XLIV

Aunque Mike continúa algo callado —por obvias razones— durante el resto de la noche, Eleven de hecho se divierte. Lucas, Max y Dustin hablan lo suficiente como para llenar el silencio de Mike, Will e incluso ella misma.

Y, si es sincera consigo misma, Eleven encuentra agradable esto de formar parte de la diversión sin que se le exija un papel protagónico.

Ver a Max —a quien genuinamente aprecia— riendo y pasándola bien la hace feliz. Eleven no está muy acostumbrada a esta sensación, mas supone que es el mismo motivo por el cual se ha esforzado por hacerle un regalo de Navidad a Henry: porque le gusta ver feliz a aquellos a quienes tiene cariño.

Y no teme admitirlo: junto a la felicidad de Henry —y ahora de Max— se encuentra la suya.


Cuando llega a su casa, Henry está sentado en la sala viendo la televisión.

—¡Boo! —lo saluda Eleven extendiendo los brazos exageradamente.

—Oh, ¿ya de vuelta, Casper? —Henry baja el volumen antes de girarse hacia ella; no es como que realmente le interese una estúpida película de terror, menos aún cuando Eleven está junto a él—. ¿Qué tal te fue?

La muchacha se saca el disfraz y acude a sentarse junto a él en el sofá. Ni ella ni él presta atención a los aterradores monstruos que se asoman a la pantalla.

—Bien —responde con tono sincero—. Max asustó a unos compañeros… y terminamos pidiendo dulces con ellos.

—¿Sí? ¿Qué compañeros?

—¿Will Byers? —Claro, el hijo menor de Joyce Byers. Henry asiente para indicar que reconoce el nombre—. Él y sus amigos…

—¿Y te divertiste?

—Sí —admite ella con una sonrisa—. Mucho.

—Me alegra oírlo. ¿Puedo ver… el botín? —Henry susurra lo último con tono confabulador, como si fuesen cómplices de algún crimen (lo cual, a decir verdad, son, pero bueno). Eleven ríe y le acerca la cubeta en forma de calabaza repleta de dulces—. Oh, cuantioso tesoro el que tienes aquí… Pero lo racionaremos, ¿de acuerdo?

Eleven niega con la cabeza.

—Henry —le informa con una sonrisa condescendiente—, ya no tengo ocho años. Ah, voy un momento al baño… ¿Quieres… ver una película luego?

Empero, Henry no la escucha: tan solo se queda en su lugar, congelado, la cubeta de dulces entre sus manos.

Ya no tengo ocho años.

No. No, claro que no, pero…

Pero…

—¿Henry? —lo llama Eleven—. ¿Me… escuchaste?

Gira su cabeza hacia ella de golpe.

—Oh, sí, disculpa: sí, claro, te espero aquí…

Eleven le sonríe. Henry nota los hoyuelos que se le forman en las mejillas, que siempre se le han formado, sí, pero que ahora, ciertamente, enmarcan un rostro menos infantil, mucho más…

Mucho más maduro.

—¡Genial! —Y echa a correr, obviamente emocionada por el prospecto de ver una película juntos.

Aún es una niña, pese a lo que Eleven pueda pensar. Sin embargo, los juegos o bromas de Henry no la impresionan como antaño.

Henry sonríe con tristeza. Es aún una niña, sí: relativamente fácil de mantener contenta y manipular si las cosas se salen de control.

Pero no lo será para siempre.