qué quieres saber?
Eleven se acomoda para sentarse con las piernas cruzadas sobre el sofá. No lo mira de frente; Henry no la culpa.
—Ella dijo que no iba a mencionarme nada… profundo sobre lo que significa… sangrar… para las mujeres. Solo… me explicó cómo usar las toallitas y cómo… asearme.
—Ajá. —La información no lo sorprende: es lo que la tendera y él habían acordado desde un principio.
—Y… en la escuela nos enseñaron que es… normal. Que las niñas empiezan con… esto en algún momento.
—Así es.
—Pero… ¿por qué? ¿Para qué? Es eso lo que no entiendo…
Henry aprieta los labios. Tras considerarlo un momento, le pregunta:
—¿Recuerdas, años atrás, cuando te expliqué que nuestros cuerpos son diferentes? —Espera a que ella asienta antes de proseguir—: Bien, eso se relaciona con esto… El cuerpo de las niñas, cuando madura, empieza a producir, cada mes, una célula muy especial que se llama «óvulo». Si se dan las condiciones adecuadas, el óvulo puede convertirse en un embrión, que luego será un feto, y…
—¿Embrión? ¿Feto?
—Un bebé —le explica Henry con el tono más impersonal que puede—. Bueno, son etapas antes de que el bebé esté plenamente formado y listo para nacer.
»Ahora, si las condiciones no se dan, el cuerpo de la mujer desecha todo lo que preparó para albergar al bebé… Y lo hace a través de un sangrado que ocurre cada mes.
—Pero… ¿qué pasa si se dan las condiciones? —Su rostro se pone pálido—. ¿Y si… esto me pasa y…?
Henry se muerde el labio inferior para no reírse de su inocencia.
—Oh, no, Eleven; ese no es un proceso accidental. Tu cuerpo no puede crear un bebé por sí solo.
—¿No? —ladea la cabeza—. Entonces, ¿cómo…?
Tras pensárselo un momento, Henry se pone de pie.
—Ven conmigo; necesito mostrarte algo.
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Una vez en el estudio, Eleven toma asiento frente al escritorio mientras Henry examina su biblioteca.
—Hm. A ver… Ah, aquí está. —Esta vez, no opta por un libro de texto, sino por un atlas de anatomía humana. Coloca el mamotreto frente a los dos y, con un gesto de su mano, acerca una silla más para tomar asiento al lado de la niña—. Puede que esto sea algo incómodo, pero sé paciente, ¿sí? —le pide con suavidad.
Eleven asiente, y Henry aprecia, por la forma en que lo mira sin un ápice de duda, su absoluta confianza en él. Sin más preámbulo, busca en el índice la página indicada… y luego abre el libro en esta posición.
—Mira: así son los cuerpos de un hombre y una mujer adultos.
Pacientemente, deja que Eleven absorba la información. Cuando ella levanta la cabeza y puede advertir su expresión confundida, decide continuar:
—Así como el cuerpo de la mujer produce una célula específica, como ya te mencioné…
—El… óvulo, dijiste —completa ella.
—Exacto —sonríe ante su obvio interés—. Así, el cuerpo del hombre produce una célula también específica: el «espermatozoide».
»Cuando el óvulo y el espermatozoide se unen, forman un nuevo ser: el que luego será un bebé y nacerá dentro de nueve meses.
Como es de esperarse, la siguiente pregunta de Eleven es completamente lógica…
—Pero, si están en dos cuerpos distintos… ¿cómo es que se juntan?
Desafortunadamente, eso no la hace más fácil de responder. Henry inspira hondo antes de hablar:
—Mediante las relaciones sexuales. Es decir, esto es posible cuando un hombre y una mujer tienen sexo.
Por supuesto, esto no despeja absolutamente ninguna de las dudas de Eleven: su ceño fruncido se lo recuerda. Aunque es consciente de ello, Henry necesita empezar por algún lado.
—¿Sexo…?
—Sí. Es… un tipo de conexión… íntima… entre dos personas. Suelen ser dos personas en una relación de pareja, casadas o no. O… puede que no, si es solo por placer.
Henry hace una mueca ante esta última idea: particularmente, el sexo le parece asqueroso. Empero, tras años de prepararse para este momento, ha resuelto que debe evitar meterle miedo innecesario a Eleven, razón por la que intenta permanecer neutral en su explicación.
No quiero ser otro Brenner, se repite para darse ánimos.
—¿Por placer? O sea… ¿se siente bien? —Ante el «ajá» de Henry, Eleven insiste—: Pero ¿en qué consiste, exactamente? ¿Cómo se hace?
Henry baja la vista al atlas; Eleven sigue su mirada.
—El hombre inserta su pene dentro de la vagina de la mujer —describe sin ceremonia.
La mirada estupefacta de Eleven es sumamente incómoda, pero Henry se rehúsa a dejarse intimidar por una doceañera. Al menos, por algo así. Sin embargo, pasada la incomodidad inicial, el rostro de Eleven vuelve a teñirse de confusión.
—Pero… ¿cómo?
—¿Cómo qué?
—Luce… muy… —Eleven hace una mueca e intenta gesticular sus ideas sin éxito—. No veo… cómo…
No está muy seguro, mas supone que ella se refiere al aspecto blando del pene flácido, así que decide clarificar este asunto:
—Bien, cuando… dos personas están por tener sexo, una gran cantidad de sangre va al pene del hombre y hace que se alargue y se endurezca.
—¿Lo controlan a voluntad? —Eleven suena sinceramente admirada; Henry hace un esfuerzo por no romper a reír.
—Ehm… No exactamente —admite, rascándose la mejilla levemente—. Es más como… Uhm… Ah, ya sé: ¿conoces esa sensación cuando tienes miedo y sientes que puedes correr más rápido, o cuando te enojas y sientes que tienes más fuerza?
—Sí…
—Exacto. Bueno, eso no es algo que controles a voluntad, ¿verdad? —Eleven niega con la cabeza—. Esto es algo así: el cuerpo sabe lo que necesita en ese momento y se encarga de todo.
La niña asiente, aparentemente satisfecha con esta explicación. Bueno, satisfecha por al menos dos segundos, antes de volver a preguntar:
—Pero… ¿no le duele? A la mujer…
Henry entiende su preocupación, pero la idea detrás de su pregunta lo repugna: no desea imaginarse a Eleven en esa situación, para nada, sin mencionar las complicaciones de que sea tan cercana a una persona como para establecer ese tipo de relación con ella.
Él, después de todo, no sabe compartir.
Pero no soy Brenner. No, no es Brenner y no lo será; por eso, responde con la verdad:
—Puede que la primera vez. Al igual que el cuerpo del hombre se prepara, también lo hace el de la mujer: por dentro, su cuerpo libera unos fluidos especiales que hacen que la penetración sea más cómoda. En otras palabras, su cuerpo se lubrica.
—¿Como una puerta? —inquiere Eleven.
Henry suelta una risita: claro, de ahí conoce la palabra.
—Sí, hace que todo se mueva… mejor.
Eleven cabecea y vuelve a observar la imagen del atlas con atención. Henry aprovecha su aparente tranquilidad para cerrar su idea:
—Y cuando el hombre alcanza su clímax, segrega un líquido blanco llamado «semen»: allí están contenidos los espermatozoides que buscan unirse con el óvulo. Por supuesto, como dije antes, esto es si las personas desean tener un bebé; es normal que, si no se desea, se usen métodos especiales para evitar que estas dos células se encuentren.
—¿Sí? —Esto despierta su curiosidad—. ¿Cuáles?
Sorteada la parte más difícil de la charla, Henry se relaja al pasar a este tema más sencillo: le comenta sobre los preservativos, sobre las pastillas y otros métodos anticonceptivos. Si bien no se los detalla en demasía —no es su intención saturarla con información—, le da una descripción general de los más usados. Eleven lo escucha con atención.
—Si tienes más dudas, puedo llevarte con un médico un día para que te responda cualquier otra pregunta que puedas tener —finiquita Henry.
Eleven asiente en silencio, mas él nota que su mente se halla a kilómetros de distancia.
—¿Hay algo más que desees preguntarme?
Nunca, a lo largo de su vida, se ha arrepentido tan rápido de una decisión como en los siguientes segundos.
—Henry…, ¿alguna vez… has tenido sexo con alguien?
El silencio que sigue es, por supuesto, extremadamente embarazoso.
Con ella, la verdad es la mejor política, Henry se esfuerza por recordarse a sí mismo.
—No —confiesa con tranquilidad—. Nunca.
—Pero —empieza de vuelta Eleven, y Henry hace su mayor esfuerzo para que no advierta su incomodidad— eres un adulto. Entonces, ¿por qué…?
—Porque este tipo de cosas dependen de cada persona —le ofrece a modo de respuesta—. Y a mí nunca me ha interesado.
Eleven absorbe sus palabras con atención y al fin murmura:
—Entiendo.
Henry suspira. No es su intención crearle una idea equivocada, así que, tras pensarlo detenidamente, decide explayarse:
—Como te comenté, desde un principio fui… diferente. Es lógico, si lo piensas, que sencillamente nunca me haya interesado conectar con los demás, fuese de esta u otras maneras.
»En tu caso…, bien, no espero que tomes las mismas decisiones que yo en el futuro. Si deseas… conectar con otras personas de esta manera, es tu decisión, y solo tuya.
Por supuesto que no va a prohibirle a Eleven interactuar con otras personas. No, por supuesto que no.
Pero…
—Solo hay una cosa que deseo que tengas presente, Eleven.
Sus ojos color chocolate son diáfanos, sin trazo alguno de desconfianza o duda. Esto le dibuja una sonrisa en los labios a la par que toma sus manos entre las suyas.
—Cualquier conexión que puedas tener con otras personas… es secundaria a esta que compartimos nosotros dos.
»Tú y yo… somos similares, ¿recuerdas?
Henry nota la manera casi imperceptible en que las manos de la niña aprietan las suyas en respuesta.
—Sí. —Ella le sonríe, y Henry siente cómo toda la tensión acumulada tras tan delicada conversación abandona su cuerpo—. Tú y yo.
Solo esto: tú y yo.
Lentamente, Eleven se acerca a él y coloca su mejilla sobre su pecho, justo sobre su corazón. Sin siquiera pensarlo, Henry apoya su barbilla sobre su cabeza y cierra los ojos, disfrutando de su cercanía.
No necesito más.
