XLII
—Me estabas buscando. ¿Necesitas algo? —le pregunta Henry una vez que la araña, sana y salva, está de vuelta dentro de su terrario.
Eleven recuerda entonces lo que venía a comentarle.
—¡Ah! Hoy… Hoy hice una amiga, ¡mi primera amiga! —le comenta con una sonrisa—. Se llama Max, tiene cabello rojo y le gusta andar en patineta y…
Eleven se pasa unos buenos minutos describiendo con detalle a su nueva amiga. Henry, quien disfruta de verla tan locuaz, la observa con una sonrisa afectuosa.
Cuando termina su exposición, no obstante, le dice con un tono pícaro:
—Estoy feliz por ti, Eleven. Pero… solo tengo una pregunta: ¿a qué te refieres con que es tu primera amiga? ¿No me habías dicho que habías hecho un montón de amigos en la escuela anteriormente?
La niña siente que las mejillas le hierven de la vergüenza: había olvidado por completo aquella mentira.
—Yo… Este… Lo que quiero… decir… es que Max es… Max…
Henry suelta una risita y lleva su mano a despeinar sus rebeldes rizos en un cálido gesto.
—Te estoy fastidiando; entiendo perfectamente.
—¿Sí? —farfulla Eleven—. Porque… no es que te haya mentido… Bueno, sí, pero no es que haya querido mentirte…
—Oh, no, lo entiendo —le asegura Henry nuevamente—. Solo recuerda, Eleven: puedes decirme lo que sea.
—¿Lo que sea…?
—Sí. Estamos juntos en esto. Y estoy listo para escuchar lo que quieras decirme y ayudarte en lo que necesites.
Algo extraño pasa entonces. Eleven no sabe definirlo bien.
No, es algo que sabrá nombrar recién años después.
Sin embargo, aunque no sepa sus causas ni cómo nombrarlo, el repentino tirón que siente en su pecho está aquí para quedarse.
